Aclaración: La letra cursiva se utiliza para flashbacks.

4 – EVALUACIÓN FINAL

Ocho campanadas retumbaron lentamente, una a una, por todo el colegio. Marcaban la hora y rompían el armonioso silencio en el que se había encontrado durante las últimas horas en su despacho, con los pies encima de la mesa, la silla inclinada desafiando a la gravedad, y observando con asombro las dos nuevas, y maravillosas, adquisiciones que había depositado en el alfeizar de la chimenea, de la que provenía un tenue fuego azulado que iluminaba la habitación pero que no llegaba a calentar.

Las paredes negras parecían atraer y absorber la escasa iluminación, pero su atención se centraba en los dos enormes y brillantes trofeos que se alzaban imponentes, majestuosos, prácticamente regios. Su brillo se reflejaba sobre los cientos de vasijas colocadas en las innumerables repisas que rodeaban la estancia, como si hubiera explotado hacia todas las direcciones de su despacho toda una remesa de fuegos artificiales del Doctor Filibuster, coloreando la sala en mil tonos diferentes.

Una de aquellas copas no era extraña para él, de oro macizo y no más grande que los pequeños calderos de peltre que utilizaban los alumnos de primero. Había presidido la Sala Común de Slytherin durante los últimos seis años. Esta sería la séptima ocasión consecutiva que se proclamaban como Campeones de la Copa de las Casas, una clara demostración más de la gigantesca ambición de todos los que dormitaban en las mazmorras de la escuela.

La otra copa, por el contrario, le hacía algo más de ilusión, algo que seguía sorprendiéndole. Era enorme, casi dos veces el tamaño de la anterior, y de nacarada plata, con cuatro asas representando a cada uno de los animales que dibujaban el emblema del colegio. Les acreditaba como campeones de Quidditch por primera vez desde que había ocupado el cargo de profesor de Pociones y la Jefatura de la casa Slytherin en 1982. A Severus Snape nunca le agradó el deporte de las brujas y magos, ni siquiera durante sus años como estudiante. No, en aquellos tiempos optaba por esconderse en la agradable soledad de la biblioteca de todos los energúmenos que se reunían en el bullicioso estadio para gritar y animar a catorce estúpidos que volaban detrás de cuatro pelotas encantadas. Un deporte para descerebrados. Sin embargo, ahora era incapaz de borrar la enorme sonrisa de su rostro, recordando a dos antiguos y odiosos ex-compañeros para los que dicha copa siempre fue el trofeo más preciado del año.

- Si vosotros supierais… –dijo en voz alta. – Si vosotros supierais como os he ganado en vuestro propio y vulgar juego –volvió a repetir después de unos escasos segundos en silencio, más seguía sin haber nadie en la habitación que pudiera contestar sus divagaciones.

Las campanas volvieron a sonar, rompiendo su ensoñación e indicándole que debía ponerse en marcha camino a la pesada reunión a la que debía asistir si pretendía no importunar a sus compañeros de profesión llegando tarde, más no se movió hasta echar tranquilamente una última mirada a sus brillantes conquistas. No iban a morirse por esperar un poco más.

Finalmente, y con paso decidido, salió de la comodidad de su despacho, atravesó la clase de Pociones, y puso rumbo hacia la Sala de los Profesores, lugar donde se llevaría a cabo la aburrida reunión, situada en la planta baja del castillo.

Odiaba con toda su alma aquellos inservibles encuentros del profesorado que realizaban las últimas semanas al final de cada curso escolar para evaluar, individualmente, a todos los alumnos del centro. Teniendo la oportunidad de embriagarse con los aromas y la elaboración de alguna dificultosa poción, aquello lo consideraba una enorme pérdida de su más que valioso tiempo. Por el contrario, tendría que pasarse varias horas escuchando a sus insufribles e incompetentes compañeros de profesión divagar sobre sus estúpidas asignaturas, la mayoría de las cuales carecían de todo el sentido. Ninguna de ellas tan bella y sutil como el arte exacto de elaborar pociones… bueno, tal vez una de ellas sí.

Si al menos fuera el turno de los educandos de sexto o séptimo, incluso los de quinto le habría parecido bien, pero no. Los primeros habían estado todo el curso agobiados, estudiando y repasando para sus correspondientes TIMOs, por lo que, a la fuerza, algo debían de haber aprendido. Los segundos por otra parte eran, o al menos debían de ser después de tantos años en la escuela, los alumnos más preparados de esta, y estaban a la espera de recibir sus notas de EXTASIS e introducirse en un mundo laboral dispuesto a devorarlos y a escupirlos después. Pero tampoco... debido a sus exámenes finales sus evaluaciones siempre eran las primeras, y habían terminado con ellas en la evaluación del sábado anterior.

Ahora tocaba empezar por el principio, era el turno de los alumnos de primero, muchos de los cuales no sabían utilizar la varita ni para rascarse el culo con ella. Weasley y Longbottom eran el ejemplo perfecto de ello, siempre juntos e inseparables, cogidos de la mano en el largo sendero hacia la mediocridad. No recordaba dos alumnos tan sumamente torpes e incompetentes en todos sus años como docente. Y luego… luego estaba Potter.

Como odiaba ese apellido y todo lo que en sí representaba. Ese pequeño bastardo, encantado de haberse conocido, desesperado por llamar siempre la atención de alumnos y profesores en burdos intentos de acaparar más fama inmerecida. En su primera clase de Pociones respondió con altanería a todas las preguntas que le formuló, como si haber memorizado un par de apuntes fuera algo digno de elogiar. Sin duda su arrogancia podía competir con la de su fallecido padre, pues, al igual que éste, tenía un cierto desprecio por las normas y el horario, como si el resto del mundo tuviera que detenerse y acomodarse a su ritmo y necesidades. Detestaba a ese transgresor incorregible que se paseaba por el castillo, incluso a altas horas de la madrugada como si de un simple bien más de su propiedad se tratara. Sólo tenía que pillarlo una única vez, sólo una... y todas las demás veces que el Director le había impedido expulsarlo se perderían en el olvido. Decenas eran las ocasiones en que lo había tenido limpiando sin magia los orinales de las camas de enfermería por no poder mandarlo de vuelta al triste orfanato del que provenía.

No cabía duda de que el chico tenía un talento innato para la magia, o al menos eso se había rumoreado durante todo el curso por los pasillos del colegio, pero su egocentrismo e impertinencia era mucho mayores que sus cualidades como mago. Habían pasado ya más de ocho meses desde la ceremonia de selección en la que "el niño que sobrevivió", para su enorme desgracia, había sido seleccionado para la casa que él presidía. Aquella noche el director Dumbledore le hizo llamar inmediatamente a su despacho en cuanto se despidió de los alumnos en el Gran Comedor.

- ¿Quería verme, director? –preguntó Snape al momento de cruzar la puerta de la oficina. No entendía que podía ser tan importante y urgente como para requerir su presencia minutos después de acabar el banquete inaugural y con el curso todavía sin empezar, pero imaginaba que tenía algo que ver con un alumno nuevo en particular.

- Sí, Severus. Adelante –contestó Dumbledore sin mirarlo siquiera. Parecía muy entretenido alimentando al envejecido fénix de su despacho. El pico del ave estaba cada vez más desgastado y empezaban a caérsele sus bellas plumas. No debía de quedarle más que un par de años hasta volver a prender en fuego y reiniciar su vida. – Me alegro mucho de verte. ¿Gustas de un caramelo de limón?

- No, gracias –respondió Snape de la forma más agria y contundente que pudo. Acababan de verse y cenar codo con codo hace apenas unos instantes, pero el director le trataba como si no lo recordara o no le conociera. - ¿Estamos aquí por Potter verdad? –inquirió de forma afilada.

No tenía ganas de hablar del joven que había centralizado todas las miradas y murmullos durante la cena, incluso habían tenido la desfachatez de ocultar su apariencia bajo un hechizo óptico de camuflaje para llamar todavía más la atención. Que el sombrero seleccionador hubiera colocado al hijo de James Potter en Slytherin había sido una sorpresa para todos. Sin duda el karma era un poder místico capaz de perturbar incluso a aquellos que nadaban entre tierra y gusanos.

- Así es mi querido Severus, así es –repitió el director bastante afligido por el tema en cuestión. Había empezado a caminar en círculos con la mano extendida, dejando su huella impresa en todos los tomos que acariciaba a su paso. – He estado bastante preocupado por el joven Potter desde nuestro primer encuentro a principios del verano. Percibí entonces a un chico muy confundido, lleno de contrastes y con… ciertas similitudes al joven Tom Riddle –añadió Dumbledore con un tono abatido, como si completar aquella frase en voz alta convirtiera inmediatamente sus palabras en una dolorosa verdad. – Similitudes que el sombrero Seleccionador ha terminado por confirmarme esta noche –añadió señalando la vieja prenda de vestir de Godric Gryffindor, situado en la balda más alta de la estantería a su espalda.

- ¿Qué… qué clase de similitudes? –preguntó Snape con la voz entrecortada pero completamente interesado y preocupado por el comentario del anciano. Después de todo, el Señor Tenebroso había logrado gestas memorables a lo largo de los años.

- Puede que el niño adquiriera parte de los poderes que Voldemort perdió aquella noche… muchas teorías para las que todavía no tengo ninguna respuesta certera… pero no es eso a lo que me refería. Temo haber cometido un error, otro más –Dumbledore se había detenido en un lateral de su escritorio, frente a una vasija de piedra poco profunda iluminada por una brillante luz azul licuada.

- ¿Un error? –preguntó Snape acercándose al pensadero del director en el que este se había detenido.

- Sí –contestó Dumbledore con la mirada perdida en sus recuerdos. Snape pudo contemplar, como si de una ventana de cristal al pasado se tratase, la pequeña habitación en la que se había producido aquel primer encuentro entre Dumbledore y Potter. – Me preocupa haberle alejado de nuestro mundo, haberle aislado lo suficiente como para que no pueda crear y desarrollar vínculos de amistad… de amor con los demás. Es algo que no podemos permitir Severus, por el bien del mundo mágico… De lo contrario, temo que una nueva ola de oscuridad pueda asolar este mundo.

El silencio se había apoderado del despacho, sólo se escuchaba la profunda respiración del pájaro del director, marcando el ritmo de la conversación. Podía ver con claridad la preocupación en el rostro de Dumbledore, siempre con la palabra amor escrita en la punta de la lengua, como si se tratase de la solución a todos los problemas del mundo. Cuan equivocado estaba en su opinión.

- ¿No pretenderá que tenga un trato diferencial y favorable con el chico verdad? –preguntó finalmente Snape aguantando la ira. Su acompañante estaba loco si aquel era el motivo de la reunión. Jamás confraternizaría con un alumno, mucho menos con el hijo de James Potter.

- No, por supuesto que no Severus –contestó el director inmediatamente. – Sólo mantenlo vigilado y protegido, y ve informándome sobre su comportamiento y compañías. Moddy me ha entregado un extenso informe sobre los días que ha pasado oculto con el chico. Agradecería una segunda opinión que rebatiese las palabras de Alastor –añadió señalando un abultado dossier marrón entre los papeles que cubrían su enorme escritorio.

Asintió levemente al director y encaminó la salida con la carpeta llena de pergaminos en la mano, rumbo a las mazmorras y dispuesto a cumplir con la desagradable misión que le había encomendado su superior.

- Señor –empezó de nuevo Snape cuando ya tenía la mano sobre el picaporte de la puerta - ¿No sería mejor analizar mejor los hechos antes de seguir cometiendo errores? –preguntó bruscamente. Si estaban en ese punto crítico era sin duda por los múltiples errores que había cometido el anciano director a lo largo de los años.

- Oh, Severus… –empezó Dumbledore con una sonrisa imposible de disimular. – Los errores también pueden ser divertidos. Hacen que la vida sea interesante. Si tuviéramos la razón todo el tiempo ¿Dónde nos llevaría eso?

Sí, definitivamente el karma también tenía algo contra él. Ya tendría tiempo de leer las palabras del exauror al día siguiente, ahora solo quería descansar y alejar de su mente que tenía clase con Potter en apenas unas horas… Aquel curso tenía pinta de ser muy largo.

La mañana siguiente a aquel encuentro, leyó las palabras de Moddy durante el desayuno del primer día escolar, levantando únicamente los ojos del dossier para echar alguna que otra mirada al protagonista de aquel detallado informe. Otra vez rodeado de gente, el chico firmaba autógrafos como una celebridad en lugar de recoger los horarios que estaban repartiendo los prefectos. Alastor hablaba de un chico narcisista encantado de haberse conocido y deseoso por rodearse de cualquiera que le prestase atención o le riese las gracias, sin duda todo lo que en ese primer momento estaba presenciando. Pero también indicaba que Potter había llegado a conectar realmente con la joven inexperta que acompañó a Moody durante la misión... muchos contrastes en su persona como bien había mencionado Dumbledore después del banquete inaugural en su despacho.

No obstante, y a pesar de romper todas las encuestas sobre popularidad con relativa facilidad al principio del curso, el joven fue muy cuidadoso y selectivo a la hora de elegir sus amistades, si es que se les podía llamar así, algo de lo que todavía no estaba convencido del todo.

Al contrario que la mayoría de los alumnos de Slytherin, Potter no parecía darle importancia a la pureza de la sangre, probablemente hasta desconocía de su condición como mestizo. No, durante todo el curso que lo tuvo bajo observación, seleccionó sus compañías en función de las habilidades mágicas mostradas por sus compañeros, escogiendo, serpientes o no, a aquellos más competentes según su propio criterio, ignorando por completo a los que no destacaban en ninguna materia. Esto, y que, al fin y al cabo, perteneciera a la casa Slytherin, ayudó a bajar el asombro inicial en torno a su figura. En consecuencia, su círculo de confianza era bastante reducido, o prácticamente inexistente, pues la mayoría de los primerizos no servían ni para ordenar alfabéticamente los libros de la biblioteca.

Iba casi siempre acompañado de Daphne Greengrass, una talentosa bruja de su misma casa y año, de piel pálida y cabello rubio lacio, a la que tampoco parecían importarle los ideales sobre la sangre. Tenía entendido que era muy diestra en encantamientos, sobre todo cuando no estaba ocupada observando obnubilada su propio reflejo. Al contrario que el resto de alumnas no parecía perseguir y beber los vientos por Potter. Quizás por eso eran amigos, ambos parecían cortados por el mismo patrón... ambos eran la misma cara de un brillante galeón.

La mayoría de las veces solía acompañarles Draco Malfoy. El hijo de Lucius y Narcisa se había acercado a Potter durante el banquete inaugural, probablemente maravillado por las leyendas y suposiciones que se hacían en las enmascaradas reuniones celebradas en la mansión Malfoy, y que tenían como motivo la figura del muchacho. No obstante, si bien Potter parecía reconocerlo como un amigo de confianza, en contadas ocasiones Draco se distanciaba de ambos, buscando algo de liderazgo y protagonismo, imposible de alcanzar en presencia de Potter, y se juntaba con Theodore Nott y Gregory Goyle, compañeros a los que Potter ignoraba por completo. Sin embargo, que, curiosamente, los mejores amigos del chico en la casa de Slytherin, provinieran de dos orgullosas familias integrantes de los sagrados veintiocho, podía tratarse de una increíble coincidencia o un movimiento muy calculado por su parte.

Por último, y de acuerdo con la bibliotecaria Pince, el chico pasaba incontables horas en la sala de estudio de la biblioteca, devorando libros y realizando las tareas escolares en compañía de la insufrible sabelotodo de Granger. El resto de profesores catalogaban a la joven como la alumna más aplicada e inteligente de su curso, destacando en todas y cada una de las asignaturas, algo de lo que Potter también parecía haberse percatado, pero de lo que no intentaba aprovecharse. No obstante, y según palabras textuales de la vieja mujer, apenas entablaban conversación, sino que respetaban el sepulcral y obligado silencio rodeados de textos y apuntes. Únicamente les había tenido que llamar la atención en las contadas ocasiones en las que Longbottom y Weasley, al parecer amigos íntimos de Granger, aparecían en escena para confrontar por algún estúpido motivo a Potter. Este en cambio, parecía despreciarlos por su incompetencia... probablemente fuera la única cosa en la que estaban en concordancia alumno y profesor.

Inmerso en sus cavilaciones, sus pasos le condujeron hasta la planta baja, frente a las dos gárgolas de piedra que custodiaban la entrada a la Sala de los Profesores.

- ¿La contraseña? –le preguntaron ambas estatuas a la vez, girando sus rocosos cuellos para mirarlo directamente.

- Eruditio per educare, ducit et ministrare (Aprender para educar, dirigir y servir) –contestó con aire desganado, entrando rápidamente en el momento en que se abrió la puerta y sin devolverles la mirada.

Una decena de cabezas se dirigieron hacia él en el momento de cruzar el umbral, parecía que sólo faltaba el director para comenzar con la evaluación final. McGonagall de Transformaciones; Sprout de Herbología; Flitwick de Encantamientos; Sinistra de Astronomía; Hooch de Vuelo; y el fantasma de Cuthbert Bins, que impartía Historía de la Magia, ya se encontraban sentados en la gigantesca mesa cuadrada, con el escudo del colegio marcado a fuego en la misma, presidiendo la habitación.

Snape escogió como asiento una de las sillas más alejadas del resto de profesores, situados en uno de los extremos de la mesa alrededor de una silla vacía que pertenecía al Director. Eran menos docentes de los que deberían, pues Quirrel de Defensa Contra las Artes Oscuras, aunque hasta ese año se había ocupado de impartir Estudios Muggles, no parecía haber sobrevivido a la supuesta maldición que asolaba aquella asignatura. El profesor Kettleburn de Cuidado de Criaturas Mágicas tampoco había logrado superar el curso escolar.

Se lo tenían bien merecido por idiotas y por el caos que habían provocado durante todo el año: Habían diezmado la población de unicornios del bosque prohibido y vendido su sangre en el mercado negro del callejón Knocturn; habían liberado un enorme trol por el castillo la noche de Halloween; le vendieron al zoquete del Guardabosques un huevo de dragón, supuestamente bajo el hechizo "Confundus", o eso había reportado Dumbledore a los investigadores. Todos ellos burdos intentos de distracción, de mantener ocupados a los profesores ante las distintas amenazas y peligros, con el único objetivo de apropiarse del espejo de OESED que Dumbledore guardaba en alguna de las habitaciones del colegio y pagar así sus deudas y vicios ocultos.

Finalmente, ambos profesores fueron detenidos y juzgados por el Wizengamot por tentativa de robo de bienes de valor mágico y artístico incalculable, por poner en peligro la seguridad de magos menores, por hechizar a un semigigante, por matar animales mágicos en peligro de extinción… y miles de infracciones más. Pasarían muchos años en Azkaban cumpliendo condena bajo la atenta mirada de los dementores. Probablemente serían incapaces de apreciar la calidez del sol la mañana que finalizasen sus sentencias, si es que llegaban a salir algún día.

Se fijó entonces de que había más profesores a su espalda. Charity Burbage, Séptima Vector, Bathsheda Babbling y Rubeus Hagrid, charlaban animadamente sobre temas sin importancia, alejados de la mesa, sentados en cómodos sofás enfrente de la apagada chimenea. ¿Qué demonios hacían allí? Era algo completamente inapropiado, pues los estudiantes evaluados aquella noche no impartirían Estudios Muggles, Aritmancia o Runas Antiguas hasta su tercer año, y sólo escogerían dos de dichas asignaturas optativas. Sybill Trelawney parecía ser la única con honradez para no asistir a una evaluación en la que no había alumnos suyos, aunque aquella loca rara vez salía de la torre de Astronomía. Sin embargo, no parecía tener la misma honradez cuando se trataba de dimitir de una asignatura inservible para la que ni siquiera era apta. Una más para la colección de inadaptados sociales que gustosamente parecía coleccionar Dumbledore, igual que Rubeus Hagrid. ¿Por qué narices estaba el Guardabosques en una reunión de profesores? Su aventura con el dragón había prendido fuego a su cabaña y a gran parte del bosque prohibido. Hicieron falta muchas horas de trabajo, especialmente de la profesora de Herbología, para poder replantar la zona afectada. Unos cuantos dragonolistas de una reserva en Rumanía aparecieron pocos días después del incidente para llevarse con ellos a la criatura, del tamaño de un enorme perro, con los tristes lloriqueos del semigigante de fondo. Hubiera sido música para sus oídos de no ser porque un alumno primerizo de cada casa acompañaba al guardián de las llaves y terrenos. Los mismos tres idiotas que destrozaron el baño de las chicas de la primera planta en un absurdo intento de detener al trol que soltaron sus profesores, y el dichoso "niño que sobrevivió" un poco más alejado. Este inusual acontecimiento de unión ablandó tanto al director, que no sólo no expulsó al guardabosques ni a los alumnos en cuestión, sino que ocultó su participación en el asunto con el dragón al Ministerio de Magia. No hubo por parte de este investigación alguna para rebatir su declaración, ni juicio ni sentencia, ni siquiera un pequeño recorte en "El Profeta" … Nada.

La puerta que comunicaba la Sala de los Profesores con el resto de castillo volvió a abrirse, y por ella entró Albus Dumbledore tarareando el himno del colegio mientras limpiaba con la túnica sus gafas de media luna. Los polizones que charlaban alrededor de la chimenea emprendieron el camino hasta los desocupados asientos de la mesa al mismo tiempo que el anciano director se aventuraba a presidirla.

- Nunca es tarde si la dicha es buena ¿no? –comenzó Dumbledore examinando a cada uno de los docentes del colegio con una sonrisa picaresca. – Pero me alegra mucho que nos hayamos reunido todos, o casi todos hoy. Incluidos profesores de otras materias. El saber no ocupa lugar.

Como si de verdad estuvieran ahí por interés en las materias de sus compañeros. No, no hacía falta utilizar Legeremancia para descubrir el verdadero motivo de su aparición, Harry Potter. Habían acudido volando como las moscas al estiércol para certificar si los rumores sobre "el chico que sobrevivió" eran o no ciertos.

- En cualquier caso –volvió a comenzar el director, divagando. – Me sirve para comunicar una gran noticia para el futuro del colegio, y es uno de los motivos por los que Hagrid nos acompaña esta noche –fue mirando uno a uno a todos los docentes de la reunión hasta detenerse en el susodicho con una enorme sonrisa. – Me congratula anunciar que a partir del curso que viene, él se hará cargo de la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas. Ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones como guardabosques. Sin duda es el más cualificado para el puesto después de tantos años como ayudante del exprofesor Kettleburn.

Un atronador aplauso por parte del resto de docentes retumbó en la habitación, de todos menos de uno de los profesores. Todos terminaron por levantarse para felicitar, de una forma u otra al semigigante, que realmente emocionado, intentaba apaciguar su emoción y secar sus lágrimas con un pañuelo del tamaño de un mantel individual. Snape, por el contrario, no se movió de su asiento, sino que se quedó observando y juzgando el clamoroso error que el director acababa de cometer. Por las barbas de Merlín ¿en qué demonios estaba pensando? No sólo no había castigado por su irresponsabilidad al Guardabosques, sino que encima parecía premiar su comportamiento con un puesto en el profesorado ¿Ese viejo no se cansaba de tropezar siempre con la misma piedra? ¿había abandonado ya la razón la mente del mago más poderoso conocido?

- Profesor Dumbledore –llamó Snape en voz baja al director, temeroso de que alguno de sus compañeros pudiera escucharlos. – Respecto a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, me gustaría saber si ha reconsiderado mi candidatura para el puesto –se atrevió a preguntar.

Desde que se descubrieron las artimañas en las que estaba inmiscuido el profesor Quirrell, todos los profesores se habían ido turnando para poder impartir Defensa Contra las Artes Oscuras, pero no era suficiente, no todas las clases del cronograma pudieron impartirse. Tuvieron que sacrificar horas de algunos cursos para que los alumnos mayores estuvieran preparados para sus exámenes oficiales. Dumbledore debía de saberlo, era el momento de escoger a un nuevo profesor para la asignatura. Alguien competente… era su momento, debía de serlo.

- Oh Severus… lo lamento mucho –comenzó el anciano con un falso sentimiento de empatía en su voz. – Pero no puedo permitirme perder a un profesor de Pociones tan bueno y experimentado como tú. Jamás me lo perdonaría. Ya encontraré a alguien cualificado para el puesto de Defensa Contra las Artes Oscuras. Bueno, será mejor que empecemos con la reunión –dijo volviendo a su tono de normalidad y mandando a los profesores a sus respectivos asientos.

Uno a uno, los nombres de los alumnos de primero iban saliendo a la palestra. Sin embargo, Snape no les prestaba atención, se limitaba a exponer sin interrupción los catastróficos resultados que habían obtenido en sus clases cuando era su turno. Su mente estaba ocupada en su conversación anterior, intentando controlar su ira para no saltar y estrangular al director de la escuela en ese preciso momento. Dumbledore jamás se dignaría a confiarle la asignatura de Defensa Contra las Artes Oscuras por mucho que se lo pidiera, por mucho que fuera de lejos la persona más preparada para el puesto. Seguía castigándole injustamente por las decisiones que había tomado en su juventud, ya tantos años atrás. Había pagado el precio… había pagado mucho más de lo que se merecía.

- El siguiente de la lista es… Harry Potter –era la profesora McGonagall la que había hablado mientras iba pasando los expedientes de cada alumno.

Todas las sillas ocupadas crujieron con el ligero movimiento de sus ocupantes, todos tan interesados en la nueva celebridad del colegio. Podía sentir la vena de su frente a punto de estallar por la hipocresía de todos los presentes, más no pensaba darles el gusto de que lo vieran perder la calma.

- ¡Qué increíble manera de volar! –Rolanda Hooch fue la primera en hablar - ¡Ahora entiendo porque Snape rompió la tradición de no dejar jugar al Quidditch a los de primero! Debes de estar muy contento por haber ganado por fin la copa ¿no Snape?

- Yo no tuve nada que ver con eso –contestó fríamente Severus, apaciguando sus ganas de mandar callar a la mujer, como si las clases de vuelo sirvieran para algo más que causar accidentes. – Ese pequeño impresentable se presentó a las pruebas del equipo a pesar de las recomendaciones. Nada más.

- En mi clase no presta mucha atención. Parece que no le interesa en demasía la herbología –esta vez fue la profesora Sprout la que intervino dando su opinión. – Aunque siempre entrega los trabajos a tiempo y con nota… No al nivel de Granger por supuesto.

- Yo… –empezó el profesor Flitwick elevando un poco la voz para que se le pudiera escuchar mejor, pues su habitual tono chillón no resaltaba ni siquiera siendo el único docente de pie sobre la silla. – Yo no he visto un alumno tan talentoso y diestro con la varita en todos mis años como docente. Lo siento, tenía que decirlo.

- No te disculpes, Filius –intervino la profesora McGonagall apoyando su mano en el hombro del semiduende. – Opino igual que tú en este tema. No había visto nunca tanta facilidad para dominar todos los hechizos del temario. Y recordemos que hasta hace apenas unos meses ni siquiera sabía de su condición.

- Yo sí fui testigo de un caso similar –contestó finalmente Dumbledore. Todos se habían mostrado callados, pensativos analizando las palabras de la subdirectora. – Quizás porque ya soy muy anciano, quizás… –Snape podía notar cierto tono de pesadez en su voz, imperceptible para todos los demás. Sabía con antelación lo que pensaba añadir el director. – Conocí a un alumno igual de brillante mucho tiempo atrás, puede que incluso más. Ni siquiera era director por aquel entonces, todavía impartía la clase de Transformaciones –aguardó unos segundos para centralizar todavía más la atención de sus compañeros. – Fue hace más de cincuenta años… un pequeño y audaz joven que terminó por adoptar otro nombre… se trataba de Lord Voldemort.

La sonrisa de asombro de casi todos los presentes por las habilidades mágicas de Potter se esfumó rápidamente de sus rostros en cuanto el director nombró al señor tenebroso. En su lugar un escalofrío recorrió sus cuerpos, las sillas volvieron a crujir, el caldeado ambiente se enfrió y las velas se apagaron. Fue sólo un instante en la oscuridad de la habitación... pero pareció mucho más. Dumbledore aplaudió encendiendo de nuevo las velas y reinaugurando la evaluación, pero sin toda la dicha y alegría que había reinado hasta entonces la evaluación. No, la sombra de la duda crecía poco a poco en la mente de todos los que ocupaban aquella mesa.

- ¡Profesor Snape! ¡Profesor Snape! –escuchó una fuerte voz masculina que le seguía. Era Hagrid quien le llamaba, el "flamante" nuevo profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas. Debía de haber salido corriendo detrás de él en el momento en que finalizó la reunión de profesores. Con apenas un par de zancadas había llegado hasta su posición. – Verá… esto, yo…

- Vaya al grano "profesor" –interrumpió Snape de mala gana, recalcando con desprecio la nueva profesión del guardabosques. – No tengo todo el día.

- Sí, por supuesto, tiene razón –volvió a comenzar igual de inseguro. – Como sabrá, Harry… el joven Potter ha venido a verme algunas tardes libres a mi cabaña y…

- Me traen sin cuidado las amistades de Potter o las suyas –volvió a interrumpir Snape. Ese imbécil estaba terminando con su paciencia. – Es más, dudo que sea de interés para alguien –añadió mientras volvía a girar sobre sí mismo camino a su despacho en las mazmorras.

- Sí, sí, ya lo sé –le contestó el semigigante mientras volvía a alcanzarlo sin apenas esfuerzo, con una sola de sus zancadas. – Pero verá, le preparé un álbum con fotos de sus padres, algunas de cuando estaban en el colegio, otras de después, le gustó mucho sabe, y…

- ¡No tengo tiempo para estas tonterías! –gritó Snape malhumorado. Estaba harto, HARTO de que todo girase en torno a ese estúpido crío; la evaluación, el quiddicth, el inicio del curso, aquella conversación.

- De acuerdo –contestó un Hagrid empequeñecido por el tono del profesor de Pociones. – Sólo que… encontré esto –añadió depositando un pequeño trozo de papel grueso en el bolsillo frontal de su negra túnica baja la incrédula mirada de Snape. – Pensé que, a lo mejor, le gustaría tenerla.

No dijo nada más, y tampoco Snape. Cada uno escogió un rumbo distinto al pie de las escaleras. El antiguo guardián de las llaves se dirigió a su reconstruida cabaña en los terrenos del colegio, mientras que el profesor de Pociones retomó el camino hacia la profunda oscuridad de las mazmorras.

Ya en la comodidad de su habitación, decidió examinar aquello tan importante para el Guardabosques. Sintió como su corazón se saltaba algún que otro latido, como si una corriente de aire helado hubiera entrado de repente y congelado las paredes. Se trataba de una foto, un atardecer a las orillas del lago negro, y en ella, él, o una versión mucho más joven de sí mismo se encontraba sentado al borde del agua, con los brazos hacía atrás, tocando la húmeda tierra y dándole la espalda a la persona que tomó, desde una distancia prudente, aquella fotografía. A su lado, una joven pelirroja de ojos verdes parecía bailar, levantando con su movimiento pequeñas partículas de agua y arena mientras reía a carcajadas. Un par de lágrimas salieron de sus ojos, para caer y camuflarse con la inmensidad del lago de la imagen, rozando el horizonte. Parecía todo tan real.

- Pasa Potter, y cierra la puerta –dijo Snape iniciando la conversación, esperando a que su alumno llegara hasta su posición. - ¿Sabes por qué te he hecho llamar? –le preguntó cuando este se sentó al otro lado del escritorio.

- No. ¿He respirado más alto de la cuenta? –respondió con sarna el muchacho. Dumbledore tenía motivos para estar preocupado por el chico, siempre con una mirada desafiante y sin mostrar ningún respeto por sus superiores. Al contrario, podía apreciar como volvía a intentar, con torpeza, penetrar en su mente.

Observó con fascinación la cara de frustración del joven al ser incapaz de derribar involuntariamente su muro protector. Pobre iluso: quizás aquella técnica tan pobre le sirviera con sus compañeros de curso o trabajadores del orfanato, pero él se había preparado durante años para poder resistir y burlar hasta los intentos del señor tenebroso. A su lado, Harry Potter no era más que un niño aficionado con delirios de grandeza.

- Señor. Señor o Profesor. Así es como te referirás a mí, mocoso insolente. No sé qué clase de educación has recibido y tampoco me importa, pero en esta sala, en este colegio me debes RESPETO –contestó Snape con firmeza aguantándole la mirada. No iba a tolerar ninguna clase de impertinencia, ni siquiera del "Elegido". – Ahora, ¿quieres volver a intentarlo? –Harry se quedó en silencio sin entender a qué se refería su profesor de pociones. - Está bien, mi turno entonces.

Snape entró en la mente del chico como un dragón en el Callejón Diagón, arramblando todo a su paso, quemando cualquier alegre recuerdo y mostrándole sus más terribles pesadillas, sus recuerdos más dolorosos. Potter se agarraba la cabeza y hacía enormes esfuerzos por no gritar. Decidió parar su tortura antes de que una conocida figura de serpiente lanzara, sin escuchar las súplicas de una joven madre, un destello verde y mortal a una pequeña cuna. Ni siquiera él quería recordar aquel momento.

- Yo también se jugar a esto Potter, y mucho mejor que tú como has podido comprobar –añadió escupiendo el apellido de su acompañante, disimulando el dolor de aquella última imagen. El chico parecía agotado, sudaba y peleaba para que su respiración recuperara su ritmo habitual. – Como te descubra intentando leer de nuevo mis pensamientos, o utilizar alguna de "tus habilidades" durante alguna de mis clases, no sólo te expulsaré del equipo de Quidditch, sino que desearás no haber pisado nunca este colegio –era una amenaza que estaba dispuesto a cumplir. - ¿Te ha quedado claro?

- Cristalino… señor –le respondió de nuevo el chico cuando pudo recuperar la compostura.

Sin decir nada más salió de la clase, volviendo a mirar desafiante y con claro enojo al jefe de su casa, que intentaba olvidar sin éxito a la joven pelirroja que había visto en los pensamientos de su alumno, sangrando junto a su marido frente a un caldero en ebullición en el que habían arrojado sus correspondientes varitas.

El joven no había mostrado en aquella reunión, ni durante el largo período de tiempo que lo mantuvo vigilado, ninguna de las habilidades sociales que en su día sí representó su madre… Lily. Su preciosa Lily, que tan temprano e injustamente la vida le había arrebatado, y que parecía seguir brillando en los ojos de su infante.

Aguantarle la mirada al chico había sido la experiencia más dolorosa que había sentido nunca. Le transportaba de nuevo a aquel sexto año en que sus caminos se separaron para siempre, volvía a subir lentamente los peldaños de la destrozada mansión Potter, sentía como los pedazos de su corazón caían y se camuflaban entre los escombros de la habitación, volvía a abrazar el cuerpo inerte de la única mujer que había amado bajo el sonido de dos llantos, el suyo y el del niño por el que Lily había entregado su vida.

Con mucho esfuerzo y pesar rompió la fotografía, lanzó los pedazos a la chimenea y los prendió fuego con la varita mientras secaba sus lágrimas. No era el momento de sensiblerías, los enemigos estaban a las puertas y cualquier día regresarían. Debía mantenerse firme y sin flaquezas, olvidarse del pasado. Cualquier pensamiento que incluyese al amor de su vida era una peligrosa arma que usar en su contra en las manos equivocadas. No podía poner en riesgo la misión después de tantos años de trabajo, debía estar preparado… estaba preparado.

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