Capítulo 4: La primera noche
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"¡¿Qué he hecho?!". Eso era todo lo que podía pensar. La vi ahí, tendida sobre la cama, soñando con otros mundos, con la guardia baja y, sorprendentemente, con la boca cerrada y, como un jarro de agua fría, la realidad me abofeteó de repente. ¿En qué momento me pareció buena idea meter a una desconocida en casa? ¡Y durante semanas! ¿Me había vuelto loco? ¿Tan solo me sentía? Yo no estaba hecho para estar con la gente, ¡me agotaba!
Lo que más me gustaba de mi trabajo era que con una cordial y mínima socialización podía obtener excelentes resultados; los profesores no hablaban conmigo más que los típicos saludos y comentarios sobre el tiempo salvo que necesitasen algo específico y, los chavales, ni eso. Alguna vez han intentado ir de buen rollito conmigo pero, dentro de no ser un borde con ellos, tampoco me parece que el trabajo sea lugar para distraerse.
A veces echaba de menos a mi familia. Les veía una vez cada varios años, pues era un viaje costoso y no me podía permitir el lujo de pagarlo tan a menudo como me gustaría. Pero aún así, la compañía de Sven era para mí lo más cercano a una familia que había sentido nunca. El compañerismo y el entendimiento que había entre nosotros parecía sacado de una película de ficción. Y, gracias a él, la presencia humana en mi vida se había vuelto bastante prescindible e incluso, a veces, un poco molesta. La gente habla mucho, cotillea mucho, ofende y se ofende mucho y, sencillamente, es más fácil vivir sin ellos.
Sin embargo y pensándolo bien, había pasado un buen rato desde que había conocido a Anna; habíamos discutido, bromeado, tenido charlas intensas y hasta me había amenazado la reina de las nieves, y, pese a todo, no me sentía cansado ni hastiado. Me sentía algo intimidado por la situación, pero, a la vez, sentía curiosidad por ver cómo era el día a día con aquella entusiasta, desordenada y escandalosa chica.
Aquella noche, por primera vez en cuatro años, reparé en lo incómodo que era aquel sofá. No podría dejar que ella durmiese ahí, pero tampoco sabía cuánto tiempo iba a aguantar en esas condiciones. "Quizás debería improvisar una especie de saco de dormir con unas mantas y probar suerte en el suelo"; pero eso ya sería otra noche: no quería despertarla y, de todos modos, no creía que fuese a lograr dormir mucho en ese estado.
Anna, por el contrario, dormía plácida y sonoramente. No creía que fuese ella la que fuese a roncar de los dos, la verdad. No sabía si yo roncaba o no pero, mi prominente y levemente torcida nariz, me daba alguna pista. Al final, después de tanto desconfiar, no tuvo ningún reparo en dormirse antes que yo. O le había inspirado mucha confianza, o confiaba muy rápido en cualquiera, o tenía tanto sueño que prefería arriesgarse a morir.
Un lapso de tiempo después, quién sabe si minutos u horas, como manda la tradición, no dormir por la noche significa unas terribles ganas de evacuar, por lo que no me quedó más remedio que pasar sigilosamente por su lado para ir al cuarto de baño. Y, como manda la tradición también, cuando no quieres hacer ruido, es cuando más torpe te vuelves, así que tropecé con su calzado y aterricé con la mano en la pared librando a mi cabeza de un buen coscorrón. Se me heló la sangre. "Ahora se despertará, me verá a su lado y creerá que intento algo y seré presa de su hermana." Mi mente iba a mil. El ruido no fue descomunal, pero sí lo suficiente como para despertar a cualquiera: a cualquiera menos a Anna. Cuando dijo que no le molestaba el ruido para dormir, iba en serio. Se revolvió mínimamente en el sitio, suspiró profundamente y siguió durmiendo como si nada. Definitivamente era demasiado confiada.
El susto no hizo que las ganas de ir al baño se solventasen antes de llegar al retrete de milagro, por lo que, después de asegurarme de que continuaba durmiendo, pasé por fin al baño y recuperé la compostura. Después volví, esta vez con exitoso sigilo, al sofá, me recosté como pude, cerré los ojos e intenté dormir. Pero aquella noche cerrar mis ojos significaba ver clarísimamente los suyos, sus pecas, el mechón de pelo que colocaba cada dos por tres por detrás de su finísima oreja y su tierna sonrisa.
Iba a ser una noche muy larga.
