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SASUKE

YA NO ESTABA TAN enfadado con mi mujer.

Pero todavía lo estaba bastante.

Quería que se disculpase por lo que había hecho, que reconociese que se había equivocado y que me dijese que cambiaría su modo de actuar. Hasta que obtuviera aquello, continuaría sufriendo mi silencio. Cuando me preguntó si podía recoger a Temari y pasar el rato con ella, dio un paso en la dirección correcta. Botón nunca me preguntaría algo así normalmente, y valoraba que estuviera haciendo un esfuerzo.

Pero no era suficiente.

Continué durmiendo en uno de los cuartos de invitados para disponer de mi espacio personal, interactuando rara vez con ella mientras estaba en casa. Pasaba más tiempo en el trabajo, porque en casa no había nada esperándome.

Yo sabía que ella sufría con mi indiferencia, pero todavía no estaba preparado.

No después de lo que me había hecho. Prefería soportar el dolor de pillarla con otro hombre que descubrir que se había puesto en riesgo con Tristan. Me rompería el corazón igual, pero al menos su vida nunca habría estado en peligro.

Cada vez que pensaba en lo que había hecho, volvía a cabrearme otra vez.

Podría haber muerto.

O algo peor. Y no quería ni pensar en lo que significaba «peor».

Terminé la jornada en las bodegas y después entré en el almacén donde tenían lugar las degustaciones de vino. Botón había terminado por aquel día y estaba guardando la última copa de vino. Los mostradores y las mesas estaban limpios y el lugar estaba preparado para la tarde siguiente. Me quedé allí con las manos en los bolsillos y la observé hasta que advirtió mi presencia.

No tardó demasiado en darse cuenta de que estaba allí. Como si tuviera un sexto sentido, podía detectarme antes de ponerme la vista encima. Sentía mi presencia, mi intensidad. Se dio la vuelta y me miró con ojos ligeramente afectuosos. Tiró el trapo en la cesta de la ropa sucia y se echó el pelo sobre un hombro.

―Hola.

Yo no estaba de humor para conversar, así que no dije nada.

A ella no pareció sorprenderle mi silencio. Se reunió conmigo en la entrada del almacén y avanzó hacia mi pecho, a punto de ponerse de puntillas para poder darme un beso en los labios.

Yo me aparté antes de que pudiera hacerlo.

Botón dejó escapar un leve suspiro de irritación y se encaminó al coche conmigo.

Cuando estuvimos en la carretera de regreso a casa, dijo lo que pensaba.

–Entonces, ¿no vas a volver a besar a tu esposa nunca más?

―¿Quién ha dicho nada de nunca más? ―

–Parece que haya pasado una eternidad.

―Cuando te han traicionado, los días parecen semanas. –Conducía con una mano en el volante y la otra en el cambio de marchas. Tenía los ojos fijos delante de mí, conduciendo por las colinas y los viñedos de vuelta a la finca.

Ella suspiró lo bastante fuerte como para que yo lo escuchara y después miró por la ventana.

Yo ignoré su hostilidad. Se pensaba que estaba enfadada, pero ni siquiera conocía la definición.

La había acuñado yo.

―No te vas a creer lo que me ha contado Temari.

Mantuve los ojos en la carretera.

―Obito la llevó a Carolina del Sur para que pudiera ver a sus padres.

Obito me había dicho que había salido del país por negocios, pero en ningún momento me había especificado lo que estaba haciendo. Me lo había ocultado a propósito porque sabía que yo lo desaprobaría. La seguridad era alta en Estados Unidos. Era sorprendente que hubiera logrado entrar y salir con Temari sin problemas.

―No me puedo creer que hiciera eso por ella.

Obito tenía un alma enterrada en lo más profundo de aquel pecho hueco suyo. No tenía corazón, pero al menos tenía espíritu.

―Temari habla de él como si fuera un salvador... dice que ha hecho que su vida sea agradable. A lo mejor sí lo ha hecho, pero me sigue matando que tenga que volver allí. Sé que debo olvidarme del tema, pero me cuesta.

―Entonces deja de pensar en ello.

Ella giró la cabeza hacia mí, con los ojos entrecerrados de ira.

―Yo tengo corazón, a diferencia de ti, Sasuke.

―Los dos sabemos que tengo corazón. ―Cuando había deducido dónde estaba, me había dejado de latir. Me había quedado literalmente sin aliento, y no de un modo bueno. Alguien me había retirado la tierra de debajo de los pies y me había tirado al suelo. Todo mi cuerpo se había bloqueado porque mi corazón había cogido las riendas. No sentía nada más que dolor, temor y un miedo absoluto. Ya había estado a punto de morir otras veces, y así fue exactamente como me había sentido.

Después de un largo rato en silencio, ella dejó caer los brazos.

―Ya basta. Tienes que olvidarte de esto.

―Jamás.

―¿Jamás? ―preguntó ella con incredulidad―. ¿Entonces piensas estar enfadado para siempre?

Giré a la derecha y recorrí la última calle antes de llegar a la finca.

―Qué barbaridad, eres aún más testarudo de lo que había pensado.

Entré en la rotonda delantera de la casa y le di las llaves al aparcacoches. Sakura y yo salimos y entramos en la casa.

Lars nos dio la bienvenida.

―Buenas tardes, Sr. y Sra. Uchiha. La cena estará lista pronto.

―Gracias, Lars. ―Me quité la chaqueta y la deposité sobre su brazo extendido.

―Los dos cenaremos en la terraza esta noche. ―Botón me dedicó una mirada cargada de intención, como si me desafiara a contradecirla.

Era evidente que no me conocía muy bien si pensaba que no lo iba a hacer.

Inseguro de qué hacer, Lars se giró hacia mí en busca de orientación.

―¿Excelencia?

Ella se cruzó de brazos y me fulminó con la mirada. No se daba cuenta de que cuando se enfadaba tenía un aspecto adorable. Pero aquello no me haría ningún efecto en aquel momento.

Lars continuó esperando.

―Voy a cenar contigo vayas a donde vayas, Sasuke ―dijo Botón mientras se dirigía a las escaleras―. Estoy cansada de esperar. ―Subió los escalones hasta el siguiente piso, de camino a nuestro dormitorio para ducharse después de un largo día de calor.

Asentí brevemente a Lars por única respuesta.

CUANDO SALÍ YA ESTABA SENTADA A LA MESA. YO LLEVABA UNOS VAQUEROS Y UNA CAMISETA, IGUAL que ella. Su espeso y rosáceo cabello estaba rizado y ahuecado alrededor de los hombros. Se había puesto mucho maquillaje y pintado los ojos de negro. Se había arreglado a propósito como a mí me gustaba, intentando seducirme con aquellos labios rojos y aquellas espesas pestañas.

No funcionaría.

En cuanto me senté, Lars trajo la cena y nos llenó las copas de vino. Las velas de la mesa estaban encendidas y el atardecer se posaba sobre los campos.

Botón bebió vino y me miró.

Yo empecé a comer sin apenas mirarla.

―Esto es ridículo. ―Dejó la copa en la mesa―. Es imposible que no te des cuenta.

―Estoy de acuerdo. No deberíamos estar en esta situación.

Los ojos se le encendieron de enfado.

―Ya te he explicado por qué lo hice.

―En ningún momento te he pedido una justificación.

―Entonces, ¿qué es lo que quieres?

Clavé la mirada en su rostro, sin pestañear siquiera.

―Sabes exactamente lo que quiero, Botón. ―Aquel era un problema recurrente con mi esposa. Respetaba su fuego, su impulso y su determinación. Me encantaba que nunca se rindiera, sin importar sus probabilidades de éxito. Pero su temeridad era enfurecedora. Mi paciencia se había agotado oficialmente.

Posó los dedos sobre el tallo de la copa y me devolvió la mirada con la misma intensidad.

―Explícamelo claramente.

―Quiero una disculpa. Y quiero un cambio.

―¿Un cambio?

―Quiero que me prometas que esta fase está superada. Que no te irás tú sola a ninguna parte, que no interferirás en asuntos que no te conciernen y, lo más importante de todo, que siempre pondrás tu seguridad por encima de todo lo demás.

―No puedes esperar de mí que nunca vaya sola a ningún sitio ―saltó ella―. Quiero poder ir al supermercado. Quiero...

―Y puedes hacer todas esas cosas, después de haberme informado.

Ella puso los ojos en blanco.

Yo redoblé la intensidad de mi mirada.

―¿Crees que esto es un chiste?

Ella se quedó mirando su copa.

―¿Quieres que avancemos? ―pregunté con frialdad―. Pues así ha de ser. Ya has arriesgado tu vida bastantes veces. Me has hecho daño bastantes veces. Esta conversación tiene que tener lugar. Tu cooperación es necesaria. Si de verdad lo lamentas, entonces esto no debería suponerte un problema.

―Comprometerse no es un problema ―dijo―, pero no puedo vivir mi vida de esa manera, Sasuke. Quiero llevar a nuestros hijos a tomar helado después de clase... cosas así.

De ninguna manera iba a salir sola con nuestros hijos.

―Para ser una mujer tan inteligente, no me cabe en la cabeza cómo no lo entiendes. ―Mi ferocidad volvía a asomar a la superficie, mientras mi paciencia se evaporaba―. ¿No te das cuenta de lo que hago para ganarme la vida?

―Sí, per...

―¿No entiendes que hay gente que quiere matarme?

―Lo entiendo, pero...

―¿No te das cuenta de que no puedo vivir una vida normal? Siempre tendré que estar mirando por encima del hombro. Siempre tendré que ser un paranoico sobre el hecho de que alguien pueda intentar arrebatarme lo más importante del mundo: tú. Siento que no puedas tener una vida fácil con un don nadie por marido. Siento que no puedas darte el lujo de conducir hasta la tienda siempre que quieras. Pero así son las cosas, Botón. Te casaste conmigo y estas son las consecuencias. Si no te gusta, a lo mejor deberíamos hablar sobre nuestras opciones.

Sus ojos ardieron como granadas estallando.

―No me vuelvas a decir algo así.

―Entonces no me obligues a decirlo, Botón.

Su ferocidad se aplacó, pero sólo en parte. Si la mesa no se hubiera interpuesto entre nosotros, probablemente me habría dado una bofetada.

Y yo se la habría devuelto.

―¿De verdad no entiendes lo que te estoy diciendo?

Después de una larga pausa, ella asintió.

―Sí... Lo entiendo.

―Ahora que he dejado perfectamente claros mis sentimientos, ¿qué quieres hacer?

Ella no tocó la comida, decidiendo apartar la mirada y contemplar el paisaje.

–Botón.

―Te he escuchado.

―Entonces dame una respuesta.

Ella guardó silencio, la mirada perdida en la noche. Los grillos empezaron a cantar, tocando su monótona canción mientras el atardecer se disolvía para dar paso a la oscuridad. Aquella noche estábamos cenando salmón y ensalada, pero nuestra comida probablemente ya estaría fría.

Como una serpiente, yo tenía toda la paciencia del mundo. Podía quedarme allí sentado mirándola durante toda la noche hasta que por fin se moviera. Ella era la presa... y yo el depredador.

Mis ojos se fijaron en ella como en un objetivo.

―Lo siento, Sasuke...

Por fin, una disculpa.

―No siento lo que hice, pero sí haberte hecho daño.

Aquello era lo máximo que iba a obtener de ella, así que lo acepté.

―Tienes razón. Tengo que ser más cuidadosa. No soy invencible, como a veces me creo que soy. Se me olvida que vivimos en un mundo peligroso por lo bonito que es este lugar.

Ahora avanzábamos en la dirección correcta.

―Es sólo que me resulta duro... Siempre he tenido mucha libertad.

―Y esa libertad fue la que hizo que acabaras aquí. –Confió en un hombre en quien no debería haber confiado, y así fue como terminó en manos de un enajenado como Bones. Bajo mi supervisión, nunca volvería a estar en peligro... si conseguía que me hiciera caso.

Sus ojos relucieron irritados.

―Y no me arrepiento de nada.

Si Sasori no la hubiera vendido, nunca nos habríamos conocido... ni casado. Hacía falta una gran cantidad de amor para alcanzar esos sentimientos, para pensar que valía la pena haber sufrido durante tanto tiempo a la merced de Bones sólo para estar conmigo. Pero no dudaba que lo decía en serio... y que lo volvería a hacer si era necesario.

―Sasuke, esto es duro para mí. Pero entiendo por qué te sientes así.

Más le valía.

―Es simplemente que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer.

Mentiría si dijera que no disfrutaba diciéndole lo que hacer.

―Si tomamos juntos estas decisiones, no tendré que decirte lo que tienes que hacer. Esa es la única manera de que esto funcione.

―Vale...

―¿Me prometes hacer lo que te he pedido?

–¿Por qué te lo tengo que prometer?

―Porque es el único modo de que confíe en ti.

Ella tomó la copa y dio otro largo trago de vino.

–De acuerdo, te lo prometo.

―¿Me prometes el qué, exactamente?

–Prometo no salir de casa sin decírtelo.

―¿Y?

―Prometo no ponerme en peligro.

―Y tienes que prometerme que tampoco te pondrás en peligro para salvar a otra persona... a quien sea.

―De eso no estoy tan segura.

―Casi te matan cuando ocupaste el lugar de Obito. Podrías haber sido capturada cuando hablaste con Tristan. Esto es un patrón para ti. Ponerte en peligro de esa manera no es ser valiente: es ser estúpido. Se acabó, Botón.

―¿Y qué pasa si tú eres el que está en peligro?

―Eso no cambia nada. ―Si me capturaban y sólo me soltaban si Botón ocupaba mi lugar, más le valía no hacerlo. Mi vida no valía nada. La muerte no me asustaba. Vivir siempre me había resultado muy difícil, de todas maneras. Prefería mil veces dejar mi legado a Botón, permitir que viviera una vida larga y feliz.

–Pues claro que sí.

―Prefiero que me torturen a muerte a permitir que alguien te ponga la mano encima. Ahora, prométemelo.

No lo hizo.

―Botón ―presioné.

―Puedo prometerte que no me pondré en peligro por nadie más. Pero no por ti.

Estampé ambos puños en la mesa, haciendo tintinear todos los platos contra la superficie.

―Si mueres, yo estoy muerto de todas maneras.

―¿Y no crees que yo me siento de la misma manera?

―Si lo hicieras, no te habrías metido en la guarida de Tristan.

Ella suspiró y bajó la mirada.

―Ahora, prométemelo.

―Sólo quiero recuperar a mi marido.

―Entonces, haz lo que te pido. Después de toda la mierda por la que me has hecho pasar, me lo debes.

―¿Que te lo debo? ―dijo iracunda.

―Sí, joder. Me lo debes. Ahora, prométemelo. ―Volví a estampar las manos sobre la mesa.

Su copa de vino se volcó y se estrelló contra el suelo del patio. Ella no reaccionó al fuerte ruido, sin apartar los ojos de mí.

–Botón.

―De acuerdo... Te lo prometo.

Por fin había conseguido lo que quería. Tenía lo que necesitaba. Ahora ya no me tendría que preocupar por su inconsciencia. Si iba a cualquier parte, me lo diría. Cooperaría conmigo para hacer lo que quisiera del modo más seguro posible. Finalmente había aceptado que no podía ir por ahí sin tomar precauciones. Por fin me había prometido que nunca volvería a arriesgar su vida.

Por fin podría volver a dormir por las noches.

Ella se cruzó de brazos y bajó la vista a la mesa. Su respiración se agitaba lentamente, y el rubor había ascendido a sus mejillas. Estaba enfadada, estaba llena de emociones, lo estaba todo al mismo tiempo.

Supe que había llegado a su límite.

Eché la silla hacia atrás y me palmeé el muslo.

―Botón.

Ella había abandonado la silla antes de que yo terminara de decir su nombre. Se me subió al regazo y me echó los brazos al cuello. Su rostro se apretó contra mi pecho. Su respiración se agitó aún más, hasta que las lágrimas salieron a la superficie.

Lloró en mis brazos.

Yo la recoloqué sobre mi regazo y la estreché más contra mí, permitiéndole descargar sus emociones y sintiendo cómo empapaban mi camiseta. No era del tipo de mujer que se echaba a llorar, por lo que sus lágrimas resultaban aún más significativas.

―Lo siento...

Aquellas dos sencillas palabras fueron suficientes para borrar todo mi enfado, todo mi resentimiento. Decidí concederle borrón y cuenta nueva, y como si aquel incidente nunca hubiera sucedido, lo único que sentía por ella era amor.

―Lo sé. ―La besé en la frente, mimándola como se merecía. La había ignorado durante casi dos semanas, y echaba de menos aquellas muestras de afecto tanto como ella.

Lars salió, preparado para llevarse nuestros platos y rellenar nuestras copas. Pero en cuanto vio a Botón llorando contra mi pecho, retrocedió abruptamente para volver a entrar en la casa, fingiendo no haber salido en ningún momento.

–Te he echado de menos.

―Yo también a ti, Botón. ―Volví a besar su frente, porque era la única piel a la que tenía acceso. Sentí cómo temblaba entre mis brazos, cómo sollozaba contra mí.

–Quiero irme a la cama...

La levanté de la silla, transportándola contra mi pecho. Tenía un brazo bajo sus rodillas y el otro detrás de sus hombros. Ella mantuvo la cara apretada contra mi pecho y los brazos alrededor de mi cuello.

Entré y me dirigí hacia las escaleras, escuchando sus callados sollozos.

Lars apareció desde la cocina.

―¿Desea que les guarde la cena para luego, Excelencia?

―No, gracias. ―Subí las escaleras con ella, como si mi esposa fuera un saco de plumas en mis brazos―. Esta noche no vamos a cenar. ―La llevé hasta el tercer piso y entré en el dormitorio en el que no había estado durmiendo. El lugar olía claramente a ella ahora, y casi toda mi ropa y artículos de aseo habían desaparecido. Ahora su perfume, sus pertenencias y su ropa llenaban el espacio que una vez había ocupado yo.

La dejé sobre la cama y la desvestí, dejando caer a un lado sus vaqueros y sus zapatos. Le quité toda la ropa hasta dejarla desnuda, y después hice yo lo mismo. El sexo no ocupaba necesariamente mi mente, pero antes o después sucedería.

Me metí en la cama con ella y la abracé. Con su cuerpo sobre mi pecho, su cabello derramándose por mi antebrazo, la sentía perfecta contra mí. Tenía la piel tan suave como recordaba, y me encantaba cómo su aroma se desparramaba sobre mí.

Ella había dejado de llorar y ahora tenía los ojos hinchados. El maquillaje le caía en churretes por las mejillas, y el negro había desaparecido de sus ojos. Estaba hecha un desastre, pero para mí era un desastre bellísimo.

―Llevo mucho tiempo sin dormir bien...

―Igual que yo.

―No quiero volver a dormir sin ti nunca.

A mí tampoco me gustaba. Era raro tener una cama enorme para mí solo. Me resultaba extraño no escuchar su respiración durante toda la noche. Yo era el que mantenía la cama caliente, pero me parecía extrañamente fría sin ella.

–Vale.

―Prometamos que siempre dormiremos juntos.

Aquella era una promesa que no me importaba hacer.

―Vale.

Ella cerró los ojos y me estrechó la cintura más fuertemente entre sus brazos.

Yo le pasé los dedos por el cabello y la miré, observándola mientras se adormecía y se sumía en un profundo sueño. Sólo tardó unos cuantos minutos. Aunque estaba exhausto, no pude imitarla.

Prefería mirarla.

SE ME SUBIÓ ENCIMA ANTES DE QUE ME DESPERTARA.

Se montó a horcajadas sobre mis caderas, colocó los pies contra la cama y se deslizó sobre mi erección hasta introducirme por completo en su interior.

La calidez y la humedad de su sexo me despertaron de inmediato. Hasta durmiendo lo reconocía. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que mi cuerpo estaba permanentemente preparado para ella. Abrí los ojos para ver su cuerpo elástico sobre el mío, sus maravillosos pechos delante de mí. Me clavó las uñas en el pecho y cargó su peso sobre mí para poder moverse hacia arriba y hacia abajo.

Un gemido escapó de mi garganta ronca, y mis manos se desplazaron automáticamente hasta su trasero. Le agarré las nalgas, ayudándola a subir y bajar. Permití que cargara casi todo su peso sobre mí, utilizando mi fuerza para deslizarla sobre mi miembro palpitante.

Rodeé su cintura y después me incorporé hasta que tuve la espalda contra el cabecero. Cuando estuve en mejor posición, aún medio dormido, volví a guiarla arriba y abajo sobre mí. Su torso estaba a la altura del mío, aquellos preciosos pechos firmes y respingones. Incliné las caderas hacia arriba para poder penetrarla mejor mientras ella descendía sobre mí.

El sueño me pesaba en los ojos y todavía sentía sus zarcillos en la mirada, pero aquello sólo contribuyó a mejorar el sexo. Era celestial, como de ensueño. Ella empezó a respirar con dificultad, esforzándose por mantener un ritmo lento y profundo.

Había echado aquello de menos.

Sus manos se posaron en mis hombros y me clavó las uñas en los músculos.

―Sasuke...

―Botón.

Puso su cara contra la mía y respiró en mi boca, frotando sus pezones erectos contra mí. Doblaba las rodillas para aceptarme entero, tocando mis testículos antes de volver a elevarse. Podía sentir tensarse los músculos de sus nalgas cada vez que descendía sobre mí. Era fuerte... como a mí me gustaba.

Me dio un beso ardiente, lleno de su aliento y un poco de su lengua.

―Te amo...

Besé la comisura de su boca y empujé de ella hacia abajo hasta introducirme en ella por completo.

―Yo también te amo.

―No he podido esperar a que te despertaras.

―Me alegro de que no lo hayas hecho. ―La elevé de nuevo, agarrándome a su trasero voluptuoso.

Sus brazos me rodearon el cuello y respiró conmigo mientras continuaba ascendiendo y descendiendo, aumentando cada vez más el ritmo. Sus callados gemidos se hicieron más sonoros, su sexo se humedeció más. Le temblaban las piernas por el esfuerzo, pero aquello no la detuvo.

Estaba a punto de tener un orgasmo encima de mí. Podía sentirlo.

Me miró fijamente, sus ojos verdes destellando como luces navideñas.

―Sí...

Sentí su sexo tensarse a mi alrededor. Empapado. Estrecho. Quería unirme a ella, pero prefería que empezara antes que yo.

Gimió dentro de mi boca, emitiendo los sensuales sonidos que tan bien conocía. Sus gemidos siempre empezaban despacio, subían, y después se reducían a sonidos incoherentes. Ahora hizo lo mismo, entregándose a un orgasmo que acompañó con gritos.

Yo no era capaz de contenerme, aunque hubiera querido. Mi sexo no tenía tanta paciencia como habitualmente. No había practicado sexo regularmente. Ni siquiera me había masturbado, como solía hacer. Había estado demasiado cabreado como para sentir cualquier tipo de deseo.

Aquello hizo que mi orgasmo fuera intenso.

Increíble.

El mejor.

Ella se aferró a mí al terminar, jadeándome en la cara hasta recuperar el aliento. Se sentó sobre mi regazo con mi miembro y mi semilla en su interior.

―He echado esto de menos.

―Yo también.

―No me vuelvas a hacer echarlo de menos.

No pude ocultar mi sonrisa ante su exigencia, adorando su modo sensual de darme órdenes.

―De acuerdo.

Al ver mi sonrisa, sus ojos se suavizaron.

―Lo he echado de menos más que ninguna otra cosa.

Mi sonrisa se desvaneció, conmovido por la sinceridad de su expresión.

Me pasó los dedos por la mandíbula, acariciando el espeso vello facial. Se inclinó y me besó en la comisura de la boca, bañándome con su respiración.

Yo la estreché contra mí, inmovilizándola. Estaba enterrado en lo más profundo de ella, sintiendo el peso de mi esposa sobre mi regazo. Tenía los pechos aplastados contra mí y abrazarla me proporcionaba un inmenso placer. Si algo le sucediera, no lograría seguir adelante. Me pondría una pistola en la cabeza y apretaría el gatillo.

Prefería volarme los sesos que vivir sin ella.

.

.

.

ME SENTÉ FRENTE A ELLA EN LA MESA DEL COMEDOR Y LEÍ EL PERIÓDICO MIENTRAS DISFRUTABA DE MI desayuno. Tenía hambre después de no haber cenado la noche anterior. Botón ya estaba lista para empezar la jornada, con un vestido negro y el pelo echado hacia atrás. Ya se había maquillado, y ahora tenía un aspecto perfecto.

Me gustaban aquellos momentos tranquilos que disfrutábamos juntos, cuando podíamos entregarnos a nuestras rutinas sin tener que mantener una conversación. A veces, la miraba y la sorprendía mirándome. A ella le pasaba lo mismo.

Dio un sorbo a su café y dejó la taza sobre el platillo.

―¿Sasuke?

―¿Hmm? ―Continué mirando el periódico.

―Quiero hablar contigo.

Cerré el periódico, sabiendo que deseaba toda mi atención. Crucé una pierna y la miré, esperando a descubrir lo que tenía que decirme.

Todavía estaba un poco molesta por nuestra conversación de la noche anterior. Estaba más tímida, más callada.

―Me pediste que te hiciera algunas promesas porque eran importantes para ti. Bien, pues yo también tengo algo que pedirte.

―Te escucho.

―Cuando me abofeteaste... no estuvo bien.

Una súbita oleada de culpabilidad me inundó. Ahora que mi enfado había desaparecido por completo, me sentí fatal por haber perdido los papeles. Nunca la había golpeado así. Nunca la había tratado tan mal, ni siquiera cuando no era más que mi prisionera. Me había provocado tal cantidad de rabia que no sabía qué hacer con ella. Dejé que mi genio se llevara lo mejor de mí, y me lancé a un ataque que tendría que haber controlado. Ya la había abofeteado antes, pero por aquel entonces no era mi esposa... y no le había pegado tan fuerte. Ahora que estábamos casados, parecía algo naturalmente incorrecto.

―No quiero que me vuelvas a tocar nunca así.

Podía justificar mis acciones, pero no era lo adecuado. Ella sabía exactamente por qué le había pegado. No hacía falta que se lo recordara. No le podía dar ninguna excusa para disculparme por la falta cometida. Si ella no hubiera significado nada para mí, habría sido una cosa. Pero le había dado a aquella mujer mi apellido, había decidido pasar el resto de mi vida con ella.

Mis actos no habían estado bien.

Y yo lo sabía.

―No volverá a suceder, Botón.

―¿Me lo prometes?

La miré a los ojos antes de asentir.

–Te lo prometo.

A lo mejor pensaba que íbamos a mantener una conversación más larga, porque continuó mirándome. Su actitud no cambió, por lo que a lo mejor mi promesa no era suficiente.

―Lo lamento, Botón.

Su incomodidad fue evaporándose lentamente, dando paso a la Botón de siempre. Se enderezó en la silla mientras su inquietud desaparecía.

―No debería haber hecho eso. Eres mi mujer... y tendría que tratarte como tal. ―Yo era lo bastante hombre para admitirlo si me había equivocado, admitir el error de mi actitud. Nunca antes había amado a una mujer, ni tampoco me había definido como un hombre amable. Pero si iba a compartir mi vida con aquella mujer, tenía que colocarla en un pedestal, que era su lugar. Daba igual cuánto me hiriera. Siempre la respetaría... porque ella se merecía mi respeto―. Espero que puedas perdonarme. Te amo mucho más que a cualquier otra cosa en este mundo.

Ella extendió un brazo por encima de la mesa y puso su mano sobre la mía.

–Lo sé.