AVA
Por Cris Snape
Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Esta historia participa en el reto anual "El retorno del Long Story" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
4
MOTHER!
"Querida Audrey,
Perdóname. Siento muchísimo que tengas que pasar por esto, pero necesito que me comprendas y me perdones.
Debes saber que lo hago por la enfermedad. Tú estabas junto a mí cuando mi padre murió. Viste en lo que se convirtió y yo no quiero tener que pasar por eso. Prefiero decidir cuándo se acaba todo y hacerlo a mi manera. No quiero padecer ese sufrimiento ni arrastraros a vosotras conmigo porque os quiero, Audrey. Os quiero más que a mi vida. Puedes pensar que soy un egoísta, pero es lo mejor para todos.
Sé que cuidarás de Ava. He hablado con un abogado y todo está arreglado. Hasta ahora has sido para ella la madre que nunca tuvo y no dudo de que seguirás siéndolo. A tu lado se convertirá en una mujer tan excepcional como lo eres tú. Cuando sea mayor, intenta explicarle mis motivos para hacer esto. Ojalá también pueda perdonarme.
Lo siento mucho, Audrey. Te quiero.
William"
Audrey leyó por primera vez la carta de suicidio de William después de su funeral. La policía encontró la nota manuscrita dentro del bolsillo de su pantalón y se la entregaron una vez dieron por finalizada la investigación, que fue breve y extraordinariamente sencilla. William murió asfixiado dentro del coche de su padre y a Audrey le pareció que su carta de suicidio era una mierda. Ni más ni menos.
Ha vuelto a leerla muchas veces después de aquella primera vez y su impresión no ha mejorado ni un ápice. Le parece que el mensaje de William es corto y estúpido. Si esperaba proporcionarle alguna clase de consuelo, no lo logró en absoluto. Muchas veces se ha planteado la posibilidad de destruirla, pero creyó que a lo mejor Ava deseaba leerla alguna vez. Ahora que la niña no está, ya no tiene ninguna razón para conservarla. Así pues, la mete dentro del fregadero y enciende una cerilla. Acerca la mano lentamente, pensando en lo sencillo que será deshacerse de ella, pero no puede llegar hasta el final. A William no le gustaría.
Audrey bufa. No sabe por qué sigue teniendo en cuenta su opinión. Maldito cobarde de mierda. Está a punto de gritarle lo mucho que le odia. Ignora si existe algo después de la muerte, pero quiere asegurarse de que la escucha. Sólo por si acaso. Abre la boca, llena los pulmones de aire y siente que toda su furia se disipa cuando llaman al timbre de la puerta. Es extraño porque es domingo por la mañana y no espera recibir ninguna visita. Los empleados no trabajan los domingos y Angela suele pasar el día en familia. Está a punto de ignorar la llamada, sintiéndose molesta porque han arruinado sus planes de no hacer nada mientras se compadece de sí misma. Sin embargo, el timbre suena de nuevo y no le queda más remedio que ir a abrir.
Audrey atraviesa el recibidor dando grandes zancadas y su mente se queda en blanco cuando abre la puerta y se encuentra cara a cara con Percy Weasley. Sigue llevando gafas y un traje anticuado y de color azul marino. Tiene el cabello repeinado hacia atrás y su barba presenta el aspecto impecable de la vez anterior. Y sí, mantiene la espalda erguida como si aún tuviese el palo de la escoba metido por el culo. Audrey parpadea varias veces sin dar crédito a lo que ven sus ojos y nota como la mandíbula se le abre hasta que no puede abrirse más.
—Buenos días, señora Miller.
La saluda con un tono de voz perfectamente educado y eso basta para hacerla reaccionar. Siente la ira bullir primero en las puntas de los pies. Luego se transforma en un fuego intenso que le sube por el cuerpo hasta hacer que su cara se ponga roja y sus ojos refuljan de furia pura y dura. Estruja con violencia el pomo de la puerta y es curioso que consiga no gritar.
—¿Qué está haciendo aquí?
—He venido para hablar con usted.
Audrey tiene dos opciones. La primera es arrancarle los ojos a ese cretino. Sería muy satisfactorio y bastante ilegal, así que se conforma con la número dos y le da con la puerta en las narices. Aprieta los párpados y resopla varias veces mientras una vocecita le grita que no puede actuar así porque Percy Weasley sólo tiene una razón para hablar con ella: Ava.
Cuando abre la puerta por segunda vez, Weasley sigue allí. Un mechón de pelo se le ha descolocado y cae revoltosamente sobre su frente, haciéndole parecer un poco menos gilipollas de lo que es. Audrey se cruza de brazos y se esfuerza por fulminarle con la mirada.
—¿Cómo está Ava?
—Se encuentra bien. ¿Puedo entrar?
—No.
—Los asuntos que necesito tratar con usted requieren de cierta intimidad —Weasley inclina la cabeza ligeramente—. Por favor.
Audrey echa un vistazo a la calle. La granja está a las afueras del pueblo, pero está convencida de que sus vecinos pueden enterarse de todo lo que hace y dice. Puesto que está harta de ser la comidilla de todos esos cotillas, se hace un lado y deja que Weasley entre en la casa, pero solo hasta el recibidor. Cierra la puerta con fuerza y se coloca frente al recién llegado.
—¿Y bien?
—He venido hasta aquí porque Ava no se está adaptando bien a su nueva vida.
Audrey se contiene para no poner los ojos en blanco. Conociendo a la niña, no le extraña nada recibir esa clase de noticias.
—Desobedece todas las instrucciones que recibe, se muestra maleducada y violenta y ha intentado escaparse un par de veces.
Weasley tiene toda la pinta de no comprender por qué Ava actúa de esa manera. A lo mejor se piensa que se la ha llevado a un mundo maravilloso y espera que la niña le dé las gracias por ello. Puede que sepa cómo hablar con los niños, pero está claro que no los entiende.
—¿Le extraña que se porte mal?
Weasley carraspea y alza el mentón.
—Está siendo tratada de forma absolutamente correcta.
Audrey está a punto de darle una colleja. En lugar de eso, esboza una sonrisa torcida y se cruza de brazos.
—¿Piensa que con eso es suficiente?
—Entiendo que todos los niños en su situación necesitan un tiempo para adaptarse, pero su comportamiento es absolutamente inaceptable.
—Vamos a ver, señor Weasley —Audrey señala al hombre con el dedo índice y lleva la otra mano hasta su cadera mientras se inclina ligeramente hacia delante—. Viene a mi casa, habla cinco minutos con Ava y en dos días ya ha decidido que no puede quedarse conmigo. Se la lleva sin previo aviso, la aleja de su entorno y de mí. Dudo de que siquiera le hayan dado una explicación, ¿y pretende que se adapte a su nueva vida sin más? No sé si es usted tonto o demasiado ingenuo.
Weasley la observa con los entornados y no parece nada afectado por sus palabras. Se aparta el mechón de pelo de la frente y se golpea la barbilla con un dedo mientras reflexiona largo y tendido sobre lo que acaba de escuchar. A Audrey empieza a sacarla de quicio su silencio prolongado, así que le alegra que finalmente sea capaz de decir algo.
—Soy un empleado público, señora Miller. Cuando me llevé a Ava me limité a cumplir con el procedimiento legal. Puesto que sus dos progenitores están muertos, pasó a estar bajo la tutela de la autoridad pertinente.
—¿Qué hay de mí?
—Usted no es su madre.
—La he criado desde que era una bebé. He pasado más tiempo a su lado que mi marido. No se atreva a decir que no he sido su madre.
Audrey se da cuenta de que está rechinando los dientes. Todo su cuerpo está en tensión y ese maldito imbécil la mira como si no fuese absolutamente nadie. Comienza a tener la sensación de que se comporta como un robot. Weasley parpadea y por primera vez desde que lo conoce parece experimentar alguna emoción de verdad. A Audrey no le agrada ver la compasión en los ojos.
—Es verdad que Ava ha preguntado muchas veces por usted. Por eso estoy aquí —Weasley carraspea y endereza la espalda—. Dadas las extraordinarias circunstancias que rodean el caso de su hijastra, mis superiores están dispuestos a hacer una excepción con usted. —Audrey desea puntualizar que la niña en realidad es su hija, pero mantiene la boca cerrada—. Si yo lo apruebo, por supuesto.
—¿Qué quiere decir?
—Las autoridades están dispuestas a dejar que Ava conviva con usted siempre y cuando demuestre estar capacitada para criar a una niña como ella.
Audrey alza una ceja. Apenas puede creerse lo que está escuchando.
—Ava tiene ocho años. He demostrado con creces que puedo criarla yo sola.
—Soy consciente de que usted está convencida de eso, pero aún no comprende cuál es la auténtica naturaleza de Ava. Si decido que es apta para cuidar de ella, le serán reveladas ciertas circunstancias especiales que desconoce.
Audrey escucha con atención todas y cada una de sus palabras. De forma irremediable, su mente viaja hasta el día en que conoció a Percy Weasley y recuerda que se había negado a contarle muchas cosas. No es necesario ser muy inteligente para sacar ciertas conclusiones.
—Esas circunstancias especiales, ¿tienen algo que ver con todas las cosas extrañas que estuvieron ocurriendo antes de que se llevara a Ava?
Es una pregunta sencilla, así que le resulta incomprensible que Weasley se ponga aún más erguido y clave los ojos en la pared. Adquiere la pose de un pobre hombre al que llevan al matadero y Audrey tiene que resoplar a causa de la impotencia que le produce tenerlo delante y no lograr sonsacarle ni una palabra.
—Sólo tiene que decir sí o no. No es tan difícil.
Weasley la mira de reojo, carraspea y cede un poco.
—Posiblemente.
Ambos se quedan callados durante unos segundos. Audrey ya no está tan enfadada como antes. Siente que aún tiene esperanzas de recuperar una parte de su vida y está decidida a poner todo de su parte para lograrlo. Se trata de Ava. La había dado por perdida y aún puede regresar a su lado. A William le alegrará mucho saberlo. Y a Angela. Y a todos los demás.
—¿No me va a decir nada más?
—Aún no estoy autorizado, señora Miller.
—¿Ni siquiera lo que tengo que hacer para que usted me considere apta?
Weasley carraspea de nuevo y vuelve a mirarla de reojo.
—Debo averiguar qué clase de persona es usted, señora Miller.
El cerebro de Audrey se pone en marcha. Solicitará la ayuda del abogado para que la ayude con el papeleo porque seguro que le hace falta. Se asegurará de que Weasley compruebe que tiene una vida estable, que su situación económica está medianamente saneada y que es una persona normal y corriente, sin grandes vicios ni nada que ocultar. Comienza a hablar de manera casi atropellada.
—Estoy a su disposición, señor Weasley. Le haré llegar cualquier clase de documentación que necesite. Podrá comprobar que la contabilidad de la granja está en orden y de que yo misma dispongo de algunos ahorros que garantizarán la manutención de Ava. Puedo mostrarle la casa cuando quiera para que se dé cuenta de que nuestro hogar es adecuado para una niña. Estoy dispuesta a contestar cualquier pregunta que quiera hacerme.
—No se trata de eso. Las autoridades quieren que llegue un poco más allá.
Audrey lo mira con suspicacia.
—¿Qué quiere decir?
—Tal vez no le agrade escuchar lo que voy a decirle, pero lo más adecuado dada la situación es que vivamos juntos.
Audrey se queda pasmada. Ni siquiera se molesta ante semejante insolencia. Weasley sigue hablando.
—Mis superiores desean que me convierta en su sombra. Quiere que averigüe todo sobre usted y, para ello, lo conveniente es que me mude a su casa y no me separe de su lado hasta que haya tomado una determinación.
Tiene que reírse porque es un chiste. Deja que las carcajadas se escapen de sus labios mientras Weasley la mira con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Espera que él también se ría, pero está más serio cada minuto que pasa y Audrey logra calmarse.
—¿Está hablando en serio?
—No soy un hombre aficionado a las bromas, señora Miller.
—Pero lo que está usted diciendo es absurdo.
—Le aseguro que cuando todo este proceso termine, lo comprenderá todo.
Es la peor idea del mundo, hasta un idiota se daría cuenta. Pero es su única opción, así que pone los ojos en blanco y dice lo único medianamente adecuado dadas las circunstancias.
—¿Cuándo se muda?
Nadie ha usado jamás la habitación de invitados. Está ubicada en la segunda planta, justo enfrente del dormitorio de Ava, y resulta bastante acogedora. Tiene una cama de matrimonio con una bonita colcha hecha de retales, una ventana grande a través de la que entra mucha luz y una televisión colgada de la pared. Audrey le echa un último vistazo para asegurarse de que está todo en orden y se dice que Weasley no podría esperar nada mejor. Quizá el único punto negativo sea la ausencia de un baño privado, pero tendrá que aguantarse. Los dos tendrán que hacerlo.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto?
No ha podido hacer nada para impedir que Angela esté allí para dar la bienvenida a Weasley. Cuando le contó lo ocurrido el día anterior, se quedó tan alucinada como ella y comenzó a conjeturar auténticas barbaridades. En su imaginación, Weasley es un violador en potencia, un gili—pollas reprimido o un chiflado que sufre alucinaciones. Pese a todas sus objeciones, a Audrey no le costó convencerla de que también es su única esperanza para recuperar a Ava.
—¿Te das cuenta de que esto es muy irregular? —insiste Angela—. Los de servicios sociales nunca actúan así. Ese tipo se trae algo entre manos y no me gusta nada.
—Sé que es muy raro, pero ¿qué quieres que haga? Está claro que tiene autoridad para quitarme a Ava, así que seguro que también la tiene para devolvérmela.
—De acuerdo. Entiendo lo que dices, aunque estaré más tranquila si dejas que me quede con vosotros un par de días.
—No podemos hacer eso.
—Entonces Connor y yo acamparemos en el bosque y os vigilaremos desde allí.
Audrey sonríe, agradeciéndole todo su apoyo, pero un poco cansada de sus locuras.
—Angie, por favor.
—Si te hace algo no me perdonaré jamás.
—No va a hacerme nada. Además, sé cuidarme sola. ¿Ya no te acuerdas de que dimos clase de defensa personal?
—Hace milenios, Audrey.
—Pues yo todavía me acuerdo. —Audrey afianza los pies en el suelo y coloca los brazos formando sendos ángulos de noventa grados—. Venga, atácame y te lo demuestro.
Angela chasquea la lengua y se ríe.
—Promete al menos que me llamarás si surge algún problema.
—Está bien. Te lo prometo.
Angela asiente. Audrey les da los últimos retoques a los cojines que hay sobre la cama y se dispone a salir de la habitación.
—Deberías echarle polvos picapica en las sábanas.
—Me apuesto lo que sea a que eso no le causaría buena impresión.
—Es verdad —Angela gime por la frustración—. Va a ser como si tuvieras a Agnes la Bruja metida en casa todo el día, examinándote.
Audrey le da un codazo amistoso y le agradece que esté poniendo todo de su parte para alegrarle la mañana. Cuando Weasley llegue a casa necesitará estar de buen humor para mostrarse educada y amable con él. Pese a que él debe ser consciente de que no le hace nada de gracia la idea de tenerlo merodeando por su hogar, no le queda más remedio que fingir que está encantada con la idea.
Audrey cierra la puerta del dormitorio y las dos amigas bajan hasta la planta de abajo. Toda la casa está en orden. Se ha levantado bastante temprano para limpiar, ordenar y cocinar y se siente un poco tonta. Ni siquiera sabe lo que el señor Weasley espera de ella. ¿Quiere que se muestre como la perfecta ama de casa? ¿Tendrá que servirle como si fuera una esposa de las de antes? Por enésima vez desde que aceptara ese trato, las dudas la asaltan y se dice a sí misma que es la peor idea del mundo. Angela parece adivinar sus pensamientos y va a decir algo, pero llaman a la puerta y ambas saben quién es el recién llegado.
—Weasley ya está aquí —dice Angela.
—Vamos allá.
Audrey se adelanta con decisión y le abre la puerta. Efectivamente, Weasley está al otro lado, vestido con uno de sus trajes anticuados (gris en esa ocasión), con la corbata bien anudada, los zapatos limpísimos y el pelo repeinado. Trae una maleta que debe ser de estilo vintage porque parece sacada de una película de los años 20 y tiene la espalda erguida y el mentón alzado.
—Buenos días, señora Miller.
—Pase, señor Weasley.
Él sigue sus instrucciones. Da dos largas zancadas, se detiene en mitad del recibidor y deja caer su maleta al suelo. Da un respingo cuando ve a Angela, que es mucho más alta y ancha que él y tiene cara de muy pocos amigos. A Audrey le hace gracia que parezca tan fiera y recuerda la mala impresión que se llevó cuando la vio por primera vez. Incluso le dio un poco de miedo. No sabe si Weasley se siente intimidados, puesto que se muestra impasible ante ella.
—Y usted es…
—Me llamo Angela.
Audrey sabe que le está estrechando la mano con más fuerza de la necesaria. Weasley incluso hace una mueca e dolor, pero logra mantener el tipo. Por un segundo, cree que Angela va a decir algo inadecuado como que está allí para vigilar a Weasley, pero se limita a sonreír y da dos pasos atrás.
—Angela es la madrina de Ava.
—Un placer.
Weasley pronuncia esas palabras de tal manera que hubiera indignado a cualquiera. Angela respira hondo y toma una buena decisión.
—Prepararé café mientras el señor Weasley se instala.
Dicho eso, se da media vuelta y se mete en la cocina. Weasley observa la puerta con los ojos entornados y vuelve a coger su maleta.
—¿Sigue sin tener té?
—No me gusta el té.
—A mí sí.
Audrey pone los ojos en blanco y comienza a subir la escalera. No puede perder la paciencia tan pronto, así que procura hablarle con amabilidad.
—Le indicaré donde está la tienda para que pueda comprarlo usted mismo.
—Le estaré muy agradecido.
Viendo que Percy no la sigue escaleras arriba, le hace un gesto con la cabeza.
—¿Va a quedarse ahí todo el día? Le enseñaré su habitación.
—Me temo que tendrá que ayudarme a familiarizarme con la casa.
—Es pequeña y usted parece listo. Seguro que puede solo —Audrey se detiene un instante para mirarle de frente—. Aunque le aconsejo que no vaya al garaje. Necesita muchas reparaciones y se le podría caer el techo encima.
—¿En serio? —Percy tuerce el gesto—. No parece un lugar muy seguro para una niña.
Mierda. Audrey desea pegarse por cometer semejante torpeza. Realmente no es una buena manera de empezar y debió tenerlo previsto, pero ya no tiene solución. Así pues, opta por bromear. Si le quita hierro al asunto, tal vez Weasley se olvide de ello.
—Ava nunca cometió la imprudencia de acercarse por allí. Siga su ejemplo.
A Weasley no le convence su respuesta, pero no dice nada más al respecto. Por fortuna han llegado hasta el dormitorio y Audrey le invita a entrar.
—Usted dormirá aquí. La puerta de enfrente es la del cuarto de Ava. El baño está a la izquierda y mi habitación al fondo del pasillo. Tampoco quiero que vaya allí. Supongo que puede entenderlo.
Weasley asiente y se introduce en la estancia. Audrey no puede ver su cara, pero espera que sea de su agrado.
—He vaciado el armario para usted. Y el baño tendremos que compartirlo.
No sabe por qué se ve impelida a señalar ese hecho. Tal vez porque le da más importancia de la que realmente tiene, puesto que Weasley le dirige una mirada lacónica y se encoge de hombros.
—Estoy acostumbrado a compartir, señora Miller. Crecí en una casa pequeña con mis seis hermanos.
Audrey parpadea a gran velocidad, sin dar crédito a lo que acaba de escuchar. Cuando Weasley le anunció que compartirían la vivienda, se imaginó a sí misma hablando sobre sus vivencias personales. Nunca creyó que el hombre fuese a compartir con ella ninguna clase de información, así que está sorprendida. Y toma nota, por supuesto. Es necesario conocer al enemigo para encontrar las armas adecuadas con las cuales enfrentarse a él.
—Tómese su tiempo. Esperaré en la cocina.
Audrey cierra la puerta y permanece quieta en el pasillo durante un instante. Respira hondo y se dice a sí misma que no ha sido tan malo. Weasley parece un hombre civilizado. Tal vez no le resulte complicado convencerle de que Ava está bien a su lado. Tiene un montón de recuerdos familiares que así lo prueban. Le enseñará muchísimas fotografías y grabaciones para dar testimonio de su buen hacer como madre. Le demostrará que Ava es una niña feliz y le hablará de los deseos de William cuando llegue el momento. Todo saldrá bien.
Cuando escucha un par de golpes procedentes del dormitorio, decide que ha llegado el momento de darle a Weasley un poco más de privacidad y baja a la cocina. Angela ya ha preparado sendos cafés para ellas y se sientan alrededor de la mesa. No hablan hasta que el hombre se reúne con ellas y mira a Angela con cierta molestia, como si hubiera esperado que ya no siguiera allí. En cualquier caso, no se corta ni un pelo a la hora de expresar lo que piensa.
—Angela, ¿sería tan amable de dejarme a solas con la señora Miller? Tenemos asuntos muy importantes que tratar.
La indignación se abre paso en los ojos de su amiga. ¿Cómo se atreve ese imbécil a echarla de la casa? Se levanta para soltarle un par de frescas, pero Audrey coloca la mano en su brazo y su mal humor de desinfla como un globo. Weasley sólo lleva quince minutos allí. No puede ponerse a discutir con él tan pronto, así que se traga las ganas de cantarle las cuarenta y se marcha sin decir ni una palabra. Audrey se pone en pie, cruza los brazos y deja las cosas bien claras. Con mucha educación y vehemencia.
—Que sea la última vez que hace algo así. Esta es mi casa y yo decido quién se queda y quién se va. ¿Me ha entendido?
Weasley está a punto de ponerse rojo. A Audrey le parece que aprieta los puños, pero es todo calma cuando le habla.
—Lamento si mi actitud la ha molestado, pero considero que es necesario establecer unas normas de convivencia de forma inmediata.
Audrey suspira y vuelve a sentarse. Weasley se acomoda frente a ella y comienza a hablar. Le dice que entiende que no puede desatender sus deberes al frente de la granja, así que acuerda con ella un horario que les permitirá conversar sobre Ava y su posición como madre. Le asegura que es un hombre autosuficiente, que colaborará con las tareas de la casa y que no deberá preocuparse por atender ninguna de sus necesidades. Y poco más. La verdad es que Weasley habla mucho y dice poco, pero sus términos son razonables y Audrey considera que no va a ocasionarle grandes molestias, así que acepta. Weasley se levanta entonces y pregunta por la ubicación de esa tienda en la que comprará el té. Cinco minutos después abandona la casa y Audrey permanece en la cocina un buen rato, con la mente en blanco. Necesita prepararse para lo que está por venir. Por Ava.
