El coleccionista
Sumario: Algo extraño está sucediendo con Draco. Al menos, Harry sabe que el Draco que él conocía en Hogwarts no permitiría que lo tratasen de esta manera.
Género: Drama/Romance.
Claves: Casefic. Drarry/Harco. Post-Hogwarts. EWE. Harry sí es Auror, Draco tiene problemas…y adiós canon.
Disclaimer: Si HP fuese mío, esto sería canon. Ya que no lo es, saben lo que significa.
IV
—¿…es por aquí?
—Más o menos.
—Sino es por aquí, puedo acercarte más —ofreció Harry.
Draco permaneció en silencio un momento, luego negó.
Estaban en el lateral de una plaza del Londres muggle. Era pasada la medianoche ya. Por suerte, Dennis firmó el permiso de salida en su lugar, a cambio de que fuese a hablar con los de Seguridad Mágica al día siguiente, para que no lo metiesen en problemas a él.
Harry pidió la varita de Draco de regreso y lo sacó del Ministerio, a pesar de que los Aurores que tomaron el caso se negaban a dejarlo ir tan pronto. Incluso llevó el informe consigo, para asegurarse de que no fuesen a manipular la historia que tenía, guardada en un bolsillo de la capa de Auror.
—El Elegido alterando procesos legales sólo porque puede…—Había escuchado decir a uno de los veteranos de otro escuadrón. Harry fingió que no lo oía y caminó con la barbilla en alto.
Escoltó a Draco hacia la salida, y al darse cuenta de lo tarde que era, comenzaron a caminar por las calles, como sino existiese la Aparición. Harry acostumbraba hacerlo de vez en cuando, creía que lo ayudaba a despejar la mente y trazar planes; no sabía por qué Draco también lo hacía, y no se le ocurrió preguntarle.
Se movieron en silencio la mayor parte del trayecto, hasta que en cierto punto, Draco se detuvo y desvió la mirada hacia una calle en particular, de edificios estrechos y anexos pequeños con varias ventanas.
—¿Puedes venir al restaurante mañana, alrededor de la hora del almuerzo?
—Estás siendo demasiado condescendiente —espetó Draco, aunque sonaba más cansado que irritado, y en definitiva, su expresión advertía que, al igual que él, no deseaba más que su cama y una buena noche de sueño que lo hiciera olvidar aquel desastre.
—Le hablaré a Mione sobre esto, conseguiremos una orden para entrar a la casa de Reed. Pero tienes que estar ahí, por si tiene alguna duda —explicó Harry, tranquilo. Era común que las personas se negaran a cooperar más después de un interrogatorio extenso y agotador, como el que acababa de experimentar, no sólo con él, sino con los Aurores que estuvieron antes también.
Draco lo sorprendió al soltar un bufido de risa. Le frunció el ceño, para hacerle entender que no encontraba la gracia en el asunto, y lo vio menear la cabeza. No lucía como si se divirtiese.
—Una orden para entrar, sí, a casa de uno de los hombres con más galeones en Gringotts. Oh, Potter —Se rodeó con sus propios brazos—, ¿es que no sabes todavía cómo funciona el mundo?
—Ese es el procedimiento legal a seguir, Draco.
—Procedimiento legal…—repitió el ex Slytherin, con sorna—. Recuerdo a un adolescente de quince años que hacía cualquier cosa, excepto cumplir las reglas. Y a uno de dieciséis que podría haber ido a Azkaban…
Harry respiró profundo, se obligó a recordar que se trataba de un ciudadano que tenía el mismo derecho que todos a ser escuchado y protegido, no sólo el cretino que odió por tanto tiempo, y relajó los hombros.
—Eso fue hace más de diez años.
—Hubiese preferido que fuese él quien me ayudara esta noche —Draco dio un paso hacia atrás, alejándose de él, y en cuestión de un parpadeo, la Aparición se lo había llevado, y Harry se quedaba solo en la orilla de la plaza, con las manos metidas en los bolsillos del jean, la capa doblada y encima de un hombro, y una inevitable sensación de urgencia y frustración.
Harry levantó la cabeza y se topó con un cielo oscuro, sin estrellas ni luna. Tenía una enorme cantidad de trabajo por delante, si quería en verdad ayudar como se prometió a sí mismo.
En lugar de Aparecerse en Grimmauld Place o de vuelta a La Madriguera, cerró los ojos y pensó en la casa Weasley-Granger.
—0—
Cuando Draco no llegó a la hora del almuerzo, con una Hermione impacientada que quería comerse la tarta de melaza antes de los platillos principales y Ron ausente por una práctica con los novatos de su escuadrón, Harry no tuvo más opción que sacar los papeles del informe y las notas que tomó de la historia que él le contó, y comenzar a explicarle.
Esperaba que Draco llegase a mitad de la historia, o inclusive al final, poco antes de que su hora de descanso hubiese concluido.
No lo hizo.
—0—
"Gala de caridad para recoger fondos para el área mental del hospital mágico de San Mungo recauda más de…"
Pansy Parkinson tenía un vestido azul, deslumbrante, con escote de corazón, y se dejaba guiar por la mano de un hombre mayor que ella. No vio a la cámara en ningún momento. Más pequeña y hacia el final del articulo, había una imagen de un Draco en una capa elegante, de intrincado diseño de hilo de oro, que se ofreció a escoltarla.
Tenía los ojos demasiado vacíos.
Cuando Harry le devolvió el periódico a su amiga, esta tenía el ceño fruncido y esa expresión determinada de los momentos en que llegaba a una conclusión. Él la conocía bien; la observó durante gran parte de la Segunda Guerra.
—Creo que tendremos que acelerar un poco este proceso —mencionó la bruja, en un susurro. Estaban en lados opuestos de la encimera de Grimmauld Place, el desayuno sin tocar los separaba. Ron seguía dormido en su casa, porque llegó en la madrugada y tomaron la decisión conjunta de darle unas horas de paz.
Harry asintió en señal de acuerdo.
—0—
Las conexiones son una cosa fascinante cuando llevas una insignia de Auror y sabes a quién buscas.
La recepcionista de San Mungo lo saludó con una sonrisa cuando lo vio llegar; estaban acostumbrados a que entrase en una camilla, o llevando a un herido histérico pidiendo atención, así que debía ser un buen cambio encontrarlo en una pieza y sin compañía. Ella contestó sus preguntas y le dio algunas indicaciones.
Harry tenía acceso al área de sólo personal porque llevaba la capa del uniforme. Esa misma mañana, le había pedido al Jefe de Seguridad Mágica que le cediera el caso por dos días. Hermione y él tenían un plan.
Ilta, la bruja que fue detonante para el escape de dos de los tres ex Slytherin, lo recibió con una sonrisa y escuchó su historia sin pestañear, con un aire de ligera culpabilidad.
—¿Sabías cuáles eran las circunstancias de Blaise cuando se encontraron? —decidió preguntar Harry, para futuras referencias. Ella negó.
—Pero me hacía una idea de que algo raro pasaba —aclaró Ilta, en voz baja—. No quiere o…o no puede hablar de eso, no lo sé.
Harry salió del hospital minutos más tarde con una dirección, otorgada por la propia Guardiana del Secreto.
—0—
Blaise lo encontró en la puerta de su pequeño anexo de un cuarto. Se recargó en el umbral de la entrada, lo miró de pies a cabeza, fijándose en la capa de Auror, y exhaló el humo del cigarrillo que consumía, con aroma a vainilla; sin duda, uno mágico. No vestía más que un pantalón deportivo.
—Estoy seguro de que no he hecho nada, San Potter.
Harry no rodó los ojos por pura decencia y profesionalismo. No sabía por qué, no le sorprendía la reacción, tratándose del mejor amigo de Draco.
Quería ser directo. Había dormido poco, tenía que encontrarse con Hermione y pasar por la oficina, y a decir verdad, estaba algo cansado de tonterías.
—Sé lo de Reed.
Blaise, con una inaudita y practicada calma, le dio otra calada al cigarrillo. Harry no se encogió ni apartó bajo su escrutinio.
—¿Ilta te dio mi dirección por voluntad propia? —cuestionó, quizás con demasiada suavidad. Él asintió, armándose de paciencia.
—Le expliqué la situación y aceptó que era razonable dejarme verte.
—Pero no vienes por mí —siguió Blaise, en tono de obviedad—, y sabes bastante bien dónde están Pansy y Reed.
—La casa de Reed recibirá la visita del escuadrón asignado cuando el procedimiento sea com…
—Procedimientos —resopló el ex Slytherin, burlón. Y sí, ahora comprendía por qué Draco y él eran amigos desde hace años.
Harry se hartó. Se cruzó de brazos y fue su turno de mirarlo de arriba a abajo. Blaise, por supuesto, tampoco se encogió.
—Por lo que veo aquí, tú no estás en las mejores condiciones. Sé tu historia ahora y sé que necesitas una carta de recomendación para la Academia, si quieres ser Inefable con esos antecedentes que el Ministerio te impone. Puedes ayudarme a dar con él —mencionó, sereno. No servía de nada levantar la voz; lo aprendió por las malas en el primer año de Auror—, o puedes no hacerlo. De todas formas, estoy encargado de su caso y no pienso detenerme hasta haberlos ayudado.
Por un momento, nada ocurrió. Después, despacio, Blaise elevó las cejas.
—Buen discurso, Potter, ¿la elocuencia es una materia que se brinda en la Academia o…?
—De hecho, sí —interrumpió Harry—. Y si no te importa que tu mejor y único amigo, probablemente, corra peligro en este momento, es mejor que me lo digas y así puedo ir a buscar a alguien que sí me ayude.
—Hay un problema —puntualizó Blaise, tras unos interminables segundos de silencio, señalándolo con el cigarrillo, poco antes de apagarlo, casi por completo consumido—: yo no soy el Guardián del lugar donde se queda Draco. Aprendimos un poco sobre manipulación de hechizos de Reed cuando estábamos con él, pero aun así, sólo Draco o su Guardián pueden hacer que entres ahí.
Harry arrugó el entrecejo.
¿En quién podía confiar más Draco, que en su amigo de la adolescencia, que estaba atorado en la misma situación?
—0—
La respuesta llegó en forma de Hermione, claro. Su amiga, con el vientre abultado, el ceño fruncido y un puchero con manchas de chocolate en las comisuras, arrojó el expediente del antiguo caso Malfoy sobre la mesa y se cruzó de brazos, haciendo acopio de cada gramo de indignación que podía sostener en el cuerpo.
—La madre de Draco está residenciada en Francia —comentó la bruja, cabeceando en dirección a las páginas de información escrita a mano—; podría jurar que ella es su Guardiana.
¿En quién podía confiar Draco?
En la mujer que habría dado la vida por él, antes de revelar su paradero, por supuesto.
—0—
Draco volvió a mostrarse en un artículo de una revista menor, acompañando a uno de los familiares de un embajador alemán. Luego desapareció durante una semana.
Para el momento en que Hermione le avisó que Seguridad Mágica acababa de aprobar la entrada a la casa de Reed, Harry tenía una pista que halló por casualidad cuando entrenaba a sus novatos, de un área en la que Draco fue visto el día anterior.
Cuando Harry quiso conversar con él, sólo tuvo un instante para reaccionar. En un parpadeo, una varita le apuntaba la garganta, y él hacía lo mismo con el espacio entre un par de ojos grises y cejas claras.
Las luces de los hechizos que recreaban en la punta de ambas varitas iluminaron su rostro y el de Draco en medio de la noche.
Permanecieron así un momento. Harry fue invadido por una sensación de déjà vu, de cuando eran rivales y aquel podría haber sido tomado como un escenario corriente. Supuso que al otro mago le sucedía lo mismo.
Él bajó la varita primero. Draco lo imitó tras un segundo.
Utilizaba una túnica elegante, y el cabello suelto, cayéndole en una cascada de brillante rubio sobre los hombros. Tenía las mejillas enrojecidas por el frío nocturno cuando se guardó la varita con un giro de muñeca.
Harry todavía llevaba el uniforme de Auror, encima de la ropa muggle.
—Creí que esa costumbre de seguirme estaba superada —indicó el ex Slytherin.
—Algunos malos hábitos no se olvidan —Harry intentó sonreír para aligerar el ambiente, pero se ganó un resoplido del otro, que se dio la vuelta y continuó caminando. Él lo siguió.
—¿Qué quieres, Potter? —gruñó Draco, a medida que avanzaban. No se dignó a darle un vistazo por encima del hombro.
—Mione y yo conseguimos el permiso de entrada a casa de Reed. Mañana mi escuadrón y el de Ron va a inspeccionar el área, por dentro y por fuera.
Draco no se detenía, pero ralentizó el paso.
—Voy a estar pendiente de Pansy, si la puedo ver, hablar con ella- Reed no puede negarnos eso —aclaró Harry, en voz baja—. Si hay algo que quieres que le haga saber, de tu parte o la de Blaise-
—Podrías ir a hablar con Blaise, si quisieras. Sé que estuviste ahí.
Harry frenó. Como si se hubiese percatado de la falta de movimiento detrás de él, Draco también lo hizo. No se giró.
—Debía comprobar que no hubieses sido atacado por la información que proporcionaste para el ca…
—Lo fui.
Uno a uno, sus músculos se tensaron. No.
Despacio, Draco se dio la vuelta para encararlo.
—Aquí mismo —Cabeceó en dirección al pórtico de un anexo estilo muggle, simplista—, eran dos. No les vi la cara. Alguien me lanzó una maldición punzante.
Harry tenía una impresión extraña mientras lo oía. Se preguntó a qué se debía.
Lo supo en poco tiempo.
—…intentaron ponerme un Imperio y…
—Estás mintiendo.
Draco guardó silencio por un instante. Luego ladeó la cabeza y lo observó con algo similar a la sorpresa.
—¿Por qué estás mintiendo? —preguntó Harry, reuniendo toda la calma que era capaz. El entrenamiento como Auror, la intuición misma, se lo decían; sin embargo, no podía ver más allá del engaño, al motivo que estaba detrás de las palabras.
No recibió respuesta.
—Estoy intentando ayudar —recordó Harry, con suavidad.
No sabía por qué, ver a Draco posicionado a contraluz, en esa calle desierta, le hacía pensar en un caso que tuvo durante sus primeros meses de trabajo, donde le dieron refugio a un niño consumido por una maldición de sangre que le puso un enemigo de su familia.
El pequeño lucía tan desgastado como Draco entonces. No habría sabido decir qué era lo que mantenía en pie a cualquiera de ellos.
Draco miró hacia un lado, después al otro. Lento. No parecía que le importase perder toda la noche allí.
—¿Viniste solo?
—Sí.
Harry lo había esperado cerca del punto hasta donde rastreó su pista, y en cuanto lo vio Aparecer, fue tras él. Lo siguió por tres calles, bajo la idea de que su discreción era indiscutible, y se retiró el encantamiento desilusionador sólo cuando pretendía aproximarse. No le avisó a Hermione que iría, mucho menos a Ron.
—Por aquí —soltó Draco, con evidente resignación, girándose, de nuevo.
Harry vaciló, confundido, y después se apresuró a ir tras él, para comenzar a caminar hombro con hombro.
En el trayecto, se dio cuenta de que se movieron en un círculo, y regresaron a la calle más próxima al sitio donde se lo encontró. Draco se deslizó por un callejón, oscuro en apariencia, pero que reveló una escena diferente cuando atravesaron una barrera ilusoria.
—¿Supiste que estaba aquí desde ese momento? —cuestionó Harry, en un murmullo. Draco le dirigió una mirada que rayaba en la diversión, y no respondió—. Serás un buen Inefable.
—Si algún día me dejan presentar el examen —replicó él, con falsa despreocupación—; tal vez una carta de recomendación de San Potter sea todo lo que me falta, ¿eh?
Harry no encontró razones para no rodar los ojos en esa ocasión. No había imagen que mantener ahí; estaban solos, el callejón era cubierto por un encantamiento, y Draco tocaba una pared de ladrillo con la varita, haciéndola extenderse para dar cabida a una puerta roja con una ventanilla de cristal oscuro.
Empujó para abrirla y se hizo a un lado. Con un gesto de cabeza, lo invitó a entrar.
Mientras pasaba, Harry pensó que, una década atrás, si entraba a un sitio así de aislado con Draco, habría jurado que terminaría en una pelea a niveles extraordinarios. Era divertido cómo cambiaban las cosas.
La entrada daba con un corredor estrecho, de escaleras empinadas, que tenía las paredes también de ladrillos. Al fondo, se abría hacia un espacio sin decoración, de suelo y laterales lisos y sin color; percibió la magia protectora que la envolvía, evitando Apariciones e intrusos por el método común.
—¿Lo hiciste tú?
—¿Quién más lo haría? —Draco le pasó por un lado, sin mirarlo. Tocó un costado de otra pared con la varita y un perchero brotó de la superficie de esta, en donde dejó sus guantes y la túnica, quedándose con camisa manga larga y pantalón de vestir.
Después procedió a tocar otro sector, que abrió un umbral hacia la verdadera casa. Harry tenía que reconocer que era un trabajo bien hecho, considerando que poseía incluso un Fidelius.
Se tomó la libertad, ya que estaba ahí, de dejar su capa de Auror en el perchero, para disfrutar de la calidez de los encantamientos de temperatura que llenaban las paredes. Una última barrera dividía el recibidor del resto de la casa, y Harry tardó un momento en superarla.
Un olor a canela lo inundó de inmediato. Adentro, la decoración le recordaba a las fotografías de casas en venta, de las revistas que Hermione revisó cuando quiso que Ron y ella se mudaran juntos. Un chivatoscopio sobre una mesa no paraba de girar, resplandeciendo y emitiendo débiles sonidos de advertencia; supuso que Draco debía saberlo, incluso sin comprobarlo.
Se puso alerta cuando escuchó un ladrido y un ruido de pasos. Draco se reía. El último sonido era el más inesperado.
De pronto, un perro enorme, de pelaje manchado y una cola bífida, corría desde un pasillo que aparecía dibujado contra la pared, con un umbral recién creado, y se lanzaba a los pies de Draco, que se ponía de cuclillas para acariciarle tras las orejas y por debajo de la cabeza.
—…Merlín, hola, Merlín, hola. Sí, ya estoy aquí. Estoy en casa…
Dudaba que pudiese escucharlo hablar en ese tono amable y suave, si se dirigía a una persona y no a un crup.
Mientras el mago intentaba que el perro mágico no lamiese su cara, un maullido capturó la atención de Harry, y lo hizo voltear hacia el sofá en que un kneazle de denso pelaje claro se estiraba, agitando la cola. Al enderezarse, Draco también le regaló una caricia en la cabeza.
—Hola, Rowena. ¿Tienen hambre? Tengo esta cosa fantástica para ustedes dos y estaba esperando para dárselas…
Mientras un Draco demasiado amable se encaminaba hacia unos estantes y trasteaba en cajones, sacando unos ojos de escarbato que arrojó hacia el perro y celebrando que los atrapase en el aire con la boca, el kneazle, acurrucado en la parte alta de un sofá, lo observaba. Harry le devolvía la mirada, dubitativo. No se había movido desde que cruzó el umbral de la entrada a la sala.
—Si dejas de mirarla, ella va a dejarte a ti —Escuchó que le explicaba, sin alterar su tono de voz, porque el crup acababa de saltarle, apoyando las enormes patas en sus piernas, para que le acariciase la cabeza.
Él intentó no hacerlo, a pesar de que la atención fija del gato se sentía igual que agujas clavándosele en la piel de la cara.
—Nunca se me hubiese ocurrido que fueses un amante de los animales…
—No, seguramente pensabas que pateaba gatitos a primera hora de la mañana como parte de mi rutina de súpervillano —replicó Draco, sin prestarle atención, hasta que el crup se terminó la reserva de ojos viscosos. Luego vació una bolsa de trozos rojizos y extraños en un envase con forma de garra y lo hizo sonar dos veces entre sus manos, llamando a la gata a comer.
—La verdad, sí. Más o menos.
Draco soltó un bufido de risa. Cuando la gata alcanzó la encimera en que le había dejado el plato de comida, volvió a acariciar tras su oreja, y luego se giró, despacio, hacia él. Con Merlín correteando en torno a sus pies, se habría atrevido a decir que lucía casi relajado.
—Había alguien más, ¿cierto? —decidió preguntar Harry, ya que el silencio no hacía más que prolongarse entre los dos. Después de un momento de vacilación, Draco asintió—. ¿Te seguía desde hace mucho?
Negó.
—Tú llegaste primero —explicó Draco, cerrando los cajones y haciendo girar la varita entre sus dedos. Sobre la cocina, una tetera comenzó a verter agua caliente en una taza, el té embolsado levitó para reunirse con esta; la preparación no requirió de tacto humano—, me encontró cuando estaba dando vueltas para despistarte.
Harry podía leer entre líneas. Si no hubiese estado distrayéndote, no me habrían localizado en primer lugar. Supuso que tendría que haber utilizado otros métodos.
—¿Y tú lo conocías?
—Probablemente —Con un encogimiento de hombros, Draco tomó asiento en el sofá, de piernas cruzadas, e hizo flotar la taza de té hacia él. No le ofreció otra a Harry. Tampoco hubiese esperado que lo hiciese.
—¿Lo que dijiste también era por esa persona?
Él emitió un sonido vago y se demoró en darle un sorbo al té. Cuando lo dejó a un lado, la taza levitaba para mantenerse al alcance de su mano.
—Sí y no…
—Explícate.
La respuesta se tardó un poco más en llegar. Merlín se había echado a los pies de su dueño, que le tocó el estómago con la punta del zapato, sin ejercer presión. El crup no paraba de mover la cola bífida y apenas le daba importancia alguna a Harry.
—Cuando venía —indicó Draco, con simpleza—, Pansy estaba esperándome cerca de aquí.
Draco meneó la cabeza en cuanto él abrió la boca, por lo que Harry se mantuvo callado.
—Yo también pensé que era una buena señal. Fue una suerte que no la hubiese hecho pasar; sea lo que sea que haya pasado estos días, Reed tuvo que poner un Imperio sobre Pansy para mantenerla bajo control —decía con voz cansina, como si fuese poco más que un asunto molesto para agregar a una inmensa lista de preocupaciones—. No encontré forma de hablar con ella, no reaccionaba sin importar qué tanto me acercase. Quiso atacarme, no sé qué le habrá ordenado hacer. Ilta- —Una pausa y arrugaba el entrecejo—. Ya conociste a Ilta, ¿cierto? Bueno, claro que la conociste, no pudiste encontrar a Blaise de otro modo…
—Sí, la fui a ver en San Mungo.
—Interesante. No hubiese podido usar la varita contra ti si la presionabas, o hubiese arriesgado su carrera en ascenso —Pareció pensarlo un momento, como si se preguntase si sus palabras podían constituir una clase de cumplido—, ¿fue a propósito?
—Tal vez —Harry sonrió a medias, luego lo instó a seguir—. ¿Qué pasó con Pansy?
Draco emitió un largo "hm", a la vez que le daba otro sorbo a su té.
—Intenté quitarle el hechizo que tenía, por supuesto.
—¿Y eso quiere decir…?
—Legeremancia. Meterme a su cabeza, Potter, prefiero creer que sabes lo que significa —Hizo caso omiso del ceño fruncido con que le contestó—. No tuve tiempo de hacerlo y Pansy se me escapó.
—¿Te hizo algo? —inquirió Harry, sopesando en qué podía afectar ese encuentro a sus planes del día siguiente.
—¿Además de intentar traicionarme sin ser consciente de sus propias acciones y usar sus conocimientos sobre mí en mi contra, por culpa de ese hijo de perra y sus hechizos alterados? —Arqueando una ceja, Draco volvió a beber de la taza—. No, nada de nada.
Se tomó unos instantes más para considerar el asunto, después asintió, casi para sí mismo.
—Como te dije, tenemos el permiso para entrar a la propiedad de Reed. Mañana irán los dos escuadrones.
Draco le dedicó una mirada larga y nada expresiva, por encima del borde de la taza. El crup se retorcía a sus pies, alegre. Eran un extraño contraste.
—¿Por qué me lo dices? ¿Esas misiones no deberían ser secretas?
Harry se encogió de hombros.
—Tenía pensado que vinieras con nosotros.
