Nada me pertenece, me disculpo por cualquier error que puedan encontrar.
Capítulo 4
MIENTRAS volvía al hostal, Emma iba pensando en la escena que acababa de tener con Regina Mills. Pero no había caminado más que unos metros cuando se dio cuenta de que alguien la seguía. La sensación de ser observada no la sorprendía porque había llamado la atención sobre sí misma durante los últimos días, de modo que era el centro de atención de Storybrooke.
Pero aquella mirada era diferente, desesperada. Y por el sonido de los pasos, cada vez más acelerados, la persona se estaba acercando.
Emma se detuvo de golpe para darse la vuelta.
–¿Quería algo?
–Oh –su perseguidora se detuvo también de golpe, sorprendida–. Perdone.
Una chica, más bien una adolescente, la miraba con cara de admiración. Era atractiva y llevaba ropa ancha para ocultar un cierto sobrepeso. Tenía el pelo rubio muy claro sujeto en una coleta, con dos mechones cayendo a cada lado de su cara, como un escudo que la separase del mundo.
Pero no conseguía ocultar su mirada de desesperación y soledad.
–No pasa nada. ¿Querías preguntarme algo? La chica miró a un lado y a otro de la calle.
–¿Es usted Lady Artemisa? ¿La adivina que acertó la rifa de Aurora?
–Sí, yo soy Lady Artemisa. ¿Cómo te llamas?
–Ashley –contestó la joven–. ¿Puede decirme si va a volver? Sólo quiero saber si él va a volver.
No había que preguntar quién era «él». Aquella cría desesperada estaba esperando un hijo y preguntaba por el padre. Emma entendió entonces la ropa ancha y el nerviosismo. Estaba ocultando su embarazo, de modo que seguramente ni siquiera había ido al ginecólogo.
Le habría gustado ayudarla, pero era tan joven, tan inmadura… Mucho tiempo atrás, Emma descubrió de la peor manera posible que nunca debía meterse en algo así. Su interferencia raramente ayudaba a nadie en esas circunstancias y a menudo sólo empeoraba la situación.
–Ashley, no puedo leer tu futuro sin el permiso de tus padres. ¿Tu madre está por aquí?
Ella se miró los pies.
–Tengo que irme.
–Espera, espera… tienes que cuidarte. Tienes que pensar en ti misma. ¿Tu madre te ha llevado al ginecólogo?
Mirando por encima del hombro, la joven contestó:
–Mi madre ha muerto.
«Mi madre ha muerto». Esas palabras se habían repetido en la cabeza de Emma durante toda la noche y toda la mañana. Pobre Ashley.
Su encuentro con aquella chica la había hecho pensar en su propia madre. Hacía que se preguntara cómo habría sido la mujer que confundió las atenciones de un chico en la feria con un auténtico noviazgo, la mujer que le había puesto el nombre casi de un pueblo, la que había vivido sólo lo suficiente para ver nacer a su hija.
De modo que allí estaba, poco después del amanecer, frente a la tumba de su madre.
Su abuela la mencionaba a menudo y nunca había vacilado al contestar a las preguntas de Emma, pero lloraba siempre que hablaba de ella. Incluso después de tantos años.
Aquel día, Emma llevaba en la mente la cara de una mujer joven en años, anciana en espíritu, amiga de todos, temeraria con uno. Le habría gustado poder hablar con ella al menos una vez, pero no pudo ser.
Emma se puso de rodillas para apartar las hojas secas de la tumba y dejar un ramito de margaritas sobre la lápida de mármol.
Su padre era otra cuestión enteramente. No tenía ninguna referencia suya.
Ya se había resignado al hecho de que nunca sabría quién era su padre, pero…
Sobre la tumba de su madre, sintió una inmensa tristeza por no haberla conocida. No se sentía sola porque siempre había tenido a su abuela, pero ocasionalmente experimentaba una sensación de soledad por lo que nunca había tenido.
A veces soñaba con cosas imposibles: una casa de verdad, un trabajo ayudando a traer niños al mundo, tener una familia propia. Todo parecía muy lejano para ella.
Al menos podía ver a su abuela en su propia casa, pensó. Eso sería un sueño hecho realidad. O lo sería cuando Regina Mills por fin dejase de impedirle tener una caseta en la feria.
Un escalofrío le advirtió que alguien la estaba mirando. Pensando en ella quizá había conjurado la presencia de Regina, se dijo. Emma miró por encima del hombro y, por supuesto, allí estaba, a unos metros, esperando a que terminase la visita.
–Me estás siguiendo, ¿verdad?
La mujer se quitó las gafas de sol y las guardó en su bolso.
–He visto su moto y he decidido parar un momento para saludarle.
–¿Ah, sí? Qué considerada.
–¿Tu madre? –preguntó Regina, señalando la tumba.
–Sí.
–Lo siento. Sé lo difícil que es para una niño crecer sin su madre. Pero tienes suerte de tener a tu abuela.
–Desde luego –suspiró Emma. Había tenido suerte. Y como ella estaba criando sola a su hijo, debía de entenderla–. Le debo mucho a mi abuela.
–Henry también está creciendo sin su otra madre. Sé que no es fácil.–hablo la morena con cierta nostalgia
–Pero te tiene a ti.
–Lo llevamos bien, pero a veces me pregunto… no sé, sólo tenía un mes cuando su madre murió. Y no quiero que se pierda nada por mi culpa.
–Pero te tiene, tienes a tu madre, a tu hermana. Supongo que ellas te ayudarán con Henry. –insistió la rubia ante lo dicho por Regina
–Sí, bueno, eso es verdad. De todas maneras, me preocupa.
–Los buenos padres se preocupan por sus hijos, es lo normal.
–Sí, claro.
–Dicen que uno no puede echar de menos lo que nunca ha tenido, pero yo creo que no es verdad –murmuró Emma–. Mi abuela ha sido como una madre para mí desde el principio, pero a veces… es como si hubiera un agujero en mi vida porque está esa persona a la que nunca pude conocer, a la que nunca pude querer.
–Vaya, creo que deberías dejar de intentar animarme –bromeó Regina.
–Ah, perdona –sonrió ella, tomándola familiarmente del brazo–. No lo he dicho para asustarte.
–Demasiado tarde.–contesto Regina sonriendo por el cosquilleo provocado por la rubia al tocarla.
–Mentirosa.
–Si ésos son los consejos que das, no creo que sean buenos para tu negocio.
–No tengas miedo de hablar con Henry sobre su madre, Regina. Cuéntale cosas, muéstrale fotografías. Háblale de lo que le gustaba o le disgustaba. No de una manera forzada, sino natural. Puede que ahora no lo entienda, pero cuando sea mayor recordará lo más importante.
Regina la miró, sorprendida.
–Tu abuela devolvió la vida a tu madre para ti.
–Sí, lo hizo de muchas maneras. Y me alegro mucho de que así fuera. Nunca conoceré a mi madre, pero sé quién era. Es el mejor regalo que podría haberme hecho.
–Lo tendré en cuenta.
–Deberías, te vendrá bien –sonrió Emma, señalando alrededor con la mano. –No es necesario decir adiós para dejarlos ir, ¿sabes?
Inmediatamente, Regina se cerró. Su expresión, su lenguaje corporal decía que se había apartado de ella.
–No soy una niña. No necesito ese tipo de consejos.
–No te enfades. Mi trabajo consiste en darle consejos a la gente. Y siempre les digo que la muerte no es un adiós definitivo. Uno nunca pierde el tiempo que ha vivido con sus seres queridos. Pero hay que evitar que la pena dirija tu vida.
Regina no dijo nada y Emma metió las manos en los bolsillos de la cazadora.
–En fin, de todas formas, gracias por venir a saludarme.
–¿Por qué estás buscando una casa en el pueblo?
–Invítame a un chocolate caliente y te lo cuento. –contrataco la ojiazul con una sonrisa.
–Muy bien.–contesto la morena devolviendo la sonrisa.
Diez minutos después estaban en el Granny´s con tazas de humeantes frente a ellas.
–¿Cómo lo haces? –preguntó Regina entonces.
–¿Cómo hago qué?
–¿Cómo sabías que de pequeña me llamaban «reina»? ¿Cómo sabías que Zelena estaba embarazada o que Aurora tendría una niña?
Otra vez estaba intentando probarla. Pero como Emma no tenía una respuesta que ella estuviera dispuesto a aceptar, decidió no intentarlo siquiera.
–Es magia.
–¿Ésa es tu respuesta? ¿Magia?
–¿Creerías otra cosa?
–Inténtalo.
Emma se encogió de hombros.
–La verdad es que no tengo una explicación racional. A veces sé cosas, nada más.
–¿Eso es todo?
–Sí. Tengo este don desde que era pequeña y sería como intentar explicar por qué respiro. Así que ya ves, es más fácil decir que sólo es magia. Heredé ese don de mi abuela.
Como Regina no contestó, Emma decidió que no tenía sentido esperar.
Quizá hablarle de su abuela la suavizaría un poco, se dijo.
–Antes has preguntado por mi abuela. Está en una residencia, en Maine. Hace un año se cayó y tuvieron que operarla de la cadera.
–¿Y sigue necesitando cuidados después de un año? ¿La operación no salió bien?
–La han operado tres veces. Y ha tenido más complicaciones de las que puedas imaginar –suspiró Emma, bajando la mirada–. Ha sido un año un poco difícil para las dos.
No podía soportar que su abuela sufriera. Era tan valiente, tan fuerte. Nunca se rendía, nadie la convencería jamás de que no iba a volver a caminar. Cada día se acercaba un poco más a su objetivo, pero no era fácil.
Y ella no podía estar a su lado para ayudarla.
–Me imagino que lo será para una mujer que ha pasado su vida en la carretera.
–Según el médico, lo de la carretera se ha terminado. Mi abuela volverá a caminar, pero no tendrá la agilidad de antes. Y ella está de acuerdo. Tiene más de setenta años y dice que ha llegado la hora de sentar la cabeza. Así que yo estoy aquí para hacer precisamente eso.
–Entiendo. ¿Y ha elegido sentar la cabeza en Storybrooke?–cuestiono la mujer morena con algo de burla
–Su hija está enterrada aquí, Regina.–contesto la rubia impasible
–Ah, es verdad. Perdona.
–No pasa nada.
–¿Y tú? –preguntó ella entonces.
–¿Yo qué?
–¿Tú también vas a sentar la cabeza en Storybrooke?
Lo había preguntado con aparente tranquilidad, pero a Emma no la engañaba. A la alcaldesa no le hacía ninguna gracia tenerla por allí.
–No te preocupes, no viviré aquí. Alguien tiene que pagar la hipoteca, así que yo seguiré yendo de feria en feria.
Era curioso, Regina no parecía tan aliviada como ella había esperado.
–Ahora entenderás por qué es tan importante para mí tener una caseta en la feria. Los gastos de hospitalización de mi abuela se han llevado una gran parte de nuestros ahorros… necesito ese dinero para pagar la casa.
Suspirando, Emma puso las manos con las palmas hacia arriba, una especie de símbolo. Estaba poniendo las cartas sobre la mesa para que Regina las viera. Sólo esperaba que fuese un hombre decente.
–¿Y qué pasará si no consigues el dinero? –preguntó ella, mirándola a los ojos.
–Pues que mi abuela tendrá que seguir en la residencia y nuestros planes se verán retrasados un año, quizás más. Nosotros, los feriantes, ganamos dinero en verano sobre todo. Y con los gastos de la residencia, tendré que trabajar todo el verano para conseguir la cantidad que necesito.
–Pero eso no cambiaría tus planes a largo plazo, ¿no?
–No. Aquí es donde está enterrada mi madre y aquí es donde mi abuela quiere vivir el resto de sus días. Ella me lo ha dado todo en la vida y esto es lo único que me ha pedido, así que voy a conseguirlo como sea.
–¿Aunque tardes un año?
–Aunque tarde un año.
–¿No sería más fácil alquilar un apartamento en Maine? –Emma se encogió de hombros.
–Sí, seguramente. Pero eso no es lo que quiere mi abuela. Y evitar que tenga una caseta en la feria no evitará que mi abuela se instale en Storybrooke, alcaldesa. Sólo retrasará lo inevitable y la única que sufrirá será mi abuela – Emma se inclinó hacia delante, mostrando más escote del que debería o eso sintió Regina esperando que nadie más viera tan de cerca los atributos de la mujer–. Y tú no querrás hacer sufrir a una anciana, ¿verdad, Regina?
–No, claro que no –contestó ella, tragando saliva–. Desgraciadamente, este pueblo también ha sufrido lo suyo. Estamos empezando a recuperarnos y… por mucho que yo entienda tu problema o cómo haya respondido el público a esos trucos tuyos, tengo que pensar en Storybrooke antes que nada. Tu presencia en la feria podría echar abajo lo que hemos conseguido en los últimos dos años.
–Sé lo que pasó con ese estafador. Siento mucho que la gente del pueblo sufriera por un canalla, pero yo no soy así. Mi abuela vivirá aquí y te prometo que yo no haré nada que cause problemas.
Por su expresión, Regina supo que Emma Swan consideraba esa promesa como su as en la manga. Y decía mucho de ella. Aunque, en realidad, ella no era del todo imparcial con la preciosa Lady Artemisa. Sería mejor esperar a que Graham le diera el informe policial completo, pensó.
–No sé si puedo arriesgarme.
En lugar de mirarla con expresión de tristeza, Emma sonrió.
–Pues piénsalo. Es lo único que tengo por ahora, ¿no?
–No te hagas ilusiones –le advirtió Regina–. Seguramente no cambiaré de opinión.
Ella soltó una carcajada.
–No lo estropee, su alteza. De hecho, estoy tan contenta que voy a decirte lo que Henry quiere para su cumpleaños.
Regina la miró con expresión suspicaz, pero ella levantó los ojos al cielo.
–Por favor, tu hijo me contó lo que quiere. Así era Henry.
–No hace falta, ya tengo una lista con todas las cosas que quiere: unas figuras de Batman, un poni, un libro para colorear y un hermano.
Emma se mordió los labios para no soltar una carcajada.
–Pues entonces, supongo que no puedo ayudarte.– La morena hizo una mueca.
–Ya le he dicho que con respecto a lo último iba a llevarse una desilusión.
–Ah, yo me refería al poni –dijo Emma.
El comentario hizo reír a Regina. Aquella rubia tenía una forma de decir las cosas que desarmaba a cualquiera.
–Espada de caballero –dijo entonces.
–¿Una espada? – contesto con duda la morena.
–De caballero, eso es lo que Henry quiere para su cumpleaños –sonrió Emma.
–Una espada de caballero –repitió Regina–. Gracias
