LAS palabras de Edward impactaron a Bella como un puñetazo en el estómago. Sabía que si se marchaba no volvería a verlo. Aquello había sido una locura.
Jamás se hubiera imaginado que se hallaría en una situación como aquella, y tal vez por eso hubiera accedido a aquel plan descabellado: porque no le cabía en la cabeza que pudiera llevarse a cabo.
Sin embargo, allí estaba. Y Edward había despertado todos sus deseos. Y ella sabía que, si quería, podría satisfacer las exigencias de la madre de Edward.
Pero no podía hacerlo.
Y menos después de haberlo conocido. No podía engañarlo y utilizarlo en beneficio de su madre.
No tenía derecho.
Jocelyn Lyndon-Holt se había valido de su miedo y de su falta de recursos. Se había aprovechado desvergonzadamente de la enfermedad de su padre.
Bella, aterrorizada, había accedido. Pero, frente a la posibilidad de llevar a cabo realmente el plan, supo que no podría soportarse a sí misma si lo hacía.
Tendría que buscar otra forma de salvar a su padre. Si se marchaba en aquel momento, no sucedería nada. No estaba dispuesta a jugar con una vida ajena.
–Debo irme –dijo con más firmeza.
–¿Por qué? –preguntó él agarrándola del brazo. Ella comenzó a enfurecerse por estar en aquella situación, con un hombre que no podía ser suyo. Se soltó de su mano.
–Porque no debería estar aquí.
–¿Quién lo dice?
Bella lo fulminó con la mirada y se cruzó de brazos.
–No todo el mundo se arrodilla ante el poderoso Edward masen.
Él se sonrojó.
–Ni lo espero.
Estaba siendo injusta. Su furia se evaporó. Él no era el objeto de su ira, sino de otra cosa. Y si no se marchaba…Presa del pánico, miró a su alrededor buscando el bolso.
No lo encontró. Respiró hondo y volvió a mirar a Edward .
–Lo siento, pero tengo que irme, de verdad.
–¿Estás casada? ¿Tienes novio?
–No, nada de eso.
Esa vez fue él quien se cruzó de brazos.
–Entonces, dime por qué quieres irte –Edward consultó su reloj–. Aunque sea cerca de media noche, no creo que vayas a convertirte en calabaza cuando den las campanadas, y sigues teniendo los dos zapatos.
Algo se debilitó en el interior de Bella, la resistencia a la que se aferraba desesperadamente.
–No quiero marcharme –reconoció. La seriedad del rostro masculino desapareció de inmediato.
Edward bajó los brazos, se acercó a ella y la agarró de la barbilla.
–Pues no te vayas. Quédate conmigo esta noche.
Ella miró sus ojos azules y se zambulló en un sueño en el que se quedaba y pasaba una noche maravillosa con el hombre más excitante que conocía. Una seductora voz interior le susurró:
«Puedes hacerlo si lo deseas verdaderamente. Aprovecha la noche y guarda el secreto para siempre».
En ese momento, un sonido agudo rompió el silencio. Bella volvió a la realidad y vio que Edward , con expresión irritada, se sacaba el móvil del bolsillo. Miró la pantalla y soltó una palabrota.
–Lo siento, pero tengo que contestar. Es una llamada importante que estaba esperando. Pero no te muevas.
El teléfono siguió sonando con insistencia. Edward siguió mirándola esperando que le prometiera que no se iría.
–De acuerdo –dijo ella finalmente. Pero cuando lo vio alejarse supo que le había mentido. Era su última oportunidad. Debía irse inmediatamente.
Al menos, se dijo después de haber encontrado el bolso y mientras salía del piso, no traicionaría a Edward Y no volvería a verlo.
Sintió una opresión en el pecho mientras bajaba en el ascensor. Atravesó el vestíbulo y George, el conserje, apenas la miró, ocupado con otros residentes. Al salir a la calle vio el coche de Edward y a un chófer cerca de él, por lo que tomó la dirección opuesta y paró un taxi.
Al llegar a la vivienda de los Lyndon-Holt, entró por la puerta de servicio, se cambió de ropa y, en el último momento, aunque sabía que no estaba bien, metió el vestido en el bolso. Sería el único recuerdo tangible de aquella hermosa noche, en la que hubo un momento en que parecieron abrírsele toda clase de posibilidades.
Salió silenciosamente de la casa, tras haber dejado una nota para la señora. Lo siento, pero el plan no ha funcionado. Renuncio al puesto hoy mismo.
Poco después, en el metro de vuelta a Queens, se dijo que el sentimiento de pérdida que experimentaba era ridículo. Edward Masen no era nada especial para ella. Estaba haciendo lo correcto, lo único que podía hacer. Quería que su padre se pusiera mejor más que nada en el mundo, pero no a expensas de jugar con la vida de otro. Una semana después,
Bella volvía a casa caminando tras haber hecho unas compras con sus ahorros, que disminuían rápidamente. Por suerte había encontrado trabajo durante unas horas a la semana en una herboristería, pero necesitaba otro empleo si quería aumentar la cobertura del seguro sanitario para que su padre pudiera entrar en lista de espera para la operación que necesitaba. «Pero eso requeriría meses», se dijo.
«Meses de los que no dispone».
Trató de controlar el pánico. Era joven y estaba sana. Trabajaría en cinco sitios distintos. No se arrepentía de haber dejado su empleo en casa de los Lyndon-Holt. No quería volver a ver a la señora. Se sentía sucia solo de pensar en que había accedido.
Absorta en sus pensamientos, no prestó atención al coche negro que iba a su altura y que se detuvo cuando ella lo hizo para cruzar la calle. Lo miró en el momento en que una persona conocida salía por la puerta trasera, que sostenía el chófer.
Como si hubiera conjurado su presencia con el pensamiento, la señora Lyndon-Holt, resplandeciente con su ropa de diseño, le dijo con aire de superioridad:
–¿Quieres subir al coche, Bella? Tenemos que hablar.
Horas después, vestida con una blusa blanca y una falda negra que le llegaba a la rodilla y con el pelo recogido en un moño, Bella, pasó entre los invitados llevando una bandeja de canapés para que se sirvieran. Aún recordaba las palabras de la señora Lyndon-Holt:
«¿Debo recordarte que has firmado un documento legal? Podría demandarte por incumplimiento de contrato». Bella había protestado sin resultado alguno. Incluso trató de convencerla de que Edward le había pedido que se fuera. La señora le había respondido que, si no estaba interesado en ella, por qué llevaba una semana buscándola; que su interés había aumentado por el hecho de que ella hubiera huido; y que no olvidara por quién estaba haciendo aquello, por su padre, que no merecía sufrir a causa de su negativa a actuar.
Al final, la amenaza de demandarla judicialmente y el recordatorio de por qué había firmado el contrato hicieron que Bella aceptara de mala gana una nota con una dirección e instrucciones sobre lo que ponerse. Así que allí estaba, sirviendo un bufé en una mansión que albergaba una importante colección de obras de arte, que solo se mostraba al público una o dos veces al año, en ocasiones como aquella. Rose rogó que Edward no apareciera y se convenció de que, si lo hacía, no la recordaría, a pesar de lo que había afirmado su madre. Pero, justo cuando lo estaba pensando, se hizo un silencio en la sala y lo vio entrar. Se puso tan nerviosa que estuvo a punto de tirar la bandeja. Edward escuchaba atentamente lo que le decía el anfitrión. Rose no podía respirar, aterrorizada ante la posibilidad de que él se volviera y la viera.
Le dio la espalda y trató de alejarse de su línea de visión, pero chocó con otra camarera que estaba detrás de ella. Las bandejas de ambas chocaron y cayeron a la cara alfombra oriental, salpicando a los invitados. Se hizo un silencio mortal. Edward intentaba parecer interesado en lo que le decía el anfitrión, pero sus pensamientos estaban en otra parte, fijos en una mujer pelirroja con cara de ángel que le inspiraba deseos no muy angelicales. Le seguía resultando increíble que ella se hubiera marchado aquella noche, después de mirarlo con sus ojazos verdes y de decirle que se quedaría.
Ninguna mujer lo había dejado plantado en su vida. El deseo que le había provocado no tenía precedentes. Necesitaba saber más de ella. ¿Por qué sus hombres no la habían encontrado? De pronto se produjo un fuerte sonido metálico. Giró la cabeza y vio caer las dos bandejas y una cabeza pelirroja con el cabello recogido en un moño. Se le contrajo el estómago. No podía ser ella. Pero, entonces, ella giró levemente la cabeza en su dirección y reconoció su perfil.
Al reconocerla sintió una mezcla de alivio y deseo. Esa vez no consentiría que se le escapase. Bella trataba de recoger los restos de los canapés. La otra camarera le susurró:
–¿Qué te pasa? Nos van a despedir a las dos por tu culpa y yo necesito este trabajo.
–Lo siento. No sé lo que…
–Bueno –apuntó alguien con seguridad–. No creo que nadie vaya a perder su empleo por un pequeño accidente, ¿verdad, señor Wakefield?
Bella se quedó inmóvil. Era su voz. Miró a su izquierda y vio unos pies calzados con caros zapatos.
–Desde luego que no –dijo otra voz–. Apartémonos para que puedan limpiar.
Entonces, Bella sintió que la agarraban del brazo y tiraban de ella para levantarla. Le faltaba el aire. Apenas se percató de que, mientras otros limpiaban, Edward se la llevaba del lugar del accidente. Se sorprendió de que las piernas le respondieran, ya que no las sentía. Él abrió una puerta y la introdujo en una habitación con paneles oscuros, llena de libros.
–¿Estás bien?
Ella alzó la vista hacia los azules ojos de Edward , que brillaban más de lo que recordaba, y asintió.
–¿Me… me has reconocido?
Edward hizo una mueca.
–Nos conocimos hace una semana, Bella. La memoria me funciona bastante bien. Y eres memorable, a pesar de que te fueras sin despedirte.
Por suerte, la mente deBella se despejó. Liberó el brazo de su mano y retrocedió. Edward se apoyó en la puerta, con las manos en los bolsillos y un aire de total despreocupación, como si fuera el dueño de todo aquello.
–Me dijiste que te quedarías –la acusó.
Bella se puso a la defensiva. –No exactamente. Te dije «de acuerdo». Pero tenía que marcharme. –¿Por qué? Rose apartó la vista de su incisiva mirada. Se debatía entre la euforia por haberlo visto de nuevo y la tristeza de saber que le había tendido una trampa. Volvió a mirarlo y se señaló el uniforme. –Porque esto es lo que soy. No formo parte de su mundo señor Valenti, y creo que lo atraigo porque soy algo distinta.
–Claro que lo eres, pero porque eclipsas a todas las mujeres de ahí fuera.
–No diga eso, por favor. No es verdad.
Él se le acercó y ella retrocedió hasta chocar con la librería. No se sentía amenazada, sino como una flor que se abre al contacto con el sol.
–Creía que había quedado claro que no debes llamarme señor Masen.
Extendió la mano y le deshizo el moño. El cabello le cayó sobre los hombros.
–Me gusta más así, más libre y despeinado –añadió.
El corazón de Bella comenzó a latir desbocado.
–Eres difícil de encontrar, ¿lo sabías?
–¿Me has buscado? -Bella no se lo había creído, por lo que se sintió embriagada cuando él se lo conformo.
–No he podido dejar de pensar en ti ni olvidar tu dulce sabor.
Bella se esforzó para que no le temblaran las rodillas y acabara cayendo al suelo.
–Eso es porque me fui. No estás acostumbrado a que una mujer te deje plantado.
–No me gustan los jueguecitos, Bella .
Bella tardó unos segundos en darse cuenta de que él creía que se había ido a propósito.
–No intentaba provocarte. Me marché porque tenía que hacerlo.
«Del mismo modo que tú deberías irte ahora, antes de que las cosas vuelvan a ir demasiado lejos», pensó.
–¿Por qué luchas contra la atracción que existe entre nosotros?
La agarró de la barbilla, le puso la otra mano en la cadera e inclinó su rostro hacia ella.
Bella fue incapaz de moverse. Su boca la excitó. Al cabo de unos segundos de vacilación, alzó los brazos y los enlazó en su nuca. Quería arquear el cuerpo, y tembló al contenerse para no hacerlo. Él la apretó más contra sí. Los senos femeninos le presionaron el pecho, y los pezones se endurecieron ante el contacto. La persistente llamada a la puerta terminó por penetrar en la burbuja en la que se hallaban. Edward se separó de ella con la impaciencia reflejada en el rostro.
–¿Señor Masen ? El señor Wakefield lo está buscando. Edward maldijo en voz baja sin apartar la vista de Rose.
–Dígale que ha ocurrido algo inesperado y que tengo que marcharme.
–Muy bien, señor. Edward miró a Bella durante unos segundos.
–No he deseado a ninguna otra mujer tanto como a ti,
Bella. Ella se mordió los labios para no decirle lo mismo. Él la tomó de la mano para conducirla a otra puerta. Ella trató de detenerlo.
–Espera, trabajo aquí. Tengo que volver.
–Eso se ha acabado. Te vienes conmigo.
Bella se soltó de un tirón.
–Espera un momento. Me vas a hacer perder el trabajo. Frente a su arrogancia, se olvidó de que solo le habían dado trabajo ese día gracias a la madre de Edward.
–Puedes volver y seguir sirviendo, conmigo pegado a ti, o puedes acompañarme. Y si el empleo es tan importante para ti, mañana por la mañana tendrás otro donde quieras.
Bella se limitó a mirarlo, incapaz de pronunciar palabra.
–No volveré a perderte de vista. Así que podemos hacer esto por la vía rápida, y marcharnos ahora, o esperar y hacerlo luego. Tú decides.
Bella pensó en volver, pero con Edward pegado a ella tiraría muchas más bandejas antes de que finalizara su turno. Ya había llamado bastante la atención.
–Deja de pensártelo. Es muy sencillo: quiero conocerte.
Bella se fue con él, por supuesto. Era débil y, además, quería hacerlo, a pesar de lo que le deparara el futuro a su padre si no cumplía el encargo de la señora Lyndon-Holt.
Edward pidió al chófer que parara en Central Park y dieron un paseo agarrados de la mano. Hablaron de cosas intrascendentes. Él le compró un helado y se sentaron en un banco.
–¿No deberías estar trabajando? –preguntó ella. Él alzó la cabeza al sol de la tarde, cerró los ojos y volvió a abrirlos.
–Hoy hago novillos.
Bella nunca se hubiera imaginado que pasaría un par de horas en compañía de Edward masen de aquel modo, como si fuera un hombre normal, en vez de un famoso multimillonario.
El sol se estaba poniendo cuando salieron del parque. Bella vio a lo lejos el edificio donde vivía él.
–Veo tu jardín desde aquí –Bella se lo señaló. Como Edward no dijo nada, lo miró. Se había desatado la corbata y llevaba la chaqueta colgada al hombro. La brisa lo había despeinado.
–Me parece increíble lo que te voy a decir, pero hay una parada de metro al otro lado de la calle, o puedo llevarte a casa en el coche.
A Bella se le cayó el alma a los pies. No quería estar con ella después de darse cuenta de lo aburrida que era.
–Pero no quiero que te vayas –añadió–. Quiero que pases la noche conmigo.
Ella sitió un indebido alivio. O lo tomaba o lo dejaba. Nada de juegos. La deseaba y no pensaba desperdiciar el tiempo fingiendo que no era así. Bella deseó poder aceptar libremente la propuesta de Edward . Pero estaba engañándolo. Se soltó de su mano y retrocedió con paso vacilante, como si su mera presencia la embriagara.
Negó con la cabeza.
–Lo siento, no puedo.
Prefería ser objeto de la ira de su madre a traicionarlo. Aprovechó un hueco entre los coches para cruzar la calle. Se detuvo al otro lado y, con el corazón dolorido, miró a Edward, que tenía una expresión dura y orgullosa.
Estaba segura de que no volvería a buscarla. Había despertado su interés brevemente, pero un hombre como él pronto olvidaría a una criada que se hacía de rogar. Y su madre encontraría a otra que lo engañara.
Caminó arrastrando los pies hasta la parada de metro. La cavidad subterránea parecía oscura, fría y húmeda. Volvió a mirar al otro lado de la calle.
Edward seguía allí. Bella nunca había deseado nada tanto como volver junto a él. Quería olvidarse de sus responsabilidades, fingir que se habían visto de nuevo por casualidad, tal como él creía.
«Puedes hacerlo si lo deseas. Toma lo que te ofrece y márchate», se dijo. Vaciló. Sabía que no podía contarle todo, pero ¿y si era brutalmente sincera sobre su total falta de experiencia?
Seguro que dejaría de atraerlo. A un hombre acostumbrado a amantes experimentadas no le haría gracia tener que enseñar a una novata… Y si, a pesar de todo, seguía deseándola, no se quedaría embarazada. Él se aseguraría de ello, según habían dicho las dos mujeres en el tocador del hotel. Edward Masen no se dejaría atrapar de ese modo. Bella dio la espalda a la marea de gente que salía por la boca del metro. Como si Edward se hubiera dado cuenta de su capitulación, cruzó la calle y se le acercó sin dejar de mirarla a los ojos. Intercambiaron un mensaje silencioso: «¿Estás segura? Basta de juegos». Y desde el fondo de su corazón surgió una sola palabra cuando él la tomó de la mano:
«Sí». Edward se sentía eufórico y temerario. Pensó que estaba perdiendo el juicio. ¿Cuándo se le había ocurrido la idea de pasear por Central Park por la tarde, de la mano de una mujer? ¿O comprarle un helado? ¿O robarle tiempo al trabajo?
Era algo que no había hecho nunca. Desde el momento en que había vuelto a ver a Bella, el cerebro había dejado de funcionarle normalmente. Se había controlado para no maldecir cuando ella se había encaminado hacia el metro. Pero se había quedado parada ante la boca. Y cuando lo había mirado, su deseo era palpable.
Edward hubiera deseado lanzar un grito triunfal al saber que esa misteriosa mujer que lo había embrujado iba a ser suya. Tenía que quitársela de la cabeza y continuar con su vida. La semana anterior se había percatado de que estaba más a merced de sus hormonas de lo que creía. Para un hombre que controlaba su vida era una sensación desagradable. Procedía de un mundo regido por la lógica, en el que manifestar las emociones era signo de debilidad. Desde muy pequeño, se había guiado por un código muy estricto. Y aunque creía haberse deshecho de él, no era así; simplemente había cambiado las reglas.
Lo sucedido con sus padres le había demostrado que no controlar las emociones conducía a la perdición. La pasión insensata había arruinado sus vidas y la de él mismo. Y aunque deseaba, por encima de todo, vengarlos, también quería demostrar que sabía controlarse y que su vida no descarrilaría como la de ellos. Bella lo había subyugado, lo cual no le gustaba. Por eso, cuanto antes se liberara del hechizo, mejor.
~~~~~~~~~~Nueve meses y un bebé~~~~~~~~~~
Hola!!
Les traigo está nueva historia !!! Les dejo estos cuatro primero capítulos... Si llegamos a los 20 comentarios les prometo que les traeré otros 4 lo más rápido posible XD...
Nos vemos en los sig capitulo.
