—Abbott, tú eras amiga de Granger, ¿no?

—Bueno, amigas, lo que se dice amigas… no. Estábamos en el mismo curso y nos llevábamos bien. Cuando salía con Neville estuve un par de veces en su casa —contestó mientras se acercaba a la máquina de café.

—Espera, yo invito —Draco sacó algunas monedas de su bolsillo y las metió en la máquina. Esperaba sacar alguna información de aquel intercambio. —Dime, ¿se te ocurre qué le gusta? Quiero decir… ¿Dónde estaría cómoda para dar una vuelta? Bueno, eh…

Nunca se había sentido tan torpe usando las palabras, pero probablemente nunca había usado tantas como últimamente. No era del tipo hablador salvo cuando se trataba de insultar. Ahí sí que tenía una prosa bastante florida.

—Creo que sacarla un rato de aquí puede ir bien para su recuperación y me preguntaba qué sitio puede ser el indicado.

Sí, definitivamente estaba pareciendo estúpido.

—Eso deberías preguntárselo a Harry a Ron —respondió Abbott después de darle un sorbo a su bebida. —Por cierto, ya has hablado con ellos, ¿verdad?

—Nop.

—¡¿Cómo que no?! ¿Tú eres idiota?

—Eh, eh, Abbott. Cuidado. Tú a mí no me llamas idiota.

—Vale, yo no te llamo idiota, pero dime, ¿por qué no lo has llamado? ¿En qué estás pensando?

—¿Que en qué estoy pensando? —Antes de preguntar ya había sabido que no sería una buena idea, pero lo había hecho igualmente y allí estaba Abbott, tocándole las pelotas. —Estoy pensando en dos pánfilos que no han visto como la persona más importante de sus vidas se iba a la mierda. En dos personas. No, perdona, tres, no me olvido de la comadreja pequeña. Tres personas a las que no se les ha ocurrido llamarla, preocuparse. Si no ya estarían aquí. Pero no, siguen con sus maravillosas vidas de salvadores. Si no, échale un vistazo a El Profeta, están en todas las fiestas.

Paró de golpe, casi jadeando. No sabía por qué se había alterado tanto, por qué sonaba tan… así.

—¿Y aquí quién hay? —Continuó. —Y ya ha pasado más de un mes, ¿no crees que deberían haberse alarmado?

—Tú no sabes… —intentó replicar Abbott.

—¿Yo no sé qué? ¿Yo no sé o que es una persona deprimida? ¿Lo difícil que es estar cerca? ¿Eh? ¿Quieres decirme eso?

—No, yo…

—Tú nada. Así que haznos un favor, deja de opinar y dime qué podría gustarle.

—Yo no… —Se puso roja y miró hacia sus zuecos. Intentaba hablar pero apenas podía. Draco no sabía qué le estaría pasando por la cabeza ni le importaba. Le recordó vagamente al colegio, solía provocar esa reacción en casi todo el mundo, aunque le aburría bastante. Si hubiera sido Longbottom, al menos, podría haber sido algo más divertido, siempre existía la posibilidad de que se cayera enredado en sus propios pies.

—Deberías llevarla de paseo por Bloomsbury —escuchó una vocecilla dulce a sus espaldas y Abbott aprovechó para salir corriendo de allí.

—¿Perdón?

—Que deberías llevarla de paseo por Bloomsbury —repitió Luna más despacio —es un barrio muggle. Ella me lo enseñó a mí hace años. Es un barrio lleno de magia, pero no de la nuestra, sino de la que hay en los libros y se impregna en los portales, las esquinas y las aceras. Ella era feliz yendo a comprar un libro allí y tomando un café después. Los torposoplos desaparecían de su cabeza.

Draco la miró desconcertado. Había llegado a sentir una razonable cantidad de afecto por aquella mujer, pero no terminaba de comprender cómo alguien con su capacidad podía parecer a veces tan… tan… tan lunática. Y sin embargo sabía que pondría toda su confianza en sus manos si se diera el caso. Había aprendido lo suficiente como para no rechazar algo así.

—¿Estás segura de que es la mejor opción? —Preguntó, aún con reservas.

—Totalmente.

—De acuerdo. Muchas gracias, Luna. Tú sí que eres una ayuda, no como otras…

Miró a su alrededor y entonces se dio cuenta de que Abbott hacía rato que los había abandonado.

—Cobarde… —masculló.

—Draco —ella era de las pocas personas que lo llamaban por su nombre. A él no le importaba. Tampoco le sobraban los amigos y era agradable. —¿Vas a conseguir que se ponga bien?

—¿Lo dudas? —Contestó él levantando una ceja.

—Sí.

Y no lo dijo para hacerle daño. Lo sabía. Únicamente estaba siendo sincera y la sinceridad era lo único que podía quebrar realmente su coraza.

—Yo también. Pero voy a hacer todo lo posible. Tengo muchas ideas y tengo que conseguirlo. ¿Me crees?

—Te creo. Pero ya no tienes nada que demostrar. Lo sabes, ¿verdad? No tienes que dejarte la salud en esto porque te sientas culpable.

—Lo sé, Luna, lo sé —y acarició su mejilla en un gesto cariñoso. —No es la culpabilidad lo que me guía.

—Oh. Comprendo —respondió ella y él la miro sin saber de qué hablaba.

—¿Qué…? ¡Ah! No, no, ¡no es nada de eso! Creo que es un caso interesante, algo con lo que lanzar mi carrera.

—Draco, no tienes por qué…

—¡No! No es eso. Acepto que creas en nargles y torposoplos, pero lo estás pensando es descabellado. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —sonrió y se dio media vuelta, volviendo al trabajo casi bailando.

Draco observaba a Granger caminando delante de él. Ya estaban en Bloomsbury. A él le parecía un barrio cualquiera lleno de muggles. Había paseado por muchos barrios así. Era bonito, sí, pero no sabía cómo aquello podía curar a nadie. La reacción de ella no le hacía pensar lo contrario. Arrastraba los pies y se abrazaba a sí misma. Ya casi era noviembre, hacía bastante frío y ella tenía que guardar todo el calor posible, lo sabía, las pocas veces que la había tocado había notado lo helada que estaba. Sintió ganas de pasar una mano por su espalda, tratando de reconfortarla, pero no sabía cómo sería recibida y no quería invadir su espacio más de lo necesario.

—Entonces, Granger, ¿por qué es tan especial este barrio?

—Has sido tú quien me ha traído aquí, Malfoy, ¿no deberías contestarme tú a esa pregunta?

Había optado por ponerse a la defensiva, pero cualquier otra reacción le habría sorprendido muchísimo más. Estaba preparado para aquello.

—Venga, dame un voto de confianza, ¿crees que no he hecho un poquito de labor de investigación?

—Oh, ha debido de ser muy difícil —su voz se volvió afilada. —¿Dónde llevar a un ratón de biblioteca? ¡Oh! ¡Sí! Vamos a llevarla al barrio de las librerías y los escritores y las cosas de raritas. Eso seguro que la alegra un poquito. Es todo lo que necesita, alegrarse un poquito, animarse, sonreír.

—No quería decir eso… —Decidió no sacarla de su error, al menos estaba hablando. —No sabía todo eso… Sencillamente descubrí que te gustaba y pensé…

—¿Pensaste que sería una gran idea traerme aquí? ¿Que a nadie más se le había ocurrido?

—Yo… —Aquello no estaba saliendo del todo como había previsto.

—Sencillamente camina. Y no me hables. Al menos sacaré un poco de aire fresco de esta gran idea.

Algo no marchaba bien. Ella podía ser muchas cosas con Draco, pero nunca había sido mezquina. Todas las veces que había reaccionado mal, que le había insultado o incluso pegado habían sido en respuesta a lo miserable que había sido él.

La seguía, siempre un paso por detrás, para observar sus movimientos. No pasaba nada si no quería hablar. No hablarían. El aire fresco ya era algo y aunque seguía arrastrando los pies y abrazada a sí misma, al menos en aquel momento lo hacía con la cabeza levantada, desafiándolo.

Decidió interpretarlo como un principio, un primer motor de cambio. De vez en cuando, podía verlo, entre parpadeos mantenía los ojos cerrados durante un instante algo más largo de lo normal y respiraba hondo. Pudo reconocer el gesto porque él también lo hacía: estaba oliendo el frío. Las mejillas y la nariz se le iban poniendo rosas y algunos mechones escapaban de su moño dando a su cara un aspecto mucho más saludable. Se iba ensimismando. Aquel gesto le resultaba familiar porque era el mismo que adoptaba en la biblioteca.

Un recuerdo le vino a la cabeza. Estaban en tercero y ella pasaba las noches allí hasta que cerraban. Igual que él. Aquel año se había prometido ser el primero del curso, pero finalmente no lo logró, nunca lo lograba porque ella siempre conseguía ganarle. Sus sesiones de estudio eran largas y extenuantes y a veces el cerebro no le funcionaba demasiado bien. Por eso hubo algunos días en los que no tuvo más remedio que reconocer que era realmente impresionante y bella, sobre todo cuando no se sabía observada. Entonces llegó el merecido puñetazo y… ¡el puñetazo! ¡Maldita sea! Hacía años que no pensaba en él. ¡Qué magnífico puñetazo había sido! Recordarlo le hizo soltar un carcajada que provocó que ella se volviera con gesto de desconcierto.

En aquel momento todo se precipitó.

Había un trozo de acera levantado. Él lo vio en la misma fracción de segundo que vio los ojos de ella interrogándolo. Pero estaba dada la vuelta, así que tropezó con él.

No era ágil. Nunca lo había sido. Era, en realidad, bastante torpe, así que Draco no pensó, sencillamente reaccionó y se lanzó a por ella. La abrazó por la cintura, trastabillando un poco, a punto de hacer que cayeran juntos pero recuperándose en el último momento.

Un bofetón de olor a lavanda le nubló los sentidos y la agarró con más fuerza, asegurándolos a ambos contra una pared.

Ella respiraba agitada.

—Hermione… —dijo su nombre sin pensar.

—Malfoy. Suéltame. Por favor… suéltame —su voz sonaba suplicante, así que la soltó en el acto.

—¿Estás bien? —La observó mientras ella se escurría por la pared, sentándose finalmente en el suelo.

—Sí… Espera… Dame… Dame unos segundos —cerró los ojos y Draco aprovechó para sentarse a su lado, guardando las distancias. Al cabo de un rato volvió a abrir los ojos.

—¿Te apetece un café para recuperarnos de este pequeño susto? —Ella asintió y se levantaron.

Caminaron un rato, buscando la cafetería adecuada. Draco tenía una en mente, pero no tenía del todo claro cómo llegar a ella. Por eso iba distraído, fijándose en todos los escaparates, con la guardia baja.

—¿Sabes que todas las chicas que nos cruzamos se te quedan mirando embobadas? —No había esperado una pregunta así y fue incapaz de reprimir una gran carcajada seguida de un ataque de risa en toda regla. —¿Qué? Es cierto. Ni siquiera con Harry pasaba esto. Es alucinante.

Draco no podía parar de reír. Ni siquiera se había esperado que se fuera fijando en el suelo que pisaba y, sin embargo, ahí estaba, sorprendiéndolo una vez más, fijándose en las mujeres que lo miraban. Eso último no le sorprendía, por supuesto, ya estaba acostumbrado a que lo hicieran, formaba parte e su día a día.

—Eres única, Granger, única —y ella frunció el ceño. —No, no me había fijado, Pero me alegra que me lo digas, esta salida empezaba a hacer verdadero daño a mi autoestima.

—¿Yo daño tu autoestima? —Dijo Granger con tono de escepticismo.

—Digamos que tu negativa a hablarme de forma civilizada lo hace.

—¿Y sabes por qué lo hago?

—Ilumíname.

—Porque todos estáis empeñados en curarme. No me aceptáis como soy ahora.

Draco se calló. No sabía bien qué contestar a aquello. De alguna forma aquellas palabras le habían hecho daño. Sabía que estaba cruzando una línea que un profesional no debía cruzar nunca, pero había sido así desde el principio. Él no era el más indicado para tratar aquello. Si había una base fisiológica como sospechaba… Sí, contra eso sí que se podía hacer algo y él era el que mejor podría averiguarlo, tratarlo y ponerle solución. Pero para cualquier otra cosa estaba demasiado implicado. Le dolía que pensara así de sí misma cuando ni siquiera él, que durante tanto tiempo había sido su enemigo, podía pensar en ella con algo que no fuera admiración.

—¿Hacemos un trato, Granger?

Ella permaneció en silencio y él no la interrumpió porque sabía que lo estaba valorando, pensando en los pros y los contras.

—Con una condición.

—¿No quieres oír el trato antes de poner condiciones?

—No —su respuesta fue firme.

—Dime, entonces, ¿cuál es la condición?

No respondió de inmediato. Parecía que estaba luchando con las palabras, como si aquello la avergonzase a su pesar. Finalmente lo vomitó.

—Llámame Hermione. Por favor. Antes lo hiciste y…

—Claro, sí, Gran… Hermione. Será un placer llamarte Hermione. Es un nombre espantoso, pero…

—¡Malfoy! —Draco levantó las manos en gesto de rendición. No quería discutir, solo divertirse un poco a su costa. Después de tantas semanas, en realidad, era más difícil seguir usando su apellido.

—Era broma, era broma. Hermione, entonces. ¿Te cuento el trato? —Ella asintió con la cabeza. —Bien. Voy a intentar curarte porque es mi trabajo, ¿de acuerdo? Pero si no lo logro seré sincero contigo. Si no veo solución te lo diré. En el momento en que me dé por vencido te lo diré.

Ella lo miró sorprendida.

—Y me quedaré a tu lado —terminó Draco.

—¿Por qué?

—Porque estoy seguro de que siendo una sombra de lo que sé que eres, vas a merecer más la pena que la mayoría.

—Pero…

—Sin peros. Te estoy dando lo que quieres, ¿verdad? ¿Me darás tú lo que quiero yo?

—Sí.

—¿Y pondrás de tu parte?

—Pondré de mi parte.

—Bien, entonces… ¿Te parece bien esta cafetería?

Hermione levantó la cabeza y Draco pudo ver que no se había dado cuenta de dónde estaban, tan centrada había ido en sus propias cavilaciones. Frente a ellos, un edificio blanco con una puerta negra daba paso a lo que, ya desde fuera, se adivinaba como un lugar tranquilo y acogedor. En un cartel blanco se leía, en letras un tanto cursis «Tea and Tattle». A Draco, en realidad, le parecía más digno de una señora Weasley o de una abuela cualquiera (no de las suyas, claro, ellas nunca habrían ido a un lugar así), pero supuso que aquello es lo que lo hacía especial.

Y debía de ser muy especial, porque por primera vez habría jurado que podía ver algo de ilusión en los ojos de ella. Si no hubiera tenido más remedio, también habría tenido que reconocer que al ver esa ilusión un pinchazo se abrió paso en su pecho. Si hubiera sido cuestión de vida o muerte, incluso habría afirmado que no tenía resaca, que llevaba mucho tiempo sin beber, que nada nublaba su juicio.

Pero aquello no era bueno. Él ya no se sentía culpable de todo, hacía tiempo que no lo hacía. Pero tampoco pensaba que mereciera nada especial.