Bueno después de un mes aquí tienen actualización espero les guste y esta historia también la tenía en Wattpad pero hace unos días cancelaron mi cuenta así que no volveré a publicarla ahí y lo siento por los lectores que tenía ahí pero abrir otra cuenta y volver a subir todos los capítulos para mi es una pérdida de tiempo que no tengo
Y sin ni más a leer
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Yo quiero leer —dijo Frank—
Orión le paso el libro por medio de una flecha
Presumido —murmuro Teseo—
Tú cierra la boca —le dijo Orión—
—Frank abrió el libro y empezó a leer— Capítulo 3: Tomamos el taxi del eterno tormento
Oh genial ese bendito taxi —dijo Poseidón—
Annabeth nos esperaba en un callejón de la calle Church. Tiró de Tyson y de mí justo cuando pasaba aullando el camión de los bomberos en dirección a la Escuela Meriwether.
Percy horas después me marcaron y me dijeron que habías metido bombas molotov y que habías destruido el gimnasio de la escuela —dijo Sally—
Eso explica tu historial —dijo Paul—
Como dije lo que te hayan dicho soy inocente —dijo el joven Percy—
— ¿Dónde lo encontraste? —preguntó, señalando a Tyson.
Lo siento Tyson —dijo Annabeth extrañando a varios—
En otras circunstancias me habría alegrado mucho de verla. El verano anterior habíamos acabado haciendo las paces, pese a que su madre fuese Atenea y no se llevara demasiado bien con mi padre.
Algo que alguien debería hacer —dijo Hestia viendo a ambos mencionados—
Y yo seguramente la había echado de menos bastante más de lo que estaba dispuesto a reconocer.
Annabeth le sonrió a Percy
Pero en aquel momento acababa de atacarme un grupo de gigantes caníbales; Tyson me había salvado la vida tres o cuatro veces, y todo lo que se le ocurría a Annabeth era mirarlo con fiereza, como si él fuese el problema.
Annabeth bajo la cabeza arrepentida
—Es amigo mío —le dije.
— ¿Es un sin techo?
— ¿Qué tiene eso que ver? Puede oírte, ¿sabes? ¿Por qué no se lo preguntas a él?
Ella pareció sorprendida.
— ¿Sabe hablar?
Los ciclopes tan jóvenes no saben hablar —dijo Poseidón sonriéndole a Tyson—
—Hablo —reconoció Tyson—. Tú eres preciosa.
— ¡Puaj! ¡Asqueroso! —exclamó apartándose de él.
Maldita escuincla —murmuro Teseo—-
No podía creer que se comportara de un modo tan grosero. Le miré las manos a Tyson, esperando ver un montón de quemaduras a causa de aquellas bolas ardientes, pero no, las tenía en perfecto estado: mugrientas, eso sí, y con cicatrices y unas uñas sucias del tamaño de patatas fritas. Pero ése era su aspecto habitual.
Tyson volvió a ver sus manos
—Tyson —dije con incredulidad—. No tienes las manos quemadas.
—Claro que no —dijo Annabeth entre dientes—. Me sorprende que los lestrigones hayan tenido las agallas de atacarte estando con él.
Los Lestrigones no atacan a los Ciclopes —pregunto Hazel—
No solo a los Ciclopes sino a todo tipo de monstruos que este ahí marcando su territorio así que supongo que Tyson con su olor marco inconscientemente a Percy como propio y que nadie debía acercarse —dijo Icaros—
Pues en ese caso gracias Tyson —dijo Percy sonriendo—
Tyson parecía fascinado por el pelo rubio de Annabeth. Intentó tocarlo, pero ella le apartó la mano con brusquedad.
Primero Percy y ahora Tyson —murmuro Teseo con el ceño fruncido—
—Annabeth —dije—, ¿de qué estás hablando? ¿Lestri… qué?
—Lestrigones. Esos monstruos del gimnasio. Son una raza de gigantes caníbales que vive en el extremo norte más remoto. Ulises se tropezó una vez con ellos, pero yo nunca los había visto bajar tan al sur como para llegar a Nueva York…
Ambos Frank y ambas Hazel se removieron incomodos recordando cierto encuentro
—Lestri… lo que sea, no consigo decirlo. ¿No tienen algún nombre más normal?
Ella reflexionó un momento.
—Canadienses —decidió por fin—.
¡Hey! —Se quejaron ambos Frank junto a Emily—
Lo siento —se disculpó Annabeth—
Y ahora, vamos. Hemos de salir de aquí.
—La policía debe de estar buscándome.
Créeme que ya me eh acostumbrado —dijo Percy—
—Ése es el menor de nuestros problemas —dijo—. ¿Has tenido sueños últimamente?
—Sueños… ¿sobre Grover?
Su cara palideció.
— ¿Grover? No. ¿Qué pasa con Grover?
No esperaba que lo mencionaras a el —dijo Annabeth—
Le conté mi pesadilla.
— ¿Por qué me lo preguntas? ¿Sobre qué has soñado tú?
La expresión de sus ojos era sombría y turbulenta, como si tuviera la mente a cien mil kilómetros por hora.
—El campamento —dijo por fin—. Hay graves problemas en el campamento.
Todos dirigieron sus miradas hacia ambos Luke a lo que se estremecieron
— ¡Mi madre me ha dicho lo mismo! ¿Pero qué clase de problemas?
—No lo sé con exactitud, pero algo no va bien. Tenemos que llegar allí cuanto antes. Desde que salí de Virginia me han perseguido monstruos intentando detenerme. ¿Tú has sufrido muchos ataques?
Pues no —dijo Percy— de nuevo gracias Tyson
Meneé la cabeza.
—Ninguno en todo el año… hasta hoy.
— ¿Ninguno? ¿Pero cómo…? —Se volvió hacia Tyson—. Ah.
— ¿Qué significa «ah»?
Tyson levantó la mano, como si aún estuviera en clase.
Me parece que Tyson tiene mejores modales que Percy —dijo Nico—
—Los canadienses del gimnasio
Frank rodo los ojos
Llamaban a Percy de un modo raro… ¿Hijo del dios del mar?
Poseidón le sonrió a Tyson a lo que este correspondió la sonrisa
Annabeth y yo nos miramos.
No sabía cómo explicárselo, pero sentí que Tyson se merecía la verdad después de haber arriesgado la vida.
Porque le tiene que dar explicaciones a un ciclope —murmuro un chico de la cabaña de Ares—
Porque él no es consciente de que es un ciclope —dijo Clarisse—
—Grandullón —dije—, ¿has oído hablar de esas viejas historias sobre los dioses griegos? Zeus, Poseidón, Atenea…
Con un gran repertorio de dioses y me pones con esos dos —se quejó Poseidón—
Porque estaba Annabeth y él pudo haber preguntado por de quien era hija Annabeth —explico Percy—
Y el otro porque —pregunto Poseidón—
Simplemente se me ocurrió —dijo Percy alzando los hombros—
—Sí.
—Bueno, pues esos dioses siguen vivos. Es como si se desplazaran siguiendo el curso de la civilización occidental y vivieran en los países más poderosos, de modo que ahora se encuentran en Estados Unidos.
Y lo dices con gran tacto —dijo Nico—
Y a veces tienen hijos con los mortales, hijos que nosotros llamamos «mestizos».
—Vale —dijo Tyson, como esperando que llegara a lo importante.
—Bueno, pues Annabeth y yo somos mestizos —dije—. Somos como… héroes en fase de entrenamiento. Y siempre que los monstruos encuentran nuestro rastro, nos atacan. Por eso aparecieron esos gigantes en el gimnasio. Monstruos.
El cual él también es uno —dijo Octavian—
Y tu un ex augur —dijo Percy con una sonrisa—
—Vale.
Lo miré fijamente. No parecía sorprendido ni desconcertado, lo que me sorprendió y desconcertó a mí.
—Entonces… ¿me crees?
Tyson asintió.
—Pero ¿tú eres… el hijo del dios del mar?
De un juramento roto —dijo Zeus—
Pero mejor no hablemos de ti y de tus múltiples juramentos rotos —dijo Poseidón—
—Sí —reconocí—. Mi padre es Poseidón.
Qué casualidad también es mi padre —dijo Teseo estrechando la mano de Percy a lo que algunos rieron—
El frunció el ceño. Ahora sí parecía desconcertado.
—Pero entonces…
Se oyó el aullido de una sirena y un coche de policía pasó a toda velocidad por delante del callejón.
Ciento que eso no te haya dejado decir lo que querías decir —dijo Percy—
No hay problema —dijo Tyson—
—No hay tiempo para esto ahora —dijo Annabeth—. Hablaremos en el taxi.
— ¿Un taxi hasta el campamento? —dije—. ¿Sabes lo que nos puede costar?
Mucho —dijo Will—
—Tú confía en mí.
Titubeé.
— ¿Y Tyson?
Por un momento imaginé que llevaba a mi gigantesco amigo al Campamento Mestizo. Si ya se volvía loco en un territorio normal con los abusones de costumbre, ¿cómo iba a reaccionar en un campamento de semidioses?
Pues reacciono bastante bien —dijo Annabeth—
Por otro lado, la policía debía de estar buscándonos a los dos.
—No podemos dejarlo aquí —decidí—. Se vería metido en un buen aprieto.
Pues la niebla lo protegería y nadie se acordaría de el —dijo Nico— así que él estaría bien
—Ya. —Annabeth adoptó una expresión sombría—. Tenemos que llevárnoslo, no hay duda. Venga, vamos.
No me gustó su manera de decirlo, como si Tyson fuera una enfermedad maligna que requiriera hospitalización urgente.
Annabeth bajo la cabeza avergonzada
Aun así, la seguí hasta el final del callejón. Los tres nos fuimos deslizando a hurtadillas por los callejones del centro, mientras una gran columna de humo se elevaba a nuestras espaldas desde el gimnasio de la escuela.
Soy inocente —dijeron ambos Percy—
—Un momento. —Annabeth se detuvo en la esquina de las calles Thomas y Trimble, y rebuscó en su mochila—. Espero que aún me quede alguna.
¿Alguna qué? —se preguntaron varios—
Su aspecto era incluso peor de lo que me había parecido al principio. Tenía un corte en la barbilla y un montón de ramitas y hierbas enredadas en su cola de caballo, como si llevara varias noches durmiendo a la intemperie.
Los desgarrones del dobladillo de sus vaqueros se parecían sospechosamente a las marcas de unas garras.
Athena vio preocupada a Annabeth
— ¿Qué estás buscando? —pregunté.
Sonaban sirenas por todas partes. Supuse que no tardarían en pasar más policías por allí delante, en busca de unos delincuentes juveniles especializados en bombardear gimnasios.
Varios hijos de Hermes sonrieron
Seguro que Matt Sloan ya había hecho una declaración completa, y probablemente había tergiversado tanto las cosas que ahora los caníbales sedientos de sangre éramos Tyson y yo.
No lo dudes —dijo Nico—
—He encontrado una, alabados sean los dioses.
Gracias —dijeron Apolo y Hermes—
Annabeth sacó de la mochila una moneda de oro. Era un dracma, la moneda oficial del monte Olimpo, con un retrato de Zeus en una cara y el Empire State en la otra.
—Annabeth —le dije—, ningún taxista de Nueva York va aceptar esa moneda.
—Stéthi —gritó ella en griego antiguo—. ¡Ó hárma diabolés!
Es enserio —se quejó Perseo—
Como siempre, en cuanto se puso a hablar en la lengua del Olimpo, yo la entendí sin dificultades.
Había dicho: «Detente, Carro de la Condenación.»
Vaya nombrecito —dijo Ji—
Fuera cual fuese su plan, aquello no me inspiraba mucho entusiasmo precisamente.
Y no te culpo por eso —dijo Perseo—
Annabeth arrojó la moneda a la calle. Pero en lugar de tintinear como es debido, el dracma se sumergió en el asfalto y desapareció.
Los romanos se quedaron viendo a Frank que era el que estaba leyendo interesados por que iba a pasar
Durante unos segundos no ocurrió nada.
Que mal un dracma tirado a la basura —dijo Leo—
Luego, poco a poco, en el mismo punto donde había caído la moneda, el asfalto se oscureció y se fue derritiendo, hasta convertirse en un charco del tamaño de una plaza de parking… un charco lleno de un líquido burbujeante y rojo como la sangre.
Varios hicieron una cara de asco
De allí fue emergiendo un coche.
Era un taxi, de acuerdo, pero a diferencia de cualquier otro taxi de Nueva York no era amarillo, sino de un gris ahumado. Quiero decir: parecía como si estuviese formado por humo, como si pudieras atravesarlo. Tenía unas palabras escritas en la puerta —algo como HREMNAS SIGRS—, pero mi dislexia me impedía descifrarlas.
La mayoría de los presentes hizo una mueca
El cristal de la ventanilla del copiloto se bajó y una vieja sacó la cabeza. Unas greñas grisáceas le cubrían los ojos, hablaba raro, farfullando entre dientes, como si acabara de meterse un chute de novocaína.
No quiero saber cómo es que sabes eso —dijo Paul—
— ¿Cuántos pasajeros?
—Tres al Campamento Mestizo —dijo Annabeth. Abrió la puerta trasera y me indicó que subiera, como si todo aquello fuese normalísimo.
Técnicamente estabas tomando un taxi —dijo Laura—
Pues yo no me subiría a ese taxi —dijo Ji—
— ¡Agg! —Chilló la vieja—. No llevamos a esa clase de gente. —Señalaba a Tyson con un dedo huesudo.
¿Qué demonios ocurría? ¿Sería el día del Acoso Nacional a los Chicos Feos y Grandullones?
Perdón —se disculpo Percy—
—Ganará una buena propina —prometió Annabeth—. Tres dracmas más al llegar.
— ¡Hecho! —graznó la vieja.
Bueno como dicen con dinero baila el perro —dijo Leo sonriendo—
Subí al taxi a regañadientes. Tyson se embutió en medio y Annabeth subió la última.
El interior también era de un gris ahumado, pero parecía bastante sólido; el asiento estaba rajado y lleno de bultos, o sea que no era muy diferente de la mayoría de los taxis.
Aun así no van a hacer que me suba a esa cosa —dijo Jim—
No había un panel de plexiglás que nos separase de la anciana dama que conducía… Un momento… No era una dama. Eran tres las que se apretujaban en el asiento delantero, cada una con el pelo grasiento cubriéndole los ojos, con manos sarmentosas y vestidos de arpillera gris.
Odie ese trasporte —dijo Perseo—
— ¡Long Island! —dijo la que conducía—. ¡Bono por circular fuera del área metropolitana! ¡Ja! Pisó el acelerador y yo me golpeé la cabeza con el respaldo.
Que buen inicio de viaje —dijo Nico—
Por los altavoces sonó una voz grabada: «Hola, soy Ganimedes,
Hera gruño y Zeus se hizo el que la virgen le habla
El copero de Zeus, y cuando salgo para comprarle vino al Señor de los Cielos, ¡siempre me abrocho el cinturón!»
Esa cosa trae cinturón —pregunto Will—
Bajé la vista y encontré una larga cadena negra en lugar del cinturón de seguridad.
No creo que esa cosa sea muy segura —dijo Will—
Decidí que tampoco era tan imprescindible… al menos de momento.
Percy —dijo Sally viendo a Percy— que tienes que hacer cuando te subes a un carro
Ponerme un cinturón —dijo Percy— y ya se otra semana castigado
El taxi aceleró mientras doblaba la esquina de West Broadway, y la dama gris que se sentaba en medio chilló:
— ¡Mira por dónde vas! ¡Dobla a la izquierda!
— ¡Si me dieras el ojo, Tempestad, yo también podría verlo!
¿El ojo? —Fue la pregunta de varios—
A ver, un momento. ¿Qué era aquello de darle el ojo?
No tuve tiempo de preguntar porque la conductora viró bruscamente para esquivar un camión que se nos venía encima, se subió al bordillo con un traqueteo como para astillarse los dientes y voló hasta la siguiente manzana.
Poseidón estaba con las manos en la cabeza rezando por el bienestar de su hijo
— ¡Avispa! —Le dijo la tercera dama a la conductora—. ¡Dame la moneda de la chica! Quiero morderla.
Y como para que quiera morderla —pregunto el joven Frank-
Para comprobar que no sea falsa —dijo Perseo—
Y que no tendrían que comprobarlo antes de hacer el viaje —pregunto la joven Hazel—
Ellas lo hacen durante el viaje y de ser falsa te cancelan el viaje y te avientan del carro —explico Perseo—
— ¡Ya la mordiste la última vez, Ira! —Contestó la conductora, que debía llamarse Avispa—. ¡Esta vez me toca a mí!
— ¡De eso nada! —chilló la tal Ira.
— ¡Semáforo rojo! —gritó la que iba en medio, Tempestad.
— ¡Frena! —aulló Ira.
En lugar de frenar, Avispa pisó a fondo, volvió a subirse al bordillo, dobló la esquina con los neumáticos chirriando y derribó un quiosco. Mi estómago debía de haberse quedado tres calles atrás.
Si es que no se quedó antes de subirnos al taxi —dijo el joven Percy—
No lo dudes —dijo Percy—
—Perdone —dije—. Pero… ¿usted ve algo?
— ¡No! —gritó Avispa, aferrada al volante.
No ve o se está peleando —pregunto Nico—
Se estaba peleando —dijo Percy—
— ¡No! —gritó Tempestad, estrujada en medio.
— ¡Claro que no! —gritó Ira, junto a la ventanilla del copiloto (o del artillero, en las películas).
Miré a Annabeth.
— ¿Son ciegas?
—No del todo —contestó ella—. Tienen un ojo.
— ¿Un ojo?
—Sí.
— ¿Cada una?
—No. Uno para las tres.
Y ¿cómo es eso posible? —Dijo el joven Percy—
Créeme con el tiempo te acostumbras a lo imposible —dijo Percy—
Tyson soltó un gruñido a mi lado y se aferró al asiento.
—No me siento bien.
—Ay, dioses —exclamé, recordando cómo se mareaba en las excursiones del colegio y, la verdad, no era algo que te apeteciera presenciar a menos de quince metros—.
Me imagino que nada agradable —dijo Nico—
Nada agradable —dijo Percy—
Aguanta, grandullón. ¿Alguien tiene una bolsa o algo así?
De preferencia una de basura —dijo Percy—
Las tres damas grises iban demasiado ocupadas riñendo entre ellas como para prestarme atención.
Pues que buenas conductoras que no hacen caso a los pasajeros y están al pendiente del camino —dijo Leo con claro sarcasmo—
Miré a Annabeth, que se agarraba como si en ello le fuera la vida, y le eché una mirada de cómo—me—has—hecho—esto—a—mí.
—Bueno —me dijo—, el Taxi de las Hermanas Grises es la manera más rápida de llegar al campamento.
— ¿Entonces por qué no lo tomaste desde Virginia?
Porque no cae en su área de servicio —dijo la joven Annabeth—
Y de haberlo hecho tú no hubieras ido al campamento —dijo Annabeth—
Se nota que aún no conoces a Percy del todo —dijo Sally— aunque no hubieras ido por el Percy encontraría la manera de ir al campamento
—Eso no cae en su área de servicio —replicó, como si fuera la cosa más evidente del mundo—. Sólo trabajan en la zona de Nueva York y alrededores.
— ¡Hemos llevado a gente famosa en este taxi! —Exclamó Ira—. ¡A Jasón, por ejemplo! ¿Os acordáis?
Varias miradas se dirigieron hacia Jasón
El mejor viaje de mi vida —dijo Jasón con claro sarcasmo—
— ¡No me lo recuerdes! —Gimió Avispa—. Y en esa época no teníamos taxi, vieja latosa. ¡Ya hace tres mil años de aquello!
— ¡Dame el diente! —Ira intentó agarrarle la boca a Avispa, pero ella le apartó la mano.
Eso suena asqueroso —dijo Lacy—
— ¡Sólo si Tempestad me da el ojo!
— ¡Ni hablar! —Chilló Tempestad—. ¡Tú ya lo tuviste ayer!
— ¡Pero ahora estoy conduciendo, vieja bruja!
— ¡Excusas! ¡Gira! ¡Tenías que girar ahí!
Avispa viró por la calle Delancey y me vi estrujado entre Tyson y la puerta. Ella siguió dando gas y salimos propulsados por el puente de Williamsburg a ciento y pico por hora.
Percy quito su sonrisa unos momentos al recordar todo lo que paso en ese puente
Las tres hermanas se peleaban ahora de verdad, o sea, a bofetada limpia.
El típico cariño de hermanos —dijo Leo—
Ira trataba de agarrar a Avispa por la cara y ésta intentaba agarrársela a Tempestad. Mientras se gritaban unas a otras con los pelos alborotados y la boca abierta, me di cuenta de que ninguna de ellas tenía dientes, salvo Avispa, que lucía un incisivo entre amarillento y verdoso.
Podrían por lo menos cuidar el único que tienen —dijo Hazel—
En lugar de ojos, tenían los párpados cerrados y hundidos, con excepción de Ira, que sí disponía de un ojo verde inyectado en sangre que lo escrutaba todo con avidez, como si no le pareciera suficiente nada de lo que veía.
Ese ojo da cosa —dijo el joven Percy—
Finalmente fue ella, Ira, que llevaba ventaja con su ojo, la que logró arrancarle el diente de un tirón a su hermana Avispa. Esta se puso tan furiosa que rozó el borde del puente de Williamsburg, mientras chillaba:
— ¡Devuélvemelo! ¡Devuélvemelo!
Parecen niñas chiquitas —dijo Hestia temiendo por los del libro—
Tyson gimió y se agarró el estómago.
—Por si alguien quiere saberlo —dije—, ¡vamos a morir!
Que pesimista eres —dijo Nico—
—No te preocupes —dijo Annabeth, aunque sonaba superpreocupada—. Las Hermanas Grises saben lo que hacen. Son muy sabias, en realidad.
Aun viniendo de la hija de Atenea, aquel comentario no logró tranquilizarme.
Con la perspectiva que tenías adelante nadie estaría tranquilo —dijo Icaros—
Corríamos a toda velocidad por el borde mismo del puente, a cuarenta metros del East River.
— ¡Sí, muy sabias! —Ira nos lanzó una ancha sonrisa a través del retrovisor y aprovechó para lucir el diente que acababa de apropiarse—. ¡Sabemos cosas!
— ¡Todas las calles de Manhattan! —dijo Avispa fanfarroneando, sin dejar de abofetear a su hermana
—. ¡La capital de Nepal!
Katmandú —fue la respuesta de todos los hijos de Athena—
— ¡La posición que andas buscando! —añadió Tempestad.
Poseidón frunció el ceño y rezo porque no dieran esas coordenadas
Sus hermanas se pusieron a aporrearla desde ambos lados, mientras le gritaban:
— ¡Cierra el pico! ¡Ni siquiera lo ha preguntado!
— ¿Cómo? —dije—. ¿Qué posición? Yo no estoy buscando…
— ¡Nada! —Dijo Tempestad—. Tienes razón, chico. ¡No es nada!
Ahora quiere saber cuál es esa dirección —dijo Nico—
—Dímelo.
— ¡No! —chillaron las tres.
— ¡La última vez que lo dijimos fue terrible! —dijo Tempestad.
— ¡El ojo arrojado a un lago! —asintió Ira.
Las vistas se dirigieron hacia Jasón el cual volteo a un lado y chiflo
— ¡Años para recuperarlo! —Gimió Avispa—. Y hablando de eso, ¡devuélvemelo!
— ¡No! —aulló Ira.
— ¡El ojo! —Se desgañitó Avispa—. ¡Dámelo!
Le dio un mamporro a Ira en la coronilla. Se oyó un ruido repulsivo — ¡plop!— y algo le saltó de la cara.
Qué asco —fue lo que se escuchó en el campamento—
Ira lo buscó a tientas, intentó atraparlo, pero lo único que logró fue golpearlo con el dorso de la mano. El viscoso globo verde salió volando por encima de su hombro y fue a caer directamente en mi regazo.
Bien ya lo tienes en tus manos —dijo Jasón—
Yo di un salto tan brutal que me golpeé la cabeza con el techo y el globo ocular cayó rodando.
Poseidón se sobo la cabeza
— ¡No veo nada! —berrearon las tres hermanas.
— ¡Dame el ojo! —aulló Avispa.
— ¡Dale el ojo! —gritó Annabeth.
— ¡Yo no lo tengo! —dije.
—Ahí, lo tienes al lado del pie —dijo Annabeth—. ¡No lo pises! ¡Recógelo!
— ¡No pienso recogerlo!
Y mi duda es como llegaron con vida al campamento —dijo Frank—
El taxi golpeó la barandilla y continuó derrapando, pegado a aquella barra de metal, con un espantoso chirrido de afilar cuchillos. El coche temblaba y soltaba una columna de humo gris, como a punto de disolverse por pura fricción.
— ¡Me voy a marear! —avisó Tyson.
—Annabeth —grité—, ¡déjale tu mochila a Tyson!
— ¿Estás loco? ¡Recoge el ojo!
Recojan el nadito ojo —dijo Piper
Avispa dio un golpe brusco al volante y el taxi se separó de la barandilla. Nos lanzamos hacia Brooklyn a una velocidad muy superior a la de cualquier taxi humano. Las Hermanas Grises chillaban, se daban mamporros unas a otras y reclamaban a gritos el ojo.
Que viaje más interesante —dijo Leo—
Al final, me armé de valor. Rasgué un trozo de mi camiseta de colores, que ya estaba hecha jirones de tan chamuscada, y recogí el globo ocular.
— ¡Buen chico! —gritó Ira, como si supiera de algún modo que su preciado ojo se hallaba en mi poder
¿Cómo puede sentir esas cosas? —Pregunto el joven Percy—
Supongo que sigue siendo parte de su cuerpo —dijo Perseo—
—. ¡Devuélvemelo!
—No lo haré hasta que me digas a qué te referías. ¿Qué era eso de la posición que estoy buscando?
— ¡No hay tiempo! —Chilló Tempestad—. ¡Acelerando!
Miré por la ventanilla. No había duda: árboles, coches y barrios enteros pasaban zumbando por nuestro lado, convertidos en un borrón gris. Ya habíamos salido de Brooklyn y estábamos atravesando Long Island.
—Percy —me advirtió Annabeth—, sin el ojo no podrán encontrar nuestro destino. Seguiremos acelerando hasta estallar en mil pedazos.
Y no sería más sencillo que quitara el pie del acelerador —dijo el joven Nico—
En eso tienes razón —dijo Icaros—
—Primero han de decírmelo —contesté—. O abriré la ventanilla y tiraré el ojo entre las ruedas de los coches.
Leo empezó a reír
De que te ríes —pregunto Piper—
Que me imagine a Percy sacando la mano y el ojo llorando al ver la calle —dijo Leo y algunos rieron al imaginárselo—
— ¡No! —Berrearon las Hermanas Grises—. ¡Demasiado peligroso!
—Estoy bajando la ventanilla.
Me encanta tu manipulación —dijo Hermes—
— ¡Espera! —Gritaron las hermanas—. ¡Treinta, treinta y uno, setenta y cinco, doce!
Porque esas coordenadas —se quejó Poseidón—
— ¿Y eso qué es? ¡No tiene ningún sentido!
— ¡Treinta, treinta y uno, setenta y cinco, doce! —Aulló Ira—. No podemos decirte más. ¡Y ahora devuélvenos el ojo! ¡Ya casi llegamos al campamento!
Habíamos salido de la autopista y cruzábamos zumbando los campos del norte de Long Island. Ya veía al fondo la colina Mestiza, con su pino gigantesco en la cima: el árbol de Thalía, que contenía la energía vital de una semidiosa heroica.
Con árbol de Thalía hubiera sido más que suficiente —dijo Thalía ligeramente pálida—
— ¡Percy! —dijo Annabeth con tono apremiante—. ¡Dales el ojo ahora mismo!
Decidí no discutir.
Buena decisión —dijo Orión—
Solté el ojo en el regazo de Avispa.
La vieja dama lo agarró rápidamente, se lo colocó en la órbita como quien se pone una lentilla y parpadeó.
— ¡Guau!
Frenó a fondo. El taxi derrapó cuatro o cinco veces entre una nube de polvo y se detuvo chirriando en mitad del camino de tierra que había al pie de la colina Mestiza.
Poseidón se relajó al saber que ya estaba en el campamento
Tyson soltó un eructo monumental.
—Ahora mucho mejor.
Por lo menos no vomito —dijo Will—
—Está bien —les dije a las Hermanas Grises—. Decidme qué significan esos números.
— ¡No hay tiempo! —Annabeth abrió la puerta—. Tenemos que bajar ahora mismo.
Yo también me bajaría corriendo de ese taxi —dijo Jim—
Iba a preguntar por qué, cuando levanté la vista hacia la colina Mestiza y lo comprendí.
En la cima había un grupo de campistas. Y los estaban atacando.
¿Qué? Fue la pregunta de todos en el campamento
Aquí termina —dijo Frank—
Yo quiero leer —dijo Geraldine Hija de Némesis, legado de Athena y Perséfone, cazadora de Artemisa tercera al mando
—Frank mando el libro por medio de una flecha la cual dio en medio de las piernas de Geraldine—
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Espero les haya gustado como antes mencione si alguien quería participar como lector en el fic solo dándome sus nombres y de quien serian hijos solo recuerden que no se pueden ser hijos de los tres grandes y no me pidan de dioses imposibles
El nombre que antes mencione me lo pidió una persona en Wattpad y otras personas también me lo pidieron y en honor a ellas en futuros capítulos los voy a mencionar ya como mencione no volveré a publicar en Wattpad
Nos leemos en un mes (espero)
Se despide por ahora Acuario no June4311
