Buenas!

Juli: Intentaré hacer momentos tiernos, pero no prometo nada.

Capítulo cuatro

Julie Hubble

Ethel fue la primera en despertarse. El cielo todavía estaba oscuro y Mildred estaba profundamente dormida, a juzgar por sus suaves ronquido. Lo mejor era quedarse en la cama improvisada y esperar a que se levantara, pero no tenía ganas de quedarse ahí. Además, escuchaba ruidos que venían de afuera. Seguramente la madre de Mildred estaba despierta. Con cuidado, se levantó y abrió la puerta.

La señora Hubble estaba en la sala, pintando un cuadro, con un delantal que alguna vez había sido transparente, pero ahora era un desastre multicolor, como si un arcoíris se hubiera estrellado contra ella. Ethel miró con curiosidad. Aún no estaba terminada y parecía que faltaba mucho para que eso sucediera. Solo podía ver algo que parecía el cielo nocturno, pero no mucho más.

La señora Hubble dejó el pincel a un costado, se dio vuelta y dio un pequeño salto al ver a Ethel.

—Lo siento —se disculpó Ethel—. No pretendía asustarla.

—No te preocupes. ¿Qué haces despierta a esta hora? Apenas son las siete de la mañana.

—No podía volver a dormirme —admitió

—Entiendo. Debe ser difícil para ti esta situación.

Ethel asintió de manera tímida.

—¿Qué está pintando? —preguntó, para cambiar un poco el tema

—Intento pintar una bruja en una escoba, inspirándome en mi hija y las historias que me ha contado de su colegio.

Ethel miró hacia otro lado, dolida. Ojala su madre la quisiera así como ella. La señora Hubble se levantó y fue a servirse té de una humeante tetera.

—¿Quieres? —ofreció.

—Gracias.

—¿Leche? ¿Azúcar?

—Un chorro de leche y solo una cucharada de azúcar.

La señora Hubble sirvió el té en ambas tazas y le puso leche y una cucharada de azúcar para Ethel. Ella, en cambio, no le puso leche, pero si dos cucharadas de azúcar. Se sacó el delanta, lo colgó de un gancho en la paredl y se sentó en la mesa redonda. Ethel la imitó.

—Ethel. Mildred me lo ha contado todo ayer por la mañana, mientras estaba en el colegio —comentó, envolviendo la taza con ambas manos para absorber el calor—. Lamento mucho lo que ha hecho tu madre.

Ethel tomó un sorbo de té, sin poder responderle. ¿Qué había para decir?

—¿No tienes otra familia? —continuó

—No. Solo mi madre, mi padre y mis dos hermanas. Ellas van a tratar de convencerlos de que regrese. A Esme la escucharán. Siempre la escuchan —agregó de manera amarga.

La señora Hubble sonrió con tristeza.

—Puedes quedarte aquí siempre que quieras.

Ethel parpadeó.

—Pero… ¿Yo no seré…?

¿Una molestia?

—Solo vendrías aquí dos meses al año hasta que te gradúes, ¿verdad? Además, Mildred me ha dicho que eres una chica muy lista, seguro sabrás arreglártelas bien en tu mundo.

—Pero… no puedo hacer nada por usted…

—Claro que puedes.

Ethel la miró, sin entender. La señora Hubble continuó.

—Mi hija está en un mundo que no conozco y, por lo que he visto, puede llegar a ser peligroso. Mildred me ha estado ocultando cosas y Dios sabe que serán, pero sospecho que tiene miedo de que si me entero de ciertas cosas, jamás la dejaré regresar a Cackle.

Ethel permaneció en silencio. Mildred de hecho casi había muerto en un par de ocasiones y ambas habían sido por su culpa. Pensó en la ocasión donde la señorita Hardbroom casi había matado a Mildred por accidente y un escalofrío corrió por su columna

—Pero si hay algo que no me perdonaría es cortarle la libertad y los sueños a mi hija —continuó la señora Hubble. Tomó un sorbo de té—. Por eso quiero que seas su guía. Que la protejas.

—Pero, señora Hubble, ella tiene amigas…

—Dos amigas que probablemente le sigan el juego a sus locuras o la metan en problemas —la interrumpió la señora Hubble—. Hazme ese favor. Te lo suplico.

Ethel pensó por un instante en negarse a ser la niñera de Mildred, pero no tenía otras opciones. Al fin y al cabo, estaba viviendo en su casa.

—No se preocupe, señora Hubble. Protegeré y guiaré a Mildred en el colegio, lo prometo.


Mildred no se levantó hasta casi dos horas y media después para desayunar. La señora Hubble preparó té junto con un plato con tocino, huevos fritos, pan tostado y salchichas. Ethel casi se devoró el plato, para alegría de la mujer

En un momento, Mildred miró hacia un punto en la pared detrás de Ethel y se levantó de golpe.

—¡Son tus hermanas! —exclamó.

Ethel se levantó y se dirigió hacia donde estaba Mildred. Delante de ella, había un espejo redondo donde veía a sus dos hermanas, sonriendo. Pudo reconocer la habitación de Esmeralda detrás de ellas.

—¡Ethel! ¿Cómo te encuentras? —preguntó Sybil

—¡Estoy bien! ¿Ustedes como se encuentran?

—Estamos bien —respondió Esmeralda—. Necesitaba hablar rápido contigo, antes de que mamá nos llevara al spa.

—Dime.

—Estamos juntando tu ropa y otras cosas para enviártelos con la criada. Mildred ya me explicó como llegar, así que no creo que tarde mucho.

—Gracias. ¿Hablaron con mamá?

—Quisimos decirle, pero… —Esmeralda no terminó la frase.

—¿Pero qué? —preguntó Ethel, ansiosa.

Esmeralda esquivó su mirada, así que Sybil la terminó por ella.

—Dijo que no tenía ninguna hija llamada Ethel —respondió, temblando.

Ethel tragó saliva dolorosamente. ¿Así que estaba muerta para ella?

—¿Qué dijo papá?

—No dijo nada. Le hablamos y le hablamos, pero actuaba como si estuviera sordo. Solo dijo algo así como "no contradigan a su madre".

—Bien —Ethel asintió, con las lágrimas quemándole los ojos—. Disculpen, tengo que irme.

—¡Ethel, espera!

No quiso escuchar nada más. Se dirigió hacia la habitación de Mildred, cerró la puerta y se acostó en la cama, llorando. A los pocos segundos, alguien entró.

—Ethel —no era Mildred, sino la señora Hubble.

—Todo lo que hice fue para que estuviera orgullosa de mi —murmuró Ethel—. No le he hecho nada, no les traje problemas, estudié duro, quise ser la hija perfecta. ¿Por qué? No lo entiendo, le juro que no entiendo que hice mal.

La señora Hubble se sentó a su lado y le pasó la mano por la espalda.

—No has hecho nada mal, querida.

—¿Entonces?

La mujer suspiró.

—Tus padres son el problema. Pero no te preocupes, estás aquí, conmigo y con Mildred. No te dejaremos sola. ¿De acuerdo?

Ethel se secó los ojos con una mano y se volteó a verla. Los ojos azules de la señora Hubble estaban húmedos.

—Gracias.

Mildred entró a la habitación, arrastrando una valija.

—Una señora vino volando con su escoba hasta el balcón y trajo esto —anunció, dejándola en el suelo—. Hay otra más, pero está en la sala.

—Gracias, Mildred.

Ella se arrodilló sobre la cama y le dio un abrazo. Ethel se dejó abrazas, ya que solo sus hermanas y en ocasiones su padre solían hacerlo.

—Todavía no terminamos de desayunar —señaló la señora Hubble, ya levantándose de la cama—. Vamos a comer antes de que se enfríe.

Volvieron a la sala y terminaron su desayuno. La señora Hubble y Mildred estuvieron muy conversadoras y Ethel entendió que solo lo hacían para animarla. Cuando terminaron, Ethel tomó sus valijas y empezó a revisarlas. Casi todo era ropa, más algunas fotos de ella y sus hermanas. Nada más.

Miró su ropa y pensó que la mayoría no se veía como la gente que había visto afuera. ¿Tendría que adaptar su ropa o algo así? Y luego de esas preguntas, llegaron otras: ¿Podía hacer magia mientras estaba allí? Sabía que su mundo y el de Mildred estaban separados, así que no estaba muy segura de que pudiera hacerlo.

Mildred entró unos minutos después.

—Tu ropa es muy bonita —comentó.

—Gracias, pero no creo que sirva usarla aquí.

—Bueno, algunas no, pero esa blusa púrpura sirve —dijo, tomándola del montón de ropa—. ¿Quieres que te ayude con la ropa?

—Si tu quieres…

Mientras acomodaban la ropa que se podía y no se podía usar, Ethel le preguntó sobre si se podía hacer magia.

—Si, pero muy poco y solo en casa —respondió Mildred—. Ya sabes, tiendo a… ser un desastre.

—Porque no te has criado en una familia de brujas —la justificó Ethel, sorprendiéndose internamente de sus propias palabras. Tal vez fuera una locura, pero estaba comenzando a conocer a Mildred y se dio cuenta que no era tan desagradable como creía.

—Si, creo que eso tiene un poco que ver.

—Dijiste que podías usar magia aquí, ¿verdad?

—Mientras los vecinos no nos vean, si.

—Entonces puedo ayudarte a ser una mejor bruja.

Mildred la miró, como si no lo pudiese creer.

—¿Enseñarme? ¿Tú? ¡Pero me decías que era un caso perdido!

—Bueno, si, lo dije, pero ahora sé que vienes de una familia de brujas, así que no creo que seas un caso perdido al fin y al cabo.

—¿Lo dices en serio?

—Soy completamente sincera, lo prometo.

Mildred la abrazó y Ethel se quedó rígida. Cuando estaba meditando si tenía que corresponderle, quedarse quieta o empujarla, Mildred la soltó.

—Gracias.

Ethel se rio de manera seca.

—Dame las gracias cuando logres hacer un hechizo de manera decente.