Hola :)

Realmente me sorprende cómo una pequeña escena con miel en el otro fanfic provocó tanto interés jaja XD Pero está bien, trataré de explicar el porque de la jalea y será más adelante, así que por favor, tengan paciencia.

Bien, por fin comenzamos con las escenas subidas, aunque aquí sólo habrá una, pero espero sea de su agrado. Ya conocen mis advertencias y mi forma de escribir, así que no se inquieten demasiado porque apenas es el inicio XD

Muchas gracias por leer y comentar, me encanta leerlas(os) y de antemano les agradezco su tiempo y sus opiniones, me hacen feliz ;3

Advertencias: Lemon explicito con descripciones detalladas, tensión sexual e intimidación física y emocional. Si no lo toleran, por favor cierren la pestaña/ventana y vayan a leer otro fanfic. Aunque existen por ahí otras historias que son mucho más oscuras que la mía XP


Sobre sus comentarios:

Pyxis and Lynx: Tienes razon, la marioneta le resultó muy útil al juez XD y claro, va a sacar ventaja de las conversaciones con Alone. No te preocupes, pensaré en algo para la miel :P Gracias por leer.

Natalita07: Así es, el juez Minos es un estuche de monerías y no tiene piedad con sus subordinados, es un maldito XD XP Y no le queda de otra, tiene que trabajar junto con el espectro de Grifo. Sí, pobre Anna, tendrá que obedecerlo si quiere sobrevivir jaja :D:D Sí, la miel, vaya que provocó reacciones XD y claro que vendrá, pero más adelante :D Gracias por leer mis perversiones :)

Kitty 1999: Gracias querida, ya sabes, tengo una fijación por complementar algunas cosas y extender otras de la trama del anime/manga :D:D Gracias por leer.

WienGirl: Me alegra que te gusten los pensamientos retorcidos del juez y del Grifo XDXD Y sí, aquí comienza el Lemon ;D;D algo sencillo para comenzar y después subimos de nivel jaja XD Gracias por comentar.

Roses Girl: Que bueno que te guste cómo va la trama y lo manipulador que es Minos XDXD A él le gusta jugar bastante con Anna y aquí no será diferente, dado que ya sabe de su condición. Sobre el error del Grifo en el pasado, es algo que revelaré más adelante ;) Gracias por comentar.

Leyla: Calma querida lectora, apenas estamos comenzando XDXD Me alegra que te guste lo loco que es el juez. Tienes razon, no se lleva bien con sus hermanos XD y efectivamente, hará tratos con Alone y jugará con Anna XD. Sobre la miel, como dije antes, lo veremos mucho más adelante, no te preocupes por eso ;D;D Gracias por leer.


Atención: Todos los personajes de Saint Seiya y Saint Seiya: The Lost Canvas, pertenecen a Masami Kurumada y Shiori Teshirogi respectivamente. La historia es de mi autoría personal, la cual solamente escribí por capricho perverso :P


Capítulo IV

Al día siguiente, Castillo de Hades.

Minos llegó temprano al Salón de Guerra, quería ser el primero en recibir al "señor Hades", aunque no estaba seguro de a qué hora se presentaría, pero seguramente sería después de su desayuno. El día de ayer mandó a un mensajero para avisarles a Rhadamanthys y Aiacos sobre la reunión, así que estos no tardarían en llegar.

Tomó asiento y revisó algunos pergaminos, decidiendo cuál sería la mejor estrategia para presentarla al señor del inframundo. Quizás la idea de Aiacos de usar el Navío Negro para atacar directamente el Santuario era un poco precipitada, pero si lo planeaban mejor, como un ataque nocturno, podría funcionar. Por otro lado, el plan de Rhadamanthys de usar a todos los espectros y realizar un asalto directo, también tenía sus ventajas. Es decir, más de cien espectros en conjunto, podrían lograr bastante contra ochentaiocho santos y si los jueces iban al frente junto con "Hades", habría bastante ventaja.

En cuanto a su propia maniobra militar, él tenía en mente las infiltraciones silenciosas. Invadir el Santuario no era tan difícil, en especial los límites no vigilados, él lo sabía perfectamente. Además, entre las filas infernales existían muchos espectros con habilidades peligrosas, como los cantos mortales, el control paralizante y el manejo de la nigromancia. Simplemente había que organizarlos en grupos equilibrados, crear una distracción para los santos, dividirlos y luego atacarlos cuando estuvieran más vulnerables.

Minos, espero que no retrases más lo de la monja, no tengo intenciones de esperar ≫ murmuró el Grifo en su cabeza.

—Ya lo sé, pero no me estés jodiendo en éste momento, tan pronto salga de aquí, iré por ella para llevarla a Ptolomea— dijo en voz baja.

De repente, los ladridos de un perro se escucharon fuera del salón, el anfitrión de Hades llegaba en ese mismo instante. Minos se puso de pie cuando las puertas se abrieron, permitiéndole el paso al adolescente, quien venía sin la compañía de Pandora.

—Señor Hades— saludó el juez, haciendo una inclinación.

—¿Conseguiste guardar lo que te pedí? — Alone interrogó de la nada, mientras caminaba hacia su lugar reservado.

—Aún no, pero ya tengo a un soldado buscando, tan pronto lo encuentre, le avisaré. —

El muchacho tomó asiento, cargó al cachorro y empezó a inspeccionar la mesa con la mirada, manteniendo perfectamente su papel de "dios Hades". Entonces, más pasos se escucharon y en el umbral de la puerta apareció Pandora, seguida por los otros dos jueces. Minos observó a sus homólogos con un gesto de reproche, los idiotas habían llegado tarde. Aunque realmente no le importaba demasiado, así era mejor para él y sus conversaciones con Alone.

—Mi señor Hades, procederemos a escuchar las propuestas de los jueces— habló Pandora, quedándose de pie junto al joven. —La que le parezca mejor, será desplegada por su ejército. —

Garuda y Wyvern tomaron asiento en silencio. Minos hizo lo mismo, esperando a que su líder decidiera quién empezaría primero para presentar su plan de guerra.

.

.

La reunión se alargó hasta el mediodía, Alone había escuchado todas y cada una de las propuestas, pero no tomó una decisión en ese momento, indicando que haría saber su opinión más adelante. Les concedió el resto del día libre a los tres jueces y luego se marchó a sus aposentos.

Inmediatamente Minos decidió ir a la Corte del Silencio. Tenía en mente ocuparse de la monja y de la tarea encargada por Alone. Pero antes era necesario darle algunas instrucciones a Lune, ya que iba a dejarle la responsabilidad de las almas y los registros por más tiempo.

Abrió las enormes puertas, llamando la atención de todos en el interior. Con un rápido vistazo se dio cuenta que el ministro interino había estado trabajando mucho mejor, dado que no había almas en espera de sentencia. También se percató de que las cinco monjas permanecían en el vestíbulo, terminando de limpiar la suciedad. Evidentemente Lune no podía evitar seguir destrozando a los muertos quejumbrosos.

Ingresó con paso lento y aire relajado, atravesando la estancia sin mirar a ninguna de las sirvientas. Subió las escalinatas y Lune lo recibió con formalidad, como era su costumbre.

—Bienvenido, señor Minos— se apartó del escritorio. —¿La reunión con el señor Hades fue productiva? —

El juez tomó el libro que había estado utilizando su subordinado y comenzó a revisar la información. Junto a éste, permanecía un conjunto de papeles, seguramente el reporte que pidió ayer, así que también debía leerlo.

—No se puede decir que haya sido así, pero al menos ya escuchó las propuestas— contestó impasible. —¿Las almas han disminuido? — interrogó al ver los pocos datos.

—Si señor, esta vez la cantidad ha sido moderada. —

—¿Cuántos volúmenes nuevos quedan? — volvió a inquirir, dejando el libro y caminando hacia el almacén.

Las puertas estaban abiertas de par en par y se notaba todo en orden. Además, Minos se percató de que los anaqueles estaban limpios y algunos metros más allá, había un recipiente con agua y algunos trapos. Seguramente el Balrog se encargó del aseo, por lo tanto, debía darle su debido reconocimiento.

—Tenemos cuarenta en existencia, pero puedo mandar a pedir más— dijo Lune, siguiéndolo al interior.

—No, esos son suficientes— se encaminó al estante donde estaba el libro que había reemplazado ayer y lo tomó, leyendo una página al azar, sólo quería comprobar que ya estaba totalmente lleno e intacto. —Lo que necesitamos es más tinta y plumas, así que encárgate de eso— regresó el volumen a su sitio.

—Si, señor— anotó en un pergamino que llevaba con él.

El juez recorrió un poco más, mirando de un lado a otro, evaluando el área en general.

—Vaya, pues parece que tu trabajo ha mejorado, Lune— volteó a verlo con su expresión socarrona de siempre. —Así que te voy a encargar que sigas así y que me reemplaces por más tiempo en los siguientes días, tengo algunos pendientes que revisar— el Balrog asintió con un disimulado gesto alegre al escucharlo. —Y otra cosa más, voy a llevarme a una de las monjas oscuras conmigo, Ptolomea ya necesita limpieza. —

—Entendido, si gusta puedo pedir un grupo para que sea enviado a su residencia. —

—No es necesario, con una sirvienta es suficiente— se encaminó de nuevo a la salida. —No me gustan las visitas indeseadas, ya lo sabes. —

El interino salió al último y cerró las puertas del almacén. Cuando volteó, su jefe ya estaba en el escritorio, revisando el reporte de Byaku, así que optó por ir en busca de más tinta y plumas como le había solicitado.

Minos se puso a revisar el reporte de Nigromante. No le tomó mucho tiempo, dado que su lugarteniente hacía buen trabajo organizando y preparando al batallón de espectros. Entonces, ese era otro asunto del cual podía desatenderse por ahora. Tomó la pluma del tintero, hizo algunas correcciones y después lo firmó.

Se puso de pie, dispuesto a marcharse, pero antes, dejó una nota para el Balrog donde le indicaba que se ocupara de todo en el Tribunal. Realmente no tenía por qué darle explicaciones al subordinado, pero no deseaba dejar cabos sueltos y menos ahora que pensaba llevarse a la sirvienta con él.

Salió del lugar y pudo ver a las monjas terminando de barrer las enormes escaleras del exterior.

Será mejor que te la lleves de una vez y luego te ocupas de lo demás ≫ murmuró el Grifo.

El juez no dijo nada, simplemente enfocó su atención en la mujer, quien se alineó junto con las otras tan pronto notaron su presencia bajando los peldaños. Todas hicieron una reverencia y cuando Minos pasó frente a Anna, la sujetó de un brazo.

—Tú vienes conmigo— indicó, arrastrándola con él y sin darle tiempo de nada.

La sorpresa paralizó a la monja, dejándola enmudecida y sin poder reaccionar. Únicamente atinó a seguir torpemente los pasos del juez, mientras miraba hacia atrás, como si esperara que dicha situación provocara alguna reacción en las demás siervas, cosa que no sucedió. El resto de ellas simplemente regresó al interior del Tribunal sin inmutarse, dado que eran simples muñecas sin voluntad y sin razonamiento, por lo tanto, no harían ni dirían absolutamente nada.

Minos sonrió burlonamente al percatarse de su aprensión.

—No te preocupes, a Lune no le importará tu ausencia, él ya sabe que he decidido tener una sirvienta personal. —

Casi pudo escucharla tragar saliva con dificultad, tal vez ya intuía lo que le esperaba. Y eso era algo que el juez debía tener en cuenta. Lo que estaba a punto de hacer le provocaría bastante estrés a la mujer y no quería lidiar con una situación así. No tenía caso asustarla, eso no sería benéfico para sus propósitos, así que debía pensar bien cómo manejaría dicha situación.

¿Acaso estás dudando? ≫ interrogó la bestia en su cabeza. ≪ Te recuerdo que no se trata de si quieres hacerlo o no ≫ su tono se escuchó inquietante.

Minos entornó los ojos y su gesto se volvió serio, mientras seguía caminando más rápido sin soltar a la mujer.

No te metas en esto, déjame manejarlo a mi manera, yo trataré con ella y me encargaré de que no se resista— masculló para sí mismo.

¿Es necesario tener dicha consideración con la hembra?

Cállate, no tengo tiempo para dar explicaciones— concluyó el juez.

No quería discutir por ahora con la entidad mitológica, primero se aseguraría de mantener a salvo a la monja en su morada y después vería cómo proceder.

El recorrido fue rápido y silencioso por parte de ambos. Minos conocía ciertos caminos secretos que funcionaban a modo de atajos en el inframundo, de ésta manera, llegaron rápido y sin contratiempos a Ptolomea.

La imponente residencia del juez provocó un mayor sobresalto en la monja y eso podía notarse en su asustado cosmos. Posiblemente ella no salía del shock todavía, así que quizás lo mejor sería dejarla sola por un rato. Los enormes grifos de piedra les dieron la bienvenida conforme subían las escalinatas. Pasaron los altos pilares y llegaron a la entrada. Minos levantó la mano y su cosmoenergía vibró suavemente, escuchándose una especie de chasquido en los goznes de la puerta.

Con un leve empujón abrió y ambos ingresaron al vestíbulo principal. El silencio era notorio, así como la extraña y relajada atmósfera, la cual no dejaba de ser algo inquietante. Era de esperarse, dado que nadie más que el juez residía ahí de vez en cuando.

—De ahora en adelante permanecerás aquí— habló Minos con algo de seriedad en la voz. —Y ya no es necesario que sigas usando esto, aquí nadie te verá— con un rápido movimiento la despojó del velo para luego arrojarlo al piso.

Observó atentamente su rostro, la expresión era de miedo, pero eso no disminuía el atractivo de sus rasgos suaves y el color de sus ojos. Ella seguía temblando, así que solamente agachó la cabeza a modo de confirmación silenciosa.

—Ve a buscar una habitación para ti y familiarízate con el lugar para que sigas con tus actividades— señaló un pasillo a la derecha, iluminado por antorchas. —Aún tengo asuntos que atender, pero… — hizo una ligera sonrisa al mismo tiempo que tomaba un mechón de su cabello para acariciarlo suavemente. —Volveré más tarde y te quiero completamente disponible, ¿Entendiste? —

Completamente disponible.

Esas palabras fueron acentuadas con una malicia que no dejaba lugar a dudas de lo que deseaba de ella. Minos no era de los que se andaban por las ramas y aunque no tenía la intención de ser brusco con la mujer, debía dejarle en claro cuáles eran sus propósitos. Y la monja era lo bastante inteligente como para saberlo, incluso mucho antes de traerla aquí, no tenía duda de eso.

—S-Sí, señor… — susurró con resignación.

El juez liberó su cabello y después dio la media vuelta, dirigiéndose a la salida.

Tan pronto la puerta se cerró, volvió a invocar su cosmos para sellar el acceso. Ningún espectro tenía permitido acercarse a las residencias de los jueces a menos que ellos lo autorizaran. Las monjas oscuras eran una excepción, ya que iban de vez en cuando a realizar la limpieza. Pero en éste caso, Minos no se arriesgaría a que alguien descubriera su pequeño "secreto", así que dejaría sellada la entrada como siempre lo hacía. Si cualquiera osaba acercarse a su morada, él lo sabría de inmediato.

¿Darle su propia habitación?, ¿Permitirle que siga con sus labores de aseo? ≫ reprochó el Grifo. ≪ No comprendo tus intenciones Minos, pero si continúas demorándote…

El mencionado bajó tranquilamente las escaleras, rodando los ojos ante lo molesto que era el espectro, quien no pararía de presionarlo cada vez más.

—Primero debo ocuparme de lo que quiere el mocoso Alone, recuerda que nos conviene tenerlo de nuestro lado— respondió, mientras abría las alas para luego elevarse con un ágil movimiento. —De regreso, voy a ponerla a prueba, necesito saber que tanta experiencia tiene. —

La criatura soltó una sonora carcajada.

¡Ustedes los humanos son tan extraños a veces! ≫ expresó irónicamente. ≪ A final de cuentas también son animales con los mismos instintos primitivos que otras bestias, ¿Por qué lo niegan?

—En parte tienes razón, pero ese comportamiento no es efectivo para lo que deseas— dijo el juez, sin perder la paciencia. —Y guarda silencio o quieres que hablemos de tu anterior anfitrión y de lo que sucedió hace más de doscientos años. —

¡Maldito humano!, ¡Tú no eres nadie para reprocharme nada! ≫ siseó irritado el espectro.

—¿Qué sucede? — ahora fue Minos quien se rio con cinismo. —¿Ya no te gusta la idea de compartir tus memorias conmigo? —

La bestia se quedó en silencio de nuevo, furiosa por la rebeldía de su portador. Era la primera vez que le sucedía esto, que un humano usara los recuerdos de guerras anteriores para increparle sus actos del pasado. Maldita fuese su suerte, la próxima vez, escogería a otro descendiente de su línea de sangre que no le diera tantos problemas.

.

.

Colina del Yomotsu.

Prisión de almas a cargo de Fyodor de Mandrágora.

Minos descendió frente a la derruida construcción. Por fuera parecía abandonada, pero por dentro era un lugar completamente aterrador. Al menos lo era para las desafortunadas almas que caían en las manos del "verdugo". Antes de entrar, pudo escuchar múltiples gritos de dolor, al parecer, el espectro encargado de vigilar esa zona estaba entretenido con su labor.

—Vaya, no culpo a Lune por no querer estar aquí— sonrió de medio lado, haciendo vibrar su cosmos para avisar de su llegada.

Avanzó hasta el pasillo principal y un momento después, apareció el torturador de almas, quien hizo una reverencia a modo de saludo. El hombre pertenecía al escuadrón del juez.

—Señor Minos, bienvenido, ¿En qué puedo ayudarlo? —

—¿Ocupado con nuevas almas? —

—Recientemente llegaron las de unos bandoleros, al parecer los ahorcaron, la mandrágora del patíbulo me lo susurró— alzó la cara para mirar al juez con una sonrisa desquiciada. —¿Le gustaría torturar a uno?, tengo cinco disponibles todavía— su único ojo brillaba con perversión.

El ministro sonrió divertido, éste sujeto en verdad estaba loco. En su vida como humano, fue el verdugo de su pueblo natal, al servicio de la santa inquisición. Por lo tanto, cuando el espectro de Mandrágora lo poseyó, fue una excelente combinación, era un soldado que podía hacer el trabajo más sucio y despiadado que se le encomendara.

—No tengo tiempo el día de hoy— caminó hacia una de las ventanas cercanas. —Además, necesito que cumplas una misión— explicó, mientras observaba a las almas cayendo en el Yomotsu.

—Ordene, señor. —

—Como sabrás, el dios Hades masacró a la gente de su pueblo natal, sin embargo, hay un alma en especial que desea recuperar y que todavía no se ha reportado en mis registros, así que probablemente está perdida en esta zona— miró al torturador. —Búscala y enciérrala aquí, el señor del inframundo la quiere para su diversión personal. —

—Entiendo, me encargaré de rastrearla inmediatamente— asintió Fyodor.

—Avísame tan pronto la encuentres, no te será difícil, es el santo de bronce Tenma de Pegaso— finalizó, encaminándose a la salida de la prisión.

Tan pronto salió del lugar, los gritos de los prisioneros se reanudaron.

.

.

Ptolomea.

Ya estaba anocheciendo cuando Minos regresó a su residencia.

En todo ese tiempo, el Grifo se había mantenido callado dentro de su mente, pero él podía sentir que únicamente estaba esperando el momento adecuado para dar inicio a sus planes. Entonces debía tomar una decisión en éste momento: Sí, era obligatorio hacer lo que le pedía el espectro… pero no necesariamente debía ser violento con la mujer.

Como juez del inframundo y soldado de Hades, él podía ser sumamente cruel con un enemigo, incluso lo fue con los adversarios de su círculo social en su anterior vida como simple humano. Pero eso no aplicaba con las mujeres. Minos nunca tuvo la necesidad de ser hostil con alguna de ellas. Ni siquiera en la época más inocente de su vida con los típicos juegos infantiles que alguna vez jugó con su hermana o en las discusiones de adolescentes atolondrados.

Debido a que gran parte de su vida anterior se desenvolvió entre frivolidades, donde la hipocresía y la manipulación eran el pan de todos los días, la educación que recibió Minos de sus padres fue estricta y parte de ella consistía en saber cómo tratar a las féminas. Él había aprendido a moverse sagazmente en los altos círculos sociales, donde predominaban las mujeres viudas con poder y las solteras mimadas en edad casadera. Era lo común en su tierra natal, debido a que las guerras civiles y las enfermedades peligrosas, cobraban la vida de muchos hombres.

Y es que Minos siempre había sido el poseedor de un carisma ladino que lograba atraer a las damas y por experiencia propia, sabía muy bien que se podía obtener bastante de una mujer si se trataba correctamente. No podía quejarse de eso, su vida en términos de amantes, había sido bastante divertida.

Hasta que los jodidos dioses lo eligieron para ser la vasija humana de un juez infernal.

Masculló con evidente frustración, pero ya no tenía caso seguir lamentándose por eso. Ahora simplemente debía buscar la mejor manera de convencer a la monja sin tener que usar la fuerza y como esto era un caso especial, probablemente tendría que recurrir a la intimidación.

Exhaló despacio, deteniéndose frente a la puerta de acceso.

—Quiero saber qué hizo la mujer en todo este tiempo y dónde está ahora— solicitó de repente, al mismo tiempo que cerraba los ojos.

La marioneta blanca contestó de inmediato y directo a su mente.

[Escogió una recámara cerca del vestíbulo, recorrió varias partes de la mansión e hizo el aseo de la estancia principal, ahora se encuentra en el área de baño de su habitación]

El juez abrió los ojos, quitó el sello de su cosmos y empujó la gran hoja de madera, haciéndola rechinar para que eso fuese un aviso para la mujer. Saber que Anna había estado entreteniéndose con labores domésticas o recorriendo el lugar, era una señal de que seguía manteniendo su cordura a pesar de la situación en la que se hallaba ahora.

Se dirigió a la biblioteca, permitiendo que el sonido de sus pasos produjera un eco inquietante en el mármol del piso.

—Ven aquí, Anna— llamó con voz serena.

Había llegado el momento de jugar y necesitaba saber si ella podía ser una buena compañera de juegos.

Ingresó a la estancia y dejó entreabierta la puerta. Tomó asiento en un diván ubicado frente a su escritorio y se quedó mirando los estantes de libros, esperando a que la mujer llegara. Unos segundos después, ella entró con paso lento y reservado. Su mirada violácea se clavó en el rostro femenino al darse cuenta que seguía usando el estúpido velo.

Bien, quizás debería hacer algo respecto a esa tela.

—Siéntate a mi lado— ordenó, mientras la seguía con la mirada, entreteniéndose con el vaivén de su figura.

La sirvienta se aproximó en silencio y después se arrodilló cerca de él. Inmediatamente soltó la tela negra que traía fijada en su cintura para luego comenzar a desenvolver el títere, pensando que iba a entretenerlo de la misma forma otra vez.

Minos sonrió ladinamente.

Se inclinó un poco y colocó su mano derecha sobre la cabeza de la mujer, provocando un estremecimiento en ella.

—Hoy no quiero verte jugar— la monja dudó por un instante al escucharlo, pero luego dejó la marioneta a un lado y se quedó inmóvil, sin saber qué hacer. —Háblame Anna, deseo escuchar tu voz. —

En verdad deseaba oírla nuevamente, saber cómo era su matiz sin que estuviese asustada. Después de todo, su suave voz le había encantado.

—Sí, señor Minos… estoy a sus órdenes— respondió por lo bajo.

Se percató de que aún seguía nerviosa y quizás no podría hacerla hablar un poco más… o tal vez sólo necesitaba algo de motivación. Entonces, su mano se deslizó hacia la mejilla, pasando sobre el material reticulado, haciéndola sentir su cálido tacto. El gesto malicioso del juez se amplió y su mirada se intensificó cuando aferró la tela para quitarla.

—Te dije que ya no uses esto— de un tirón arrancó el velo, llevándose al mismo tiempo la cubierta del cabello.

Tomó el material con ambas manos y lo destrozó fácilmente, dejando caer los pedazos al suelo. Sus reglas debían obedecerse y no existía mejor ejemplo que ese. La mujer se quedó congelada, mirando los restos, pero sin agachar el rostro.

—Me gusta tu cabello, Anna— dijo Minos, tomando algunas hebras para jugar con ellas. —Sí, en verdad es muy agradable su aroma— pensó.

La monja únicamente sostenía la respiración en un intento por controlar su angustia. Entonces él decidió ir un poco más allá, arrastrando de nuevo los dedos sobre su piel. El toque se deslizó con finura a lo largo de la mejilla, sin prisas y sin brusquedad, complaciéndose con la delicada textura.

Ella permaneció quieta sin saber cómo reaccionar.

—Tienes una piel muy suave— la caricia avanzó un poco más. —Y tus labios también lo son. —

Acercó la otra mano y con el pulgar empezó a rozar la boca femenina con evidente interés. Su forma delineaba unos labios carnosos a pesar de que no usaba algún colorante para resaltarlos y el borde de sus comisuras trazaba una muy leve "sonrisa natural" que le daba un toque llamativo al semblante de la mujer.

Linda boca.

Sí, su boca se ve apetitosa y probablemente haga maravillas… ≫ habló el Grifo lascivamente.

Una ligera punzada en la cabeza del juez fue la advertencia del espectro. La bestia no estaba dispuesta a jugar con calma y Minos debía tenerlo muy en cuenta.

Sus labios.

Sí, el juez reconoció que igualmente le parecían apetitosos esos labios y una idea de cómo usarlos se formó en su cabeza. Probablemente era el deseo de la entidad mitológica, pero su propio cuerpo también respondió con un impulso primitivo que no pudo reprimir. Llevaba demasiado tiempo esperando esto.

—Creo que ya sé lo que quiero en éste momento— la lujuria se gestó dentro de él con rapidez. —Deseo sentir tus labios sobre mí. —

Retiró las manos de ella para colocarlas sobre los reposabrazos y recargarse en el respaldo del diván, al mismo tiempo que separaba las piernas descaradamente, provocando el sonido metálico de su Sapuri. Esto generó una sacudida en Anna y al mismo tiempo le dejó en claro, y sin lugar a dudas, lo que deseaba.

La comprensión y el estupor se manifestaron al unísono en el rostro de la sirvienta. El juez pudo verlo claramente en sus ojos marrones, ella entendía lo que le estaba pidiendo. Pero también pudo ver el miedo creciendo sin control, como una reacción instintiva de autoconservación.

En un instante, la monja se puso de pie y huyó fuera de la biblioteca.

El juez la siguió con la mirada, chasqueó la lengua en un gesto de ligera sorpresa y luego soltó una sonora carcajada.

¡Hembra fastidiosa, no deberías colmar mi paciencia! ≫ masculló el Grifo.

—No es necesario que te alteres— sonrió Minos, levantándose tranquilamente. —Permite que le deje las cosas en claro— se relamió los labios con ansiedad.

No quería reconocerlo del todo, pero verla huir de esa manera lo excitaba bastante, de la misma forma en que un depredador reaccionaría ante su presa. Salió de la estancia y comenzó a seguirla con relativa calma. Él sabía perfectamente por cuál corredor huía y aunque lograse alcanzar el vestíbulo principal, no tenía la fuerza necesaria para quitar el sello de la puerta. Así que, no había prisa por alcanzarla.

Era más divertido si lo disfrutaba de esta manera.

—Anna, te he dado una orden— alzó la voz, permitiendo que su cosmos la proyectara hacia ella. —¿No piensas obedecer? —

Podía escuchar sus pasos ir de un lado a otro, acorralándose a sí misma. Ptolomea era bastante extensa y aunque hubiese recorrido parte de ella, eso no era suficiente para no perderse en medio de sus paredes blancas y tenebrosas. Le tomó poco tiempo alcanzarla, justamente cuando se dirigía al corredor que la llevaría a la salida. El juez sonrió con malicia, era momento de intimidarla un poco para que aceptase su destino.

Entonces, levantó la mano derecha y movió los dedos con lentitud, invocando sus hilos violáceos. Con otro ademán, los envió hacia ella, atrapándola por la cintura, frenando de golpe su loca carrera y haciendo que el aire se le escapase en un abrupto jadeo. Más filamentos se deslizaron en el aire, enredando sus muñecas, obligándola a levantar los brazos para dejarla completamente inmovilizada.

Minos dobló en la esquina para encontrarse con la mujer. Sabía que a cada paso que daba, la monja se erizaba más y más, lo que también incitaba su deseo. Se aproximó a espaldas de ella, permitiendo que escuchase lo inquieto de su respiración.

—Anna— habló cerca de su nuca. —¿Ya se te olvidó que ahora eres mi sierva personal? —

La oyó tragar saliva para luego contestar torpemente.

—¡Yo… yo… lo siento señor Minos… es que… no puedo…! —

El juez caminó despacio alrededor de Anna, al mismo tiempo que las extensiones de su Sapuri se abrían de forma inquietante. Se detuvo frente a ella, permitiendo que sus alas negras tintinearan mientras los rodeaban a ambos, consiguiendo atemorizarla un poco más.

Su miedo es delicioso ≫ se regodeó la bestia, encantada con la actitud que tomaba el juez.

—¿Qué crees que estás haciendo? — preguntó, mientras cerraba la mano derecha alrededor de su cuello, a modo de sutil amenaza. —Si abandonas éste lugar, alguien podría percatarse de tu libre albedrío.

Tras esas palabras, la miró con algo de frialdad, al mismo tiempo que el dorso de la otra mano se deslizaba sobre su mejilla lánguidamente, acentuando su amenaza. Necesitaba que la mujer entendiera que no tenía posibilidades de escape y que, si lo hacía, podría ser muy peligroso para ella.

Independientemente de que fuese su prisionera, no podía permitirle salir de Ptolomea, ya que por esos lares el ambiente era mucho más hostil debido a la cercanía del Cocytos y de Giudecca. Asimismo, el número de espectros vigilantes se incrementaba notoriamente. La mujer corría demasiado peligro si intentaba huir de ahí, ya que su condición la evidenciaba.

Anna comenzó a temblar, conteniendo la respiración y apretando los párpados con fuerza. No obstante, Minos necesitaba escuchar su confirmación.

—¡Mírame! — ordenó imperativo, consiguiendo que abriese los ojos. Se aproximó a su rostro y volvió a sonreír de forma inquietante. —Entonces, mi querida Anna… ¿Vas a obedecer mis órdenes o quieres que te entregue a los otros espectros? —

El silencio se mantuvo, ella no podía hablar.

Vamos mujer, conviértete en nuestra linda marioneta ≫ susurró ansioso el Grifo. ≪ De todas maneras… si no es por las buenas, será por las malas ≫ sentenció.

Minos no dijo nada ante la forma en que se expresaba la bestia y tampoco podía hacer algo al respecto, solamente instar a la monja a que no se resistiera… por su propio bien.

—Háblame Anna, quiero oír tu respuesta— pidió nuevamente, tratando de mantener el control de la situación.

La monja se estremeció una vez más, tomando aire torpemente para poder contestar.

—S-Señor Minos… — su mirada se volvió suplicante. —Estoy a sus órdenes… haré lo que me pida… por favor… no me castigue… —

La mueca del juez se tornó arrogante, esa respuesta entrecortada fue suficiente para él. Al menos ahora podía estar seguro de que no se opondría a sus intenciones. Y para que negarlo, su tono suplicante estimulaba su lujuria cada vez más. Aunque no le quedaba en claro por qué la monja pensaba que la sancionaría de alguna manera.

—¿Tienes miedo de que te castigue? — la mano que estaba sobre su mejilla cambió de posición, llevando el pulgar hacia el labio inferior, acariciándolo con sutileza nuevamente. —Pero Anna, tú no eres un alma que pueda ser sentenciada… no debes olvidar que eres un espectro de bajo rango, que fue reclutada para servir en las huestes del dios Hades— dijo con simpleza y sin desviar su atención del sensual recorrido.

Los nervios hicieron mella en la sirvienta, humedeciendo sus ojos y dejándola sin aliento una vez más. Quizás la idea de ser una esclava en el inframundo no le era grata y no podía culparla por reaccionar de esa manera. Todos los espectros creados por Luco fueron llevados al infierno en contra de su voluntad.

Quiero jugar con ella… ≫ volvió a insistir la entidad.

Era tiempo de continuar.

Minos liberó su cuello y con un ademán de la mano, hizo que los hilos soltaran sus muñecas y cintura para darle libertad de movimiento.

—Andando— la tomó por los hombros e hizo que girara. —Espero que no tengas la intención de correr nuevamente… —susurró cerca de su oído con un dejo de maldad. —A menos que quieras permanecer atada. —

Maniatarla con sus peligrosos filamentos se escuchaba excitante y quizás lo haría más adelante, si es que en algún momento se resistía a sus caprichos. Pero por ahora se abstendría de hacerlo, así que, replegó sus negras alas y se limitó a darle un suave empujón para que comenzase a caminar. Anna ya sabía a dónde dirigirse, la biblioteca era un lugar divertido para jugar.

Con pasos torpes al principio, emprendió el recorrido seguida por el juez, quien se entretuvo arrastrando los ojos sobre ella. Conforme pasaban las columnas y los pasillos, la cadencia natural de su silueta le agradaba cada vez más, alborotando sus pensamientos. Llevaba demasiado tiempo sin recordar todo lo que una mujer podía provocarle y ahora que la monja estaba aquí, su libido comenzaba a despertarse con rapidez.

Entraron de nuevo a la biblioteca.

La hizo caminar hasta el diván con otro sutil empujón. Pero antes de tomar asiento era necesario quitarse la armadura, así que, con un sólo pensamiento, el Sapuri comenzó a vibrar. Su sonido tintineante atrapó la atención de la sirvienta, quien miró fascinada cómo las piezas se desmontaron de su cuerpo para luego ensamblarse en una esquina apartada, formando su mítica e imponente efigie.

Anna parpadeó nerviosa, distraída por un par de segundos. Pero cuando regresó su atención al juez, éste pudo ver claramente un gran sobresalto en ella, debido a su semidesnudez.

Minos no solía vestir prenda alguna sobre el torso, debido a que el Sapuri era bastante cómodo a pesar de su tosco diseño. Además de eso, el sobrenatural material del que se componían todas las armaduras negras, tenía la capacidad de mantener una temperatura muy bien regulada todo el tiempo, lo que significaba que los espectros no sentían ni el frío ni el calor del ambiente, independientemente del lugar donde se encontrasen. Y en cuanto a la vestimenta inferior… esa si era necesario usarla.

Adoro la expresión de su rostro ≫ sonrió divertida la criatura. ≪ Al parecer, Minos, eres un ejemplar digno de admiración por parte de las mujeres.

El Grifo tenía razón, la monja lo miraba fijamente mientras dejaba escapar un aliento de sorpresa. No podía leer sus pensamientos, pero el juez se daba una idea de lo que podría estar pensando. Después de todo, él sabía que su imponente físico no dejaba indiferente a nadie. Siempre había sido un hombre de complexión fuerte, dada su ascendencia nórdica. Pero también había dedicado tiempo a esculpir su cuerpo desde joven.

Una sensación placentera le recorrió la nuca cuando los ojos femeninos se deslizaron brevemente por sus hombros, brazos y pecho, ella estaba admirándolo… posiblemente en contra de su voluntad. Esto lo hizo sonreír internamente, ya que una reacción femenina de ese tipo, significaba que él podía manipular su libido sabiéndolo trabajar. Entonces notó que el escrutinio se frenaba a la altura de su abdomen, donde un par de viejas cicatrices resaltaban.

Ambos cortes eran un recordatorio de que no era buena idea provocarlo. Ya que el sujeto que se los hizo, terminó degollado por su espada. Sí, esos "divertidos" duelos que hacían los adolescentes estúpidos en momentos de locura, habían dejado marcas en su piel, las cuales, en vez de verse desagradables, resaltaban incluso más su atractivo masculino. Sus compañeras de cama siempre se lo decían.

Y no era necesario que Anna se lo dijese también… simplemente bastó con ver sus pupilas dilatadas al momento de encontrarse nuevamente con su mirada. Ella tragó saliva despacio cuando advirtió la malicia en los ojos del juez, quien pausadamente tomó asiento en el diván. Se recargó contra el respaldo del mueble en una postura cómoda y arrogante, denotando el aire altivo que solían poseer los líderes del inframundo.

—Acércate, Anna— ordenó, destilando lujuria en la voz.

La mujer volvió a sacudirse antes de poder dar el primer paso. Se aproximó con movimientos reservados, pero su misma inquietud traicionaba notoriamente sus reacciones, obligando a sus ojos a posarse de nuevo sobre la anatomía del juez. Al parecer, le era imposible detener su involuntario recorrido.

Minos torció su sonrisa aún más cuando ella se percató del notorio abultamiento que se delineaba por debajo de su ajustada vestimenta. Era inevitable, su cuerpo estaba reaccionando rápidamente debido a la tensión sexual que comenzaba a llenar el ambiente. Y en ese momento, cuando ella evidenció su desconcierto una vez más, él se dio cuenta de un interesante detalle: La oscura mirada de Anna, sería un delicioso aliciente para su placer.

—Espero que sepas cómo complacerme, Anna— colocó su codo izquierdo en el reposabrazos, dejando su mejilla sobre los nudillos de la mano. —Porque no tengo la paciencia necesaria para enseñarte. —

La perversión se reflejó en sus palabras, al mismo tiempo que se humedecía lentamente los labios en un gesto casi hambriento.

Lo que dijo no era en broma. En verdad esperaba que la mujer tuviera experiencia sexual, de lo contrario, esto sería muy desagradable para ella.

No es que Minos no hubiera tenido antes a una mujer virgen en su cama, sino que, no podía darse el lujo de tratarla con paciencia. La entidad que habitaba dentro de él no lo permitiría, el Grifo tenía pensamientos demasiado oscuros y su obsesivo deseo por asegurar su jerarquía y poder, a través de su linaje, no estaba a discusión. Si el juez no tomaba las riendas de esto, la criatura lo haría… sin importar las consecuencias.

Entonces, la respuesta inmediata de Anna lo decidiría todo.

Su estupefacción comenzó a disminuir poco a poco y la resignación que se reflejó en su rostro, le reveló a Minos que ella no era una señorita virginal y que entendía perfectamente lo que debía hacer aquí y ahora. Pudo notar cómo liberó el aire retenido en su pecho cuando llegó frente a él, para luego arrodillarse despacio en medio de sus piernas entreabiertas.

El ministro sonrió internamente, esto resultaba muy adecuado y de esta forma sería mucho más fácil manejar toda la situación. Sin dejar de observarla fijamente, se acomodó un poco más contra el respaldo y sus rodillas le dieron el espacio necesario para que comenzara a complacerlo.

Otra mueca maliciosa delineó sus labios cuando notó el temblor en las manos femeninas al momento de posarse sobre sus muslos y avanzar hacia donde se marcaba el contorno de su longitud palpitante. No podía asegurar nada, pero reconocía cuando una mujer lo miraba con interés. Y aunque la monja pasaba saliva con dificultad e intentaba controlar su respiración, no lograba disimular su turbación ante semejante actividad.

Sus dedos se deslizaron hasta llegar al borde de la oscura tela y con lentitud empezó a retraerla hacia abajo. La mirada de ella se clavó en el vientre del juez y más cuando notó su humedad seminal, expresada en un lascivo hilo transparente. La excitación masculina se había manifestado rápidamente, impregnando el material e inquietando todavía más a la monja.

Las reacciones de esta mujer son tan divertidas ≫ murmuró con travesura el Grifo. ≪ Al parecer, sí sabe lo que hace y espero que así sea con todo lo demás ≫ se burló perversamente.

Minos permaneció en silencio, entretenido con la espectacular vista que tenía enfrente. Ella casi no dudaba en lo que hacía y estaba seguro de que podría soportarlo. Tendría que hacerlo de cualquier manera. Entonces, pudo advertir cómo la respiración se le detenía bruscamente cuando liberó su virilidad por completo. La expresión que se reflejó en las pupilas femeninas no tenía precio para el juez.

—¡Por todos los dioses! — Anna susurró sobresaltada.

La sirvienta se quedó atónita al contemplar sus dimensiones y no podía culparla. Él sabía que todas las proporciones de su cuerpo estaban perfectamente amoldadas al gran físico que la naturaleza le otorgó.

Pero esa mirada.

Los ojos marrones de la mujer tenían algo llamativo para el juez y buscaría la manera de contemplarlo un poco más. Entonces, una risita malévola escapó de su boca, sacando a la mujer de sus delirantes cavilaciones.

—Hazlo despacio, muy despacio… quiero sentir tu lengua por completo— dijo, sin dejar de observarla con intensidad.

El ministro era consciente de que, en éste momento, el semblante de su rostro era una máscara de lujuria. No podía evitarlo, las reacciones cohibidas de la sirvienta lo incitaban demasiado, espoleando su deseo con fuerza. Aún no tomaba una decisión, antes quería ver hasta dónde era capaz de llegar la mujer para sobrevivir. Y esta era una grata prueba para averiguarlo.

—S-Sí… señor Minos… — respondió mecánicamente.

La monja volvió a tomar aire, controlando por fin el temblor de sus manos. Apartó la vestimenta un poco más y sus finos dedos se deslizaron sobre la cálida piel, rodeando con prudencia la base del, ahora endurecido, miembro. Su otra palma también lo abrazó con suavidad, enfocándose en comenzar con la sensual estimulación.

Vamos mujer, no lo dudes tanto, esto puede llegar a ser muy divertido si cooperas… ≫ se regodeó la entidad.

Minos resopló levemente, la bestia no dejaría de hablar. Era inevitable, el espectro de Grifo se había posesionado de él en todos los aspectos, mental y físico. Lo que significaba que aparte de conocer sus pensamientos, también era capaz de percibir lo que sentía a nivel biológico: Hambre, sed, dolor, sueño, excitación y placer.

No estaba seguro si eso era algo bueno o malo. Aunque, ahorita mismo, no importaba demasiado.

La mujer se aproximó un poco más, humedeciéndose los labios. Su tibio aliento se dejó sentir sobre su hombría, provocándole una deliciosa agitación, mientras sus manos daban inicio a un suave y tibio masaje.

Hazlo Anna… — dijo el juez para sí mismo, emitiendo un ligero gruñido.

La vacilación de ella no pudo continuar tras esa advertencia. La vio cerrar los párpados brevemente, al mismo tiempo que su lengua emergía para brindarle la primera lamida a su palpitante carne. Una descarga de sensaciones se arrastró por la columna vertebral de Minos, haciéndolo apretar los dientes. Un segundo después, los carnosos labios rodearon el inicio de su miembro y cuando el dócil movimiento comenzó, un potente estremecimiento sacudió todo su cuerpo, obligándolo a jadear.

Su mueca se tornó lasciva, dejándose llevar por los rápidos efectos sobre su dureza. Pronto se dio cuenta que era tremendamente excitante mirarla de esta manera: Su tacto recorriendo con firmeza cada vena palpitante, abarcando toda su longitud con un placentero calor, sus preciosos labios devorando su grosor y su lúbrica lengua degustándolo sin pudor.

Por momentos, el juez cerraba los párpados, dejando de ver la expresión de la sirvienta. Él sabía perfectamente que Anna estaba inquieta por lo que hacía, temiendo equivocarse en algo. No obstante, encontró el ritmo adecuado para estimularlo de manera casi perfecta, consiguiendo que clamara todavía más. Tal vez ella no era consciente de ello, pero debía reconocer lo bien que ejecutaba su tarea.

Otro resoplido gutural delató la satisfacción que le provocaba, justamente cuando la mujer se apartó un poco para permitir que sólo su lengua libara su sensible corona. Eso fue suficiente para que Minos reposara su nuca contra la mullida cabecera, perdiendo la mirada en la nada, mientras la mente se le obnubilaba.

—¡Tu lengua… es muy placentera! — masculló entre dientes cuando la fricción carnal aumentó.

La mujer volvió a sobresaltarse al escucharlo, pero no detuvo sus atenciones ni un segundo, enfocándose en satisfacerlo con su boca, envolviendo gran parte de su carne, chupando con lujuriosa avidez. Posiblemente buscaba hacerlo terminar pronto, así que se esmeraba con la felación. Sin embargo, no sería tan fácil, la resistencia del juez iba más allá de lo común por ser un soldado de Hades.

Curiosamente, la monja no se rindió con facilidad y buscó otra opción. Una de sus traviesas manos abandonó su tallo para descender hacia su pesado saco seminal, induciendo otro poderoso temblor en su cuerpo y un agudo espasmo en su vientre.

—¡Anna! — gruñó sonoramente excitado. —¡Cuidado con lo que haces, pequeña sierva! —

Su advertencia fue un siseo amenazante. La sensibilidad de dicha zona era bastante y si la mujer no tenía el conocimiento adecuado para estimularla, su furia se haría presente. No obstante, Anna logró sorprenderlo, ejecutando una caricia suave, hurgando y estrujando sus contornos con sutileza, arrancándole más muecas obscenas.

¡Mujer, lo haces tan jodidamente bien! ≫ bramó la bestia en un tono delirante.

El espectro se regodeaba ante lo que su anfitrión percibía. Esta era una de las ventajas de usar una vasija humana, poder disfrutar de los placeres carnales hasta el hartazgo. Y esa mujer se los brindaría cuantas veces quisieran.

Minos volvió a jadear, permitiendo que su propia respiración se descontrolara, debido a los potentes efectos que ahora le arañaban la columna vertebral. Aunado a esto, el sonido resbaladizo que generaba la boca femenina al paladear su virilidad, más las consecuencias húmedas que se escurrían entre sus dedos, estaban trastornándolo cada vez más.

No le faltaba demasiado para terminar y su oscuro apetito le exigía que lo hiciese entre sus labios.

¡Hazlo Minos, será una imagen encantadora! ≫ el Grifo lo instigó con malicia.

Su portador apretó la mandíbula cuando notó la punzada creciendo en su vientre y extendiéndose a lo largo de su tensa hombría. Entonces, la caricia oral se hizo más rápida y más enérgica, como si la mujer supiese que había llegado a la última etapa. Minos liberó otro gemido áspero que anunciaba su próxima culminación y en ese instante, bajó de nuevo la mirada, para encontrarse con sus ojos marrones. Sin dejar de estrujar y lamer, ella lo miraba fijamente, esperando una señal.

La lujuria lo dominó por completo.

Lo que estaba a punto de hacer, quizás no iba a gustarle a la monja, pero poco le importaba. Su mano derecha se colocó encima de su cabeza, inmovilizándola para que se quedara en la misma posición, con su miembro llenándole la boca. La mujer cerró los ojos en clara resignación.

Entonces, el éxtasis se hizo presente, sacudiendo a Minos con fuerza. Un salvaje gruñido resonó por todo el lugar cuando la convulsión carnal explotó en su totalidad. El placer ofuscó sus sentidos al mismo tiempo que su semen se derramaba contra la lengua de la mujer, quien solamente dejó escapar un gemido bajo ante su perverso proceder.

—¡Mi pequeña… Anna! — masculló en un jadeo extasiado, manteniendo fija la mirada en el techo.

Ella retrocedió despacio, sin dejar de estimularlo con las manos. El juez no la miraba en ese momento, pero el Grifo si podía deleitarse con tan magnífica escena: La humedad, cálida y nívea, escurriendo lascivamente por las comisuras de su boca, era algo que debía guardarse en la memoria.

Definitivamente esta humana ahora les pertenecía y la entidad mitológica haría lo que fuera necesario para conservarla en su poder. No obstante, cuando se percató de sus intenciones de retirarse sin permiso, decidió darle un pequeño susto.

El ministro seguía respirando agitadamente, asimilando todavía el éxtasis, así que no se percató del todo cuando ella apartó sus manos, dándole un último vistazo, para luego intentar alejarse a gatas muy despacio.

No mujer, tú no vas a ningún lado ≫ sonrió fríamente, ejerciendo su poder de control sobre su anfitrión.

Minos percibió una leve punzada en la cabeza, pero no podía hacer nada al respecto, dado que continuaba aturdido. Pero sí era capaz de saber lo que hacía el espectro, así que tan pronto tomó un poco de aire y lo soltó despacio, su mirada se clavó en la monja, quien se alejaba gateando rumbo a la puerta.

Su cosmos se desplegó, rodeándola en un instante, dejándole en claro que debía detenerse. Los hilos comenzaron a bailar, emitiendo su amenazante destello violáceo.

¿Qué diablos estás haciendo? — interrogó mentalmente.

Esto no ha terminado ≫ siseó con malicia.

Antes de que el humano pudiera protestar, lo hizo hablar con voz afilada.

—Anna… ¿A dónde vas? —

El temblor corporal se manifestó antes de responder con aprensión.

—D-Debo continuar con mis deberes… señor— permaneció arrodillada y sin voltear. —¿P-Puedo retirarme?, señor. —

¿Con permiso de quién? ≫ se burló la entidad, sin darle una respuesta y sin dejar de mirarla con insistente deseo.

No es necesario obligarla— murmuró el juez, sin poder recuperar el control de su cuerpo.

Podía sentir las intenciones del Grifo y no estaba dispuesto a permitírselo, después de todo, era él quien llevaría las riendas de esto. Sin embargo, su cosmos volvió a vibrar, ordenándole a los hilos atraparla. Estos se movieron, ciñéndose en torno a su cuerpo y levantándola en el aire como una simple muñeca. La fuerza que ejerció estaba bien controlada, así que no la lastimaría.

Pero eso no disminuiría el terror de la mujer.

La colocó sobre su regazo, de espaldas a él. Las hebras desaparecieron y sus brazos la rodearon con posesividad, uno por la cintura y el otro sobre sus pechos para después inmovilizar su mentón con la mano. El abrazo la estrujó contra el cuerpo del juez, haciéndole sentir su tensa musculatura, el calor de su piel y su todavía pulsante virilidad, restregándose lascivamente contra su trasero.

La obligó a ladear el rostro para mirarlo de soslayo, mientras su agitada respiración le quemaba la nuca. Los iris violáceos del juez adquirieron un matiz diabólico y sus labios formaron una sonrisa sádica, debido al control del espectro.

—Tengo que reconocerlo, Anna— se acercó a su oído, mientras acariciaba su labio inferior con un dedo. —En verdad disfruté lo que hiciste, así que no te mataré— la sintió temblar asustada. —Pero, debes hacerte a la idea de que esto es sólo el principio… — su lengua emergió y con morbosa lentitud, lamió el contorno de su oreja.

La conmoción en la mujer se hizo más notoria y pudo escuchar un sollozo ahogado en su garganta, mientras advertía el vuelco de su corazón. Probablemente estaba sintiendo el pánico crecer al grado del desmayo. Si la tomaba en éste momento y bajo estas circunstancias, ella no podría soportarlo.

¡Bestia idiota!, ¡Si lo haces de esta manera, será contraproducente! — reclamó Minos en su cabeza. —¡Y sabes perfectamente lo que podría suceder! — sentenció.

La criatura mitológica bramó iracunda, odiaba cuando ese maldito humano tenía razón.

¡Te lo advierto Minos! ≫ amenazó en un tono siniestro. ≪ ¡Si no consigues lo que quiero, haré que te arrastres de dolor por medio inframundo!, ¡Y luego te obligaré a hacer algo de lo que te vas a arrepentir toda la vida! ≫ finalizó, devolviéndole el control de su cuerpo.

En ese momento, el juez sintió que por fin podía manipular sus brazos, así que liberó a la monja de su agarre.

—Retírate, por hoy es suficiente… — masculló aletargado.

Anna se levantó de su regazo con cautela, reteniendo el aire y comenzando a caminar rumbo a la salida, sin voltear para nada. Minos la siguió descaradamente con la mirada, no podía evitarlo y tampoco negaría que había disfrutado bastante la felación. Después de tanto tiempo sin deleitarse con algo así, no estaba dispuesto a echarlo a perder por la falta de control del espectro.

Sin embargo, aún debía trabajar un poco más con la monja. Ella no iba a resistirse, su vida dependía de ello, pero tampoco deseaba que fuera una simple marioneta sin hilos que no respondiese ante nada.

No.

Al juez le gustaba disfrutar de los gemidos de una mujer y de todo lo que podía ofrecer su cuerpo. Él deseaba que Anna danzara al compás de su capricho y movería los hilos de su hermosa marioneta hasta donde fuese necesario para complacerse.

Incluso si tenía que ir en contra del Grifo. Después de todo, era el espectro quien deseaba mantener su estatus de poder, así que estaba obligado a ceder ante un simple humano. Sonrió con burla al percatarse de que no recibía respuesta alguna por parte de la entidad.

Se enderezó un poco y estiró el brazo para alcanzar la marioneta de hueso que estaba en el suelo, la sirvienta la había dejado allí.

—Ve con ella y vigílala— ordenó.

El cosmos impregnado en el pálido títere pulsó y en un parpadeo, éste se esfumó en el aire. Su destino era la habitación de la mujer y es ahí donde aparecería sin que ella se diese cuenta.

El juez se puso de pie, reacomodó su vestimenta y luego se marchó a sus aposentos.


Continuará...

¿Y que les pareció? :D XP Como pueden ver, el Grifo tiene poder sobre Minos y no quiere hacer las cosa bien, así que, veremos las diferencias entre ambas personalidades y el choque de caracteres. Como dije al inicio del fanfic, si bien el juez es un maldito, eso no tiene porque aplicar a todos los aspectos de su vida ;D

*Ahora un aviso: El próximo capítulo va a tardar más de una semana, porque no tengo los bocetos y es que a partir de aquí, hay bastante Lemon y eso significa más redacción y revisión para mi XDXD Por favor, les pido paciencia, ya que también tengo pendiente mi otro fanfic (sigo estancada con lo de Agasha y Albafica -_-)

Es todo, muchas gracias por leer :3

09/mayo/2021