Polidrama - Capítulo 4

-Lo siento señorita, es demasiado temprano.

Era tan temprano que el alba recién estaba asomando. Yin ingresó al hospital con un tazón entre sus manos. Lo llevaba cuidadosamente sujetado del mango con una mano y con la otra cubriendo la boca para evitar derrames. Era un tazón de medio litro. Era alto y delgado. Era de color amarillo, con el rostro de un patito en el frente.

Llegó al mostrador de informaciones del hospital, consultando por la posibilidad de visitar a Coop. Traía entre manos el remedio que el Maestro Yo le había prometido. Intentaba mantenerse lo más neutral posible. Aunque había aceptado que se le había pasado la mano con la golpiza contra el chico, no podía evitar sentirse molesta con él. Lo único que conocía de él era su arrebato violento y desproporcionado. Su comportamiento agresivo iba a terminar en una tragedia, y no iba a ser ella la víctima. Debía calmar sus pensamientos, o terminaría tirando el tazón. Cuando pensaba en tirarlo, imaginaba lo mucho que se enojaría el Maestro Yo con ella. Debía demostrar madurez y cumplir con las promesas familiares.

-Por favor, es importante –le rogó a la secretaria.

-Lo siento pero… -una campanilla detuvo las palabras de la secretaria. La chica miró hacia atrás. En la pared, había colgado un reloj con marco plateado y fondo celeste. Sus punteros plateados anunciaban las siete de la mañana.

-Ya comenzó el horario de visita. Puede pasar –anunció la secretaria con una sonrisa.

-Este… gracias –respondió Yin extrañada ante el repentino cambio de actitud de la chica.

Ante el temor de que la secretaria cambiara de opinión, Yin se dirigió raudamente hacia la habitación del chico. Al observarla con atención, no dejaba de impresionar el equilibrio con que mantenía el tazón. Parecía que permanecía estático en el tiempo y el espacio mientras que ella lo transportaba. El líquido verdoso que traía en su interior parecía imperturbable. A pesar de estar lleno hasta el borde, no se derramó ni la menor de las gotas.

-Buenos días –saludó ingresando a la habitación de Coop. Junto a él había una enfermera que estaba ajustando el ángulo de elevación de sus piernas.

El chico no supo qué pensar. Mantenía la esperanza de no volverla a ver. Su mirada indiferente no le daba señales de sus intenciones. Su incertidumbre creció al ver el extraño tazón que traía entre manos.

A Yin no le importó la falta de respuesta. Se acercó a la cama, colocó su tazón sobre la mesita de noche, acercó una silla y se instaló junto a él.

-Traje lo que te prometimos ayer –respondió levantando la taza de su sitio-. Ahora, debes tomarte esto.

Coop la miró. Yin lo miró de vuelta. Él se encontraba completamente amarrado. Ni siquiera era capaz de moverse de su sitio. De inmediato, ella comprendió que algo no cuadraba.

-Supongo que necesitaremos una cuchara o algo –comentó Yin.

-No se preocupe, le puedo dar una –intervino la enfermera. De su bolsillo sacó una cucharita de postre y se la acercó a la coneja.

-Muchas gracias –aceptó Yin recibiendo el utensilio-. ¿Cómo sabía que…?

-Siempre traigo distintas cosas por si se llegasen a necesitar –respondió la enfermera sacando más herramientas de sus bolsillos. Entre ellas se contaba una cuchilla, una bombilla de mate, un tenedor, un destornillador, una navaja suiza, una bolsita de té, una bolsita con un condón, una pequeña lupa, una estampilla, una jeringa y un cortaúñas.

-Este… que bien que esté tan… preparada –comentó Yin desconcertada.

La enfermera sonrió y guardó sus herramientas.

-Bien, debo irme –anunció-. ¡Volveré pronto!

Con una mirada suplicante, Coop le rogó a la providencia no quedar a manos de aquella coneja. Sus ruegos no fueron escuchados.

-Bien, abre la boca –anunció Yin extrayendo una cucharada del líquido desde el tazón y acercándosela al chico.

A pesar que todo aquello le daba mala pinta, el chico obedeció a la primera cucharada.

-¡Puaj! ¡Sabe horrible! –se quejó intentando escupir lo poco que le quedaba en la boca tras aquel trago amargo.

-¿Y qué esperabas? –le recriminó Yin-. Ahora, abre de nuevo, que tienes que tomarte el tazón entero.

A Coop le costó mucho más abrir la boca para el segundo bocado. El sabor era asqueroso. El color no le daba confianza. Menos confianza le daba quién se lo estaba procurando. Sin embargo, fue precisamente el hecho de quién se lo estaba procurando es que se obligó a abrir la boca.

El tercer trago costó un poco menos. El cuarto fue más fácil. Así, cucharada a cucharada, se fue tomando todo el tazón. En silencio, Yin le regalaba una cucharada seguida de otra. Coop las recibía sin chistar. En silencio, poco a poco se fue acostumbrando a la presencia de la coneja. Esas cucharadas no parecían rígidas ni forzadas. Lo sentía como una madre dándole de comer a su hijo. Pronto, el sabor amargo pasó a segundo plano. Solo estaban ahí, compartiendo el silencio.

-Bien, eso es todo –anunció Yin poniéndose de pie.

-¿Se acabó? –preguntó Coop extrañado. Con el paso de la monotonía, llegó a imaginar que aquel momento sería eterno.

-Mañana volveré con otro tazón –respondió la coneja-. Deberás tomártelo todos los días hasta que te puedas poner de pie.

Coop simplemente la miró. Su cerebro no le anunció las siguientes palabras a pronunciar. Solo vio en silencio como ella se alejaba con su tazón de pato entre manos.

-Ah por cierto –la chica se volteó hacia él-, te ofrezco una disculpa por dejarte en ese estado –agregó con una pequeña reverencia-. La verdad es que me propasé contigo ayer.

La impresión casi dejó inconsciente a Coop de un golpe. No se esperaba que aquella chica, tan fiera y violenta, estuviera dándole una disculpa tan formal en aquel preciso instante. Ambos se quedaron en silencio intentando procesar qué estaba pasando.

-No-no te preocupes –balbuceó Coop con nerviosismo-, cuando pueda ponerme pronto de pie, todo esto quedará en el pasado –agregó sin poder evitar reírse nerviosamente. Ni siquiera podía controlar lo que estaba diciendo.

Yin le sonrió de regreso. Fue algo que le sorprendió.

-Gracias –respondió antes de dar la media vuelta y retirarse.

Yin se apresuró en guardar el tazón en su bolso y dirigirse a paso raudo hacia el local en donde trabajaba. Había demorado demasiado atendiendo a Coop y cualquier segundo en falso la empujarían a llegar tarde.

-¿De nuevo tarde? –la recibió Yang en la entrada. Se encontraba recibiendo a los primeros estudiantes del primer grupo.

-Necesitaba darle el remedio a cucharadas –respondió la coneja pasando de largo sin mirarlo.

-El pobrecito puede que hasta tenga los dientes rotos –bromeó el conejo con una risotada.

Yin se volteó y le regaló una mirada repleta de una seriedad que obligaba a extender el respeto a todo aquel que se le atravesara.

-El Maestro Yo me habló de la invitación para el fin de semana –le lanzó cruzándose de brazos.

Yang por un instante casi se atoró con su propia risa.

-Supongo que ya le dijiste a tus chicas, ¿no? –agregó Yin.

Él la miró de regreso. No podía evitar soltar el temor a través de su mirada. Su pretensión de hacer oídos sordos frente a la petición de su padre había sido infructuosa. Hasta el momento no había encontrado el valor para decirles a las chicas que ya tenían agendada su primera reunión familiar. Tenía que hacerlo antes del sábado a la hora del almuerzo.

-Mejor ve a cambiarte –le respondió volteando la mirada-. Te cubriré en el primer turno.

Yin no volvió a insistir en el tema.

Horas más tarde, Coop recibió la visita de Dennis. El chico traía una camiseta verde agua con rayas blancas en el torso, unos jeans oscuros y unas zapatillas que fueron la moda hace más de diez años. Traía un bolso negro atravesado con chapitas de Death note prendidas encima.

-Creí que tenías clases –comentó su amigo.

-Sí –respondió su amigo mientras se instalaba en la silla-, pero vine a verte un rato antes de entrar.

Antes de que Coop alcanzara a responder, Dennis se adelantó:

-¿Se puede saber qué rayos te pasa? –le recriminó-. ¡Por poco y te matan!

-¿Y qué querías que hicieras? –le respondió molesto-. ¿Qué dejara que ese conejo se saliera con la suya?

-¡Y se salió con la suya! –respondió Dennis en el mismo tono-. ¡Tú estás aquí apenas sin moverte! ¡Y Millie está peor que nunca!

-¿Cómo que peor que nunca? –le reprochó Coop.

-Nunca la había visto tan mal –se quejó Dennis-. O sea, eso que hiciste de verdad la afectó.

-¿De qué estás hablando?

-Ayer se fue llorando –respondió Dennis. Sus palabras fueron balas. Sintió su percusión. Era una frase que jamás imaginó describiera a Millie. La mirada de Coop le informó que pensaba exactamente igual. Ambos imaginaban que era más fácil ver un cerdo volar a ver a Millie en ese estado.

-Maldito imbécil –masculló Coop mirando al techo.

Dennis frunció el ceño. No consideraba tan culpable a Yang de todo lo ocurrido.

-Escucha Coop –intentó aconsejarlo-, entiendo que te caiga mal Yang y que quieras proteger a Millie, más lo primero que lo segundo, ¡pero esa no es la forma! Si quieres de verdad hacer algo, ¡tienes que ser más sutil! Si te pones a pelear directamente con Yang, ¡terminarás peor que ahora! Y no pienso volver a recoger tus huesos rotos.

Coop lo miró seriamente, y respondió:

-¿Tienes algo en mente?

-Hmm –meditó el chico balanceándose sobre la silla-, creo que primero deberías hablar con Millie.

-Dudo que ella quiera siquiera volver a hablarme –respondió Coop con seriedad.

-Buen punto –comentó su amigo.

El silencio dio paso al lejano ruido de los autos pasando por la calle.

-Tal vez podría hablar con la hermana de Yang –propuso Coop de pronto-. Ella vino esta mañana.

-¿Ella vino? –preguntó el chico sorprendido. Sus pequeños ojos se abrieron como pocas veces se podían ver.

-Vino a darme un remedio que su padre me prometió –respondió Coop-. Va a venir durante la semana. Tal vez pueda comentar el asunto y juntos encontrarle una solución.

-¿Tú crees que…? –cuestionó Dennis aún con la duda a flor de piel.

-Parece más sensata que su hermano –contestó Coop volteando su mirada hacia su amigo-. Apuesto que con ella podré encontrar la sutileza que estás pidiendo.

-Este… –Dennis buscaba las palabras para convencer a su amigo de que consideraba pésima su idea.

-Si Yang deja en paz a Millie, yo dejaré en paz a Yang –agregó Coop leyendo las preocupaciones de la mente de su amigo.

-Solo te puedo decir que tengas cuidado al jugar con fuego –le aconsejó su amigo tras mirar su reloj de pulsera y ponerse de pie-. Solo cuídate.

-Estaré bien –replicó Coop-. Si ese remedio de ella funciona, en menos de una semana volveré a mi vida habitual.

-Ojalá así sea –respondió su amigo con preocupación.

A la hora de almuerzo, Millie arrancó de aquella madriguera oscura llena de cables y basura tecnológica. Esperaba en el vestíbulo del poderoso edificio de la empresa en que trabajaba a que apareciera Franco. Él le había escrito por Whatsapp que lo amarraron en una reunión en el cuarto piso y que ya se extendía por su quinta hora. Lo distrajo por el chat durante la mañana con un par de memes, pero debía concentrarse en su propio trabajo. Lo imaginaba en aquellas alturas, dormitando mientras el sol ingresaba por cada rincón. Muy diferente a su cubículo ubicado en el piso menos dos. El olor a moho le advertía que en cualquier momento deberían reemplazar su computadora. Debía terminar pronto antes que Josh o Larry vinieran a molestarla. Finalmente dejó todo a medias cuando el reloj anunció la una de la tarde. No le pagaban lo suficiente como para trabajar horas extras. De hecho ni siquiera le pagaban lo suficiente como para quedarse hasta esa hora.

-¡Hola Millie! –la saludó el chico corriendo a través del vestíbulo. Como siempre, su corbata no combinaba con su camisa, ni con su terno.

-¡Franco! –lo saludó agitando su brazo.

-Lamento el retraso –se disculpó rascándose los risos de la nuca-. Tuve que decir que iba al baño para arrancar de esos dinosaurios.

-Nunca falla ese truco –respondió la chica con una sonrisa.

Ambos emprendieron la marcha a paso calmado. Franco se fijó en el vestido calipso de Millie, acompañado de un cinturón de tela azul en torno a su cintura. Estaba perfecta para afrontar los más de treinta grados que el sol lanzaba aquella tarde.

-¿Y a dónde vamos? –preguntó Franco-. ¿Volvemos a donde la tía Pía?

-¡No! –exclamó de pronto Millie con una exclamación un tanto exagerada-. ¿Por qué no vamos a otro lado? No lo sé, un lugar no tan concurrido.

-Si no hay mucha gente, es porque la comida no es tan buena –comentó el chico-, pero siempre podemos probar algo nuevo –agregó volteándose y regalándole una sonrisa. Sus ojos pequeños parecían dos luceros miniatura.

Ambos deambularon por las calurosas calles en busca de algún local ideal para almorzar.

-¿Por qué no probamos ese lugar? –preguntó de pronto Millie apuntando hacia un edificio.

Era un lugar con una infraestructura bastante hogareña que recordaba las casitas clásicas de mediados del siglo pasado. Un enorme letrero asomaba por sobre el tejado anunciando Restaurante "La mesa de Lynn".

-¡Vaya! Dicen que ese lugar es bueno –comentó Franco-. Siempre he querido ir ahí, pero nunca he encontrado el momento, ni con quien.

Millie se volteó a verlo. Su mirada lo llegó a incomodar. Revisando sus últimas palabras, temía haberla fregado con algo que había dicho.

-¿Mejor vamos? –agregó con una risa nerviosa que no pudo controlar.

-Vamos –respondió Millie emprendiendo la marcha.

El chico torpemente se puso en marcha, siguiéndole el paso.

Y es que con aquella última frase terminó por soltar sus reales intenciones. Millie no era tonta. Lo había captado desde mucho antes. Aquella oración fue la comprobación. No sabía con exactitud el siguiente paso. Por lo pronto, pretendía almorzar. Se estaba muriendo de hambre, y los primeros letreros del local mostraban platillos que le estaban abriendo el apetito.

Ambos ingresaron al local. Era un lugar acogedor y bastante hogareño. Había movimiento, pero nunca al nivel del restaurante de la tía Pía. Eso les permitía movilidad sin estarse chocando con cualquiera. El aroma a comida caliente les hizo olvidar todos los problemas dejados en la calle. Había unas cuantas personas instaladas en los asientos acolchados y disfrutando de sus almuerzos. Había una barra en un costado, desde donde los meseros recogían los platillos a repartir.

-¿Por qué rayos no vinimos aquí antes? –comentó Millie.

Ambos chicos se dirigieron hacia la única mesa junto a la ventana disponible. Se podía apreciar a través de la ventana tatuada con el nombre del local a pocas personas circulando. Al parecer se habían alejado lo suficiente de las aglomeradas calles céntricas.

Aún estaban apreciando cada detalle del lugar cuando un joven con un delantal blanco se les acercó con una libreta de apunte entre sus manos.

-¿Qué se van a servir? –les preguntó con una sonrisa.

-¿Cuál es la especialidad del día? –preguntó Franco.

-Hoy tenemos espagueti con albóndigas y salsa italiana –respondió el joven-. La colación incluye ensalada, jugo o bebida, pie de manzana de postre, y papas fritas infinitas –agregó apuntando hacia un bol gigante de acero desde donde las personas sacaban papas fritas con un cucharón hacia sus platos.

Franco miró a Millie, buscando alguna objeción.

-Me gusta cómo suena –respondió la chica.

-Entonces que sean dos colaciones –pidió el chico.

-Bien –respondió el mesero anotando todo en su libreta-. ¿Qué van a desear para beber?

-¿Tiene jugo de frambuesa? –preguntó Millie.

-¡Por supuesto! –exclamó el mesero.

-Que sean dos –se sumó Franco.

-Excelente –respondió el mesero con una sonrisa mientras anotaba todo con ahínco-. Mientras tanto, les ofrezco estas papas al horno como aperitivo –agregó acercando una bandeja cargada con los aperitivos que tenía preparada en una mesa contigua-. La casa invita.

-¿Aperitivos gratis y papas fritas sin fondo? ¡¿Cómo no descubrimos esto antes?! –exclamó Millie con alegría mientras tomaba una papa al horno.

-Es de esperar que no nos cobren demasiado –bromeó Franco.

-Les puedo adelantar que todo lo que consuman les saldrá a tan solo seis con noventa y nueve –anunció el mesero con una sonrisa.

La pareja se miró asombrada para luego voltearse hacia el mesero. Era un chico de mediana estatura y delgado. Tenía una sonrisa amplia con un par de pecas en cada mejilla. Lo que más les llamaba la atención de manera inconsciente era su cabello claro. Era tan rubio que perfectamente podía ser blanco.

-Bien, los dejo disfrutar –les dijo con una sonrisa de satisfacción antes de alejarse de la mesa.

Desde detrás de la barra, el chico pudo ver como la pareja se miró mutuamente por un buen rato, antes de largarse a reír y comenzar con el aperitivo.

-¡Dos colaciones! –anunció hacia la cocina dejando su pedido colgando de una cuerda con la ayuda de unas pinzas para ropa.

-¡Hola! –se dirigió a la audiencia-. Quizás se estén preguntando, Lincoln: ¿qué ha sido de tu vida? Pues, verán, me gradué de la escuela hace un par de años y decidí estudiar Diseño Gráfico. Me encanta dibujar y mi sueño es lanzar mi propia tira cómica. Mientras tanto, intento ayudar en mi casa con mis hermanas y ayudo a mi papá en el restaurante. En particular, en este par de semana tengo mucho tiempo libre. Logré compatibilizar mis estudios con mi primera práctica profesional. ¡Es emocionante! Me conseguí la práctica en una prestigiosa editorial de cómics. ¡Es un sueño hecho realidad! Lo malo es que quien iba a ser mi jefe sufrió un accidente, y me informaron que empezaré a trabajar en dos semanas más. Mientras tanto, puedo seguir trabajando aquí.

-Lincoln, ¿con quién estás hablando? –se oyó una voz rasposa detrás de él.

El chico se volteó, y se encontró con una chica con un frondoso cabello color castaño sujeto con una coleta. Se veía que tenía el cuerpo tonificado a pesar del delantal holgado que tenía sobre ella.

-¡Lynn! ¡Allí hay nuevos clientes esperando! –apuntó Lincoln hacia una mesa junto a la salida recién ocupada.

-¡Ya van! ¡Ya van! –respondió molesta mientras agarraba una libreta que había bajo la barra.

Lincoln vio a su hermana alejarse de la barra, para luego regresar a su audiencia.

-Mis hermanas también vienen a ayudar de acuerdo a sus horarios. Lynn no es muy paciente, pero se nota que realiza un esfuerzo para ayudar en el frente. Además ha sido de increíble ayuda contra clientes molestos.

Lincoln le dio un rápido vistazo a todas las mesas, buscando a alguien que necesitara de sus servicios. Centró su mirada en Millie. Vio claramente un globo de pensamiento sobre ella, dentro del cual pudo ver una escena.

-Millie, ¿cómo es eso de que tu novio está saliendo con otra chica? –vio a un señor con lentes sobre un sillón de enorme respaldo color morado.

-Papá yo… -balbuceó la chica con pesar agachando la mirada.

-¡Yo no te crie para esto! –exclamó su padre molesto.

Millie levantó la mirada con culpabilidad.

-Millie –prosiguió su padre-, tienes que hacerte valer. Tú no eres de ese tipo de persona que… que…

Su frase quedó en el aire. Tras un suspiro, continuó:

-Millie –le dijo con voz quebrada-, estoy muy decepcionado de ti.

El mundo se vino a negro para la chica.

-A veces puedo ver los pensamientos de las mujeres –le explicó Lincoln a la audiencia-. Algunos diría que es porque he convivido con diez hermanas, pero en realidad es por culpa de un experimento fallido de Lisa de hace algunos años.

Luego, Lincoln volcó su mirada en Lynn, quien ya estaba de regreso con el pedido.

-¡Tres colaciones! –gritó hacia la cocina mientras dejaba colgada la orden.

-Aunque puedo ver los pensamientos de las mujeres, no puedo ver los pensamientos de ninguna de mis hermanas –comentó-. Tal vez fue algún seguro que le aplicó Lisa a sus experimentos.

Luego, volteó su mirada hacia Millie, y continuó:

-Lo que sí sé, es que esa chica necesita ayuda.