Capítulo 4: Recuerda que son como Imágenes
Lincoln encontró el álbum de recortes una tranquila tarde de otoño, a la misma hora que Lynn Jr. trotaba a través del viejo camino que conducía de la parte de atrás de la cancha de roque hasta una serranía abandonada a unos tres kilómetros de allí. Mientras tanto las demás chicas andaban en lo suyo. El tiempo seguía siendo espléndido y para entonces los seis habían adquirido un inverosímil bronceado otoñal.
Esa tarde, al igual que todas, Lincoln había bajado al sótano para regular la presión de la caldera y de paso decidió de una vez echar un vistazo a su alrededor, paseando la linterna por entre varias pilas de periódicos viejos y polvorientas cajas repletas de papeles, en busca de sitios adecuados para instalar las trampas para ratas. Aunque no tenía pensado hacerlo hasta el mes siguiente que estuviese seguro de que esos asquerosos animales hubieran regresado de sus vacaciones, parafraseando a Leni.
Una vez se hubo desocupado, salió del sótano con el encuadernado de pasta dura y blanca con lineas doradas bajo el brazo. Fue ahí que se decidió a telefonear de una vez al que había sido su compañero de borracheras en la preparatoria, pues tenía que hablar unas cuantas cosas con él.
–¿Si? –contestaron del otro lado de la línea.
–Hey, Chandler –saludó tras ponerse el móvil en la oreja–. Soy yo, Lincoln, Lincoln Loud.
–Larry –oyó contestar a ese petulante–, a los tiempos. Ya supe que siempre si obtuviste el empleo. Bien por ti.
–Si, gracias. Justo para eso te quería llamar ahora que tengo algo de tiempo libre. Para agradecerte que le hablaras a tu tío de mi. En la entrevista me dejó muy claro que el no aprobaba contratarnos a mi hermana y a mi como guardas de lo que el considera el mejor hotel del mundo; pero, ahí vez, tenemos el empleo. De nuevo, muchas gracias.
–Ni lo menciones. Pero debes saber que no hago este tipo de cosas por cualquiera. Tu te ganaste esa recomendación con tu esfuerzo.
De nuevo recordó como inició su disque amistad con Chandler, de manera algo peculiar. En la vida uno hubiera imaginado que esos dos hubiesen terminado siendo confidentes y menos aun compañeros de juerga. Pero la vida había sido de lo más caprichosa con la familia Loud desde el inesperado y desafortunado fallecimiento del señor Lynn. Especialmente con el joven Lincoln, quien tuvo que someterse a muchos cambios en su vida a partir de entonces.
De los doce a los catorce: junto con sus hermanas tuvo que trabajar arduamente para mantener a flote a La mesa de Lynn, pues se trataba del legado de su padre y no podían dejar que este se perdiera sólo porque el pobre hombre tuvo la desgracia de morirse antes de tiempo. Aquella fue una de las ultimas cosas en que concordaron los once.
En ese aspecto de sus vidas la fortuna les había sonreído lo suficiente, aun a pesar de las adversidades. Aunque lograr su objetivo no había sido para nada fácil. Requirió de mucho sacrificio, esfuerzo y sobre todo trabajo en equipo.
Para esto contaron con la ayuda de tío Kotaro, el buen amigo de su papá, quien asumió el mando temporalmente y se ofreció a seguir trabajando en el lugar sin sueldo hasta que pudieran recuperarse, además de brindarles algo de apoyo económico, cortesía de una pequeña fortuna que heredó de un tío abuelo suyo. Con ello y otro poco de dinero que vino por parte de la tía Ruth y el abuelo Albert fue que con las justas se pusieron al día con las deudas pendientes.
Aparte de que cada quien aportó de un modo u otro para sacar adelante el negocio, siendo Lori la que se encargó de administrar todo correctamente a la par que se dedicaba a sus estudios. Leni también ayudó dando parte de su sueldo de la tienda departamental; Lisa hizo lo mismo con lo que le pagaban de sus patentes y Luan con lo que ganaba de su negocio de fiestas infantiles, mientras que a su vez se entrenaba en la cocina para que, llegado el momento, se encargara del restaurante tal como su padre hubiese querido.
Pero el que más sufrió para contribuir fue Lincoln, como se suponía debía hacer el hombre de la casa. Cuando no trabajaba como caddie en el campo de golf o pedía limosna con el acto de magia que montaba en la calle del distrito comercial, amén de otros trabajos temporales que obtenía por aquí y por allá, o bien fregaba los pisos, lavaba los platos o atendía a los clientes en el restaurante... En especial al más molesto e insoportable de todos; mucho más de lo que en su tiempo lo había sido la señora Scoots antes que esta misma se empezara a juntar con sus amigos motociclistas.
Por supuesto no era otro más que el petulante de Chandler McCann, que siempre llegaba en compañía de su pandilla de lambiscones esperando que se lo atendiera como a un rey; cosa de la que Lincoln siempre se ocupaba personalmente. Si le pedía que bailara, bailaba; si le pedía que se trasvistiera como camarera bávara, lo hacía. Una vez, por ejemplo, haciéndose el chistoso, le pidió de postre una orden de galletas exactamente como las que hacía su abuelita, de modo que Lincoln llegó al extremo de ir a buscarla el mismo en taxi hasta la casa de retiro Cañón Sunset para pedirle ayuda con la receta.
Pero, hey, soportar sus constantes burlas, cumplir hasta el más ridiculo de sus caprichos, a veces hasta aguantar sus gritos e insultos, todo eso lo valían las generosas propinas que solía dejar un pijo como lo era Chandler McCann. Y a la larga le resultó favorable.
Para cuando Luan cumplió la mayoría de edad y heredó legalmente el restaurante, Lincoln consiguió su primer empleo estable como asistente personal de aquel ególatra pelirrojo. Poco después pasó a ser su mano derecha y su confidente.
De los quince a los dieciocho: en el día lo ayudaba con cosas importantes tales como sus tareas escolares, por no decir que se las hacía todas, o dirigir su campaña para las elecciones cuando se postulo para presidente del consejo estudiantil; pasando a hacer trabajos más ocasionales para él como lavar su coche y comprar sus víveres. Pero también llegó a asistirlo en un sin fin de bromas crueles y pesadas que les gastaron a varios maestros y alumnos, como por ejemplo le sucedió a la pobre directora Rivers a quien le enviaron una caja de bombones en la que en realidad venía un enjambre de cucarachas que Lincoln se había ocupado de cazar buscando el los contenedores de basura. Escogió las más grandes y asquerosas que pudo agarrar y luego las recubrió con chocolate fundido hasta que este se endureció, asegurándose que se quedaran estáticas tal como le indicó Chandler.
Si bien a Lincoln no le gustaba prestarse a este tipo de cosas, sacar adelante a su familia lo motivaba a obedecer sin chistar en todo esto y cuanta cosa pudo ocurrírsele al privilegiado pelirrojo, que tenía dinero suficiente para despilfarrar en sus pagos. Pagos muy generosos.
En resumen: en su adolescencia, Lincoln Loud se convirtió en el mono particular de Chandler McCann quien no iba dejar que su mono anduviese por ahí en harapos.
En la noche la cosa era mucho más relajada. Lo único que tenía que hacer era acompañarlo a frecuentar ciertos bares y casas de citas que no se hacían problema con la identificación falsa que les presentaba McCann. Ahí fue donde le dio a probar por primera vez el jugoso ambrosía que era el trago, ideal para olvidarse de todos sus problemas así fuera por una sola noche.
Después de cada juerga, Lincoln regresaba tarde a casa, dormía tres horas, se levantaba y vestía y, todavía con resaca, se dirigía a la escuela y después el proceso entero se repetía otra vez.
Así había sido hasta que Chandler ingresó, o mejor dicho su padre le compró el cupo en una prestigiosa universidad de Inglaterra a la que tuvo que mudarse. Después de eso Lincoln volvió a emplearse en cosas más convencionales, pero sin estabilidad, tales como asistente de un matadero o cavador de tumbas.
Se relamió los labios, pensando otra vez lo bien que le vendría un trago en ese momento, antes de continuar.
–Si, hombre, te debo una bien grande.
–¿Una? Me debes varías. Recuerda que tus otras hermanas están en esa escuela gracias a que la decana es prima de mi papá.
–Si, gracias también por eso.
–Espero que no me hagas arrepentirme por meter las manos en el fuego por ti, ¿eh?, Larry. Así que procura hacer un buen trabajo si quieres permanecer ahí, ¿de acuerdo?
–Si, no te preocupes. Ya terminé de reparar todo lo que había que reparar.
–Así me gusta.
–Soló me falta poner las trampas para ratas en el sótano y estará todo hecho.
–Me parece bien... Ah, y no te vayas a olvidar de revisar la caldera a diario. Por lo que oí, esa cosa puede convertirse en una trampa mortal si la descuidas.
–Pierde cuidado. Recién ahora acabé de girar la válvula... Por cierto que me encontré algo interesante entre todos esos papeles viejos que tienen acumulados allí abajo.
–¿Ah si? ¿Y qué es?
–Es un álbum de recortes –respondió al tiempo que abría el encuadernado e iba pasando las paginas–. Está muy curioso. Prácticamente tiene registrada toda la historia de un montón de cosas malas que pasaron en este lugar. Escucha lo que dice este artículo para que sepas: Asesinato en Hotel de Colorado. Presunto jefe de una banda de delincuentes asesinado y mutilado. Habla de un tiroteo entre mafiosos que tuvo lugar allá arriba en la suite presidencial.
–Si, bueno, no sé porqué te extraña. La gente va a ese hotel precisamente por el valor histórico que tiene en base a todas las celebridades que una vez habrán pasado por allí y sus antiguas conexiones con la mafia. Aunque si me pregunto de quien será ese álbum y porque lo habrá dejado en el sótano.
–No sé, pero de seguro es muy viejo. Tiene artículos de hasta los años veinte con toda clase de escándalos que sacudieron a este sitio. Es muy interesante. Lo que hay aquí podría ser material digno para una película o incluso una serie de horror.
–Ok, ¿y a que quieres llegar con eso?
–Bueno... Me preguntaba si tal vez podría quedármelo. En unos meses mi hermanita Lucy se irá a la universidad y me gustaría dárselo como regalo de despedida.
–¿Cuál es Lucy? ¿La que dice chistes malos o la cerebrito?
–La que no habla desde que papá murió.
–Oh, la emo.
–En realidad es gótica, o punk, o qué se yo; pero si, esa misma. A ella le fascinan este tipo de cosas y tal vez le ayude a encontrar ideas nuevas para sus cómics de terror.
–Ah, ¿también escribe cómics de terror?
–Si, y de hecho son muy buenos.
–Aja. Bueno, si dices que a tu hermana le gustan ese tipo de cosas, por mi puedes quedártelo. A fin de cuentas estaba entre un montón de papeles viejos. Pero, por si las dudas, no dejes que Tetherby se enteré si no quieres que te sermoneé, así sea por ese pedazo de basura. Ya sabes lo problemático que puede ser ese viejo a veces.
–No hace falta que me lo repitas. Con decirte que antes de irse nos cortó la televisión por cable, el internet, y recién descubrí que también se llevó todas las reservas de licor.
–Uy, ya me imagino lo mal que la estarán pasando.
–Y que lo digas. Las primeras semanas las chicas supieron mantener su mente ocupada en otras cosas; pero al final tuve que comprar un router inalámbrico y pagar un servicio básico de internet. De otro modo ya me habrían vuelto loco con sus quejas.
–Te entiendo. ¿Cortarles el internet? Eso es demasiado... Te diré algo, yo te repongo lo que hayas gastado en ese servicio y me aseguraré que esto no se vuelva a repetir el próximo invierno.
–Gracias, compañero. Eso me ayudaría muchísimo... Tanto como lo bien que me caería un trago en estos días, aunque sea sólo uno para relajarme un poco.
–Claro. Encerrado con tantas mujeres a quien no. Pero, bueno, si el viejo se llevó todo, bien podrías comprar algo en el pueblo para tener en reserva hasta el deshielo.
–¿Después de esa noche que mi mamá me vio borracho? Olvídalo, me mata.
Chandler rió un poco.
–Si, ya me acordé de eso. Ojalá hubiese estado allí para grabarlo y subirlo a You Tube.
–La ultima vez que fuimos al pueblo quise añadir un paquete de seis cervezas a las compras y ella me lanzó una mirada fulminante, por lo que las tuve que devolver.
–Mmm... Mira, no te prometo nada, pero si vas al bar y buscas una tabla suelta en el piso atrás de la barra, puede que tal vez, sólo tal vez, encuentres una o dos botellas de whisky de hace doce años escondidas allí abajo. Eso fue lo que oí decir al chofer de mi tío una vez. Ahora, que si las encuentras, no te enteraste por mi, ¿entendido?
–Seguro... Oye, espera un segundo...
Lincoln guardó silencio y paró oreja, atento a cualquier ruido que se pudiera producir en el entorno. Todo a su alrededor estaba en completo silencio... Hasta que lo oyó nuevamente: el corretear de unos pasitos recorriendo el pasillo en la segunda planta por arriba de su cabeza.
–Lily –masculló negando con la cabeza.
–¿Qué pasa? –preguntó Chandler en el otro lado de la línea.
–No, nada que no pueda arreglar –respondió poniendose el teléfono en la oreja otra vez–. Creo... Que acabo de dar con una pequeña rata traviesa que no debería andar por donde debe.
Después de meditarlo unos escasos segundos, sonrió con algo de morbosidad y se le ocurrió añadir.
–En cuanto la vea le daré en la cabeza con un picahielo por entrometida.
–Dale una por mi –bromeó Chandler.
–Por supuesto. Escucha, te dejo en paz por ahora ya que tengo que ir a ocuparme de ese asunto.
–Bueno, Larry, que pases un buen invierno allí y ánimos que te aseguro pronto las cosas han de mejorar.
–Si, claro, gracias, gracias por todo.
–Adios.
–Nos vemos.
Cuando dio colgando la llamada y guardó su celular en el bolsillo de su pantalón, Lincoln gruñó entre dientes las palabras:
–Estúpido niño rico.
Y sin decir más cerró el álbum, decidido a encaminarse con el al estudio... Cuando en esas algo resbaló de entre las primeras paginas y cayó al suelo.
Curioso se inclinó a recogerlo. Era una suntuosa tarjeta de color crema, dominada por un grabado dorado en relieve del Overlook con las ventanas iluminadas.
La Sra. Sharon Demonet solicita
el placer de su asistencia al
baile de máscaras que celebrará
para la gran inauguración del:
Hotel Overlook
La cena se servirá a las 8 de
la tarde. Desenmascaramiento
y baile a medianoche.
29 de agosto, 1945. Se espera su respuesta.
≪Sharon Demonet... ¿Por qué ese nombre se me hace conocido?≫.
Intentó nuevamente repasar entre los muchos recuerdos almacenados en su memoria, casi yéndose hasta los más antiguos, de cuando seguía siendo un niño simpático cuya única preocupación era idear planes para sobrevivir a sus diez peculiares hermanas durante el día a día en la casa Loud... Cuando de pronto creyó oír otra vez esos traviesos pasos correteando en la planta de arriba.
–Maldita sea, Lily –masculló otra vez–. Esa niña me va a oír.
Y se encaminó directo al estudio.
Tal como lo sospechó. Al llegar sólo encontró a su madre sentada frente a la portátil, con su concentración enfocada exclusivamente en el mundo de la novela que escribía. Oyó como tecleaba constantemente, con breves pausas en intervalos de treinta a cuarenta segundos antes de seguir adelante con su redacción.
También se giró a mirar por una de las ventanas grandes del estudio, antes de sacar conclusiones precipitadas. Por ahí vio a Leni, quien salió a brindarle un vaso de limonada a Lynn Jr. que en ese momento acababa de regresar de su trote.
Pero en lo que respectaba a Lily, de ella el único rastro que encontró fue el lugar vacío en la silla que siempre ocupaba a la hora de ponerse a repasar su lectura.
Suspiró y se acercó a observar el desorden que la niña había dejado ahí.
Ante dicha silla, abierto en las primeras paginas, vio un libro del cuento de Barba Azul escrito en letras grandes; el que se suponía debía estar leyendo a esa hora en lugar de andar fisgoneando donde no debía.
Un poco más allá, tumbadas de lado, en una diferente pose de combate cada una, halló tres figuras de acción que antes habían sido suyas.
–Oh, Lily, Lily, Lily... –refunfuñó en voz alta, captando así la total atención de su madre que dejó de escribir.
Molesto, se aproximó a recoger el desorden. Empezó por agarrar una figurita en cada mano para guardárselas en los bolsillos de su chaqueta. Introdujo la de Ace Savvy en la de la izquierda y la de El Falcón de fuego en la de la derecha. Luego guardó la de El pescado musculoso junto a la de Ace Savvy, para hacerle compañía... Cuando en eso dio con algo más que hasta hizo que le temblara un ojo de la exasperación.
Hasta el otro extremo de la larga mesa del estudio, al otro lado del lugar que mamá siempre ocupaba para escribir, había un vaso de leche chocolatada a medio tomar asentado encima del barnizado.
–¿Cuántas veces tengo que...?
Entre constantes gruñidos y refunfuños, Lincoln se acercó a agarrar el vaso. Seguidamente sacó un pañuelo del bolsillo trasero izquierdo de su pantalón y con este procedió a limpiar minuciosamente la marca de leche sabor cocoa que se había formado en la superficie.
–Es increíble que no sepan lo que es un maldito portavasos –bramó enojado mientras hacía esto y su madre se acercaba a él–. No puede ser... Ah, si, si... Vamos a tener que charlar un rato...
–Cariño, ¿sucede algo?
–Si –contestó tajantemente, en lo que doblaba el pañuelo y lo colocaba sobre la mesa para poder asentarle el vaso encima–. Sucede, que tu hija ha estado jugando aquí otra vez. Tengo un puñado de muñecos en mis bolsillos que lo demuestran.
A continuación, señaló el vaso, con la misma efusividad que el fiscal acusador le señala el arma homicida a los campesinos ebrios del jurado.
–¿Y ves este vaso medio lleno? Estaba encima del barniz de esta mesa que probablemente cueste más de lo que yo he ganado en toda mi vida como empleado de Flip o camarero en Juegos y Comida Gus.
–Hay, Lincoln, cariño –objetó Rita con calma–, no sé como explicártelo; pero Lily solamente tiene once años, y a veces los niños olvidan las reglas.
–Pues más vale que uno de nosotros se las recuerde –replicó–, ¿no lo crees?
–Está bien, yo lo haré, ¿de acuerdo?
Lincoln respiró hondo, exhaló, relajó un poco su expresión y acabó por contestar.
–Está bien, de acuerdo.
Lily recordaba las palabras de alguien que estuvo hospedado en ese hotel el verano antepasado.
≪Nada. No hay nada en la habitación 217. Y ni tú, ni tus hermanas, ni Lincoln tienen nada que hacer en esa habitación. Así que no entres, ¿entiendes?, NUNCA entres≫.
Era una puerta normal, que no se diferenciaba en nada de las otras puertas de las demás habitaciones del hotel. Pintada de color amarillo bayo, estaba situada en medio de uno de los corredores de la segunda planta. Los números que había en la puerta no parecían diferentes a los que señalaban en las otras. Eran un 2, un 1 y un 7. ¡Vaya cosa! Y debajo de los números había una mirilla.
Previamente, Lily había hecho la prueba de pararse en una silla y mirar a través de ahí. Sabía que, desde adentro, a través de esa mirilla se tendría una amplia visión del corredor, en ojo de pez. Desde afuera, en cambio, uno podía forzar la vista hasta que se le cayeran los ojos sin llegar a ver nada. Que jugarreta tan sucia.
Más importante, ¿por qué estaba ahí?
Recién había estado vagabundeando sin rumbo aparente por el hotel, espiando dentro de los armarios de servicio y las habitaciones del portero en busca de algo interesante sin llegar a encontrarlo. De vez en cuando había hecho el intento de abrir alguna de las otras habitaciones, pero todas estaban cerradas con llave. Las llaves maestras colgaban en el despacho de Tetherby y ella sabía dónde. No obstante, su hermano le había prohibido terminantemente tocarlas. Además, a ella no le interesaba... ¿O sí?
En definitiva, su vagabundeo no había sido sin rumbo, si no que una especie de curiosidad morbosa la atrajo hasta la habitación 217.
Instintivamente, su mano se adelantó a acariciar el picaporte. No tenía noción de cuanto tiempo había estado allí parada, hipnotizada ante la puerta amarilla, cerrada, seductora...
Y lo escuchó de repente.
–Lily...
Y cuando se regresó a ver, Warren se manifestó de cuerpo entero ante ella.
–¿Qué haces aquí? –inquirió.
–Demostrar que no tengo miedo –respondió la niña.
–Pero tienes miedo, y debes tener miedo. Clyde dijo...
–Puedo entrar ahí si quiero. Vete, déjame sola.
Lily cerró sus ojos, aspiró hondo mientras contaba hasta diez y cuando volvió a abrirlos Warren había desaparecido de su vista.
Subita e inmediatamente metió la mano en su bolsillo... y sacó la llave maestra de la segunda planta. Había estado allí todo el tiempo, desde luego.
La sostuvo por la chapa metálica, donde se leía DESPACHO impreso a troquel, haciéndola girar con la cadena.
Al cabo de unos minutos, interrumpió el movimiento y deslizó la llave maestra en la cerradura.
La llave entró sin dificultad alguna, sin tropiezo, como si hubiese estado deseando que la pusieran allí.
≪Eso es, Lily... Entra, Lily, vamos... Ven a jugar...≫.
De pronto retiró la mano, sin que realmente supiera lo que iba a hacer, hasta que hubo sacado la llave maestra de la cerradura para volver a meterla en su bolsillo.
Por un instante se quedó mirando la puerta, con sus ojos muy abiertos, y después se volvió a echar a andar rápidamente por el corredor hacia el pasillo principal.
Ahí se topó con algo que la hizo detenerse. Después recordó que, antes de llegar a las escaleras, en cada piso había instalado uno de esos anticuados extintores de incendio, compuestos por una larga manguera de lona que se conectaba con los sistemas de aspersión del Overlook.
Antes de dirigirse al pasillo, Lily echó un vistazo a la manguera plana que se plegaba sobre si misma una docena de veces, enrollada en la pared como una serpiente adormecida.
Empezó a andar, acercándose cada vez más a la pared opuesta, hasta que rozó con el brazo derecho el elegante empapelado sedoso. Faltaban unos veinte pasos... Cuando, de pronto, la boquilla de bronce se soltó del rolo sobre el que había estado apoyada y cayó sobre la alfombra del pasillo con un ruido sordo. La boquilla se quedó allí, con su oscuro agujero apuntando hacia Lily quien encogió sus hombros bajo el súbito aguijonazo del miedo.
Se quedó esperando a que algo inusual sucediera a continuación; a que la manguera se moviera por si sola, que echara a reptar hacia ella al igual que una serpiente de cascabel acechando por entre la hierba; a que su boquilla de metal se dotara de una hilera de afilados dientes y se arrojara a mordisquearle el cuello... Pero nada de eso sucedió.
La manguera no se movía. Se había soltado. Eso era todo. Menuda estupidez era pensar que se parecía a una serpiente venenosa de las que había en el mundo animal, y que al oírla hubiera despertado; aunque la textura de la lona si daba la impresión de ser una piel escamosa.
Con su corazón aun latiéndole con fuerza en el pecho, Lily avanzó otro poco más. Sentía el aliento seco y áspero en la garganta. Al borde del pánico, deseó que la manguera se moviera, por que entonces por fin estaría segura.
Dio otro paso más, y lentamente se acercó a rozar la boquilla con la punta del pie. Desde allí ya podía atacarla... Pero no pasó nada.
–Sólo eres una manguera estúpida –susurró.
E inmediatamente retrocedió hasta caer contra la otra pared. De ahí rodeó de lejos a la manguera que seguía posada en la alfombra, como si la desafiara a volver a hacer la prueba, y siguió su camino pero sin quitarle la vista de encima por un instante, hasta que se hubo alejado lo suficiente.
De regreso en el despacho, Lily se acercó a poner la llave maestra en su lugar, ahí en el gancho desocupado que se situaba a la izquierda del que colgaba la llave con el numero 1 rotulado en el reverso de su llavero y a la derecha del que colgaba la que tenía rotulado el 3.
Estaba por ponerla de regreso en su sitio, y así evitarse las reprimendas que vendrían si su hermano llegaba a enterarse que estuvo husmeando allí, cuando, para su desgracia...
–Lily.
Después de recobrarse del sobresalto, se dio media vuelta para encarar a su hermano mayor que ingresó por la única puerta con el nombre de Tetherby escrito en el cristal.
–¿Qué estás haciendo? –le preguntó, tan rápido como la vio ocultar sus manos atrás de su espalda.
–Nada, Linky –respondió algo nerviosa.
–Nada, Linky... –repitió el mayor–. Este, es el despacho del señor Tetherby. ¿Qué estás haciendo en el despacho del señor Tetherby?
Lily se relamió los labios sin saber que responder.
–¿Has estado jugando con la radio? –le preguntó Lincoln antes de que mismo pudiese decir algo en su defensa.
–No, Lincoln –respondió con toda sinceridad.
–¿De verdad?
–De verdad.
–Eso espero, Lily –Lincoln señaló al mueble en el que permanecía instalado el radio de comunicación para largas distancias–. Porque si la línea de teléfono se corta, y la señal se cae, este es el único medio que tenemos para pedir ayuda. El único medio.
Clic.
Lincoln tocó uno de los botones de la radio, junto al que se apagó una lucecita roja y en su lugar se encendió una verde, con lo que ambos pudieron escuchar a un reportero anunciar por el parlante:
–Las carreteras de la parte oeste siguen siendo peligrosas debido a las placas de hielo. Se recomienda usar cadenas...
Clic.
–¿Qué tienes escondido tras la espalda? –preguntó Lincoln a Lily en cuanto volvió a oprimir ese botón.
–Nada –respondió la menor.
–¿Cómo que nada?
Lincoln, cuya mirada se ensombreció un poco, avanzó hacia ella hasta que ambos estuvieron a medio metro de distancia.
–Enséñamelo –ordenó.
A Lily no le quedó de otra que obedecer, y cuando entregó la llave maestra de la segunda planta a Lincoln, este frunció un poco más el ceño y negó con la cabeza.
–No debías entrar aquí –la reprendió apretando la llave en su puño cerrado–. No debías coger esto. ¡No debías entrar en ninguna de las habitaciones!
Con calma, el mayor pasó a sentarse tras el escritorio. Lily, por su parte, no se movió de donde estaba.
–Tengo que concederte algo –prosiguió–. Cuando se trata de romper las reglas... Ni tú, ni las demás chicas pierden el tiempo.
–Pero, Lincoln, no entré a la habitación. Iba a hacerlo, pero... Pero cambié de idea...
Mientras la pequeña seguía argumentando su versión de los hechos, su hermano mayor puso la llave encima del escritorio, buscó bajo el bolsillo de su chaqueta y sacó el frasco de excedrinas que vino comprando un par de días antes en el poblado más cercano.
–Lincoln, yo...
–Lily –la silenció con un severo gesto de su mano antes de proceder a destapar el frasco–. Por favor, cállate un momento. Déjame pensar.
–... ¿Te duele la cabeza? –se atrevió a preguntar en cuanto vio que se metía una tableta a la boca y empezaba a masticarla en ves de pasársela con agua.
–Si... –asintió–. Más que nunca desde que... Desde hace algún tiempo... Pero eso ahora no importa.
De nuevo guardó el frasco de pastillas en su chaqueta y se irguió de la silla para seguir reprendiendo a su pequeña hermana.
–La cuestión es... –continuó volviendo a agarrar la llave maestra de la segunda planta–. ¿Que se puede hacer, con una niña que no sabe obedecer las normas?
Lily tragó saliva cuando Lincoln le clavó una severa mirada e inquirió:
–¿Cómo voy a conseguir que lo recuerdes?
–¿Me vas a pegar, Linky?... –se atrevió a preguntar entre constantes balbuceos, sin haberlo pensado demasiado a causa del temor que inspiraba su hermano cuando se enojaba de verdad–. ¿Vas a hacerme daño?... ¿Cómo antes le hiciste daño a Lana?
Ante esto, Lincoln relajó totalmente su expresión, bastante sorprendido de que Lily hubiese recordado ese incidente que sucedió hace muchísimo tiempo.
Con calma, se hincó en una rodilla para estar a su misma altura y la agarró suavemente de los hombros.
–No... –negó rotundamente con gentileza–. No, Lily, no... Por supuesto que no... No... Yo nunca te haría daño... Nunca les volveré a hacer daño, a ninguna de ustedes... Pero no puedes romper las reglas, cariño.
–Pero, Linky, yo no entré en la habita...
–Shhh... Calla... No lo empeores mintiendo. Por favor, compórtate como una niña buena, ¿si? Las niñas buenas cumplen las reglas. Recuerda: no jugar con la emisora, y no entrar donde no debes entrar; en el sótano, las habitaciones, ni en esta oficina. ¿Entendido?
–Linky –trató de insistir–, te digo que no entré en esa...
–Las niñas buenas, cumplen las reglas –la interrumpió–. ¿De acuerdo?
–... De acuerdo –se resignó a asentir.
–Muy bien –sonrió Lincoln.
Contento de que hubiese dejado en claro lo que tuvo que aclarar, el hombre de la casa regresó al estudio y se contentó de ver a su madre aun inmersa en su escritura. Mas no se contentó tanto cuando vio entrar a Leni por la puerta del lado contrario para ir a interrumpir a la mujer con alguna de sus boberías.
–Hola, mami –la saludó con su habitual tono gentil, a lo que Rita dejó de teclear.
–Hola, amor –respondió quitándose las gafas para luego estirarse un poco.
Después se las puso otra vez y fijó su atención nuevamente en la pantalla de la portátil.
–¿Has escrito mucho hoy? –preguntó Leni.
–Si... –contestó Rita en lo que corregía un error ortográfico con el que dio en uno de los últimos párrafos que acababa de redactar.
–Mmm... Oye, el meteorológico dice que nevará muy pronto.
–Ah, bueno... Ahora vengo, voy al baño.
–Leni –se aproximó a hablarle Lincoln poco después que la madre abandonara temporalmente el estudio.
–Hey, Linky –lo saludó la rubia–. ¿Cómo te ha ido en el trabajo?
–Bien –contestó poniendose en jarras–. ¿Y tú, qué andas haciendo?
–Ahorita, nada. Ya terminé de lavar la ropa y tender las camas y como que estoy algo aburrida ahora y por eso buscaba alguien con quien charlar un rato.
–Si, ya veo. ¿Por eso vienes a interrumpir a mamá cuando está trabajando en su libro?
–¿Eh?... Hay, por favor, Linky –le sonrió su hermana–. No seas tan gruñón.
–Leni –con calma, el peliblanco señaló a la portátil–, no es que sea gruñón. Es que quiero que dejen a mamá terminar su trabajo.
–Oh... Si, claro, ya entendí... Volveré más tarde y traeré unos sandwiches y... Como que tal vez le pediré que me deje leer algo de lo escrito.
–Leni –su hermano suspiró sobándose los senos frontales con una mano–, déjame explicártelo de un modo que espero tú lo entiendas, ¿si? Cada vez que tú y las otras entran aquí mientras mamá escribe, la interrumpen, interrumpen su concentración. Están distrayéndola, y siempre le toma tiempo volver al punto en el que estaba. ¿Entiendes?
La sonrisa se desdibujó toda del rostro de Leni quien sólo se limitó a asentir.
–Bueno –prosiguió Lincoln–. Vamos a poner una nueva regla: Cuando mamá esté aquí, y tu y las demás escuchen que esté tecleando...
Para dejar bien en claro lo que decía, Lincoln oprimió tres teclas de la portátil al azar con fuerza suficiente para que Leni lo pudiese oír.
Clic, clic, clic.
–O aunque no la escuchen teclear. ¡O lo que sea que la escuchen hacer aquí! –aclaró azotando la palma contra la superficie de la mesa–. ¡Mientras esté aquí eso significa que está trabajando y significa que no pueden entrar!
Leni reaccionó estremeciéndose un poco.
–¿Pero por qué me hablas así? –preguntó gimiendo, a nada de ponerse a llorar como niña chiquita–. Si yo no hice nada.
–¡Leni, discúlpame, por favor! –se excusó Lincoln inmediatamente–. Es que estoy algo cansado y me está doliendo la cabeza.
–¿Te duele la cabeza?
–Un poco, pero ya me tomé una pastilla.
–Oh... Bueno.
–Perdón por eso, no quise gritarte; pero, si, no quiero que vengan a interrumpir a mamá mientras trabaja. La única excepción aquí es Lily, y sólo cuando venga a repasar su lectura, nada más. ¿Crees que puedas entenderlo?
–Si –asintió Leni otra vez, aun algo aturdida por el impacto.
–Bien –con ternura, Lincoln la tomó del brazo y la guió a la misma puerta por la que entró–. ¿Por qué no empezamos ahora, y me acompañas a preparar la cena de esta noche?
–Está bien.
Pero Lily no regresó al estudio esa noche a repasar su lectura. No, ella quiso dar un paseo para así poder despejar su mente de todas esas ideas locas sobre cosas extrañas que estarían acechando en la habitación 217 y mangueras vivientes que se lanzarían a atacarla actuando como una serpiente de cascabel.
Y para hacerlo, puso en marcha uno de sus juguetes favoritos: el cochecito de princesa que Lola le había heredado antes de irse al internado con Lana. Era viejo, pero tan funcional y confiable como Vanzilla. A la venida Lincoln había tenido la gentileza de atarlo en el techo de la van para poder traerlo y le había permitido poder conducirlo por toda la planta baja siempre y cuando no fuera a más de 20km/h, teniendo cuidado además de no chocar con nada.
Circuló tranquilamente por las diferentes estancias. Atravesó la espaciosa cocina del hotel. Ahí saludó a Lincoln y Leni quienes habían empezado a preparar la cena. En el vestíbulo vio a LJ haciendo unos ejercicios de estiramiento. A Lucy no la vio por ningún lado, pero si a su madre que la saludó cariñosamente cuando pasó por el estudio.
Posteriormente, siguió avanzando por los pasillos en los que se encontraban las puertas numeradas de las habitaciones de huéspedes, y el espacio era más estrecho a comparación de las salas abiertas con paredes lisas y limpias por las que pasó antes.
Conforme más avanzaba, todo se volvía más claustrofóbico, en ese espacio con mosaicos oscuros inundando las paredes, que daban la impresión se cerraban sobre ella... De repente sintió que algo ahí no andaba bien.
El carrito avanzó por la alfombra, con motivos similares a los de las paredes, y siguió de largo pasando junto a una puerta cerrada a la derecha, hasta topar con una ventana que también estaba cerrada. El único camino posible a seguir era doblar a la izquierda, y una vez lo hizo...
–Hola, Lily...
La niña frenó en seco, en el momento en que se las encontró ahí, paradas al final del corredor, justo al lado de la siguiente esquina por la que tendría que doblar.
–Ven a jugar con nosotras –oraron en perfecta sincronía.
Enmudecida, Lily cayó contra el espaldar del asiento del pequeño vehículo y las observó fijamente; y ellas a su vez la miraron fijamente, con sus ojos sombríos, carentes de vitalidad.
Paralizada del miedo, observó los pálidos e inexpresivos rostros de las dos que eran exactamente iguales. Las dos eran igualitas la una a la otra, como dos gotas de agua. Tenían el mismo vestido azul celeste, las mismas zapatillas negras a juego con sus medias blancas y el mismo laso de moño azul celeste atado de igual forma en sus cabelleras naturalmente rubias. Eran las gemelas que había visto en el espejo, y estaban ahí, frente a ella, manifestándose de cuerpo presente.
–Ven a jugar con nosotras, Lily...
A esto, el escenario ante sus ojos se modificó brevemente en un parpadeó, brindándole la imagen perturbadora de sus asesinatos.
La que estaba más al fondo permanecía boca abajo. El segundo cadáver, el más cercano a ella, estaba boca arriba con la boca semi abierta, en una posición más expresiva.
Repasó con un rápido vistazo las manchas de sangre tiñendo casi enteramente el piso y las paredes de rojo, en torno a los cuerpos brutalmente destazados a hachazos de las gemelas, fijándose en el cuadro de la pared izquierda que estaba girado en diagonal.
Miró los objetos más cercanos al foco que conformaban la composición de la trayectoria de un plano dibujado en diagonal. Todo debido a la profundidad desde su perspectiva, en la que se apreciaba un ritmo de lineas diagonales empachante. En primer lugar, el objeto menos sutil y más evidente: el hacha, el objeto empleado para perpetrar tal masacre que permanecía posicionada en paralelo a los cadáveres de las gemelas, en pose diagonal, como los cuerpos de las niñas muertas que se integraban a las lineas diagonales del plano a pesar de estar en posiciones rectas, y el resto de las lineas plásticas y visuales de la escena.
El segundo objeto presente en el cuadro era la silla de la izquierda, la cual se hallaba caída hacia adelante. No hacia atrás, hacia adelante, como si ahí hubiese habido una intención, como si alguien la hubiese dejado en esa posición antinatural, pretendiendo representar un símbolo maldito, además de complementar el ritmo de lineas diagonales y rellenar el aíre que había en ese espacio.
Hasta el ultimo detalle de aquel horrido montaje generaba incomodidad, generaba tensión. Por muy breve que fue, el vistazo transmitía claustrofobia y calamidad, dejando ver que todo eso era una visión de una maldición, de una mente enferma.
En otro parpadeo, el escenario volvió a ser el de antes.
–Para siempre... –oraron las gemelas.
Y la perturbadora escena de asesinato volvió a manifestarse una y otra vez, métricamente como si se tratasen de flashes, como las fotografías de la escena de un crimen.
–Siempre... Siempre...
Temblando, con su cara contrayéndose constantemente en expresiones exageradamente expresivas de deformidades faciales, quizá demasiado excesivas, Lily se cubrió los ojos con ambas manos y permaneció así por uno... Dos... Tres segundos...
Cuando volvió a mirar, todo estaba en orden. El pasillo se hallaba totalmente desértico. De las gemelas no vio un sólo rastro; pero no por esto dejó de sentir que el temor se le arraigaba hasta los huesos.
–Warren... –le habló con un hilillo de voz a su dedo–. Tengo miedo...
–Recuerda lo que dijo Clyde –se contestó a si misma con la otra voz–. Las cosas que pasan dejan un rastro tras de si. Son como los dibujos de un libro, Lily. No son reales. Y no lo serán mientras no les dejes entrar en tu mente.
