CAPITULO 4

Si pudiese arrastrarme hasta un agujero y excavar una cómoda madriguera en la que vivir el resto de mis días, bueno, eso es lo que haría. ¿Por qué tuve que mencionar el beso? ¿Por qué? Recuerdo perfectamente ese día en casa de Toneri Otsutsuki. Estábamos en el sótano y olía a moho y a detergente para la ropa. Llevaba pantalones cortos blancos y una camiseta bordada en azul y blanco atada al cuello que había robado del armario de Natsu. Llevaba sujetador sin tirantes por primera vez en mi vida. Era de Ino, y no paraba de ajustármelo porque me notaba incómoda. Fue una de nuestras primeras quedadas con chicos y chicas en fin de semana y de noche. Resultaba extraño porque parecía significativo. No era como cuando iba a casa de Temari después de clase y los chicos del vecindario ya estaban allí pasando el rato con sus hermanos. Tampoco era igual que ir al salón recreativo o al centro comercial sabiendo que seguramente nos encontraríamos con los chicos. Había que planearlo, hacer que te acompañasen en coche y llevar un sujetador especial, todo en una noche de sábado. Sin padres, sólo nosotros en el sótano ultraprivado de Toneri. Se suponía que el abuelo de Toneri iba a vigilarnos, pero Toneri se deshizo de él. No es que ocurriese nada especial, como una partida improvisada del juego de la botella o el de siete minutos en el cielo. Las chicas nos habíamos preparado para ambas contingencias con chicle y brillo de labios. Lo único que pasó fue que los chicos jugaron a los videojuegos y las chicas nos dedicamos a observar, a jugar con nuestros móviles y a cuchichear entre nosotras. Y luego los padres y las madres de todos empezaron a recogerlos y fue un auténtico cortarrollos después de tanta expectación. Para mí fue decepcionante, no porque me gustase alguien, sino porque me gustaban el romance y el melodrama, y esperaba que ocurriese algo emocionante. Y ocurrió algo. ¡A mí! Naruto y yo estábamos solos, los últimos a la espera de que vinieran a buscarnos. Estábamos sentados en el sofá. Yo no paraba de enviarle mensajes a mi padre: « Donde estáaaaaaaaas?» . Naruto estaba jugando con su móvil. Y entonces, sin venir a cuento, Naruto me espetó:

—Tu pelo huele a coco.

Tampoco estábamos tan cerca el uno del otro. Respondí:

—¿De verdad? ¿Lo hueles desde ahí?

Se acercó y me olfateó el pelo, asintiendo.

—Sí, me recuerda al mar, o algo por el estilo.

—¡Gracias! —le respondí. No estaba convencida de que fuese un cumplido, pero se le parecía lo suficiente como para agradecérselo—. He estado alternando entre éste, de coco, y el champú de bebé de mi hermana para hacer un experimento sobre cuál me deja el pelo más suave…

Entonces Naruto Uzumaki se inclinó y me besó y me quedé de piedra. Nunca había pensado en él de esa manera antes del beso. Era demasiado guapo, demasiado perfecto. No era mi tipo de chico, para nada. Pero después del beso, Naruto fue lo único en lo que pude pensar durante meses. ¿Y si Naruto es sólo el principio? ¿Y si…? ¿Y si el resto de las cartas también han sido enviadas? A Toneri Otsutsuki. Hitori, del campamento. Rock Lee. Kiba. Dios mío, Kiba. Me levanto de un salto. Tengo que encontrar la sombrerera. Tengo que encontrar las cartas. Vuelvo a salir a la pista. No veo a Ino por ninguna parte. Debe de estar fumando detrás del pabellón deportivo. Me dirijo directamente al entrenador Asuma, que está sentado en las graderías con el móvil en la mano.

—Estoy mareada… —gimo—. ¿Puedo ir a la enfermería, por favor?

El entrenador no se molesta ni en levantar la vista de la pantalla. —Claro.

En cuanto desaparezco de su campo de visión, empiezo a correr. Educación física es mi última clase del día, y mi casa sólo está a unos tres kilómetros del instituto. Corro como el viento. Creo que nunca en mi vida había corrido tanto, ni tan rápido, y es probable que no vuelva a hacerlo. Corro tanto que tengo que detenerme un par de veces porque siento que voy a vomitar. Y entonces me acuerdo de las cartas, y de Kiba, y de ese « De cerca, tus ojos no son solo bellos sino hermosos» , y empiezo a correr de nuevo. En cuanto llego a casa, subo los escalones de dos en dos y me meto en mi armario en busca de la sombrerera. No está en la estantería de arriba, donde suelo dejarla. No está en el suelo, ni detrás de la pila de juegos de mesa. No está por ninguna parte. Me pongo de rodillas y empiezo a rebuscar entre pilas de jerséis, cajas de zapatos y material para manualidades. Busco en lugares donde es imposible que esté, pero busco de todos modos. Mi sombrerera no está por ningún lado. Me dejo caer al suelo. Esto es una película de terror. Mi vida se ha convertido en una película de terror. Mi móvil suena a mi lado. Es Kiba.

¿Dónde estás? ¿Te has ido a casa con Ino?

Apago el móvil, bajo a la cocina y llamo a Natsu desde el fijo. Sigue siendo mi primer impulso, acudir a ella cuando las cosas se ponen feas. No mencionaré lo de Kiba y me centraré en lo de Peter. Ella sabrá qué hacer; ella siempre lo sabe. Estoy a punto de explotar, « Nat, te echo tanto de menos y todo es un desastre sin ti» , pero cuando responde al teléfono suena tan soñolienta que seguro que la he despertado.

—¿E-estabas durmiendo? —pregunto.

—No, sólo estaba tumbada —miente Natsu.

—Estabas dormida… allá no son ni las diez. ¿He vuelto a calcular mal la hora?

—No, no, tienes razón. Es que estoy muy cansada. He estado despierta hasta las cinco porque… —Su voz se va apagando—. ¿Qué ha pasado?

Titubeo un poco. Quizá sea mejor no agobiar a Natsu con todo esto. A ver, acaba de empezar la universidad. Es el único motivo por el que ha estado trabajando; su sueño hecho realidad. Debería estar divirtiéndose, en vez de preocuparse de lo que ocurre en casa sin ella. Además, ¿qué le voy a contar? « ¿Escribí un montón de cartas de amor que no llegué a enviar, incluida una para tu novio?» .

—No pasa nada.

Estoy haciendo lo que haría Natsu en mi lugar: resolverlo por mi cuenta.

—Suena a que ha pasado algo —bosteza Natsu—. Dime.

—Vuelve a dormir, Nat.

—Vale. —Bosteza una vez más.

Cuelgo y me preparo una copa de helado directamente en el envase: salsa de chocolate, nata y frutos secos. La experiencia al completo. Me lo llevo a mi habitación y me lo como tumbada en la cama. Me lo tomo a cucharadas como si fuese una medicina, hasta que me lo he comido entero, hasta la última gota.


Despierto poco después. Hanabi está de pie al final de mi cama.

—Tienes helado en las sábanas —me informa. Suspiro y me doy la vuelta.

—Hanabi, ahora mismo ése es el menor de mis problemas.

—Papá quiere saber si quieres pollo o hamburguesa para cenar. Yo voto por el pollo.

Me incorporo al instante. ¡Papá está en casa! Quizá sepa algo. De un tiempo a esta parte ha estado sumergido en una orgía de limpieza. ¡Puede que haya guardado mi sombrerera en un lugar seguro y lo de Naruto sea sólo un incidente aislado! Salto de la cama y corro escalera abajo. El corazón me late desbocado. Mi padre está en el estudio, con las gafas puestas y ley endo un grueso libro sobre la obra de Audubon.

—¿Papá-has-visto-mi-sombrerera? —pregunto de un tirón sin tomar aire. Levanta la vista. Su expresión es un poco vaga y comprendo que sigue pensando en los pájaros de Audubon en lugar de centrarse en mi súplica frenética.

—¿Qué sombrerera?

—¡La sombrerera que me regaló mamá!

—Ah, ésa… —Todavía parece confundido. Se quita las gafas—. No lo sé. Puede que acabase con los patines.

—¿Eso qué significa? ¿Qué me estás diciendo?

—Beneficencia. Existe una pequeña posibilidad de que los haya donado.

Suelto un grito ahogado y papá añade, en tono defensivo:

—Esos patines ni siquiera son de tu talla. ¡No hacían más que incordiar! Me hundo en el suelo.

—Eran rosa y vintage y los estaba guardando para Hanabi… Y ésa no es la cuestión. Los patines me dan igual. Lo que me interesa es la sombrerera. Papá, no tienes ni idea de lo que has hecho.

Mi padre se pone de pie e intenta levantarme del suelo. Me resisto y caigo de espaldas como un pez fuera del agua. —Hinata, no estoy seguro de que la donase. Vamos a echar un vistazo por la casa, ¿de acuerdo? Que no cunda el pánico todavía.

—Sólo podía estar en un lugar, y no está ahí. Está perdida.

—Entonces iré a comprobar si está en la tienda mañana cuando vaya de camino al trabajo.

—Se agacha junto a mí. Me está ofreciendo la mirada: compasiva, aunque también exasperada y perpleja, como si se preguntara: « ¿Cómo es posible que de mi ADN, cuerdo y razonable, saliera una hija tan rara?» .

—Es demasiado tarde. Es demasiado tarde. No tiene sentido.

—¿Qué había en la caja que fuese tan importante?

Siento que el helado se me cuaja en el estómago. Por segunda vez en un día, tengo ganas de vomitar.

—Básicamente, todo.

Papá hace una mueca.

—No sabía que tu madre te lo hubiese regalado, ni que fuese tan importante.

Se retira a la cocina y añade: —Eh, ¿te apetece un helado antes de cenar? ¿Crees que te animará?

No me molesto en dignificar la pregunta con una respuesta. Permanezco tumbada en el suelo con la mejilla apretada contra el frío parquet. Además, tampoco queda helado y está a punto de descubrirlo. Ni quiero ni imaginarme a Kiba leyendo la carta. No quiero ni pensarlo. Es terrible. Después de la cena (pollo, por demanda de Hanabi), estoy en la cocina lavando los platos cuando oigo el timbre. Papá abre la puerta y oigo la voz de Kiba:

—Hola, doctor Hyuga. ¿Está Hinata?

Oh, no. No, no, no. No puedo ver a Kiba. Sé que tendré que hacerlo en algún momento, pero no hoy. No en este preciso instante. No puedo. Simplemente soy incapaz. Dejo el plato en el fregadero y salgo corriendo, por la puerta trasera, la escalera del porche, y cruzo el patio de atrás hacia el jardín de los Pearce. Subo a trompicones por la escalera de madera hasta la vieja casa del árbol de Carolyn Pearce. No estoy en esta casita desde que iba a la escuela. A veces quedábamos aquí de noche: Ino, Sakura, Temari y yo y, en un par de ocasiones, también los chicos. Echo una ojeada furtiva entre los listones de madera, agazapada como una bola, esperando a que Kiba regrese a su casa. Cuando estoy segura de que ha entrado, bajo la escalera y voy corriendo a la mía. La verdad es que hoy no he parado de correr en todo el día. Ahora que lo pienso, estoy agotada.


Me despierto a la mañana siguiente, totalmente renovada. Soy una chica que tiene un plan. Me bastará con evitar a Kiba para toda la eternidad. Así de fácil. Y si no lo hago para siempre, al menos hasta que esto quede olvidado y Kiba ya no se acuerde de mi carta. Sigue habiendo una diminuta posibilidad de que no la haya recibido. ¡Quizá la persona que la envió a Naruto sólo mandó una carta! Nunca se sabe. Mi madre siempre decía que el optimismo era mi mayor virtud. Tanto Ino como Natsu dicen que es insufrible, pero a eso les respondo que nadie se ha muerto todavía por verle el lado bueno a las cosas. Cuando llego abajo, papá y Hanabi ya están sentados a la mesa comiendo tostadas. Me preparo un bol de cereales y me siento junto a ellos.

—Me pasaré por la tienda de segunda mano cuando vaya de camino al trabajo —me informa mi padre mientras mastica la tostada desde detrás del periódico—. Seguro que la sombrerera aparecerá por allí.

—¿Tu sombrerera ha desaparecido? ¿La que te regaló mamá? —pregunta Hanabi. Asiento y me meto una cucharada de cereales en la boca. Tengo que irme temprano, o de lo contrario me arriesgo a encontrarme con Kiba cuando salga.

—¿Qué guardabas en la sombrerera? —insiste Hanabi.

—Es privado. Lo único que necesitas saber es que el contenido es muy valioso para mí —le respondo.

—¿Te enfadarás con papá si no recuperas la sombrerera? —Hanabi responde a su pregunta antes que yo—. Lo dudo mucho. Los enfados no te suelen durar mucho tiempo.

Tiene razón. Nunca consigo mantenerme enfadada. Sin dejar de echarle un vistazo al periódico, papá le pregunta a Hanabi:

—¿Qué narices había en esa sombrerera?

Hanabi se encoge de hombros. Con la boca llena de tostada, responde: —Seguro que más boinas francesas.

—No, no había más boinas —sollozo, y me levanto—. Si me disculpáis, no quiero llegar tarde a clase.

—¿No es un poco temprano?

—Hoy iré en autobús —explico. Y lo más seguro es que lo haga todos los días hasta que el coche de Natsu esté arreglado, pero no tienen por qué enterarse de eso.


Ocurre de manera curiosamente fortuita. Un choque de trenes en cámara lenta. Para que las cosas sucedan tan rematadamente mal, todo debe confluir y colisionar en el momento preciso o, en este caso concreto, en el peor momento. Si el conductor del autobús no hubiese tenido problemas para recular al salir del vecindario, y por lo tanto hubiera tardado cuatro minutos de más en llegar al instituto, no me habría encontrado con Kiba. Si el coche de Kiba hubiese arrancado y su padre no hubiese tenido que ayudarle a arrancarlo, Kiba no habría pasado junto a mi taquilla. Y si no hubiese tenido que reunirse con la señorita Tsunade en su oficina, Naruto no habría bajado por el pasillo diez segundos después. Y es posible que todo esto no hubiese ocurrido. Pero ocurrió. Estoy en mi taquilla, la puerta está atascada e intento abrirla de un tirón. Por fin consigo que se suelte y ahí está Kiba.

—Hinata… —Su ademán es de perplejidad y confusión—. He estado intentando hablar contigo desde anoche. Pasé por tu casa, pero no había manera de encontrarte… No entiendo nada. ¿Qué es esto?

Me muestra la carta.

—No lo sé… —me oigo decir a mí misma. Mi voz suena distante. Es como si estuviese flotando por encima de mí, observando cómo se desarrollan los hechos.

—Es de tu parte, ¿no?

—Guau. —Respiro hondo y acepto la carta, reprimiendo el deseo de llorar—. ¿De dónde la has sacado?

—La recibí por correo. —Kiba hunde las manos en los bolsillos—. ¿Cuándo la escribiste?

—Hace mucho —respondo lentamente —. Ni me acuerdo de cuándo fue. Puede que en primaria.

Buen trabajo, Hinata. Sigue así.

—Claro… Pero mencionas que fuimos al cine con Natsu, Mike y Ben. Eso fue hace un par de años —añade, con lentitud. Me mordisqueo el labio inferior.

—S-sí. A ver… fue hace mucho tiempo.

En el gran esquema de las cosas. Siento que me están a punto de brotar las lágrimas y, si me desconcentro, aunque sólo sea por un segundo, lloraré y empeoraré mucho más las cosas, si es que eso es posible. Debo mantenerme tranquila, indiferente y desenfadada. Las lágrimas lo echarían todo a perder. Kiba me está mirando tan fijamente que tengo que apartar la mirada.

—Entonces… ¿Sientes… o sentías algo por mí o…?

—S-sí, bien. En… en su momento me gustabas, antes de que Natsu y tú empezarais a salir. Hace un… millón de años.

—¿Por qué no dijiste nada? Porque Hinata… No sé… —Tiene la mirada fija en mí, y muestra confusión, pero también algo más—. Esto es de locos. Esto me ha pillado completamente desprevenido.

Tal como me mira ahora, siento como si hubiésemos viajado en el tiempo al día de verano cuando yo tenía catorce años y él quince y estábamos regresando a casa. Me miraba con tanta atención que estaba segura de que iba a intentar besarme. Me puse nerviosa, así que provoqué una discusión y no me volvió a mirar de esa manera. Hasta ahora. « No. Por favor, no» . Sea lo que sea lo que esté pensando, lo que quiera decir, no quiero escucharlo. Haré cualquier cosa, literalmente, cualquier cosa, para no escucharlo. Antes de que pueda decir nada, suelto:

—Estoy saliendo con alguien.

Kiba se queda boquiabierto. —¿Qué?

¿Qué?

—Sí. Estoy saliendo con alguien. Un chico que me gusta mucho, así que no te preocupes por esto, por favor.

Sacudo la carta en el aire como si fuese un simple pedazo de papel, basura, como si hace unos años no hubiese volcado todos mis sentimientos en esta página. La meto en mi bolsa.

—Estaba muy confundida cuando la escribí; no sé ni cómo ha acabado en el correo. Para serte sincera, no vale la pena hablar del asunto. Así que por favor, por favor, no le digas a Natsu nada de esto.

Kiba asiente con un gesto, pero con eso no me basta. Necesito un compromiso verbal. Necesito escuchar las palabras saliendo de su boca. Así que añado:

—¿Lo juras? ¿Por tu vida? Si Natsu se enterara… Me moriría.

—Muy bien, lo juro. Tampoco hemos hablado desde que se marchó.

Suelto un gran suspiro de alivio. —Gracias. De… de verdsd gracias.

Estoy a punto de alejarme cuando Kiba me detiene. —¿Quién es?

—¿Quién?

—El chico con el que sales.

Entonces le veo. Naruto Uzumaki, bajando por el pasillo. El hermoso Naruto Uzumaki con su cabello rubio como el oro. Está tan guapo que merece música de fondo.

—Ehhh, Naruto Uzumaki.

Suena el timbre y me deslizo junto a Kiba a toda prisa.

—¡Me tengo que ir! ¡Luego hablamos, Kiba!

—¡Espera! —exclama Kiba. Corro hasta Naruto y me lanzo como una bala de cañón. Tengo los brazos de frente, me doy duro en la cabeza contra su pecho, y no entiendo cómo se las arregla mi cuerpo, porque nunca había tocado a un chico de esta forma en toda mi vida. Es como si estuviésemos en una película y la música se exalta y las ondas colisionan a nuestro alrededor. Excepto por el detalle de que la expresión de Naruto es de shock, incredulidad y quizá una poco de diversión. Arquea una ceja y acierta a comentar:

—¿Hinata? ¿Qué…?

No contesto. Presiono mis labios justo sobre los suyos. Lo primero que pienso es: « Conservo la memoria muscular de sus labios» . Lo segundo que pienso es: « Espero que Kiba esté mirando. Tiene que estar mirando, o nada de esto habrá servido» . El corazón me late tan rápido que me olvido de tener miedo de hacerlo mal. Porque durante unos tres segundos, me devuelve el beso. Naruto Uzumaki, el chico de los sueños de todas las chicas, me está devolviendo el beso. Tampoco he besado a tantos chicos. Naruto Uzumaki, Toneri Otsutsuki, el hermano de Temari que tenía ojos raros y, ahora, otra vez a Naruto. Abro los ojos y Naruto me está mirando con la misma expresión en la cara. Con toda sinceridad, digo:

—Gracias.

—De nada —responde.

De un salto, me zafo de entre sus brazos y salgo corriendo en dirección contraria. Invierto toda la clase de historia y la mayor parte de la de inglés en calmar los latidos frenéticos de mi corazón. He besado a Naruto Uzumaki. En el pasillo, delante de todo el mundo. Delante de Kiba. No lo había sopesado bien, obviamente. Eso es lo que diría Natsu, incluyendo e insistiendo en el « obviamente» . Si lo hubiese sopesado, me habría inventado un novio y no habría escogido a una persona real. En concreto, no habría escogido a Naruto U. Es, sin lugar a dudas, el peor chico a quien podría escoger porque todo el mundo le conoce. Es Naruto Uzumaki, por Dios bendito. Uzumaki, de Sakura y Uzumaki . No importa que hayan roto. Son una institución en esta institución. Me paso el resto del día escondida. Incluso tomo el almuerzo en el baño de las chicas. Mi última clase del día es educación física. Con Naruto, por supuesto. El entrenador Asuma presenta la sala de pesas y tenemos que practicar con las máquinas. Naruto y sus amigos ya saben utilizarlas, así que se separan del grupo y se pasan la pelota entre ellos, de modo que no tengo oportunidad de hablar con él. En una ocasión, me pilla mirándole y me saluda sonriente con la mano, y deseo que la tierra se abra bajo mis pies y me trague de una vez. Después de la clase, espero a Naruto delante del vestuario de los chicos, planeando qué voy a decirle. Empezaré con:

—Sobre lo de esta mañana… —y luego soltaré una risita, ¡como si fuese graciosísimo!

Naruto es el último en salir. Tiene el pelo húmedo de la ducha. Es raro que los chicos se duchen en la escuela porque las chicas no lo hacen nunca. Me pregunto si tienen compartimentos ahí dentro o sólo un montón de duchas y nada de intimidad.

—Hola —dice al verme, pero no se para.

—Sobre lo de esta mañana… —le digo a su espalda, y me pongo a reír. Naruto se da la vuelta y se me queda mirando.

—Ah, sí. ¿A qué ha venido?

—Ha sido una… una broma, ¿sabes? —empiezo. Naruto se cruza de brazos y se apoya en las taquillas.

—¿Ha tenido algo que ver con la carta que me enviaste?

—N-no. Bueno, sí. De una manera indirecta.

—Mira —dice con amabilidad—. De verdad me pareces guapa, de una manera poco convencional. Pero Sakura y yo acabamos de romper y no estoy en situación de convertirme en el novio de nadie. Así que…

Me quedo con la boca abierta. ¡Naruto me está rechazando! Ni siquiera me gusta y me está rechazando. ¿Y qué es eso de « poco convencional» ? ¿Dice que soy « poco convencional» ? « Guapa en un sentido poco convencional» es un insulto. ¡Es un insulto evidente! Naruto sigue hablando con expresión bondadosa.

—A ver, me siento halagado. Haberte gustado todo este tiempo es un halago, ¿sabes?

Ya es suficiente. Más que suficiente.

—No me gustas —interrumpo en voz bien alta—. Así que no tienes por qué sentirte halagado.

Ahora le llega a Naruto el turno de mostrarse atónito. Echa un vistazo rápido alrededor para ver si alguien lo ha oído. Se inclina hacia delante y susurra:

—Entonces ¿por qué me has besado?

—Te he besado porque no me gustas —le explico, como si resultase evidente —. Alguien envió mis cartas. No fui yo.

—Un momento. ¿Cartas? ¿Cuántos hay como yo?

—Cinco. Y el chico que sí me gusta también recibió una…

Naruto frunce el ceño. —¿Quién?

¿Por qué iba a contárselo?

—Eso es… información personal.

—Eh, tengo derecho a saberlo, ya que me has metido en tu pequeño melodrama —razona Naruto en tono incisivo—. Si es que el chico existe de verdad.

—¡Claro que existe! Es Kiba Inuzuka.

—¿No está saliendo con tu hermana?

Asiento con un gesto. Me sorprende que lo sepa. No pensaba que Kiba y Natsu apareciesen en su radar.

—Acaban de romper. Pero no quiero que sepa que siento algo por él… por razones evidentes. Así que… le dije que eras mi novio.

—O sea, que me has utilizado para salvar las apariencias…

Suena tan horrible, pero:

—Básicamente. Básicamente. Exactamente.

—Eres una chica extraña.

Primero soy guapa en un sentido poco convencional, y ahora soy una chica extraña. Sé lo que eso significa.

—Bueno, gracias por seguirme la corriente, Naruto. —Le ofrezco lo que espero que parezca una sonrisa deslumbrante y me doy la vuelta—. ¡Nos vemos!

Naruto alarga la mano y me agarra de la mochila. —Espera. Inuzuka piensa que soy tu novio, ¿no? ¿Qué vas a decirle?

Intento zafarme y huir corriendo de él, pero no me lo permite. —Todavía no he encontrado la respuesta, pero lo haré. —me quito las correas y jalo la mochila hacia mí—. Soy así de poco convencional.

Naruto suelta una carcajada, con la boca completamente abierta.

—Eres muy rara, Hinata.