—¡Quiero cocinar!

Su tono emocionado contrastaba muchísimo con el que había utilizado en su anterior berrinche.

Como Petunia consideraba a Dudley un hermoso y adorable niño que no podía hacer nada malo, no notó la diferencia.

Sin embargo, notó en sí misma cómo dejaba de lado su preocupación y comenzaba a unirse al entusiasmo de su hijo para luego guiarlo a la cocina donde, recordó de repente, estaba su sobrino.

Petunia vaciló, pero Dudley empujó la puerta y pasó adentro. Imaginó, con una sonrisa, que su hijo de seguro estaría mirando el lugar como si fuera otro planeta, con asombro, alegría y curiosidad.