ANGEL CAÍDO


2| Hombre Peligroso


La conversación la había puesto nerviosa. La velada la había puesto nerviosa. Y aunque no le importaba sentirse nerviosa, era el motivo por el que se había resistido tanto tiempo a ese momento, a regresar a la sociedad y recibir miradas llenas de curiosidad y prejuicios. Las había odiado desde el principio, hacía diez años.

Odiaba la forma en que la seguían cada vez que se vestía para recorrer las calles de Mayfair en vez de estar en el lugar que le correspondía, en El Ángel Caído. Odiaba la manera en que se burlaban de ella en los talleres de las modistas, en las mercerías, librerías y en las escaleras de la casa de su hermano. Odiaba la manera en que había sellado el destino de su hija, la forma en que lo hizo mucho antes de que Hanabi hubiera respirado por primera vez.

Había llevado a cabo su venganza por aquello, construido un templo al pecado en el corazón de la sociedad, donde había coleccionado los secretos de todos sus miembros a lo largo de seis años. Los hombres que jugaban en El Ángel Caído no sabían que cada carta que echaban, cada vez que perdían, caían más en las redes de una mujer a la que antes habían rechazado.

Tampoco sabían que sus secretos habían sido anotados con cuidado, por lo que estaban catalogados y listos para usarse cuando Chase los necesitara.

Pero por alguna razón, ese lugar, esas personas y su mundo intocable ya estaban cambiando, haciéndola vacilar cuando nunca había dudado. Antes, se hubiera sentado ante el futuro vizconde de Kazekage para exponerle lisa y claramente los términos, y habría acabado casándose con ella o sufriendo las consecuencias.

Ella conocía muy bien en qué consistían esas consecuencias y no le importaba lanzar otra víctima al lobo del escándalo. No era que no se atreviera a hacerlo. Aunque esperaba conseguirlo de otra manera.

Salió a la terraza anexa al salón de baile de Yamanaka House y respiró hondo. Se sintió desesperada por la manera en que la engañaba el fresco aire nocturno, haciéndola creer que se había liberado de esa velada y esas obligaciones.

La noche de marzo estaba llena de promesas y se alejó del salón de baile hacia la oscuridad, donde se sentía más cómoda. Una vez allí perdida, suspiró y se apoyó en la balaustrada de mármol.

Tres minutos. Cinco a lo sumo. Luego regresaría. Después de todo estaba allí por una razón específica. Había un premio al final de ese juego, uno que, si jugaba bien sus cartas, significaría la seguridad y el futuro que ella no podía dar a su hija.

Se enfureció ante la idea. Poseía un poder inimaginable. Con el golpe de una pluma, con una patada en el suelo de su infierno particular, podía destruir a cualquier hombre. Conocía los secretos de los hombres más influyentes del país... y de sus mujeres. Sabía más sobre la aristocracia que cualquiera de sus miembros.

Pero no podía proteger a su hija. No podía darle la vida que se merecía. No sin ellos. Sin su aprobación.

Así que allí estaba. De blanco, con la cabeza llena de plumas, sin querer otra cosa que caminar por los oscuros jardines hasta llegar al muro que los rodeaba, escalarlo y regresar a su club. A la vida que se había forjado. La que había elegido.

Supuso que tendría que quitarse el vestido para poder treparlo... y quizá a los residentes en Mayfair no les pareciera demasiado bien.

El pensamiento fue interrumpido por un grupo de jovencitas que escaparon del salón de baile, derramando sus risas y susurros con una intensidad que cualquiera podía escuchar.

—No me sorprende que se ofreciera a bailar con ella —cacareó una—. No hay duda de que espera que ella se case con un tipo que vaya a gastar la dote a su garito.

—De todas maneras —repuso otra—, bailar con el duque asesino no le será beneficioso.

Claro que estaban hablando de ella. Era sin duda la comidilla de toda la sociedad.

—Sigue siendo un duque —intervino otra—. Sea cierto ese estúpido apodo o no. —Esa era más inteligente. No sobreviviría entre sus amigas.

—No lo entiendes, Tayuya. No es que sea un duque de verdad.

Tayuya no estaba de acuerdo.

—Tiene el título, ¿no?

—Sí —respondió la primera, en tono irritado—. Pero fue boxeador durante mucho tiempo y ahora se ha casado por debajo de sus aspiraciones, así que es como si no lo tuviera.

—Pero la ley de la primogenitura...

Pobre Tayuya, que intentaba usar los hechos y la lógica para imponerse. Las demás no atenderían a razones.

—Eso no importa, Tayuya. ¿Es que no lo entiendes? Lo que importa es que ella es horrible. Tenga una dote enorme o no, no conseguirá pescar a un marido decente.

Hinata pensó que la líder del pequeño grupo era horrible, pero parecía la única que opinaba tal cosa, pues sus secuaces asintieron con la cabeza y murmuraron su aprobación.

Ella se acercó más, intentando observarlas mejor.

—Está claro que va detrás de un título —opinó la que llevaba la voz cantante, que era una chica pequeña y muy delgada, que parecía haberse peinado con un puñado de flechas.

Hinata era consciente de que no estaba en condiciones de tirar la primera piedra en lo que a peinados se refería, dado que llevaba medio plumaje de una garza en su propio cabello, pero lo de las flechas le parecía demasiado.

—Ni siquiera pescaría a un caballero, pero a un aristócrata es impensable. Ni aunque solo fuera baronet.

—Es que, técnicamente, no es un título aristocrático —señaló Tayuya.

Hinata ya no pudo contenerse más.

—Oh, Tayuya, ¿es que no te das cuenta? A ninguna de ellas le interesa la verdad.

Las palabras cortaron la oscuridad y las jovencitas, seis en total, se volvieron al unísono a mirarla, con expresiones de diferentes grados de sorpresa en sus rostros. Quizá llamar la atención sobre sí misma no había sido lo más prudente, pero ya de perdidos al río.

Dio un paso adelante, y dejó que la luz la iluminara. Dos de las chicas contuvieron el aliento. Tayuya parpadeó. Y la pequeña Napoleón que las lideraba se mantuvo firme ante ella, con la mirada al frente, hacia su hombro, dado que la superaba con facilidad en más de veinte centímetros.

—No está invitada en la conversación.

—Pero debería estarlo, ¿no le parece? A fin de cuentas soy el tema principal.

Tuvo que reconocer que las otras muchachas tuvieron la decencia de parecer avergonzadas. La líder no mostró la misma actitud.

—No quiero que me vean conversando con usted —repuso esta última con crueldad—. No me gustaría verme manchada por el escándalo.

Hinata sonrió.

—No se preocupe por eso. Mi escándalo siempre ha buscado... —Hizo una pausa—. Torres más altas.

Tayuya abrió mucho los ojos.

—¿Cuál es su nombre? —presionó Hinata.

—Lady Sasame Fûma —repuso la que llevaba la voz cantante con los ojos entrecerrados.

Tenía que tratarse de una Fûma. Su padre era uno de los hombres más repugnantes de la ciudad un borracho mujeriego que sin duda había contagiado la viruela a su esposa. Pero era el conde de Holborn y, por tanto, aceptado en ese mundo absurdo.

Pensó de nuevo en la información que había en El Ángel Caído sobre el conde y su familia. La condesa era una bruja a la que no le importaría ahogar gatitos si pensara que eso la ayudaría a crecer socialmente. Tenían dos hijos, un niño que todavía asistía al colegio y una chica, que se había presentado el año anterior. Una chica que, sin duda, no era mejor que sus progenitores.

De hecho, fuera lady o no, la muchacha merecía una reprimenda.

—Dígame, ¿está prometida?

Sasame se quedó inmóvil.

—Esta es mi segunda temporada.

Hinata avanzó hacia ella, disfrutando del encuentro.

—Una más y se convertirá en un florero, ¿verdad?

Un golpe bajo. La mirada de prepotencia de la chica se esfumó, pero recuperó la compostura tan rápido que cualquier otra persona que no fuera Chase pensaría que no la había perdido.

—Tengo muchos pretendientes.

—Mmm... —Hinata recordó el expediente de Holborn—.

Burlington y Montlake, imagino, que tienen deudas lo suficientemente elevadas para pasar por alto sus defectos con tal de poner las manos en su dote.

—No es la más apropiada para hablar de defectos. Ni de dotes —se rio Sasame.

Aquella pobre chica no sabía que era cinco años mayor y la aventajaba en cincuenta de experiencia. Una experiencia que había ganado tratando con criaturas mucho peores que una muchacha con la lengua afilada.

—Ah, pero yo no pretendo hacer creer que mi dote es innecesaria, Sasame. Sin embargo me sorprende lo de Lord Russell. ¿Qué hace un hombre decente como él husmeando detrás de alguien como usted?

Sasame apretó los dientes.

—¿Alguien como yo?

Hinata dio un paso atrás.

—Me refiero a alguien con su espantosa falta de gracia social.

El aguijón acertó de pleno. Sasame retrocedió como si la hubiera golpeado físicamente. Sus amigas se cubrieron la boca con la mano para contener una risa irreprimible. Hinata arqueó una ceja.

—La crueldad carece de placer cuando se dirige a una, ¿verdad?

La ira de Sasame, intensa y desagradable no se hizo esperar.

—No me importa lo grande que sea su dote. Nadie se fijará en usted. Nadie que sepa lo que es realmente.

—¿Y qué soy? —preguntó ella, cayendo en la trampa. Dispuesta a que la chica siguiera adelante.

—Una mujerzuela. Una furcia —repuso Sasame con brutalidad—. Madre de una bastarda que acabará convertida en otra ramera.

Hinata se esperaba lo primero, pero no lo último. Le hirvió la sangre en las venas. Se puso bajo la luz dorada que provenía del salón de baile.

—¿Qué ha dicho? —Sus palabras flotaron en el silencio.

Nadie dijo nada. Las otras muchachas percibieron el tono de advertencia de sus palabras y murmuraron por lo bajo, preocupadas. Sasame retrocedió, pero era demasiado orgullosa para retractarse.

—Ya me ha escuchado.

Hinata avanzó, obligando a Sasame a abandonar el charco de luz y perderse en la oscuridad. Donde ella reinaba.

—Repítalo.

—Er...

—Repítalo —insistió Hinata.

Sasame cerró los ojos con fuerza.

—Es usted una mujerzuela —susurró.

—Y usted una cobarde —siseó ella—. Igual que su padre, y que su padre antes que él.

La chica abrió los ojos de golpe.

—No quería que...

—Claro que quería —la interrumpió Hinata en voz baja—. Y le podría haber perdonado que me insultara. Pero no que mencionara a mi hija.

—Le pido disculpas.

«Demasiado tarde». Hinata sacudió la cabeza, se acercó para susurrar su promesa.

—Cuando todo se derrumbe a su alrededor, será por culpa de este momento.

—¡Lo siento! —exclamó Sasame, percibiendo la verdad que contenían sus palabras. Debería saberlo. Chase no prometía nada que no fuera a cumplir. Salvo que esa noche no era Chase, sino Hinata.

«¡Dios!».

Tuvo que tomar distancia con el momento. Dejarse llevar por la ira revelaría demasiado. Se alejó de Sasame y se echó a reír con fuerza, un sonido que había perfeccionado en el club.

—Le falta coraje para defender sus convicciones, lady Sasame. Se asusta con facilidad.

Las demás chicas se rieron y la pobre Sasame pareció muy enfadada, como si no le hubiera gustado nada la manera en que la había bajado del pedestal de superioridad.

—Jamás será digna de estar con nosotras. ¡Es una puta!

Todas las demás contuvieron el aliento a la vez, y sobre la terraza cayó el silencio.

—¡Sasame! —susurró una de ellas después de un momento, expresando la sorpresa y desaprobación que sentían.

Sasame tenía los ojos desorbitados, desesperada por retomar el lugar que ocupaba en la cima de la pirámide social.

—¡Ella empezó!

Hubo una dilatada pausa.

—En realidad —musitó Tayuya—, empezamos nosotras.

—¡Oh, muchas gracias, Tayuya! —lloró Sasame antes de girarse y correr hacia el salón de baile. Sola.

Hinata debería haberse sentido feliz con el desarrollo de la escena. Sasame había ido demasiado lejos y aprendido la lección más importante de la sociedad: los amigos solo se quedaban con uno cuando no tenían nada que perder.

Pero no se sentía feliz. Chase acostumbraba a sentirse orgulloso de su control. De la calma que mostraba. De sus reflexivas actuaciones.

¿Dónde demonios se había metido Chase esa noche?

¿Cómo era posible que esas personas hubieran ejercido tal efecto sobre ella —sobre sus emociones— incluso en ese momento? ¿Incluso a pesar del poder que ella podía ejercer sobre ella en su vida paralela?

«Es una puta».

Las palabras se habían quedado en la oscuridad, recordándole el pasado. Recordándole el futuro que aguardaba a Hanabi si no conseguía que ese mundo la aceptara.

Aquellas chicas la dominaban porque ella lo permitía. Porque no tenía más remedio que permitirlo. Estaba en su campo y ese era el juego para hacerla sentir pequeña e insignificante.

Las odiaba por jugar tan bien.

Miró a las muchachas que quedaban.

—Estoy segura de que todas tienen alguien esperando para bailar.

Ellas se dispersaron sin dudar... todas menos una. Hinata la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Cómo se llama?

La chica no apartó la mirada, dejándola realmente impresionada.

—Tayuya.

—¿Tayuya qué más?

—Tayuya Talbot.

No usó el lady que le correspondía.

—¿Su padre es el conde de Wight?

La muchacha asintió.

—Sí.

Prácticamente era un título comprado. Wight era muy rico tras haber realizado una serie de inversiones impresionantes en Oriente, y el rey le había ofrecido un título que pocos consideraban justificado. Tayuya tenía una hermana mayor que acababa de convertirse en duquesa, razón por la que sin duda la habían aceptado en ese pequeño aquelarre.

—Váyase usted también, Tayuya, antes de que decida que tampoco me gusta, después de todo.

Tayuya abrió la boca, aunque la cerró de nuevo como si hubiera decidido no hablar. Se limitó a girar sobre sus talones y regresó al baile. Chica lista.

Hinata emitió un largo suspiro cuando volvió a estar sola. Odió lo temblorosa que se mostraba, lo pesarosa que resultaba. La tristeza que transmitía. La debilidad. Agradeció en silencio estar sola, que nadie pudiera presenciar ese momento. Aunque no estaba sola.

—Eso no ayudará a su causa.

Las palabras salieron de las sombras oscuras y silenciosas, y ella se giró para mirar al hombre que había hablado. Se puso tensa cuando lo vio en la oscuridad.

Antes de que pudiera pedirle que se mostrara ante ella, él dio un paso al frente y permitió que la luz de la luna iluminara su pelo brillante. Las sombras dejaron en relieve los afilados ángulos de su rostro; la mandíbula, las mejillas con marcas, la frente, la nariz larga y recta. Respiró hondo cuando la frustración dio paso al reconocimiento... seguido de alivio y más emoción de la que le gustaría admitir.

Naruto Uzumaki. Apuesto y perfectamente vestido con chaqueta y pantalón negros, con una corbata blanca y brillante contra su piel. La sencillez del traje de gala le hacía parecer más convincente de lo habitual.

Y Naruto Uzumaki era un hombre que no necesitaba ser todavía más convincente. Era inteligente y poderoso, atractivo como el pecado, pero con una agudeza e influencia que resultaba peligrosa. ¿No lo sabía ella mejor que nadie?

¿Acaso no había construido una vida basándose en lo mismo?

Uzumaki era el propietario de las cinco publicaciones más leídas de la ciudad. Un diario que era meticulosamente planchado por todos los mayordomos de la ciudad; dos semanarios que se entregaban por correo en hogares de todo el país; una revista para damas y una gaceta de chismes que era la joya donde enterarse de cotilleos innombrables, a la que estaba suscrita en secreto toda la aristocracia.

Y, además, también era el casi quinto socio de El Ángel Caído. El periodista que se había forjado un nombre y una fortuna con escándalos, secretos e información que recibía directamente de Chase.

Uzumaki no sabía, por supuesto, que Chase estaba ahora ante él; no el aterrador y misterioso caballero que toda la ciudad creía que era, sino una mujer. Una mujer escandalosa con más poder del que ninguna fémina tenía derecho a reclamar.

Esa ignorancia había sido, sin duda, la razón de que Uzumaki hubiera permitido que se publicara aquella caricatura horrible en su hoja de chismes, representando a Hinata Hyûga como lady Godiva y la Virgen María al unísono, inocente y prostituta, pecado y salvación, todo al servicio del periodismo.

Sus periódicos —él— habían llegado demasiado lejos. Eran el motivo de que estuviera allí esa noche, con sus plumas y su vestido perfecto, buscando una segunda oportunidad social. De todas maneras daba igual, y no importaba lo guapo que fuera.

Quizá ella se preocupaba menos precisamente por lo guapo que era.

—Señor —repuso ella, con su tono más seco—. No nos han presentado. No debería estar acechándome en la oscuridad.

—Tonterías —dijo él con voz burlona. Ella se vio tentada de responder —. La oscuridad es el mejor lugar para estar al acecho.

—No, si lo que le preocupa es la reputación —contestó ella, incapaz de reprimir la ironía.

—Mi reputación no corre peligro.

—Oh, la mía tampoco —replicó.

Él arqueó las cejas sorprendido.

—¿No?

—No. Lo único que puede pasarle a mi reputación es, sin duda, que mejore. Ya ha oído lo que me llamó lady Sasame.

—Creo que la mitad de la ciudad se ha enterado de lo que la llamó —dijo él, cada vez más cerca—. Ha sido inadecuada.

Hinata ladeó la cabeza.

—¿Pero no incorrecta?

Notó un brillo de sorpresa en sus ojos y pensó que le gustaba. Uzumaki no era un hombre al que se sorprendiera con facilidad.

—Que fue incorrecta es un hecho.

Y también le gustaban sus palabras. Su afirmación le hizo sentir un escalofrío de emoción. Aunque no podía permitirse el lujo de dejarse llevar por las emociones, así que cambió a un tema más seguro.

—Estoy segura de que nuestros contratiempos aparecerán en los periódicos de mañana —comentó con cierto tono de acusación.

—Observo que mi reputación me precede.

—¿Pensaba que solo me precedía a mí?

Él se movió incómodo y ella siguió el gesto con placer. Debía sentirse incómodo con ella. Por lo que él sabía, ella era una chica que se había visto arruinada cuando era muy joven, sí, pero ¿acaso un escándalo juvenil no la convertía precisamente en la más inocente de las chicas?

No importaba que no lo fuera ni que se conocieran desde hacía años. Trabajaban juntos. Intercambiaba cartas con él como el poderoso Chase, y coqueteaba como Lady, la reina de las prostitutas de la ciudad.

Pero Naruto Uzumaki no estaba familiarizado con el papel que jugaba esa noche. No sabía nada de Hinata, a pesar de que había sido él quien la había forzado a mezclarse con la sociedad. Él y la caricatura.

—Por supuesto que conozco al hombre que publicó el dibujo que me ha hecho famosa.

Reconoció la culpa en su mirada.

—Lo lamento.

Ella arqueó una ceja.

—¿Se disculpa con todos los que son objeto de su particular sentido del humor? ¿O solo con aquellos a los que no puede evitar?

—Me lo merezco.

—Se merece mucho más —convino ella, sabiendo que estaba a punto de ir demasiado lejos.

Él asintió con la cabeza.

—Sí... Pero usted no se merecía esa caricatura.

—¿Ha cambiado de idea al respecto esta noche?

Uzumaki sacudió la cabeza.

—Cuando la vi ya era tarde. Fue de muy mal gusto.

—No es necesario que me dé explicaciones. Los negocios son los negocios. —Ella lo sabía bien. Había vivido de las palabras durante años. Era una de las razones por las que Chase y Uzumaki trabajaban tan bien juntos. No hacían preguntas, siempre y cuando la información fluyera sin problemas entre ellos.

Pero eso no significaba que le perdonara lo que había hecho. Que tuviera que estar allí esa noche, que tuviera que buscar marido, que ser aceptada. Si él no hubiera publicado ese dibujo... habría dispuesto de más tiempo.

«No mucho más».

Ignoró ese pensamiento.

—Los niños no son un negocio —dijo él—. Su hija no debería haber formado parte de esto.

No le gustaba el giro que había tomado la conversación, ni la forma en que se refería a Hanabi, con ternura, casi como si le importara. No le gustaba pensar que le importaba, así que miró hacia otro lado.

Él notó su cambio de actitud y se centró en otro tema.

—¿Cómo me ha conocido?

—Cuando llegué, mi hermano me indicó quienes eran los leones presentes en el salón de baile. —La mentira salió con facilidad.

Él ladeó la cabeza.

—¿Los más regios e importantes?

—Los perezosos y peligrosos.

Uzumaki se rio por lo bajo y el ondulante sonido la atravesó. No le gustaba, o más bien no le gustaba que la pillara con la guardia baja, incluso cuando estaba alerta.

—Puedo llegar a ser peligroso, lady Hinata, pero jamás en mi vida he sido perezoso.

Y de pronto, ella ya no estaba alerta, sino más bien cómoda. Tentada. No había nada tentador en sus palabras, pero que la condenaran si no la atraían... si no la llevaban a coquetear descaradamente con él y pedirle que le demostrara lo difícil que resultaría obtener una recompensa. Que la condenaran si no tenía en ella el mismo efecto que cuando estaba en el club disfrazada y él la divertía.

Que la condenaran si no la llevaba a preguntarse cómo sería unirse a él en la oscuridad, siendo otra mujer en otro momento, en otro lugar. Cediendo a la tentación.

Por primera vez... desde la última vez.

«Desde la única vez». Se tensó ante la idea. Naruto Uzumaki era un hombre muy peligroso y ella no era Chase esa noche. No estaba en el club. Y no tenía ningún poder.

Sin embargo, él sí.

Hinata miró hacia el iluminado salón de baile.

—Debería regresar a la fiesta. Con mis acompañantes.

—Que sin duda son una legión.

—Mi cuñada y sus cuñadas. No hay nada que un grupo de mujeres disfrute más que adornar a una soltera.

Él sonrió al escucharla.

—Adornar es lo más adecuado —convino, paseando la mirada por las plumas que sobresalían de su cofia. Ella reprimió el impulso de arrancárselas. Había accedido a llevarlas como una maldita prueba más; se las ponía y a cambio le permitían llegar y marcharse del baile en su propio medio de transporte.

Hinata frunció el ceño.

—No las mire. —Él clavó los ojos en los de ella, que reconoció el humor que brillaba en sus iris azules—. Y no se ría. Intente vestirse para un baile con tres mujeres y sus criadas alrededor.

Él curvó los labios.

—Imagino que no le gusta la moda.

Hinata le dio un manotazo a una pluma que se le había caído sobre los ojos, como si las hubiera conjurado con su comentario.

—¿Qué es lo que le ha llevado a esa conclusión?

Uzumaki se rio y ella disfrutó con el sonido, casi olvidando por qué estaban allí.

—Una duquesa y una marquesa la ayudarán a cambiar de opinión —le recordó.

—No sé a qué se refiere. —Naruto Uzumaki no era precisamente tonto y sabía de sobra lo que estaba haciendo.

Lo vio balancearse en los talones.

—No juegue conmigo. Está en la posición correcta para que la sociedad le dé la bienvenida. Ha sacado a relucir a su hermano, su cuñada y su familia. —Él miró por encima del hombro hacia el salón de baile—. ¡Demonios! Incluso ha bailado con el duque de Uchiha.

—Para ser alguien que no me conoce, parece haberse fijado mucho en lo que hice.

—Soy periodista. Me fijo en todo lo que se sale de lo normal.

—Yo soy muy normal —aseveró ella.

Uzumaki se rio.

—Claro que sí.

Hinata apartó la mirada, sintiéndose repentinamente incómoda, sin saber cómo comportarse, sin saber cómo debía ser ante aquel hombre que parecía verlo todo.

—Hacerlos cambiar de idea me parece una hazaña imposible —confesó, finalmente.

Vio una emoción en el rostro masculino, pero desapareció al instante. Se enfureció.

—No pretendía darle pena.

—No he sentido pena.

—Bien —dijo ella. «Entonces, ¿qué fue?».

—Está en su terreno, lo sabe. —No podía hacer más. Sus pensamientos iban en paralelo a los de él—. ¿Cómo sabía cuáles eran los pretendientes de lady Sasame?

—Lo sabe todo el mundo.

Él no vaciló.

—Todo el que estuvo pendiente de la temporada el año pasado.

Hinata se encogió de hombros.

—Que no asista a las veladas no significa que ignore lo que ocurre en la sociedad.

—Creo que usted sabe mucho sobre la sociedad.

«Si él supiera...».

—Sería una estúpida si intentara que la sociedad me aceptara en su seno sin un reconocimiento básico.

—Ese término está reservado para los conflictos militares.

Ella arqueó una ceja.

—Estamos en plena temporada. ¿De verdad cree que esto no es la guerra?

Él sonrió al escucharla e inclinó la cabeza, pero no dijo nada al respecto, limitándose a ejercer su papel de periodista.

—Usted sabía que las chicas se volverían contra ella si la presionaba.

Ella miró a otro lado, pensando en lady Sasame.

—Cuando se presenta la oportunidad, la sociedad es feliz canibalizándose a sí misma.

Uzumaki reprimió la risa.

—¿Lo encuentra divertido? —preguntó ella con los ojos entrecerrados. —Me parece notable que alguien que se encuentra tan desesperado por unirse a sus filas, sea capaz de ver la realidad de la sociedad con tanta claridad.

—¿Quién ha dicho que esté desesperada por unirme a sus filas?

—¿No lo está? —Parecía que él prestaba ahora toda su atención.

—Es muy bueno en su trabajo. —Ella se estremeció de sospecha.

Él no dudó.

—Soy el mejor.

No debería notar su arrogancia, pero lo hizo.

—Casi le he dado una historia.

—Ya tengo una historia.

—¿Cuál es?

Él no respondió de inmediato, sino que la miró fijamente.

—Me pareció que disfrutaba bailando con el duque de Uchiha.

Ella no quería recordar el momento que había pasado con Sasuke. No quería que pensara que ella y el duque, dueño de un club de juego, se conocían.

—¿Por qué le intereso tanto?

Él se apoyó en la balaustrada de piedra.

—La hija pródiga que regresa al seno de la aristocracia. ¿Cómo no iba a interesarme?

Ella resopló de risa.

—¿El gordo becerro de oro y todo eso?

—Será mejor que dejemos al margen a becerros rollizos esta temporada. ¿Se conformaría con canapés y un vaso de limonada?

Ahora fue ella la que sonrió.

—No voy a regresar al seno de la aristocracia.

Él se inclinó al escucharla, acercándose un poco más y haciendo que notara su calor. Era un hombre muy guapo y, en otro tiempo, siendo otra persona, con otra vida, podría haber alentado que se aproximara más. Podría haberle retado a su vez. Podría haber sido una tentación para él.

Le parecía injusto no tener esa oportunidad. ¿O solo era deseo? El insulto de lady Sasame resonó en su mente. «Puta». No podía escapar de esa palabra, a pesar de que fuera mentira.

Ella había creído que se trataba de amor. Había estado segura de que él era su futuro. Pero solo había aprendido con demasiada rapidez que el amor y la traición iban de la mano. Y ahora... «puta».

Resultaba extraño tener la reputación tan completamente destruida por una mentira flagrante. Soportar una identidad falsa sobre los hombros. Por extraño que resultara, hacía que uno quisiera vivir la experiencia, saber qué se sentiría si fuera verdad. Sin embargo, para vivirla, estaba obligada a confiar, y eso no volvería a pasar.

—Sé que no quiere regresar por ellos —dijo él, en voz baja y tentadora —. Lo hará por Hanabi.

Hinata se apartó.

—No diga su nombre.

Hubo un momento en el que la fría advertencia flotó en el aire. Uzumaki la miró con atención y ella hizo lo posible para parecer joven. Inocente. Débil.

—Ella no es de mi incumbencia —aseguró él finalmente.

—Es de la mía. —Hanabi lo era todo.

—Lo sé. Ha estado a punto de atacar a la pobre lady Sasame por mencionarla.

—Lady Sasame tiene muy poco de pobre.

—Y debería aprender a no insultar a los niños.

—¿Lo mismo que usted? —Se le escapó antes de poder reprimirse.

Él ladeó la cabeza.

—Lo reconozco.

Hinata sacudió la cabeza.

—Su disculpa llega muy tarde, señor.

—Su hija es lo único que ha podido traerla de vuelta a todo esto. Usted no lo necesita para nada.

—No le entiendo. —Una alarma comenzó a sonar en su cabeza. ¿Qué sabía ese hombre?

—Solo quiero decir que habiendo pasado tantos años desde el escándalo, intentar redimirse solo sirve para llamar la atención sobre algo que lleva muerto mucho tiempo.

Él entendía lo que otros pasaban por alto. Los años transcurridos habían servido para que se sintiera liberada una vez aceptó la idea de que nunca tendría la vida para la que se había estado preparando. No se trataba solo del corsé y las faldas que la constreñían en ese momento. Era saber que a solo unos metros, había cientos de miradas indiscretas que la observaban, juzgaban y esperaban que cometiera algún error.

Cientos de personas sin otro propósito que ver su caída.

«Pero ahora soy más poderosa que cualquiera de ellos».

—Sin duda —dijo él, tomando de nuevo la palabra—, su amor por ella es lo que la convertirá en la heroína de nuestro juego.

—No es un juego.

Uzumaki sonrió con suficiencia.

—De hecho, milady, sí lo es.

¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que alguien utilizó el tratamiento formal con ella? ¿Cuánto sin que lo hicieran sin ánimo de ofender, juzgar o burlarse? ¿Había ocurrido alguna vez?

—E incluso si fuera un juego —concedió ella—, no sería en ningún caso el nuestro.

Él la miró durante un buen rato antes de hablar.

—¿Sabe?, creo que sí puede ser el nuestro. Y lo confieso, me resulta fascinante.

Ella ignoró la oleada de calor que acompañó a sus palabras. Se movió y enderezó los hombros.

—No logro imaginar por qué.

Uzumaki se acercó más y bajó la voz.

—¿De verdad?

Sostuvo su mirada mientras la intención de su voz la atravesaba. Uzumaki era la respuesta. Él, el hombre que decía a la sociedad qué pensar, cuándo y de quién. Él podría conseguir que resultara tentadora para Lord Gaara. Podría hacer que fuera tentadora para cualquiera.

«Bien sabe Dios que es un hombre extremadamente tentador».

Reprimió aquella línea errante de pensamientos y se concentró en la cuestión que le ocupaba. Naruto Uzumaki podía asegurarle un título y un nombre. Podía garantizar el futuro de Hanabi. Hinata había alternado con ese hombre desde hacía años en un mundo en el que se encontraban en igualdad de condiciones. Pero ahora, en la oscuridad, frente a él, era a la vez una amenaza y un salvador.

—Nadie ha hecho nunca lo que usted está a punto de hacer —comentó él.

—¿El qué?

Uzumaki volvió a adoptar su posición relajada contra la balaustrada de mármol.

—Regresar de entre los muertos. Si tiene éxito, venderé una cantidad increíble de periódicos.

—¡Qué mercenario!

—Eso no quiere decir que no le desee éxito de forma sincera. —Uzumaki dejó pasar un rato—. De hecho, eso es lo que quiero —añadió con tono sorprendido.

—¿De verdad? —preguntó ella, a pesar de decirse para sus adentros que no lo hiciera.

—Sí.

«Puede ayudarte a conseguirlo».

Él la estudió durante una pausa tan larga que ella tuvo que reprimir el impulso de moverse nerviosamente.

—¿Nos conocemos de algo? —preguntó él finalmente.

«¡Maldita sea!».

Esa noche no se parecía en nada a Lady. Su álter ego se acicalaba y maquillaba, mostraba sus curvas, apretaba el corsé hasta el infinito y sus pechos parecían escapar del escote. Usaba polvos en la cara, se pintaba los labios de rojo y peinaba su cabello con audacia, mostrando su brillo casi platino. Ella era todo lo contrario; sí era alta y morena, pero no extravagante. Sus pechos poseían un tamaño normal y su pelo no parecía especial. No cubría con cosméticos ni la piel ni los labios.

Él era un hombre y los hombres solo veían aquello que querían ver. Pero aun así, parecía que estaba viéndola a ella.

—No lo creo —repuso ella, conteniendo sus pensamientos. Giró la cabeza hacia el salón de baile—. ¿Quiere bailar?

Uzumaki sacudió la cabeza.

—Tengo asuntos que atender.

—¿Aquí? —La pregunta brotó, llena de curiosidad, antes de darse cuenta de que a la sencilla Hinata Hyûga no le interesaría nada aquel tema.

Él entrecerró los ojos para considerar la cuestión.

—Aquí... y en otros lugares. —Una leve pausa—. ¿Está segura de que no nos conocemos? —insistió él.

—Hace muchos años que no frecuento estos círculos —dijo al tiempo que negaba con la cabeza.

—Yo tampoco me muevo en ellos. —Volvió a hacer una pausa—. De todas maneras, me acordaría —añadió más para sí mismo que para ella.

Había tanta sinceridad en su voz que ella contuvo el aliento y lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Está coqueteando conmigo?

Uzumaki sacudió la cabeza.

—No tengo necesidad de coquetear. Es la verdad.

Ella curvó los labios en una leve sonrisa.

—Ahora sé que sí está coqueteando. Y sin miramientos.

Él inclinó la cabeza.

—Milady, me elogia.

—Basta ya, señor —repuso ella, riéndose—. Tengo un plan. Y no incluye periodistas guapos.

Él mostró sus dientes blancos y brillantes.

—Así que ahora soy guapo, ¿no?

Le tocó a ella arquear una ceja.

—Estoy segura de que posee al menos un espejo en el que mirarse.

—Usted no es lo que esperaba que fuera —aseguró él con una sonrisa.

«Si él supiera».

—Puede que después de todo yo no sea tan como buena para vender periódicos.

—Déjeme a mí lo de vender periódicos y usted... —se detuvo un instante—, y usted concéntrese en su plan. El que tiene cada debutante desde el principio de los tiempos.

—No soy una debutante. —Ella no pudo contener un resoplido de risa.

Uzumaki la observó.

—Creo que lo es más de lo que quiere admitir. ¿Acaso no quiere quedarse sin aliento bailando el vals con un pretendiente bajo las estrellas?

—Los valses que quitan el aliento solo sirven para que las chicas se metan en problemas.

—¿Y no quiere conseguir un título?

En eso tenía razón. Dejó que el silencio mostrara su acuerdo.

Uzumaki curvó los labios.

—Dejémonos de rodeos. Usted no está buscando un soltero cualquiera. Se ha puesto una meta. O al menos, su pretendiente deberá cumplir una lista de requisitos.

Ella le lanzó una mirada afilada.

—Hacer una lista sería muy mercenario.

—Sería inteligente.

—Pero admita que sería grosero.

—Admito que sería honesto.

¿Por qué tenía que ser tan inteligente? ¿Tan rápido? ¿Tan... adorable?

No. Se resistió. Él solo era un medio para conseguir un fin. Nada más.

Fue Uzumaki quien rompió el silencio.

—Evidentemente, será alguien que necesite dinero.

—Esa es la finalidad de las dotes, ¿no cree?

—Y debe poseer un título

—Debe poseer un título —admitió ella.

—¿Qué más desea Hinata Hyûga?

«Alguien decente».

Él pareció leerle la mente.

—Alguien que sea bueno para Hanabi.

—¿No habíamos acordado que no pronunciaría su nombre?

—Le resulta tan difícil por ella.

Hinata había estudiado minuciosamente los dosieres que guardaba en su despacho en El Ángel. Había descartado a una docena de solteros. Recortado las opciones a un solo candidato viable; un hombre al que conocía lo suficiente como para saber que sería un buen marido.

Un hombre al que podría chantajear si fuera necesario para que se casara con ella.

—No tiene una lista —dedujo él finalmente, mirándola con atención—.

Ha hecho una selección.

«Era bueno. Muy bueno».

—Sí —admitió.

Debía poner fin a esa conversación en ese momento. Llevaba alejada de la sala de baile el tiempo suficiente como para que alguien se diera cuenta, y no había nadie más en la terraza. Solo ese hombre. Y si los descubrían...

El corazón se le aceleró. Si los pillaban, sería una carga más que añadir a su mancillada reputación. Un riesgo tentador, como ocurría siempre. Ella lo sabía mejor que nadie. Pero era la primera vez en mucho tiempo que el riesgo venía acompañado por una cara bonita.

La primera vez en diez años.

—¿Quién? —la presionó él.

Hinata no respondió.

—Lo descubriré muy pronto —aseguró Uzumaki.

—Seguramente —convino ella—. Después de todo, es su trabajo, ¿verdad?

—Así es —dijo él y permaneció en silencio un buen rato antes de hacer la pregunta que ella quería evitar—. Hay muchas más dotes, lady Hinata, ¿por qué elegiría la suya?

Ella se quedó inmóvil.

—No hay otra tan grande como la mía. —Respondió con sinceridad.

Quizá demasiada—. Y ninguna proporcionará tanta libertad.

—¿Libertad? —preguntó él arqueando una ceja dorada.

Se sintió incómoda.

—No tengo expectativas con respecto al matrimonio.

—¿No sueña con un matrimonio de conveniencia se acabe convirtiendo en uno por amor?

Hinata se rio.

—En absoluto.

—Es muy joven para ser tan cínica.

—Tengo veintiséis años y no soy cínica. Soy inteligente. El amor lo dejo a los poetas y a los imbéciles. No soy ni una cosa ni otra. El matrimonio trae consigo libertad. La más pura y la más vil, la mejor del mundo.

—También trae aparejada a su hija. —Las palabras no estaban destinadas a irritarla, pero lo hicieron y se puso rígida. Él tuvo la decencia de parecer arrepentido—. Lo siento.

Ella sacudió la cabeza.

—Es la verdad, ¿no es cierto? Y usted lo sabe mejor que nadie. —Una velada referencia a la caricatura—. Debería estar contento —continuó ella —. Mi hermano lleva años intentando arrastrarme al seno de la sociedad. Debe estar tirándose de los pelos al ver que lo hubiera conseguido con un ridículo dibujo.

Uzumaki sonrió, y esa expresión hizo pareciese encantadoramente juvenil.

—Está sugiriendo que no conozco mi poder.

Ella imitó su sonrisa.

—Al contrario, creo que lo conoce demasiado bien. Solo lamento que no tenga otro periódico con el que revertir el hechizo que ejerció su Folleto de los escándalos.

Sus miradas se encontraron.

—Lo tengo.

A ella se le aceleró el corazón y, aunque estaba desesperada por hablar, guardó silencio, sabiendo que si lo dejaba continuar, podría conseguir lo que quería. Y él pensaría que era idea suya.

—Tengo cuatro periódicos más y sé lo que buscan los hombres.

—¿Además de una buena dote?

—Además de eso. —Él se aproximó un poco—. Mucho más.

—No tengo mucho más. —Nada que pudiera admitir.

Lo vio alzar una mano y contuvo el aliento. Uzumaki iba a tocarla. La iba a tocar y a ella le gustaría.

Pero no lo hizo. Ella solo sintió un pequeño tirón en el tocado y él le mostró la pluma que sostenía entre los dedos.

—Creo que tiene más de lo que puedo imaginar.

De alguna manera inexplicable, aquella fría noche de marzo se convirtió en otra tan ardiente como el sol.

—Suena como si me estuviera ofreciendo una alianza.

—Quizá lo esté haciendo —dijo él.

Hinata entrecerró los ojos.

—¿Por qué?

—Seguramente porque me siento culpable.

—No imagino por qué motivo —se rio ella.

—Quizá no. —Él le cogió la mano y ella dejó que le estirara el brazo como si fuera una marioneta. Como si no tuviera control sobre sí misma—. ¿Qué más da la razón?

Uzumaki trazó un suave camino con la pluma por encima del guante hasta debajo de la manga, por el interior del codo. Ella contuvo la respiración al sentir el delicado y maravilloso roce. Naruto Uzumaki era un hombre peligroso.

Retiró la mano.

—¿Por qué debería confiar en usted cuando acaba de admitir que solo quiere vender periódicos?

La curva que formaron sus labios fue una perversa tentación.

—¿No sería mejor saber exactamente con quién está tratando?

Hinata sonrió al escucharle.

—Sin duda nunca una chica tuvo tanta suerte en un balcón oscuro.

—La suerte no tiene nada que ver con esto. —Uzumaki se detuvo antes de continuar—. Entre la sociedad y yo hay un buen idilio.

—Le adoran —constató ella.

—Adoran la manera en que los entretengo.

Hinata consideró la oferta durante un momento.

—¿Y qué gano yo?

Aquella pícara sonrisa volvió a brillar en la cara de Uzumaki y ella notó mariposas en el estómago.

—Es una cuestión de entretenimiento.

—¿Cómo me beneficiaría?

—Obtendría el marido que desea. El padre que necesita para su hija.

—Les dirá que me he reformado.

—No he visto ninguna prueba de lo contrario.

—Ha visto cómo me insultó esa chica. Cómo amenacé a su familia. Cómo conseguí que la abandonaran sus propias amigas. —Hinata miró la oscuridad—. No estoy segura de que deseen tenerme cerca.

Él curvó los labios con complicidad.

—Vi que se protegía. Que protegía a su hija. Vi a una leona.

No podía ignorar el hecho de que él había sido un león pocos minutos antes.

—Todas las historias tienen dos versiones.

Él abrió el abrigo y guardó la pluma en un bolsillo interior antes de volver a abrochárselo. A pesar de que ya no veía el penacho, sintió como estaba atrapado contra su calor, contra ese lugar donde reinaba el latido fuerte y seguro de su corazón. Atrapado contra él.

Sí, era un hombre muy peligroso.

Él esbozó una sonrisa lobuna, aquel poderoso hombre que poseía los periódicos más leídos de la ciudad. El hombre que podía encumbrar o arruinar con sus publicaciones... Era el hombre que necesitaba para creerse sus mentiras. Para perpetuarlas.

—No se equivoque, cada historia tiene una sola lectura —afirmó él. Las palabras la atravesaron como un pecado.

—¿La de quién?

—La mía.


Continuará...