LA ROSA SALVAJE
2. Pacto
[La Historia, imágenes y personajes NO me pertenecen, los tome para entretenimiento, SIN ánimo de LUCRO]
Parecía como si el propio sol volara, abrasador y deslumbrante, en lo alto del cielo. Pero de pronto la inmensa piedra -envuelta en lino empapado de aceite y en llamas- cayó, y al otro lado de los muros de piedra y de los acantilados que rodeaban el castillo de Byakugan se oyeron gritos de angustia y miedo.
El cañón de Naruto tronaba y rugía, pero el muro de piedra era tan grueso que surtía poco efecto y la catapulta, construida apresuradamente, no tardó en volver a entrar en acción.
Había un estruendo infernal, y en medio del fuego y la pólvora que viciaban el aire, no resultaba fácil ver quiénes eran esos hombres o a quién seguían. Costaba incluso distinguir los blasones con la rosa roja que representaban la Casa de Lancaster.
Naruto de Namikaze montaba un vigoroso caballo, con casco, armadura y el emblema de la rosa roja prendido en la capa. Todo lo que se veía del rostro de Naruto eran los ojos, oscuros como la noche. Los tenía entornados mientras permanecía allí montado, en silencio. Su caballo bien entrenado no se movía.
–¡Malditos sean! – exclamó de pronto con terrible cólera-. ¿Acaso no tienen sentido común para rendirse? ¡Ya estoy harto de esta lucha cruenta y sin sentido!
A su lado, Asuma, segundo hombre al mando ahora, se atrevió a responder.
–Me temo que no honran al heredero de Lancaster como nosotros, Naruto. Y lord Byakugan no parece dispuesto a entregar el castillo.
Al igual que Naruto, rezaba para que cesara la matanza. Sin embargo, era imposible no admirar al valeroso enemigo e incluso comprender su actitud en esa batalla.
–Hiashi Hyūga debe comprender que así es la guerra.
–Hummm -murmuró Asuma. Hizo una mueca al ver desplomarse un caballo a causa del fuego de un cañón que hizo estallar en llamas las tierras situadas a menos de cien metros de donde se encontraban dirigiendo la batalla. –Recibisteis órdenes de tomar y conquistar este lugar de un rey que todavía no se ha sentado en el trono.
–Pero lo hará -musitó Naruto sombrío. Se encogió de hombros y añadió-: Lo he intentado todo, Asuma. Acabo de recibir órdenes de no tener clemencia, pero seguiré intentándolo. Sin embargo, si esto continúa, los hombres perderán la cabeza cuando irrumpan por fin en el castillo. – Guardó silencio unos momentos-. Yo mismo estaré ansioso por destrozarlo todo.
–¡Saqueo, violaciones y robos! ¡Menuda misión nos han encomendado! – murmuró Asuma -. Pienso hacerme con una vajilla de plata. Y una vez termine todo esto… -Hizo una pausa y, encogiéndose de hombros, añadió con una sonrisa cansina-: ¡El placer del buen vino, música y mujeres!
Naruto respondió con un gruñido y, volviéndose en la silla, levantó una mano enguantada.
–¡Al infierno el castillo y el orgullo de Byakugan! Sólo tenía que jurar lealtad.
Se volvió hacia la escena que tenía ante él: las llamas elevándose contra el cielo azul de invierno; las murallas, por donde se veía correr con torpeza a hombres vestidos con mallas y cascos, tratando de esquivar el fuego y apagarlo.
El castillo se hallaba sobre un acantilado, una pared de roca que se alzaba desde el mar hacia la izquierda y protegía la fachada. Habían penetrado en la fortaleza con la catapulta, pero aquellos hombres seguían sin dar muestras de rendirse.
Naruto contempló sombrío a sus hombres, cansados, harapientos, cubiertos de hollín y cargados de arcos, flechas, lanzas, armaduras y espadas. Volvió a exaltarse. «¡Por Dios, Byakugan! – pensó-. ¡Rendíos! No tengo ningún deseo de humillaros, pero no me dejáis otra elección. Venceré, Byakugan. Veré ascender al trono a Itachi Uchiha.»
Naruto se había convertido en un ferviente partidario de Itachi. No podía perdonar a Tobirama. Puede que éste no hubiera ordenado oficialmente el asesinato, pero sus hombres habían provocado la muerte de todo lo que había amado.
El descontento del rey para con Naruto le había impuesto una pena que jamás perdonaría; dos años después la herida seguía siendo profunda. El pasado era como un cuchillo clavado en su corazón, una interminable agonía.
Itachi Uchiha -hijo de Fugaku y heredero por la rama materna de la familia- era un hombre estricto e intransigente, pero también decidido a poner fin al terror y derramamiento de sangre. Tobirama seguía reclamando el trono, pero Naruto creía con firmeza que sólo era cuestión de tiempo.
El reino se estaba levantando contra su traición y engaño.
Por algún motivo desconocido Itachi estaba furioso con Hiashi Hyūga. Un hecho curioso, dado que sabía que esta vez iban a acudir pocos nobles a luchar por la Corona.
La neutralidad no sólo era una vía prudente, sino que para muchas familias era el único modo de sobrevivir. Sin embargo, cuando Hiashi se negó a dar cobijo a los hombres de Itachi, éste ordenó tomar el castillo.
Tal vez fueran los antepasados galeses de Hiashi, pero lo más probable es que se tratara de algo personal entre ellos dos.
–Lograré que Byakugan se rinda -había asegurado Naruto a Itachi.
Pero el lancasteriano había reído amargamente. Hiashi llevaba treinta años proclamándose partidario incondicional de los York.
–En una ocasión me llamó loco bastardo -respondió Itachi a Naruto-. No ha cambiado y jamás se rendirá, no mientras quede una sola piedra en pie. – Frunció el entrecejo, sombrío-. Volved, Naruto, y arrasad Byakugan. – Luego lo miró con perspicacia, que era una de sus mayores armas, y añadió-: No tengáis clemencia. Tomad Byakugan y Byakugan será vuestro. No olvidéis las terribles crueldades que la casa de York cometió contra vuestra familia.
Naruto no las había olvidado, pero a pesar de las palabras de Itachi, sabía que éste no deseaba campos sembrados de cadáveres. Tal vez guardara rencor a Hiashi, pero era avaricioso; quería súbditos vivos, hombres que cultivaran las tierras y señores feudales capaces de pagar los impuestos.
¡Ojalá Hiashi hubiera atendido la primera petición de rendición! Entonces Naruto jamás habría buscado el consejo de Itachi, ni recibido aquella severa e irrevocable respuesta.
–¡Malditos sean! – exclamó furioso.
No se veía capaz ni creía justo prohibir a sus hombres que saquearan el castillo una vez conquistado. No podía obligarlos a arrastrarse por los campos áridos y yermos para luego negarles el botín de guerra. Sólo podía rezar para que se vertiera un mínimo de sangre.
–¡Que así sea! – masculló acalorado, y levantó una mano hacia Might Guy, de pie detrás de la catapulta.
La llameante y mortífera bola dorada volvió a emprender el vuelo en cuanto bajó la mano. Se oyeron estridentes gritos procedentes de Byakugan y el aire se llenó de humo.
La gente corría de un lado para otro en busca de cobijo, encogida de miedo y muerta de sed. Naruto entornó una vez más los ojos mientras trataba de ver a través del humo y las llamas. Las murallas se hallaban desiertas; los arqueros se encargaban de ahuyentar a los que se atrevían a asomarse.
De pronto vio una figura solitaria, alta y orgullosa, que parecía ajena al fuego y el estruendo.
Parpadeó; el humo era como una capa de niebla que le velaba la visión. Los gritos parecieron debilitarse mientras miraba fijamente el humo y tuvo la impresión de ser transportado a otro lugar, otra época.
Vio a una mujer de pie contra el muro, vestida con un traje blanco como la nieve que ondeaba al viento y la envolvía. Los rayos del sol se filtraban a través del humo que cubría el cielo gris y se reflejaban en su larga melena, que relucía tan fascinante y misterioso color un tono como gamas había visto un azul oscuro que le caía hasta las rodillas en una cascada de rizos.
Al parecer lo miraba fijamente. Él no podía distinguir su rostro y sin embargo advirtió que no estaba en absoluto asustada, que se burlaba de sus esfuerzos. Permanecía de pie en una actitud tan desafiante que Naruto quedó conmocionado por la aparición.
¿Qué hacía allí esa joven? ¿Dónde estaba su padre, marido, hermano o quienquiera que la permitía permanecer allí, desafiando el peligro…?
La pobre Koyuki había suplicado clemencia y no había hallado ninguna, y sin embargo esa joven seguía allí, desafiando la muerte, y no le ocurría nada. Irritado, Naruto deseó bajarla de esa nube, zarandearla y reprenderla severamente.
–¡Milord!
Se sobresaltó al oír que Might Guy lo llamaba.
–¿Qué ocurre?
–¿Lanzamos otra descarga?
–No; esperaremos -respondió Naruto. Se volvió hacia la muralla, pero la joven había desaparecido-. Les dejaremos reflexionar sobre nuestra fuerza… y enviaremos otro mensaje para que se rindan.
De pronto, de las murallas llegó una lluvia de flechas ardiendo. Volvieron a oírse gritos, esta vez de los hombres de Naruto que eran abatidos.
–¡Levantad los escudos! – ordenó Naruto a gritos, en medio del estruendo.
No se movió, pero sostuvo en alto el escudo -decorado con un zorro y una serpiente entrelazados- para protegerse de la lluvia mortal. Sus hombres tampoco perdieron la calma y lo imitaron, juntando los escudos más grandes, de madera, para llevarse a rastras a los heridos.
Finalmente cesó la lluvia de flechas. Furioso, con los labios apretados, Naruto se dirigió a Might Guy.
–Quieren lucha y la tendrán. ¡Otra descarga!
Might Guy asintió al guerrero que sostenía la antorcha; éste cortó la cuerda… y una vez más una bola en llamas salió disparada hacia el cielo; los caballos cayeron desplomados, y sus agonizantes y horripilantes relinchos hendieron el aire lleno de humo.
Naruto volvió la vista hacia el castillo. Las llamas se alzaban en el cielo cubierto de humo, pero no vio ondear ninguna bandera que anunciara la rendición. Ordenó la retirada. El mismo acantilado que protegía el castillo les había servido de parapeto.
Mientras arrastraban las camillas de los heridos junto con la gigantesca catapulta, Naruto cabalgó con semblante sombrío. Al llegar al campamento y desmontar del caballo, ni siquiera Asuma se atrevió a dirigirle la palabra.
Naruto, que no llevaba barba, tenía facciones duras: frente alta con cejas burlonas y alzadas, nariz larga, pómulos altos y marcados, decoraos con tres marcas en forma de bigotes en cada mejilla y una mandíbula que parecía esculpida en roca.
Su abundante melena dorada le llegaba al cuello del sayo y le caía por la frente, pero solía llevarla hacia atrás. Tenía la piel curtida a fuerza de horas a la intemperie.
Aunque en otro tiempo había sonreído con facilidad, raras veces mostraba aquella expresión divertida que resultaba tan encantadora. Durante los últimos dos años se había limitado a apretar sus gruesos labios con una severidad que hacía temblar al más valiente.
Tenía unos ojos de mirada profunda, cambiaban según su estado de ánimo y podían arder de ira y amenazar con el fuego del infierno. Sólo por su presencia, podía conseguir más con una palabra que muchos hombres con una espada.
Era más alto que el resto de los hombres, y esbelto, pero de hombros anchos y musculosos gracias al duro entrenamiento de las armas. Era joven, aún no había cumplido los treinta, pero a los barones de más edad jamás se les pasaba por la cabeza cuestionar sus órdenes. Siempre era el primero en estar bajo el fuego; parecía capaz de burlarse de la muerte.
¡Se había endurecido tanto!, pensó Asuma mirando a su amigo. Lo siguió al interior de la tienda y permaneció detrás de él mientras se quitaba el casco y la malla, y se lavaba la cara bruscamente con agua fría.
–Llamad a Homura -ordenó Naruto, y Asuma se apresuró a obedecer.
Momentos más tarde estaba allí Homura, el escribiente. Se trataba de un anciano que había servido lealmente al padre de Naruto. Éste se paseó por la habitación.
Homura lo observó con calma, esperando las palabras mordaces que seguirían. La furia de Naruto se manifestaba en su modo de andar y en el fuego de sus ojos. Habló con calma, actitud que en Naruto resultaba amenazadora.
–Decidles que no esperen clemencia - dijo por fin, deteniéndose-. Que mañana derribaremos las puertas y que ya pueden pedir clemencia a Dios porque yo, Naruto de Namikaze, conde y lord al servicio de Itachi Uchiha, no la tendré.
Hizo una nueva pausa. Cerró los ojos y vio a sus hombres gemir, arder y agonizar en medio de aquella lluvia de flechas. Ellos eran más fuertes; vencerían.
Abrió los ojos y miró al escribiente.
–Eso es todo, Homura. Ocupaos de que lleven el mensaje bajo la bandera apropiada, y aseguraos de que lo comprenden. No habrá clemencia.
Homura asintió, hizo una reverencia y salió de la tienda. Naruto se volvió hacia Asuma.
–¿Queda comida? Creo que todavía tenemos vino Burdeos. Mirad a ver, ¿queréis, Asuma?… Y pedid a Might Guy un informe de los heridos.
Poco después se sentaron a comer y Naruto dio detalles sobre el ataque que llevarían a cabo a la mañana siguiente.
–Antes del amanecer o en cuanto salga el sol -dijo.
Y de pronto frunció el entrecejo al ver a Homura irrumpir en la tienda.
–Traigo la respuesta a vuestro mensaje, milord. Una petición urgente de que os reunáis esta noche con el señor del castillo, solo, en un lugar alejado de la fortaleza, en el acantilado.
–¡No lo hagáis, Naruto! – exclamó Asuma receloso-. Seguro que es una trampa.
–Es una petición en nombre de la misericordia de Dios.
Naruto vaciló y bebió pensativo un sorbo de su Burdeos.
–Iré preparado. Ambas partes prestarán juramento de que no habrá intromisiones.
–Sí… eso mismo han prometido los yorkistas.
–¡Os aseguro que no es mejor que la promesa de un canalla! – espetó Asuma.
Naruto dejó la copa en la mesa.
–¡Por Dios, ya he perdido bastantes hombres! Me reuniré con ese lord y la rendición se llevará a cabo según mis términos, lo juro.
Menos de una hora más tarde volvía a estar a lomos de su caballo. No llevaba casco ni malla, ni siquiera espada, pero tenía un cuchillo en una funda sujeta al muslo.
Asuma acompañó a Naruto hasta el acantilado. Una vez allí, desmontó y echó un vistazo al laberinto de roca. Conocía la cueva donde iba a tener lugar el encuentro; había estado allí al comienzo del asedio.
–Tened cuidado, Naruto -advirtió.
–Siempre lo tengo -replicó Naruto.
Se volvió hacia la pared rocosa y plantó una bota en un saliente para escalar hasta el primer nivel. Echándose la capa sobre el hombro, siguió avanzando por el dificultoso sendero de cantos rodados con una antorcha en la mano.
Aprobaba el lugar escogido para el encuentro. Nadie podía esconderse en aquella pared rocosa azotada por el viento, y la cueva les permitiría hablar en privado. Sin embargo avanzó con cautela, porque jamás confiaría en ningún yorkista.
–¡Byakugan! – gritó al llegar a la cueva-. ¡Salid de ahí!
Oyó un ruido a sus espaldas y se volvió, listo para desenfundar el cuchillo y defenderse. Pero se detuvo sobresaltado al ver que no se trataba de un hombre, sino de la mujer que había visto en las murallas.
Volvía a vestir de blanco, o ¿acaso era el mismo traje que no había manchado el humo? Al resplandor de la luna el cabello de la joven parecía haber retenido la luz del sol, pues era una mezcla entre el negro y el azul intenso que enmarcaba un rostro delicadamente esculpido, pálido y rosado, hermoso y joven.
Lo observaba con ojos plateados como la luna y tan orgullosamente desafiantes como la postura que había adoptado. Sostenía también una antorcha, cuya luz se reflejaba en sus ojos y le arrancaba destellos azules del cabello.
De pronto se sintió furioso ante la aparición de aquella joven, y aún más al pensar que había permanecido como una estúpida bajo las murallas mientras las flechas llovían por encima de su cabeza.
–¿Quién sois? – preguntó con aspereza-. He venido a reunirme con el señor del castillo… no con una mujer.
Ella pareció ponerse rígida, luego bajó los párpados ribeteados de abundantes pestañas y curvó los labios en una sonrisa desdeñosa.
–El señor del castillo ha muerto. Lo mataron en el cuarto día de batalla.
Naruto encontró una grieta en la que clavar la antorcha. Rodeó a la joven despacio, con las manos en las caderas.
–Así que el señor del castillo ha muerto -dijo por fin-. Entonces ¿dónde está su hijo, hermano, primo o quien sea que ha ocupado su lugar?
La envolvía tal serenidad que Naruto sintió ganas de abofetearla, pero se contuvo.
–Yo soy el señor del castillo.
–¡Entonces vos sois la causante de todos estos días de muertes y sufrimiento inútil! – espetó Naruto.
–¿Yo? – La joven arqueó una ceja -. No, señor, yo no ordené que atacaran y expulsaran a la gente de sus hogares, ni que violaran, saquearan y asesinaran. Sólo quería conservar lo que me pertenece.
–Yo tampoco deseo saqueos, ni violaciones, ni asesinatos -murmuró Naruto-, pero, por Dios, señora, que los habrá.
La joven bajó los párpados e inclinó ligeramente la cabeza.
–Así pues, ¿ya no tengo posibilidad de… llegar a una rendición honrosa?
–Vuestra petición llega demasiado tarde, señora -replicó Naruto con aspereza-. Y yo no voy a ganar nada. Vos insististeis en llamar a mis hombres animales y en eso los habéis convertido.
Ella levantó la cabeza.
–Os he preguntado si hay posibilidades de obtener clemencia, milord.
Su voz, tan suave como el terciopelo, hizo estremecer a Naruto, que percibió en ella algo más que una nota de súplica. Algo que le removió las entrañas y le produjo dolor… Deseo.
Fue repentino, intenso y doloroso. El amor había muerto con Koyuki y su hijo, pero en los dos años transcurridos había descubierto que el deseo era otra cosa.
Había deseado a muchas mujeres desde entonces y obtenido fácilmente lo que quería. Pero este deseo no se parecía en nada a lo que había conocido. Era como un fuego que ardía en su interior.
Ella era exquisita, con aquel cabello… que él imaginó envolviéndolo como la seda. Era extraordinariamente hermosa, con ojos arrebatadores. Poseía un extraño poder que le despertaba una acuciante y peligrosa necesidad; le hacía estremecer y desear poseerla a toda costa.
Sentía deseos de olvidar todo lo demás y apresarla, despojarla de sus vistosos ropajes y averiguar allí mismo, en ese preciso instante, sobre el polvo y la roca, qué misterio ocultaban esos ojos, qué pasión los hacía brillar.
Sin embargo, del mismo modo que la joven le atraía, también le repelía. Fría, orgullosa y obstinada, mantenía la cabeza erguida y en sus ojos no había rastro de súplica.
¿Qué aspecto había tenido Koyuki la noche en que hizo frente a sus asesinos? Había suplicado por su vida y pedido clemencia, pero no halló ninguna.
Naruto rió con amargura. No era de los que se dejaban embaucar por una mujer, por hermosa que fuera.
–¿Qué pensáis ofrecerme a cambio, señora?
–A mí misma -se limitó a responder ella.
–¡Vos! – exclamó él, dando unos pasos hacia adelante. Torció el gesto en una mueca divertida y se detuvo para volverla a mirar a la cara-. Mañana derribaremos las puertas de vuestro castillo y tomaremos todo lo que se nos antoje, señora.
Creyó ver chispas en los ojos de la joven, pero ésta se apresuró a bajar los párpados y exhaló un profundo suspiro. Naruto se sobresaltó al oír que dejaba escapar un débil sollozo.
–No tengo nada más que ofrecer para poner fin al derramamiento de sangre. Entraréis a saquear y de nuevo nos veremos obligados a luchar a muerte. Pero si consintierais en tomarme como esposa, el castillo sería vuestro a los ojos de todos mis hombres.
–¿Tomaros por esposa? – preguntó él con incredulidad.
Era yorkista, una presumida e insolente yorkista convencida de su belleza y encanto, además de peligrosa. ¡Así que ella había continuado la batalla! Naruto no podía olvidar los gritos de sus hombres agonizantes.
–No tengo ningún deseo de tomaros por esposa.
Ella no alzó la cabeza y no vio el fuego en los ojos de Naruto.
–Soy la señora de Byakugan -dijo ella con frialdad-. Nadie puede cambiarlo…
–Siento tener que disentir -la interrumpió Naruto-. Cuando Uchiha se siente por fin en su trono, lo cambiará de un plumazo.
–No, sólo podrá hacerlo sobre mi cadáver. ¿Se atreverá a ir tan lejos vuestro rey Uchiha? ¿Está decidido a asesinar a todos los que se opongan a él? ¡Andarán muy ocupados los verdugos de Inglaterra!
Naruto sonrió ligeramente y cruzó los brazos.
–Es la guerra, milady. No soy más que un soldado del rey. ¿Quién obtendrá vuestras propiedades y título? Vos no, milady -añadió burlón.
–¡No servís sino a un advenedizo! ¡Tobirama es el rey!
–Como queráis, milady. Estamos muy alejados y me temo que no habrá clérigos que hablen en vuestro favor, ni nadie que salga en vuestra defensa. Me trae sin cuidado si os quedáis con la mitad de Inglaterra; tomaré este castillo y yo seré su señor. – Y a continuación añadió con repentina furia-: Y no tomaré por esposa a ninguna mujer por muy rica o hermosa que sea, así que no insistáis.
Hinata se apresuró a bajar la cabeza; la noche anunciaba malos presagios. Parecía a punto de arrojarse como un halcón sobre él y clavarle las uñas. Mientras aguardaba el aire se llenó de tensión. Finalmente habló, pero no con la animosidad que él esperaba.
–Pues que no sea como esposa -dijo en voz baja-, sino como querida, concubina o puta-. Lo miró fijamente, con una sonrisa tan dulce como una rosa de verano-. ¿Acaso no sois los vencedores?
Naruto arqueó una ceja, reflexionando sobre la estratagema de la joven. Por el amor de Dios, ¿qué pretendía? Fingía humildad, pero no había rastro de ella en su persona.
Era orgullosa y sin embargo bajaba la mirada. ¡Ah, si no fuera más que una ramera de taberna, aceptaría su oferta sin pensarlo, porque jamás había experimentado un deseo tan acuciante! Sólo mirarla era como una droga, un potente invasor de la sangre y el alma. Tendría que poseerla para olvidarla.
Sin embargo era el enemigo y no podía confiar en ella, se recordó.
–No estoy seguro de que me intereséis, señora -respondió con aspereza-. Tal vez tengáis en el castillo alguna joven más… atractiva que ofrecerme.
–¿Cómo decís? – estalló ella. Los ojos le brillaban de ira. De haber sido lanzas, habrían perforado un millar de veces el corazón de Naruto.
–No os encuentro particularmente atractiva.
–Pues vos me resultáis abominable… - replicó ella, pero se interrumpió y volvió a mirar el suelo-. Hablemos de la paz, lord De Namikaze. Hablemos de los hombres que os desafiarán a cada paso a menos que crean que tengo intención de firmar la paz. Otra lucha dentro de las murallas y Byakugan no será más que un río de sangre. ¿Acaso sois estúpido? ¿No comprendéis por qué he venido aquí esta noche?
–Os creéis muy magnánima, ¿no es así?– murmuró él-. La gran dama, tan resuelta a cambiar la santidad del matrimonio por la deshonrosa situación de puta.
Ella no parpadeó; lo miró fijamente con el brillo plateado de la luna en los ojos y se permitió el placer de ofrecerle una fría y mordaz respuesta: –En otras circunstancias no mancharía el linaje de mi familia casándome con vos, lord Naruto.
Él rió, porque pertenecía a una familia de alta alcurnia y el tono soberbio de la señora de Byakugan le pareció divertido en esas circunstancias.
–Entonces todos conformes, ¿no? Vos no deseáis manchar vuestro nombre y yo no deseo tomar por esposa a ninguna mujer, y menos aún a una joven arrogante y necia incapaz de admitir la derrota. Sin embargo os ruego que me expliquéis por qué acudís a mí ofreciéndote hasta como concubina, cuando sin duda también es una abominación para vuestro buen nombre.
Ella guardó silencio. Se había vestido para la ocasión, advirtió Naruto. El escote del vestido blanco dejaba entrever el nacimiento de los senos y el profundo valle entre ambos. La tela le ceñía el cuerpo y permitía adivinar todo lo hermoso, joven y femenino de su figura.
–Porque estoy desesperada -respondió por fin, dejando caer la mano a un costado.
Era la primera respuesta sincera que le había dado, pensó Naruto. Suspiró.
–Con franqueza, milady, no me gusta asesinar, ni saquear… ni violar. Prefiero las mujeres solícitas y tiernas, que me desean tan apasionadamente como yo a ellas. Salta a la vista que sois conscientes de vuestra belleza, de otro modo no pensaríais en negociar con ella. Sin embargo, a mí no me parece gran cosa. Hay muchas mujeres hermosas en el mundo y entre ellas las hay que no consideran una «obligación» o «sacrificio», sino un placer arrojarse a los brazos de un hombre.
Por fin había hecho ruborizar a la joven. Se le tiñeron las mejillas de color escarlata, pero si estaba enfadada no lo demostró. Volvió a sonreírle, vacilante pero con sensualidad.
–Os he… observado desde las murallas, lord Naruto. Y estoy segura de que puedo ser… todo lo que deseáis.
–¿En lugar de un despreciable enemigo?– preguntó él, escéptico.
–Así es.
Él le volvió de pronto la espalda, se echó la capa hacia atrás y miró fijamente las rocas en el mar oscuro. Luego se volvió hacia ella.
–Guardaos para vos, señora. Si llegamos a firmar la paz, nos hallaremos en una situación crítica. Mis hombres saquearán vuestros tesoros y el castillo me pertenecerá, pero no habrá más muertes y prometo mantener a mis hombres a raya. Vuestras damas quedarán satisfechas y vuestras rameras se enriquecerán. – Se dispuso a bajar por el acantilado pero la joven lo llamó.
–¡Lord Naruto!
Se volvió y vio que lo seguía con gesto de preocupación. Los senos se le meneaban sin que ella fuera consciente de lo tentadores que resultaban. Le cogió del brazo y se quedó mirando la mano unos instantes antes de apresurarse a retirarla.
–Yo… yo… -jadeó ligeramente.
–¿Qué queréis? – preguntó él con sequedad.
«¡Maldita sea, dejadme! – pensó-. ¡Largaos o no tardaréis en convertiros en una obsesión para mí, en algo que debo poseer, por mucho que os odie, a vos y a todo lo que representáis. Odio hasta la abrasadora sensación que me producís…»
–¡No resultará! Si me expulsáis del castillo, mi gente se rebelará. ¡Por el amor de Dios, debéis venir conmigo! Debemos aparentar que somos amigos… más que amigos. Él ladeó la cabeza.
–Explicádmelo más despacio, milady. ¿Qué queréis decir?
–Os ruego… que vengáis conmigo.
–Hablad más claro -insistió él.
–¡Como amante!
–Soy el vencedor… ¿pero pretendéis que me haga pasar por vuestro amante en vuestro propio castillo?
–Así es.
Él cerró los ojos unos instantes; pensó en su esposa, tan hermosa, dulce y cariñosa. Se envaró al verse invadido por una dolorosa urgencia.
¡Había poseído a muchas mujeres desde entonces! ¿Qué diferencia había? Pero a él no le interesaban las vírgenes mártires.
Sin embargo la visión de esa joven lo había conmovido profundamente; además de la belleza y fría elegancia, había en ella algo puro y excitante. Algo que sugería una profunda sensualidad, y una pasión y espíritu abrasadores. Se encogió de hombros.
Tal vez no era una inocente virgen y ya había conocido a numerosos amantes. Era la más extraña combinación de inocencia angelical, pureza y estremecedor encanto. Si alguien la tocaba se convertiría en tempestad, en sorprendente contraste con el comedimiento que fingía en esos momentos.
Las damas poderosas tenían fama de acostarse con sus mozos. Tal vez le resultaba fácil abordarlo porque ya era bien versada en las artes de alcoba.
Naruto volvió a sentir un calor abrasador. Era ella, que lo llamaba mediante señas y seducía a un nivel instintivo, abrasándole el cuerpo e impidiéndole pensar con claridad.
La joven se había apoderado de sus sentidos. Tal vez podría olvidar que era yorquista, al fin y al cabo todas las rameras eran iguales en la oscuridad.
–Por favor -susurró ella y de nuevo su tono fervoroso lo conmovió y se compadeció de ella.
No tenía sentido lo que pedía aquella joven. Debía vigilarla con cautela. Sin embargo, ¿cómo podía él, que seguía oyendo en sueños los suplicantes gritos de clemencia de su esposa, negarse a dar una respuesta que llevaría a la paz, a… la clemencia?
Además estaba el deseo, ese obsesionante deseo que ella le despertaba. No quería tener nada que ver con él y sin embargo allí estaba. Alzó las manos.
–Esto es una locura, señora. –Ella no respondió. – ¿Me oís? – preguntó él con aspereza.
–Os he oído.
–Me he apiadado de vos sin aceptar vuestra oferta.
–¿No lo comprendéis? ¡No bastará! Si nos ven juntos sabrán que me he rendido completamente y entonces también ellos se rendirán.
–Bien, sea como queréis. Todas las rameras son iguales.
Ella lo examinó con calma. Naruto suspiró.
–No habrá heridos ni se tomarán represalias. – De pronto alzó la voz-: ¡Pero hablo en serio cuando digo que no quiero una esposa! Ni será menor el precio que debáis pagar vos; el castillo quedará en mis manos y oro, joyas, víveres y tierras se repartirán entre mis hombres.
–¿Cuándo vendréis? – preguntó ella visiblemente aliviada.
¿Qué estaba tramando aquella lagarta embustera?, se preguntó Naruto.
–A mediodía. Y mis hombres están hambrientos. Si sois la dueña del castillo, ocupaos de que nos aguarde un festín… Vino y comida en abundancia.
Ella asintió.
–Lo que digáis, lord Naruto.
PD. Naruto si tiene los ojos azules solo que es de color Añil; es la denominación tradicional de las variedades oscuras y profundas del color azul.
