Disclaimer: Todo lo que aparece en el fic es de Rowling, incluidas sus contradicciones.
Aclaración: Dean Thomas es un mestizo. Lo sé. Pero no supo que lo era y fue criado por un padrastro muggle, por lo que a todos los efectos de esta historia él se identifica como tal porque sus vivencias han sido esas. Me parece importante que dejemos que las personas se identifiquen por lo que sienten y viven en su realidad y no por lo que la sociedad encasilla en reglas rígidas e inflexibles. No es un alegato contra las palabras de Rowling. Qué va, en absoluto.
Una cuestión de confianza
Harry estaba distraído, dándole vueltas en la cabeza a la extraña tarde que habían pasado. Malfoy iba a volverle loco. Su comportamiento voluble lo desconcertaba. Dio un trago a la cerveza y se obligó a prestar atención a lo que explicaba Dean, pero sus pensamientos vagaban hacia el chico rubio que estaba a su lado de nuevo. Estaba sentado recto, con una mano sobre la rodilla y la otra sujetando el botellín. Era una postura aparentemente relajada, pero Harry recordaba que la noche anterior sí había estado menos envarado. Menos formal. De nuevo volvía a estar tenso, aunque disimulase mejor que esa mañana.
Admitía que estudiar con él se había sentido muy bien. Había algo en explicar las cosas que sabía que le producía un cosquilleo agradable en el vientre. Además, Malfoy había estado atento y no había cuestionado sus instrucciones ni sus consejos. El día anterior, cuando había visto a Malfoy entrar en la habitación y tirar su bandolera al suelo, Harry no hubiese apostado a que podrían convivir y apenas un día y varias discusiones después parecía que iban hallando un punto de encuentro. Aceptaba que él había puesto mucho de su parte, pero también era cierto que Malfoy se había disculpado. Se había disculpado. Dos veces. No hubiera creído que eso fuese posible si no lo hubiese escuchado y visto él mismo.
Ese Draco sí le gustaba aceptó Harry con un mohín, pensando que Draco y Malfoy a veces parecían dos personas distintas. Draco le agradaba, pero Malfoy era un imbécil y a él le costaba distinguir cuál de los dos era en cada momento. Sospechaba que la actitud relajada o envarada de Draco podía servir de pista pero los momentos como ese, en el que Draco parecía relajado y al mismo tiempo un poco tenso le confundían.
—Harry. ¡Harry! —lo llamó Ernie.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —reaccionó Harry confundido, parpadeando y ruborizándose al darse cuenta de que se había quedado ensimismado observando a Draco y pensando en él. Este también le miraba, sonrojado, pero no desvió la mirada.
—Que te toca, Harry —le dijo Morag con una carcajada—. Estabas en la luna.
—Lo siento, me he distraído —se disculpó Harry tartamudeando y esperando que no se hubiesen dado cuenta de nada más—. ¿Qué tengo que hacer?
—Draco te ha dicho tres cosas. Una de ellas es mentira, tienes que acertar cuál.
—¡Oh! Lo siento… no te he escuchado… Lo siento, no pretendía… —tartamudeó Harry, enrojeciendo todavía más, pero Draco no parecía disgustado—. ¿Puedes repetírmelas, por favor? —preguntó, esperando que el chico no hubiese vuelto a enfadarse. Nunca le había hablado de una manera tan educada y se arrepintió, pensando que Draco podría enfadarse, pero este le tranquilizó con media sonrisa, tirando de la comisura de su boca hacia arriba levemente, y asintió con la cabeza.
—Tengo un perro. Mi fruta favorita es la manzana verde. Me gusta andar descalzo.
Harry frunció el ceño y se mordió el interior de la mejilla, pensativo. Le había visto seleccionar un par de manzanas verdes en el desayuno y guardárselas en el bolsillo. Era evidente que le gustaban, aunque quizá era una trampa. Supuso que la tercera podía ser cierta también: Draco se había descalzado con naturalidad la noche anterior al entrar en las mantas que habían dispuesto en el suelo. No quería decir nada, pero no tenía mucha más información. Tampoco recordaba ningún perro cuando estuvo capturado en Malfoy Manor, pero sí los pavos reales albinos. De todos modos apenas había visto nada de la mansión y sus recuerdos estaban difusos.
—Creo que no tienes perro.
—Has acertado. Hace unos años sí teníamos perros, e incluso crups pero, luego… —Draco se puso repentinamente serio y su rostro se oscureció—. Luego ya no.
—Te toca preguntarle a Draco, Harry. Piénsalas primero y luego dilas todas a la vez —le recordó Dean.
—De acuerdo. —Harry se lamió el labio, pensativo—. Mi postre favorito es la tarta de melaza. Odio Adivinación. Mi color favorito es el rojo.
Draco le escudriñó con atención, ladeando la cabeza y entrecerrando los ojos. Harry casi podía oírle pensar. Se preguntó si estaría analizando las tres cosas y se angustió por si había sido demasiado sencillo o lo había complicado de más. Draco se mordió el labio inferior antes de decidirse a contestar. Harry se sorprendió admirando lo encantador que Draco parecía cuando hacía eso, asustándose acto seguido por haber pensado algo tan extraño.
—Nadie diría que no te gusta el rojo, Potter —dijo finalmente Draco en voz baja con un leve tono de sarcasmo que provocó risitas en los demás—. Estás rodeado de él por todas partes.
—Es cierto, el rojo me persigue. Aunque pueda no parecerlo, mi color favorito es el verde, no el rojo —rio Harry, absurdamente contento porque Draco hubiese acertado.
—Desde luego, no lo parece.
—Es el color de sus ojos —apostilló Hermione con una sonrisa maliciosa—. Y el color de los ojos de su madre.
—¡No es por eso! —protestó Harry incómodo, provocando una carcajada entre todos los demás.
El juego siguió por un rato y Harry se acabó el botellín de cerveza de mantequilla. Observó que Draco se iba relajando poco a poco y él también lo hizo. Rio con los demás cuando Neville fue incapaz de detectar la mentira de Morag y se sonrojó cuando Dean, en la segunda ronda, subió el nivel del juego introduciendo temas más personales.
—Me gustan los chicos. Nunca he besado a una chica. No soy virgen.
Michael lo miró con una expresión de desconcierto tan grande que el resto, a pesar de haberse quedado patidifusos también al oír a Dean, no pudo menos que echarse a reír cuando lo vieron boquear de asombro. Harry miró a Draco y se dio cuenta de que, aunque estaba sonriendo cortésmente, volvía a mostrarse nervioso.
—Yo… —Michael parecía totalmente indeciso—. No lo sé.
—Arriésgate —le dijo Dean con un guiño seductor que arrancó otra carcajada del grupo.
—Si te sirve de consuelo, Michael, comparto dormitorio con él desde hace siete años y tampoco sé cuál es la mentira —le consoló Neville mientras daba un último trago a su cerveza y con un toque de varita mandaba el botellín a la caja donde los guardaban para llevárselos de vuelta a Madame Rosmerta.
—Tampoco es que se te estuviera dando muy bien el juego hasta ahora. Eres un pésimo mentiroso —se burló Dean. Neville le enseñó el dedo corazón, pero siguió sonriendo, aceptando la pulla.
—Yo tampoco tengo ni idea —reconoció Harry, solidarizándose con Neville. Miró a Hermione, que sonreía con cara de saberlo y buscó apoyo con la mirada en Draco, que se encogió de hombros.
—Creo… —balbuceó Michael, indeciso—, creo que es la última. Que realmente sí eres virgen.
—Lo siento, gracias por haber jugado —sonrió Dean—. Es la segunda. Conocí a una chica preciosa este verano en el pueblo.
—Pero… has dicho… —tartamudeó Michael.
—No he dicho que no me gustasen las chicas. Sólo que los chicos me gustaban. Y eso es cierto. —La sonrisa de Dean se volvió más amplia y maliciosa.
—Harry, te vuelve a tocar —dijo Michael, intentando cambiar de tema—. Esta vez te toca proponer tú primero.
Harry estaba distraído de nuevo pensando en lo que había dicho Dean. No le extrañaba que hubiese dicho que le gustaran los chicos, más bien… que le gustaban los chicos y las chicas. Hasta ese momento, no se había planteado que esa opción estuviese disponible. Parpadeó sorprendido, comprendiendo algunos de los comentarios de su psicólogo durante la terapia conversacional, y contento porque una pieza del puzle de su vida que hasta entonces había intentado ignorar activamente, encajase: que los chicos podían parecerle tan guapos como las chicas y eso no era extraño, sino algo normal que le pasaba también a otros chicos. Se preguntó si cada vez que había pensado en lo encantador que le parecía Draco cuando se mordía el labio se debía a eso o simplemente a aquella nueva relación que estaban intentando mantener entre ellos, pero no le dio tiempo a plantearse nada más porque el resto de compañeros le miraba expectante a que continuase con su turno de juego.
—Yo… eh… —tartamudeó intentando ganar tiempo mientras intentaba pensar lo más rápido posible—. Vale… Me encanta volar, mi varita es…
—No, Harry —se quejó Dean—. Hazlo un poco más personal. No es necesario que sea sobre tu intimidad o tu vida sexual —le tranquilizó al verle que se ponía nervioso—. Sólo que sea algo más que tu golosina favorita o el nombre de tu primera lechuza.
—Yo… no sé muy bien si estoy cómodo jugando así.
—No vamos a decir nada ni juzgarte, Harry, pero si no quieres, no pasa nada —intervino Justin comprensivamente antes de dirigir una mirada de advertencia a Dean para que no estropease el clima de confianza forzando el juego.
Un silencio expectante cubrió la sala mientras Harry pensaba, indeciso. Miró a Draco, que parecía ligeramente asustado, pero Harry no supo si era por el giro que había dado el juego, como él, o miedo a que no confiase lo suficiente en él. Hermione extendió una mano al cabo de unos segundos, con intención de apoyarle en lo que decidiese, pero ya se había resuelto a jugar.
—De acuerdo. Se trata de conocernos mejor unos a otros, ¿no? Voy a intentarlo. —Harry inspiró con fuerza, asintiendo. Sacaría el valor Gryffindor si era necesario—. Mis tíos muggles me criaron como si fuese su hijo. El Sombrero Seleccionador quiso mandarme a Slytherin. El primer niño mago que conocí fue Draco Malfoy.
—¿Cómo? —Draco parecía desconcertado. El ambiente se había puesto bastante serio y algunos, como Morag o Justin, también le miraban con perplejidad.
—Son cosas personales, como ha pedido Dean. Muy personales, de hecho —murmuró Harry, sintiéndose inseguro al ver la reacción del resto y temiendo que esas cosas, que significaban mucho para él y le habían marcado de por vida, fuese algo banal para el resto—. Hermione puede dar fe de ello.
—Es así —confirmó esta, muy seria—. Eso ha sido muy valiente, Harry.
—Se supone que son cosas de las que debo hablar con naturalidad, pero hasta ahora no lo había hecho con nadie. Bueno… Hermione y Ron sí, pero… —Harry se encogió de hombros. Sabía que Hermione entendería a qué se refería. Su psicólogo le había aconsejado no callarse cómo había sido su infancia por miedo a ser juzgado o a ser víctima de la compasión de otras personas, ya que eso le ayudaría a superar esas partes de su vida.
—Te creemos, Harry. Es sólo… que no nos esperábamos… algo así —explicó Ernie, todavía un poco descolocado—. Que cualquiera de las opciones sea falsa hace que las otras sean sorprendentes e inesperadas cuanto menos.
—Y lo has puesto difícil —intervino Morag, que estaba pensativa, intentando averiguar la respuesta por sí misma—. Me alegro que sea el turno de acertar de Draco y no el mío.
—¿Draco? —preguntó Justin desde el otro extremo.
—No lo sé. —Draco parpadeaba rápidamente, negando levemente con la cabeza. Al contrario que en el anterior turno, Draco no parecía estar pensando y analizando sus palabras, únicamente estaba nervioso y desconcertado—. ¿De verdad el Sombrero quiso mandarte a Slytherin? —dijo tentativamente.
—Sí —asintió Harry—; dijo que me habríais ayudado a encontrar el camino a la grandeza.
—¿Habríamos hecho eso? —Draco había palidecido, pero Harry no sabía por qué.
—Slytherin, quiero decir —se apresuró a aclarar Harry—. La mentira es la primera. Me temo que mis tíos no me criaron como a su hijo. Más bien todo lo contrario, fui un estorbo en su vida. No… no me trataron muy bien que digamos durante la infancia. —Draco se había quedado mirándole atónito, con los ojos muy abiertos. Harry comprendió que no había esperado esa respuesta.
—Tampoco habría sido bueno para ti, Harry —ironizó Hermione intentando quitar hierro al asunto—. No me parece que Dudley lo haya llevado bien.
Harry soltó una carcajada amarga que no fue secundada por el resto más que por Hermione, que se inclinó hacia él para acariciarle la espalda con un gesto de consuelo. Ella y Ron le habían acompañado una última vez a casa de sus tíos tras la guerra para hacer de apoyo moral y ayudarle a enfrentar a las personas que le habían dado las migajas de una caridad casi inexistente durante toda su infancia. Cuando los había visto allí delante, tío Vernon mirándole con desprecio y Petunia avergonzada sin atreverse a acercarse a él, se había sentido abrumado por del dolor de todo lo que no debería haber ocurrido en una infancia arrebatada y agradeció que sus amigos estuviesen ahí con él, flanqueándolo.
Dudley sí se había acercado a él, estrechándole la mano como lo había hecho un año antes, cuando se despidieron en tiempos de guerra e incertidumbre. Le había acompañado por la casa mientras recogía sus muy escasas pertenencias, ayudándole. Se había despedido de él sin pretender disculpar la actitud de sus padres, a los cuales había reprendido y luego le había pedido que quedasen algún día y no perdiesen el contacto. Harry había asentido con poca convicción y mucha cortesía, deseando perder de vista aquella casa y aquella familia. Una vez había acabado todo, el peso de su infancia había caído sobre él y sabía que le costaría perdonarlos, aunque admitía que con Dudley sí iba por buen camino para conseguirlo. Ron lo había definido como su lado más Slytherin tras haber admitido que él obraría igual.
—Al menos lo ha llevado a lo grande —contestó Harry para seguirle el juego y relajar el ambiente. Ante la mirada extrañada del resto, les aclaró—: Mi primo es enorme, es más alto que Draco y pesa casi el triple que yo.
—¡Claro! —exclamó Dean, abriendo mucho los ojos por la sorpresa de la revelación—. Por eso esa ropa enorme que traías, sobre todo los primeros cursos.
—Sí, heredaba su ropa —admitió Harry empezando a sentirse incómodo. No había contado con tener que dar tantas explicaciones, sólo abrir una parte de su vida que era personal y que ayudaría a conocerle mejor—. Lo siento, creo que me he cargado el juego.
—No, Harry. No te lo has cargado —dijo Neville, emocionado—. Gracias por confiar en nosotros tanto como para contarnos esto.
—Sí, gracias tío —se sumó Dean.
—Ha sido algo muy valiente —susurró Morag. Harry parpadeó, sintiendo los ojos empañados en lágrimas. Justin debió notarlo, porque carraspeó y, con voz suave, reanudó el juego:
—Tu turno, Draco.
Harry se volvió hacia Draco todavía con el pecho anegado de emociones. Este le miraba con los ojos muy abiertos, casi sin parpadear. Parecía en shock. Se retorcía los dedos, frotándose las manos con nerviosismo. Harry reconoció en sus ojos la misma mirada enjaulada y aterrorizada que le había visto en otras ocasiones. Comprendiendo que no se atrevía a exponerse como había hecho él, Harry se apresuró a lanzarle un salvavidas.
—¿No es hora de que bajemos al Gran Comedor? —Harry consultó el reloj y, sorprendido de lo rápido que había pasado el tiempo realmente, añadió—: La cena debería estar empezando justo ahora.
—¡Ostia, es verdad! —exclamó Dean, levantándose—. Será mejor que bajemos, no creo que a McGonagall le parezca bien que nos empecemos a saltar las cenas el segundo día, por muy adultos responsables que nos considere.
Todos se apresuraron a salir a paso rápido en dirección al Gran Comedor. Harry esperó a Hermione para ir juntos, caminando a paso vivo. El sonido de unos pasos de alguien corriendo tras él le hizo volverse. Draco había acelerado el paso en lugar de quedarse rezagado a una distancia prudente. Harry elucubró que quizá quería llegar antes al Gran Comedor pero, cuando este los alcanzó, en lugar de rebasarlos, redujo el paso para caminar a su lado.
—¿Cómo te encuentras, Harry? —oyó que le preguntaba Hermione, mirándolo evaluadoramente. Cuando notó que Draco se había puesto a su altura le saludó con una sonrisa, pero este no la notó porque caminaba con la mirada puesta en el suelo.
—Bien —reconoció Harry con sinceridad.
Había sido incómodo, pero mejor de lo que había esperado. No había habido compasión en los rostros de sus compañeros, ni siquiera en el de Malfoy. Sólo sorpresa, disgusto hacia sus tíos y algo de admiración.
—Me alegro de que seas capaz de hablar de ello —dijo Hermione con una sonrisa orgullosa, aferrándose a su brazo.
En junio, apenas un mes tras la última batalla, Harry había comenzado una terapia psicológica muggle a instancias de Hermione. Le había ayudado mucho a poner en orden sus sentimientos y pensamientos. Se había visto obligado a interrumpir las sesiones al regresar a Hogwarts, pero su terapeuta le había pautado algunos ejercicios a poner en práctica. Hablar abiertamente de su pasado era uno de ellos.
—El psicólogo me recomendó que lo hiciese. Que hablarlo ayuda a aceptarlo y mejorar —dijo encogiéndose de hombros—. Un psicólogo es un médico que ayuda a superar los problemas mentales causados por situaciones como esta —explicó a Draco, dudando de si este sabía lo que era un psicólogo.
—Como en el juego de anoche —asintió Draco, que seguía caminando a su lado en silencio, comprendiendo—. Me parece muy injusto que alguien tenga que sufrir a manos de un familiar —murmuró con voz estrangulada.
—Ya pasó y no tengo que volver a verlos en mi vida. Ahora puedo pasar página.
—¿Por qué te dejaron allí? —preguntó Draco extrañado, sin poder contenerse—. Eras el Niño-Que-Vivió, cualquier familia de magos te habría acogido. La Orden del Fénix esa que montó Dumbledore o aquí mismo en Hogwarts.
—Esas son las preguntas por la que decidí empezar a visitar a un psicólogo. Pero no funcionó, para empezar porque a respuesta a ellas… Dumbledore está muerto. Y, como he dicho, el psicólogo es muggle. No puedes abrirte del todo a una persona a la que no puedes contarle la mitad de las cosas. Está obligado a guardar el secreto profesional y no contárselo a nadie, pero seguramente me derivaría a un psiquiatra por creer que estoy loco.
Irritado, suspiró sólo de pensarlo. Él había tenido que empezar a digerir todo aquello tras terminar la guerra todo antes de darse cuenta de lo realmente horrible que había sido. En cambio, a Draco apenas le había llevado unos minutos comprender que lo que los Dursley le estaban haciendo era injusto y que se podían haber buscado soluciones alternativas durante su infancia. Draco Malfoy. Casi había sonado preocupado por él.
—Sobre Harry pesaba una protección por el sacrificio de amor de su madre —aclaró Hermione con tono resabiado. Draco frunció más el ceño al escucharla—. En esa casa vivía el único familiar vivo de Harry por línea materna y Dumbledore reforzó esa protección con un hechizo. Voldemort no podía entrar en esa casa y Harry se beneficiaba de dicha protección mientras lo considerase su hogar, aunque sólo fuese durante unos días al año.
—No me creo que ese viejo no pudiese encontrar ninguna alternativa mejor —espetó Draco levantando una ceja—. Era el mago más poderoso de su generación, ¿no? Y se supone que de los más inteligentes.
Entraron en el Gran Comedor, que ya estaba lleno. Lo cruzaron bajo la atenta mirada de McGonagall y se sentaron en sus sitios. Draco se sentó a su izquierda con la misma naturalidad con la que Hermione se sentó al otro lado.
—Lo cierto es que opino como tú, Draco —contestó Hermione. Draco volvió a levantar una ceja, pero esta vez con expresión de sorpresa.
—¿En serio? —preguntó Harry, sorprendido también. Hermione nunca se lo había dicho.
—Claro que sí. —Las fuentes frente a ellos se llenaron de comida cuando Dean y Neville, que llegaron los últimos, se sentaron—. ¿Qué diferencia había entre que pasases el verano en casa de tus tíos o en casa de Ron? Incluso en Hogwarts, como las vacaciones de Navidad y Pascua. No veo por qué tenías que estar donde tus tíos, sobre todo antes de la llegada de Voldemort. Y cuando este volvió, nada impidió que pudiese volver a tocarte o regresar. Tampoco me creo que Dumbledore no supiese o se imaginase lo que estaba pasando en esa casa.
—Tienes razón —asintió Harry—. Cuando todo el mundo creía que Sirius quería matarme no tuvieron problema en dejarme vivir en el Caldero.
—¿Has vivido en el Caldero Chorreante también? —preguntó incrédulo Draco.
—Sí, durante el verano anterior a tercero —asintió Harry. Riéndose al recordarlo, añadió—: Inflé involuntariamente a la hermana de mi tío después de que me insultase a mí y a mis padres durante toda la cena. El Ministro me hizo vivir el resto del verano allí.
—Suena horrible y desagradable. Lo de que tu tía te insultase, no lo del Caldero. Lo del Caldero tuvo que ser un alivio por no tener que estar con tus tíos ese tiempo. —Draco se mordió el labio inferior. Harry había empezado a sospechar que cada vez que hacía eso era una mezcla de reflexión, concentración y, a veces, arrepentimiento. No tuvo que quebrarse mucho la cabeza para suponer en qué estaba pensando.
—Pues sí. Me pasé el verano mirando escobas y comiendo helados en Florean Fortescue. En fin, ahora ya da igual —zanjó Harry, intentando olvidarse del tema—. No tengo que volverlos a ver nunca más, Voldemort está muerto y puedo seguir con mi vida.
—Por cierto, Harry —intervino Dean desde el otro lado de la mesa, interrumpiéndolos—, tienes que decirnos cuánto te debemos de las cervezas y los dulces.
—Creo recordar que os avisé de que esta primera ronda invitaba yo.
—No podemos estar así, sobre todo si pretendemos hacer vida en la sala común y que esté surtida —negó Morag—. Hay que establecer un sistema para que todos contribuyamos a la persona que baje a Hogsmeade a comprar.
—Podemos poner bote —propuso Justin—. Un galeón cada uno da para bastante. Cuando se acabe el dinero, volvemos a poner otro.
—Buena idea —aprobó Ernie—. Quien vaya a comprar solo tiene que usar el dinero en común.
—Todos de acuerdo, entonces.
—Yo preferiría no hacerlo —dijo entonces Draco con brusquedad—. No os preocupéis, no beberé ni comeré nada en la sala común. De hecho, te pagaré las cervezas que me he bebido, Potter.
—He dicho que a la primera ronda invitaba yo, no hay más discusión en eso —espetó Harry, malhumorado por su insistencia—. No vas a pagar tú cuando el resto no va a hacerlo.
—¡Oh, Draco! ¡Sólo es un galeón! —exclamó Morag, intentando animarle—. Y lo pasamos muy bien en la sala común ya lo has visto. No vas a ser el único que mires mientras el resto bebemos cerveza, me sentiría un monstruo desalmado. Igual que comer un helado delante de un niño pequeño.
—Pues no miraré, McDougal. Puedo quedarme en el dormitorio, no hay problema —replicó tajantemente Draco con tono borde y duro.
Todos enmudecieron en la mesa, incómodos por la situación. Morag parpadeó, desconcertada por la reacción de Draco. Este mantuvo la vista fija en su plato, respirando agitadamente y evitando mirar a nadie. Había escondido las manos bajo la mesa, pero Harry vio que estaba retorciéndose nerviosamente los dedos, cada vez con más intensidad. Se había dado cuenta que hacía eso, probablemente de manera inconsciente, cada vez que se enfrentaba a un problema o se sentía mal. Tras unos segundos en los que todos ellos comieron en silencio, Draco tiró violentamente sus cubiertos encima de la mesa, se levantó y, sin despedirse, salió del Gran Comedor con grandes zancadas.
—¿Qué mosca le ha picado ahora? —preguntó Michael con una mueca de desprecio.
—Michael… —le reprendió Morag en tono amistoso.
—Pregunto en serio —insistió Michael frunciendo el ceño y elevando la voz—. Cualquiera diría que nos hace un favor sentándose con nosotros en lugar de ser nosotros quiénes le hacemos un favor a él.
—Yo no considero que le esté haciendo un favor, Michael —contestó Hermione intentando imponerse sobre la voz de Michael.
Harry vio que el resto de compañeros asentía mostrando su acuerdo con Hermione. Incluso Neville, según constató con algo de sorpresa. Neville había sido uno de los que más había sufrido, junto a él mismo, las invectivas de Draco durante los años anteriores y Harry había pensado que sería uno de los que más le costaría pasar página. Neville intercambió una mirada con él y Harry le sonrió agradecido, orgulloso de su valentía y también de su nobleza.
—No sacamos nada positivo si no somos capaces de crear un grupo cohesionado siendo sólo nueve —añadió Hermione en voz más baja, disgustada por las palabras de Michael—. ¿No hemos aprendido nada de los prejuicios que nos han llevado ya a dos guerras?
—Precisamente son sus prejuicios lo que me preocupa —argumentó Michael, más enfadado.
—Creo que Hermione tiene razón —dijo Justin con voz clara, interrumpiéndole para hacerse oír por todos en la mesa.
—¡Tú eres hijo de muggles! —exclamó Michael con incredulidad.
—Yo también lo soy a todos los efectos —intervino Dean, muy serio y con el rostro desencajado. Suspiró con fuerza y se frotó los ojos antes de mirar a Michael con cara de circunstancias—. Michael, sé que tú sufriste a manos de los Carrow y de los amigos de Malfoy. Te comprendo. Yo tuve que vagar por el país sin detenerme, con miedo a ser atrapado, durmiendo donde podíamos y con miedo a dejarnos ver en cualquier pueblo. Y aun así, puedo ver que Draco no es la persona que me hizo eso. Estuve prisionero en su casa unas horas y lo vi. Su rostro mostraba el mismo terror que el nuestro, el mismo desagrado hacia los mortífagos. Cuando su padre le preguntó, no delató a Harry.
Michael apretó los labios mirando a Harry, todavía sin creérselo. Este asintió, confirmando la historia de Dean. Nunca había hablado con él de aquel episodio en particular y se arrepentía de no haberlo hecho. Hacerlo quizá les habría ayudado a ambos. Harry parpadeó, emocionado. Neville y Dean no habían dudado en salir en defensa de Draco a pesar de todo. Se sintió orgulloso de sus amigos y al mismo tiempo deseó haber sido capaz de darse cuenta antes de algo que ellos dos veían tan claramente.
—Tenemos que ser capaces de dejar la guerra atrás de una vez —determinó Hermione, frunciendo el ceño—. Estamos marcados por ella, sí. Y Draco lo está tanto como cualquiera de nosotros. Si nosotros no somos capaces de hacerlo, ¿cómo va a hacerlo el resto del colegio? ¿O de la sociedad?
—Además, Harry siempre ha sido el que peor se ha llevado con él y parece que Draco le cae bien, ¿verdad? —Justin le miró con una sonrisa optimista—. Sé que le molestó compartir habitación contigo, Ernie y yo le vimos salir como una fiera ayer por la mañana del cuarto y sin embargo te has sentado a su lado en clase y parece que no os lleváis mal.
Harry volvió a asentir, sin saber qué contestar. No se sentía tan noble como Neville ni tan generoso como Dean. Sólo había intentado contener su impaciencia porque McGonagall y Hermione se lo habían pedido, aunque gracias a eso después hubiera descubierto que Draco le caía bastante bien cuando no se comportaba como un idiota.
—Y habéis estado toda la tarde juntos en el dormitorio sin mataros —apostilló Ernie—. Si Hermione, Dean, Neville y tú podéis dejar atrás esa rencilla de años atrás, el resto también podemos.
—Supongo —murmuró Michael, rindiéndose ante la mayoría.
—Claro que sí, Michael. A lo mejor no de un día para otro, Michael, no queremos que te sientas mal. Tienes derecho a estar enfadado. Poco a poco, ¿de acuerdo? —le dijo Morag, sonriéndole comprensivamente y agarrándole la mano para animarle. Michael no levantó la mirada de su plato.
—Yo… esto… —Harry miró a Hermione, todavía sin saber muy bien qué decir, incapaz de añadir algo propio a las declaraciones de los demás—. Iré a hablar con él. —suspiró finalmente. Hermione le sonrió con orgullo. Extrajo un saquito de los bolsillos de su túnica y rebuscó en él hasta encontrar dos galeones—. Mi parte y la de Malfoy.
Salió deprisa en dirección al ala este, rezando porque Malfoy no hubiese ido a otra parte. Esquivó a los alumnos de cursos inferiores que ya habían terminado de cenar y estaban saliendo también del Gran Comedor, considerando la idea de echar a correr para alcanzarlo.
—¡Harry! —Se dio media vuelta al oír que lo llamaban—. ¡Harry!
Ginny, Luna y Dennis salían del Gran Comedor, dirigiéndose a paso rápido hacia él. Sorprendido, Harry se paró a esperarlos. Cuando llegaron Ginny se puso de puntillas para saludarle con un beso en la mejilla. Harry, incómodo, no se lo devolvió. Él todavía se sentía un poco violento, a pesar de que era quien había terminado la relación. Tenía la sensación de que la chica todavía sentía algo por él y no quería hacer nada que la alentase a albergar esperanzas. Comprendía cómo se sentía y estaba seguro de que Ginny sólo necesitaba tiempo. Al fin y al cabo, ella había estado enamorado de él durante muchos años, mientras que Harry sólo había tenido fugaces sentimientos que no habían sobrevivido a la guerra. Era él quien no tenía que haber empezado aquella relación en primer lugar o haberla finalizado definitivamente cuando correspondía. Deseaba poder ayudarla, pero tampoco sabía cómo hacerlo.
Al ver la cara de desolación de Ginny cuando le había dicho que no deseaban que continuasen juntos, Harry había comprendido que no se puede borrar todo lo que has sentido hacia alguien durante tanto tiempo en sólo unos días. Además, reconocía que no había sido llevado todo aquello de la manera más noble y valiente. Como Gryffindor, Harry a veces se sentía una estafa. Tras el funeral de Dumbledore había huido cobardemente, dejándola con una excusa idiota digna de la película americana romántica más cutre de la historia. A partir de ahí, se había limitado a convertirse en el sujeto pasivo de la relación, sin pensar en ella ni en sus sentimientos, consciente de que le estaba esperando pero sin encontrar dentro de sí mismo la correspondencia adecuada. No se lo había contado a su psicólogo, pero estaba seguro de que este le habría reprendido por la forma poco asertiva en la que había manejado el asunto.
—Hola, Ginny —contestó Harry un poco tenso, todavía con la mente puesta en Draco—. Hola, Luna, Dennis.
Le extrañó la repentina efusividad de Ginny. Durante las últimas semanas del verano apenas se habían dirigido la palabra cuando Harry visitaba La Madriguera. Harry no había tenido nada más que decirle una vez había confrontado y analizado sus propios sentimientos y sabía que la chica seguía justamente herida, pero había llegado a la conclusión de que ella tenía que superar su propio duelo. Sólo deseaba que algún día Ginny pudiera perdonar su torpeza sentimental y recuperar su amistad. Se planteó con esperanza que quizá aquel fuera un primer paso de la chica para ello.
—Hola, Harry —contestó Luna con su voz dulce. Dennis se limitó a saludarle con un cortés asentimiento—. Parecía que tenías prisa.
—Eh… Sí, yo tenía… —Se preguntó cómo explicarlo y se dio cuenta, con disgusto, de que estaba buscando justificase y que hacerlo sólo fomentaría actitudes como la de Michael: gente que pensaba que ser amable con las personas con el bagaje Draco era generosidad que concedían magnánimamente y no algo que merecieran por simplemente existir—. Iba en busca de Draco.
—¿Draco? —preguntó Ginny con un rictus de asco—. ¿Ahora llamas así a Malfoy?
—Le vi salir del comedor con prisa —intervino Luna. Harry se dio cuenta, con pena, de que Ginny tenía tantos motivos como Michael para seguir viendo a Draco como un enemigo de quien desconfiar e intentó armarse de paciencia, comprendiendo que tampoco era culpa suya y que, como muchas otras personas, necesitarían ayuda y tiempo para perdonar—. Probablemente se topó con un mnemosino, olvidó algo importante y tuvo que volver a por ello.
—¿Un mnemo… qué? —preguntó Harry, distrayéndose de sus pensamientos al oír la palabra.
—Una criatura que hace que olvides lo que ibas a hacer. Cuando se aleja de ti, vuelves a recordarlo —explicó Luna con voz soñadora.
—¿Ahora vais a haceros amigos de Malfoy, Harry? —interrumpió Ginny con tono acusatorio, cortando la explicación de Luna.
—Es un compañero más, es importante llevarnos bien entre nosotros. —Harry suspiró, frustrado por el tono empleado por la chica.
—¿Acaso te has olvidado de quién es, Harry? —siguió Ginny, ignorándole—. ¡Por Morgana, Harry! ¡Su padre fue quien me dio aquel diario! ¡Peleó en el bando de Quién-Tú-Sabes! ¡Su familia secuestró a Luna!
—Draco no debería de ser juzgado por lo que hizo su familia, sino por lo que hizo él —murmuró Harry, triste al oír lo que pesaban los errores de Lucius todavía en Draco.
—Cuando estuve encerrada en la casa de los Malfoy, Draco se portó muy bien con nosotros —comentó Luna, con voz calmada—. Se interesaba por nuestro bienestar, nos traía lo que podía a escondidas. A veces bajaba, se sentaba allí y charlaba con nosotros de cualquier cosa.
—No lo sabía —dijo Harry, conmovido al oír aquello, parpadeando—. Imaginaba que Draco no lo había estado pasando bien en ese momento, pero nunca me habías contado esto, Luna.
—Tampoco habías preguntado —señaló amablemente la chica.
—Entonces, ¿fundamos ya el club de fans de Malfoy o esperamos a reclutar a alguien más? —espetó Ginny, cada vez de peor humor—. Podemos crear un comité de excusas para cualquier acto reprobable que haya cometido.
—Mira, Ginny, no sé muy bien adónde quieres llegar con esto, pero en este curso nosotros vamos a ser nueve —dijo Harry con firmeza, convencido de que ese día no iban a llegar a ningún acuerdo y pensando que era mejor dejar claras algunas cosas que fuesen germinando en la mente de Ginny con el tiempo, ayudándola a perdonar—. Hemos decidido tener una convivencia agradable y no veo nada de malo en ello.
—¿No ves nada de malo en ser amigo de Malfoy? —preguntó Ginny incrédula.
—No veo nada malo en tener una relación cordial con mi compañero de cuarto y de sala común, no. Y tampoco lo vería mal si fuéramos amigos, pero creo que ese es otro tema. Vamos a tener que compartir un montón de espacios este año, seguir comportándonos como niños sólo lo empeoraría.
—¿Compartís cuarto? —escupió Ginny—. Harry, tienes que hablar con McGonagall para que tome cartas en el asunto inmediatamente.
Harry lamentó el daño que la guerra había provocado en todo el mundo. La sociedad tardaría mucho tiempo en conseguir superar aquello y eso siempre que lo hiciese y el conflicto no se enquistase, revirtiendo el equilibrio de poder. Harry observó a Ginny, que estaba roja de furia, intentando ser paciente igual que hacía con Draco.
—Ginny, soy yo quien tiene que compartir la habitación y no me importa —recalcó Harry. Quizá le había fastidiado hacerlo en un inicio, pero había puesto de su parte por llevar las cosas de manera adulta, como McGonagall le había pedido y tenía que conceder que, salvo episodios puntuales, Draco también estaba colaborando y estaban consiguiendo llegar a un consenso—. Todo está bien, de verdad. Además, McGonagall lo sabe y está de acuerdo —añadió en un intento de zanjar el asunto con un argumento de autoridad.
—¿Qué? —exclamó Ginny, abriendo los ojos desmesuradamente ante las palabras de Harry.
Preguntándose qué opinaba, Harry miró de reojo a Dennis, que estaba absorto en sus zapatos como si fueran lo más interesante de aquel pasillo, por lo que no podía verle bien la expresión de la cara. Luna observaba a Ginny con el entrecejo ligeramente fruncido, como si a ella también le disgustase un poco la actitud de Ginny. Ver a ambos así reforzó su idea de que no estaba haciendo algo malo, como Ginny parecía creer.
—Ginny —intervino Luna de nuevo con su voz suave—. Draco no es un mal chico. Estaba en el sitio equivocado en el momento equivocado. Tomó las decisiones que tuvo que tomar, muchas de ellas porque no le quedó más remedio o las tomaron por él, y no se enorgullece de ellas. Se merece una nueva oportunidad. Debemos perdonar para seguir adelante y superar todo esto de una vez.
—¿Perdonar? Nadie perdonó a Fred, ni a Colin. Ellos sí tomaron las decisiones correctas y no están con nosotros. —Dennis alzó la mirada, con los ojos empañados, al oír aquello—. No debería siquiera estar en Hogwarts. No se lo merece.
—Entiendo que estés dolida, Ginny. Seguramente tienes todo el derecho a estarlo. —Harry no sabía cómo se podía consolar un dolor tan enraizado que casi rozaba el odio. Se sintió responsable. Tampoco quería eximir de responsabilidad a Malfoy; sus actos habían sido los que habían sido, pero Harry también había azuzado ese odio. Una bola de nieve que se le escapaba de las manos. No sólo a él, a toda la sociedad mágica. Deseó que todavía estuviesen a tiempo de pararla, de reparar y perdonarse mutuamente todo el daño—. Ese es un golpe bajo. Dumbledore decía que Hogwarts siempre acudirá en ayuda de quien lo necesita. Y McGonagall dijo que él lo necesitaba.
Harry recordó que no había dicho aquello realmente. Más bien había sido que Draco no deseaba estar en Hogwarts, pero no le había quedado más remedio. Aun así, no se corrigió, pensando que si no era lo mismo, se parecía bastante y seguramente era cierto también. Al ver que Ginny hacía un aspaviento indignado, dispuesta a seguir con la discusión, la interrumpió:
—Lo siento Ginny, quizá deberíamos charlar en otro momento cuando todos estemos más calmados. Ahora mismo no me apetece seguir hablando. Además, no veo modo alguno de que con quien comparta el dormitorio o con quien me lleve bien sea algo en lo que debas opinar, lo siento. —Era consciente que estaba sonando seco, pero no supo suavizarlo más. Tampoco creía que fuese a salir nada positivo de seguir insistiendo en el tema y necesitaba que Ginny comenzase a comprender que aquella actitud beligerante no llevaría a nadie a ninguna parte—. No obstante, me alegro de que nos hayamos visto. Hasta luego —se despidió con un gesto de la cabeza, correspondiendo a la sonrisa de Luna antes de darse media vuelta en dirección al ala este.
Caminando lo más rápido posible a pesar de que tras el tiempo perdido correr no tenía sentido alcanzar a Draco, Harry le dio vueltas en la cabeza a la conversación. Seguramente si no hubiese oído el comentario de Michael en la mesa le habría sorprendido más, pero aquello le había hecho ser consciente de que no todo el mundo iba a dar una nueva oportunidad a Draco. Como con Ginny, Harry no podía culpar a Michael. En cierto modo, Draco estaba a expensas de que la sociedad, estando en el bando ganador, fuese comprensiva y estuviese realmente dispuesta a pasar página. Incluso en el grupo que habían formado, donde todos se habían esforzado por enterrar el hacha de guerra, el conflicto había sido inevitable.
Justin había intentado desde el principio crear un ambiente de camaradería con la ayuda de Dean y Ernie. Hermione les había presionado, sobre todo a él, para acoger a Draco. Morag no había tenido nada personal contra Draco y Harry había visto durante la cena cómo reprendía a Michael y le instaba a perdonar. Neville sí había sufrido el acoso de Draco y aun así había mostrado su acuerdo con Hermione y había aceptado a Draco en el grupo sin quejarse. Comprendió, por lo que habían dicho Justin y Ernie, que su propia actitud había ayudado a que el resto aceptase a Draco mejor. Probablemente, sin la intervención de McGonagall y Hermione él tampoco le habría dado una oportunidad y eso le remordió la conciencia. Una vez más, era un símbolo de una lucha que otras personas encarnaban con más nobleza que él.
Comprendía tanto a Michael como a Ginny. Pero también empatizaba con la mirada acorralada de Draco, con su deseo de disfrutar de lo que los demás tenían y él creía vetado para sí. Y estaba convencido de que Draco era una víctima más de la guerra. Las acciones de su padre no podían pasarle factura eternamente y ya había pagado suficiente por sus errores. Dándose cuenta de que habría muchas más personas con prejuicios hacia Draco y todas las personas que no habían tenido la valentía de rebelarse o pelear contra Voldemort durante su reinado, convirtiéndose en cómplices necesarios, decidió esforzarse en ser la persona noble y generosa que sus compañeros parecía creer que era y dar ejemplo de ese perdón que permitiría que las heridas sanasen.
Llegó al pasillo del ala este y, antes de ir a otro sitio, asomó la cabeza dentro de la sala común, que estaba vacía. Decidió probar suerte en el dormitorio concluyendo que si no lo encontraba allí, utilizaría el Mapa del Merodeador para localizarlo. Antes de entrar golpeó suavemente con los nudillos y esperó unos segundos para dar la oportunidad a Draco de elegir si deseaba que entrase o no.
—Soy Harry —murmuró contra la puerta, sin saber todavía si Draco estaba dentro o no.
Al no obtener contestación, entró. Draco estaba acurrucado en el alféizar interior de la ventana, abrazándose las piernas y mirando el cielo estrellado, totalmente a oscuras. La luz de la luna recortaba su figura contra la ventana. La repisa era tan ancha que Draco cabía sentado con comodidad. Estaba mirando hacia la puerta cuando Harry entró y le saludó con un gesto de la cabeza antes de apoyar la cabeza en las rodillas.
—Hola, Draco —saludó Harry en voz baja. Cerró la puerta tras de sí y se sentó en su cama, cerca de él, poniendo las manos entre las rodillas y sin saber bien qué decirle—. El resto se ha quedado un poco preocupado —comenzó, intentando romper el hielo. Decidió no decirle lo de Michael, no aportaría nada positivo—. No hemos entendido muy bien tu reacción.
Draco levantó la cabeza, sin mirarle y apoyó la nuca contra el marco de piedra de la ventana, suspirando con cansancio y cerrando los ojos.
—Draco —continuó Harry, recordando los consejos de su psicólogo para solucionar conflictos—, no sé qué es lo que te molesta de todo esto. Me gustaría que me lo contases si te apetece. Pero al margen de ello, tanto a mí como al resto nos gustaría seguir contando contigo cuando nos reunamos para pasar un buen rato en la sala común. No voy a decirte que seamos ya todos amigos porque no sería verdad, pero creo que habíamos conseguido llegar a un punto de entendimiento muy bueno. Seguir juntándonos, aunque sea para jugar a tonterías, nos ayudará a seguir conociéndonos mejor y coger confianza entre nosotros.
Se calló, esperando ver alguna reacción en Draco. Sus ojos ya empezaban a acostumbrarse a la oscuridad y podía ver el brillo húmedo de los ojos de Draco, mirando a través del cristal hacia el horizonte oscuro.
—Entiendo que no quieras hablar conmigo de esto. Es normal —dijo Harry, resignado. Limpiándose el sudor de las manos en la pernera de los pantalones, decidió que lo mejor sería cambiarse y lavarse los dientes. No se le ocurría qué más decir y quizá Draco necesitaba que le diese más espacio y tiempo.
—¿Por qué quería mandarte el Sombrero a Slytherin? —preguntó de repente Draco sin mirarle—. Aparte de eso que has dicho de que podríamos ayudarte a encontrar la grandeza.
Harry parpadeó, sorprendido por la pregunta. No entendía a qué venía, pero el tono había sido amable, como si Draco no quisiera ofenderle, y curioso. Sopesó las posibles respuestas, que iban desde decirle que no era asunto suyo hasta contarle la verdad. Considerando que no podía ser peor que lo que ya sabía de los Dursley y comprendiendo que era la forma de Draco de corresponder a su intento de acercamiento, decidió ser sincero.
—Es cierto es que eso fue lo que me dijo el Sombrero. Por su parte, Dumbledore creía que era porque el Sombrero pudo ver dentro de mí la parte del alma que Voldemort depositó sin querer al matar a mi madre —dijo Harry al cabo de unos segundos, midiendo las palabras cuidadosamente—. Creo que simplemente está hechizado para mirar dentro de nosotros y ver aquello que vamos a ser. Percibió la valentía en Neville que nadie supimos ver. O la de Hermione a pesar de que cualquiera habría dicho que tiene alma de Ravenclaw. Y también influyó que yo le rogué para que no me pusiera en Slytherin.
«Que no me pregunte por qué, que no me pregunte por qué…», rezó Harry, que no quería mentirle y tampoco hundirle.
—¿Por qué? —Draco giró la cabeza para mirarle. Harry cerró los ojos, maldiciendo su decisión de esforzarse por ser noble.
—No conocía el mundo mágico —respondió Harry con un suspiro, buscando las palabras para ser asertivo—. Para mí, todo era nuevo. Oí hablar por primera vez de las casas de Hogwarts cuando te conocí a ti, que estabas seguro de que irías a Slytherin. En ese momento no… no me caíste muy bien. Fue… desagradable. —Draco seguía impertérrito—. En el tren… te comportaste como un imbécil. No estoy diciendo que lo seas o lo fueses —se apresuró a aclarar. No quería que pensase que lo estaba insultando—, sólo que te comportaste así. Luego oí que de ahí había salido Voldemort y casi todos los magos tenebrosos. Se convirtió en un rechazo instintivo y me aterrorizó ir a Slytherin cuando llegó el momento.
—Entonces, ¿es verdad? ¿Fui el primer niño mago que conociste? —preguntó Draco, cambiando de tema. Harry respiró aliviado al percibir que no estaba enfadado, sólo sorprendido.
—Sí. En Madame Malkin, ¿recuerdas? Tú estabas…
—Sí —le interrumpió Draco con un asentimiento—. Es verdad que me comporté como un imbécil. En aquella época solía hacerlo a menudo.
Draco volvió a sumirse en sus pensamientos, mirando de nuevo por la ventana. Harry esperó en silencio, sin saber si este había dado la conversación por finalizada.
—Antes dijiste que usabas ropa heredada de tu primo muggle. —Draco rompió el silencio un minuto más tarde, sin mirarle.
—Sí. No tenía nada más que lo que la caridad de mis tíos quisiese darme. Dumbledore me dejó en su puerta y ellos me acogieron por algún tipo de obligación, pero nunca supe cual. Sólo que cuando mi tía quiso echarme de casa cuando tenía quince años, fue Dumbledore quien le recordó aquella obligación —contestó sinceramente Harry, que se dio cuenta de repente que estaba desnudándose emocionalmente frente al que había sido su enemigo durante siete años, contándole detalles que sólo Hermione y Ron conocían.
—Suena terrible —lamentó Draco. Harry, que recordaba las burlas de Draco durante todos aquellos años sobre su orfandad o los insultos a su madre había temido encontrar burlas o, peor, compasión, pero Draco sólo parecía empatizar con él con tristeza. No había rastro de aquel Draco cruel e insensible, lo cual le animó a seguir sincerándose.
—Lo… lo fue. También creo que el dolor de saber que yo no tenía a mis padres conmigo como mi primo si tenía a los suyos, cuidando de él, me angustiaba más que el hecho de no tener nada propio.
—¿Cómo fue? No tener nada, quiero decir —se apresuró a aclarar Draco, avergonzado.
—Durante mi infancia no lo eché de menos. No conocía otra cosa. Cuando entré en Hogwarts descubrí que mis padres me habían dejado una generosa herencia y entonces fue cuando empecé a poder usar mi propio dinero.
—Claro, los Potter eran sangre pura de buena posición. Tu abuelo hizo una fortuna con una poción alisadora para el pelo.
—¿Lo sabes? —preguntó Harry, pensando en la ironía de que Draco supiese más de su familia que él mismo.
—Por lo que has contado, me parece que lo sabía antes que tú, incluso. Estudié las genealogías mágicas antes de entrar en Hogwarts. Sí, sabía que eras rico. Creía que lo habías sido desde que naciste, que no te había faltado de nada. No supe interpretar las pistas, como la ropa usada.
Harry sintió congoja al oírlo, pensando en todo lo que Draco podría contarle de sus antepasados que él desconocía.
—La familia Malfoy también es muy adinerada —continuó Draco, con voz calmada—. Mucho más que los Potter, incluso a pesar de todas las indemnizaciones que hemos tenido que pagar. Actualmente, mi padre es el propietario de todo ese patrimonio. Yo no tengo acceso a él, igual que tú cuando eras pequeño. Elegí venir a Hogwarts, pero mi padre no lo quiso comprender así que tengo que apañarme con lo que tengo: mi baúl de Hogwarts, mis viejos uniformes y los libros de texto que compré el verano antes de que la guerra estallase. Mi madre me ha intentado ayudar todo lo que ha podido, pero el patrimonio de los Black que la correspondió está en bienes gananciales con el de los Malfoy y apenas dispone de dinero propio.
Las palabras de Draco, que respondía la pregunta de Harry sobre el porqué de su actitud en la cena, cayeron en su estómago como una losa. Se le empañaron los ojos por la desazón que le provocó lo familiar que le resultaba lo que Draco le estaba contando. Con ironía, pensó que ambos tenían en común bastantes más cosas de las que podían parecer en un inicio.
—Siento que tengas que verte en esa situación, Draco —dijo Harry sinceramente.
—Yo también. Me gustaría seguir yendo a las reuniones de la sala común —confesó Draco en voz baja—. Admito que esta tarde he pasado un mal rato al pensar que tendría que contar mis más oscuros secretos delante de todos —se rio con ironía y amargura—, pero me habéis tratado muy bien y me he sentido uno más del grupo desde el principio a pesar de… mi pasado. Pero si tengo que elegir entre las reuniones y poner un galeón del que no dispongo ahora mismo…
—No tienes que elegir —se apresuró a aclararle Harry—. Si Morag hubiera sabido esto, no te habría insistido para pagarlo.
—No planeaba que nadie lo supiese. Pero tampoco esperaba saber cosas de ti como las que me has contado hoy. Estoy tan acostumbrado a tenerlo todo a mi capricho que ni siquiera me había dado cuenta de que alguien debía haber pagado las cervezas que me he bebido ayer y hoy hasta que lo han mencionado. Eso es lo que más me ha cabreado, no el comentario de McDougal.
—No tiene importancia, Draco —dijo Harry.
—Sí la tiene. No puedo seguir comportándome como si todo fuese mío. Aprendí por las malas que no era así. Y no hablo sólo de dinero —murmuró Draco, sonando triste.
—No te enfades, ¿vale? —Inspirando fuerte, Harry le confesó—: Como no sabía esto, antes de subir aquí a hablar contigo planeaba intentar convencerte de que poner un galeón no era mucho dinero y que todos queríamos verte en las reuniones sin incomodidades sobre quién ha pagado qué. Así que… puse dos galeones en el bote. El tuyo y el mío.
—¿Qué has hecho qué, Potter? —La voz de Draco se había teñido de enfado.
—Creía que conseguiría convencerte y que accederías a ponerlo. Ni siquiera me imaginaba nada de lo que me has contado.
—Porque no eres observador, Potter —dijo Draco, todavía indignado.
—No quiero que te molestes por ello. Pero… ya que está hecho, me gustaría que lo aceptaras. A mí no me importa poner dos o tres galeones extra si eso ayuda a que estés en la sala común. Ni siquiera tenemos que decírselo al resto, podemos decir que me has devuelto tu parte después de hablar.
Draco se giró hacia él, escudriñándolo en la oscuridad con una mirada extraña. «Que acepte, por favor», rogó Harry, cruzando los dedos disimuladamente. Finalmente, Draco asintió. Después desvió la mirada hacia el suelo, avergonzado. Harry se levantó de la cama y, antes de ir al baño para lavarse los dientes, le apretó el hombro en un gesto de amable camaradería. Draco levantó la vista y le dedicó una sonrisa tensa antes de volverse de nuevo hacia la ventana.
NdA. Los mnemosinos están inspirados en el título de Mnemósine, un fanfic de Fenix Errante, que fue el que me dio la idea. A su vez, ella sacó la idea de Mnemósine, la diosa de la memoria.
La idea de que Luna y Draco charlasen durante la estancia de esta en Malfoy Manor cuando era prisionera me obsesionó mucho tras escribir este fic. Tanto, que meses después acabé escribiendo (y publicando) Prisioneros, donde exploro esta relación. Salvo por un detalle del final de este fic (que no quise cambiar durante la corrección porque bueno, estaba bien así), podría perfectamente ser una precuela. E incluso ese detalle podríamos justificarlo jajaja. Desde luego, esta Luna piensa igual que ese Draco y este Draco piensa igual que el de esa historia en muchas cosas. Perdón por el autobombo.
