CAPÍTULO IV
Elia se incorporó de la cama donde Petra le instaló la noche anterior, después de dejarse arrastrar hasta allí bastante abatida.
Nunca había sido propensa a dormir demasiadas horas seguidas, mucho menos cuando se encontraba bajo estrés, pero su cuerpo debía estar tan agotado que lo había hecho y afortunadamente se sentía un poco mejor. Inhaló y exhaló despacio, concentrándose en ordenar sus pensamientos y enfocarse en el próximo paso a dar. No te adelantes. Un paso a la vez le dijo su voz interna, y tenía razón. Miró a su alrededor, comprobando que aún no amanecía, pero faltaba poco así que decidió aprovechar de ir a las duchas para dejar que el agua se llevara parte de sus aflicciones. Se levantó y caminó descalza hasta la silla donde había dejado sus cosas y de su bolso sacó la ropa y utensilios necesarios, tomó sus botas y salió con cuidado de no despertar a la pelirroja.
Recordaba el trayecto que ella le había indicado seguir por si debía ir durante la noche, lo cual no llegó a necesitar.
Una vez en el largo pasillo, el no ver a oficiales por allí la hizo sentir más cómoda. Nadie allí le conocía, por lo que cabía la posibilidad de tener que responder preguntas innecesarias, pero principalmente lo que menos quería era meter en problemas a su amiga, por lo cual vería cómo solucionar su situación de estadía aquel día. Un paso a la vez volvió a recordarle la voz en su cabeza mientras subía al piso superior, donde estaban los baños, girando hacia la derecha y alcanzando el final del corredor. Al llegar a la puerta, la abrió con cuidado y comprobó que estaba tan desierto como los pasillos del lugar, lo cual le sacó una pequeña sonrisa entretanto preparaba sus cosas para asearse bien. Maniática, esta vez fue la voz de su hermana la que resonó en su mente, trayéndola al presente que enfrentaba, congelando la breve satisfacción que había sentido. Suspiró con fuerza y abrió la llave, dejando que el agua fluyera sobre ella, humedeciendo por completo su cabello y respirando el agradable vapor que la rodeaba y pareciera aliviar un poco el peso del día anterior. Cerró la llave y, haciendo uso de su propio jabón mezclado con aceites de las flores silvestres que ella misma preparaba, comenzó a refregarlo en su pelo, formando rápidamente la espuma que dejaba actuar unos minutos mientras procedía a enjabonar y frotar con fuerza todo su cuerpo al menos dos veces antes de dejar que el agua caliente se llevara todo. Cuando terminó, trató de secarse lo mejor que pudo y se vistió con ropa limpia y cómoda; los usuales pantalones oscuros, una blusa y su respectivo suéter sobre ésta. Elia rara vez usaba faldas o parecidos, y era una de las cosas que tenían en común con Ilva: ser prácticas. Caminó hasta el espejo rectangular que se extendía por la pared donde se ubicaban los lavabos, y al ver su reflejo comenzó a arreglar mecánicamente su cabello como casi cada mañana, recurriendo a una trenza que luego dejaba caer por su hombro izquierdo. Lavó sus dientes al menos dos veces antes de recoger sus cosas y esmerarse en dejar todo tal como lo había encontrado.
Solo le quedaba ir en busca de su bolso para poder salir por algo de comer en casa. En eso iba pensando cuando se percató de unos pasos que se aproximaban por la escalera, llegando al piso al que ella debía bajar para llegar al cuarto de Petra y que ahora continuaba subiendo hacia donde ella se encontraba, bajando el primer escalón. Consciente de que como ya se iba yendo de allí y nadie le conocía realmente, daba igual si la regañaban; incluso podía mentir y así ahorrarle el mal rato a Petra, quien después podría entregarle sus cosas, por lo que se encogió de hombros y continuó su camino, descendiendo con tranquilidad y al mismo tiempo, preparada a evitar la mirada de quien iba a pasar por su lado. Lo que nunca imaginó es que terminaría encontrándose al mismo hombre que las vio juntas la noche anterior y llegaría a conclusiones que terminarían en un llamado de atención a su subordinada. Era inútil devolverse, primero porque no alcanzaba a esconderse y en segundo lugar, porque lo más seguro es que ya notaba sus pies desde su posición, así que no le quedó más que continuar, rogando internamente que no la mirara, y por lo distraído o somnoliento que se veía, quizá podía tener éxito. Vestía una polera gris bastante holgada y llevaba las manos en los bolsillos de sus pantalones mientras una larga toalla rodeaba su cuello. Estaban cerca de cruzarse; acababa de verlo doblar en el descanso de la escalinata y ella solo pudo prepararse mentalmente para cualquier confrontación. Entretanto comenzaba a subir por su lado, le vio subir una de sus manos y rascarse la nuca en el preciso momento que daba un gran bostezo y continuaba igual de abstraído. Desafortunadamente, apenas se cruzaron por el camino supo que le vio, porque una vez más, sus ojos se encontraron brevemente con los suyos. ¡Rayos!, maldijo para sí, inquieta por lo que luego podrían decirle a Petra. A simple vista, él no parecía ser el tipo de personas muy amigables o permisivas, sino más bien severas, y era injusto causarle problemas con su superior. Apenas dos escalones más abajo y con anticipada culpa decidió detenerse, notando que él había hecho lo mismo segundos después.
- Lamento los inconvenientes, señor – le dijo con respeto – Petra solo quiso ayudarme. Yo ya me retiro – le prometió.
Él ni siquiera se giró a mirarla directamente y por la corta distancia era imposible que no la hubiese escuchado. Pero Elia le vio quedarse quieto en el mismo lugar, aparentemente esperando. Pensó que lo mejor era agregar algo más, como un "gracias por la hospitalidad", pero justo cuando iba a hacerlo, él se adelantó.
- No sé de qué está hablando – contestó desinteresado. Y sin más, reanudó su camino hasta perderse de vista cuando giró hacia el otro extremo de donde ella había venido, hacia el baño de los varones.
Ella reanudó su marcha más aliviada y pensando que, aunque poco elocuente, su manera de decirlo le pareció honesta. Incluso, le había causado cierta gracia ser testigo de que el héroe de su hermana pareciera tan humano y normal por las mañanas. No es muy cortés, por no decir "nada cortés", pero al menos no es un patán, se dijo a sí misma al comprobar que no era el tipo de personas que se aprovechan del poder que les otorga su rango, tal cual el señor Gin había dicho el día anterior. Al llegar al cuarto y comprobar que Petra seguía dormida, era el momento perfecto para escabullirse del lugar, sin embargo, después de lo que hizo por ella, no le parecía decente marcharse sin aviso; lo mínimo era dejarle alguna nota. Por lo que sacó una hoja de su libreta, en donde le agradeció por todo y aprovechó de informarle que iría a Trost, después al hospital y si todo iba bien, tal vez esa noche podría regresar a su casa. Tenía mucho por arreglar allí y eso le serviría como distracción durante el tiempo que no le permitieran estar con Ilva.
Logró salir de allí sin toparse con nadie más, principalmente porque aún era temprano, y los sutiles rayos de luz indicaban que debía faltar alrededor de una hora para el cambio de turno.
Ya en las puertas de su distrito, los guardias la evaluaron y al reconocerla de la tarde previa, llegaron a la conclusión de no representaba ningún tipo de peligro, en especial cuando les explicó que, de hecho, vivía allí.
Lo primero sería ir a casa a dejar sus cosas, comer algo y luego vería si alguien necesitaba su ayuda en los alrededores, pero mientras avanzaba, lo que observaba le corroboró lo que supuso la noche anterior: su sector ya era zona segura. Y por la dirección que los equipos militares estaban tomando, ya sólo faltaba encargarse del sur de la ciudad, cerca de donde la brecha había sido bloqueada. Avanzó intentando no mirar detenidamente los puestos y locales abandonados, o los rostros abatidos de algunos civiles a los que habían dejado regresar para poner en orden sus hogares. Calcular la cantidad de vidas que se extinguieron en tan poco tiempo era desgarrador, y peor cuando recordaba el rostro de sus padres. Aún no, se dijo, sacudiendo su cabeza para continuar; el momento de llorarlos debía esperar.
Al ingresar en la casa pudo comprobar que todo seguía tal cual lo había dejado la noche anterior, excepto que ahora contaba con mejor visibilidad debido a la luz solar que entraba a raudales por el tragaluz sobre el mesón de venta y las ventanas que había en las otras habitaciones. Dejó sus cosas sobre una butaca y se dispuso a desayunar un trozo de pan añejo, té y algunas frutas que había encontrado en el suelo de la cocina. Para cuando terminó con eso, se puso de pie y se estiró con ganas, determinada a tratar de "revivir" el hogar que nunca volvería ser igual. Como usualmente estaba bien mantenido, partió por recoger los trozos de vidrio de los frascos que se habían caído de los estantes, teniendo el máximo cuidado de no cortarse. Luego se atavió con los usuales implementos para aseo y comenzó a desempolvar todo antes de pasar un trapo y limpiar el mobiliario. Tan concentrada estaba que no se preocupó demasiado por el tiempo, más cuando consideró que ya había pasado un buen lapso, miró el reloj sobre la chimenea, pero ver que marcaba casi las cuatro de la madrugada dejaba claro que se había estropeado. Se concentró y recordó que podría encontrar otro en el cuarto de sus padres, en el cajón de la mesita de noche de su padre; era su reloj de bolsillo y ese le decía que faltaban tres minutos para las diez de la mañana. Y como el primer horario de visita comenzaba a las once, decidió prepararse para llegar con tiempo e insistir al doctor sobre hermana si no la dejaban quedarse. Nada perdía con intentarlo.
Una vez allí se dirigió directamente a la oficina del sujeto y tocó a su puerta dos veces, pero nadie contestó. A lo mejor hoy no tiene turno aquí, sopesó desalentada. Dio media vuelta y se dirigió a la habitación de su hermana, con quien podría estar hasta una hora pasado el mediodía, según lo que dictaban las reglas. Después podría regresar por tarde y quedarse durante una hora con ella. Lo cual era poco, pero era mejor que nada.
Empujó la puerta despacio y se fijó en que la primera cama había sido ocupada, a juzgar por las cortinas corridas y de donde se podía oír la respiración de alguien dentro. Por respeto a esa persona, entró con el mayor sigilo posible y siguió de largo hasta llegar al lado de Ilva, quien estaba exactamente igual que la tarde anterior. Elia se inclinó sobre ella para saludarle con un beso en la frente, y comprobó aliviada que al menos no tenía fiebre. Se sentó a su lado, tomó su mano y comenzó a relatarle de cerca y despacio sobre todo lo que había acontecido desde su perspectiva como ciudadana de la ciudad. Le habló de la niña que el doctor Jaegar había adoptado, quien ahora era una cadete y de cómo ella les había salvado durante la evacuación. Le habló sobre los heridos que atendió en aquel bar, que no sabían a quién acudir en medio del caos; del discurso de Pixis y todo el asunto del titán aliado, que resultó ser el hijo del doctor Jaegar. Le prometió, así como había hecho al Comandante cuando solicitó prestar servicio arriba en el muro, que de ahora en adelante, intentaría aplicar al examen para ser enfermera, con tal que en un futuro no le pusieran las trabas que hoy tenía. Y en el momento en que estaba a punto de relatarle sobre su encuentro con el escuadrón de su venerado Capitán Levi, una enfermera ingresó a la habitación para revisar sus heridas y cambiar los vendajes. Era una mujer algo robusta pero no regordeta, quien debía estar en sus cuarenta y algo de años, cabello corto y rubio y de ojos entre verdes y algo saltones pero parecían ser amables. Lo cual comprobó cuando ni siquiera le hizo salir para hacer su trabajo.
- ¿Usted es familiar de la muchacha? – le preguntó la mujer, genuinamente interesada mientras preparaba todo.
- Soy su hermana mayor – le respondió Elia, poniéndose de pie para darle el espacio a ella.
- Puedo ver cierto parecido – comentó la mujer, que luego de checar la temperatura y el pulso de Ilva, se giró hacia Elia con sincera tristeza en su semblante – lamento lo que están viviendo.
Elia estaba segura de que debía estar más que al tanto del diagnóstico, con solo leer el expediente de su hermana. Por lo que le sonrió con cortesía, agradecida de su humanidad.
- Si hay algo en lo que pueda ayudarle, no dude en decirlo – le dijo la mujer – mi nombre es Griselda.
- Yo soy Elia. Mucho gusto – le respondió educadamente – si me pudiera ayudar a sacar a mi hermana de aquí, sería lo mejor que podría pasarme ahora – por un momento la vio ponerse algo nerviosa de su broma, por lo que le hizo un gesto que decía que entendía que no era posible, y eso la calmó.
- Lamento no poder ayudarle con eso, señorita – le comentó la enfermera mientras se disponía a cortar los vendajes, pero se detuvo cuando ambas oyeron unos pasos aproximándose.
- Buen día, Sra. Green – dijo el doctor Prince mirándola a ella. Cargaba una planilla bajo su brazo y un lápiz en su mano. Cuando la enfermera le saludó de vuelta, él se giró a Elia – buen día, señorita Stoltz.
- Buen día – le contestó ella, controlando su voz e intentando suavizar sus ojos, consciente de lo tensa que le ponía ver su rostro. De cualquier forma, la política y condiciones de las visitas a los establecimientos hospitalarios no eran algo que él hubiese decretado.
- Me alegra ver que está mejor hoy – le respondió él, cordial pero serio – ahora, si fuese tan amable, me gustaría ver cómo realizaría usted lo que la señora Green estaba a punto de hacer.
La enfermera lo miró algo sorprendida, pero no añadió nada. Solo se hizo hacia atrás, dándole espacio a ella, quien arrugaba el ceño, bastante desconcertada.
- ¿Qué es lo que quiere decir? – como cualquier persona, necesitaba entender qué sucedía.
- Que, después de evaluar su petición anoche y saber que su hermana no mejorará – le explicó sin disfrazar la cruda realidad, y sin confesar la otra parte de ese cambio de pensamiento – he consultado sobre su caso y me han dado el permiso para determinar si es realmente capaz de brindarle los cuidados necesarios a ella en su domicilio.
Elia abrió bastante los ojos, impresionada ante la oportunidad que le estaba dando. Intuía por su tono que había algo más que no quiso decir, pero ese no era el minuto de hacer preguntas sino el momento de llevarse a casa a su hermana. El pensamiento le infundió la energía y determinación que requería para pasar su prueba, así que respiró hondo y, luego de lavar sus manos en la batea que se hallaba sobre una mesita al lado de la cama de Ilva y colocarse los guantes, sacó con cuidado los vendajes, limpió las heridas y luego de revisar posibles infecciones, hizo las curaciones necesarias y volvió a vendarlas. Movió con cuidado su cuerpo, acomodándola en la camilla después de asearla rápida y rigurosamente haciendo uso de gazas con la precaución de no dejar humedad alrededor. Lo último que hizo fue comprobar una vez más sus signos vitales, sin mirar ni una sola vez en dirección al doctor ni a la enfermera que le observaban en silencio; únicamente resuelta a concentrar su energía en los cuidados que Ilva precisaba. Cuando terminó, se sacó los guantes y los arrojó a la basura, mientras escuchaba el sonido de la punta del lápiz de él, escribiendo varias cosas en el expediente.
- Me alegra ver que no mentía – le dijo el doctor, con absoluta neutralidad en su supuesta "alegría" pero eso le daba igual mientras lograra su objetivo – si dispone de un lugar a donde llevarla, donde esté en paz y bien equipada, puedo autorizar su traslado para mañana al mediodía – decretó aquel hombre.
Ella, que había ido con toda la intención de hostigarlo hasta que cediese a lo que acababa de decir, le sonrió por primera vez, verdaderamente agradecida. Tanto que, hasta se inclinó para demostrarle que apreciaba lo que acababa de regalarle: la certeza de que su hermana pequeña no muriera a solas en una cama de hospital.
- El lugar estará listo, doctor – le dijo ella, segura de sí – de hecho, nuestro hogar está en Trost, pero como el proceso de levantamiento está llegando a su término, me encargaré de dejar todo en orden para mañana.
- Me parece muy bien – le respondió el hombre, que se estaba girando para retirarse cuando recordó algo más que era importante hacerle saber – un oficial militar estará presente para dar aviso del traslado de la paciente en su división. Es parte del procedimiento.
Elia estaba tan contenta por lo que acababa de suceder que en realidad ese detalle le daba igual. Con tal de sacar a Ilva de allí, aceptaría cualquier condición. Así que sólo se limitó a asentir al doctor, quien respondió del mismo modo y continuó su camino hasta la primera cama con las cortinas corridas.
- Me alegro por ustedes – la enfermera seguía cerca, recolectando los utensilios que trajo consigo – aquí podemos atenderla, pero en su caso – dijo mirando a su hermana con melancolía - siempre es mejor estar con la familia.
- De verdad, muchas gracias – dijo Elia de todo corazón, ayudándole con algunas cosas.
- Si por cualquier cosa necesitan algo, no dude en venir a verme – le dijo la mujer antes de alejarse de ellas y salir del cuarto.
Elia se sentó al lado de su hermana, sacó la libreta y lápiz que siempre traía en su bolsillo, y comenzó a hacer varios listados. Organizando en su mente lo que debía hacer durante ese día, las cosas que debía comprar antes de volver a casa para los cuidados de Ilva y las que hacían falta en casa. Durante los minutos que le quedaban con ella, se puso a copiar el expediente médico y después terminó de contarle cómo se había reencontrado con Petra y compañía.
Antes de marcharse, le prometió que volvería en unas horas más. Y como sólo había un margen de cuatro horas hasta la segunda jornada de visitas por el día, sopesó que lo mejor era almorzar en un lugar de la ciudad, cerca de donde después podría comprar las cosas en su lista. Y aunque la mayor parte de dinero que poseía estaba escondido en casa, de igual modo contaba con la cantidad suficiente para abastecerse por al menos dos o tres días; ya después vería qué hacer para los venideros.
Su reloj ya marcaba las seis y era hora de marcharse por segunda vez de allí. Elia se despidió y salió del edificio cargando una pesada bolsa en la que llevaba lo que había comprado esa tarde. Sin embargo, después de avanzar solo unos pasos fuera del hospital, éstas se la cayeron del sobresaltó que dio al sentir que alguien había tocado su hombro por detrás. Se agachó distraídamente a recogerlas, y lo mismo eso aquella persona.
- Te estaba llamando desde antes de que salieras del vestíbulo – le informó su amiga alzando una ceja mientras le entregaba una de sus bolsas - ¿estás bien?
- Lo lamento, mujer – le respondió Elia un poco avergonzada. En cosa de segundos había pasado del susto había pasado a la calma – Todo bien. Es sólo que el doctor hoy me dio la autorización para traer a Ilva a casa. Iba pensando en lo que aún me falta por hacer para tener todo preparado, por eso no te escuché.
- ¡Esa sí que es una buena noticia! – se alegró la pelirroja, a pesar de saber que no se trataba de una mejora en la condición de salud de la chica. Al menos poder cuidarla brindaba cierta tranquilidad – si me necesitas, no dudes en decírmelo, ¿vale?
Elia le sonrió, por primera vez sintiendo un poco de alegría en aquellos días tan aciagos. Sabía que ella lo decía en serio, y como de hecho, estaba pensando en qué hacer cuando debiera salir a comprar lo necesario, su amiga podía apoyarla en eso.
- Sólo con la condición de que no repercuta negativamente con tu trabajo – enfatizó antes de comentarle su petición – creo que, dentro de tres días, necesitaré de tu ayuda. Sólo si puedes, Petra.
- Dalo por hecho – dijo Petra – estaremos apostados hasta nuevo aviso – comentó sin poder explicarle nada sobre la situación política y militar que estaban tratando los superiores – así que, ¿Cómo puedo ser útil?
Caminaron juntas hasta la entrada que dividía el territorio del muro Rose con el Distrito de Trost, trayecto en el cual Elia le explicó lo que planeaba hacer.
- Aunque no es perfecto, es bueno saber que las cosas hayan mejorado un poco para ustedes, Elia – le dijo su amiga, mientras se despedía de ella.
- Gracias por todo lo que has hecho, Petra – le dijo ella, más que agradecida – Sigues siendo el mismo ángel de siempre.
Sonrojada, la pelirroja se rio nerviosa y se despidió con un abrazo antes de marcharse. Elia la vio alejarse, notando que las antorchas de la ciudad ya habían sido encendidas porque la noche estaba pronta a caer sobre todos. ¡A trabajar! Se impulsó, llena de energía para terminar pronto y poder dormir; necesitaría disponer de toda la resistencia, entereza y ánimo a contar del siguiente día. Por obscuro que era el pronóstico de su hermana, Petra tenía razón; había cierto consuelo en poder acompañar a su hermana cuanto tiempo le quedase.
Una vez más, el cansancio mental y físico acumulado le habían ayudado a tener un sueño reparador. Despertó pasadas las siete de la mañana, y luego de asearse y desayunar, comenzó a preparar el almuerzo, para tener todo listo al regresar.
Más tarde y ya con todo listo salió por la puerta principal, experimentando cierta satisfacción al ver que algunas familias habían comenzado a regresar a sus casas; eso indicaba que, aunque no sería fácil, su ciudad estaba volviendo a la vida poco a poco. Pero ellos no parecían contentos ni por asomo. En las caras de quienes observaba al pasar o conversando entre sí, no había más que expresiones de tristeza. Siendo la de los uniformados la más marcadas por un sentimiento de desolación. No fue sino hasta que llegó a la muralla que entendió lo que sucedía a su alrededor al ver unos carteles, informando que al atardecer se llevaría a cabo un funeral masivo en honor a todos los soldados y ciudadanos caídos en Trost. Un nudo se le hizo en la garganta, porque trajo consigo una vez más el recuerdo de la pérdida que intentaba suprimir para no derrumbarse. Y esta vez se sumaba la vida de los chicos que habían hecho posible tener consigo a Ilva, independiente del estado en que se encontrara; ellos dieron sus vidas por intentar salvarla y eso significaba más que cualquier otra cosa. Elia pensó en alguna manera de rendirles un pequeño tributo, dado a que no podría asistir. Y para cuando llegó a la entrada del hospital, una idea rondaba su cabeza; una que sabía, a su hermana también le hubiese parecido correcta.
Se encaminó directamente a la habitación donde ella seguía interna y saludó educadamente a la enfermera que estaba de turno y atendiendo al paciente de la primera cama. Daba igual que fuese desconocida; la educación jamás estaba demás. Al llegar donde su hermana, una pequeña sonrisa se posó en sus labios al comprobar que los moretones comenzaban a cambiar de color, dejando ver que desaparecerían en uno o dos días. Se acercó a saludarla y luego de comprobar que no tuviese ningún retroceso, le comentó lo que había estado ideando minutos atrás. Era claro que ella no le podría responder, pero también sabía que nadie podía asegurar que un paciente no oyera nada al estar en coma. Por lo que Elia se sentó a su lado y comenzó a escribir unas breves líneas que esperaba, el oficial que viniera a fiscalizar el alta de su hermana aceptara llevar a la ceremonia para colocarla en la pira funeraria; era el único modo en que ellas podían ser parte de esa despedida. Al terminarla, releyó el mensaje varias veces antes de quedar satisfecha con el resultado. Después del octavo y final intento, miró su reloj y se percató de que había transcurrido más de una hora desde que llegó, pero el doctor no aparecía. Y como solo él podía darle el alta, no podía permitirse dejar pasar su momento y que le dijeran que el horario de visitas había terminado sin haber hablado con él, y sin llevarse a Ilva, por lo que decidió ir a buscarle en su oficina.
A medida que se acercaba, su nerviosismo crecía imaginando que tal vez no lo encontraría, pero exhaló relajada apenas vio que su puerta estaba entreabierta, confirmando la presencia del hombre allí dentro. Iba a tocar, pero se detuvo inmediatamente cuando una voz que no era la de éste, y que ahora ella reconocía, se oyó con claridad.
- Muchas veces lo obvio es lo más sensato por hacer – aquel tono serio e intimidante era inconfundible. Ese hombre era de esas personas que te dejaban una impresión, quisieras o no.
- La perspectiva militar no suele ser la misma que la médica, Capitán Levi – rebatió el doctor, intentando disimular el miedo que le causaba el sujeto, pero sonaba convencido de sus propias palabras – si hago esto, es únicamente porque usted está tomando la responsabilidad y asumiendo cualquier consecuencia imprevista del estado de la paciente.
El Capitán soltó una especie de resoplido lleno de impaciencia.
- ¿Acaso cree que la matará? – le soltó irónico y sin ningún tapujo – ¿Qué otra cosa podría sucederle a la muchacha, si su problema radica en el hecho de que su muerte es inminente? Es estúpidamente absurdo - le espetó.
- No, pero… - alcanzó a balbucear el doctor, antes de ser interrumpido por él.
- ¿Es humano que pase sus últimos días en un hospital, donde en cualquier momento dejará de respirar y nadie lo note hasta horas después? – ilustró bastante irritado, pero sin necesidad de subir el tono de su voz – Si no tuviese a nadie tendría razón, pero ese no es el caso.
Elia podía imaginar la expresión del médico, totalmente arrinconado por ese hombre que probablemente era capaz de intimidar a la persona más valiente. Ella misma no podía creer lo que sucedía, ni que él fuese la razón por la que podría llevarse de allí a su hermana. ¿Acaso la conocía y por eso trataba de ayudarle? Es lo único que podría explicar su comportamiento, pero al mismo tiempo lo dudaba porque es lo primero que su hermana le hubiese dicho a todo el mundo.
- Si algo fuera de lo esperado sucede, asumiré los cargos así que deme el documento para firmarlo de una vez – demandó sin necesidad de siquiera subir su tono.
Ayudar a Ilva era una cosa, pero asumir la responsabilidad legal era totalmente distinto. Él no la conocía a ella, quien se haría cargo de la soldado, y aun así estaba confiando ciegamente en su persona sin siquiera ponerla sobre aviso antes. Estaba anonadada, no había otro calificativo para su estupefacción.
No era necesario seguir allí, porque una fuerza de carácter y argumentos como los de aquel hombre hacían imposible una negación por parte del doctor. Por eso se giró sobre sus talones y se encaminó de regreso por donde había venido y adonde ellos llegarían pronto.
Cuando llegó al lado de ella se sentó a su lado y tomó su mano derecha entre las suyas, y se acercó hasta ésta, apoyando su mejilla contra su dorso. Así se quedó unos momentos, concentrada en el palpitar del pulso de su pulso y su reconfortante calidez, pensando qué hacer o decir cuando llegaran los dos sujetos. Concluyendo que en realidad lo más sensato era seguirles la corriente y actuar con normalidad; se suponía que no los había escuchado hablar, así que no le quedaba más remedio que actuar como tal.
- Buen día, señorita Stoltz – le saludó el doctor con formalidad, quien entró a la habitación junto con una joven enfermera y ese hombre detrás de ambos - ¿se encuentra lista?
La enfermera le saludo con un sutil gesto de su cabeza, pero el hombre no dio muestras de querer decir o agregar nada. Ni siquiera la estaba mirando; sus ojos estaban concentrados en su hermana.
- Por supuesto – dijo firme, rogando internamente salir de allí pronto – todo en orden.
El médico sonrió algo nervioso y luego se giró a pedir a la enfermera que apenas terminara de revisar a la paciente, bajara a avisar al encargado de que tuviesen listo uno de los carros dentro de media hora. Explicó a Elia que esto era una excepción por el estado de la muchacha y que esperaba por su comodidad, su transición no fuese complicada ni demasiado extensa. Palabras innecesarias que gustosamente se las hubiese respondido con una bofetada, pero eso podría arruinar todo así que apretó los puños mientras sonreía intentando relajarse. Sabía que su mirada la delataba, pero el tipo era tan ciego o simplemente estaba apurado en desentenderse de todo, que no dijo nada más que "buena suerte" antes de retirarse. Al seguirle con la mirada, pudo vislumbrar por uno segundos lo enfurecido que el Capitán estaba entretanto lo seguía con la vista, por eso no reparó en que ella le estaba mirando.
- Volveré a buscarles en unos minutos, señorita – interrumpió la enfermera, llevándose consigo el cuaderno bitácora que guardaban en el velador de cada paciente. El mismo al que Elia había aprovechado de hacer una copia para sí el día anterior.
- Gracias – le respondió ella, contenta de salir de ese lugar.
- Señorita – finalmente lo vio dirigirse a ella, pero tan rápido como habló, le vio salir detrás de la enfermera.
Se fue sin más, sin darle tiempo de nada más que devolverle la mirada lo más tranquila posible, sin poder más que resoplar un poco contrita de fingir que nada sabía.
Minutos más tarde, la enfermera volvía con unos camilleros y le indicó que les siguiera junto con ella. Caminaron despacio, siguiéndoles de cerca y atenta al cuidado con el que movían a Ilva, que seguía tan dormida como antes.
Ya en las afueras y con su hermana instalada en el vehículo, ellos dos se subieron y se ubicaron junto al conductor. La enfermera se acercó a ella y le pidió que firmara un documento como parte del "alta anticipada" de la paciente. Pensó que podía ser el mismo que él había firmado antes, pero no había ninguna otra firma allí, siendo claro que no era el mismo papel. Elia lo firmó rápidamente y se lo entregó a la muchacha, quien la despidió y se metió de vuelta al edificio con prisa.
- ¿Nos vamos? – le preguntó la voz de quien menos esperaba, sobresaltándola por segunda vez.
De alguna manera, estaba a su lado, señalando al vehículo para que subiera pronto. A diferencia del tono severo e impaciente que usó con el doctor, ahora solo parecía cansado, pero no creía que por algo que estuviese relacionado con ellas.
- ¿Usted irá con nosotros? – fue lo único que logró preguntarle, algo confundida.
- El doctor mencionó que le había informado que un oficial iría con ustedes para comprobar si el lugar cumple los requerimientos, o si es mejor asignarle uno en los cuarteles – respondió él, esta vez un poco exasperado.
- Dijo algo similar pero no como usted lo acaba de plantear – le confesó, tratando de recordar las palabras exactas. Sin embargo, ya poco importaba – pero no hay problema por mi parte – le dijo entretanto subía y se instalaba cerca de Ilva, consciente de que él le siguió de cerca pero se sentó al otro extremo del carro, dando al conductor la orden de partir.
Durante el trayecto, el único intercambio que apenas tuvieron fue para guiar al hombre en la dirección correcta y adonde no tardaron demasiado en llegar. El Capitán fue el primero en bajar, los camilleros después y uno de ellos se acercó para ayudarle a bajar a ella.
Elia se mantenía atenta al cuidado que tenían para con su hermana, pero no sin darse cuenta antes de que él observaba todo el sector mientras esperaba a que ella guiara al grupo hasta su casa. Elia se apresuró en abrir la puerta, dando espacio a los dos sujetos de pasar cargando a Ilva, acompañándolos en todo momento del traslado y dejando que el Capitán hiciera su trabajo como mejor le pareciera. Lo único que sabía con certeza en ese instante era lo increíblemente mejor que se sentía al ver a su hermana en su hogar y sobre su cama, donde ellos la habían colocado con bastante cuidado. Sólo por eso, lo menos que podía era ser amable. Pero se distrajo brevemente al ver que el oficial se paseaba en absoluto silencio, revisando cada rincón con ojo crítico e incluso palpando sus muebles hasta el punto de olfatear sus dedos por si había algo que su tacto no percibiera. Era un tanto extraño, pero podía entenderlo. De todas maneras estaba totalmente tranquila ante su escrutinio, porque ser una maniática, como su hermana solía llamarle, tenía sus ventajas.
- ¿Quisieran beber un poco de agua? – les ofreció a todos los presentes, pero los dos hombres eran los únicos que la miraban.
- Gracias señorita, pero debemos irnos – contestó uno de los camilleros, mirando hacia atrás, donde el cochero seguía al lado de la carreta, esperándoles.
- Es una pena pero debemos regresar de inmediato – añadió el otro, por un segundo mirando enojado a su camarada. Luego volvió hacia ella y le sonrió abiertamente – gracias de todos modos.
- A ustedes – respondió ella con gesto solemne.
Dicho esto último, ambos salieron de la casa cerrando la puerta tras de sí. Dejándola allí con un Capitán Levi que la observaba desde que ellos se marcharon.
- ¿Todo en orden, señor? – le preguntó, confrontando su intensa mirada.
Se notaba que el hombre era bastante hosco, corto de genio e intimidante, pero para ella todo eso había quedado atrás desde que le escuchó en ese despacho. Seguía respetándolo, pero si alguna vez la asustó, eso ya era cosa del pasado.
Él solo la miró a los ojos unos momentos, y luego se dirigió al cuarto donde estaba Ilva, para regresar dos minutos después al mismo punto de antes.
- No tengo nada que objetar – le respondió con seriedad mientras asentía levemente e iba de camino a la puerta cuando ella recordó algo importante.
- Espere, por favor – le pidió, aproximándose a él. Quien por su parte se detuvo, se dio la vuelta y se quedó mirándole con reserva, pero atento.
Ahora o nunca, se dijo Elia, esperando que aceptara.
- Supe que hoy es la Ceremonia de despedida – comenzó ella, directo al grano con una persona que claramente nunca se andaba con rodeos – quería preguntarle si usted asistirá.
Levi la miró pensativo, consciente de que ella se refería al funeral.
- Será dentro de unas horas pero efectivamente, debo estar presente – le respondió, dejando entrever un poco de incomodidad en sus ojos. Luego volvió a parecer tan impertérrito como siempre - ¿Por qué lo pregunta? – agregó inquisitivo.
- Lamento importunarlo, pero quisiera pedirle un favor – le dijo ella, mientras buscaba el objeto en el bolsillo de sus pantalones y se lo tendía a él, sosteniéndolo con ambas manos respetuosamente – no puedo asistir por mi cuenta, pero le agradecería mucho si usted pudiera colocar esto en la pira, por favor.
Levi la tomó sin pensarlo demasiado, observó la hoja doblada dos veces antes de comentarle lo obvio.
- No está sellado – enfatizó.
- No es algo privado – dijo ella, mirando por unos segundos hacia atrás, donde ambos sabían que estaba su hermana – no tengo derecho a pedirle que se las lea, por eso me conformo con que pueda dejarla junto a los cuerpos para que arda junto con ellos – le explicó.
- Ya veo – le oyó decir, pensativo. Luego la guardó en el bolsillo superior de su chaqueta y volvió a inclinar su cabeza – Con su permiso – dijo con respeto y sin decir más, se retiró.
Una vez más, le negó la instancia de poder siquiera de decirle "gracias"; no solo por su petición, sino por todo lo que había hecho, y que incluso ahora ni siquiera mencionó. Él tenía todo el derecho de soltarle que más le valía hacer un buen trabajo, por el bien de su reputación, pero quedaba claro que no era el tipo de hombres al que le importaba algo tan banal.
Elia se encogió de hombros e inconscientemente soltó un suspiro mientras se acercaba a cerrar bien la puerta de entrada. Ya después de lavar sus manos meticulosamente, se fue con Ilva para comenzar a idear un itinerario y así cuidar de ella lo mejor posible.
- Tu venerado Capitán Levi es todo un personaje, hermana – le comentó a la chica, que seguía tan dormida como antes – comienzo a entender un poco por qué lo idolatras tanto.
La espera lo tenía un poco intranquilo pero al menor ya tenía la certeza y el sosiego de que se celebraría un juicio para tratar el destino del muchacho; si éste claramente se comportaba hasta entonces.
El amanecer había llegado hace poco pero como era sábado, la mayoría de las personas en el recinto comenzaban sus actividades un poco más tarde o estaban preparando todo para la ceremonia.
Decidió tomarse una breve pausa de su discurso para aquella noche, en la cual se llevaría a cabo el funeral. No podían permitirse el lujo de esperar más tiempo, por condiciones sanitarias y porque ya habían recolectado todo lo que habían podido de las víctimas. En eso estaba Erwin Smith hasta que se hubo estirado en su silla, dispuesto a prepararse una taza de té y atento a los pasos que escuchaba aproximándose. Por un segundo pensó que se trataba de Levi, quien siempre se levantaba temprano, pero el ritmo de estos le decían otra cosa.
- Adelante – dijo el Comandante desde la mesita al lado de su escritorio, justo después de que tocaran a su puerta.
La puerta chirrió levemente al ser empujada por un hombre de edad avanzada, con calvicie y un poblado bigote canoso. Su mirada era cordial pero reservada, como siempre.
- Buen día Erwin – le saludo mientras se quedaba de pie, tras haber cerrado la puerta.
- Buenos días, Comandante Pixis – saludo el rubio con respeto, consciente de que habían hablado hacía dos noches, mientras caminaban casualmente sobre el muro – tome asiento, por favor – señaló a la habitación, dándole a escoger - ¿gusta algo de beber? – le preguntó con cortesía.
- Un poco de té con leche, por favor – aceptó el hombre, sentándose en una de las sillas que usualmente utilizaban para reuniones – creo que aún es temprano para algo más fuerte.
El Comandante de la Legión se encaminó a tomar asiento frente al hombre, colocando su bebida y la de él sobre la mesa. Por el rabillo del ojo vio como él se tomaba su tiempo para colocar azúcar y revolver el contenido de su taza con deliberada lentitud.
- Estoy aquí porque creo que es lo más sensato, dadas las circunstancias – comenzó Pixis, alisando su bigote como solía hacer cuando sopesaba algo serio.
- Agradezco su confianza, señor – Erwin inclinó levemente su cabeza en señal de respeto - ¿es sobre el muchacho?
- Si, y no – respondió el veterano – estoy aquí porque, a pesar de que no comparto con usted en totalidad algunos métodos de acción que ha tomado, quiero creer que su objetivo es en beneficio de nuestra raza.
Erwin dio un sorbo a su té y lo miró con atención. Mostrándole en su firmeza que así era.
- Como bien sabes, la Policía Militar quiere matar al chico y considero que es la decisión equivocada – dijo contrariado.
- El miedo y la ignorancia a veces nos hace escoger el camino equivocado, Comandante – comentó Erwin con tranquilidad, repitiendo las palabras de Hange.
Esa fue la razón por la que su padre había desaparecido y luego hallado muerto: sólo por saber o pensar más de la cuenta. Por buscar la verdad, él había sido considerado un peligro.
- Concuerdo con ello, pero no podemos permitirnos un error como este – comentó el hombre – porque el muchacho representa una oportunidad que jamás soñamos con tener. Sé que piensas lo mismo, Erwin – quien asintió a su comentario – y es por eso por lo que confío en tu juicio.
- ¿En qué puedo ayudar, Comandante? – dijo el rubio, que aunque mantenía su semblante estoico, estaba agradecido de ver que Pixis se preocupaba del bien común, sin intereses propios de por medio.
- Como imaginaba, y aunque es un rumor, quien presidirá el juicio del joven Jaegar será el Generalísimo Zackly – luego de decir aquello, un leve brillo iluminó sus ojos – lo cual nos da una oportunidad si jugamos bien nuestras cartas.
- Le escucho – dijo el Comandante Erwin, atento y al mismo tiempo cavilando lo que esta información podía significar.
- Aunque nuestra interacción fue breve, el muchacho es uno de aquellos soldados que realmente está comprometido con esta batalla – comenzó el hombre – primero porque pude ver que le importaba más la vida de sus amigos que la propia. En segundo lugar, porque no creo equivocarme al aseverar que desconocía su condición y habilidad de convertirse en titán, y finalmente, porque me comentó algo curioso cuando le pregunté cómo era posible que pudiera transformarse así.
El Comandante Pixis podía ver que a pesar de mantener su rostro inexpresivo, la mirada de Erwin tenía una intensidad aplastante. No podía adivinar lo que pensaba, pero sí podía intuir lo mucho que esta información significaba.
- Sobre esto último – continuó – me dijo que lo desconocía. Pero de algún modo sabía que su padre le había hecho algo que tenía relación con ello. Me habló de una promesa de compartir la verdad del mundo con él, cuando hubiese regresado de su trabajo – esta vez el hombre se vio un poco abatido – pero Shiganshina cayó antes de que eso pasara.
- ¿Su padre murió en el ataque? – preguntó el rubio y el Comandante negó con la cabeza en silencio.
- Nadie sabe su paradero, pero el chico cree que no, porque esa mañana había salido de la zona – indicó mientras daba el paso decisivo a confiar en el comandante de la Legión – pero la información está allí. En su Distrito, bajo un montón de escombros en territorio de titanes – dicho esto último, sacó de su bolsillo interior una llave mediana y de plata que colgaba de un hilo de cuero negro. El objeto se balanceaba despacio e inofensivo en el aire, sujeto por el anciano.
El Comandante Erwin se quedó mudo por la sorpresa. ¿Acaso era posible que la verdad de todo estuviese tan cerca, y a la vez tan lejos? Aun así, solo entender que existía la posibilidad de alcanzarla lo dejaba atónito. Y ya no pudo disimular su asombro cuando el viejo Comandante la puso sobre la mesa y la acercó hacia él.
- Yo no puedo ni debo tenerla – explicó Pixis – porque aunque desee hacer algo, no cuento con los recursos directos para movilizar una operación que logre llegar allí. Sin mencionar que perdí muchos soldados en Trost, y los que quedan están aterrorizados – comentó algo decepcionado. Luego alzó la mirada a él, firme en su decisión – Por eso creo que es imprescindible que el chico y esta llave estén a tu cuidado. Solo así podemos tener oportunidad de llegar allí algún día. La Policía Militar está tan corrompida que no sabría decir qué planearían hacer con esto, pero que quieran eliminar al chico me hace sospechar que no sería diferente con esto – dijo señalando con los ojos al objeto en cuestión - Por eso me inclino hacia la persona que he visto por años luchar y fortalecer una división completa.
- Su confianza significa más de lo que puedo expresar, señor – dijo Erwin con la mirada fija en el hombre frente a sí – esperaré hasta el momento en que nos permitan hablar con el muchacho y en base a ello, podremos trazar un plan.
- Eso espero – comentó Pixis, que se bebió lo que quedaba de su bebida, se colocó de pie y le tendió la mano respetuosamente.
- Muchas gracias, Comandante – dijo Erwin, quien se había levantado junto con él y antes de estrecharla con solidez, realizó una reverencia de treinta grados, mostrando verdadero respeto ante ese hombre.
El viejo oficial sonrió satisfecho, se dio media vuelta y se marchó en silencio. Dejando al joven Comandante reflexionando, aún de pie en el mismo sitio, sin poder creer en lo que estaba ocurriendo. Erwin se giró en dirección a la mesa y al ver el objeto sobre ella lo volvió a asaltar la magnitud de lo que estaba ocurriendo.
Ahí estaba la llave al mundo, a una verdad por la que su padre había muerto y que además de significar una verdadera esperanza para la humanidad, también era la esperanza de cumplir su sueño y el de su progenitor.
Sé que es algo desesperante ver estas pequeñas interacciones, pero como dije en el capítulo anterior, intento desarrollar un lazo entre Levi y Elia, quien lo tenía todo, y al igual que Eren, terminó perdiéndolo dolorosamente de un momento a otro, y más con lo que sabe que se avecina y sin nada que pueda hacer por cambiarlo.
Es un alivio saber que en los capítulos venideros las cosas irán tomando un nuevo curso, pero es natural hacerlo paulatinamente al tratarse de Levi. Bajo apreciación personal, me es imposible imaginarlo como el tipo de hombre al que le interesa alguien solo por lo físico, o alguien que no tiene en cuenta los sentimientos de otra persona. Esto lo digo en base a todo lo que él vivió con su madre, y la línea de trabajo en la que Kuchel se vio obligada a sobrevivir. Por esa razón pienso que él, malhablado, hosco y violento como le vemos, en el fondo es una gran persona pero que ha sufrido enormemente, por eso sería diferente al conectarse con alguien a quien está conociendo por accidente. Y no está demás mencionar la cantidad de problemas y preocupaciones que vive aparte con sus obligaciones como militar.
PS. Como probablemente ya notaron, a veces los POV no son únicamente de un solo personaje. Trato de no recurrir a contar lo mismo desde otra perspectiva a no ser que sea realmente imperativo, como lo fue la primera vez que se vieron.
Bueno, por ahora me despido y continuaré trabajando en lo que viene de esta historia.
Espero lo disfruten.
Namárië
