CAPÍTULO III

Fushiguro sintió un extraño escalofrío recorrer su columna en cuanto abrió la puerta y los ojos del gemelo de Itadori se posaron sobre él. La mirada de Sukuna era fría, arrogante, carente de todo tipo de empatía y justo ahora la tenía completamente para sí mismo.

—Tú… —susurró, en un intento por contener el asombro y la rabia que de a poco comenzaba a desbordarse—, pero ¿qué crees que estás haciendo?

—¿Acaso no es obvio? —dijo Sukuna, como si todo quedase resuelto echando un vistazo alrededor—. Me dieron una cachetada —señaló su mejilla enrojecida—, y yo sólo actué en defensa propia.

—Defensa propia, dices —apretó puños y dientes al finalizar su oración—. ¡No seas ridículo! ¡¿Cómo demonios haces algo así en "defensa propia"?! —la voz tranquila que le caracterizaba fue sustituida por un repugnante desagrado.

Kugisaki fue arrojada con una furia absurda contra, al menos, tres pupitres que se volcaron en el suelo junto con ella. Por la posición en la que estaba, quizá porque la falda se le había atorado en alguna de las patas metálicas de los muebles, fue inevitable que Fushiguro no ignorase las bragas lilas de su compañera. Cerró los ojos por mero instinto y respeto, pero los abrió al instante para acercarse a ella; necesitaba ver donde pisaba.

—Kugisaki —le tendió una mano en cuanto pudo—. ¿Te encuentras bien? —sabía que la pregunta era estúpida dadas las circunstancias, y lo fue más cuando tuvo a la vista el rostro de la chica, que con la nariz sangrando y un labio partido no daba precisamente un buen aspecto; eso se iba a hinchar tarde o temprano.

—Já. He terminado en peores situaciones —agregó con brío al lograr reincorporarse con la ayuda de su amigo—. Pero me las va a pagar ese hijo de puta…

En cuanto Kugisaki aceleró su andar, con las manos hechas puño y el ceño fruncido, Fushiguro la tomó de la muñeca para detenerla, pero ella se soltó de un tirón y se lanzó de nuevo hacia Sukuna. No iba a dejar al bastardo ese irse de rosas sólo con una débil cachetada. ¡Mínimo tenía que tirarle un diente!

Una sonrisa guasona deformó las facciones de Sukuna, quien se puso a la defensiva para darle a esa mujer la paliza que exigía a gritos; sin embargo, el golpe no se lo llevó esa cara maltrecha que tantas ganas tenía de hacer llorar y ver suplicar, sino el brazo de Fushiguro, quien tomó a Kugisaki por el uniforme que cubría su espalda y tiró de ella hacia atrás, aprovechando eso para darse impulso e intercambiar posiciones.

Pese a poner la fuerza necesaria para resistirlo, Fushiguro sintió como se le entumecían de forma paulatina los músculos entre el hombro y el codo; a esa altura llegaba el rostro de Kugisaki, por lo que no le fue difícil intuir que Sukuna debía estar enfermo por llegar a tanto contra una pobre chica; era eso o él tenía un problema personal y buscaba desquitarse.

Como no quería darle tiempo a reaccionar, apenas recibió el golpe, contestó con la mano opuesta, lanzando un firme gancho hacia el abdomen de Sukuna, quien, previendo la acción, se echó hacia atrás para minimizar la potencia del impacto.

Luego de esto, ambos dieron un paso hacia atrás y se mantuvieron en una posición defensiva con los puños en alto.

—¿No te parece excesivo usar esa fuerza con una mujer? —preguntó Fushiguro.

—¿Excesivo? ¿Un feminista como yo? ¿Bromeas? —argumentó a su favor con cierto tono irónico—. Si alguien me busca pelea, lo que menos me importa es saber qué tiene entre las piernas. Hay que tratar a todos por igual, ¿no?

Fushiguro chasqueó la lengua. No tenía sentido razonar con alguien de moral tan ambigua.

—Discúlpate con Kugisaki.

—¿Hablas de la chica que huyó?

«¿Huyó? —Fushiguro volteó por un instante y, en efecto, su compañera ya no estaba—. Traidora» pensó sin malicia.

No obstante, ese breve descuido le costó caro, pues cuando giró el rostro para encarar a Sukuna, este ya había acotado la distancia entre ambos. No pudo parpadear siquiera, cuando lo que impactó contra su ojo izquierdo fueron unos nudillos que le hicieron retroceder a la fuerza, tambaleándose, con cuidado de no caer al piso. Algo le decía que si perdía su estabilidad, sería su fin.

—¿Nunca nadie te ha dicho que no puedes descuidarte en momentos así? Patético —tuvo el descaro de colocar ambas manos sobre la cadera.

Esa acción puso de malas a Fushiguro, era como si no lo tomase en serio. Es más, ¿cómo es que Sukuna no se veía afectado por el golpe de hace unos momentos?

Tuvo que cerrar el ojo maltratado porque veía borroso. Quizá era porque llevaba, al menos, dos años sin meterse en una pelea y tampoco había practicado con Gojō-sensei en ese tiempo, pero no planeaba bajar la guardia de nuevo. Esta vez, iría en serio.

En ese momento, algo vio Sukuna en el rostro opuesto, porque se irguió, un poco más reflexivo.

—Esa es una buena mirada (aunque sólo sea de un ojo) —sin meditarlo demasiado, regresó a su postura de combate.

Fushiguro se concentró en lo que debía, y como si sus años de peleador en la secundaria hubieran tomado control de su cuerpo, no le dio pauta a Sukuna para que pudiera responderle los golpes, pero se defendía muy bien y esquivaba la mayor parte de ellos.

—Eso está mucho mejor —agregó Sukuna, percibiendo como cada uno de sus músculos comenzaba a entrar en calor—. Ánimo, ánimo.

Había pasado un buen tiempo desde la última vez que se entretuvo tanto con alguien; a esas alturas, la mayor parte de las personas con las que había peleado ya habían perdido la consciencia o terminado con algunos huesos rotos (según su humor se lo permitiera). Le agradaba la destreza de Fushiguro; tenía buena velocidad y también la secuencia de golpes era apropiada, era una lástima que la habitación no les brindara espacio suficiente, porque seguro también podría ver alguna combinación con patadas. No obstante, ya era tiempo de terminar con ese teatro.

—Qué desperdicio de potencial —comentó, antes de desviar un golpe directo y girar hacia la parte externa, lo que le permitiría golpear la nuca contraria con el codo y largarse de ahí con toda la calma del mundo.

—¡Sukuna!

El grito de Itadori fue lo que detuvo a sukuna de terminar victorioso en la ridícula pelea improvisada. Por mero instinto, el nombrado se agachó para esquivar el placaje de su gemelo y con cierta gracia felina se apartó tanto de Fushiguro como del idiota que se había estampado de cara contra un locker.

—¡Es suficiente! —se levantó Itadori, extendiendo los brazos e interponiéndose entre los dos chicos, quedando de frente a su hermano—. ¡¿Eres idiota?! ¡¿No te das cuenta de la situación en la que estamos como para meterte en una pelea?! ¡¿Eh?! ¡¿Y te jactas de ser mejor que yo?!

—Porque soy mejor que tú —respondió con la monotonía de costumbre.

—¡No lo parece!

Sukuna divisó por el rabillo del ojo a la chica, Kugisaki, parada en la puerta de entrada. Seguro que ella había ido a buscar al mocoso.

Más que molesto, Itadori estaba preocupado. Claro que quería darle un buen golpe a Sukuna por estúpido, pero desde el inicio ambos sabían que incurrir en agresión física, siendo ambos menores de edad y sin ningún familiar o tutor legal al cual recurrir, los podía poner en graves problemas; así que… ¿Por qué?

Ni siquiera fue capaz de preguntarle aquello que se arremolinaba en su cabeza, pues el siguiente en aparecer en escena fue, nada más ni nada menos, que el súper profesor: Gojō Satoru.

—Bien, bien —habló, después de que sus ojos tras los anteojos se posaran sobre el rostro de cada uno de los presentes—, ¿qué está pasando aquí?

A decir verdad, él vagaba por los pasillos del instituto porque tenía flojera de calificar los trabajos de sus estudiantes, así que traspapeló todo en el escritorio de Nanami y tomó el camino hacia la libertad. Planeaba ser testigo de la práctica del equipo de basquetbol y perder el tiempo como porrista nada más para avergonzar un poco a Fushiguro, pero le sorprendió que no estuviera en el gimnasio. En su búsqueda por su querido estudiante fue que divisó a Itadori y a Nobara ir a toda prisa hacia pisos superiores, por lo que no dudó en seguirlos y, por primera vez en mucho tiempo, parecía que había hecho lo correcto. ¡Ahora tendría un pretexto mayor para no calificar tareas! Resolvería ese caso con toda su alma, porque el increíble detective Gojō acababa de cambiar de profesión.

—Una pelea de hermanos —aclaró Fushiguro, luego de unos segundos en silencio.

La cara pasmada de Itadori al escuchar aquello fue lo que hizo que todo el mundo, menos Fushiguro, que se encontraba detrás de éste, supieran que se trataba de una mentira, mas por alguna razón, Gojō decidió seguirle el juego.

—¿Ah, sí? —se colocó una mano en el mentón—. ¿Y cuántos hermanos tienes, Yūji? Porque yo veo a cuatro personas golpeadas. ¿Tu familia siempre fue tan grande?

«¿Es idiota?» se preguntó Sukuna, levantando una ceja con incredulidad. ¿Acaso esos lentes le cegaban demasiado? Itadori era un pésimo mentiroso.

Nobara tenía los ojos en blanco. Sería un curioso acontecimiento, pero ella y Sukuna no pensaban tan diferente.

—Itadori y Sukuna estaban peleando —explicó Fushiguro, avanzando un poco para ponerse a la altura de Itadori y encarar mejor a su profesor—. Nobara y yo quisimos pararlos, pero no tomamos el mejor curso de acción.

—Hm —Gojō meditó muy bien la explicación. ¿Por qué Fushiguro estaría asumiendo la responsabilidad? ¿Y junto a Kugisaki?—. ¿Es así, Nobara? —se giró hacia la chica, sólo para confirmar sus sospechas.

—Hn —asintió ella sin dudarlo—. Así fue —más tarde le pediría explicaciones a Fushiguro.

«Esta sí sabe mentir. Las mujeres dan miedo», interiorizó Gojō. Eso le dejaba pocas opciones: en primera instancia, no podía preguntar a Nobara; segundo, interrogaría a Fushiguro en casa, siempre podía poner en juego la mesada que le daba si se rehusaba a hablar; tercero, Sukuna era el más sospechoso de todos porque se le venía en gana decidirlo de ese modo, además de que las pocas miradas y palabras que habían cruzado desde que se transfirió de escuela, daban pie a que entre ellos no llegaran a ningún lado dialogando; por lo tanto, al único al que podía sacarle la sopa era a Itadori, el más transparente de todos y con quien mejor se llevaba, aunque tal vez sería mucha presión abordarlo en ese instante, por lo que hablaría con él al día siguiente.

—¡Muy bien! Entonces, esto es lo que haremos —se adentró en la habitación, tomó a Itadori de la muñeca y lo puso frente a sí, para dirigirlo hacia Sukuna (usarlo de escudo)—: Ustedes dos, sean buenos hermanos. No peleen y regresen a casa.

Despeinó con suavidad el cabello de Itadori a modo de despedida. Si su teoría era correcta, ellos dos nunca pelearon, así que no habría problema en dejarlos a solas. Después, se colocó a espaldas de Fushiguro, le puso las manos en los hombros y comenzó a dirigirlo hacia la puerta.

—Mientras tanto: Megumi, Nobara. Ustedes vienen conmigo a la enfermería. Están muy magullados.

Una vez afuera, giró sobre sus talones y se dirigió a los gemelos.

—Sé que pueden ayudarme a limpiar este desastre. Usen esto como excusa para reconciliarse —señaló los pupitres que estaban patas arriba y se retiró con una voz melódica—. Bye-bye.

Gojō se situó entre Kugisaki y Fushiguro, llevándolos bajo el ala al mismo tiempo en que tarareaba el opening de un anime que Fushiguro solía ver cuando era más pequeño.

No mediaron palabra alguna hasta que llegaron a la enfermería, atendida por Ieiri Shōko, una mujer ojerosa que parecía ser buena amiga de Gojō; algunos pensaban que eran pareja.

—Shōko —Gojō fue el primero en abrir la boca apenas entrar—, necesito que arregles a estos dos.

La mujer suspiró y sacó un par de guantes de látex de su bata mientras se dirigía hacia una mesita de rueditas que contenía diversos materiales de curación y hasta de disección.

—Sería bueno ver que de vez en cuando me traes un café o un almuerzo, en lugar de muchachos golpeados.


Tras brindar el tratamiento que la escuela podía proporcionar, Ieiri Shōko le indicó a Nobara que recogiera sus cosas, puesto que parecía tener la nariz rota e irían a un laboratorio para que le tomaran una radiografía. Al escuchar eso, Fushiguro apretó las manos; si tan sólo hubiera entrado a aquel cuarto mucho antes…

Gojō le puso una mano en el hombro a su estudiante.

—Tú también —agregó en cuanto Nobara salió de la habitación—. Nos vamos a casa.

—Pero…

—Yo avisaré a tu club.

Fushiguro sintió escalofríos. Le leyó el pensamiento.

Un poco antes de llegar a la puerta, Gojō sacó las llaves del auto del bolsillo izquierdo de sus pantalones y las lanzó hacia atrás sin voltear. Fushiguro estiró el brazo para atraparlas en el aire.

La habitación se mantuvo en silencio hasta que los pasos de Gojō dejaron de resonar a la distancia.

—Se preocupa por ti —dijo Shōko—. Sólo quiere que descanses un poco —también tenía el presentimiento de que quería interrogarlo.

Fushiguro dejó escapar un suspiro cansado antes de seguir con la plática.

—A veces no lo entiendo en absoluto —miró las llaves del auto que reposaban en su palma—. Ah, Shōko-sensei. Siempre he querido preguntarle algo.

—Eres muy joven para salir conmigo, así que no lo intentes. Pero ten —sacó una paleta de caramelo de su bata y se la extendió al otro—. Buen intento.

—No, no era eso.

—Oh.

Ambos se quedaron congelados unos segundos, pero Fushiguro tomó el dulce de todas formas. ¿Cuántas proposiciones de estudiantes había recibido esa mujer para reaccionar así? Bueno, era linda y soltera, y atendía a una bola de estudiantes hormonados. Era de esperarse.

—¿De qué se trata? —Shōko se animó a ser la primera en preguntar.

—¿Hace cuánto conoce a Gojō-sensei?

Siempre tuvo curiosidad, pues desde que era niño la veía llegar a la casa de Gojō; al inicio creyó que sería su novia, pero después descubrió que no era así y no fue hasta que entró a la preparatoria que tuvo oportunidad de tratarla más. Era agradable y mucho más sensata que su tutor.

—Hm —se llevó una mano al mentón—. Desde la escuela media.

—¿Y siempre fue así de extraño?

—Para nada —negó con la cabeza—. Antes era peor —y, como si hubiera recordado un hecho nefasto, se sobó el puente de la nariz con una mano, intentando aliviar la tensión.

—Ya veo —acto seguido se levantó e hizo una pequeña reverencia—. Gracias por revisarme. Tengo que irme.

—No fue nada —esbozó una sonrisita amable a modo de despedida.

Antes de que el muchacho cerrara la puerta, Shōko hizo uso de la palabra una vez más.

—Fushiguro.

El nombrado se detuvo y giró el rostro para hacer contacto visual.

—Sigue cuidando de Satoru, por favor. Sé que debería ser al revés, pero…

—No se preocupe —dijo, luego de que la otra no supiera qué más decir—. Ya tengo mucha práctica en eso —una vez más, inclinó la cabeza—. Hasta mañana.

Shōko le dio un último adiós con la mano. Aún debía esperar por la señorita Kugisaki para que le tomaran la radiografía, mientras tanto, pensaría en como vería a la cara a sus padres.


Una vez en el auto y a medio camino de casa, Gojō comenzó el interrogatorio.

—Megumi.

—¿Hn?

—¿No piensas decirme la verdad?

Fushiguro abrió la boca. ¿Qué iba a decirle?

La cerró.

La verdad es que le sorprendía, aunque a la vez no. Gojō tenía una especie de sexto sentido extraño que le ayudaba a saber cuando algo se desviaba del curso que debía seguir.

—¿Leíste sus expedientes? —preguntó Fushiguro.

—Sí. Sukuna es inteligente y problemático. Yūji es promedio y buen deportista —cada palabra que salía de su boca era serena, no estaba enojado porque le hubiese mentido.

—Ellos no tienen padres.

—¿Te sentiste identificado con ellos? —le habría gustado revolverle el cabello, pero estaba manejando—. Qué lindo. El pequeño Megumi tiene sentimientos.

Eso irritó un poco a Fushiguro.

—No me llame "pequeño".

—Está bien —canturreó sin darle mayor importancia—. Aunque —continuó, eliminando el tono juguetón de su voz, sin llegar a sonar completamente serio—, bueno, ellos viven donde su abuelo, así que…

—Falleció —interrumpió.

—¿Eh?

—Antes de que se transfirieran falleció su abuelo.

—Pero el estudio socioeconómico venía con el hanko de…

—Tengo entendido que Sukuna lo falsificó —explicó—. Me lo dijo Itadori.

—Oh… Oh, no —soltó un suspiro largo y pesado.

«Parece que esos dos me darán algunos problemas». Ahora se mostraba más impaciente por hablar con Itadori. Los gemelos llevaban pocas semanas en la escuela y tenían una situación más o menos delicada en casa. Quizá debía asumir que cargaban con algunos problemas económicos, pues venían de una escuela particular y si no contaban con más familiares a los cuales recurrir…

Gojō tenía dinero de sobra, era propietario de varias joyerías distribuidas por la prefectura, aparte de su trabajo como docente, pero no era un centro de beneficencia andante, así que lo más viable era averiguar la verdadera situación en la que ellos se encontraban antes de hacer algún movimiento.