¡YAHOI! Sí, ya, tarde, como siempre. No digo más. Aquí os lo dejo.
Disclaimer: Naruto y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Masashi Kishimoto.
¡Espero que os guste!
Día 4: Police/thief
Protegerte
―El zafiro de la princesa, la joya perdida de los antiguos reinos del norte, ha sido hallada hace unos meses por un grupo de arqueólogos que buscaban restos de las civilizaciones antiguas al pie de las montañas. Al parecer, la tan preciada piedra apareció enterrada junto con varios objetos, todos de incalculable valor histórico, aunque no monetario. El zafiro fue la única joya que se encontró junto a los restos. Después de comprobar su valía y limpiarla, el gobierno ha anunciado públicamente que la expondrán durante las próximas semanas en el museo de Historia de la capital, para que todo el mundo pueda admirar a esta reliquia…
―Bien―pronunció el capitán de la policía, apagándola televisión―. Como habéis oído, esta es una ocasión única. El alcalde nos ha dicho que le demos máxima prioridad a esto. Así que durante las próximas semanas, el grueso de nuestras fuerzas se concentrará en proteger la dichosa piedra de la princesa… ―Uno de los agentes se aclaró la garganta.
―El zafiro de la princesa, señor…
―Eso he dicho, Takahashi. ―El oficial se sonrojó y bajó la cabeza―. A lo que iba, necesito vuestros culos apostados día y noche en el museo de Historia. Porque cómo ese dichoso pedrusco desaparezca, podemos darnos por muertos, literalmente. Así que… ¡Hyūga!
―¡Señor!―Una joven vestida con el uniforme de la policía se levantó de su asiento, en posición de firme y haciendo el saludo reglamentario, sus ojos perlas llenos de determinación.
―Necesito a mi mejor teniente en esto, así que tú estarás al cargo. ―Ella asintió una vez con la cabeza.
―¡Sí, señor! ¡No le defraudaré, señor!―El capitán suspiró.
―Sí, sí, lo que sea. Asegúrate de que nadie le pone un dedo encima a ese zafiro noséqué. Eso es todo. La teniente Hyūga organizará los turnos. Así que estad atentos a sus órdenes. ¡Y no quiero quejas! El alcalde ya está detrás de nuestros culos. No quiero darle ningún motivo más de queja ¿estamos?
―¡Señor, sí, señor!―El capitán hizo un gesto con la mano y los agentes se dispersaron, hablando en susurros.
―Hyūga, ven un momento. ―La agente se acercó a su superior―. Sabes por qué te lo he pedido a ti, ¿verdad?―La chica contuvo las ganas de soltarle de soltarle alguna bordería.
―Me lo imagino, señor. ―Hizo una pausa y luego respiró hondo―. ¿Kyūbi ha mandado un aviso?―El capitán asintió. Agarró los papeles que había encima de una mesa y extrajo del medio una bolsa de pruebas con un papel dentro.
―El muy desgraciado tiene la desfachatez de decirnos incluso por dónde va a entrar, cómo si se burlara de nosotros. Y además ha puesto tu nombre. Por eso te lo he pedido a ti. Tal vez le gustas o algo así, no sé, es un tío, y los tíos pensamos solo en tres cosas: comer, dormir y sexo con una tía buena. Y tú, bueno… no estás mal. ―La joven tuvo que hacer un esfuerzo descomunal por no deshacer su tirante sonrisa.
―Le agradezco el cumplido, señor―soltó, tensa como una cuerda de violín―. ¿No hay huellas ni marca identificativa alguna?―El capitán hizo un gesto de negación con la mano.
―Nada. Lo de siempre: papel de carta que se puede comprar en cualquier papelería, escrita a ordenador. Ni huellas, ni ADN, ni marcas de agua. Nada. ¿Crees que podrás?―Se puso rígida.
―Por supuesto, señor.
―Esa es mi chica. Pues nada. Te lo dejo a ti. Si necesitas ayuda, pídeselo a alguno de los chicos. Seguro que estarán encantados de echarte una mano. ―Ella asintió y, cuando él hizo un gesto despidiéndola, se dio la vuelta y regresó a su mesa de la comisaría, rechinando los dientes.
¡Malditos hombres y malditos estereotipos! ¡Estaba harta de que la consideraran una cosita frágil con serrín en la cabeza! Reconocía que no todos en el cuerpo eran del mismo pensar, pero los policías de la vieja escuela, como su capitán, todavía pensaban que había sido una muy mala idea permitir a las mujeres el acceso a los cuerpos policiales.
Pero eso solo le daba más ganas de demostrarles cuán equivocados estaban todos. Hasta ahora, ella era la que tenía la ratio de detenciones y de casos resueltos más alto de toda la comisaría. Pero ni con esas había logrado disipar los prejuicios de todos.
―¡Hinata!―Ella se detuvo y sonrió a un alto chico de ojos azules y pelo claro que se le acercaba con dos vasos de café en la mano. Le tendió uno cuando llegó a su altura.
―Gracias―agradeció ella, cogiéndolo y dando un sorbo. Sabía a rayos, pero era lo mejor que la comisaría podía permitirse. Echaba de menos el café fuerte y dulce de la cafetera último modelo de su casa.
―¿El jefe te ha dado mucho la lata?―Ella se encogió de hombros con una sonrisa.
―Es de la vieja escuela. No le doy importancia. Ni tú tampoco deberías, Toneri. ―El chico dio un sorbo a su propio vaso de café, haciendo una mueca nada más saborearlo.
―Eres mi compañera. Sería un idiota si no me preocupara. ―Ella sonrió, una sonrisa brillante que hizo que se le acelerara el corazón al muchacho.
―Te lo agradezco. Pero no es necesario.
―Claro que sí. No me fío un pelo de ese novio tuyo inútil para na-
―¡HINATAAAAAAAAAAAA! ¡TE HE TRAÍDO UNA MUDA'TTEBAYO!―Toda la comisaría se dio la vuelta a un tiempo para ver a un alto rubio de impresionantes ojos azules, cuerpo de dios griego y sonrisa deslumbrante avanzar por todo el recinto como si este le perteneciera.
El corazón de Hinata saltó en su pecho y se levantó de un salto, nerviosa de repente. Toneri gruñó y agarró su vaso de café con más fuerza, llevándoselo a los labios para terminárselo de un trago.
―¡Na-Naruto-kun!―Él se detuvo ante su mesa y alargó un brazo para posarlo en su nuca, atraerla hacia él y darle un beso en los labios―. E-estoy en el trabajo… ―susurró ella cuando al fin la soltó. Él se limitó a reír, todo su cuerpo vibrando con el sonido que envió escalofríos por todo el cuerpo femenino.
―Ya, me imaginaba que ibas a tener que hacer horas extras, por eso te he traído ropa de recambio. Ten. ―Hinata agarró la bolsa que él le tendía y ella se lo agradeció con una de sus tímidas sonrisas, esas que eran solo para él.
―T-te lo agradezco de verdad, gracias. ―Se puso de puntillas para darle un corto beso en los labios que él intentó hacer un poco más largo y profundo―. Naruto-kun… ―Él se apartó, resignado, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón vaquero.
―¿Qué tal el día?―Le preguntó, mientras ella se sentaba en la silla tras el escritorio y dejaba la bolsa con la muda debajo de la mesa.
―Bi-bien. Organizándonos para la exposición, ya sabes… ―Naruto se recargó en la superficie gris de la mesa de trabajo de su novia.
―Ah, sí, el zafiro ese tan raro, ¿no? Sakura-chan creo que le está hinchando la cabeza al teme para que la lleve un día de estos. Supongo que tú no querrás ir… ―Hinata suspiró. La conocía tan bien…
―No, creo que tendré suficiente con todo el trabajo extra que me está dando…
―Deberías ponerte a ello, entonces, ¿no crees?―soltó Toneri, irritado porque la pareja lo estuviera ignorando. Naruto parpadeó y se giró hacia él, como si no lo hubiera visto antes.
―Oh, hola, Toneri. No te había visto'dattebayo―sonrió, todo inocencia y bondad. Toneri gruñó.
―Sí, seguro―gruñó―. Si nos disculpas, tenemos mucho que hacer. Aún tenemos que organizar las guardias, así que…
―¿Vais a hacer guardias? Vaya, sí que debe de ser gorda la cosa. ―Hinata lo miró, advirtiendo su expresión divertida. Le lanzó una mirada de reproche y él alzó las cejas en respuesta.
―Esta vez lo atraparemos, sin duda―masculló Toneri. Naruto pareció ahora verdaderamente interesado en sus palabras.
―¿Atrapar? ¿A quién?―Toneri tensó la mandíbula.
―A ese estúpido ladrón que no hace más que dejarnos en ridículo. ―Los orbes azulados del rubio se abrieron con sorpresa; pero también se iluminaron con un destello de algo que solo aquellos que lo conocían bien podrían haber distinguido.
Y Hinata lo conocía muy bien.
Demasiado bien.
―Naruto-kun―advirtió. Él no le hizo caso, por supuesto. Nunca se lo hacía.
―¿Kyūbi? ¿Es que os ha mandado una nota?
―Y ha pedido expresamente que Hinata esté presente. El muy bastardo. ―Toneri miró entonces para Naruto, con un brillo malévolo en su mirada azul claro―. Si no vas con cuidado, puede que te la roben. ―Naruto no acusó el golpe. Se limitó a sonreír ampliamente.
―¿A mi chica? Nah, no creo que nadie quiera a una mujer que está enamorada de otro. ¿Verdad que no, nena?―Hinata los miró a los dos, con cansancio. Eran como dos niños pequeños peleándose por un puñetero caramelo.
Solo que, en este caso, el caramelo era ella.
―Naruto-kun. Toneri. Basta. ―Ambos se miraron una última vez, desafiantes, para luego desviar la mirada. Naruto se acercó una última vez a Hinata y le dio un beso en la frente.
―Para que te dé suerte. Nos vemos esta noche―le susurró de forma que solo ella lo escuchara.
Ella se sonrojó levemente y lo vio darse la vuelta e irse finalmente.
―No entiendo de dónde lo has sacado. Es un bueno para nada… ―Hinata miró para Toneri con el ceño fruncido.
―Que no arriesgue su vida todos los días cómo nosotros no quiere decir que sea un inútil, Toneri. ―Él levantó las manos con las palmas hacia arriba.
―No quiero discutir. Sé que llevo las de perder si de él se trata. Siempre lo vas a defender antes que a mí.
―Toneri… ―dijo ella, con cansancio.
―Me voy a hacer el papeleo pendiente. Avísame si me necesitas. ―Hinata lo vio irse con algo de tristeza.
Tres años atrás, Toneri se le había declarado, esperando que sus sentimientos fuesen correspondidos. Pero, lamentablemente, ella no sentía lo mismo por él y tuvo que rechazarlo, de la forma más amable que pudo. Sin embargo, Toneri era obstinado, y seguía intentándolo.
Suspiró. No, tenía que concentrarse. Tenía trabajo por delante. Agarró la nota embolsada y le dio la vuelta, leyendo lo que ponía en la misma:
Esta noche robaré el zafiro de la princesa. Será un añadido perfecto para mi colección.
Si quiere atraparme, mándeme a esa policía tan sexy que siempre logra encontrarme.
Aunque no atraparme. Estoy deseando proseguir con nuestro juego.
Siempre a su servicio,
Kyūbi
Hinata no pudo evitar que las comisuras de sus labios se levantaran en una leve sonrisa.
Esa iba a ser, sin duda, una noche de lo más entretenida.
―¿Todos listos?
―En posición y a sus órdenes, teniente. ―Hinata asintió para sí.
―Estad atentos. Corto y cambio. ―Terminó la comunicación y regresó a su posición vigilante, ante el cubo de cristal bajo el que reposaba sobre un cojín de terciopelo el zafiro más grande y hermoso que había visto nunca.
Si Kyūbi quería llegar hasta allí, tendría que pasar no solo por ellos, sino también por un montón de trampas y de alarmas que harían saltar el museo en cuanto alguna se activara. El alcalde había querido pecar de extremadamente cauto esta vez, así que no había reparado en gastos para la seguridad de aquella joya.
―¿Crees de verdad que vendrá?―Le susurró un policía a otro.
―Seguro. Kyūbi nunca ha faltado a una cita, como las llama él.
―¿Y sabes por qué ha pedido que esté presente la teniente Hyūga?
―Al parecer ella fue la primera mujer a la que asignaron a sus casos. Está como un poco obsesionado con la teniente.
―Yo también me obsesionaría con esos… ―Hinata los fulminó a los dos con la mirada y los dos agentes palidecieron en cuanto se percataron de que los había oído.
«Hombres» pensó para sí. Tal vez el capitán tenía razón: los seres pertenecientes al sexo masculino solo podían pensar en tres cosas…
―Oye, ¿no crees que esto está muy silencioso?
―Sí, es raro, ni siquiera hemos visto aún las linternas de los que hacen las rondas. ―Hinata frunció el ceño, dándose cuenta de que lo que decían ahora sus hombres era cierto.
Había apostado al menos una docena de agentes dentro del museo y les había dado indicaciones precisas de cómo y cada cuánto debían patrullar el interior de las salas. Debería haber visto el destello de una linterna en lo que llevaban ahí vigilando. Y sin embargo…
Un presentimiento la recorrió. Desenfundó su arma y los dos agentes que la acompañaban se tensaron.
―¿Teniente?
―Quedaos aquí. Yo iré a comprobar el perímetro. ―Ellos asintieron y se pusieron en posición, también con las armas desenfundadas.
Hinata avanzó con cautela entonces de sala en sala, escudriñando las sombras y buscando a sus hombres.
Encontró a dos desmayados contra una pared en la sala dedicada a Egipto. Y a otro en la sala de Grecia. Se dirigió hacia el ala oeste, con la pistola en una mano y la linterna en la otra.
―Toneri, ¿me recibes?―llamó por la radio a su compañero, encargado de la protección de aquella zona del museo―. ¿Toneri? ¿Estás… ―Calló en cuanto percibió el cuerpo del hombre, sentado en una pose sumamente graciosa contra una vitrina en la que se exponían algunos pergaminos y vitelas con escrituras antiguas; alguien la había metido el dedo en la nariz, le había sacado la lengua y le había pintarrajeado la cara―… ahí?―Hinata bajó la mano en la que sostenía su arma y, con vergüenza, tuvo que llevarse los nudillos a la boca para no reírse.
―El muy idiota pensó que podría conmigo, ¿sabes?―Una voz ronca sonó justo en su oído, estremeciéndola.
Se giró a la velocidad del rayo e iluminó a su inesperado visitante con la luz de la linterna, esperando cegarlo, para acto seguido intentar golpearlo con el brazo. Él la esquivó con una ágil pirueta, dando una voltereta en el aire hacia atrás y cayendo con las rodillas flexionadas al otro lado de la vitrina.
―¿Así es cómo saludan ahora a los visitantes en el museo? Creía que eran más civilizados. ―Hinata entrecerró los ojos en su dirección, gruñendo―. Eso, querida, no es muy femenino. ¿Qué diría tu hipotético futuro marido si te viera gruñir como un borracho de taberna cualquiera?―Las pálidas mejillas femeninas enrojecieron; pero Hinata no apartó la vista de él, ni siquiera cuando él se levantó, con una actitud relajada, como si no estuviera preocupado en absoluto de que la mitad del cuerpo de policía andaba tras sus pasos―. Imagino que, siendo la chica inteligente que eres, ya habrás dado aviso de mi presencia. Lástima―chasqueó la lengua―quería haber jugado un poco más. ―Tras la máscara de un zorro que le cubría el rostro, ella vio el asomo de una sonrisa. Aquello la molestó aún más.
―Inténtalo. He bloqueado las puertas de todas las salas mientras venía hacia aquí. No tienes escapatoria. ―Él se quedó quieto.
―La felicito, señorita. ―Hizo una perfecta reverencia―. Por eso es mi agente favorita. Pero… se le ha olvidado un detalle. ―Hinata entrecerró los ojos.
―¿Cuál?
―El zorro siempre consigue escapar del gallinero… ―Él se sacó algo de entre sus ropas y se lo mostró, lanzándolo al aire y recogiéndolo con una mano―… con la gallina. ―Con horror, Hinata se fijó en que se trataba del zafiro que se suponía que debía proteger.
Él pareció sonreírle de nuevo bajo la máscara. Con pasos ágiles se acercó a ella aprovechando su estupor y le puso una mano en la nuca. Levantó su máscara lo suficiente y luego la dejó caer sobre la femenina, devorándola en una caricia abrasadora. Cuando la soltó ella se tambaleó, aturdida aún por la pasión de aquel beso. Él se lamió los labios como para retener su sabor y luego dio dos pasos hacia atrás. Hinata lo observaba, todavía confusa por sus acciones.
Entonces, vio cómo golpeaba con el pie una losa del suelo y esta se deslizaba a un lado, dejando un pasadizo secreto a la vista.
―¡NO!―Hinata se lanzó hacia él, pero el escurridizo ladrón ya había saltado dentro del agujero y debía de haber activado algún mecanismo, porque la losa ya regresaba a su lugar.
―La próxima vez, teniente Hyūga, asegúrese de revisar los planos más antiguos de los edificios. Nunca se sabe… ―La ronca risa masculina resonó por última vez antes de que el pasaje se cerrara del todo. Frustrada, Hinata se dejó caer de rodillas y golpeó aquel cuadrado de piedra.
―¡Maldito seas!―exclamó, dejándose caer en el suelo y apoyando la frente sobre el mismo lugar por el que él había desaparecido―. No es justo… ―susurró en la oscuridad―. Sabes que no puedo contigo…
En cuestión de minutos, la sala se llenó nuevamente de policías, y ella tuvo que relatar todo lo acontecido como unas veinte veces por lo menos.
Cuando por fin le dieron permiso para irse a casa a descansar, sentía sus extremidades como de plomo. Apenas logró llegar a su hogar, descalzarse y dejarse caer en la cama, vestida y todo. Ni fuerzas tenía para ponerse algo más cómodo para dormir.
Sintió que alguien a su lado se removía y unos brazos fuertes la rodearon, atrayéndola hacia un cuerpo duro y caliente. Ella se acurrucó contra aquel pecho, feliz de que sus brazos la refugiaran y de que sus manos le acariciaran la espalda una y otra vez. Sus cálidos dedos comenzaron a quitarle la ropa, con todo el cuidado y el mimo del mundo.
Ninguno habló hasta que ella no estuvo metida entre las frescas sábanas, desnuda y tapada con las cálidas mantas. Dejó que la volviera a abrazar y solo entonces habló:
―Me prometiste que no ibas a volver a hacerlo. ―Su compañero de cama detuvo sus caricias y ella lo sintió suspirar sobre su coronilla.
―Lo siento―dijo él, su voz teñida de arrepentimiento. Ella levantó sus ojos y frunció el ceño al ver su rostro surcado por una sonrisa de disculpa.
―No te arrepientes lo más mínimo. ―Él rio. Hinata se enfadó―. ¡No tiene gracia, Naruto-kun! ¡No puedo seguir protegiéndote! ¡Me prometiste que ibas a dejar de hacerlo! ¡Me-lo-pro-me-tis-te!―dijo, enfatizando cada sílaba con un golpe de su dedo índice contra el pecho masculino.
Él la dejó desahogarse y luego la estrechó contra sí.
―Perdóname, nena. Esta ha sido la última vez, lo juro'ttebayo. ―Hinata lo miró con sospecha.
―¿Hasta cuándo?
―Hasta siempre. Te lo prometo, de verdad, no más robos. Seré un niño bueno'dattebayo. ―Hinata le acarició la recia mandíbula, haciéndolo temblar de deseo con ese simple toque.
―¿Para qué querías ese zafiro, de todas formas?―Él se encogió de hombros.
―Fue… ah… un encargo especial. Por eso no pude negarme. ―Hinata volvió a entrecerrar los ojos, suspicaz.
―Me estás mintiendo.
―No, no, no, de verdad que fue un encargo especial'ttebayo. ―Hinata lo miró durante unos segundos más. Luego cerró los ojos y se acurrucó contra él. Naruto pareció aliviado de que lo dejara pasar y la besó en la cima de la cabeza, feliz de poder disfrutar de lo que restaba de noche al lado de su novia.
Empezó a acariciarle la espalda, rozando tentativamente el inicio de sus nalgas. La otra mano vagó por su pierna hasta el muslo, invitándola a que se abriera a él. Su boca mordisqueó el lóbulo de su oreja.
―Naruto-kun.
―¿Si, nena?―Soltó una maldición cuando ella le agarró la mano y le torció la muñeca.
―Esta noche no. Estás castigado. ―Y ella se giró, dándole la espalda y logrando con el movimiento golpearlo en la cara con su largo cabello negro azulado.
Naruto se frotó la zona dolorida y se dejó caer contra el colchón, de espaldas, mirando de reojo para la dulce y exasperante mujer que se había convertido en la persona a la que más amaba en el mundo.
Sonrió, entrelazando las manos bajo su cabeza mientras fijaba la vista en el techo.
No le había mentido cuando le había dicho que robar aquel zafiro había sido un encargo especial.
De él hacia sí mismo.
Porque tenía planeada darle la sorpresa de su vida. Ya le había llevado la piedra a un joyero de confianza y estaba seguro de que este cumpliría sus instrucciones al pie de la letra.
Estaba seguro de que, en cuanto Hinata viera su regalo―y respondiera afirmativamente a la que iba a ser la pregunta más importante de su vida―le perdonaría todo. Hasta lo de su infame pasado como ladrón de guante blanco.
Porque ella era la única que había visto más allá de la máscara.
La única que había visto al hombre, Naruto Uzumaki. Incluso antes de hacerse famoso.
Sonrió para sí mientras cerraba los ojos y se entregaba a los brazos de Morfeo mientras, en sus sueños, se colaba la imagen de una tierna niña de corto pelo azul noche y preciosos ojos perlas que se hacía amiga del huérfano de turno al que todos odiaban.
Sin duda, el destino era imprevisible y caprichoso. Porque quién diría que, años después, este lo llevaría ante su más anhelado deseo.
En forma de una inteligente, hermosa y sexy agente de policía.
«Te amo, Hinata. Siempre has sido tú. Siempre».
Fin Protegerte
Hala, ahí lo tenéis: amor NaruHina a raudales. Espero que os haya gustado y eso. (Perdonadme, pero ya sabéis que a estas horas mi cerebro no rige bien; así que buenas noches).
¿Me dejáis un review? Porque, ya sabéis:
Un review equivale a una sonrisa.
*A favor de la campaña con voz y voto. Porque dar a favoritos y follow y no dejar review es como manosearme una teta y salir corriendo.
Lectores sí.
Acosadores no.
Gracias.
¡Nos leemos!
Ja ne.
bruxi.
P.D.: Sí, también sé que debo contestaciones de reviews. No tuve tiempo hoy entre unas cosas y otras. Sorry. Mañana sin falta. Lo prometo.
