Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Toei Animation.
Dohko había tardado un mes más, pero regresó, en su carroza arreglada, un caballo nuevo, su hijo que siempre lo acompañaba y un rubio. Andreas fue el primero en encontrarse con ellos, su grupo salió momentáneamente del pueblo al riachuelo cercano, para buscar insectos.
El pelirrojo vio con auténtica alegría al cochero, quien se había detenido al ver al grupo de niños caminando emocionados hacia las afueras del pueblo. Andreas estaba saludando cuando el rubio se asomó, de la parte interna de la carroza, para saber por qué no avanzaban.
— Mis disculpas joven, sólo estaba saludando a un viejo amigo — se había disculpado Dohko, quien incluso se había bajado para saludar de mejor forma al profesor — él es el profesor del pueblo, Andreas; Andreas, este chico amable pero impaciente es Hyoga.
Ambos se miraron a los ojos, reconociéndose, sabiendo quién era el otro, Andreas suponía que Freya le había hablado de él; el profesor del pueblo que visitaba a la menor una vez a la semana, quien visitaba a la familia Polaris una vez cada dos semanas, con quien Hilda pasaba todas sus tardes. Él por su parte estaba enterado de Hyoga, el amante de las cartas, chico desconocido, hubiera preferido que fuera el desagradable anciano que Hilda había creado, pero sólo era un joven no tan mayor a Freya por su apariencia, vestido con ropa elegante, con su chaqueta azul perfectamente lisa y su chaleco gris sin una mancha, parecía un chico de ciudad.
¿Lastimaría a Freya? Se preguntaba Andreas después de despedirse de Dohko y compañía; si lastimaba a Freya eso lastimaría doblemente a Hilda.
¡Oh, Hilda!
Hermana que se preocupaba, que vendía sus flores desde temprano, pasaba sus mediodía y tarde con su hermana, tratando de ayudar en lo que pudiera, y el inicio de sus noches con él, sollozando en sus brazos porque quería ayudar a su hermana pero esta no la dejaba, ni siquiera quería estar con ella en la misma habitación.
Freya cruel y mal agradecida, envenenada por todos; Shion que sólo tomaba su mano mientras rezaban y no se despegaba de la chica, y Aiacos, el peor de todos, el de las sospechas e intrigas.
Andreas recordaba un día en particular, cuando había ido a visitar a la rubia, en que había escuchado a la accidentada hablando con el jefe del lugar, en voz baja, como si fuera un secreto.
— Dime Freya, sabes que puedes confiar en mí, lo he demostrado, ¿no?.
— ...Tengo miedo… — susurró la chica, tan bajo que apenas y se le podía entender.
Silencio, eso fue lo que estuvo presente después de esas palabras y Andreas no pudo resistir la tentación de asomarse por la abertura de la puerta entreabierta viendo un abrazo entre ambos, contacto íntimo y una suave caricia en la cabeza de la chica.
Se lo comentó a Hilda, inocente Hilda que se sintió avergonzada por el comportamiento de su hermana; que le dijo que lo mejor era que la señora Heinstein estuviera enterada de las acciones de su marido.
— Merece saber que el señor Heinstein está siendo manipulado por Freya — dijo esa noche — seducido por un lobo con piel de cordero, tal vez por eso se accidentó, lo fingió para tener un pase con él, tal vez ya olvidó al chico de las cartas, no reconozco a mi hermana.
Andreas lo hizo, haría cualquier cosa por Hilda y si ella quería que su hermana pagara por sus pecados él la ayudaría. Habló bajo con Pandora, dando pequeños pasos, comentando como si hablara del clima el íntimo abrazo que había presenciado; Pandora lo miraba y callaba, bajaba la cabeza y esperaba al anochecer para hablar con su marido.
Charlas privadas, cosas de las que nadie se enteraba, palabras que el profesor debía de escuchar, debió de saber.
— Tienes que decirle — decía la señora Heinstein, de pie frente a su marido que estaba sentado en su escritorio, trabajando — está tratando de convencerme de que algo está sucediendo entre la joven Polaris y tu.
Aiacos había dejado su pluma y se había levantado como un rayo para dirigirse con su esposa. No dudó en arrodillarse frente a ella y abrazarla por la cintura.
— No lo haría — había susurrado en el vientre de ella, si las sospechas se confirmaban el pequeño Queen tendría un hermano o hermana para el próximo otoño.
Pandora peinó el cabello de su marido hacia atrás y también se arrodilló para mirar a Aiacos a los ojos; no le gustaba la posición de poder en la que Aiacos la ponía cuando hacía eso, para ella su matrimonio los ponía en la misma posición.
Eran una unión nacida del amor, de los pocos matrimonios que lo hacían por eso; Aiacos había tenido que pelear con otros por ella, contra su cuñado, Hades, quien hubiera preferido que Pandora se casara con Minos, miembro de una de las familias más poderosas del Imperio Alemán.
— Lo sé, por eso tienes que decirle, tiene que ver, saber cómo son las cosas en realidad.
— No me creerá Pandora, no tengo pruebas y mi palabra no vale nada contra ella, no para él, ni siquiera Shion pudo convencerlo y Freya no quiere hablar.
— ¿Tanto le teme? — preguntó descorazonada, preocupada por el profesor al que le había llegado a tomar aprecio.
— Fafner dijo que antes del accidente con las tijeras Freya estaba un poco enferma, tenía vómito y dolores de estómago todo el tiempo, pero ahora que está con él y no en casa de los Polaris se ha recuperado, como si la enfermedad se desvaneciera. Algo oscuro estaba sucediendo, pero sin pruebas no puedo hacer nada.
Los Heinstein se habían abrazado, en el estudio de Aiacos, lejanos del mundo, sin saber que esa noche Andreas hacía algo parecido, abrazaba a Hilda, arrodillado frente a ella, ofreciéndole su vida si ella así lo quería.
El amor flotaba en el aire para Andreas, era como ella, como las rosas blancas que ella le había dado esa noche, y sabían a miel, dulce y pura como los labios de Hilda. Esa noche ella le había dado un beso, una felicitación por escucharla y apoyarla.
El recuerdo de ese beso le provocaba una sonrisa y fuertes sacudidas en su corazón; ni siquiera la preocupación por el chico nuevo disminuía lo mágico del momento. Pero se preocupaba, claro que lo hacía, aunque Hilda quisiera desenmascarar a su hermana la amaba y tenía en sus pensamientos.
El regreso al pueblo después de la clase al aire libre fue llamativo. Todos en el pueblo ya hablaban del joven rubio que había llegado directo con los Heinstein; en el camino a la escuela después de despedir a los niños, algunas personas incluso le habían contado que el chico se había reunido de manera privada en el estudio de Aiacos, lejos de oídos indiscretos.
Andreas sólo había escuchado en silencio, mientras veía la lejana casa del Fafner, donde sabía que Hilda estaría, tratando de hablar con su hermana para hacerla entrar en razón.
¿Hilda ya sabría del chico? ¿Estaría preocupada por su joven hermana que al parecer al final había optado por el rubio misterioso?
Hilda, Hilda, Hilda, siempre Hilda.
Sus mañanas eran de sus estudiantes, de los niños que tenían sed de conocimiento; el resto del día era de Hilda, ella, en todo momento y a todas horas.
Andreas caminó hacia la iglesia, había llegado justo cuando Shion terminaba su almuerzo, cuando estaba por ir a ver a Freya para leer y orar un poco. El mayor no dudó en recibir al profesor y lo escuchó hablar de Edison y la luz, o de Graham Bell y el teléfono, de los conflictos entre naciones, de Haakon VII y su elección popular, hasta que no pudo más y le preguntó por el rubio, el rubio que había traído Dohko, sin equipaje, sólo la ropa que traía puesta y su sombrero negro.
— Dohko dijo que le ofreció una bolsa llena de coronas y le compró un caballo para que lo trajera aquí "lo más pronto posible" — respondió Shion, sonriendo al recordar a su amigo mostrándole emocionado su nuevo animal, no fue capaz de aceptar la bolsa completa, sólo el costo del viaje de ida y vuelta — no se quedará aquí mucho tiempo.
— Dicen que pidió hablar con Heinstein en privado.
— La gente siempre dice cosas profesor, el chico sólo quería saber de un lugar dónde pasar la noche.
Andreas salió insatisfecho, intranquilo, no era necesario ser un genio para saber lo que pasaría, Freya se iría con él, abandonaría a sus padres, su hermano menor y a Hilda. Al llegar a la escuela se encontró con una hoja doblada por la mitad debajo de una rosa roja; era de ella, pidiéndole retrasar su encuentro al anochecer, después de la cena.
Él esperó, esperó al anochecer cuando la Luna hizo acto de presencia, junto con Hilda, quien era bañada por la luz del astro, dándole ese aspecto angelical del que se había enamorado, por el que él daba ese amor profundo, amor real, sincero, fiel.
Ella se sentó a su lado, cerca, sus piernas se rozaban. Miró hacia el frente, el vacío patio trasero, escuchando a los grillos.
— Fue a mi casa — inició, no era necesario decir de qué hablaba — no a pedir su mano, sino a informar que se la llevaría, que se casarían e irían al Imperio Alemán, trabajó de cerca con el almirante Rozhdestvenski en el mar Báltico antes de ser enviados a Asia; él quería llevársela a Rusia pero con las agitaciones dijo que prefería ir a otro lado, después de hablar con mi padre fue directo a verla con Nidhogg.
— ¿Tu padre no lo evitará?
— Le dio dinero y dijo que se la llevaría aún si intentara evitarlo.
Andreas pasó un brazo por los hombros de ella y trató de consolarla, pero ella no necesitaba consuelo, a pesar de que sus manos temblaban y tenía el ceño fruncido, molesta, frustrada, en cólera interna porque su hermana quería irse, porque sería feliz.
Hilda levantó la cabeza y besó a Andreas con furor, con fuerza, le mordió el labio inferior hasta hacerlo sangrar y lo soltó. Él la miró, confundido por su pasión desbordante.
— Quiero olvidarme de ella, de su novio, de los problemas, en estos momentos debe de estar convirtiéndose en mujer, ¿por qué yo no puedo hacer lo mismo? De mejor manera, con un amor real — de uno de los bolsillos que le había hecho a su sencillo vestido sacó una rosa roja y una navaja pequeña, que pertenecía a su lejano hermano mayor, dejó la navaja en el suelo y acarició el rostro de Andreas con los pétalos de la flor — se mío Andreas.
Esa noche él se entregó a su amor, amor real, incorruptible, inocente, ciego y mortal, aunque él aún no lo supiera.
Comentarios:Cómo siempre, ¡gracias por leer!Tengo un par de datos extras sobre algunas cosas que se mencionaron, por si alguien se lo preguntaba:* Las coronas eran la moneda en Noruega durante esos años, y fue parte de la Unión Monetaria Escandinava hasta 1918.* El almirante Zinovi Petróvich Rozhéstvenski fue parte de la armada del imperio ruso durante la guerra ruso-japonesa, específicamente de la zona del Báltico entre 1904 y 1905. Hilda menciona que Hyoga no planeaba regresar al Imperio Ruso porque por esos años estaba la primera revolución de 1905, antecedente de la Revolución Rusa de 1917.
