Aquí va un capítulo más corto.

Nota: Corregí algunos errores y lo volví a subir.


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Como día Lunes

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Palacio de Asgard.

Odín escuchaba sentado. No en su trono, sino en un cómodo sillón de respaldar alto, tallado en fresno gris de Vanaheim y tapizado con pieles de Midgard, el cual se encontraba en el salón para reuniones privadas. Delante de él se extendía una mesa para veinte invitados que otrora habrían sido representantes de los nueve mundos. Pero ahora que el Padre de Todo estaba volviendo a sus viejos modos huraños, solo servía para el consejo de Asgard. O más bien, el "consejo del rey".

En ese momento lo acompañaban El Comandante de Los Einherjar, Tyr, y El Guardia en Jefe de Las Mazamorras de Asgard, Vidar.

El joven guardia, con apenas ochocientos años, relataba lloroso como Loki lo había engañado. Su compañero de turno, más experimentado, no podía ni mirarlo sabiendo que caería junto a él.

―El protocolo es claro. No abrir por ningún motivo los calabozos de clase A ―dijo Tyr―. Es claro que eres demasiado débil y estúpido. Quedas destituido de tu cargo.

―No ―rectificó Odín. Tyr lo miró confundido―. Ambos conservarán sus puestos.

―Gracias Padre de Todo. Gracias ―dijo el joven.

El otro solo hizo una reverencia con la cabeza. Sabía que no se habían salvado.

―Aún no termino ―. Ambos lo miraron nerviosos―. Tampoco hablarán de lo que pasó, ni con sus hijos ni con sus esposas... O lo que perderán serán sus cabezas.

El novato palideció.

―No lo defraudaré mi rey ―respondió ahora sí el mayor.

―Retírense.

El rey de los Aesir suspiró arto una vez que se fueron. Tomó un gran trago de aguamiel y luego miró al comandante.

―¿Qué sabes de la partida que enviaste tras Loki?

―Siguieron su rastro hasta Midgard. Pero desde entonces no se han reportado, no hay señales de ellos ―. Odín torció el labio―. Quizás si voy yo en persona con un grupo de mis mejores hombres...

―Imposible ―lo interrumpió―. Sin el Bifrost tardarías tres meses tan solo en llegar a Midgard. Thor y los guerreros no están. Te necesito aquí.

―¿Puedo sugerir una alternativa? ―dijo Vidar, que hasta ahora había permanecido callado. Odín le dio permiso con un gesto―. Envía a Skurge.

―¿¡Skurge!? ―replicó Tyr―. No sabe manejarse en el mundo de los mortales. Tampoco obedece órdenes.

―No iría solo ―insistió Vidar.

El Padre de Todo descansó contra el respaldar y mientras el comandante seguía discutiendo él analizó las posibilidades. No le preocupaba demasiado los midgardianos, como civilización primitiva, pasaban sus cortas vidas sin enterarse ni de la mitad de lo que sucedía en su planeta. Tampoco es que pudieran hacer algo. Pero...

―Ningún reino puede saber que se nos ha escapado. Asgard parecería débil...

―Y por eso insisto en enviar al mejor rastreador que tenemos... Skurge.

―Tyr, elige dos hombres de tu confianza para que vayan con Skurge. Quiero que partan enseguida ―dijo y el dios de la guerra acató la orden inclinando la cabeza―. Y que no llamen la atención.

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Triskelion. Washington, D.C.

La agente Hill caminaba por las instalaciones del cuartel de S.H.I.E.L.D., directo hacia la oficina de Fury. Saludó a un operador al pasar y se detuvo a esperar el elevador. Seleccionó el piso cuarenta y nueve. Cuando el panel le pidió confirmación de identidad ella colocó la base de su puño.

Agente: María Hill. Nivel de seguridad: nueve. Acceso al piso cuarenta y nueve: concedido ―dijo la voz I.A. del Triskelion.

Tenía la típica voz de secretaria, una elección consensuada entre los directivos según decían. Todos hombres por supuesto. Por ella hubiera sido la voz de Morgan Freeman.

La luz se puso verde y las puertas se abrieron, entonces siguió su camino. Al llegar a la puerta de vidrio esmerilado que tenía el nombre de su superior grabado, dio dos golpecitos.

―Pasa ―fue la respuesta.

Él estaba de pie con las manos detrás de la espalda, contemplando la vista al río Potomac.

―¿Me llamó señor?

―Se viene Navidad.

―Pero aún faltan dos semanas.

―Quiero que sea sorpresa ―dijo, y entonces Hill cerró la puerta con seguro.

Fury colocó su mano en la ventana del edificio y un holomenú se dibujó en el vidrio. Eligió la configuración de privacidad máxima, activando el sellado acústico de la oficina y la polarización de los ventanales. Caminó hasta la mesa de reuniones y presionó en un punto específico, en el aire se proyectaron las gráficas móviles de una firma de energía muy particular, con fecha del 5 mayo de 2011 y coordenadas de Nuevo México.

―Son los datos de la Doctora Foster.

―La doctora identificó el patrón de energía como radiación característica de Asgard. La registramos cada vez que ellos abren un portal de su mundo a nuestro mundo ―explicó Fury, haciendo énfasis en "nuestro".

Seleccionó otros dos archivos. Uno del 25 de abril de 2012, y el otro, del 9 de diciembre del mismo año. Ambas firmas registradas en los fríos bosques de Alemania. Hill tocó las esquinas del último archivo y lo giró en frente de ella.

―Este es de ayer ―se alarmó.

―Parece que volvemos a tener visitas.

―¿Cree que pueda ser él, Thor?

―Creo que podría ser cualquier cosa ―. Bastó una ligera mirada para que ambos estuvieran de acuerdo―. Barton ya está en Inglaterra. Se mantendrá alerta por si nuestro amigo se pone galante y decide contactar a la doctora Foster.

―¿Y a mi a dónde me necesita?

―Aquí ―dijo señalando en el mapa la ubicación de la tercera firma―. Romanoff te espera en el hangar con todo listo. Ella te dará más detalles.

―Perfecto.

Fury volvió a clausurar los archivos y acto seguido la habitación recuperó su iluminación natural.

―Y Hill ―la detuvo antes de que saliera, ella volteó―, no arruinen la sorpresa.

―Descuide señor, soy buena envolviendo regalos.

El quinjet surcaba los cielos con Hill en los controles y Romanoff de copiloto. Ninguna había dicho una palabra, no hasta que pudieron desactivar el camuflaje luego de quedar fuera del radar de todos.

―¿Alguna vez habías escuchado de un pueblo llamado Stein-Wolflandet? ―preguntó Hill.

Romanoff torció los labios encogiéndose de hombros.

―Son de esos pueblitos tan pequeños que no aparecen en los mapas. Pero fui una vez.

―¿Y?

―Adorables. Todavía se envían cartas.

―Suena a que mis abuelos vivirían ahí ―. Romanoff sonrió―. En un lugar así todos se conocen.

―Haremos turismo.

―Bueno, es la única forma en la que podría tener vacaciones.

―¿Tu piensas en vacaciones? ―dijo con un alto contenido de sarcasmo. Desabrochó su cinturón y se paró― Iré a prepararme.

―Okey. Llegamos en diez minutos.

Aterrizaron detrás de las ruinas del castillo con el camuflaje encendido.

Romanoff se vistió de civil, con unos jeans celestes y un plumífero mostaza. Es que a esa altura del año estaban en invierno y hacían solo cinco grados.

Luego se aplicó en el cabello el invento más reciente de los científicos de S.H.I.E.L.D., el tinte quimiotrópico. Consistía en un pequeño maletín con varios tipos de ampollas. La más grande contenía cristales líquidos quimiotrópicos, los cuales se adherían a las fibras capilares, luego, cada una de las otras ampollas tenía un tipo de molécula distinta que provocaban el cambio de color de los cristales. Una sola gota era suficiente para un cambio instantáneo del color, sin pelucas ni tinturas reales. Perfecto para operaciones en cubierto. La vengadora eligió el rubio miel.

―Te queda ese color.

―Aw, gracias.

Se colocó unos anteojos de lectura con marco negro, el mismo estaba equipado con audífonos y cámara. Miró a Hill y en el cristal izquierdo aparecieron sus datos, comprobando que funcionaba el lector de rostros.

―Bien. Veo lo que tu ves ―confirmó Hill.

―Estamos en las coordenadas exactas donde se registró la señal ―dijo Romanoff acercándose a la cabina―. ¿Qué nos muestran los sensores?

―Fury tenía razón. Si Thor vino, no lo hizo solo ―señaló en la pantalla una subdivisión de las firmas ―. Los escaneos del lugar durante el sobrevuelo indican que se dirigieron hacia el pueblo.

―¿Cuántas horas nos quedan antes de que se diluya la firma de energía?

―Solo tres horas más. Después de eso ya no podremos detectarla ―respondió la subdirectora de S.H.I.E.L.D., a lo que Romanoff asintió con determinación.

Llegó caminando por las calles adoquinadas a la zona comercial del pueblo, donde habían algunas tiendas de ropa y comida, una iglesia y un pequeño hotel. Pero lo que más llamaba la atención, era el delicioso aroma proveniente de la pastelería. Tenía dos mesitas afuera y dos adentro. Decidió empezar por ahí, porque un asgardiano siempre tendrá apetito.

―Hola ―dijo al entrar, simulando un acento inglés.

―Buenos días ―le respondió la dueña, una señora regordeta―. ¿Qué le puedo ofrecer señorita?

Fingió indecisión al mirar el mostrador, mientras se sostenía de las correas de su mochila viajera.

―Se ve todo tan delicioso ¿Qué me recomienda para el camino?

―Uno de mis pastelitos rellenos con queso y mermelada de fresa. Recién horneados.

No tuvo que fingir las ganas de probarlo.

Hasta yo quiero uno ―dijo Hill por el intercomunicador.

―Me llevo dos.

La amable señora, con cara de tía que te aprieta los cachetes, envolvió el pedido en papel madera con una habilidad artesanal.

―Este lugar es precioso, deben tener visitantes todo el tiempo ―dijo mientras registraba todo el lugar con los anteojos.

―En realidad no. No somos tan conocidos ―dijo como si no entendiera el por qué―. Usted y el hombre de ayer son las únicas personas que han venido al pueblo en todo el año.

―¿Uno solo? ―preguntó, tanto a la pastelera como a ella misma.

―Dos con usted. Él señor fue muy agradable, se sentó allí y conversamos toda la tarde.

Justo entonces, los sensores de la cámara detectaron una alta concentración de radiación asgardiana en una de la sillas junto a la ventana. Pero algo en ella no concordaba.

―¿Cómo era él?

―¿Disculpe?

―Tengo un amigo que también estaría de vacaciones por Alemania. Rubio, muy alto y musculoso.

―No, me temo que no era él.

―Oh. Qué pena ―dijo al entender que la dueña no le daría una descripción física de su anterior cliente―. Bueno, ha sido un placer. Disfrutaré mucho estos pastelitos.

―Adiós. La esperaremos de regreso.

Al salir le dio una mordida a su pastelito.

―¡Bohze moi! ―dijo al deleitarse con una mezcla perfecta de mantequilla, trigo, queso y mermelada―. Está increíble.

No te comas el mío Romanoff, o tendremos problemas.

―Valdría la pena ―. Una vez lejos habló del asunto importante―. Hill. Creo que no es Thor a quien buscamos... ¿Hill? ―. Solo obtuvo estática como respuesta―. ¡Diablos!

En el quinjet, Hill analizaba la firma de energía que habían registrado los anteojos. La computadora descartó cualquier coincidencia con las subfirmas anteriores. Así, decidió revisar otra vez los datos de sobrevuelo. La sorpresa fue grande al ver que ahora, marcaba un rumbo hacia el bosque y no hacia el pueblo. Algo no andaba bien.

―Parece que tenemos un problema con los sensores ―le comunicó. Pero solo oyó estática― ¿Natasha?

En ese instante, vio movimiento por una de las cámaras. Distinguió las figuras de dos jinetes montados en blancos corceles. Pero para cuando acercó la imagen, ellos ya se había adentrado al bosque. Y como buena agente, su instinto le aseguró que aquello tenía una conexión con lo que ellas estaban buscando.

Revisó el cargador de su I.C.E.R., estaba al 87% de carga. Se levantó y fue hasta el cofre de armas, abrió ambas trabas con un clic y una cartilla de herramientas y armas quedó a su disposición. La elección ya estaba tomada, una pistola para balas Judas. Solo tomó tres balas, por si las cosas se ponían feas. Esperaba que no. Cargó el arma y la colocó en la funda de su cinturón, luego cerró el cofre otra vez y se dirigió a la rampa. Presionó un botón y la rampa se abrió, cuando terminó de descender se cerró sola.

―Romanoff ―dijo por el intercomunicador en su muñeca. Nada―. Okey. Si puedes escucharme, entraré al bosque ―dijo haciéndole señales directas a la cámara posterior del quinjet para activar el guardado del mensaje.

Después de una carrera de quince kilómetros, Romanoff llegó al avión, solo para encontrarse con que su compañera ya no estaba. Aunque preocupada, conservó la calma. Empezó a buscar señales y encontró en los monitores lo que Hill había estado analizando. A su izquierda, una luz parpadeante indicaba que había un video con un mensaje. El archivo mostraba a Hill avisándole que entraría al bosque.

―Okey. Voy contigo.

En el momento que se dirigió hacia la rampa, el suelo del avión se sacudió con fuerza, al igual que todo el terreno. Los arboles se mecieron quitándose su capa de nieve de forma violenta, y el estruendo de una avalancha resonó entre las montañas.

Romanoff volvió a incorporarse. Se había golpeado la cabeza y sangraba un poco en la frente, pero estaba bien. Abrió la rampa y siguió los pasos en la nieve. Adentrándose ella también, sin saberlo, a uno de los últimos bosque encantados de la Tierra.


Espero lo hayan disfrutado como yo. Y otra vez, ¡muchas gracias por leer!