IV
- ¡Fiiiiu! – silbó Casey, echando un vistazo a los motoristas que yacían inconscientes desperdigados por el local; aunque no estuvieran todos había un buen número - ¡No ha estado mal!
- Y qué lo digas – secundó Raphael y entonces miró a Phil, que yacía despatarrado mirándolos con un odio intenso – Voy a pasar por alto lo de la escopeta, pero debería patearte el trasero por eso…
- ¡Y yo debería denunciaros por lo que le habéis hecho a mi bar, maldito monstruo! – gritó él con gran fiereza, expulsando gotas de saliva por la boca - ¡Lo habéis destrozado, panda de lunáticos! ¿Quién me va a pagar a mí las reparaciones, eh?
Rapahel, quien hacía un momento le había salvado de ser estrangulado por Gioconda, hizo amago de saltar sobre él, pero Casey le sujetó.
- ¿A quién llamas monstruo? ¡Suéltame Case! ¡Déjame que le diga un par de cositas al respecto!
- Déjalo, no merece la pena. Además, tenemos mejores cosas que hacer…
La tortuga se detuvo un momento y miró a su compañero, sin entenderle del todo. Entonces siguió con la vista la dirección hacia la que él miraba y Raphael vio al guaperas. Ya se había olvidado de él.
- Gio – llamó Casey y la chica se aproximó obediente - ¿Estás bien? – ella asintió - ¿Estás más tranquila? – la chica volvió a asentir – Bien. ¿Puedes vigilar aquí a nuestro colega el bocazas y a su encantadora y más discreta amiga? Quiero hablar con cierto motorista sobre cierto pimpollo.
- ¿Pensáis que os vais a ir tan tranquilos después del estropicio que habéis montado? – berreó Phil de nuevo pero su voz murió en la garganta cuando Casey movió el palo de golf, frenándolo en seco cuando lo apoyó en la mejilla del barman.
- Shhhhhh…
Fue lo único que Jones necesitó decir para que Phil finalmente se callara, pues había captado el mensaje sobre lo que le sucedería si no dejaba de gritar. Gioconda asintió por tercera y última vez con la cabeza y ocupó el puesto de Casey, mirando con cara de pocos amigos tanto al histérico barman como a la inofensiva camarera, haciendo bailar el kusari-fundo en sus manos a modo de amenaza velada.
- Te han dado para el pelo – comentó Raphael una vez se apartaron de Gioconda.
- Sí, bueno, deberías mirarles a ellos – objetó Casey, revolviéndose incómodo. Entonces frunció el ceño – Si he estado más distraído en la pelea se debe a que estaba vigilando que a nuestra pequeña lagartija no le sucediera nada malo…
Raphael le miró con su habitual expresión dura.
- ¿Para?
- Pues porque es la primera vez que se viene con nosotros y…
- Para tu información Gioconda no es nueva en esto y no se desenvuelve nada mal. Si la arropas demasiado no sabrá valerse por sí misma. Debe saber defenderse sola ante cualquier situación, por muy complicada que sea.
Case resopló tras la máscara. La espalda le dolía allá donde le golpearon con la cadena de metal, por no hablar del botellazo en la cabeza. Por suerte su cocorota era muy dura y no tenía ninguna herida abierta. Echó un vistazo a la muchacha mutante, ajena a su conversación. Parecía muy poca cosa: aunque era cierto que se las había apañado bastante bien en la trifulca Casey aún albergaba sus dudas. No la conocía como sí lo hacía Raphael, éste no le había contado aún su historia: finalmente quiso pensar que si las tortugas eran más que capaces de valerse por sí mismas ella lo sería también al vivir con ellos.
Como si Raphael le leyera el pensamiento agregó:
- Vivió sola en la calle por meses y arruinó algunos planes a los Dragones Púrpura en sus ratos libres. Aunque no lo creas esa mocosa es más dura de lo que parece. Además – hizo una pausa – ya me encargo yo de echarla un ojo ¿vale?
Casey se encogió de hombros y reanudó la marcha, volviendo a tener en mente el Pimpollo de Rosa y en la cantidad de dinero que iban a conseguir cuando lo encontraran.
Localizaron a Chopper despatarrado en el suelo, con la espalda apoyada contra la mesa de billar, intentando recolocarse el brazo que Raphael le había dislocado. Cuando los vio aparecer dio un respingo e intentó escaquearse, pero Casey le cortó el paso. Aferrándole por el chaleco le alzó del suelo y lo derribó sobre la mesa con gran violencia.
- ¡Muy bien, colega, es la hora de que respondas a un par de preguntitas! – dijo Casey con gran énfasis, alzando la voz.
Raphael se limitó a observarle desde detrás en un discreto segundo plano, con el caparazón apoyado en una pared mientras jugueteaba con uno de los sais.
- ¡Que te jodan! – replicó Chopper.
Casey suspiró y le propinó un puñetazo en la tripa. El motero aguantó el golpe, pero aunque apretó los dientes, no pudo dejar escapar un sofocado grito de dolor.
- Eso se llama empezar con mal pie – aclaró Casey y viendo uno de los pocos palos del billar que permanecían intactos, lo tomó en sus manos – Volvamos a comenzar. ¿Dónde está el Pimpollo de Rosa?
- ¡Que te jodan! – replicó de nuevo Chopper.
- ¡Respuesta incorrecta! – exclamó Casey y estampó el palo del billar en su estómago.
El motero intentó contraatacar con un puñetazo de su brazo sano pero Casey le esquivó y le hizo caer al suelo. Con el brazo dislocado el dolor fue muy fuerte para Chopper, que gritó cuando dio contra el suelo de madera.
- Creo que este tío no sabe decir otra cosa – repuso Raphael acercándose, con tono aburrido – Creo que deberías emplear tu viejo truco de persuasión.
- Ey, me has leído el pensamiento – dijo Casey, siguiéndole el rollo.
Descartó el palo de billar y sacó el de golf, besó la cabeza de metal del mismo y la puso a la altura de la cabeza de Chopper, que tenía el rostro pálido perlado de sudor y crispado por el dolor.
- Aunque el golf sea un deporte considerado de pijos no hay que ser una lumbrera para saber golpear la pelota, aunque como no tengo espero que no te importe que use tu cabeza, SALVO que me digas dónde puedo encontrar el Pimpollo de Rosa…
Esta vez Chopper no replicó pero tampoco contestó, sino que se quedó mirando con ojos incrédulos a Casey, quien levantó el palo preparado para golpear.
- ¡Espera! - exclamó Raphael, moviéndose a un lado. Miró a Chopper con cierta malicia– Déjame que me aparte. La última vez que lo hiciste te cebaste tanto que estuve quince minutos limpiando mis rodilleras de trocitos de seso y hueso…
- ¡Vale, vale! – gritó Chopper, levantando el brazo sano - ¡Está bien! – hizo una pausa para recuperar el aliento y ambos vigilantes aguardaron – Está en los muelles de City Island, un edificio con un gran cartel en forma de langosta.
- Como nos estés mintiendo…
- Te estoy diciendo la verdad, tío. ¿Me ves con pintas de mentir?
- Mejor no te digo de qué tienes pintas, Chopper – dijo Raphael, ofreciéndole el costado de su caparazón. Miró a Casey – ¿Tú que crees? ¿Le creemos o nos marcamos unos swings con su cabeza por si las moscas?
- Vamos a creerle por el momento – repuso Casey, entonces agarró al motorista y le hizo ponerse en pie – Pero por si acaso te vienes con nosotros. Si intentas jugárnosla desearás no haber nacido… ¡nena! ¡Nos vamos! – pero cuando la chica se le acercó Case le señaló la cadena - ¿Me lo prestas un momento para atar a nuestro nuevo perrito?
Ella le alargó el kusari-fundo por toda respuesta.
- ¿Os importaría que me recolocara el hombro primero? – repuso Chopper con voz suave – Es bastante incómodo.
Raphael puso los ojos en blanco, le agarró por el brazo sin miramientos ni avisar y de un fuerte tirón devolvió la articulación a su sitio. Chopper soltó un breve grito de dolor, apoyándose sobre la mesa de billar un momento, pero al mover el brazo vio que estaba todo bien. Sin embargo no le dieron ninguna opción puesto que Casey le ató las muñecas con el kusari-fundo de Gioconda.
- Te lo devolveré luego por si lo necesitas – repuso Case.
Ella se encogió de hombros.
- Tengo mis tassen.
Una vez bien atado Casey hizo avanzar a Chopper a empujones. Gioconda se apresuró a seguirlos pero Raphael se detuvo un momento y miró la barra, recordando algo que Jones le había dicho durante la pelea. Vio a Phil a y Mindy agazapados detrás de la misma, mirándoles con cara de pocos amigos y expectantes por ver que de verdad se marchaban.
- ¡Eh, Case! ¡Me debes una cerveza! – gritó. Nunca había probado ninguna bebida alcohólica pero como todo adolescente "guay" sentía cierta curiosidad. DEBÍA probarla, pero Case no respondió. Ahora que por fin tenía la oportunidad y ese cabeza de chorlito se estaba haciendo el loco. Permaneció indeciso unos instantes, reticente a perder la ocasión pero su amigo ni volvía ni contestaba - ¡Eh, Case, espera! – exclamó y, a regañadientes abandonó, el local.
Alcanzó a Casey y a Gioconda poco después, en el callejón de camino al aparcamiento donde habían estacionado la furgoneta.
- ¡Case!
- ¿Qué?
- Me debes una cerveza.
- ¿Qué? ¡No digas disparates!
Raphael apretó los dientes.
- Cuando te he salvado el culo antes me has dicho que me invitabas a una. Ahora no te hagas el loco.
- ¡Era una forma de hablar, Raph! – contestó Case, dando un nuevo empujón a Chopper.
Acababan de llegar al aparcamiento. Casey abrió la furgoneta e hizo que Chopper entrara en ella, de un empujón. Gioconda entró después, sentándose delante del motero y lanzándole una mirada de advertencia.
Case cerró una de las puertas y miró a Raphael, que se había plantado con los brazos cruzados esperando una respuesta que le satisficiera. Estaba claro que no iba a subir hasta que la tuviera.
- Ni hablar – dijo.
- ¡Case!
El humano suspiró y se levantó la máscara para que la tortuga pudiera verle la cara.
- Mira, hay muchas razones por las que no estaría bien.
- ¿Por ejemplo?
- Para empezar, eres menor de edad – expuso Casey, contando con los dedos de la mano - Y como adulto responsable de este grupo, no estaría bien que te lo permitiera.
- Puedes ahorrarte esas paparruchas, nadie que mole en un mínimo sigue las normas. En cuanto a que tú seas un adulto… ¡ja! No me hagas reír.
- ¡Eh! Lo soy a efectos legales. ¿Y qué me dices de tu maestro Splinter? Él no estaría de acuerdo.
- ¿Acaso está él por aquí? – Raphael miró de un lado a otro, luego miró de arriba abajo y por último miró detrás de Case, haciendo una comprobación exagerada a propósito – No.
Casey puso los ojos en blanco. Entonces tuvo una idea para ganar tiempo.
- Vale, está bien tipo duro. Pero primero tenemos cosas más importantes de las que ocuparnos – dijo, palmeando la puerta cerrada de la furgoneta – Nos encargamos de ellas y tendrás tu cerveza.
Raphael le miró unos instantes; por un momento Jones se temió que siguiera en sus trece pero terminó asintiendo.
- Trato hecho.
Y subió a la furgoneta para sentarse junto a Gioconda y vigilar a Chopper. Casey volvió a bajarse la máscara de hockey y cerró la otra puerta.
- No quieras crecer demasiado deprisa, Raph – murmuró en voz alta para sí mismo.
Entonces dio un rodeo a la furgoneta dispuesto a marcharse de allí.
El viaje hasta City Island fue de lo más aburrido: el trío no tenía ganas de hablar de sus cosas delante de un desconocido delincuente como era Chopper. Casey había hecho que Raphael le vendara los ojos con un trapo grasiento para así poder quitarse la máscara para conducir. Una cosa era ser un vigilante y otra un idiota que iba enseñando su cara a todos los matones con los que se enzarzaba. Y aunque a pesar de que los Dragones Púrpura sabían perfectamente su identidad no había sido capaces de localizarle, principalmente al poseer un nombre de lo más común; si ibas a luchar contra el crimen era mejor hacerlo enmascarado, eso era algo que había aprendido de los cómics cuando era niño. Por otro lado, la furgoneta no daba pistas sobre su lugar de trabajo: estaba tan vieja y su jefe era tan rácano que no se molestaba en ponerle rótulos para hacer publicidad.
Gioconda permanecía con la cabeza apoyada contra la pared de la furgoneta y se le cerraban los ojos de vez en cuando. Cada vez que el vehículo topaba con algún bache o hacía algún giro brusco la chica se despabilaba con un respingo: en una de esas ocasiones terminó encontrándose con la mirada de Raphael, que la observaba recostado sobre la pared de enfrente con una ceja enarcada, apoyada su cabeza sobre las manos y sus piernas estiradas. Ella se ruborizó, avergonzada, e intentó a partir de ese momento no dormirse ni por un instante. Quería demostrarle que ella podía aguantar tanto como él el ritmo de la cacería.
- Estáis muertos – dijo entonces Chopper, rompiendo su silencio. Raphael y Gioconda le miraron: sonreía bajo el trapo, mostrando unos dientes blancos y perfectos.
- ¿Ah sí? ¿No me digas? – murmuró Casey lanzándole un vistazo rápido por el espejo retrovisor, en absoluto impresionado por sus palabras.
- Todos aquellos que se meten en los asuntos de la banda no viven para contarlo – insistió Chopper, con voz ronca y solemne.
- Sí, eso es lo que decís todos – dijo Raphael, en tono aburrido – Y luego el resultado siempre es el mismo: acabáis pateados hasta en el carné de conducir. Como ha ocurrido hace escasa media hora por si no te acuerdas.
Chopper volvió su cabeza ciega hacia él.
- Habréis ganado una batalla pero no la guerra; eso no será suficiente para libraros de la que os espera en City Island. No sé quién os ha contratado ni cuánto os paga, si bien puedo imaginármelo, pero os aseguro que no os compensa…
- Case ¿tienes algún otro trapo a mano? Es para cerrarle la bocaza.
- Estoy de acuerdo, mira por ahí detrás – respondió Case y encendió la radio sintonizando una emisora de rock'n roll, su música favorita – Aaaaaah ¡mucho mejor!
- Sí, fingid que os da igual. Eso no cambiará las cosas: llegaréis allí y la palmaréis por intentar jodernos el plan. ¡Cobraremos de todos modos, os lo aseguro! Ese de Rosa… ¡ja! ¡Menudo cerdo! Y parecía de los que se preocupan de verdad por los suyos -negó con la cabeza y escupió a un lado – Como mi puto viejo, son todos iguales, la hostia.
Gioconda, adormilada de nuevo, enarcó una ceja al espabilarse, observando al motorista en su monólogo. Le había entendido algo que no tenía ningún sentido. ¿De qué estaba hablando?
Iba a preguntarle cuando Raphael se adelantó silenciando al motero introduciéndole un trapo en la boca. Éste se resistió, intentó morderle y escupirlo, pero Raphael se lo metió de lleno. Chopper comenzó a patalear y a gritar, seguramente pestes, pero sólo se escuchaban quejidos y gruñidos incomprensibles.
- ¡Por el amor del cielo, intento conducir! – se quejó Casey, dando un puñetazo al volante - ¡Haced que pare de una condenada vez!
Raphael tampoco había esperado que el motorista se pusiera a dar golpes con las piernas y la espalda contra la furgoneta por eso de taparle la boca; si quería podía ser realmente molesto. La tortuga se hartó finalmente y usando un viejo truco de Leo, que le enseñó la vez que se toparon con aquel cocodrilo gigante albino, aplicó un punto de presión determinado sobre Chopper, que al momento quedó inconsciente, cayendo de lado con un golpe.
- ¡Gracias! – dijo Casey desde la parte delantera, alzando un pulgar.
- Es hora de que duermas con los angelitos– sentenció Raphael, sacudiéndose las manos y volviendo a repantingarse.
- ¿Qué ha querido decir con todo eso? – preguntó Gioco, posando la vista del motero a la tortuga.
- ¿Todo eso de qué? – preguntó Raphael sin prestarle mucha atención.
La chica sacudió la cabeza.
- Nada, no importa.
Y fue así como quedó la cuestión, aunque no tardarían mucho en encontrar la respuesta a semejante pregunta.
