«Eso es lo malo que tienen las personas frías. No el hecho de que tengan hielo en el alma (todos tenemos un poco), sino que se empeñan en que ese hielo se refleje en todas y cada una de sus palabras y sus actos.»
Cuentos completos, Lorrie Moore.
-Malditos-
Capítulo 4. La parte oculta de las palabras
Tras el chirrío molesto de la puerta, Charlotte vio a Owen sentado dándole la espalda. Había llamado suavemente, se había dado la vuelta para mirar a Yami, que seguía ahí, vigilando que no se fuera, y había decidido pasar después de escuchar la autorización desde dentro.
—Voy a entrar contigo —afirmó Yami antes de que la mujer cerrara la puerta por completo.
—Por supuesto que no.
—Ya te he dicho antes que no me fío de ti.
Charlotte lo miró con desagrado mientras fruncía el ceño. No había nada que le molestara más que tener a alguien presionándola de esa forma.
—¿Eres mi padre o qué? —dijo ella, esta vez con un tono algo irónico, aunque su gesto de frialdad no cambió un ápice.
—Charlotte, estoy preocupado por ti.
Aquellas palabras le impactaron mucho. Yami solo se comunicaba con ella a través de bromas o frases llenas de sarcasmo, pero en aquella frase no pudo vislumbrar ninguna de las dos cosas. No mentía. Y lo sabía, más que por lo que había dicho, por cómo sus ojos la miraban de forma fija. Sin embargo, bloqueada por aquella explosión tan extraña de incredulidad, volvió a contestarle de forma antipática.
—Pues no es necesario. Como te acabo de decir, estoy bien. Y si he venido es porque me has obligado y me has amenazado con llamar a Sol.
Yami abrió la boca para contestarle, pero realmente no podía replicar mucho ante eso, así que simplemente asintió y fijó sus ojos dentro de la habitación, donde Owen los miraba sonriendo, pero sin comprender muy bien qué estaba sucediendo.
—Vamos, entra.
Charlotte asintió tenuemente, se adentró en la habitación y cerró la puerta, no sin antes echarle un vistazo de nuevo al semblante desasosegado de Yami. Estaba segura de que se quedaría en la puerta esperándola, así que no tenía mucho sentido intentar inventarse algo ante Owen o escabullirse porque Yami la detectaría inmediatamente al sentir su ki escapando.
—Charlotte, ¿va todo bien?
El médico, al posar su vista en el cuerpo de la mujer, se percató del reguero de sangre que corría por su brazo. Su camiseta se veía mojada por el líquido vital y su aspecto en general no era demasiado bueno. Incluso era posible que tuviera unas décimas de fiebre.
—Estás sangrando.
—No sé por qué os sorprendéis tanto por un poco de sangre cuando hemos visto todos cantidades mucho mayores.
Owen compuso un gesto un poco apurado, como si pensara que había metido la pata, y Charlotte se dio cuenta. Inmediatamente, se arrepintió se haber usado ese tono con él, porque el médico solo quería su bienestar y ella lo sabía a ciencia cierta. No sabía qué le estaba pasando, nunca era tan brusca con gente del trabajo, pero es que en los últimos tiempos no sabía quién era, estaba desubicada, perdida, sin saber bien cómo regresar a ser la verdadera Charlotte. Y, aunque no quisiera reconocerlo, ese hecho ya la estaba asustando.
—Bien…
—Lo siento, Owen.
El hombre le sonrió con comprensión y después le hizo un gesto con la mano para que se sentara en la camilla, algo que la Capitana de las Rosas Azules hizo de inmediato.
—¿Puedes quitarte la camiseta?
Charlotte frunció el ceño molesta. A esas alturas, le daba igual que Owen la viera, pero no podía soportar observar directamente la marca de la deshonra y que confirmaba su debilidad. Más bien, que confirmaba que había sido débil en una ocasión tan crucial, sin saber que la debilidad es una característica más del ser humano y que, en algunas ocasiones, no podemos escapar de ella por mucho que queramos.
Asintió débilmente, se retiró la camiseta y miró hacia otro lado para no ver la herida, así que tampoco pudo ver la cara de desconcierto y enfado del hombre que la estaba atendiendo.
—Esta herida es de…
—Sí —cortó ella de forma inmediata, porque ni siquiera quería escuchar cómo acababa esa frase.
Owen se quedó observando el estado de la herida. Era más que malo, así que supuso enseguida que no había recibido ni una sola cura desde que la mujer de mirada azul había abandonado el hospital.
—Charlotte, te tenía por una persona más responsable. Te dije que podías venir a que te curara y tú insististe en que lo podías hacer sola. Me has mentido y además estás poniendo en peligro tu salud. Lo mejor será que informe a Julius y…
—¡No! —espetó Charlotte nerviosa. Si el Rey Mago se enteraba de su negligencia, no podría ir a la misión de investigación y necesitaba con una intensidad fuera de lo normal conocer los entresijos de esa organización para poder aplastarla con más efectividad—. Por favor, no le digas nada… Estoy muy ocupada y se me ha olvidado curarme. Te haré caso esta vez. Te lo prometo.
Owen torció un poco la boca. Sabía la competitividad que había entre los capitanes y que a ninguno le gustaba quedarse fuera de misiones importantes, pero como buen profesional que era, la salud de sus pacientes siempre primaba por sobre todo lo demás. Por suerte, gracias a las muestras de sangre que le había extraído a Charlotte, había conseguido desarrollar una especie de ungüento que aceleraría la curación y cicatrización de heridas producidas por la sustancia tóxica que impregnaba la daga con la que la habían atacado.
Extendió su hechizo de curación sobre Charlotte para solucionar el problema de la fiebre y después sacó un tarro que tenía guardado en el cajón de los medicamentos. Se lo dio a Charlotte, que lo miró con algo de recelo antes de guardárselo.
—Te lo tienes que poner al menos dos veces al día. Calculo que en una semana estará totalmente curado, aunque no te puedo asegurar que no vaya a quedar cicatriz. Si me hubieses escuchado, probablemente no quedaría ni rastro de la marca, pero bueno. Espero que esta vez te lo tomes en serio.
Charlotte desvió la mirada algo avergonzada. Parecía una niña pequeña a la que todo el mundo regañaba porque se había portado mal. Se sintió patética, tanto, que la invadió la urgencia de desaparecer en ese instante de ese lugar.
—Gracias…
—Charlotte, si vuelves a hacer una estupidez de este tipo, ten por seguro que avisaré a Julius —La mujer, como respuesta, simplemente asintió con el gesto lleno de seriedad—. Ya puedes irte.
—Bien.
Charlotte se levantó y se encaminó hacia la puerta, pero antes de abrir, Owen le habló de nuevo tras recordar quién estaba acompañándola fuera.
—¿Está Yami esperándote?
—Probablemente —dijo mientras suspiraba con hastío y se daba la vuelta.
—Se ve que os lleváis muy bien —aseguró sonriendo, ante lo que Charlotte se sonrojó tenuemente.
—Me tengo que ir.
—Bien, adiós. Dale recuerdos a Yami de mi parte.
—S-sí… Adiós.
Al salir de la habitación, se apoyó en la puerta y suspiró con alivio. Por fin se podía calmar o eso pensaba hasta que vio a Yami en la otra parte del pasillo fumándose un cigarro. Genial, más explicaciones y reproches.
—¿Ha ido todo bien?
—Sí —respondió escueta y empezó a caminar para salir de allí y dirigirse hacia su sede. Debía hacer todos los preparativos oportunos para la misión y elegir a la persona que se quedaría al mando, ya que ni ella ni su vicecapitana estarían presentes por algunos días.
Sin embargo, en ese momento se dio cuenta de que se había olvidado algunos objetos de su indumentaria en el baño y se dio la vuelta de forma brusca para ir a recogerlos. Grande fue su sorpresa cuando vio que Yami la imitaba. Al principio, pensaba que él simplemente iba detrás de ella porque ese era el camino para salir del hospital, pero no podía ser casualidad que también tomara esa ruta de forma repentina.
—¿Me estás siguiendo?
—No. Solo quiero acompañarte a tu base.
—No es necesario.
—Insisto.
—Y yo insisto en que no. Soy una mujer adulta y no necesito tu protección. Me estás empezando a agobiar.
Yami le dio una larga calada a su cigarrillo. Qué difícil era esa mujer.
En otros tiempos, era más que probable que esas intenciones por parte del Capitán de los Toros Negros hubiesen alegrado a Charlotte y mucho, pero ahora simplemente la atosigaban porque no soportaba la sobreprotección de nadie, mucho menos de un hombre, aunque fuese de quien estaba enamorada. Aun así, su subconsciente vibró por aquella insistencia y preocupación. Eso sí, ella no lo notó.
Yami movió los brazos, resignado. Era cierto, no podía pretender jugar a la damisela en apuros con Charlotte porque ella no se lo permitiría. En el fondo, no podía negar que le encantaba que fuese tan independiente y resolutiva, pero eso podía convertirse también algunas veces en su peor defecto, porque no delegar nunca nada en nadie tampoco es algo que sea siempre positivo. Charlotte necesitaba ser menos recta, menos independiente de alguna forma, y confiar mucho más en los demás. En que los demás también podían serle de ayuda.
De todas formas, por esta vez lo dejaría pasar.
—Vale, vale. Nos vemos en dos días, Reina de las Espinas.
Después, se fue. Charlotte, mientras le miraba la espalda, sonrió tenuemente. Sacudió la cabeza, pensando en que debía centrarse en la misión, recogió sus pertenencias y también se dirigió hacia su base.
Los dos días de plazo que Julius había dado pasaron muy rápido para todos. Charlotte no durmió apenas en esas dos noches. Solo podía pensar en la forma más efectiva de matar a todos y cada uno de los integrantes de Dark Blood. Sin embargo, no podía negar que estaba nerviosa. Al menos, no tendría que enfrentarse con el hombre que la atacó porque Yami se había encargado de él.
Mientras tanto, el Capitán de los Toros Negros no paró de analizar las imágenes que Julius le había proporcionado. Ya no tenía dudas: el objetivo de esos cabrones era Charlotte. Lo confirmó en cuanto vio el cuerpo ensangrentado de una mujer rubia en el holograma. Habían escrito en su cuerpo con sangre «el Reino del Trébol y tú seréis míos». Y estaba más que seguro de que ese «tú» no era otra persona que Charlotte Roselei.
Sorprendentemente, todos los encargados de la misión llegaron a la hora acordada, incluso Asta y Yami. El Rey Mago les comentó que se hospedarían en una mansión propiedad del estado que estaba en las afueras, a muy pocos kilómetros de donde se produjo el ataque a Yami y Charlotte. Allí deberían trazar un plan entre todos.
Con la magia espacial de la vicecapitana de las Rosas Azules, se trasladaron enseguida a la ubicación exacta. Se repartieron las habitaciones rápidamente y se reunieron en una sala que servía específicamente para pensar en estrategias para las batallas.
—Bien, como Charlotte y yo somos los que conocemos más cómo actúan estos… —Hizo una pausa antes de continuar, porque el apelativo que quería usar realmente no era el más adecuado. Respiró y prosiguió— tipos, creo que lo mejor será que ideemos un plan de actuación entre los dos. Si os parece, empezaré yo.
—Yo prefiero que hable Charlotte primero —dijo Nozel con algo de soberbia, recibiendo una especie de mirada reprobatoria por parte de su hermana.
—¿Por?
—Confío más en su criterio.
—¿Por todo eso de que ella es noble y yo no?
—No. Porque es mucho más inteligente que tú.
El silencio reinó rápidamente en la sala. Yami se sacó un cigarro y empezó a fumar, mientras todos esperaban atentos por su reacción.
—Todos pensáis lo mismo, ¿verdad?
El asentimiento general fue inmediato. Bueno, no podía culparlos porque incluso él mismo pensaba así. Se sentó e hizo un gesto de abatimiento fingido con las manos. Charlotte lo miró durante unos segundos y después le sonrió con superioridad, como diciéndole «te he ganado». Y al contrario de producir molestia en Yami —que era lo que pretendía— le produjo satisfacción y orgullo, así que le respondió con otra sonrisa. Ella, algo avergonzada, desvió su mirada y comenzó a hablar.
—Bien, he estado pensando mucho en esto, así que ya lo tengo claro. Iremos a investigar por parejas, cada capitán con su vicecapitán, menos en el caso de Mimosa, que será escoltada por los Toros Negros al no contar con compañeros de escuadrón. Es primordial que no resulte herida porque es la única capaz de usar magia curativa. La otra persona que debe quedar completamente salvaguardada es Mirai porque tiene magia espacial y nos permitirá huir en caso de emboscada. De eso me ocuparé yo personalmente. Intentaremos no exponernos en campo abierto porque no sabemos todavía cuántos son ni dónde se esconden. No olvidéis que no podemos sentir su magia y Yami y Asta, tampoco su ki. Por lo tanto, en caso de sufrir un ataque sorpresa, nos reuniremos con nuestro compañero asignado y lucharemos espalda con espalda para evitar que nos inyecten el paralizante. ¿Todo claro?
—Capitana Charlotte, ¿qué pasa si nuestro compañero no está cerca?
—Eso no debería suceder, pero si no estamos cerca de nuestro compañero, nos agruparemos según proximidad. Y no olvidéis que Mimosa y Mirai son primordiales, ¿de acuerdo?
—Sí —acordaron al unísono.
La reunión se disolvió. Algunos fueron a entrenar y otros a sus habitaciones a pensar en más actuaciones o estrategias.
Asta se quedó viendo fijamente a Noelle, que se dirigía hacia el jardín, y la interceptó antes de que se fuera. Sabía leer sus emociones bien y sabía que no era feliz. Probablemente, echaba de menos a todos los Toros Negros y su relación con sus hermanos nunca había sido demasiado buena, así que estaba preocupado por ella.
—Noelle, ¿cómo te va?
La chica compuso un gesto serio.
—Bien.
—¿Quieres entrenar conmigo un rato? Siempre lo hacemos… quiero decir... lo hacíamos en la base.
El semblante de la chica cambió a uno de tristeza y Asta se percató de ello. No sabía si era por la referencia a su estancia en los Toros Negros, pero suponía que sí. Perfecto, dos segundos hablando con ella y ya lo había fastidiado.
—No, voy a ir a entrenar con mi hermano Nozel.
—Vamos, llevamos un tiempo sin hablar.
—No, gracias.
Noelle se dio la vuelta para alejarse de Asta, pero él fue más rápido y se volvió a colocar delante de ella, y además muy cerca, a tan solo unos centímetros de distancia. La chica, como acto reflejo, se alejó dos pasos.
—Noelle, ¿te he hecho algo? Estás muy distante conmigo.
El primer impulso que tuvo fue decirle «claro que no», pero luego pensó mejor en las palabras que escogería para contestar esa pregunta.
—¿Tú crees que me has hecho algo?
Asta frunció el ceño ligeramente. No se le daban bien las indirectas porque era muy denso, así que odiaba cuando alguien hacía ese tipo de preguntas que no sabía cómo demonios contestar.
—Yo… creo que no. Pero ya sabes cómo soy, muchas veces no me doy cuenta de las cosas —explicó divertido mientras se rascaba la nuca y sonreía para relajar la tensión del ambiente, que ya lo estaba aplastando.
—Ese es el problema, Asta, que nunca te das cuenta de nada.
Ante aquella frase tan demoledora, Asta no fue capaz de replicar, así que simplemente se quedó callado y observó cómo Noelle se iba, sin entender verdaderamente el significado de esas palabras.
Finalmente, aquella tarde, entrenó con Liebe. Al acabar, ambos subieron a la habitación. Asta se apoyó en la barandilla del balcón mientras observaba el horizonte y Liebe lo acompañó.
—¿Qué crees que le pasa a Noelle conmigo?
—¿A mí me lo preguntas? —dijo el demonio confundido.
—Es que no hago más que pensarlo y no llego a ninguna conclusión. Primero, se va de la orden, después me evita y me ignora y encima esta tarde me ha dicho que nunca me doy cuenta de nada. ¿Tú qué crees que quiere decir eso?
Liebe se rio por el comentario. A Noelle se le notaba a leguas que Asta le gustaba. Todos en la base lo sabían. Bueno, todos menos la persona a la que iban dirigidos los sentimientos de la menor de los Silva, pero no sería él quién se lo revelara. De eso tenía que encargarse él mismo.
—Noelle lleva razón. Nunca te das cuenta de nada.
—¿Eh? ¿Eso qué significa?
Liebe no le contestó. De hecho, salió de la habitación para que Asta se quedara solo y pudiera pensar bien qué había querido decir Noelle.
—¡Eh, Liebe! ¡Liebe!
El llamado no surtió efecto porque el demonio lo ignoró. Asta suspiró y se volvió a apoyar en la barandilla. Debería seguir dándole vueltas al verdadero significado de aquellas palabras tan ambiguas.
Al entrar en la habitación y ver a Charlotte sentada enfrente de la chimenea, una especie de sensación pacífica inundó su sistema. Llevaba un camisón de un tono verde muy claro, el cabello completamente suelto —aunque con la trenza del flequillo hecha— y se estaba abrazando las piernas con cautela.
Creía que todos estaban ya en sus habitaciones durmiendo, pero fue un bálsamo de calidez encontrarla precisamente a ella allí. Llevaban un tiempo sin estar a solas —era cierto que se habían visto en un par de ocasiones, pero siempre en lugares públicos—, así que aprovecharía para compartir su compañía en silencio aunque fuera.
—¿Te acuerdas del rostro de tus padres, Yami? —preguntó la mujer en un susurro tenue después de percatarse de que él se había sentado en el suelo, justo a su lado.
El fuego crepitaba dentro de la chimenea y Charlotte no podía dejar de observar las chispas que de vez en cuando se producían, que nacían de una microexplosión y morían a los segundos, volviendo a su origen. Aquella era su única fuente de calor, pero también de luz.
Bajo la luz del fuego, Yami pudo vislumbrar la apacibilidad de su rostro femenino. Sus ojos azules estaban clavados en las llamas, que, tranquilas, consumían la madera de la que surgían.
La pregunta que la Capitana de las Rosas Azules le había hecho no podía ser más arbitraria. O eso pensó al escucharla, aunque algunos minutos después se daría cuenta de su error.
—Sí —respondió, contundente, mientras la silueta enjuta del rostro de su padre y otra más redonda y regordeta, de su madre, ambas enmarcadas en cabellos y ojos oscuros, se le aparecían en la mente con claridad—. No podría olvidarlos; son mis padres.
Por el rabillo del ojo, la vio sonreír. Pero no era una sonrisa tranquila ni de alegría. Era, más bien, una que denotaba algo de melancolía y un cierto sentimiento de desamparo arraigado en el añil de sus ojos desde hacía mucho tiempo.
—Es curioso, porque yo no. A pesar de que los veo todos los meses, no puedo distinguir sus facciones en mi memoria.
Yami arqueó una ceja. Eso ni siquiera tenía sentido. Aunque, conociendo la inteligencia que caracterizaba a Charlotte, seguramente sí que lo tenía; el problema era que su receptor era demasiado torpe con la parte oculta de las palabras. Sin embargo, aquello no fue un verdadero problema porque ella lo aclaró enseguida.
—Imagino que es porque no les he prestado mucha atención durante toda mi vida. Pero no me culpo; ellos a mí tampoco. Ser noble y tener hijos parece que es incompatible. Se nos ve como a meros descendientes que perpetuarán el linaje de la familia. Es realmente asqueroso.
—Este discurso no te pega nada, Reina de las Espinas.
Yami, en un intento fallido por relajar el ambiente, se rio con suavidad. No era alguien bueno con esos temas, pero se alegraba inmensamente de que Charlotte abriera sus sentimientos e inquietudes para él, especialmente teniendo en cuenta el hermetismo al que ella misma se había sometido últimamente.
—Tienes razón. Pero no miento. ¿Sabes cuáles fueron las palabras de mi madre cuando me maldijeron? —Yami negó y, aunque no lo estaba mirando, supo cuándo proseguir—. «Charlotte, debes encontrar pronto a un hombre que te libre de esto». Hombres, hombres, hombres. Toda la vida con la presión de que un hombre rompiese mi maldición, que consistía en que me tenía que enamorar de alguien. ¿Es que no me puedo enamorar de una mujer? ¿Tiene que ser a la fuerza de un hombre? Creo que por eso no los soporto.
Esta vez, el Capitán de los Toros Negros no pudo aguantar que una carcajada se precipitara de su boca, y Charlotte se sonrió con sinceridad por la naturalidad de su reacción.
—Pero esa maldición tuya se esfumó, ¿verdad? ¿Quién fue la afortunada? —cuestionó Yami, asumiendo que el sujeto era femenino, pues no tenía sentido que le contase cuánto detestaba a los hombres para acabar diciéndole que se había enamorado de uno.
—No fue afortunada finalmente. Fue afortunado. Y fuiste tú.
El gesto del hombre cambió por completo. Eso tenía que ser una broma. No podía ser verdad, no tenía lógica, no podía ser real. Atinó a contestar con un simple balbuceo repleto de incredulidad.
—¿Qué...?
—El día en el que me rescataste de las espinas también rompiste mi maldición. Siempre había tenido la presión de confiar en mí misma, de ser fuerte, de liberarme de todo por mis propios medios. Y cuando me dijiste que también debía confiar en los demás, sentí como si algo se removiera dentro de mí. Después, las espinas desaparecieron.
Yami volvió a mirar su delicado perfil y su cabello, que tenía el tono más dorado que nunca por el reflejo del fuego. Los ojos le brillaban pero la explosión de emociones era tan grande que no podía distinguir por qué. Su ki, calmado como nunca lo había sentido, le susurraba a gritos que había sido completamente sincera.
Su primer impulso fue abalanzarse para besarla y abrazarla. Para sentir su calidez entre sus brazos y no soltarla de nuevo jamás. Pero no quería fastidiarlo todo y que se terminaran de alejar definitivamente, así que esa idea abandonó rápidamente su cabeza.
Miró hacia abajo. Charlotte había apoyado su mano derecha en el suelo y la urgencia de rozársela le quemaba las entrañas. Comenzó a mover la mano de forma incluso temblorosa para posarla encima de la de la mujer, pero cuando ya casi rozaba su piel, Charlotte la apartó con premura y se levantó sin volver a dirigirle la palabra y mucho menos la mirada. Salió de la habitación y Yami se quedó observándola primero a ella y luego a las llamas.
Suspiró con pesadez. La tenía más cerca que nunca físicamente, pero a su vez, también más lejos. Era frustrante.
Se percató entonces de que su sentir era mucho más complejo de lo que nunca imaginó. Ese incidente había ocurrido hacía unos doce años. Doce años en los que la heredera de los Roselei había estado cargando con un amor aparentemente no correspondido sobre los hombros. Debió ser muy duro. Y él, torpe como el que más, ni siquiera se había dado cuenta de que la mujer a la que amaba lo correspondía, probablemente desde mucho antes de que empezara a fijarse más atentamente en ella.
Pensándolo con detenimiento, se dio cuenta de que no la conocía. Sí, tenía sentimientos fuertes por ella, pero no sabía casi nada de su familia, de su pasado. No conocía sus gustos, sus inquietudes, sus opiniones sobre ciertos temas; ni de los más sencillos ni tampoco de los más complejos.
En ese momento, solo le retumbaba en el cerebro que, cuando se besaron antes de que todo aquello pasara, él solo pensaba en acostarse con Charlotte esa misma noche, porque el deseo siempre sería más fuerte que la razón en todos los aspectos de su vida. En cambio, probablemente ella únicamente podía pensar en la dicha que estaba experimentando porque el amor de su vida la correspondía por fin.
Qué insignificante se sintió. Qué nimio, qué absurdo, qué vacío. Sin embargo, eso no era contraproducente, pues le mostró sus fallos y cuál era el camino adecuado para tratar de acercarse a Charlotte o, al menos, de intentar que su alma empezara a sanar.
Continuará...
Respuesta a los reviews anónimos:
Guest: ¡muchísimas gracias por tu comentario! Me alegra mucho que te esté gustando.
Nota de la autora:
Necesito ver interacciones entre Liebe y Noelle en canon, en serio que sí. Tal vez yo haga alguna por aquí. Al principio no quería incluirlo, pero como ya ha salido en el anime, pues allá vamos.
No sé tampoco si desarrollaré la relación de Charlotte y sus padres más adelante. Puede que sí, puede que no. Tengo que ordenar bien la consecución de los capítulos todavía. Lo que sí sé es que quiero escribir una batalla en el próximo capítulo y no tengo ni idea de cómo hacerlo xd, así que investigaré para que vaya bien todo. Deseadme suerte.
Y nada más, muchísimas gracias por leer. Espero que os haya gustado.
