Naruto Y Hinata en:

Lord Pecado


2| Libertad


Naruto oyó moverse el pestillo en su puerta. Instintivamente, se sacó la daga de la bota y la sujetó entre el dedo pulgar y el índice, y esperó por si tenía que lanzarla hacia el pecho de la persona que se disponía a entrar sin permiso.

La puerta se entreabrió una rendija para mostrarle una naricita respingona a la que siguió el perfil de un ángel. Un ángel que se quedó inmóvil para contemplar el muro ante el que se hallaba sentado Naruto.

—¿Milord? Eh... ¿Caballero? ¿Estáis aquí?

Naruto se guardó la daga en la bota.

—Dado que ésta es mi habitación, ¿Dónde iba a estar si no?

La muchacha todavía no había mirado dentro y optó por hacer como si no hubiera oído su sarcasmo.

—¿Cumplís las normas de la decencia?

Naruto resopló.

—Hay muchos, milady, que dicen que en todo mi cuerpo no hay ni un solo hueso al que se pueda llamar decente.

—Y hay muchos que dicen que el pasillo está lleno de corrientes de aire. Lo que quiero saber es si esta vestido.

—Tanto como lo estaba la última vez que me vio, lo que significa que debería darse prisa en regresar a su habitación.

La escocesa no hizo tal cosa. En lugar de eso, abrió un poco más la puerta y, para la inmediata consternación de Naruto, entró. Su mirada recorrió la habitación hasta que lo encontró, sentado en la cama.

Y cuando aquellos ojos de un gris claro se posaron en su pecho desnudo, Naruto hubiese podido jurar que sintió cómo una terrible sacudida hacía que todo su cuerpo se estremeciera desde la coronilla hasta las plantas de los pies. Su entrepierna se tensó súbitamente con una necesidad tan profunda y abrasadora que llegó a sentir dolor.

¿Qué diablos le pasaba? Él no era ningún joven falto de experiencia, para ponerse así ante la visión de una hermosa doncella. Ya hacía mucho tiempo que era dueño y señor tanto de su cuerpo como de sus deseos.

Pero por alguna razón, el control parecía escurrírsele de entre los dedos cada vez que ella estaba cerca de él. Y lo peor era saber que podía ser suya. Lo único que tenía que hacer era acudir a Itachi y entonces podría tenerla.

Si se atrevía a semejante...

Inconsciente del caos que causaba en Naruto, la muchacha cruzó el suelo para detenerse ante la cama.

—¿Qué está haciendo aquí? —preguntó él secamente. Sus palabras no parecieron afectarla en lo más mínimo.

—Estoy aquí para atender las heridas que causé.

Naruto se llevó la mano al vendaje improvisado en su brazo izquierdo. Distaba mucho de ser perfecto, pero bastaría. Además, lo último que necesitaba ahora era que ella se le acercara todavía más.

—En ese caso no tema, milady. Usted no ha sido la causa de mis heridas.

Ella frunció el ceño.

—¿No se las hizo al desarmarme?

—Sí, pero fueron más mis acciones que las vuestras quienes las causaron. Ella rechazó sus palabras con un gesto de la mano mientras dejaba una bolsa de cuero oscuro y un pequeño cesto encima de la cama, al lado del trozo de lino blanco que Naruto había estado utilizando para vendarse.

—Habla así meramente porque os gusta oír vuestra voz, y no seguiré escuchando. Ahora deje las protestas, y permita que vea esas heridas antes de que se enconen y hagan que se le gangrenen los brazos.

Naruto la miró con incredulidad. No podía recordar cuándo había sido la última vez en que alguien lo había tratado con tan despreocupada autoridad, pero estaba casi seguro de que cuando ocurrió él aún debía de llevar pañales.

La joven tendió la mano hacia su brazo derecho. Naruto se apresuró a apartarlo.

—¿Por qué debería importarle que se me pudran los brazos? —preguntó mientras ella volvía a tratar de capturar la extremidad herida—. Encontraría más lógico que en vez de tratar de evitarlo estuvierais deseando que se pudrieran.

Ella se quedó inmóvil y lo miró con expresión malhumorada al ver que él se negaba a estarse quieto.

—Porque salvasteis a Lheo.

—¿Y piensas que simplemente por eso ahora estáis en deuda conmigo?

—Sí.

Naruto volvió a resoplar. Nunca conseguiría entender a las mujeres. Con todo, era la primera vez en su vida que alguien quería curarle una herida. Lo encontró extrañamente reconfortante, y el pensamiento lo llenó de furia. Él no necesitaba que lo reconfortaran. Nunca.

Se levantó de un salto y trató de interponer algo de distancia entre ellos.

Ella lo persiguió a través de la habitación como una pantera que acosara a un rebaño.

—Mi señora, si tuvierais alguna idea de quién y qué soy yo, sabríais que no os conviene estar a solas conmigo en mi habitación.

Los ojos de ella subieron rápidamente hacia el rostro de Naruto, y por primera vez él vio algo de inquietud en su mirada. Después volvió a extender la mano hacia su brazo.

Naruto gimió al comprender que la escocesa no lo dejaría en paz hasta que se sometiera a sus tratamientos. De acuerdo, pues, porque cuanto más pronto le hubiera envuelto el brazo antes podría estar solo.

Determinado a ser un paciente difícil hasta el final, tendió de mala gana el brazo derecho.

El agradecimiento fue evidente en los ojos de ella mientras ponía cautelosamente las puntas de los dedos sobre la herida.

—Sé quién es —le dijo en voz baja mientras examinaba el corte—.Aelfa me lo ha contado todo acerca de usted.

—¿Y qué fue lo que le dijo?

Para gran consternación de Naruto, ella le sostuvo el puño con una mano mientras los largos y gráciles dedos de su mano derecha se deslizaban sobre su piel ardiente, trayendo consigo el alivio de un frescor que parecía llegar mucho más adentro que la simple carne. Peor aún, el contacto creó un nuevo torrente de calor que fue directamente hasta la ingle de Naruto, la cual ardió y empezó a latir con una súbita necesidad.

Naruto contuvo la respiración mientras una extraña sensación que nunca había experimentado se extendía por todo su cuerpo. Nadie lo había tocado nunca con tal delicadeza, con tanta bondad.

Pero lo más aterrador de todo era la súbita necesidad que sentía de abrazarla, de tomarle la cabeza entre las manos y poner sus labios sobre los suyos.

Por todos los santos, ¿Qué le estaba ocurriendo?

Lo único que pudo hacer fue quedársela mirando como un mono aturdido mientras luchaba por seguir respirando con normalidad.

Ella inclinó la cabeza en un movimiento casi imperceptible mientras estudiaba el corte.

—Éste no es tan profundo, pero aun así necesitará un emplasto si queremos que cure sin infectarse. —Sus largos y esbeltos dedos seguían marcando la piel de Naruto con aquella bondad que tan poco familiar le resultaba—. Esta cicatriz de quemadura parece bastante nueva. ¿Es de alguna batalla?

Naruto sacudió la cabeza, pero no dijo nada. No había ninguna necesidad de ponerse a explicarle los acontecimientos que habían causado aquella herida.

Además, tenía que recurrir a todas sus reservas de voluntad para mantenerse inmóvil y no tomarla en sus brazos mientras una imagen de ella yaciendo debajo de su cuerpo se abría paso a través de su mente.

Ella volvió la cabeza hacia la cama, donde había dejado sus utensilios.

Naruto contempló su esbelta espalda, pero eran sus caderas las que encerraban más atractivo para su mirada. Redondas y bien formadas, llamaban a un hombre de una manera que no podía ser más carnal. De hecho, Naruto no necesitaba esforzarse demasiado para imaginarse acercándosele por detrás, levantándole el vestido y hundirse profundamente dentro de ella hasta dejar completamente saciado al fuego que ardía en sus ingles.

—Mis heridas no necesitan que se las atienda —dijo con aspereza, ansioso por verla salir de su habitación.

Ella volvió la cabeza para fulminarlo con la mirada y luego, como si no le importase nada lo que pudiera decir él, bajó la vista y siguió sacando del cesto alguna clase de planta que olía muy mal.

Aquella mujer estaba loca. ¡Sí, tenía que haber perdido el juicio! Su demencia no podía ser más completa e irremediable. Nadie hacía ver que no lo había oído cuando él hablaba. Nadie.

Aquello era algo tan raro que Naruto no tenía ni idea de cómo debía reaccionar.

Después de unos segundos, ella se apartó de la cama.

—Necesito vino. ¿Tenéis algo de vino?

—No —mintió él.

No sirvió de nada. Ella acababa de ver una jarra en la mesa que había junto al hogar.

Fue hacia la jarra, y enseguida descubrió que distaba mucho de estar vacía. Naruto deseó haberse bebido todo el vino la noche anterior.

Ella lo miró con expresión malhumorada y se sirvió una copa. Entornó los ojos.

—Me gustaría que dejarais de mirarme con el ceño fruncido —dijo mientras volvía a tapar la jarra—. Me pone nerviosa.

—El diablo suele...

—Y dejad de hablar del diablo. Ya le he dicho que sé quién es y que no me da miedo.

—Entonces es que es una estúpida, milady.

—Nada de eso —afirmó ella con una mirada significativa mientras curvaba sus largos y sensuales dedos alrededor de la copa y la llevaba hacia él—. Pero sé reconocer a los demonios en cuanto los veo.

—Es obvio que no.

Ella arrancó unas cuantas hojas de la planta y las dejó caer dentro de la copa.

—Los demonios se comen a los niños, no los defienden cuando alguien quiere hacerles daño.

—¿Y qué puedes saber vos acerca de los demonios? Ella le sostuvo la mirada sin inmutarse.

—Bastante, a decir verdad.

Añadió al vino más hierbas y trocitos de hojas hasta que obtuvo una espesa pasta. Luego la esparció sobre la piel de Naruto, abrazándolo con un

intenso calor allí donde lo tocaban sus dedos.

—¿Tenéis un nombre? —preguntó ella.

—Decidme vos cómo me llamo, ya que tan bien asegura conocerme.

Ella hizo una pausa.

—Bueno, casi me atrevería a jurar que vuestra madre no le puso por nombre Carnicero del Demonio, Engendro de Satanás o Verdugo del Rey.

Naruto reprimió una sonrisa ante su descaro. Sí, era una dama muy valiente, con el corazón de una leona.

—Mi madre no me dio ningún nombre —dijo mientras contemplaba cómo le envolvía el brazo con un vendaje.

—Pero con algún nombre tienen que llamarle —objetó ella, con un suave destello en sus ojos de piedras preciosas claros, mientras le sostenía la mirada.

Estaba tan cerca de él que su aliento cayó delicadamente sobre la piel de Naruto mientras hablaba, y el cálido aroma a flores que emanaba de su cuerpo le llenó la cabeza.

De pronto fue agudamente consciente de que sólo vestía unos calzones y ella llevaba por único atuendo el delgado vestido de una sirvienta. Un atuendo del cual sería muy fácil despojarla.

Naruto sintió que se le hacía la boca agua.

Aquella mujer era fascinante y, por alguna razón que se le escapaba, quería oír su nombre en labios de ella.

—Aquellos que se atreven a dirigirme la palabra me llaman 'Sin'.

Ella asintió.

—¿Sin? ¿En honor de algún santo extranjero, tal vez?

—No —dijo él, recuperando su estoicismo mientras se acordaba de quién y qué era—. Me llaman así porque es el nombre más apropiado para alguien que fue concebido en el pecado, nació en el pecado y actualmente vive hundido en él.

Naruto sintió temblar por primera vez los esbeltos dedos de aquella hermosa mujer.

—Pero no se preocupe, el rey me llama Naruto.

—Os gusta asustar a la gente, ¿verdad? —preguntó ella.

—Sí.

—¿Por qué?

—¿Y por qué no?

Ella lo sorprendió echándose a reír. Fue un sonido maravilloso y lleno de música que salía de lo más profundo de su alma. Naruto se la quedó mirando, fascinado por el modo en que se suavizaban sus facciones.

Por todos los santos, era una auténtica belleza. Y mientras la miraba sintió un desesperado anhelo de saborear aquellos labios. De sentir cómo su aliento se mezclaba con el suyo mientras él tomaba posesión de ella. De permitir que Itachi los viera unidos en matrimonio, para así poder disfrutar de ella durante el resto de su vida. El pensamiento lo dejó paralizado.

No, él nunca se permitiría semejante consuelo. A pesar de que ahora lo tocara con tanta delicadeza, después lo maldeciría y lo temería como hacían todos los demás en cuanto llegara a saber la verdad acerca de él y de lo que se ocultaba en su pasado.

Sentir consuelo o alivio no era para él. Ya hacía mucho que Naruto había desterrado de sí aquella ilusión.

Ella abrió el otro vendaje, y dejó escapar una exclamación ahogada cuando vio la sangre que ya había empapado la tela.

—Siento todo esto —dijo—. Nunca fue mi intención que resultarais herido.

Él la miró con una ceja arqueada en una muda reprimenda.

—Permitidme observar, milady, que cuando uno empuña una espada para atacar o defenderse con ella, es casi seguro que alguien terminará resultando herido.

El delicado rubor de antes volvió a aparecer en las mejillas de ella mientras extendía la mano hacia su aguja.

—Hay que coser esta herida.

—Se curará por sí sola.

—Dejará una cicatriz.

Naruto bajó los ojos hacia la multitud de cicatrices que surcaban sus brazos y su pecho desnudo.

—¿Pensáis que eso tiene alguna importancia?

Sus palabras hicieron que Hinata alzara la mirada. Ni siquiera en aquel momento podía leer las emociones enterradas en los profundos ojos azules. Qué agonía tenía que haber sufrido aquel hombre, para ser capaz de ocultar su interior de una manera tan completa.

Normalmente era capaz de leer incluso las almas más recelosas. Pero aquel hombre era un completo enigma para ella.

—A mí me importa—dijo, preguntándose por qué era así. Y sin embargo lo era.

Todo lo delicadamente que pudo, hizo cuatro diminutas puntadas en su brazo. La asombró que él no gritara o se pusiera tenso. Casi parecía como si ni siquiera sintiese lo que ella estaba haciendo; pero después de todo, ante el aspecto de algunas de sus cicatrices de mayor tamaño, era fácil deducir que habían llegado a hacerle tanto daño que aquella diminuta herida no significaba nada para él.

Pero significaba mucho para la conciencia de Hinata, porque ella nunca había sido la causante de que otras personas sufrieran dolor. Aunque su padre fue un gran guerrero, su madre había sido una sanadora y ahora Hinata profesaba ese mismo amor a la vida.

Cortó otro vendaje del trozo de lino y envolvió sus puntadas con él.

Lord Naruto guardó silencio mientras ella trabajaba, y sin embargo Hinata podía sentir sus ojos posados en ella. Examinándola.

Había algo distinto en aquel hombre, aunque no hubiese podido decir el qué. Y no era sólo el hecho de que pareciese deleitarle hacer que la gente le tuviera miedo.

«Es un sirviente del diablo —susurró la voz de Aelfa en su oído—. Dicen que ha asesinado a más de un centenar de personas sólo por el placer de darles muerte, y que ha matado a millares más en el campo de batalla. Cuando fue traído a la corte por primera vez, llevaba la túnica de un pagano y hablaba lenguas que nadie conocía. Dicen que vendió su alma al diablo para que lo hiciera invencible.»

Hinata no sabía cuánto de todo aquello era cierto, pero, a juzgar por el aspecto de su cuerpo, ella hubiese dicho que aquel hombre distaba mucho de ser invencible.

Por primera vez en su vida, se sentía atraída hacia un inglés. «¿Qué es lo que estás pensando?»

Hinata parpadeó. ¿Qué estaba pensando, ciertamente? ¡Era hija del jefe de un clan que había dedicado su vida a tratar de librar de los ingleses a sus amadas tierras! Su padre había muerto combatiéndolos, y ella nunca traicionaría su recuerdo.

Contempló el pecho de lord Naruto y se preguntó cuántas de las cicatrices de su cuerpo le habrían sido infligidas mientras combatía a los de su propia raza.

¿Y cuántos de aquellos miles de hombres que perecieron en la batalla habían sido escoceses?

—Ya está —dijo mientras terminaba de envolverle el brazo.

Naruto frunció el ceño ante el súbito velo que vio caer sobre el rostro de ella. No sabía cuál era el pensamiento que acababa de venirle a la cabeza, pero le dolió ver el modo en que la había despojado de su serenidad.

Ella recogió sus utensilios, farfulló un adiós y salió rápidamente de la habitación.

El fruncimiento de ceño de Naruto se hizo más marcado. Debería estar encantado de que por fin se hubiera ido, y sin embargo... ¿Por qué, de pronto, la habitación parecía más fría? Sacudiendo la cabeza, borró aquel pensamiento de su mente. Tenía cosas más importantes que hacer que perder el tiempo pensando en una mujer que no era asunto de su incumbencia. Itachi tendría que encontrar a otro hombre para que se casara con ella.

.

.

A la mañana siguiente, Naruto por fin había conseguido dejar de pensar en la joven.

Naturalmente, para ello había necesitado la ayuda de un baño frío después de una noche horrible en la que se vio atormentado por sueños de labios rojos como rosas y dulces ojos como piedras preciosas.

Después de desayunar, se había dado un golpe en el pie con tal violencia que temió haberse roto el dedo gordo. El dolor enseguida había borrado a la mujer de su mente.

En aquel momento iba hacia el establo, con la firme intención de salir a cabalgar un rato para asegurarse de que su cuerpo y su mente no volvieran a tratar de rebelarse.

—¿Naruto?

Se detuvo a mitad de una zancada. La voz le había sonado extrañamente familiar, y sin embargo no conseguía llegar a ubicarla. Mirando por encima del hombro, divisó a un hombre de pelo marrón y corto, unos diez centímetros más bajo que él. Había algo familiar también en sus facciones, pero no fue hasta que el desconocido sonrió cuando Naruto supo cuál era su nombre.

—El pequeño Konohamaru de Sarutobi —dijo, tendiéndole el brazo mientras Konohamaru se detenía junto a él—. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Konohamaru le tomó el brazo y le dio unas palmadas fraternales en el antebrazo dolorido.

—Casi una docena de años, me parece.

Sí, todo ese tiempo. Naruto había visto a Konohamaru por última vez el día en que el padre de éste cabalgó hasta Sarutobi Thorne para reclamar a su hijo de manos de Hiruz, el antiguo conde de Sarutobi.

—¿Y tu hermano? —preguntó Naruto, pensando en Draven de Sarutobi. Naruto y él solían compartir la labor de proteger a Konohamaru de la insidia del viejo conde—. Confío en que se encontrará bien.

Konohamaru asintió.

—Sí, hace dos años se casó.

Naruto casi sonrió ante la nueva.

—No, no me lo puedo creer. Estoy seguro de que tiene que haber toda una historia detrás de ello.

—Ven a tomar un trago conmigo, y te la contaré. Pero ¿Qué me dices de ti? ¿Te has casa...?

—Calla —dijo Naruto, interrumpiéndolo—. No se te ocurra ni susurrar esa palabra, no vaya a ser que me eches mal de ojo.

Konohamaru frunció el ceño.

—¿Echarte mal de ojo? ¿Cómo?

—Itachi ha estado amenazándome con el matrimonio. Todavía no he caído en la trampa. Espero que podré seguir posponiendo el momento de la ejecución.

Sus palabras hicieron reír a Konohamaru.

—Deseo que puedas continuar eludiendo la soga.

—Bueno, Konohamaru, ¿Qué te ha traído a la corte de Itachi?

Konohamaru sonrió malévolamente.

—Vine aquí en busca de aventuras, pero de momento sólo he encontrado unos cuantos barriles de cerveza, algunas criadas ávidas de afecto y muchos caballeros a los que les encanta alardear reviviendo eventos gloriosos que nunca tuvieron lugar. —Suspiró con abatimiento—. ¿Quién hubiese imaginado que la corte podía ser tan aburrida?

—Dale un poco de tiempo, hermanito. La corte siempre está llena de intrigas.

—Me imagino que para ti sí. Ya he conocido a varios de tus enemigos.

Naruto asintió.

—Asegúrate de que no te tropiezas con ellos en un rincón oscuro, especialmente si antes nos han visto hablar.

Konohamaru lo miró con expresión esperanzada.

—Vaya, eso sí que me proporcionaría algo interesante que hacer.

Antes de que pudiera responder, Naruto entrevió un movimiento muy rápido con el rabillo del ojo. Volvió la cabeza, para averiguar qué era lo que había atraído su atención.

Cortesanos y sirvientes iban y venían por el patio, absortos en sus respectivos placeres y obligaciones. No había nada que se saliera de lo habitual.

Nada, excepto un anciano de formas realmente muy extrañas que iba andando junto al muro del baluarte interior. Nadie reparaba en él, pero había algo en su persona que no parecía ser del todo normal.

Naruto alzó la mano para indicarle a Konohamaru que regresaría en seguida, y dio un paso adelante para poder ver mejor al anciano, cuya capa era un poco demasiado gruesa para un día de tanto calor.

Y mientras cubría la distancia que lo separaba de él, Naruto se percató de lo más extraño de todo.

El anciano tenía cuatro piernas.

Arqueando incrédulamente una ceja, Naruto vio cómo el hombre de las cuatro piernas iba hacia el establo sin que nadie intentara detenerlo.

—Dime una cosa, Konohamaru —dijo Naruto cuando su amigo se reunió con él—.¿Has visto alguna vez a un mendigo que tuviera cuatro piernas?

—¿Es un acertijo?

—Oh, no es ningún acertijo. Todo se reduce a ver hasta dónde conseguirá llegar ella antes de que alguien la detenga.

—¿Ella?

Naruto señaló la oscura figura que estaba entrando en el establo, y luego apretó el paso para alcanzarla.

Le dijo a Konohamaru que esperase fuera un instante antes de entrar sigilosamente en la oscuridad del establo, donde vio cómo la figura se separaba en dos mitades.

Naruto no pudo evitar sonreír mientras caminaba con sigilo a lo largo de las casillas para ver cómo la pelinegra llevaba al chico hasta un carro y luego lo cubría de heno.

—¿Estás segura de que esto va a funcionar? —preguntó el chico.

—Claro —le aseguró ella—. Oí al mozo cuando decía que iba a preparar el carro para ir a buscar más vituallas a la ciudad. Nos quedaremos muy quietos hasta que el carretero se detenga y entonces desapareceremos en la ciudad.

Subió al carro y se cubrió de heno.

Unos minutos después, un mozo entró en el establo y empezó a uncir al carro un tiro de caballos.

Naruto tuvo que admitir que la mujer no carecía de ingenio. Y si no fuera porque había asumido la responsabilidad de custodiarlos a ella y al chico, habría permitido que huyeran.

Pero no podía hacer eso. La única duda era si debía frustrar sus planes de inmediato o esperar un poco. Finalmente decidió esperar. Quería ver hasta dónde conseguía llegar ella valiéndose de sus propios recursos.

Salió de las sombras, ensilló rápidamente dos caballos y los llevó al lugar donde Konohamaru lo estaba esperando fuera del establo.

—¿Te apetece un poco de aventura?— le preguntó a Konohamaru.

—Eso es algo a lo que siempre estoy dispuesto.

Montaron y esperaron hasta que el carretero entró en el establo. Unos minutos después lo vieron salir en el carro.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó Konohamaru mientras seguían al carro a través del patio del castillo, en dirección a Londres.

—Seguimos a ese carro—respondió Naruto.

—¿Por qué?

—Porque lo tenemos delante.

—Bueno, no cabe duda de que eso responde a mi pregunta. Porque si lo tuviéramos detrás, entonces resultaría bastante difícil seguirlo.

Naruto sonrió.

—Ten un poco de paciencia, Konohamaru, y enseguida verás por qué lo seguimos.

El carretero fue hacia el distrito de los mercaderes, que estaba lleno de gente y rebosaba actividad. Cuando se detuvo enfrente de un pequeño grupo de tiendas, Naruto divisó una cabeza cubierta de paja que se asomó a mirar por encima del lateral del carro. En cuanto el carretero hubo desaparecido, la mujer bajó del carro, con el chico a un paso por detrás de ella.

Nadie pareció reparar en su peculiar actividad o, si fue así, no le dieron ninguna importancia.

Luego la mujer dedicó unos momentos a sacudir la paja que se había pegado a sus ropas y a las del niño, pero se le pasó por alto una brizna que quedó suspendida en el centro de un rizo de color negro azulado. La pajita oscilaba con cada uno de sus movimientos.

Konohamaru rió cuando la vio coger de la mano al chico para guiarlo a través del gentío.

—¿Por qué se escondía?

—Pretende escapar a la custodia real.

El buen humor desapareció de los ojos de Konohamaru.

—¿Deberíamos avisar a los guardias?

—No, me parece que podemos llevarla de vuelta al castillo.

—Entonces, ¿a qué estamos esperando?

—No tengo la menor idea. Simplemente me gusta verla maniobrar.

Desde la grupa de su caballo, Naruto pudo seguir a la mujer sin ninguna dificultad mientras ésta iba por la ciudad. Mantenía la cabeza baja, con una mano puesta sobre su hermano durante todo el camino. Cada pocos pasos, el chico se detenía y se dejaba distraer por algo, obligándola a ir más despacio, y no paraba de hacer comentarios sobre cada una de las personas y las cosas con las que se iban encontrando.

Sin duda la mujer ya estaría libre de no ser por él.

—¡Alto!

Naruto volvió la cabeza para ver a Hidan de Warrington entre el gentío. El caballero estaba mirando directamente a la escocesa. La mirada de ella se cruzó con la de Hidan por encima de las cabezas que había a su alrededor, y Naruto vio cómo cogía de la mano a su hermano y echaba a correr en dirección opuesta a través de la multitud.

—¡Alto, he dicho! —gritó Hidan más fuerte.

—Oh, eso es muy efectivo —comentó Naruto sarcástico—. Alto, o volveré a decir alto.

Las órdenes de Hidan ni siquiera la hicieron dudar, así que el hombre trató de correr tras ella, pero la multitud se lo impidió. Naruto vio la frustración en el rostro de Hidan un instante antes de oírlo gritar:

—¡Veinte marcos de plata para la persona que detenga a esa mujer y ese niño!

Naruto maldijo la estupidez de Hidan al ver que cada persona que había en la calle dejaba lo que estaba haciendo y echaba a correr en pos de la mujer y el niño.

—Eso no ha sido muy inteligente por su parte —dijo Konohamaru, expresando en voz alta los pensamientos de Naruto con una elección de palabras mucho más corteses que las que había en la mente de su amigo.

Naruto tiró de las riendas con firmeza al ver que Shitan empezaba a ponerse nervioso ante toda aquella repentina actividad. Su corcel de guerra había sido adiestrado para matar, y lo último que quería Naruto era que se derramara sangre inocente por la idiotez de Hidan.

—Ahora nunca la atraparemos —dijo Konohamaru.

—Oh, ya verás como sí... Naruto hizo volver grupas a su montura, se apartó de la multitud y entró en una calleja lateral. Londres no tenía secretos para él, y conocía muy bien todas sus calles.

Por si eso fuera poco, podía seguir los progresos de la mujer a través de los gritos y los alaridos de la turba. Picó espuelas y su montura se puso rápidamente en movimiento. Tenía que alcanzar a la escocesa antes de que el populacho enfurecido la hiciera pedazos.

Hinata temblaba mientras corría por las calles. El esfuerzo de respirar hacía que le dolieran los costados.

—No puedo seguir —gimoteó Lheo.

—Tienes que hacerlo, cariño. Si nos detenemos ahora nos cogerán.

No se atrevía a decirle que lo más probable era que el populacho los despedazara en su frenético intento de hacerse con los veinte marcos de plata. La suma que había ofrecido el caballero era una auténtica fortuna.

Lheo tropezó y cayó al suelo.

Hinata se volvió para ayudarlo a levantarse, pero ya era demasiado tarde.

La multitud enloquecida enseguida los rodeó.

—¡Ya los tengo, milord! —gritó un hombre cubierto de mugre mientras la agarraba del brazo.

—No, desgraciado, soy yo quien la tengo.

El grito resonó por todas partes mientras un millar de manos tiraban de ella, rasgándole las ropas y arrancándole mechones de pelo. Hinata gritó de dolor, pero a nadie pareció importarle.

—¡Lheo!

No podía ver ni oír a su hermano entre la multitud.

Entonces, saliendo de la nada, apareció un enorme corcel negro. La turba se dispersó cuando el caballo se encabritó, apartándolos de la mujer con un amenazador torbellino de cascos.

Con el corazón palpitándole frenéticamente, Hinata alzó la mirada y vio a lord Naruto.

El caballero negro controló a su montura con la facilidad propia de un guerrero curtido en mil batallas. Y cuando extendió la mano hacia ella, Hinata no vaciló en aceptarla.

Lord Naruto la alzó en vilo para sentarla delante de él; Hinata se apresuró a mirar alrededor y observó cómo Lheo era rescatado por un caballero de pelo marrón que montaba un caballo gris. Con un suspiro de alivio, se persignó y murmuró una rápida plegaria de agradecimiento a Dios y sus santos.

Pero su alivio no duró mucho tiempo, porque enseguida sintió una aguda conciencia de la proximidad del hombre que la sostenía sobre el lomo del negro corcel. Su fortaleza la rodeaba, haciendo que se sintiera extrañamente acalorada. Por muy inglés que pudiera ser lord Naruto, había algo en él que Hinata encontraba inmensamente atractivo. Fuera lo que fuese, aquel algo hacía que todo su cuerpo ardiera con un palpitar lleno de deseo que la dejaba perpleja.

A sus veintidós años, Hinata distaba mucho de ser una doncella ignorante de la vida que nunca hubiera sido informada acerca de las relaciones entre los hombres y las mujeres. Aunque ningún hombre la había tocado nunca, sus amigas casadas se habían ocupado de instruirla sobre los deberes de una esposa. La idea de lo que ellas le describían siempre le había parecido un poco enrevesada y completamente falta de dignidad. Al menos, eso era lo que pensaba hasta que vio el pecho desnudo de lord Naruto.

En ese momento, sus pensamientos habían tomado otros derroteros.

Por alguna razón, la idea de hallarse en una situación tan íntima con él parecía cualquier cosa menos repugnante o grosera. De hecho, Hinata no había dejado de darle vueltas a la súbita pregunta de cómo sabrían los labios de aquel hombre. De cómo sería sentir en su cuerpo sus manos, tan grandes y bronceadas por el sol, mientras ella pasaba los dedos por su sedosa cabellera.

—Al parecer, milady, siempre estáis saliendo de las garras de Escila para caer en las manos de Caribdis.

Hinata parpadeó ante aquella voz de bajo profundo mientras obligaba a sus pensamientos a que se apartaran del curso que habían estado siguiendo y se centraran en el presente.

—Mi tío asegura que es un talento especial que poseo.

La sonrisa de él hizo que Hinata sintiera que una extraña debilidad se adueñaba de ella. Cuando sonreía, aquel hombre era sencillamente devastador.

Lord Naruto hizo volver grupas a su montura y se dirigió hacia el castillo.

—Supongo que no podría sobornarlo para que me dejara en libertad — aventuró ella esperanzadamente.

—Ya sabes que no.

Hinata sintió que se le hacía un nudo en la garganta mientras trataba de contener el llanto ante la áspera firmeza de la respuesta.

—Lo único que deseo es volver a casa. ¿Es que no puedes entender eso?

Una extraña emoción oscureció los ojos de él, como si las palabras de Hinata hubieran avivado algún triste recuerdo.

—Sí, milady —dijo en voz baja—. Puedo entender muy bien vuestros sentimientos.

—Entonces, ¿por qué no puedes dejarme marchar?

—Porque Itachi necesita tenerla aquí para que así vuestras gentes dejen en paz a las suyas.

—Para que dejen en paz a vuestras gentes, querréis decir.

La mirada de él se oscureció de pronto.

—Yo no tengo a nadie —dijo solemnemente.

Hinata guardó silencio y su mirada descendió hacia el pecho de lord Naruto, donde los caballeros ingleses lucían los escudos de su familia o de su señor. El de él se hallaba vacío, y de pronto Hinata entendió por qué.

—Si no les debe lealtad a los ingleses, entonces deje que...

—Le debo lealtad a Itachi, y él quiere que se quede aquí.

—Muy bien —jadeó ella, sintiendo cómo todo el cuerpo se le envaraba a causa de la frustración—. Pero no dejaré de intentarlo.

—Y yo no dejaré de capturarla.

Hinata cruzó los brazos encima del pecho y trató de no tocar ninguna parte del cuerpo de lord Naruto. Pero eso era difícil. Especialmente dado que sus brazos la rodeaban como bandas de acero, inmovilizándola sobre su silla de montar.

El aroma de las bayas y la madera de sándalo envolvía su cuerpo. Era un olor intenso y embriagador. Hinata podía sentir cómo el fuerte corazón de lord Naruto palpitaba junto a su omóplato mientras volvían al patio interior del castillo.

Era tan apuesto, aquel desconocido, y aunque él lo negaba repetidamente y los cortesanos le aseguraban constantemente lo contrario, Hinata sospechaba que no era el diablo que pretendía ser. Si realmente fuese ese monstruo de leyenda, no sería capaz de mostrarse tan bondadoso, ni tampoco le habría importado lo que pudiera llegar a ser de ella o de su hermano.

Mientras iban hacia el establo, Hinata vio al rey inglés esperando allí con dos de sus guardias de pie detrás de él. También había un pequeño grupo compuesto por nobles y unas cuantas mujeres cuyas miradas llenas de curiosidad iban y venían entre ellos dos y el rey. Sin duda estaban buscando material para las murmuraciones.

La expresión que había en el rostro del rey Itachi indicaba que estaba muy disgustado.

—¿Qué ha sucedido? —quiso saber cuándo se detuvieron ante él—. Acabo de ser informado de su desaparición y me disponía a organizar una partida de búsqueda.

Lord Naruto la ayudó a desmontar, y luego pasó una larga pierna por encima de la grupa de su caballo y desmontó a su vez. —Nada— dijo y después añadió, tardíamente—, majestad. La dama sintió la necesidad de salir a tomar el aire. No la perdí de vista en ningún momento.

Itachi la miró con los ojos entornados por la sospecha mientras Konohamaru y Lheo desmontaban de su caballo. Konohamaru mantuvo quieto al chico con una mano delicadamente posada sobre su hombro. Por una vez Lheo guardó silencio, impresionado por la presencia de aquel rey inglés al que su tío les había descrito siempre como Lucifer hecho hombre. Sin duda el chico temía moverse, no fuera a ser que Itachi hiciera de él su próxima cena.

Cuando el rey volvió nuevamente la cabeza hacia lord Naruto, Hinata reparó en que su mirada se dulcificaba de una manera casi imperceptible.

—Bueno, nos alegramos de verlos juntos. Tenemos la esperanza de que se llevaran bien.

Hinata frunció el ceño con una súbita inquietud.

—¿Decíais algo, majestad?

Itachi hizo como si no la hubiera oído mientras daba un paso hacia Naruto y decía, en un tono destinado únicamente a ellos dos:—He encontrado a ese sacerdote, Naruto, y mañana por la mañana los veré casados.

Continuará...