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Una vida diferente.
Aquella mañana había vuelto a soñar cosas inapropiadas. Fue, esta vez, con Narcissa tras de ella, pegada a su espalda, sintiendo la presión de sus pechos contra sus omóplatos. Acariciaba con una lentitud enloquecedora sus costados, y a veces se adelantaba a su abdomen, y bajaba... pero nunca traspasaba sus pantalones. Lo positivo del sueño era que no había sido lo suficiente erótico para empaparla vergonzosamente.
Mientras preparaba dos tazas de té para otra tarde con Narcissa, intentó recuperar la calma, y no sentirse una persona horrible; después de todo eran amigas, y no debería estar aprovechándose de su imagen de esta manera.
—¿Estás segura que no estás cansada por el trabajo?
—Estoy bien. Y me apetece una conversación agradable.
Eso pareció relajar a Narcissa, que se sentó en el sillón, cruzando las piernas. La bandeja en donde Hermione traía el té tembló, pero se estabilizó al segundo. Se había distraído, viendo cómo el borde de la falda de Narcissa se subía hacia arriba con el movimiento. Hermione nunca se sentó a pensar demasiado en el atractivo de las piernas, pero debía admitir que estas que tenía en frente conseguían cambiar sus prioridades un poco. La mujer en su sillón era en su totalidad hermosa, pero hoy estaba cayendo en cuenta de esas específicas curvas marcadas de sus pantorrillas y muslos. No eran musculosas, pero tampoco flácidas. Dudaba que Narcissa hiciera algún ejercicio en particular, pero se veían bien, muy bien.
—Gracias —dijo, agarrando su taza de té y viendo cómo Hermione se sentaba junto a ella—. ¿Así que irás a una boda?
—En un par de semanas, sí. De mi amigo Ron.
Ron era el hermano de Ginny, y fue uno de sus primeros amigos en la universidad. Él era divertido, un amigo honesto, el cual aún hoy se alegraba de ver. Aunque el tiempo y el distanciamiento, ya que él vivía en otro barrio, hizo inevitable que perdieran esa confianza con la que siempre se trataron.
Al inicio de su relación, en sus primeros meses siendo amigos, él se interesó mucho en Hermione. Se trataba de un chico pelirrojo, con muchas pecas y ojos azules. No tenía una belleza clásica y poseía una actitud desgarbada. Encorvarse siendo tan alto no lo favorecía, pero de todas formas le resultaba guapo. El problema fue que Ron estuvo muy flechado por Hermione durante una temporada, así que ella optó por la amistad y nunca aceptó siquiera un beso por parte de él, para no confundir las cosas e ilusionarlo. No le habría gustado perderlo solo por un impulso físico. Poco a poco el amor que Ron sentía por Hermione desapareció y solo quedó la amistad entre ambos. Fue mejor que las cosas resultaran así.
—Una boda inesperada —continuó.
—¿Por qué? —se intrigó Narcissa.
—No hace ni un año que conoció a Lavender. Ginny y yo sospechamos que se apresuraron a casarse porque hubo una pequeña y accidental sorpresa. Aunque Harry dice que no. Él vio varias veces a Lavender a diferencia de nosotras, y pensaba que era posible que simplemente Ron y ella se hayan apresurado porque se aman, porque ambos son bastante lanzados e intensos.
—Bueno, si nace un niño en menos de nueve meses, sabremos la respuesta —bromeó.
Las mujeres bebieron el té en silencio, hasta que Narcissa lo rompió:
—¿Puedo hacerte una pregunta bastante personal, Hermione?
Ella asintió, permitiéndole continuar.
—¿Por qué dejaste de tener citas?
—Perdí el interés, era un sin sentido —murmuró, mirando su taza de té.
—Lo cual no entiendo. Estuve pensando un poco en eso que dijiste.
—¿En serio?
—Si no estás interesada en el amor, me pregunté: ¿Para qué tenías citas en primer lugar? —bebió un poco, meditando sus palabras—. Pensé en varias opciones. Quizá salías con hombres para aparentar ante los demás. O porque era posible que en algún momento te enamoraras, si seguías probando, así que intentaste hasta perder la esperanza. ¿Pero sabes cuál era la opción que más me convencía? Que solo querías sexo.
Hermione se ahogó con su té.
—¿Disculpa? —chilló con un hilo de voz, mientras sentía todavía el picor en su garganta.
—¿Tema incómodo? Podemos dejarlo si quieres, pero... es natural, ¿no? De alguna manera tuve a Draco. Y todos tus amigos igual, no fue con miradas como se hicieron padres.
—No soy una mojigata —masculló—. Solo no me esperaba este tema de tu parte.
—¿Entonces adiviné?
—¿Debería preocuparme por tu extraño interés en asumir cosas sobre mí? —bromeó con brusquedad.
Narcissa soltó una risa, que más que apenada, parecía demostrar lo orgullosa que estaba de sí misma.
—Esto es vergonzoso —se quejó, sintiendo el calor en sus mejillas—. En realidad, creo que son todas las opciones juntas, depende el momento era una un poco más que la otra.
—Te importa mucho la opinión de los demás —recordó.
—Yo solo... quiero sentir que estoy haciendo las cosas bien. ¿Sabes? Trabajo bien, considero que soy una buena amiga, una buena hija y hasta una buena persona. Se supone que el amor es la mayor causa de felicidad, debería tener novio, ser una buena pareja.
—Bueno, pero tú lo haces. Amar.
—¿No acabas de decirme que tengo citas solo por sexo, Narcissa? —preguntó con sorna, aunque también algo abochornada.
—No tiene por qué el amor romántico ser lo único que se puede considerar amor. En mi caso, aunque amo a Lucius de forma romántica, también amo a Draco, de una manera muy diferente pero igual de intensa, y también a mis hermanas, a las cuales extraño ver.
—Yo no las extrañaría si estuviera en tu lugar —admitió con pesar—. No extraño a mis padres, aunque los quiero mucho, ni sufro por no ver a mis amigos, que también los adoro con locura.
—Sería raro que todos amemos de igual manera.
—¿A qué te refieres?
—Quizá la mayoría sentimos el amor de una manera, pero eso no hace que los que no compartan nuestro punto, estén mal. A veces hay preguntas que tienen más de una respuesta. Que no los extrañes no significa que no los ames. ¿Cuánta gente hay que extraña a otros, y de amor no sabe nada?
Hermione le dedicó una sonrisa dubitativa después de unos segundos de silencio, sin saber qué decir, traqueteando con sus dedos su taza bien sujetada.
—¿Entonces? —retomó Narcissa—. ¿Por qué no más citas?
—Ya te respondí.
—Me hablaste de amor. ¿Y qué si no encuentras al amor de tu vida? ¿Por qué dejar de tener sexo?
Hermione no quería despegar los ojos de su taza de la vergüenza, más que por la pregunta, por sus vívidos sueños. No podía pensar en sexo sin recordarlos. ¿Si hubiera seguido teniendo relaciones sexuales con otros, no estaría ahora fantaseando con su vecina y nueva amiga tan recurrentemente? ¿Sería por eso su capricho? ¿Abstinencia?
—Ellos casi siempre quieren formalizar algo luego de un par de citas, algunos incluso esperan dos o tres citas antes de...
—¿Eres tan impaciente? —preguntó con una sonrisa.
—No te burles —se indignó—. Se vuelve un poco tedioso. Yo solo... —Hermione se mordió la lengua, justo a tiempo para no hablar de más.
—¿Quieres sexo sin compromiso? —volvió a preguntar Narcissa.
Hermione tragó saliva, sintiendo la garganta seca, como si no hubiera estado tomando té durante toda la conversación. Escucharla preguntarle eso no le hizo ningún bien, y ya estaba temiendo tener que ir a dormir hoy en la noche...
—Nadie debería... —negó, insegura.
Sus ojos se desviaron hacia un lado, atraídos por el movimiento de Narcissa, que había descruzado las piernas para cambiar la posición, bajando la que antes estaba arriba, y viceversa.
—¿Pero quieres?
—No —mintió, sin apartar los ojos de las piernas.
. . .
Era extraño pensarlo, pero Ginny tenía razón: dos meses pasan volando. Entre sus jornadas laborales, sus ocho horas de sueño, la limpieza de su casa, algún que otro libro, las compras en el mercado y sus miércoles o sábados (dependiendo de la semana) con Narcissa, el tiempo se le escurrió entre los dedos.
Las conversaciones con su vecina eran entretenidas. A veces comentaban sobre cosas del barrio, otras hablaban sobre libros que Hermione le prestaba a Narcissa, y muy cada tanto, era todo más reflexivo; era eso último el tema que más atrapaba a Hermione, para su consternación.
Ella era bastante centrada, le gustaba seguir el orden en sus días. Sus citas siempre fueron planeadas con antelación, y resultaba lógico y hasta esperado que saliera con hombres una mujer de su edad de vez en cuando. Sus comidas eran variadas y de proporciones adecuadas, con una buena porción de verduras y un poco de proteína todos los días. No abusaba de la cafeína ni el alcohol, nunca sucumbió ante el tabaco, y ya ni hablar de otras drogas (que durante su época universitaria más de una vez le ofrecieron). Hasta hacía un poco de ejercicio todas las semanas. Hermione no se cuestiona lo que hacía, sino que hacía lo que debía. Eso estaba bien, así era mejor.
Con Narcissa todo era otra historia. Ella era una mujer muy educada, tanto por ser inteligente como por respetuosa. Se mostraba como alguien firme, pero se notaba a leguas que en la intimidad de su hogar se derretía: hablaba siempre de forma muy dulce sobre su familia. Ama charlar, sobresalir, teniendo poco interés en ser «una persona más» como Hermione. Su sed por aventura y atención cada tanto se dejaba entrever por sus palabras. Hermione creía entender qué encontraba Narcissa en ella: un oído atento. Porque ella no quería uno vago, sino uno activo, que estuviera profundamente interesado en lo que decía.
También le contó sobre su vida antes de Richmond upon Thames. Narcissa tenía un sentido estético obvio, y solía decir no muy sutilmente cómo Hermione podría vestirse mejor, o decorar más y de forma más bella su hogar, así que no se sorprendió al descubrir que fue diseñadora de moda antes de quedar embarazada. De hecho, por ese trabajo conoció a su esposo Lucius, que contra todo pronóstico trabajaba en el mundo del arte.
Cuando Narcissa abandonó su hogar esa tarde, luego de aquellas preguntas tan personales, no lo sintió como una despedida. Arrastró sus palabras por cada habitación, su voz clara y distante sondeaba sus oídos en cada una de sus acciones, desde sacar la basura hasta lavarse el cabello en la ducha. «¿Por qué dejaste de tener citas?» había dicho Narcissa. Hermione no le había mentido: perdió el interés entre cortejos y flores. Pero era fácil decir qué no quiere, y muy difícil decir lo que sí.
Si dejaba de salir con chicos, cuando Ginny le preguntaba, solo decía que con ninguno terminaba de congeniar. A veces mentía, torciendo la verdad. Por ejemplo, si no tenían pensamientos similares, decía a sus amigos que discutían demasiado y chocaban, y que por eso se separaron a pesar de gustarse. Así mantenía todo correcto, porque nadie esperaría que esté de novia con un chico con el que peleara, o no fuera tan listo como ella, o no tuvieran nada en común... Así, no le exigían amor.
Hermione sabía qué cosas no quería de sus citas, y también las que sí. Tal como supuso Narcissa, le gustaba el contacto físico con la gente, sentirse arraigada a algo terrenal. Ella era alguien que accionaba, no que suspiraba pensando en lo que será. Tiene ojos y siente tanto como cualquiera. Le gusta besar, que la acaricien. Disfruta de los sabores, de las conversaciones y de la tensión que puede generarse entre dos individuos.
«¿Quieres sexo sin compromiso?», le había dicho Narcissa. Maldita sea, sí. Esa pregunta fue su ruina. Nunca nadie le había preguntado eso. ¿Quién sería tan descarado como para decirle a una mujer algo así? Quizá los hombres, entre amigos... ¿Pero a ella? ¿Quién se atrevería a insinuar siquiera que Hermione Jean Granger aceptaría algo tan indecoroso?
Se acostó temprano esa noche, ya que no sentía hambre. Estaba recta en el colchón, boca arriba, mirando el techo en la oscuridad. Mientras más intentaba no pensar en su respiración, menos lo conseguía. Las telas se sentían todavía frías. Acarició con la yema de sus dedos el cubrecama. Había cambiado las sábanas aquella mañana, así que se sentían demasiado lisas y tirantes, al rozarla casi podía sentir lo limpio en su piel, y el olor lo confirmaba. Se dio media vuelta y restregó su nariz en la funda de su almohada. Le gustaba tanto la sensación: frío, suave, rico. Enterró todo su rostro contra la tela mullida y soltó un quejido ahogado. No podía dejar de pensar, ni en la voz de Narcissa, ni en su respiración.
El mayor problema con esa pregunta, es que la hacía sentir como una prostituta. Se supone que el sexo y el amor son lo mismo. Cuando se acostaba con sus citas se sobreentendía que había un interés mayor que el carnal. Eso era aceptable, todos lo hacían, porque hay deseo de un futuro. ¿Pero juntarse con alguien solo con el fin de tener sexo? Sus padres la habían criado mejor que eso. ¡Sus amistades! ¿Qué dirían si escucharan su mente?
¿Y con quién? Si aceptara esa ridícula idea, aunque sea en su imaginación, ¿quién la seguiría en esta locura? El destello de todo lo sucedido durante el día le susurraba: Narcissa. Y eso lo volvía mil veces peor. Una mujer, su amiga, su vecina, una esposa, una madre. Sexo sin amor. Su respiración se sentía demasiado caliente, y era demasiado consciente de ella. Había un ardor en cada inhalación y un cosquilleo del vacío en cada exhalación. Sin importar cuánto lo negara, ya había sido tentada. Ya no podía seguir pensando que todo seguía siendo igual. Ya era tarde para que todo en ella volviera a ser normal, como siempre.
