Boilin point.
Advertencias: omegaverse, dub-con, relaciones amo/sumiso.
Para la Sukufushi week 2021
Día 4: Hurt/Comfort & BDSM
Sukuna abrió la puerta de su departamento en silencio, fastidiado de existir ese día. Había terminado todo su papeleo, había hecho trabajo que no le correspondía e incluso había adelantado trabajo de las próximas semanas. Se quitó los zapatos en la entrada y caminó directamente a la cocina.
Necesitaba un café bien caliente, una buena comida que había dejado lista el día anterior y estirar las piernas debajo de la mesa leyendo pacientemente el periódico para actualizarse de las noticias que pasaban en Tokio. Luego de eso caminaría a la sala para tumbarse en el sillón media hora para leer la novela que tenía inconclusa desde hacía días.
Sus responsabilidades de alfa apestaban la mayor parte del tiempo, entre tener que revisar exámenes, reformular clases y tener que acomodar las siguientes clases que tendría, muchas veces no tenía demasiado tiempo para él. Incluso ese día comenzaba a creer que había olvidado hacer algo porque llegó a su casa más temprano de lo habitual.
Con un suspiro se levantó del sillón donde había pasado no solo media si no dos horas. Estiró el cuerpo unos segundos dejando salir su olor natural. Unos minutos pasaron antes de que escuchara un ruido en el armario. Extrañado miró en esa dirección con el ceño fruncido, ¿alguien había entrado a su casa? Aligerando los pasos se encaminó al armario cerca de la pared de la cocina.
Cuando abrió la puerta de golpe, un par de cuerpos cayeron al piso uno encima del otro.
Un par de bellos especímenes mitad gato, Sukuna los había comprado hacia un par de años en el mercado de omegas por pura casualidad. El albino fue el primero que capturó su atención, pero cuando le dijeron que ambos tenían que irse juntos o no se iban, mentiría si dijera que el peli-negro no lo había cautivado igual o más que el gato blanco.
Ambos eran ariscos y habían llegado a su casa sin saber hablar siquiera, solo gruñían y arañaban, no sabían controlar sus celos y todo el tiempo estaban queriendo subirse encima de él sin dejarlo hacer su trabajo o dejarlo dormir. Todos los días ronroneaban por su atención y un día se cansó, decidiendo educarlos.
Sukuna se quedó viéndolos en el piso. Megumi y Uraume le miraron de vuelta, con sus ojos de cervatillos asustados, inmovilizados desde el cuello hasta los pies. Sukuna había atado unas cuerdas a ello, tres nudos en el pecho, pasándose por la entrepierna a la espalda donde hizo tres nudos también en los brazos. Sus pies uniéndose por la espalda con otra cuerda más, dejándolos en una posición vulnerable. Cuerdas color borgoña para Uraume, verdes para Megumi, ambas del color de sus ojos.
Había olvidado por completo que los había dejado en el armario.
—¿Qué están esperando? Pónganse de pie —había días en los que Sukuna era un espléndido alfa, complaciente en todo sentido y ambos omegas se sentían afortunados. Este no era uno de ellos.
Megumi y Uraume se levantaron como pudieron, arrastrándose en el piso hasta la pared para recargarse. La cuerda de los pies estaba lo suficientemente floja para que pudieran ponerse de pie, no lo suficiente para que estuvieran cómodos.
Sukuna se sentó en el sillón de la sala otra vez. Los omegas se pararon frente a él con las cabezas gachas, había saliva seca en los gags. Justo hace unas semanas les había comprado esos bonitos gags de corazón que ahora usaban, cada uno también personalizado del color de ambos. El olor de ambos omegas era tan dulce que se extendía sobre el departamento como si estuviera haciendo algún postre.
—Hínquense —pidió sin lugar a oposiciones.
Ambas mascotas lo hicieron y él se movió lo suficiente para poder desabrocharles los gags. Sus labios enrojecidos no se cerraron inmediatamente, hilillos de saliva desprendiéndose los plásticos rosados. Sukuna los miró bajar la mirada y con un gruñido ambos entendieron que quería que lo vieran.
—¿Qué voy a hacer con ustedes? —musitó con cansancio, un suspiro saliendo de sus labios cuando los arrastró a él para que recargaran las cabezas cada una en sus muslos. Acarició ambos cabellos de arriba hacia abajo en una suave caricia antes de darle un fuerte jalón que los hizo lloriquear en su lugar—, a lo mejor debería regresarlos al agujero mugriento de donde los saque, ¿no?
Las miradas de ambos se encontraron, Uraume sentía una culpa horrible que cambiaba su olor a uno ligeramente ácido, como una ciruela sin madurar. Megumi por otro lado lo miraba sin expresión alguna y su olor a durazno en un estado completamente neutral, ambos negaron con la cabeza, ignorando por completo el dolor al ser jalados del cabello de aquella manera.
—A-amo… —musitó Uruame, tomando algo de aire por el jalón tan fuerte, Sukuna no lo soltó—, amo…
De ambos, era Uraume quien siempre intentaba arreglar las cosas, profesándole una devoción infinita. Al inicio de todo este desastre, Sukuna no había creído nada de las historias del vendedor, un alfa de mala calaña que constantemente soltaba su grasiento olor para mantener a los híbridos omega en celo para ser comprados, pero le había dicho que de ambos Megumi había sufrido más, y era el más arisco de ambos.
Que, si no se iba con Uraume, probablemente sería sacrificado, pues no se despegaban nunca. Incluso los habían visto calmar sus celos el uno con el otro en más de una ocasión, aunque siendo ambos omega era difícil que llegara a algún lado, después de todo no tenían lo que necesitaban como lo tendría un alfa para complacerlos.
—¿Mmh? —musitó Sukuna, mirándolos a ambos soltándoles el cabello—, ¿hoy también tienen ganas de hacerme enojar mis mascotas?
—Amo… —musitó esta vez Megumi, la atención de Sukuna desviándose inmediatamente a él. El peli-negro siempre tenía una cara de pocos amigos, pero con las piernas apretadas y las mejillas tan enrojecidas como las de Uraume, Sukuna era capaz de adivinar qué era lo que estaba pasando allí.
El alfa no los obligaba a entrar en celo, pero sí los mantenía lo suficientemente estimulados para pasar un buen momento los tres.
—Van a tener que hacer mucho más que verme con esas caritas preciosas para convencerme.
Ambos omegas se movieron al mismo tiempo para volver a recargarse en él. Su amo disfrutaba de que ambos le brindaran cariños, sus cabezas se refregaban en sus muslos y sus ronroneos suavecitos le llenaban de calma, pero ambos querían más. Siempre querían más cada vez, así que los dos se tenían que esforzar otro tanto por conseguirlo. Megumi fue el primero en moverse, era bueno tomando la iniciativa, pero era inconsciente del poder que tenía para lograrlo. Se acomodó mejor sobre sus rodillas para que su rostro quedara cerca del de Uraume y hacer un movimiento con la cabeza.
Ambos omegas comenzaron a refregar el rostro en la entrepierna del alfa. Sukuna sonrió internamente conociendo la táctica de ambos. Mirarlo desde esa distancia con sus ojos expresivos pretendía hacerlo caer, pero este día él no estaba del humor suficiente para darles lo que querían tan fácilmente.
—¿Quieren esto? —les preguntó, estrujándose el miembro sobre la tela del pantalón—, díganle a papi cuánto lo quieren.
Ninguno respondió, pero soltaron un maullido que resonó en toda la habitación.
Ese día él no tenía ganas de ser amable con ellos. Su cuerpo se inclinó ligeramente para enfrente y los miró, Sukuna dirigió sus ojos a Megumi y le sonrió casi con derrota, sabiendo de antemano lo que iba a pasar. Porque el peli-rosa era en realidad un buen amo, ellos no podían quejarse de él en ese aspecto, les tenía bien cuidados y les daba todo lo que querían. ¿Y era así como le habían pagado?
—¿Fuiste tú, verdad Megumi? —musitó, acariciándole la mejilla con suavidad, complacido de la suave piel blanca bajo las yemas de sus dedos.
Megumi no le contestó, casi nunca lo hacía. Bajó la cabeza dejando que su mejilla se refregara más contra su mano.
—No intentes mentirme, Megumi —le dijo con las manos tomando de nuevo el gag de Uraume para ponérselo en la boca, tomando de un cajón en la sala una banda para ponérsela en los ojos al albino. Besó su mejilla un par de veces antes de pedirle que se quedara recostado en el piso—, fuiste un buen chico Uraume, papi te dará una recompensa después.
El omega tragó saliva a pesar de que su cuerpo se estremeció en satisfacción, pero por oír a Megumi quejarse cuando fue tomado bruscamente de los brazos. Sukuna tomó al omega para sentarlo en sus piernas de espaldas a él. Su mano deshaciendo rápidamente el nudo en la espalda que conectaba sus tobillos con las muñecas.
—Hoy vas a aprender que si tu amo te dice que no hagas algo —con un brazo le levantó las piernas hasta que los tobillos le rozaron las orejas, en una maniobra casi imposible, le subió los brazos hasta amarrar cada tobillo con cada muñeca. Su cuerpo expuesto y completamente vulnerable—, es porque tienes que obedecerlo y no hacerlo.
El peli-verde lo miró con las mejillas enrojecidas por la posición en la que estaba, su amo lo había recostado en el sillón por completo y sus piernas se estiraban lo suficiente para fuera incómodo permanecer en esa posición por tanto tiempo. Fue incluso peor cuando se hundió completamente en él sin aviso.
Soltó un siseo doloroso, el olor del alfa había cambiado a uno más intenso, llenando la habitaciónen la que estaban los tres y hacía que Megumi se perdiera en la tranquilizante sensación de ese fuerte olor a chamuscado, como madera quemándose.
—A-Amo —gimió bajito, sintiendo que el pene comenzaba a moverse dentro de él con dificultad, un canal muy estrecho y sin preparación alguna. No lo había estimulado lo suficiente para que se humedeciera como era normal, aunque los cuerpos de los omegas estuvieran hechos para satisfacer a su pareja, Megumi necesitaba más incentivos. Necesitaba más de su alfa.
Con las manos en puño, Megumi lo miró con las lágrimas juntándose en sus ojos a medida que el miembro se abría paso en su interior cada vez más fuerte. Las paredes de su vagina ardiendo por la fuerte intromisión. Su propio olor se entremezclaba con el de su amo y oía a Uraume quejarse en el piso, pidiendo que lo atendieran a él también.
—Ahh, ahhh —Megumi se retorció como pudo enterrándose las uñas en las palmas de las manos. Sukuna entró de manera invasiva en él, como si quisiera romper sus paredes o casi como si quisiera dañarlo. El interior de su vientre abriéndose para él, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Los pezones completamente erectos dejando salir pequeñas gotas de leche que Sukuna succionó a mordidas.
—¿Quieres tener mi nudo dentro de ti? —le preguntó con la voz embriagada en placer, empujando las piernas del omega hacia atrás, haciendo que casi tocara el brazo del sillón con ellas—, ¿quieres que me venga dentro de ti?
El omega lloró debajo de él asintiendo con desesperación. El nudo duro golpeando contra sus labios y los testículos contra la carne blanda de sus nalgas. Su pequeño pene ya chorreaba algo de líquido pre-seminal cuando su alfa lo tomó con tres de sus dedos y le apretó la uretra, Megumi se retorció debajo de él soltando un grito como si lo hubieran apuñalado.
—No, te vas a venir cuando yo te lo ordene. ¿Está claro?
Megumi abrió los ojos otra vez, asintiéndole con las mejillas enrojecidas.
—¿Sí qué, Megumi?
Sukuna vio los espesos hilos de saliva desprenderse de sus labios cuando los abrió para intentar hablar, con la voz ahogada en gemidos.
—S-sí, a-ahh-amo.
Sukuna lo sostuvo debajo de su cuerpo, atrapándolo con su fuerza y su peso. El olor envolviéndolos a ambos y sus labios masacrando los pezones erectos del omega, buscando exprimir hasta la última gota de su leche. Ni siquiera era su época de celo y ya se encontraba en ese deplorable estado. Sukuna era bueno golpeándolos con fuerza con su pene en el interior, era bueno embistiéndolos en un punto en el que ambos omegas entraban en un estado de sopor donde solo mantenían la boca abierta pero ya no salía nada de ellos.
—¿Quieres esto, Megumi? ¿Quieres que te llene la barriga de cachorros? ¿Eso quieres? —sin darle tiempo de respirar siguió embistiendo dentro de su cuerpo con fuerza, el interior calientito y húmedo por los movimientos lo succionaba como si su único lugar en el mundo fuera su vagina—, apuesto que sí.
Megumi asintió con la cabeza desesperadamente, dejando salir sus sollozos porque todo el cuerpo le ardía. Desde los pezones hinchados que seguían goteando leche hasta su interior que se dilataba cada vez más, listo para que su amo lo llenara con su nudo y semen caliente.
—Los omegas son lo suficientemente listos para saber qué hacer con esto de aquí —apretó el pequeño pene hinchado entre sus dedos—, pero decidiste portarte mal, ¿por qué, Megumi? ¿Qué querías encontrar allá afuera que no tengas aquí?
Sukuna jugaba con la extrema necesidad de ambos omegas. Les jodía tanto el cerebro como el útero, reacomodándoselos para que entendieran que su lugar pertenecía allí, allí donde él los cuidaba y los adoraba a un punto en que resultaba espeluznante siquiera la idea de perderlos.
Porque allá afuera el mundo era frío y hostil, era cruel y los otros alfas no se detendrían a ver las necesidades ni atenciones que el par de híbridos necesitaban. No se detendrían a detallar las orejas que se movían de arriba hacia abajo captando todos los gruñidos que salían de él, ni la cola erizada que se enroscaba tímidamente en su pierna. Los otros alfas tampoco entenderían que Uraume le enterraba las uñas con fuerza porque le pedía más o que a Megumi no le gustaba ser tratado con rudeza, no le gustaba sentirse usado.
—Amo… a-aahhh —Megumi lloró antes de que el aire se le atascara en la garganta cuando el nudo entró en él. El dolor se extendió sus piernas y todo su vientre hasta la espalda. Sukuna se enterró en él con la fuerza suficiente para que fuera doloroso, todo en su cabeza estaba empañado. Las palabras resonaban en sus oídos con la última estocada antes de que finalmente el nudo se quedara atorado en su agujero.
Sus omegas vivían sometidos a un placer desvergonzado que solo los hacía asentir desesperados y pedir por más, tenían la mente tan frágil que terminaba quebrándolos por el placer tan intenso que les brindaba.
—Nada más que un bello par de zorras para parir —musitó Sukuna con un gruñido, aguantándose las ganas animales que tenía de marcar a Megumi, morderle la glándula hasta que quedara completamente seco y no fuera de nadie pero de él—, un par de úteros fértiles, hambrientos de cachorros.
—¡Pr-préñeme aahhh, alfa! —espalda arqueada como un arpa quebrada. Su cerebro estrellándose contra un vórtice de placer—, ¡aahhh! ¡qu-quiero su s-emen aaah! ¡aaaahhh!
Y en unos segundos se vino. Las manos apretando las piernas tan fuertes que las marcas durarían días. Megumi lloró debajo de él con los ojos hinchados fuertemente cerrados. Todo dentro de su cabeza gritaba ¡embarázame! ¡préñame, lléname con tu semen! El omega interior gritaba y arañaba tras las paredes de su confinamiento, ansiando con salir y abrazar a su alfa para que nunca se separara de él. Cada bombeo del semen caliente hacía que se le olvidara su respeto y valor como omega, como ser vivo, solo quería ser usado como contenedor de semen de su alfa.
Sukuna no esperó demasiado a terminar de venirse, sacó el nudo dolorosamente dentro de él y Megumi volvió a gemir por el abandono, queriendo moverse para que se lo volviera a meter, para que volviera a estar en sus entrañas calientitas y el vientre se le inflara con la semilla caliente.
—Si vuelves a salir de la casa aunque sea al jardín —musitó el alfa dándole una fuerte palmada entre las piernas, la piel enrojecida e inflamada donde escupía el semen y le chorreaba entre las nalgas—, no seré tan agradable contigo.
Megumi asintió, las muñecas y los tobillos sangrando levemente por la dolorosa posición. El pecho subiéndole y bajándole y la leche de sus pezones saliendo en lentos goteos, Sukuna se los apretó con fuerza hasta que dos chorritos salieron de él manchándole todo el pecho y las manos del alfa.
—¡C-castígueme amo- es-es todo lo que quiero!
Uraume en el piso gimió desesperado por algo de atención, habiendo sido completamente ignorado. No creía que pudiera esperar un segundo más a que su amo le diera un premio a su cuerpo necesitado.
Allá afuera el mundo era frío y hostil, nadie podría querer a sus omegas como él.
