Disclaimer: Esta historia está inspirada, en parte, en el universo detallado en la saga cazadores oscuros de Sherrilyn Kenyon, mezclado con el universo de Harry Potter de J.K Rowling. Salvo algún que otro personaje de mi invención, todos los ambientes, personajes, argumentos, hechizos y todo lo reconocible pertenece a las dos autoras, yo solo los tomo los mezclo y agrego cosas.
ACLARACIÓN: NO ES NECESARIO LEER O HABER LEIDO LA SAGA DE CAZADORES OSCUROS PARA ENTENDER LA HISTORIA, YA QUE LAS PARTES IMPORTANTES DE LA TRAMA SERÁN EXPLICADAS.
SI LEISTE LA SAGA: puede que algunos personajes y/o destinos de los mismos hayan sido levemente modificados por el bien de esta trama.
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Capitulo 4:
Estaba aburrida. Hacia aproximadamente cien años que no estaba en completa inactividad. Ni bien salió de Hogwarts ella se abocó a sus estudios, y luego a realizar las residencias medicas en el mundo mágico y el muggle. Inmediatamente después, ella consiguió trabajo y desde ahí nunca paró, más que para trasladarse a sitios donde no supiesen que no envejecía.
La pequeña villa tenía un interior amplio, lleno de estatuas romanas y una fuente que dominaba todo el centro de la estancia. La noche anterior había recorrido el sitio y sabía que había un gran patio con pérgolas y galerías que debían ser frescas en verano.
El suelo adoquinado le recordaba a las villas romanas que había conocido en un viaje a Italia con sus padres. Afuera era de día, la casa debía ser hermosa con la luz del sol desbordándose a raudales por los amplios ventanales. Para su desgracia, gruesas cortinas de acero bloqueaban cualquier mínimo rayo de sol. Llevaba tres días en la oscuridad pues su anfitrión era, para simplificar, extremadamente alérgico al sol. Él literalmente se quemaría vivió si ella abriese las cortinas en una estancia donde el estuviese.
Vagó por el salón hasta encontrar un control remoto. En él se observaba la palabra persiana y dos botones indicaban que podían abrirse o cerrarse las mismas. Con ansias de luz ella presionó el botón de apertura. Ella podría abrir la habitación por unos minutos y su anfitrión jamás lo sabría.
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Cabalgaba sobre su caballo, Ajax boqueaba por el esfuerzo, y la armadura sobre su pecho lo abrasaba debido a la temperatura que obtenía del calor del sol. Necesitaba llegar a su villa a tiempo, necesitaba saber que ella estaba a salvo.
Un mensajero había dicho que debía volver a casa. Su esposa Helena estaba en peligro al igual que sus pequeños hijos Drusilla y Tiberius. Al ver humo en el horizonte su corazón se estrujó. Ese fuego solo podía estar en un lugar, en su casa.
Azuzó al caballo para que corriese más rápido. Durante su alocada carrera pensó más de una vez bajar del animal y correr hacia la casa. Sabía que Ajax se movía lo más rápido que podía, pero el mejor esfuerzo de su garañón, aun era lento para su necesidad.
Fue inútil. Al llegar, su casa estaba en llamas y en el portal, sus enemigos, habían dejado el peor de los presentes. Sus piernas no lo sostuvieron y cayó de rodillas mientras rugía su pena ante la escalofriante escena. Su preciosa esposa Helena yacía en el suelo ultrajada, mientras que del dintel colgaban los pies descalzos, muertos, de su niña Drusilla. Junto a ella, en una pequeña cruz de madera habían crucificado a su muchacho, a su orgullo, a Tiberius.
Habían cortado el rostro de su esposa, habían cercenado con una daga toda su belleza. Luego la habían torturado hasta la muerte. Su muchacho solo tenía doce años cuando fue crucificado, como un criminal común, en la entrada de su casa paterna. Octavius no podía empezar a dimensionar cuánto dolor había sentido su hijo antes de morir. Al menos su hija de tres años había tenido una muerte mas piadosa, aunque no menos injusta.
Ellos eran inocentes y habían pagado por los pecados de su padre y esposo. Él los había arrastrado hacia el infierno por su ambición. Ahora era cuando se daba cuenta que lo único valioso en su vida eran esas tres personas que estaban muertas frente a él.
Nacido como esclavo en la finca del padre de Helena, el General Titus de Herculano, Octavius había ganado su libertad al salvar a Helena de unos asaltantes camino a Roma, cuando ellos no llegaban a los quince años.
Con su libertad recuperada, Octavius se enlistó en el ejército romano y rápidamente comenzó a escalar posiciones con el único fin de ser lo suficientemente rico como para reclamar la mano de la bella Helena. En menos de tres años, Octavius había alcanzado el rango de general de su legión.
Titus no puso objeciones cuando Octavius se presentó en su casa pidiendo la mano de su hija. El anciano general sabía que nadie protegería mejor a su hija que el ex esclavo. Pero Titus se había equivocado, porque ahora su única hija y nietos estaban muertos.
Octavius hizo enemigos muy pronto dentro del ejercito. La mayoría de los legionarios eran descendientes de las más distinguidas familias patricias, y que un liberto los comandase era una deshonra para ellos. Ninguno de ellos comprendía que un esclavo hubiera podido comandar una legión romana, siendo que él siquiera debería poder alzar sus ojos en la dirección de ellos.
Con sus manos descubiertas arrancó los gruesos clavos de las manos y pies de su hijo, arrancó varias de sus propias uñas antes de poder liberarlo. Parecía pequeño cuando lo acostó junto a su madre, a quien había cubierto con su manto. Acunó en sus brazos a la pequeña, salvo por la línea roja que estaba entorno a su cuello, parecía como si ella durmiese. La puso sobre el pecho de su madre.
A poca distancia la casa ardía todavía, enmascarando la columna de humo y ceniza volcánica que se desprendía de la chimenea del volcán Vesubio.
Con el rostro cubierto en lágrimas de dolor, Octavius cavó las tumbas y los colocó mirando hacia el sitio donde Helena adoraba ver el amanecer. Colocó un óbolo de oro en cada una de sus bocas y besó los labios de su mujer por última vez. Luego los cubrió con tierra, rezando que Caronte los llevase a salvo hacia el más allá.
-que escena tan tierna nos regalas esclavo. Besas una prostituta muerta dentro de su tumba.
- tú, ¿tú asesinaste a mi familia?
- oh, no. Yo no llamaría asesinar. Yo le diría, mas bien, hacerse cargo de una plaga.
Octavius cargó contra Escipión. Él estaba desarmado en ese instante, pero su ira era cegadora y comprendia la franca desventaja en la que se hallaba. Pero no llegó a tocarlo siquiera, mas soldados armados salieron de la nada y lo subyugaron muy pronto.
Escipión había sido su segundo al mando. Él era un sobrino del emperador y jamás había estado de acuerdo con que Octavius fuera general, así que le había tendido una trampa y masacrado su familia.
Mientras estaba inmovilizado, Octavius miraba con odio a quien pensó que cuidaría su espalda durante las batallas. Que iluso había sido al darle el puesto de subcomandante, ahora debía pagar por su exceso de confianza. Octavius se removió en sus ataduras, mientras Escipión caminaba hacia la sepultura abierta de su esposa e hijos.
- ¿sabes una cosa hermano?, tu esposa gritó como una perra en celo cuando mis soldados la poseyeron. Ella pidió clemencia por el niño que crecía en su vientre. ¿Sabías que la bella Helena estaba embarazada? Por poco tiempo no trajo al mundo otro hijo de un esclavo.
-¡BESTIA!, ¡ASESINO!, ¡NO PUDISTE ENFRENTARTE A MI Y TUVISTE QUE MASACRAR A MI FAMILIA!, ¡ASESINO, SUELTAME AHORA Y PELEA MALDITO COBARDE!
- No lo haré mi general. Jamás sería capaz de desafiar a duelo a un superior. No soy digno de una lucha con usted, mi general.
- ¡Eres un cobarde!
- silencio. Amordácenlo. Attius Corvus nos espera en el circo. Me han dado una buena cantidad por él en Pompeya. Esta noche el lupanar corre por cuenta de nuestro amigo Octavius.
Los soldados que acompañaban a Escipión comenzaron a reírse y se mantuvieron expectantes ante la idea de acudir a un prostíbulo pompeyano completamente gratis. Los lupanares de Pompeya eran conocidos por la calidad de sus prostitutas y el sabor de sus vinos.
Al llegar al circo, Attius lo encadenó a una columna en el centro de la pequeña arena. Así pasaban el primeros días todos los nuevos gladiadores que Attius Corvus adquiría. Con la sobreexposición a los elementos y al hambre, él doblegaba el espíritu de los más fieros guerreros para hacerlos luchar por él en las peleas de gladiadores.
Cuando el volcán comenzó a rugir, Attius fue el primero en huir de Pompeya, junto la mayoría de los ciudadanos libres y acaudalados. Attius Corvus no se preocupó por liberar a sus gladiadores para que pudiesen refugiarse ante la furia del volcán a sus espaldas.
La primera ciudad en ser alcanzada por el flujo piroplastico fue su amada Herculano. Los cuerpos de su esposa e hijos se habían perdido irremediablemente bajo toneladas de escombro y ceniza, la villa del padre de Helena y la suya propia desaparecieron del horizonte.
El ruido de las personas de Pompeya intentando huir era ensordecedor. Sus muñecas estaban en carne viva mientras intentaba inútilmente arrancar la gruesa cadena que estaba firmemente amurada a la columna y lo mantenía retenido en la línea de fuego de la nube piroplastica.
Su alma clamó por justicia y venganza. Gritó su dolor junto a cientos de almas inocentes cuando el calor abrasador de la erupción del Vesubio llegó hasta él ampollando y agrietando su piel.
Despertó de golpe, bañado en sudor y cubierto de ampollas lacerantes que se producían debido a cada fino rayo de sol que daba sobre su torso desnudo. Ya no estaba en Pompeya en el año 79 después de Cristo, el estaba en su casa de Nueva York, ahora era un cazador oscuro. La persiana poco podía hacer por cubrir su cuerpo de los rayos solares, y su piel ardía por el contacto.
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Cuando oyó gritar a Octavius rápidamente cerró las persianas de acero. Él hombre había despertado del lado equivocado de la cama y no quería que se enojara con ella por haber abierto las persianas de la planta baja.
- Que mierda estabas haciendo Astrid. ¿Cómo se te ocurre abrir así las persianas?, ¿estás loca bruja o acaso quieres matarme?
Astrid giró sobre sus pies solo para ver la piel enrojecida de Octavius. Su estomago dio un vuelco cuando comprendió que, al parecer, el inocente control remoto controlaba toda la casa y no el salón como ella había previsto.
- Lo siento, no sabía que ese control pertenecía a toda la casa. Supuse que solamente era de esta habitación.
- creíste mal princesa. Y casi muero quemado allí arriba por tu insolencia.
- Lo siento Octavius.
Ella pudo observar las grandes ampollas que cubrían el cuerpo musculoso y atlético de él. Sus grandes ojos negros estaban inyectados en furia y no pudo más que encogerse de miedo. Octavius estaba realmente enojado, y podía adivinar que también estaba adolorido.
Él se disponía a girarse para volver a su habitación cuando ella posó su pequeña mano sobre su brazo. Ella se veía realmente acongojada por su dolor y ver en Astrid el bello rostro de su esposa, que segundos antes había visto mal herido, lo hizo claudicar.
Octavius se dejó curar por Astrid a regañadientes. Ella cubrió con experticia cada herida producida con un ungüento especial para las quemaduras de sol. Y se dejó envolver por el perfume de jazmines que ella emanaba. Por primera vez, en más de dos mil años, sentía el toque afectuoso de una mujer a la que no hubiese pagado por su cariño momentáneo.
Cuando ella se dio por satisfecha en cuanto a la salud de su paciente, posó su mirada en los negros ojos de Octavius, la ira en él había desaparecido. Un escalofrío se deslizó por su columna vertebral y una atracción que jamás había sentido tiró de ella hacia el cazador oscuro.
Preso del mismo magnetismo que mantenía a la bruja, Octavius se inclinó hacia los rosados labios que lo invitaban entreabiertos. Ella no se apartó ante su avance. Astrid jamás había sentido las sensaciones que ese pequeño contacto le dio.
No es que Astrid jamás hubiese besado. Ella había tenido varios novios en sus tiempos de Hogwarts, pero siendo la hija de una ex ministra de magia y el dueño del máximo emporio de pociones, ninguno de sus novios se había atrevido a ir más allá con ella por miedo a las represalias.
Draco había sido demasiado celoso y se dejaba caer periódicamente por el colegio e intimidaba a todos los que querían toquetear a su niña.
Luego de Hogwarts, Astrid se había concentrando en su carrera y no había aceptado ninguna de las invitaciones de sus compañeros de trabajo. Habiendo detenido su envejecimiento a los veintiocho años, la hija menor de los Malfoy se negaba a enamorarse de cualquier humano que la abandonase al descubrir su naturaleza. O peor, enamorarse de alguien que no fuese su pareja ideal y tener que abandonarlo.
En ese beso, el cazador oscuro estaba despertando sensaciones que no sabía que tenía. Estaba dándole todo un nuevo sentido a su conocimiento de lo que era ser besada. Y cuando él se separó, y sin decir palabras se fue. Ella sintió hambre. Un hambre que nunca había sentido y que solo podría saciar con el cuerpo de ese hombre.
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N.a: capitulo cortito porque no quería irme de vacaciones de semana santa sin dejar, aunque sea, un adelanto en esta historia. Me voy de vacaciones cerca de la casa de Pólux (o mejor dicho del lugar que sirvió de inspiración), así que seguramente traeré nuevas ideas desde ese escenario.
Siempre espero sus comentarios porque los adoro. HASTA LA PROXIMA!
