Aprovechando la ropa que Rapunzel me había dado, caminé tranquilamente por el centro de la ciudad viendo a sus gentes, a los niños correr por las calles y, exactamente en el mismo punto del mercado, a Kristoff y Sven compartiendo una… "Iuggggh", súper babeada zanahoria. "Voy a hacer como que no he visto eso". Me planté a su lado y le ofrecí mi ayuda con los trastos del carro con una sonrisa de oreja a oreja.
Kristoff se giró sobresaltado y, al reconocerme debajo de aquel gorro y con esas trenzas tan diferentes del elegante recogido que llevaba cuando le conocí, se quedó con la mandíbula completamente descolgada. Entonces, se recuperó rápidamente y, con una preciosa sonrisa me contestó.
—Me conformo con que no me lo desmontes.
—¡Eyyy! ¡¿Así es como me vas a recibir?!
Él rio con ganas y, aún riendo, pude sentir cierto alivio en el tono de su voz.
—¿Cómo lo has hecho?
—No sabría decirte si me he escapado o si soy libre… —¿Qué?
—Pero este no es lugar para hablar de eso… —¿Vienes de incógnito? —dijo con una sonrisa burlona.
—Así es. No quiero que me reconozca la guardia ni… ¡ni mucho menos él!
—¿Quién?
El bueno de Hans había entrado en mi campo visual y parecía buscar algo o a alguien desesperadamente por toda la zona. Se iba fijando en todo el mundo y su expresión reflejaba bastante frustración.
—¿Por qué no se ha ido ya? ¿Me estará buscando?
—Anna, ¿quién? —preguntó Kristoff con rostro preocupado.
Apostaba a que no recibiría la misma comprensión de Hans que recibí de Rapunzel y Eugene. No me extrañaría que intentase llevarme de vuelta al palacio. Pues no se lo iba a poner tan fácil.
—No tengo tiempo para contártelo ahora. ¡Debo esconderme!
Me lancé de un salto a la trasera de su carro y, por segunda vez, lo puse todo patas arriba. Después me tapé como pude con los trastos y mantas que tenía ahí y vi por un huequillo cómo él mismo me ayudaba a taparme.
Se hicieron unos minutos de silencio en los que Kristoff continuó "organizando" su carro mientras yo me preguntaba cómo iba a saber cuándo hacerme salir de ahí si no le había dicho de quién me escondía.
—¿Dónde está ella?
"¿La voz de Hans? ¡No puede ser! ¿Me habrá visto?"
—¿Disculpa? —contestó Kristoff con calma pero con un tono algo molesto.
—No te hagas el tonto. ¿Dónde está la princesa Anna? Anoche se fue contigo, ¿no es cierto?
—¿La princesa? No sé de qué me hablas.
"Vaya, también tutea a Hans…"
—No me está gustando tu tono, plebeyo. Le hablas a un príncipe.
—No me digas…
"Pude escuchar cómo Hans apretaba los dientes."
—Escúchame… —Kristoff.
—Kristoff… no tengo nada en tu contra. Sólo estoy preocupado por la princesa. Ayer desapareció después de discutir con su hermana y no sabemos dónde puede estar. Sé que ha acudido a ti; anoche estuvo hablando de ti más de lo que me gustaría. Dime dónde está y te recompensaré generosamente. —Lo siento, pero no tengo información para venderte.
—Espera, no te habrás enamorado de ella, ¿verdad?
"¿Verdad?"
—Insisto en que no sé de qué me hablas.
"Supongo que es mejor así…"
—Vamos, no pensarás que tienes algo que hacer con ella, ¿verdad? ¡Es una princesa! ¡Mírate bien!
"¡Eh! ¡¿De qué va este tío?!"
—Bueno, si me disculpas, no tengo tiempo para esto, debo ir a trabajar.
—Óyeme rubito, se me está acabando la paciencia. Si osas mancillar a la princesa… —No sería asunto tuyo.
"¡Wow… !" Tuve que tragar saliva. "¡Y me lo he perdido!"
—Te arrepentirás de esto, Kristoff.
—Vamos, Sven. Tenemos trabajo que hacer.
Sven se puso en marcha y pude sentir cómo todo el cuerpo me vibraba al rebote del carro por el empedrado de la ciudad y cómo todos los trastos que me ocultaban me iban dando pequeños golpes que, según se iban repitiendo, iban molestando cada vez más. De pronto sentí cómo mi cuerpo era empujado hacia abajo y cómo los trastos me aplastaban aún más. Sin duda, ahora íbamos cuesta arriba.
Tras un rato que pareció una eternidad, el carro paró y, por fin, Kristoff retiró de encima mío todos los trastos que me aplastaban.
—Lo siento, ¿estás bien? No podía parar hasta que estuviese seguro de que no nos seguían.
Miré a mi alrededor y me di cuenta de que nos encontrábamos en medio del bosque y de que Kristoff me miraba con preocupación mientras esperaba mi respuesta.
—Estoy bien. Gracias por ayudarme. ¿Me puedes sacar de aquí?
Sonrió aliviado y me sacó de aquel terrible revoltijo.
—Lo siento, lo he vuelto a hacer… Te ayudo a ordenarlo… —Deja eso ahora —dijo riendo—. Más importante, ¿quién era ese tipo y por qué tienes que esconderte de él?
—¿Hans? Es el décimo tercer príncipe de las Islas del Sur, y ayer me propuso matrimonio.
—Ah… ¿Sois pareja?
—¿Eh? ¡Qué va! Le conocí ayer mismo.
—¡¿Y te pidió matrimonio?!
—Sip. Debo de ser irresistible… Me asusto… —Y, ¿qué le dijiste?
—Que no, evidentemente.
Kristoff respiró aliviado y eso me hizo ruborizar levemente.
—¿Es cosa mía o pareces aliviado? —le dije con una sonrisa burlona.
—Bueno, habría sido una locura casarte con un desconocido, ¿no es así?
"Y ahí van mis esperanzas…"
—Y, entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué huyes de él?
—Pues no mucho. Le rechacé, corrí hacia mi hermana, le rogué que dejase las puertas abiertas y se negó, así que le dije que no podía seguir viviendo así y me dijo "Pues vete". Así que aproveche su beneplácito y me fui corriendo de allí antes de volver a quedarme encerrada.
—Así, ¿tan fácilmente?
—Sí… y no me ha parecido que la guardia me esté siguiendo, pero no me atrevo a pasar mucho por allí. Y, bueno, Hans… tengo la sensación de que me devolvería al castillo. Ya sabes, quiere que le acepte y eso, pero apuesto a que no querría casarse con una tránsfuga.
—Ya veo… Y, ¿por qué me conoce a mí?
—Puede que le hablase un poco del chico que me hizo pensar que merecía vivir la vida.
—¿Yo he hecho eso?
—Ahá… Y, por lo visto, vio cómo te besaba esa mañana y asumió que había algo más entre nosotros. —Y de ahí lo de la mancilla.
—Sí, lo siento por eso.
—No es nada de lo que seas responsable.
Se hizo un silencio extraño y algo incómodo. No sabía cómo explicarle que si pasase algo entre nosotros no me sentiría mancillada sin que pareciese algún tipo de propuesta. Pero perdí el hilo de mis pensamientos cuando por fin habló de nuevo.
—Y… ¿estás bien?
—Claro, ¿por qué no debería estarlo?
—Bueno, no sé si te gustaba ese chico, pero la cosa parece haberse complicado con él; además, te encuentras sin nada en medio de un mundo que no conoces y, pese a lo conveniente que te haya resultado, me ha dado la sensación de que te ha dolido que tu hermana te dejase ir así.
—¿Intentando hundirme en la miseria?
—Eh… ¡no! Yo…
Le vi tan apurado que me pareció hasta mono. Tan pronto me vacilaba como buscaba una piedra bajo la que esconderse. Era un chico realmente divertido.
—No te equivocas con lo de Elsa, pero no es nada de lo que sorprenderse, lleva haciéndome el vacío muchos años. Respecto a Hans, tan sólo pasamos un rato charlando, comiendo y bailando y, te aseguro que no es mi tipo. Es muy refinado, estirado y… limpio.
—No me parece que todo eso sean cosas negativas. Más bien diría que le estás halagando.
—Puede… pero no es para mí. Además, he escuchado lo grosero e hiriente que ha sido contigo. Apuesto a que todo el trato que me dio fue puro teatro. ¡Me cabrea ese tipo! No me fío de él.
—En eso estoy contigo. No me ha parecido trigo limpio. Ten cuidado con él. —Y, sí, estoy bastante perdida y no tengo ni idea de qué hacer, pero no es cierto que no tenga nada: te tengo a ti, ¿no es cierto?
Kristoff se puso como un tomate y me di cuenta de que igual no me había expresado de la mejor manera posible.
—Quiero decir que… ya sabes, me has ayudado a salir de allí y a que no me viesen y… ¡Pero no tienes por qué hacerlo! ¡No significa que tengas que cuidarme ni nada! Ya soy mayorcita, yo me apañaré. Sólo… —Cuenta conmigo.
—¿Qué?
—Todos hemos necesitado ayuda en algún momento de nuestras vidas. No es nada de lo que avergonzarse ni es necesario que salgas adelante sola. Estoy aquí para ti: cuenta conmigo.
Me enterneció terriblemente el alma, pero no era tan fácil decir que sí.
—Te lo agradezco muchísimo, Kristoff, pero tú tienes un trabajo que no puedes desatender para intentar inventar una vida para mí. No quiero abandonar Arendelle, pero tampoco puedo ponerme a trabajar en cualquier lado porque me reconocerían en seguida y, por supuesto, no tengo la menor idea de cómo sobrevivir en la naturaleza. Sólo puedo ser una carga para ti y no quiero serlo.
—Vamos a hacer una cosa. ¿Qué te parece si te vienes conmigo a mi cabaña hasta que se nos ocurra algo mejor?
¿Hablaba en serio? ¿Por qué complicarse tanto la vida por mí?
—No es gran cosa, de hecho ni siquiera hay constancia de su construcción. Pero sirve para una emergencia. —¿Es ilegal?
—Su...pongo que sí, sí.
—Así que al final eras un chico malo —bromeé dándole un pequeño codazo en las costillas.
—Los cosechadores del hielo nos hicimos una cada uno para poder pasar noche en la montaña cuando las condiciones climatológicas no nos permitían volver a casa. Creo que se solicitó legalmente su construcción, pero nunca llegó a ser aprobada. Es lo que tiene un reino sin un mandatario definido. Aunque ahora que lo pienso, no parece muy buena idea haberle contado esto a la princesa de ese reino.
Reí abiertamente viendo cómo su cara cambiaba por momentos.
—Bueno, te venderé mi silencio a cambio de manutención temporal.
Esta vez fue él el que rio. Después me tendió su mano y esperó pacientemente a que me decidiese.
—¿Trato hecho?
Me costó un poco tomar su mano. Me estaba aprovechando clarísimamente de su amabilidad. Con suerte, algún día podría devolverle el favor.
—Trato hecho —dije agitando su mano mientras él sonreía satisfecho.
—Pues sube y agárrate fuerte, nos vamos a buscarte ropa de abrigo.
—¿Tanto frío va a hacer?
—Ya me lo dirás cuando lo sientas. Vamos, Sven. A la tienda de Oaken.
