«No vemos las cosas jamás tal cual son, las vemos tal cual somos».


Me resulta imposible describir mi humor al despertar, pero estoy seguro de que no es felicidad. Nobara no está a mi lado y no fui capaz de darme cuenta en qué momento se fue. Dejo escapar un suspiro de resignación. Si recuerdo su confesión, mi estómago se retuerce malignamente y a mi espalda lo recorre una sensación como si fuese el filo de un cuchillo que amenaza con cortarme. Me doy la vuelta en la cama, y noto un pelo o dos color cobre sobre la almohada, y esta escena se siente como si ya fuéramos amantes, tras una discusión que salió mal, pero de serlo, ¿todas mis mañanas se sentirían así de amargas? Me incorporo y me siento sobre el borde de la cama y mi cabeza se hunde entre mis manos.

Suelto un chasquido, y entonces la voz de Nobara viene de súbito a mi cabeza diciendo: «¿Soy tu bonita?», y no lo entiendo. Si ella me eligió para algo tan importante y delicado como lo es su virginidad, ¿por qué lo del beso con Yuuji? Tengo el horrible sentimiento de que tal vez ese beso no fue un accidente, pero de estar en lo correcto ¿cuál fue su motivación para hacerlo? Me niego a creer que ella haya actuado con malicia. Y entonces recuerdo ese pequeño altercado en el hotel sobre lo escrito en la servilleta y el hecho de ser amigos.

Amistad.

¿Qué es la amistad? Cuando se trata de Yuuji y yo, no me resulta difícil encontrar un concepto, pero con Nobara es diferente, nuestras recientes acciones lo han hecho diferente.

Repaso mentalmente los hechos con tal de tratar de encontrar una explicación lógica a todo, desde que Nobara entró a mi habitación aquella lluviosa tarde de San Valentín, hasta el momento en que ella y yo fuimos uno, y por alguna razón, me siento como un recorte pegado a la fuerza sobre una superficie en la que no encaja, pero sólo me doy cuenta de por qué me siento así cuando mi corazón se estruja. Y es que, me siento tan idilícamente cercano a ella que me fue imposible darme cuenta, con anticipación, de que ya no la veo ni la quiero como una amiga.

Me irrita admitir el anterior pensamiento después de lo que ella me confesó. Esto, que se suponía no era una historia de amor, se ha convertido irrevocablemente en una. Debí saberlo. Y entonces, es cuando me doy cuenta de que es así como se siente ser un adolescente enamorado, inexperto, confundido y nuevamente enamorado ¿por qué estoy pensando en ella? ¿Por qué en ella y no en otra, cualquier otra? Inspiro hondo. Ya de por sí utilizar la palabra enamorado me pesa un poco. Justo ayer le dije que éramos amigos, y ahora deseo otra cosa totalmente diferente, ¿son así de contradictorios todos los chicos de mi edad?

Salpico agua en mi cansada cara. El sueño no fue precisamente reparador y me siento ralentizado por ese estupor mental en el que Nobara me envolvió sutilmente con sus osadías y coqueterías; con su sonrisa y aroma fresco, con sus muslos lisos y sedosos, con sus irreverencias y sus arrumacos de mujer: tan íntimos y privados, sólo para mí.

Necesito distraerme en algo para no pensar. Pensar puede volverse una condena para personas como yo, y honestamente no tengo deseos de ver esa parte oscura de mí. Entonces, recuerdo que hay actividades que hacer como chamán, y solo me doy cuenta de lo tarde que es cuando una llamada entrante insiste en acabar con mi paciencia. Tomo el teléfono móvil y miro fugazmente la hora:

8:43 a.m.

Mi estómago da un respingo, y de esta forma es como se burla de mí el tiempo. Siempre cruel e irónico.

—¿Sí? —pregunto tras atender la llamada. Suelto un suspiro, más por resignación que por fastidio.

—Megumi, ¿dónde estás? Tenemos que discutir los detalles de una misión importante y no queremos empezar sin ti —dice Satoru casi como una súplica. Ruedo los ojos. Que él, precisamente él, me esté llamando porque se me hizo tarde, sobrepasa mi nivel de cosas que tolero, y se añade a la lista de cosas que tenían que pasar al menos una vez en la vida.

Suelto un bufido.

—Mi teléfono se quedó sin batería y no me di cuenta de la hora —miento.

—No quiero recordarte que llevas 43 minutos de retraso.

—No me molestes, en breve estoy ahí.


La primera cosa que me golpea cuando cruzo la puerta del salón es el aura de incomodidad que hay entre los presentes, salvo por Satoru, quien luce animado como casi siempre. Y Nobara, ella, tan explosiva y enérgica que es, parece apagada el día de hoy.

—Me debes unos chocolates —apunta Satoru de inmediato, señalándome con el dedo—. Una vez dijiste que jamás llegarías después de mí, y mírate —dice sonriente, como si no estuviera pasando nada, y se burla en mi cara como lo hizo el tiempo. Le gusta molestarme.

Hago un mohín y escondo mis manos en los bolsillos de mi pantalón fingiendo no estar afectado. Itadori y Nobara me miran con disimulo por el rabillo del ojo.

—No te compraré nada —respondo tajante.

—¿Es así como me agradeces todo lo que he hecho por ti, Megumi?

Cierro los ojos y me froto el puente nasal, buscando no perder la paciencia.

—Sólo di lo que tengas que decir —añado gruñonamente.

—Parece que alguien está de mal humor —canturrea Satoru—. Y parece que el ratón le comió la lengua a otro alguien. —Su cara se gira en dirección a Itadori y Nobara.

—¿Tan temprano y ya va a empezar a molestar? —refunfuña Nobara rodando los ojos y llevándose las manos a la cadera.

—Qué malos son conmigo.

—No se ponga triste, Gojō-sensei —tercia Yuuji—. Creo que ayer fue un día un poco… complicado, y aún se siente la resaca —admite con cierta timidez y se rasca la nariz.

—¿Acaso bebieron alcohol? Está prohibido para menores.

—No, no. Quiero decir «resaca», usted entiende —concreta Yuuji tratando de explicarse, aunque en realidad no explica nada.

Un breve silencio se instala entre nosotros. Mis ojos se dirigen a Nobara que trata de no dirigir sus ojos hacia mí. Cuando está así, ausente, se ve como cualquier otra chica, que detrás de esa mirada de orgullo, guarda deseos, inquietudes e inseguridades. Se ve como cualquier otra chica que comete errores, y yo no soy nadie para juzgarla. Ella, como yo, busca su lugar en este banal mundo.

—Bueeeno —berrea Gojō con cierto tono sarcástico en la voz—. Ya que cada quien tuvo la oportunidad de confesar sus inquietudes, les daré los detalles de la misión.

Nadie protesta ni comenta nada, quizá por la prisa de querer estar en otro lado, haciendo otra cosa —cualquier cosa— y no encarar la situación, aunque pensándolo, quizá sólo sea yo el que desea eso.

—No olviden estar enfocados —dice Gojō poniendo énfasis en la palabra «enfocados». Sé que lo hace por todo el asunto en torno a nosotros. A este sujeto no se le escapa nada.

—Descuide, Gojō-sensei, daremos lo mejor de nosotros —señala Yuuji.

Satoru abandona el lugar. Los tres permanecemos en silencio unos instantes antes de encontrarnos con Ijichi.

Me doy cuenta de que inconscientemente estoy mirando a Nobara. Parece luchar contra algo internamente. Sé que busca ser constante con su forma de ser. Ella es valiente y atrevida, y muy probablemente se debate mentalmente en cómo no romper esa imagen que la caracteriza. Sé que lo hace, porque ella jamás jugaría chueco con nosotros.

Se percata de mi mirada y parpadea un par de veces, como espabilándose, y se humedece los labios para hablar.

—¿Qué pasa, Megumi? —pregunta con voz suave. Y amo, amo el movimiento de sus labios al despegarse para pronunciar mi nombre.

—Tú —respondo—. Eso es lo que pasa.

Me lanza una mirada de incertidumbre y hace un mohín. Nuestros ojos se devoran con la mirada, entonces Yuuji se aclara la garganta, irrumpiendo ese fugaz instante entre ella y yo.

—Tenemos una misión —tercia—. Así que si podemos darnos prisa, mejor.Se ve algo incómodo.

—Sí, claro, sí —responde Nobara con un deje de nerviosismo.

Sin decir más salimos del lugar y nos reunimos con Ijichi.


Se supo de la presencia de dos maldiciones de grado 2 cerca del área de Asakusa. Nuestro objetivo es simple: exorcizar a los espíritus malditos y evitar decesos.

—Debemos hacer una estrategia —expongo—. Gojō-sensei nos ha dado las características de estos espíritus malditos, que, aunque son de grado 2, no han causado mucho revuelo entre los pobladores. El área fue cerrada temporalmente, así que debemos ser rápidos y precisos. Las ubicaciones de ambas maldiciones son en la misma zona pero están separadas por diferentes líneas del metro, por lo tanto, tendremos que trabajar separados —explico mientras visualizamos un mapa en la tablet.

—Yo me voy por la que está por la estación de Kuramae. —Se apresura a decir Yuuji— Así, Kugisaki y tú podrán hacerse cargo de la de Oshiage.

—¿Estás seguro de hacerlo solo? —Le pregunto.

—Si me veo en problemas, ten por seguro que te contactaré —responde sonriendo.

Me atrevo a interpretar las intenciones de Itadori: Muy probablemente busca que Nobara y yo estemos solos, porque por alguna razón, su sentido de moralidad le martilla la cabeza y es algo con lo que él no puede lidiar, y desea que las cosas entre ella y yo se solventen.

Mientras trato de acomodar esas ideas, no puedo controlar las expresiones que se reflejan en mi cara, y entonces una media sonrisa jala la comisura derecha de mis labios.

—¿En qué piensas, Fushiguro? —pregunta Itadori, mirándome expectante.

—En nada en particular.

—¿Entonces por qué el «Ja» y la sonrisa de lado? Es como si planearas algo.

—No me di cuenta de mi reacción —hago una breve pausa y me aclaro la garganta—. Quiero decir, estoy de acuerdo con tu propuesta.

La expresión en su cara me dice que no entiende nada, pero no pretendo que lo entienda. Me sonríe de vuelta y no sé cómo sentirme al respecto.El resto del camino guardamos silencio.


Ijichi hace una parada en Kuramae y Yuuji desciende del auto. Se despide amablemente de nosotros e Ijichi le dice que se mantenga en contacto.

Nobara y yo nos quedamos solos en la parte trasera del auto, completamente en silencio. Ella mira por la ventana, esforzándose por mantener esa actitud evasiva conmigo. Paso saliva. Probablemente espera a que yo de la iniciativa, pero es ella quien debe hacerlo.

Mis ojos se clavan en su mano que descansa sobre el asiento. Mi personalidad introvertida me dice que no haga nada y que me espere hasta que lleguemos a Oshiage y bajemos del auto, pero por otro lado, esa minúscula parte de mi ser que busca el contacto físico con ella me hace sentir la sangre hirviendo, y las ansias por tocarla. Miro a Ijichi que nos mira por el retrovisor. Al saberse descubierto se aclara la garganta y dirige la vista a la carretera, y es en ese justo instante que mis dedos rozan la mano de Nobara.

Su respiración parece detenerse por un momento porque su pecho deja de subir y bajar. Vuelve su rostro hacia mí para verme, e inevitablemente nuestros ojos se miran fijamente.

Las miradas. Ese lenguaje mudo que dice lo que las palabras temen decir, creando una increíble conexión entre dos seres que tímidamente buscan proximidad me revela, a través de sus grandes ojos marrones, que ella nunca quiso equivocarse. La veo abrir la boca para decir algo pero es interrumpida por Ijichi.

—Qué silencioso está esto, ¿no creen? —Nos mira por el retrovisor con un intento de sonrisa forzada. Él está igual de incómodo que nosotros— ¿Alguna canción que deseen escuchar?

—Sin ánimos de ofender, Ijichi, no tengo deseos de escuchar nada en este momento —replica Nobara.Ese perfil de mujer seria que a veces muestra, me fascina.

—De acuerdo… —responde y vuelve a lo suyo con el volante.

Mis dedos no han dejado de rozar el dorso de la mano de Nobara. Me muevo hacia ella, y enredo mi mano con la suya.

—Megumi —dice al fin—. Lo siento —murmura cerca de mí, y me mira directo a los ojos. De verdad lo siente, puedo verlo, pero este no es el lugar para hablarlo. No con Ijichi de testigo.

Kiyotaka se aclara la garganta por tercera vez para llamar nuestra atención.

—Hemos llegado —anuncia con seriedad, golpeando el volante con los dedos—. Ya saben, siempre manténganse en contacto. —Se acomoda los lentes y descendemos del auto.


El Espíritu Maldito resultó ser más resistente de lo pensado, pero una buena combinación con Gyokuken: Kon y la Resonancia de Nobara fue capaz de conseguir el éxito en el exorcismo. El costo de ello: raspones y heridas, sangre y moretones.

El líquido rojo brota de algún lugar en mi abdomen. Nobara se acerca a mí, luciendo ligeramente herida, y con su mano presiona la herida, causando dolor. Arrugo el entrecejo de manera involuntaria. Puedo sentir el tibio líquido bajando por mi frente.

—Fushiguro, ¿estás bien? —pregunta, dándome una de esas miradas preocupadas que la gente suele poner en casos como estos.

—Sólo… llama a Ijichi. —Toso un poco—. No es nada grave.

Ella hace lo que le pido, y tras un par de minutos al teléfono, corta.

—Dice que fue por Itadori, que no tardará.

—Perfecto.

Ella se sienta junto a mí, sobre el borde de una escalera. La escucho inhalar profundo.

—Nobara… ¿a qué estás jugando? —me atrevo a preguntar—. Simplemente no entiendo nada —digo con dificultad.

Sin mirarme, ella vuelve a presionar la herida sobre mi abdomen y la siento temblar. Su mirada se pasea por mi cuerpo, y luego da de lleno a la carretera, es como si tratara de comprender de qué hablo o por qué justo en este momento lo traigo a colación. Retira su mano y se mira ese líquido carmín resbalar por sus dedos. Ya no sé cuál es su sangre, y cuál es la mía.

—Yo… —dice. Parece titubear un momento— ¿qué piensas de cumplir un deseo noble de otra persona? —Me mira de soslayo.

Me enderezo un poco para acomodarme. Y ahora soy yo quien presiona mi herida. Dejo escapar un gruñido.

—No estoy seguro, supongo que depende del deseo.

—Ayer —chista la lengua, parece incomodarle lo que va a decir—. Cuando veníamos de regreso, Itadori y yo tuvimos esa plática pendiente… —Se pasa las manos por la cara y la sangre le mancha la mejilla—. Lo que quiero decir es que él me confesó que tenía un interés romántico hacia mí, y no pude más que responderle con la verdad sobre tú y yo. —Se muerde el labio inferior. Baja la mirada y mantiene los ojos fijos en sus manos. Su pequeño cuerpo tiembla un poco.

—¿Me estás diciendo que…?

—Sí —replica—. Arruiné las cosas por decirle lo nuestro. Debiste ver su cara destrozada… ¡agh! —Se lleva la mano a la boca y su mirada expresa frustración—. No dijo nada hasta que llegamos a la estación del metro —continúa—, me miró con esos ojos de cachorrito y me dijo que ya lo sabía, que lo sospechó desde San Valentín.

Guardamos silencio por un instante. Lo suponía.

—Entonces, ¿qué ocurrió? —Me apresuro a preguntar— ¿Qué pasó con esa voluntad inquebrantable que te caracteriza?

Ella me mira con sorpresa. Probablemente no imaginaba que preguntaría eso. Hace un mohín y luego despega los labios para hablar.

—Abordamos el metro y él empezó a hablarme sobre esta cosa suya, su ilusión de recibir su primer beso de una chica linda de la que él estuviese enamorado y simplemente sucedió. —Hace una pausa para tomar aire—. Ya me conoces, soy impulsiva, a veces. —Aprieta los labios, trémula. Se muestra afectada por lo sucedido.

—De modo que pensaste que tú serías esa chica que le diera su primer beso.

—No me preguntes eso, Fushiguro.

—No te lo estoy preguntando. —Nobara me mira con los ojos entornados.

—Escucha, sólo no quise matarle esa ilusión.

—¿A eso te refieres con «cumplir un deseo noble»?

Ella aprieta los labios y se acomoda un mechón de cabello detrás de la oreja y asiente con una inclinación de cabeza. Esta escena de ella y yo, heridos tras exorcizar un espíritu maldito, sentados en unas escaleras y hablando como adolescentes sobre asuntos de adolescentes se siente un poco irreal. Y el dolor en mi herida me hace preguntarme ¿de verdad es necesario esto justo ahora?

—Megumi, lo que pasó no tiene nada que ver con "voluntad inquebrantable", fue más por empatía e impulsividad… —rueda los ojos—. En realidad yo no tendría por qué darte alguna explicación sobre las decisiones que tomo, no obstante —Se acerca a mí lo suficiente como para que pueda notar la suavidad de sus labios, se los humecta antes de hablar—. El hecho de que las cosas hayan sido de ese modo, en ese momento, es porque nunca más serán así. Esta historia me importa porque se trata de ti y de mí.

Mi corazón da un vuelco, ¿es esto lo que quería escuchar?

—Tú, ¿estás consciente de que tomar decisiones impulsivas puede herir a la gente?

—Estás herido, lo sé —dice con su característica sinceridad y un deje de ironía—. De verdad lo siento. —Baja la barbilla y mira sus pies que se mueven trazando figuras invisibles sobre el concreto.

Nobara es increíble. Sabe comportarse a la altura de las situaciones como una mujer que reconoce no ser perfecta, y valoro esa parte de ella. Nobara, como todos, arrastra miedos e inseguridades, y sin embargo no la he visto romperse. Nobara es una mujer admirable, y un fallo como ese no le resta valor a su persona.

—¿Qué hay de Itadori? —Le pregunto—. No quiero tambalearme en una cuerda floja por alguna indecisión tuya. Si estás conmigo, quiero que estés conmigo.

—Megumi. —Pronuncia mi nombre y su mano se posa sobre la mía que hace presión a mi herida—. Quiero estar contigo. Las cosas con Yuuji están zanjadas. Confía en mí, lo haces, ¿verdad? —pregunta con suavidad. En sus ojos puedo ver determinación.

Por supuesto que confío en ella. Quiero decirle que mi concepto de ella no ha cambiado, pero mi torpeza en situaciones como esta me hace demorar demasiado, y cuando abro la boca para responder, el auto de Ijichi se estaciona delante nuestro.

Baja la ventanilla.

—Debemos apresurarnos para que sean atendidos por Ieiri —demanda.

Antes de ponernos de pie, mis ojos se pasean, analíticos, por la parte trasera del auto. Itadori está ahí, mirándonos a través de la ventana, con algunos raspones en el rostro. Es innegable que está afectado por lo de Nobara y yo porque puedo percibir la resignación en su mirada. No sé cómo sentirme o qué pensar al respecto. Hay tantas cosas en las que tiene que trabajar mi cabeza, pero me siento cansado. Lo último que recuerdo después de subir al auto es la voz de Itadori preguntando «Fushiguro, ¿estás bien?»


Cuando abro los ojos estoy acostado en mi cama. Es como si todo lo que recuerdo que pasó antes hubiese sido un sueño. Un mal y ácido sueño. Me remuevo bajo las sábanas y el ligero esfuerzo me provoca una punzada en el lugar donde fui herido. Mi mano viaja velozmente a ese lugar y noto el vendaje. Entonces, todo fue cierto.

¿Quién sabe por qué pasan las cosas, realmente? Cuando pienso en ello, es como si mi cabeza quisiera explicar el por qué ella me eligió a mí y no a Itadori, o por qué precisamente todo se entrelaza como lo está, para dar como resultado que las cosas sean de esta manera y no de otra. Pero eso nunca nadie lo sabrá. La única respuesta que obtengo, es que la vida es incierta, y que todo se acaba. Nada es para siempre.

—Por un instante pensé que habías muerto. —La voz de Itadori me sorprende. Mis ojos dan lleno al ventanal, donde lo veo parado, mirando hacia afuera—. Creí que no habías escuchado la advertencia que te dije, esa que una vez me diste «No mueras, o te mato» —. Se rasca la nariz y acerca un banco para sentarse junto a la cama.

—¿Dónde está Kugisaki?

—Tranquilo, ella está bien.

—¿Cuánto tiempo dormí?

—Varias horas. Es de mañana, pero debido al reposo, no habrá actividades que involucren esfuerzo físico.

Cierro los ojos. Aún recuerdo a Nobara y su mano haciendo presión en mi abdomen. Aún recuerdo mi sangre ensuciándole el rostro, y sus ojos mirándome con increíble honestidad.

—Creo que lo hicimos bastante bien —comenta de pronto—. Gojō-sensei está hablando de celebrar el éxito de la misión.

—Sí, bueno, supongo que será cuando deje de estar en reposo.

Yuuji ríe efímeramente. Se reclina en su asiento y recarga los codos sobre la cama.

—Fushiguro, ¿estás enojado?

Sí. No. No sé. Mi mano se posa sobre mi frente y cubre mis ojos. Esto, que muchos considerarían infidelidad por parte de ella, no fue más que una pseudo traición, en donde fue puesta en tela de juicio la lealtad, sin embargo… Nobara es libre, nada la ata a mí. Y quizás eso sea lo que me molesta, que la quiero para mí.

—Voy aceptar que las cosas sean como son —continúa Yuuji.

—¿Y cómo son? —pregunto aún con los ojos cubiertos.

—Ella te quiere a ti.

—También te quiere a ti.

—Supongo que sí, pero es diferente. —Lo miro a través de una rendija que abro entre mis dedos—. Kugisaki no es esa clase de mujer —recalca.

—Lo sé, Itadori. Lo sé. Nunca he pensado que lo sea. —Me aclaro la garganta—. Ella jamás sería esa clase de mujer.

—Fushiguro —Su expresión muestra un atisbo de culpabilidad, para como es él, debe estarse condenando a sí mismo por ese beso—. Discúlpame.

—¿Por qué debo hacerlo?

—Por no portarme como tu amigo en ese momento.

Lo miro bajar la mirada y su cara expresa melancolía.

—Escucha, Itadori. Creo que este es el momento adecuado para hablarte sobre lo que te prometí —digo con seriedad—. Ella no es mi novia, pero me gusta mucho y estamos en medio de algo que no definimos aún. Quizá la acción de Nobara no fue la mejor, y admito que me sentí herido, pero quiero que tanto tú como yo comprendamos que el valor de Kugisaki no recae en ese error, por llamarlo de algún modo. Ella es mucho más que eso, algo más complejo y profundo.Y tú, no te sientas responsable de las acciones de los demás.

—Supongo que tienes razón —dice pensativo—. Yo no voy a interferir, ella me aclaró las cosas así que, no te preocupes por mí.— Su cara refleja el esfuerzo que hace por no romperse—. Agradezco tu flexibilidad.

—¿Para qué sirve la amistad?

Sus ojos se agrandan y sus labios se curvan ligeramente en una sonrisa genuina. Puedo percibir que parece sentirse liberado de un peso invisible.

¿Para qué sirve la amistad? Me repito. Para ser honesto, detesto los conflictos de esta clase y las excusas que la gente hace. Mi yo de hace dos años, muy probablemente habría dejado de hablarles porque era incapaz de tolerar errores/detalles… ni siquiera estoy seguro de cómo llamarle a eso, pero he crecido y aunque todavía me falta mucho por saber, me atrevo a decir que la amistad —nuestra amistad— sirve para estar enamorados de la misma chica y que ella nos bese a ambos y que al final nos sigamos hablando. Suena a tontería, lo sé. Pero nuestra amistad sirve para crecer y darnos cuenta de lo veleidoso que suele ser el humano, o de lo constante que también llega a ser. Sirve para estar herido y recibir esa visita importante. Sirve para discutir sobre qué comer a primera hora y a dónde ir para celebrar un triunfo. Sirve para guardar silencios de vez en cuando. Para eso y muchas cosas más sirve la amistad. Itadori mira la hora en su smartphone.

—Supongo que iré a preparar las albóndigas de pulpo —dice al tiempo que se levanta y se dirige a la puerta.

—Las tuyas son muy deliciosas.

—Y muy fáciles de hacer. —Sonríe y antes de abandonar la habitación se vuelve para decir—: Fushiguro, gracias.


Después de tomar un baño, me recuesto nuevamente en mi cama. Lo primero que hago al acomodarme, es tomar del buró de al lado el libro Le Deuxième Sexe, un libro que llamó mi atención cuando Tsumiki lo llevó alguna vez a la casa. Es de esa clase de literatura que requiere la concentración total del cerebro para lograr formar un juicio crítico. Sin embargo, me doy cuenta de que mi cabeza aún divaga.

Lo que a mí me parece un momento leyendo, ha sido en realidad poco más de una hora. Levanto la vista y cierro el libro en mi regazo. Necesito descansar.

Nobara entra a mi habitación justo después de dar un par de golpes en la puerta, y como es habitual en ella, no espera a que yo de respuesta. Se ve un poco risueña, y parece no estar más preocupada por la situación del otro día.

—Oh —exclama—. Siento si te asusté. No podía dormir, así que pensé en venir a verte.

—¿No necesitas guardar reposo? —pregunto mirando el vendaje en su brazo.

—¿Esto? —Señala la venda—. No es nada, casi no duele. A ti te fue peor, por lo que veo —afirma, y gesticula una ligera sonrisa.

Permanece parada frente a mi cama. Se ve tan femenina con las prendas que usa como pijama: unos shorts cortos y un camisón de tirantes, con los que se puede ver esa figura de hombros estrechos, de delicado cuello contrastado con su corte de cabello; y aquella curva entre su cintura y su cadera (esa distancia me enloquece), sus piernas tonificadas, de muslos lisos. Inmensa, segura de sí misma.

—Otra vez esa mirada —enfatiza—. Estás enamorado de mí, ¿verdad? —pregunta, y enarca una ceja. Luce risueña y extasiada de saber el efecto que ella tiene en mí.

—Uh… —Me quedo mudo y siento las mejillas arder. Simplemente no puedo controlar el modo en que mis ojos la miran.

Ella sube a mi cama, observa el libro que descansa en mi regazo, y con una de sus manos lo toma.

—Lo siento, Simone de Beauvoir —lee mientras lo retira, y ahora se acomoda en mi regazo—. Pero interfieres con mi camino.

Los pequeños shorts que usa dejan una increíble vista de sus cremosos muslos. Acomoda sus manos detrás de mi cuello, y la tengo muy cerca de mí, llenando mis fosas nasales de su erótica y femenina esencia.

Mi mano se posa sobre uno de sus muslos, pero no la muevo, sólo la descanso ahí. Levanto la vista y me encuentro con un par de orbes marrones y brillantes, y con un sutil color rosáceo cubriendo sus mejillas y la piel de su pecho.

—Megumi —dice seria—. No quiero que me idealices, no soy perfecta. Sólo soy alguien que busca descubrirse a sí misma con cada paso que doy. Así que quiero que tengas eso en la cabeza.

—Está bien —contesto—. Tu discurso forma parte de todo eso que eres tú que me gusta. Y justo ahora no hay nada de ti que me disguste.

—Pero lo habrá, Megumi.

—Lo sé. Supongo que así son las cosas, es parte de vivir.

Ella asiente mirándome a los ojos y sonríe.

—Eres considerado y bonito —confiesa y sus ojos recorren mi rostro.

—Sólo trato de hacer lo que creo correcto. Esa herida emocional, y mi enojo, no iban a durar para siempre.

—Entonces, ¿no estás enojado conmigo? —susurra muy cerca de mi oído. Mis ojos viajan hacia su clavícula y mi cuerpo palpita cuando miro un poco más abajo.

—No —contesto, pero no profundizo en cómo fue que lidié con esas emociones. Aunque reconozco que aún estoy procesando eso de la mejor manera que puedo. Paso saliva.

—¡Mierda, Fushiguro! —exclama de repente—. Amo tu nuez de Adán. —Luce como una pequeña niña extasiada con un descubrimiento.

—¿De verdad?

—De verdad. —Se precipita hacia mí y deposita un beso en mis labios, suave, lento. Cuando se separa de mí, observo su boca curvandose en una sutil sonrisa, traviesa, y ya puedo imaginar qué se trae entre manos.

Lentamente, lentamente, con cuidado, su mano se desliza por mi pecho, bajando por mi abdomen, deteniéndose en el elástico de mis pantalones deportivos. Me mira con los ojos oscurecidos por el deseo y se jala el labio inferior.

—Me pregunto qué podemos hacer tú y yo, en esta habitación justo ahora cuando se supone que todos duermen —propone muy, muy cerca de mi oído. Y sabe que su voz me provoca corrientes eléctricas porque mi cuerpo se estremece sin mi permiso.

—No estés tan segura de que todos duerman.

Parece dudar por un momento, mientras piensa en algo, haciendo círculos con sus dedos sobre mi abdomen.

—Ten cuidado con mi herida. —Le advierto—. No puedo moverme mucho.

—Tranquilo, no tendrás que moverte mucho.

—¿Qué es lo que quieres hacer, Nobara?

Frunce la boca. Sus ojos marrones me ven debajo de una cortina de pestañas, intensamente.

—Algo que nos gusta a los dos. —La veo descender y ya sé lo que quiere.

Inclino mis caderas hacia arriba, y con mi ayuda baja mis pantalones. Soy consciente de mi corazón golpeando mi pecho con fuerza, completamente agitado. Y la respiración, se atora en mi garganta. Puedo ver la suavidad con la que se mueve Nobara y la excitación que supone para ella estar aquí conmigo sin que nadie sepa lo que estamos a punto de hacer. Esta vez no pongo objeción. Supongo que mi cuerpo no puede resistirse a esa clase de contacto físico con ella. Cierro brevemente los ojos mientras mi cerebro trata de procesar esa imagen de ella posando sus suaves y rosados labios sobre mi pene.

—Podría hacer esto todo los días —comenta juguetona.

Mi pecho sube y baja en cada inhalación. Siento las mejillas ardiendo. Y no puedo pensar en otra cosa que no sea en ella envolviendo esa parte de mi cuerpo con sus labios. La fricción es tan deliciosa que siento cosquilleos en mi estómago. Y es una imagen tan íntima que me hace sentir extasiado. Mis piernas empiezan a temblar. Es como una clase de nerviosismo mezclado con excitacion y deseo.

Sólo somos un par de adolescentes embebidos con esas nuevas sensaciones que supone la reciente sexualidad descubierta entre los dos. Su lengua y sus labios se mueven increíble haciendo ruidos lascivos y húmedos. Mis pensamientos divagan. Hay tanto calor y deseo acumulados en el mismo lugar, que cuando ella se separa no podemos más que mirar esa parte redondeada, suave y rosada, goteando ese líquido transparente producto de la excitacion.

Mis mejillas se calientan aún más. Inclino la cabeza hacia atrás, con los ojos ligeramente cerrados y el entrecejo arrugado. Ella continúa. Y no, ya no puedo soportar tanta estimulación. Dejo escapar un gruñido, y ella parece notar que estoy a punto de terminar porque puedo sentir como mi pene se sacude sutilmente. Maldigo y gruño mientras el placer acumulado es liberado, y me aprieto contra su boca y siento el líquido blanquecino derramarse. Mis manos arrugan la sábana. Un gruñido más escapa de mi garganta. Mi cuerpo entero está palpitando.

Después de agonizar placenteramente unos segundos, trato de regular mi agitada respiración. Miro su cara, sonrojada y me sonríe complacida.

—Es fascinante ver el clímax de Fushiguro —dice, y aprieta los labios.

Me ruboriza pensar en lo que pueda fascinarle de mí en un momento así. Bajo la mirada, ligeramente apenado. Ella me mira con cierto brillo travieso en sus ojos. Me aclaro la garganta.

—Nobara… gracias —manifiesto.

—Ahora podrás dormir como nunca —susurra cadenciosamente—. Buenas noches —dice mientras se incorpora, con una sonrisa de satisfacción en el rostro.

—¿Regresarás a la cama?

—Por supuesto. Necesitas descansar adecuadamente y mi presencia aquí no ayudaría mucho. —Se muerde el labio inferior—. Sabes a lo que me refiero.

Le ofrezco una sonrisa de complicidad y ella se marcha, dejándome a solas, con mis pensamientos.


El tiempo es relativo. Nunca cambia su velocidad, pero lo percibes efímero, o eterno. No podría decir con precisión, mi percepción sobre mis días de reposo, sólo sé que el paso del tiempo, permitió mi recuperación, y justo ahora me estoy acomodando los audífonos, contento y nervioso. Es la primera vez que Nobara y yo saldremos juntos sin tener que ocultarlo. Acordamos encontrarnos en un café. La idea es sentir que ambos venimos de lugares diferentes. No puedo describir el remolino de mi estómago, y la incertidumbre, ¿es esto el verdadero inicio de esa historia entre ella y yo?

La quiero.

Nuestras reuniones en privado se volvieron más frecuentes mientras guardé reposo, y queremos que lo que sea que hay entre los dos se vuelva oficial. Me asusta el paso que queremos dar, no obstante, lo creemos necesario, por todo ese lío que suele haber cuando no se especifican las cosas. No entiendo cómo hay chicos que logran éxito en relaciones abiertas. Supongo tiene que ver con los valores morales que manejan, y los ideales que buscan. Solo deseo que esto funcione, que siga funcionando, aunque tal vez todo pudo haber cambiado de no ser por mi resolución para con ella y con Yuuji.

Cerca, muy cerca de llegar a mi destino, un par de gotas de agua resbalan por mi cara. Ha comenzado a llover. Mientras espero que el semáforo cambie de rojo a verde para los transeúntes, pienso en lo cotidiano que es vivir lo que yo estoy viviendo, pero al mismo tiempo, en lo nefasto que puede llegar a ser por el simple hecho de cargar con una etiqueta como la nuestra. Al ser chamanes, la vida suele escaparse, resbalarse tan fácilmente entre nuestros dedos. Un día eres, y al siguiente dejas de serlo.

Puedo escuchar la melodía del semáforo que indica que podemos cruzar. A lo lejos, diviso a Nobara llegando por el camino contrario, vistiendo una larga falda ceñida a la cintura y un blazer tejido que la hace lucir bohemia. Carga consigo un paraguas bajo el brazo. Mi estómago se retuerce en un remolino de emociones.

La quiero.

—Hola —digo.

—Hola —responde, y hace un gesto como preguntando ¿deberíamos besarnos?

Se acerca a mí, levanta sus brazos para rodearme por atrás del cuello y su paraguas cae al suelo.

—Esto pasa porque eres alto. —Sus dedos se hunden en mi cabello.

Nos miramos a los ojos. Parecemos petrificados porque sólo nos contemplamos como si fuera la primera vez que nos vemos. Y mi estómago sigue creando un remolino, bajo aquella lluvia que ahora nos está mojando.

La quiero.

—¿Y ahora qué? —pregunto, sintiendo el agua resbalando por el rostro.

—Supongo que podemos seguir mojándonos —sugiere—, o podemos simplemente escondernos en el café frente a nosotros.

—Escojo el café.

Ella sonríe con un suspiro. Mientras ingresamos al lugar, somos recibidos amablemente por la camarera. Nobara se aleja de mí para entrar al baño. Tomo asiento en una mesa y mientras hojeo el menú.

Para cuando ella regresa, se sienta frente a mí. Luce hermosa, como de costumbre. La verdad es que ya no sé si son mis ojos los que la ven de ese modo, o en realidad es así de hermosa. Permanezco absorto unos instantes, solo mirando sus gestos y movimientos. No son mis ojos, ella realmente es hermosa. Parpadeo un par de veces, y para dejar de mirarla como idiota, saco mi teléfono móvil para revisar la hora.

—Te ves muy guapo cuando tratas de aparentar que no pasa nada —dice. Cierra el menú y recarga los codos sobre la mesa para contemplarme.

—¿Eso crees?

Se humecta los labios antes de responder, y suelta un suspiro corto.

—Fushiguro, de verdad me gustas mucho, mucho, mucho, mucho… —Hace una pausa repentina— El número de veces que repita esa palabra no expresa mi verdadero gusto por ti —revela con un deje de timidez, y me encanta ver esa faceta suya.

La quiero.


Caminamos bajo la llovizna que golpea nuestros rostros, acompañada de un viento fino que se convierte en frío bajo nuestras ropas mojadas. Pero eso parece no importarnos porque el paraguas que ella trae sigue cerrado, bajo su brazo.

—Quizá caiga nieve —dice Nobara frotando sus manos una contra otra para calentarlas.

—Quizá —repongo, y la miro de soslayo. Mi corazón golpea mi pecho, provocando un calor extraño.

Avanzamos unos cuantos metros. Es impresionante cómo la lluvia hace desaparecer a la gente. Me gusta. Es como si la naturaleza hubiera preparado este escenario para nosotros. Para lo que está a punto de acontecer. Aprieto la mandíbula mientras mis dedos juegan dentro del bolsillo de mi pantalón. Un poco impaciente, admito.

Ella está emocionada por mojarse conmigo. Al parecer le divierte ver a Fushiguro en su faceta de niño chiquito, como ella dijo. Mi corazón aletea cual pájaro enjaulado, y es una sensación que nunca había sentido.

Mierda, en verdad la quiero.

—Nobara. —Pronuncio su nombre con cautela y me mira atenta—. No me importa la manera en cómo iniciaron las cosas, tampoco me importa el beso con Itadori, equivocarnos o cualquier cosa. Simplemente quiero estar contigo, juntos.

—Sí, Fushiguro. Deseo lo mismo.

—Eso es… —inspiro hondo— Porque te quiero, Nobara —. Las palabras escapan de mi garganta, provocando alivio.

Ella lanza un grito ahogado y sus ojos se iluminan. Un cosquilleo extraño viaja por mi espina dorsal. A diferencia del cuchillo que me corta, esto es más como un escalofrío, de esos que solo se pueden sentir en momentos como estos.

—Yo también te quiero —dice, y se para delante de mí, sin importar la brisa.

—No tienes que…

—Deseaba decírtelo —contesta y me da un beso breve y mojado para callarme la boca. Se separa de mí, sonriente, feliz.

—Te quiero —repito. Vuelvo a juntar mis labios con lo suyos, y mis brazos rodean su figura. Nuestros cuerpos tiemblan, no sólo por el frío.

No sé qué sucederá a partir de este momento, pero ahora ella está conmigo, y la quiero como se quiere por vez primera. La quiero como la luna quiere a las estrellas en su cielo nocturno. La quiero porque es Nobara, y ella es muchas cosas.

FIN.


Agradezco a todos ustedes por darle una oportunidad a mi historia. Quizá es una historia un tanto diferente a las demás, y con capítulos muy largos, pero disfruté mucho escribiéndolos.

Inicialmente, fue pensada para ser un one-shot, sin embargo gracias a algunas sugerencias pude continuar. La verdad, es una historia corta porque alargar innecesariamente las cosas luego resulta contraproducente, así que espero que la hayan disfrutado tanto como yo.

Por último, y no por eso menos importante, quiero agradecer a Yare, por apoyarme como mi beta con este capítulo.

Glosario final:

*Amantes. Cuando Fushiguro menciona ese término se refiere a las personas que aman, no al término vulgar empleado cuando una persona mantiene una relación amorosa fuera del matrimonio.

*Le Diuxème Sexe. Libro escrito por la filósofa y escritora francesa Simone de Beauvoir, conocido en español como El segundo sexo. No me pregunten por qué Fushiguro lo estaba leyendo.