CAPÍTULO 3: REGAÑADA
Había pasado un mes desde que empecé a trabajar para la familia Li. En total había tres personas en aquella casa: El general Li; su hijo, al que llamaba joven señor, y yo. Los tres éramos madrugadores. Ellos se levantaban temprano para entrenar, luego se aseaban, desayunaban y seguían entrenando, practicaban tanto la esgrima como la lucha cuerpo a cuerpo. También el general enseñaba a su hijo cartografía, porque decía que todo aquel que aspirase a ser oficial debía conocer a fondo los mapas.
Al principio pensé que mi estancia en aquella casa sería un tanto incomoda, es decir, ellos eran dos hombres y yo una chica joven y virgen. Una perfecta situación para que se hubiese dado algún tipo de situación incómoda, especialmente teniendo en cuenta que ellos eran mis amos; sin embargo, hasta la fecha no había sucedido nada malo. El general Li era un poco severo con respecto a la realización de mi trabajo, pero mantenía las formas y guardaba ciertas distancias, su carácter y modales me recordaban a mi padre. Su hijo era más impulsivo, sus modales me resultaban groseros, a veces me dirigía ciertas miradas o risitas, incluso en varias ocasiones entrenaba sin cubrirse el torso ni los pies, vestido únicamente con un pantalón; yo me sentía tentada a mirarle y eso para la educación que había recibido era un comportamiento muy vergonzoso de mi parte, una mujer nunca debía mirar de esa manera a ningún hombre, si acaso a su esposo y quizás ni eso. Me sentía tentada a mirar a aquel torso desnudo, aquel busto bello y varonil, aquel... nada porque ya me estaba dejando llevar de nuevo por mis instintos más bajos, años educándome para ser una doncella discreta y una buena esposa ¿y para qué? Para tirar todo eso a la basura por culpa del comportamiento tentador y maleducado de un hombre.
Me había propuesto no volver a mirar al joven amo, ni siguiera a la cara o eso creí. Aquel día mientras yo barría el suelo de la sala de entrenamiento, él entró precipitadamente y sin saludarme, llevaba un bastón de madera y de pronto se quitó la camisa.
—Buenos días, joven señor.
—Ah. Hola. No te había visto—respondió y en mi opinión mintió, era imposible que no me viese, pero preferí no seguirle el juego.
—Estoy terminando de barrer el suelo.
—Muy bien. Barre tranquila mientras yo entreno.
— ¿Podría esperar fuera unos minutos, por favor?—no deseaba estar a solas con él, y menos estando él medio desnudo.
—No, no me gusta perder tiempo.
—Al menos ¿podría ponerse la camisa mientras acabo y me voy? —me di la vuelta para no mirarle, ni siguiera a la cara. Maldito exhibicionista.
—No. La camisa se pone al final. Al hacer el ejercicio se suda, no hay que llevar mucha ropa, se viste uno al acabar para no enfriarse.
—No puedo mirarle estando así.
— ¿Así? ¿Cómo?
—Con... el torso al aire.
—Ah. Pues limpia sin mirarme.
—Es lo que haré.
—Muy bien.
Fue lo que hice. Ponerme a limpiar, de espaldas a él, parte de la sala mientras él entrenaba en la parte ya barrida. Pero a veces yo volteaba la cabeza un instante. Me sentía tentada por aquella desnudez, aparte de que era me resultaba lindo. No, no y no. No debía pensar así, era su sirvienta y como tal debía de respetar ciertos límites y modales. De pronto él me miró mientras descargaba un golpe con el bastón en el aire.
—No disimules, te gusta verme entrenar.
—Claro que no.
—Entonces ¿Por qué me miras?
—No le miro—su mirada me sonrojó.
—Entonces ¿por qué estas sonrojada?
—No lo estoy.
—Lo estas.
—Pues será alguna otra cosa, una mala digestión del desayuno o cualquier cosa. No me voy a sonrojar por usted—respondí molesta.
— ¿En serio? ¿No te sonroja estar aquí?
—No.
— ¿Ni un poquito?
—No—mentí y él sabía que mentía.
—De acuerdo, entonces mírame mientras entreno.
— ¿Qué?
—Siéntate al fondo con las piernas cruzadas y mírame mientras entreno.
— ¿Para qué?
—Porque es una orden, a menos que admitas que te has sonrojado antes.
— ¡Que no! Muy bien. ¿Quiere que le mire? Le miraré y lo haré sin sonrojarme, sin que me pase nada de nada—respondí. ¿Acaso su conducta era una forma de ligar? No, nadie cortejaría a su propia sirvienta. Aparte, nadie trataría de cortejar a una doncella de una forma tan penosa ¿O sí?
Me fui molesta al fondo y me senté de frente a él, con las piernas cruzadas. Ahí estaba yo, mandando a la mierda toda mi educación. Viendo desnudo a un hombre que no era mi marido, ni siguiera era mi padre ni mi pariente, y todo por un capricho de él. Ahora además de ser una hija problemática, y una supuesta traidora a la patria, también era una desvergonzada. Acaba de perder la poca dignidad que aún me quedaba. ¿Se podía caer más bajo? Por su parte, él estaba tan tranquilo con el hecho de que yo le mirase. Claro, él era hombre y podía presumir de machote y musculoso; pero yo era una joven virgen soltera, cuyos ojos estaban siendo mancillados. Para no pensar demasiado preferí hacer un esfuerzo por no mirarle a él sino al bastón, a los ejercicios de esgrima. Había estudiado baile desde pequeña, aunque ahora hubiese tenido que abandonar los estudios, y me fije en aquellos movimientos, era como una coreografía, sin trajes de baile ni música, pero con movimientos coordinados.
— ¿Y bien? ¿Te gusta lo que ves?
—No le miro a usted. Miro el bastón y cómo baila con él.
De pronto él se detuvo y me miró fijamente.
— ¿Bailar? No te pases, niña. Esto no es un baile, eso es cosa de mujeres. Yo entreno el arte del bastón, y luego le tocará el turno a la espada.
—Es una coreografía. Lo sé porque antes de ser sirvienta estudie baile y danza durante años.
—No seas ridícula. Es un arte marcial, no tiene nada que ver con cosas de mujeres.
—Podría reproducir su baile si quisiera.
— ¿Qué?
De pronto su mirada se volvió severa. Creo que hablé demasiado. A fin de cuentas, yo era su criada y una mujer. No tenía sentido hablarle como a un igual. Estaba a punto de disculparme pero de pronto y para mi sorpresa comenzó a reírse, empecé a pensar que estaba un poco loco. Primero se desnudaba delante de mí, una chica que no era su esposa ni su madre, luego me obligaba a mirarle, no me regañaba por contestarle como a un igual, y para rematar se partí de risa porque sí. ¿Y se suponía que ese inmaduro aspiraba a capitán? Pobres de los soldados que estuviesen a cargo de semejante loco. Su padre era un hombre discreto y sensato ¿Por qué él no se le parecía más?
—Ten, cógelo.
Me lanzó el bastón y para su sorpresa lo cogí.
—Buena atrapada. ¿Dices que puedes imitar mis movimientos? Hazlo.
— ¿Qué?
—Demuéstralo.
De pronto se me ocurrió una idea.
— ¿Si lo hago se pondrá la camisa y no volverá a enseñarme su cuerpo medio desnudo?
—Ja, ja, ja, ja... De acuerdo, pero si no lo logras me verás entrenar a diario, y sin ponerme la camisa.
—De acuerdo.
Durante unos instantes ninguno de los dos se movió ni dijo nada, nos quedamos mirándonos fijamente. De pronto comencé a mover el bastón de un lado a otro, pasándolo por la cabeza, etc. Imitando todos los movimientos que acababa de ver y memorizar. No era más difícil que aprender una coreografía.
«¿Qué coño? Lo está haciendo bien. No puede ser. Los reclutas tardan varias semanas o incluso meses en aprender esos movimientos, y ella es la primera vez que los ve. ¿Cómo es posible?» pensó el chico.
—Y fin.
—Bien, muy bien.
—Era un baile muy fácil de aprender. Póngase la camisa, por favor.
Se la puso mirándome con cara de reproche.
—Eres buena. Vale, no me volveré a quitar la camisa si así lo quieres, pero a partir de ahora me verás entrenar a diario. Al menos hasta que me vuelva a ir al cuartel.
—Ese no era el trato.
—Ni deja de serlo. Y el amo soy yo.
—Sí, joven señor.
—A mi padre le llamas amo.
—Porque es mayor que nosotros—me estaba empezando a tocar las narices.
—…
—Y... en otras circunstancias vuestro padre sería un buen esposo—lo dije sin pensar y simplemente porque me sentía molesta. No tardé en arrepentirme y estaba a punto de disculparme cuando él volvió a reírse.
—Ja, ja, ja, ja, ja... ¿Por qué no se lo dices a él? Ja, ja, ja... ¿Yo no sería un buen esposo?
—Su padre es discreto, educado, formal, organizado...
— ¿Y yo no?
—No. Usted se presenta desnudo ante una joven soltera, pidiéndola que le mire sin ropa—a estas alturas ya había perdido la discreción a la hora de responderle. Por su parte, él entendió que yo hablaba de mí misma en tercera persona.
—Y esa joven en vez de salir corriendo, como sería lo lógico si tanto le molestase, decide quedarse y disfrutar del espectáculo. Porque encima lo disfruta hasta el punto de ponerse roja.
—Porque a ella le ordenaron que se quede y es suficientemente obediente como para no ofender a su joven señor mediante un acto de desobediencia.
Durante unos momentos ninguno de los dos dijo nada. El muy patán sonreía y yo me sentía avergonzada y ofendida.
De pronto oímos la voz del general en el pasillo, llamaba a su hijo.
—Ahora puedes pedirle la mano a mi padre—rio.
El pronto el amo entró en la sala y sin llamar.
—Vaya. Los dos aquí.
—Yo ya me iba, terminé de barrer el piso.
—De limpiar y de ver entrenar a mi hijo—sonrió. ¿Nos habría oído? No lo creía o de lo contrario me hubiera ganado una buena bronca.
—Yo...
—No fue su idea, padre. Yo le pedí que me viese entrenar. Está bien tener público.
—Mmm. Si ella solo te miró... Ah. Hijo, se más sensato. Eres aspirante a capitán, debes tener disciplina y mantener las formas. Pronto serás oficial, te convertirás en un modelo a seguir para muchos soldados rasos y reclutas, y debes ser un buen ejemplo para ellos. Y tú, muchacha... soy consciente de que ambos sois gente joven y de la misma edad más o menos, pero como sirvienta procura mantener las formas y cierta distancia.
—Sí, señor—precisamente era lo que quería y el joven loco no me dejaba. En cuanto a la edad, el joven señor tenía veintiún años y yo diecinueve. No sé exactamente cuántos tendría el amo, supongo que unos cuarenta y pico.
—En realidad Mulán ha imitado uno de mis ejercicios. Se le da bien el bastón.
— ¿Una mujer usando armas?
— Demuéstraselo, chica.
Cogí de nuevo el bastón e hice los mismos movimientos que antes.
—A nivel técnico, bien. Pero... la próxima vez que te vea usando un arma te despediré.
— ¡Padre!
—El ejercicio lo has hecho bien; pero el mero hecho de intentarlo siendo mujer no es correcto. Ha sido idea tuya ¿Verdad, hijo? Tendrás una sesión extra de entrenamiento como castigo. En cuanto a ti, chica, tendrás una bajada de sueldo este mes.
—Sí, amo.
—Y la próxima vez no volverás a pisar esta casa—su voz era pausada y relajada, y no obstante se notaba en ella cierto grado de enfado y severidad.
—Padre, ella no ha tenido la culpa. Yo le ordené que me viese entrenar e imitase mis movimientos.
—Mi decisión es irrevocable. Ahora márchate de esta habitación, muchacha.
—Sí, señor.
Salí, pero me quedé espiando disimuladamente cerca de la puerta. Me encontraba situada al lado del marco, apoyada en la pared. Desde la habitación no podrían verme, si ellos dos se asomaban al pasillo me descubrirían, pero mientras no saliesen de la habitación estaría a salvo.
—No deberías haber regañado a Mulán. No hizo nada. Soy su amo y como tal la ordené que me acompañase. Solo quería divertirme.
—Espero que hayas aprendido de esta experiencia. Si al final logras el puesto de oficial, entonces habrá mucha gente a tu mando, no serán mujeres, pero sí reclutas y soldados rasos. Todo lo que hagas repercutirá en ellos. Si haces un buen trabajo os irá bien a todos; pero si cometes errores quienes estén a tus órdenes también sufrirán las consecuencias. Ese es el precio de ser oficial, el mando conlleva poder y responsabilidad.
—Espera. ¿La has regañado para... darme una lección?
—Sí, a los dos. Pero especialmente a ti.
—Entonces debiste regañarme solo a mí.
—No porque esa chica es inmadura. Alguien tenía que ponerla firme, pero sin pasarse. Y no fui tan severo. Mi padre, tu abuelo, por menos la hubiese azotado y despedido, yo en cambio solo la he regañado y bajado el sueldo de un mes.
Durante los siguientes días los amos no me miraron y salvo alguna orden casi no me hablaban. El general, sin pronunciar una sola palabra me hacía sentir mal conmigo misma, bastaba su mirada fría y su expresión de decepción para notar su malestar hacía mí. Sorprendentemente Shang me había pedido perdón y pese a lo pactado no le había vuelto a ver entrenar, ambos pensamos que era lo mejor. Para él todo aquello fue un juego en su momento, para mí había sido muy serio.
Escribí a mis padres explicándoles toda la situación. En las cartas de respuesta mi padre me reprochó mi conducta, aconsejándome que debía volverme a ganar la confianza de mis amos, especialmente del general. Mi madre me respondió una carta de seis folios, demasiado larga para describirla toda, básicamente se avergonzaba de mi conducta y que opinaba que debía sentirme agradecida de no haber sido despedida.
El día de mi visita al hogar materno Shang me abordó en la salida.
—Mulán, espera.
— ¿Qué desea, joven señor? —respondí dándome la vuelta.
—Por tu tono deduzco que sigues molesta conmigo.
— ¿Yo? ¿Por qué? ¿Por hacer que su padre me regañe, se enfade conmigo, y me baje el sueldo? —respondí con tono de ironía.
—Lo siento. Solo me estaba divirtiendo, solo quería echarme unas risas. Joder, en el cuartel la gente entrena e incluso se ducha en grupo.
—Tal vez porque allí todos son hombres y todos militares.
— Quizás. En fin... Acepta esto.
Me enseñó una bolsa.
— ¿Qué es?
—Un poco de dinero. Es mi culpa que padre te bajase el sueldo este mes, así que...
—Gracias, pero no puedo aceptarlo.
—Acéptalo, por favor.
—No. Su padre se enfadaría con los dos. Y ya está bastante molesto.
—…
—Nos veremos mañana por la tarde. Hasta entonces, joven señor.
—Adiós.
Me di la vuelta sin coger el dinero y me encaminé andando hacía la casa de mis padres. Al llegar a casa madre me cogió del brazo, y sin permitirme saludar a padre me llevó al dormitorio.
— ¿Estás bien, mamá? ¿Y padre?
—Deseando verte y ahora le verás. Pero primero me vas a explicar tu carta. ¿Acaso yo te he educado para que te comportes como una gata en celo? ¡Mirar a un hombre estando él medio desnudo! ¡Qué vergüenza! ¿Crees que yo miro a tu padre de esa forma? No. Soy su esposa, pero me comporto. Solamente para tenerte a ti, solo durante el acto le he visto en carnes.
—Y al dormir...
—Me volteo y punto. Y ambos nos tapamos con la ropa de cama.
—…
No me sorprendí de semejantes confesiones. En la escuela de niñas ya nos predicaban que la carne no se debía mirar ni mostrar siendo mujer. Los hombres podían mostrar su cuerpo y presumir del mismo, pero nosotras debíamos taparnos y no dejarnos tentar.
—Y para rematar usas su arma de entrenamiento. Una chica joven, soltera y virgen jugando a los soldados.
—Mamá, él me dijo...
—Él puede hacer lo que quiera porque es un hombre y tu amo. Tú eres una mujer y su sirvienta. ¿Comprendido?
—Madre...
—Calla. En el fondo la culpa es mía, por no encontrarte un buen marido a tiempo.
Daba igual lo que hiciese. Desde niña había intentado ser una gran hija para que mi madre no sufriese por mi causa, e incluso para que se sintiera orgullosa de mí. Pero parecía que todo daba igual.
—Dime la verdad. ¿El general te grito cuando te regañó?
—No. Nunca le he oído gritar.
— ¿Te azotó?
—No. ¿Por qué lo haría?
— ¿Por qué? ¿Aún lo preguntas? Por menos tus abuelos me hubiera azotado a mí, por bastante menos. Mmm, al parecer es un buen hombre. Te ha tocado un buen amo.
—…
—En fin, tu padre desea verte. Vamos al comedor.
Fuimos y padre me abrazó.
— ¿Ya la has regañado, amor? Pobrecita. Seguro que ese chico la tentó.
—Un poco, padre. Pero mamá tiene razón, no debí.
—Seguro que fue culpa de ese joven.
—Ese chico es su amo y varón. Puede hacer lo que le plazca.
—Pobrecita. Tranquilízate, querida.
—Si no la mimases tanto esto no habría sucedido. Está mal acostumbrada. No sé si te das cuenta de que tenemos una hija, no un varón.
—...
—Dile a tu hija que salvo durante el acto yo nunca te he visto desnudo.
—Porque tú no has querido, mujer. Yo no voy a obligarte. Mi cuerpo está a tu disposición para cuando lo desees—se rio mi padre.
— ¡AY! Los hombres sois... sois... ¡Me voy a la cocina!
Salió del comedor enfadada.
—Mamá a veces se enfada, pero tiene razón. En este momento y dada la situación actual de la familia casarte apropiadamente es imposible. Si además pierdes el empleo de sirvienta no te quedará nada.
—Ni a vosotros.
—Si al final fuese necesario tu madre podría divorciase de mí, y colocarse también de sirvienta en alguna casa o volver a casarse. Y yo... alguna cosa encontraría, no sé el qué, pero algo.
—Padre, no digas eso.
—Mulán... ya soy viejo. Viejo y enfermo. Ya solo me importa que tu madre y tú salgáis adelante. Solo estoy vivo porque te prometí que me cuidaría, y por los cuidados de tu madre.
—Padre... papá... yo te quiero. No podría soportar que te pasase algo malo.
—Mi pobre niña...—él me acarició la cara.
En ese momento entró mi madre.
—Mulán, me acompañarás al mercado.
— ¿Ahora, querida?
—Sí, ahora mismo.
Acompañé a mi madre al mercado, empezando por la compra del arroz. La tendera le quería cobrar a mi madre un 5% más que a las otras clientas. Toda la clientela estaba compuesta por mujeres porque no estaba bien visto que los hombres hiciesen la compra, dado que ésta se consideraba una tarea del hogar, y tanto una tarea de la mujer. Sin embargo, había una minoría de tenderos masculinos. Nuestra moneda se llamaba kai yuan tong bao, pero para simplificarlo a partir de ahora la llamaré solamente kais. El caso es que me atreví a protestar a la tendera del arroz.
—Pretende cobrarnos más que las demás clientas.
—Señora Fa. ¿Quién es esta niña insolente? —respondió la tendera.
—Es mi hija, señora.
— ¿Sí? Pues dígale que tiene suerte de que les venda el arroz. Otras en mi lugar no darían ni los buenos días a una familia de traidores a China.
—Eso es mentira.
— ¿Me llamas mentirosa en mi propia tienda, niña?
—Mulán, cállate. Compórtate.
—Pero mamá...
—Silencio.
—Esa escoria otra vez y ahora se trae a su hija. Esto es demasiado.
—E insultan a esa inocente tendera.
—Y la gritan, yo lo vi. La vendedora no les hizo nada y ellas...
—Echémoslas.
—Mire, señora Fa... Se lo voy a decir por las buenas. Coja a su hija y lárguense del mercado para no volver, por favor—dijo la tendera del arroz.
—Señora, solo queremos comprar.
—Vayan a otro mercado, a otros barrios. Aquí somos gente humilde y honrada. No nos gusta quienes traicionan al emperador y a China.
— ¡Escorias! —gritó una señora.
—Calma, no nos rebajemos a su nivel—dijo la del arroz al resto de las señoras, quienes se habían agrupado en torno a ella.
—Señoras, tenemos derecho a estar aquí—les dije
—No, no tienen.
— ¡Largo!
— ¡Fuera!
—Después de haberme ofendido no pienso darles el arroz, y dudo que nadie quiera venderles nada.
—Yo no—dijo una frutera.
—Ni yo—respondió una panadera.
—Váyanse por las buenas, o tendremos que echarles nosotras.
Quise seguir protestando, pero mi madre me cogió del brazo y me arrastró fuera del mercado.
—Me han dado ganas de darle un sopapo a esa gorda.
— ¿También a las demás señoras del mercado, hija? Eran muchas, no podíamos pegarnos con todas. Y la violencia no resuelve nada.
—Pero nos hemos ido sin comprar nada, mamá.
De pronto mi madre se paró en seco, me miró un instante y de pronto, y para mi sorpresa, me dio una bofetada. Aunque casi no noté el golpe, fue más un susto.
— ¡Mamá! ¿Por qué?
—Por hablar demasiado y a destiempo, tonta.
— ¿Tonta?
—No es la primera vez que me suben los precios, o que me insultan en este mercado. Pero yo normalmente cierro la boca. Nunca me habían echado, pero ahora sí. Ya no me dejarán volver. Tendré que buscar otros barrios y tiendas.
—…
—Mamá... lo siento.
—Esta es la realidad, mi niña. Llegados a este punto únicamente me importáis tu padre y tú. A ti no he conseguido casarte, de modo que al menos quédate en la casa del general sirviendo durante muchos años, toda tu vida si puedes. No es un plan perfecto, pero al menos con él tendrás donde dormir y comer. Si lo haces bien, incluso cuando él muera de viejo podrás seguir al servicio de su hijo, y puede que incluso llegues a servir a sus nietos cuando los tenga. Rezaré para que así sea. Hubiese preferido verte casada y con hijos pero no ha podido ser, no será porque no lo he intentado.
— ¿Quieres que sea una criada toda mi vida?
—Las mujeres no tenemos más opciones. O somos madres y esposas, o sirvientas. Incluso las artesanas y vendedoras tienen que permitir que su marido, o padre si están solteras, administre el dinero que ganan en el mercado.
—Es injusto.
—Es el mundo real en donde nos ha tocado vivir. Si no te gusta da lo mismo porque no puedes cambiarlo.
No podía cambiarlo. Ella tenía razón. El mundo estaba hecho para los hombres, e incluso ellos muchas veces tampoco parecían del todo satisfechos. De todos modos, lo del mercado me había dejado enfadada. Algún día les daría una lección a esas señoras, algún día me pedirían perdón e incluso me alagarían.
La vuelta a casa de mis señores fue básicamente relajada, salvo por el hecho de que no lograba quitarme de la cabeza lo sucedido en el mercado. Al llegar me recibió el joven amo, quien me dijo que pasase a ver a su padre, el cual me esperaba en su estudio, me encaminé, llamé a la puerta y entré. Estaba sentado en su escritorio, permanecí de pie mirando hacía el piso.
—Bienvenida. ¿Tus padres están bien?
—Sí, amo.
—Mmm. Mírame.
—…
—A los ojos.
—…
—Repito la pregunta. ¿Tus padres están bien?
—Sí, amo.
—Mmm. Mientes.
— ¿Qué?
—Tus ojos suelen ser sinceros, pero ahora no hay brillo en ellos. Algo le ha pasado a tu familia. ¿Verdad?
Dudé en explicarle la escena del mercado, pero al final se lo conté.
—Entiendo. Te seré sincero. Durante tu entrevista lo que más me convenció para contratarte fue tu apellido. Yo conozco a tu padre.
—Creo… que algo me dijo él.
— ¿Qué te dijo de mí?
—Sois el más valeroso y valorado general del emperador, algo así dijo.
—Muy halagador, pero algo exagerado. En fin… Durante mucho tiempo tu padre y yo servimos juntos luchando para proteger la frontera de China. Cuando él fue herido y le acusaron de traición yo quise llevar el caso, pero el ejército designó a un tribunal militar y yo fui excluido del proceso. Realmente creo en la inocencia de tu padre, en serio. Si tuviese pruebas sólidas pediría una audiencia con el emperador y se las presentaría, pero no las tengo. Sin pruebas que demuestren su inocencia no hay nada que se pueda hacer.
—O sea que me eligió por ser una Fa.
—Sí. Pero durante el tiempo que llevas aquí he visto cosas que me han gustado de ti. Eres trabajadora, con iniciativa y con cierta inteligencia.
—Gracias.
—Pero también eres un poco inmadura. A veces no te callas cuando deberías y muestras cierta curiosidad por ciertas actividades de mi hijo y yo. A veces pareces un chico y si lo fueses no habría problema, pero eres una mujer.
—Mi madre también piensa algo parecido de mí.
—No me extraña.
—Siento haberle disgustado, amo.
—Disculpa aceptada. Ahora retírate.
—Sí, amo.
Salí de la habitación.
FIN DEL CAPÍTULO 3.
Hola a todos/as.
Siempre pensé que Li Shang era un poco don perfecto. En la película de los 90 él era el perfecto capitán, el chico guapo por excelencia, etc. De modo que aquí le quise poner más inmaduro, que no fuese todo perfección.
En cuanto al general Li le quise que tuviese un poco de aire paternal con respecto a Mulán, solo un poquito.
En cuanto a la escena del entrenamiento de Shang quise que se viesen las consecuencias de una cultura anticuada y conservadora, donde todavía el cuerpo se veía sucio y pecaminoso, y las mujeres no podían mostrarlo públicamente ni tampoco obsérvalo, pero los hombres sí al ser un Estado patriarcal.
Kai yuan tong bao. Moneda de la dinastía Tang. Fue acuñada por primera vez en 621, durante el reinado del emperador Gauzu, y permaneció en circulación hasta el 907.
Eso es todo por ahora.
Un saludo.
Nos leemos.
