CAPÍTULO IV - CELOS

-¡QUÍTALE LAS MANOS DE ENCIMA A MI MUJER, CHUCHO!

Inuyasha sonrió amplia y malvadamente, levantó ambos brazos de la paja y mostró las manos con expresión burlona, haciendo que sus garras centellearan con la luz de la fogata. Kagome suspiró contra su pecho e intercambió una mirada de agotamiento mental con Sango, que estaba intentando sujetar al furioso demonio lobo a duras penas junto con Miroku.

-Es ella la que está encima de mí, sarnoso ¿o es que estás ciego? – le provocó encantado.

-Inuyasha, basta – le sermoneó el monje, empezando a temer por su integridad física. Los ojos de Koga estaban cada vez menos azules y más negros – Koga, tranquilízate, esto es sólo una medida para que Kagome no coja frío.

-¡¿Y esto es lo que se os ha ocurrido, parvada de degenerados?! ¡¿Es que no sabéis lo que es una puta manta?! ¡Joder, pero si ni siquiera está vestida!

-El contacto con la ropa me duele mucho, Koga – le aclaró Kagome con paciencia – No puedo taparme con nada.

-No le des explicaciones a este imbécil, él no pinta nada aquí para empezar – se quejó el mediodemonio, irritado como siempre que la chica se mostraba condescendiente con su rival.

-¿Quieres pelea, bastardo? – le desafió Koga dando un par de pasos hacia él con los puños apretados con fuerza.

-Muérete – replicó amenazante, arrastrando la palabra.

-¡Chicos, es suficiente! – volvió a intervenir el bonzo

Kikyo parpadeaba sorprendida por el numerito, y porque nadie pareciera especialmente alterado por esa batalla campal aun a pesar de las precauciones que estaban tomando conteniendo a los dos implicados. No era la primera vez que veía a Koga, pero no tenía conocimiento de que se llevara tan mal con Inuyasha. Oyó a su derecha como Shippo se reía de forma casi traviesa, lamiendo uno de esos caramelos insertados en un palo que tanto le gustaban, como si necesitara un tentempié para disfrutar del espectáculo.

-¿Esto es normal? – le preguntó la sacerdotisa con su habitual tono de voz ceremonioso, mientras a su alrededor seguía el festival de insultos.

-Sí, totalmente. Inuyasha y Koga no se soportan desde el primer día – comentó el niño y su tranquilidad reforzó sus palabras, realmente no lucía preocupado en absoluto por el ambiente bélico que les rodeaba – Desde que Koga proclamó que Kagome era su mujer.

Kikyo cerró los ojos y sus labios se curvaron con resignación, como si estuviese asumiendo un chiste hiriente.

-Entiendo - suspirando con pesar para sí misma.

Cuando fueron pareja cincuenta años atrás, ya se había dado cuenta de ese rasgo de personalidad del mediodemonio. Era celoso y posesivo, y estando enamorada eso le había resultado encantador pero cuando la receptora de ese tipo de atención era su reencarnación, la cosa ya no era tan graciosa.

Aunque no podía negar que la escena era un tanto cómica.

Al otro lado de la cabaña, parecía que Miroku había conseguido que Koga dejara de intentar abalanzarse sobre la enferma para arrebatarla de los brazos de su protector, argumentando que el estado de la joven era todavía muy delicado y que podía hacerle daño. Seguía explicándole más detalles con paciencia y el lobo sólo los escuchaba a medias, porque en un momento dado miró por encima del hombro de su interlocutor para volver a clavar sus ojos en la pareja. Inuyasha se dio cuenta de que estaban siendo observados y hundió la nariz en el pelo de la frente de la muchacha, rozándosela con los labios y dirigiéndole al demonio una mirada y una sonrisa socarronas.

-Eres lo peor – le susurró Kagome, poniendo los ojos en blanco.

Inuyasha sonrió más al verse descubierto pero eso no le quitó las ganas de disfrutar sádicamente de ese momento. Le guiñó un ojo a su rival, que explotó y volvió a la carga.

-¡Lo mato! – rugió como una bestia.

Sango y Miroku no le interceptaron a tiempo, pero entonces fue Kagome la que hizo que el demonio se detuviera en seco cuando ya estaba encima de ellos, y lo hizo mirándole con miedo, encogiéndose y rogando con voz suplicante:

-Koga, por favor, no, no…

Él se paralizó ante su instintiva y desesperada petición. La sonrisa de Inuyasha se había esfumado de golpe y ahora le mostraba un colmillo mientras sus ojos dorados destelleaban amenazantes.

-Un solo gesto que le haga daño, un solo quejido…y te corto las manos.

Koga le dedicó un gruñido animal correspondiendo al desafío entre machos, pero al mirar a la chica de nuevo su expresión se dulcificó. Tomó aire profundamente, intentando calmarse, y luego se puso en cuclillas para dejar su rostro a la altura del de ella.

-Querida Kagome…¿tanto te duele?

-No, pero…

-Sí – la interrumpió Inuyasha. No pensaba consentir que Kagome subestimara la gravedad de su situación si eso podía suponer un riesgo de que ese pelele intentara volver a ponerle la mano encima – Le duelen hasta las ráfagas de aire, así que no hagas ninguna estupidez o…

-¿O qué? – le desafió con chulería.

-Chicos, en serio…Basta, por favor – murmuró agotada, y su tono de voz fue tan lastimero que ambos dejaron de prestarse atención el uno al otro para dirigirla automáticamente a ella.

-¿Te encuentras mal? – le preguntó el mediodemonio preocupado, intentando verle la cara desde su cercana posición.

-Cada vez me duele más la cabeza, dejad de pelearos ya, por favor.

-Está bien, amor mío, lo que sea con tal de que te encuentres mejor – intentó cogerle una mano a la muchacha, pero tuvo que retirarla para esquivar un zarpazo territorial. Le gruñó a Inuyasha y éste respondió de la misma forma, pero ambos respetaron la tregua que les había pedido Kagome, por lo menos en el sentido verbal – Pero maldita sea, pequeña… - olfateó el aire - ¿Tú sabes lo que apestas a perro ahora mismo? Es repugnante.

A Sango, Miroku y a Shippo se les escapó la risa al oír ese comentario tan propio de su aliado, pero a Inuyasha no le hizo ni puñetera gracia ese tonito despectivo ni el contenido de sus palabras. Y mucho menos estuvo de acuerdo, pues secretamente hacía días que había descubierto que si en algún momento el maravilloso aroma de Kagome podía verse superado, eso solo sucedía cuando estaba mezclado con el suyo propio. Era jodidamente gratificante que esa mujer tan especial para él tuviera su olor impregnado.

Pero se suponía que eso tenía que servir para ahuyentar a los imbéciles que la pretendieran, no para que se recrearan sacándole de sus casillas.

-Pues si tanto te molesta lárgate – espetó de mala gana.

-Inuyasha… – masculló la chica con tono de advertencia y el entrecejo fruncido.

-¡Keh!

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Afortunadamente, la noche siguió su curso sin más altercados. Koga terminó aceptando esa surrealista solución que el equipo le había puesto al problema médico de Kagome, aunque siguió refunfuñando de vez en cuando acerca del tema. En ningún momento retiró su afirmación de que eran todos una panda de salidos, y además insistió en quedarse en la cabaña con ambos implicados para, textualmente, "Vigilar que el chucho pulgoso no se propasara con su mujer". Nadie encontró ningún argumento que justificara el que no pudiera hacerlo y las quejas de Inuyasha tampoco fueron válidas en ese caso.

Aun así, el lobuno no aguantó ni hasta media madrugada viéndoles acurrucados de esa forma tan íntima a sus ojos. Ni siquiera se abrazaban, estaban colocados solo para cumplir el propósito que los tenía en esa postura, pero para el celoso demonio lo que estaba sucediendo delante de su cara era toda una recreación sexual y por eso en algún momento de la noche se puso en pie mascullando mil palabrotas y se largó. El detonante había sido un breve intercambio de susurros entre el mediodemonio y la chica acerca de si estaban cómodos y de si el dolor de la quemadura estaba bien controlado. Ambos se quedaron mirando pasmados como Koga se levantaba con un aspaviento y atravesaba el estor sin despedirse. Kagome suspiró armándose de paciencia y volviendo a cerrar los ojos cansada.

-Ya, deja de sonreír – pronunció en voz alta, pero cuando oyó la brusca carcajada victoriosa apenas contenida de su acompañante, sus labios también se curvaron.

No podía negar que en lo más profundo de su ser, esas actitudes posesivas de Inuyasha le daban la vida.

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Había sido un día relativamente tranquilo. Koga había permanecido con ellos porque su orgullo herido no le permitía marcharse como si aquello no le concerniera, y tras algún que otro intercambio de impresiones ruidoso con su rival que alarmó a la mitad de los aldeanos – como cuando empezaron a lanzarse barriles de arroz, asustando a las gallinas que no dejaron de alborotar durante el proceso - no hubo muchos más sucesos de los que lamentarse.

Hasta que cayó la noche, y la luna les sorprendió por su oportunísima ausencia.

-¡POR ENCIMA DE MI CADÁVER! – exclamó airado un joven de ahora negros cabellos, interponiéndose entre el demonio lobo y su protegida con los brazos en cruz.

Koga soltó una carcajada de satisfacción, saboreando ya la dulce venganza que estaba a punto de tomar. La cara de burla con la que estaba mirando a ese gracioso Inuyasha de aspecto tan humano dejaba bien claro lo ganador que se estaba sintiendo en esos momentos. Estaba claro que el que reía último, reía mejor.

-Ahora ya no tiene tanta gracia, ¿eh, pulgoso? – se mofó con su profundamente irritante expresión triunfal, a ojos de quien le estaba gritando.

-¡Cállate la puta boca! Da un paso más y…

-¿Y qué? – cuestionó con suficiencia y los brazos cruzados - No sirves para calentar, ni para defender, ni para luchar. Hoy no sirves para nada, así que hazte a un lado, por el bien de mi querida Kagome.

-¡Y UNA MIERDA!

Kikyo estaba presenciando esa caótica escena en silencio pero con el rostro contraído. Como más pronunciados e intensos eran los evidentes celos de Inuyasha, más le ardían y se avivaban los suyos propios. Pero si algo le estaba doliendo más que eso en ese momento, era la profunda desesperación de él. Nunca le había visto tan fuera de sí, y eso que era una persona de mucho carácter, de armas tomar. Ni siquiera con Naraku le había visto perder los estribos de esa manera. Claro que los encuentros contra los villanos le permitían hacer valer su hombría, no se la herían ni le humillaban siempre y cuando saliera vencedor.

No era el caso.

-Inuyasha, es por el bien de Kagome – interfirió Miroku, sin poder evitar que se le notara lo intimidado que estaba por la actitud enloquecida de su compañero, y eso que estando en su forma humana era relativamente inofensivo. Pero había que ser muy valiente para insinuarle siquiera que debía quedarse mirando hacia otro lado mientras Kagome se recostaba con su tan detestado rival delante de sus ojos.

Lo que Miroku no entendía era que el hecho de haber vivido en sus propias carnes lo que era estar de esa forma con Kagome lo empeoraba todo. Era la primera vez desde que habían empezado con esa costumbre, que la experiencia tenía connotaciones negativas. Había tomado plena conciencia de lo que suponía, y de lo especial e íntimo que se sentía. Y sólo pensar en que ahora sería el asqueroso de Koga el que conectaría con la chica de esa forma tan personal que sólo debería haber sucedido entre ella y él mismo, le entraban ganas de vomitar y el estómago se le retorcía por la cólera.

-¡Cállate o tú también recibirás! – le espetó furioso, sintiéndose profundamente acorralado y traicionado.

-Sango, si aceptas una sugerencia…¿No crees que hoy tu gata podría aprovechar para descansar? – interrumpió una voz melancólica.

Todo el mundo se giró a ver a Kikyo, que no parecía turbada por haber pasado a ser de repente el centro de atención. Nunca lo parecía por nada, así que se limitó a dar más detalles a todos esos espectadores que la miraban interrogantes como si se hubieran acostumbrado a verla como un objeto decorativo de la cabaña que rara vez intervenía en las conversaciones.

-Lleva varias noches en vela. Su Excelencia y tú os estáis turnando, – le hizo un gesto de cabeza de cortesía a Miroku, que él le devolvió - pero ella no.

Sango frunció el ceño sin entender a dónde pretendía llegar la sacerdotisa, pero enseguida sus ojos se abrieron al leer algo en los de Kikyo que la miraban fijamente, y entonces se apresuró en contestarle:

-¿Quieres decir que Kirara se quedaría con Kagome? – especuló, con los párpados entrecerrados ocultando una perspicacia disimulada.

-Sí, así descansaría. Hoy no nieva, no creo que sea imprescindible volar. Y en todo caso, si os faltan vista y oídos de demonio, hoy tenéis a Koga.

Nadie dijo nada durante medio minuto después de que hubiera expuesto su propuesta. Hasta Inuyasha se quedó mirando extrañado a su primer amor, algo raro teniendo en cuenta que últimamente no se había dignado a prestarle ni un mínimo de atención para nada que no fuera marcarle los límites con su reencarnación. Si en algún momento había tenido la esperanza de que alguno de esos miserables que estaban callados saldría a ponerse de su parte, jamás lo hubiese esperado de Kikyo. ¿A qué venía eso? Sintió el impulso de espetarle que se metiera en sus asuntos, proveniente de esa parte de él que todavía estaba furiosa con ella, pero no era tan imbécil como para manifestarlo. Le convenía que esa iniciativa se cumpliera, así que se quedó calladito y a la espera de ver el resultado.

Sango parpadeó varias veces, sospesando la posibilidad que se les había presentado siguiendo la lógica de la mujer. Ella misma tampoco quería ver a su amiga en una situación que no solo sabía que la incomodaría, sino que podría ser contraproducente en esa relación con Inuyasha que todos estaban ilusionados con que prosperara.

-¿Kagome? – le preguntó a la aludida girándose a verla, como si no supiera qué le contestaría la convaleciente. La mirada cómplice que intercambió con ella le contestó a la pregunta antes de que fuera siquiera verbalizada - ¿Te parece bien?

Aun sin tener que pensarse la respuesta, Kagome frunció los labios, eligiendo muy bien las palabras que tendría que usar para no ofender a nadie.

-Claro, me parece bien todo, en realidad – se oyó un peligroso gruñido desde el haori rojo que se estaba interponiendo entre ella y su motivado pretendiente, y eso la hizo carraspear y corregirse automáticamente – Quiero decir que lo último que quiero es que nadie se tome más molestias por mí, pero…

-No es ninguna molestia, querida Kagome – se apresuró en aclarar Koga, haciendo ademán de acercarse a ella, pero Inuyasha se balanceó hacia un costado para volver a poner su cuerpo en medio, con cara de perro de presa – Me estás empezando a hartar, chucho asqueroso…

-Mira como tiemblo – replicó, enseñando los dientes y al parecer olvidándose de que en ese momento no disponía de colmillos.

-Estaría bien que Kirara descansara, Koga – intervino Kagome antes de que eso volviera a convertirse en un circo romano – Ayudarnos con la guardia de esta noche sería muy amable por tu parte, y yo te quedaría muy agradecida.

Esta vez, hasta Kikyo tuvo que reprimir una diminuta sonrisa al darse cuenta de la talentosa manipulación a la que el demonio lobo estaba siendo sometido. Nunca había dudado de la inteligencia de su rival amorosa, pero no la había visto en acción para esos fines y tenía que reconocer que su táctica tenía mérito. Incluso aunque Koga no pareciera muy difícil de llevar por donde una quería.

-Haré lo que necesitéis si eso te hace feliz, amor mío. Contad conmigo – asintió con una sonrisa arrogante de plena disposición, mientras se señalaba a sí mismo con un dedo.

Cuando al fin ese conflictivo problema fue zanjado, el ambiente dentro de la cabaña se distendió rápidamente. Como si hubiese entendido perfectamente todo el diálogo, Kirara saltó del hombro de Sango y se transformó sin que nadie se lo pidiera. Su dueña ayudó a Kagome a acomodarse encima del lomo de la gata que ahora se estaba estirando sobre el jergón, y los hombres miraron hacia otro lado tal y como se esperaba de ellos, con tal de no ver ninguna parte demasiado privada del cuerpo de la paciente por accidente.

Hacerlo de ese modo estaba resultando complicado para ambas mujeres. Kikyo tuvo el impulso de acercarse a ayudarlas al ver su apuro, pero nada más apreciar la mirada chispeante de advertencia que le lanzó Inuyasha, cambió de parecer. La cosa entre ellos no estaba como para provocar más al temperamental mediodemonio, y menos teniendo en cuenta el altercado de un par de días atrás que ya habían tenido precisamente por ese tema de la distancia prudencial con su protegida. La no-difunta se quedó ahí de pie como los varones durante menos de un minuto, antes de volver a sentir esa incómoda sensación de que no solo no encajaba ahí sino que no era bienvenida entre esa gente por ser la culpable de toda esa situación. Terminó por cerrar los párpados agotada de tanta hostilidad y salió de la cabaña.

Se entretuvo mirando las estrellas un rato, preguntándose en qué momento había pasado a ser ella la extraña en ese mundo, y no la mujer que, siendo ella misma, había llegado allí desde quinientos años en el futuro. Tenía que reconocer que quizá si en algún momento del pasado se hubiese molestado en intentar integrarse más con el grupo de amigos de su amado, ahora no se sentiría de ese modo. Aunque en ese caso, posiblemente sus acciones se habrían visto como una traición, no como un error.

Empezó a caminar colina abajo, deseando poner distancia con toda esa incomodidad que le absorbía el alma que no tenía – y que por eso tenía que coger prestada – pero se detuvo encima del pasto cuando oyó que alguien la llamaba por su nombre.

-¡Kikyo! Espera – le pidió Sango, acercándose y deteniéndose a un par de metros.

Se limitó a quedarse quieta, esperando a lo que fuera que la otra mujer tuviera que decirle. La tensión entre ellas siempre había sido evidente: Sango era la eterna defensora de su rival amorosa, y para ella, Kikyo era el motivo de los constantes episodios de desamor que hacían sufrir a su mejor amiga. Por eso resultaba curioso el modo en que se habían entendido con una mirada y esa tregua tácita que habían establecido dentro de la cabaña persiguiendo un objetivo en común.

-¿Por qué lo has hecho? No te beneficia en nada - inquirió Sango con la frente arrugada, convencida de que detrás de todas esas acciones de su interlocutora había escondidas otras intenciones menos altruistas. Ya hacía tiempo que sospechaba que Kikyo no era la perfecta santa que todo el mundo creía, y la prueba de eso era el actual estado de Kagome.

-Tampoco me perjudica – se limitó a contestar, con el tono calmo que la caracterizaba.

Sango fue a decir algo pero volvió a cerrar la boca, reflexiva. Aunque le había salido por instinto el impulso de corregirla, si se paraba a pensarlo la verdad era que Kikyo tenía razón: no había propiciado ningún acercamiento entre Inuyasha y Kagome, sólo había contribuido a impedir que ella lo hiciera con Koga.

-Aun así, no entiendo por qué te has molestado. ¿Desde cuándo te importa lo que haga Kagome?

- Te aseguro que me trae sin cuidado – respondió de forma tan rotunda y fría que Sango la creyó inmediatamente - Era sólo una idea para no agotar a tu gata, nada más. Además, ya me estaba hartando de tanto grito – añadió una vez hubo empezado a reanudar su marcha.

Y aunque Kikyo había planteado esa última parte de su breve explicación como si fuera una queja hacia quien había protagonizado el conflicto ahí dentro, sólo entonces las ideas conectaron en la mente de la exterminadora, y de repente lo comprendió: Kikyo no había hecho eso por Kagome, ni siquiera por Kirara.

Lo había hecho por Inuyasha.

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¡Holiiiii!

Pfff qué mal…No me puedo creer que hayan pasado tantos meses desde la última vez que actualicé. Lo lamento. En mi defensa diré que no ha sido porque haya vagueado, sino porque he volcado todas mis energías y he estado obcecada trabajando en Ángel porque quería terminarlo. Tanto que hoy me sentía saturada de ese fic, y me he inspirado más bien para este.

Estoy contenta del resultado. Me ha costado desencallarlo porque tuve un bloqueo de escritora con este capítulo, tenía la mitad escrito pero la otra no sabía como completarla. Al final he quedado satisfecha.

Me gusta este fic. Me cuesta sentirme inspirada para sentarme a escribirlo, pero cuando lo hago todo fluye y lo disfruto mucho. Me salen las frases y los recursos fácilmente y me lo paso muy bien creando y creando. Me estoy divirtiendo, me voy riendo sola a pesar de que se supone que esto es un drama. ¿Qué opináis sobre esta paradoja?

Gracias por leer, guapísimas^^

Dubbhe