-Pasaría de desayunar por dormir un rato más –murmuró Rose frotándose los ojos mientras bajaban al Gran Comedor.
-Yo pasaría de dormir por comer un rato más –sentenció Rodolphus cuyo estómago siempre rugía.
-Yo solo quiero ser ya mortífaga y no tener que aguantar más clases estúpidas –rezongó Bellatrix.
Estaba de mal humor. Era lunes, los lunes no había Defesa, solo un montón de asignaturas tediosas que dudaba que le sirvieran para nada. Se sentaron en su esquina habitual de la mesa de Slytherin y se sirvieron lo poco que Rodolphus dejó de cada fuente. El pequeño de los Lestrange era alto y de compresión atlética; a Bellatrix le fascinaba que con lo que comía no pareciese el hermano de Hagrid. Estaban terminando con el zumo de calabaza cuando una enorme lechuza plateada aterrizó junto a ellos.
-¡Carta de mis padres! –exclamó Rodolphus- Vaya, no me envían chucherías… -añadió decepcionado.
Normalmente su madre le enviaba ranas de chocolate y otros dulces que no podían conseguir en el colegio. Que en esa ocasión no los hubiera ya era un mal presagio. Mientras con una mano devoraba un bollo, con la otra desplegó la carta. Su ceño se fue frunciendo conforme la lectura avanzaba.
-¿Pasa algo, Rod? –preguntó Rose.
-Al parecer esta semana ha desaparecido un trabajador sangre sucia del Ministerio y los aurores lo están investigando. Les ha llegado un soplo y han ido a revisar la mansión de mis padres… y la de los tuyos –comentó Rodolphus mirando a Bellatrix.
Bellatrix le arrebató la carta y la leyó enfurecida. Seguidamente, le quitó el Profeta a su compañera Rita que no osó protestar. Lo revisó de cabo a rabo y en la sección local encontró un breve que detallaba el caso: el empleado desaparecido estaba trabajando en una ley para reducir los privilegios de las familias de sangre pura, pero desde el miércoles anterior no había vuelto a su puesto. Era el tercero implicado en la creación de esa ley que desaparecía en pocos meses. Un soplo anónimo había alertado a los aurores de que las familias Black y Lestrange eran las más contrarias a esa enmienda, así que habían registrado sus casas. No habían hallado nada sospechoso.
-Es evidente que ha sido Él o algún mortífago –susurró Bellatrix.
El resto asintieron sin necesidad de mencionar el nombre de Voldemort.
-Tenemos que investigar esto, Rod. Responde y pregúntales qué aurores fueron. Yo voy a enterarme también.
A Bellatrix sus padres nunca le escribían, no solían tener nada que decirle. Si sucedía algo en casa se enteraba por las cartas de Narcissa, sin duda la favorita de sus progenitores. Andrómeda también recibía alguna misiva de vez en cuando con posibles candidatos para su matrimonio, pero nunca contestaba así que la comunicación tampoco era fluida. Sin perder tiempo, Bellatrix se levantó y recorrió la mesa hasta dar con su hermana pequeña. Con un gesto de su mano, le indicó a Lucius que se levantara y ocupó su sitio. Narcissa no se alteró ante los malos modales de su hermana.
-¿Qué pasa, Bella?
-¿Has sabido algo de casa? –preguntó en un susurro para que el resto de compañeros no se enteraran.
Su hermana le tendió una carta que había recibido también esa mañana. "Puedes quedártela" le indicó. Bellatrix le dio las gracias y la leyó mientras salían del comedor. Cuando vieron que se reía sola, sus amigos le preguntaron el motivo.
-Cuando fueron a la Mansión Black mis tíos estaban de visita. Más les habría valido a los estúpidos de los aurores encontrarse con el Señor Oscuro…
-¿Por qué? –preguntó Rodolphus.
-Porque mi madre y mi tía son de armas tomar, además seguro que estaban bebiendo… Druella, Walburga y una botella de whisky son el boggart de los boggarts. Soltaron todos los insultos que conocen desde que Salazar creó el mundo e hicieron salir a los aurores a golpe de maleficio… –comentó mientras leía- Encima les han obligado a publicar una disculpa oficial. Menudos estúpidos, no saben con quién se meten.
Sus amigos estuvieron de acuerdo. No obstante, no dieron el asunto por zanjado. Dos días después Rodolphus recibió la respuesta con los nombres de los aurores que habían visitado a sus padres.
-Barbrow y Dagger… -leyó- ¿De qué me suenan esos apellidos?
-Son dos ravenclaw de nuestro curso –apuntó Dolohov-, están en el equipo de quidditch. No estarán muy contentos porque el otro día los apaleamos…
-¿Serán familia? –preguntó Rodolphus.
-Dame un momento y lo compruebo –resolvió Mulciber levantándose.
Se dirigió a la mesa de Ravenclaw y habló con una chica que a Bellatrix le sonaba de las fiestas de sangre pura. Al poco volvió.
-Sí, Lina me lo ha confirmado. Ya sabéis, la chica con la que se supone que me casaré…
-O sea, que sus padres son los que hicieron el registro… -hiló Bellatrix- Es raro porque nuestras familias no han hecho nada que no haya hecho cualquier otro sangre pura… Y del Señor Oscuro nadie ha oído hablar todavía, de momento se mantiene en la sombra y no saben que lo apoyamos…
-¿Crees que sus hijos les dijeron algo de nosotros? –preguntó Rodolphus entendiendo por dónde iban las ideas de su amiga.
-No lo sé, pero lo averiguaremos.
Hasta el viernes no tuvieron ocasión. Llevaban varios días siguiendo a los dos alumnos intentando encontrarlos a solas. Ese día Dolohov les chivó que Ravenclaw tenía entrenamiento después de cenar y por supuesto Barbrow y Dagger acudirían. Esperaron hasta las nueve de la noche y entonces vieron al grupo volver. El capitán se había rezagado con algunos de los jugadores pero sus dos objetivos y un tercer ravenclaw entraron al castillo. Los interceptaron en el pasillo del primer piso. A punta de varita los obligaron a entrar a los baños de Myrtle la llorona que siempre estaban vacíos. Por suerte la fantasma debía estar de viaje por las cañerías. Rose se quedó fuera vigilando y Bellatrix entró con Dolohov y Rodolphus.
-¡A vosotros qué os pasa, idiotas! –les espetó Barbrow.
-Solo queremos hablar –empezó Rodolphus.
-¡Y una mierda! –exclamó Jonson, el tercer ravenclaw, haciendo amago de sacar la varita.
-Él solo quiere hablar pero yo deseo torturar, así que no me deis motivos –le frenó Bellatrix.
El chico la miró con rabia pero por el momento se contuvo. Rodolphus les expuso el caso y les preguntó si ellos sabían algo. Los dos afectados lo negaron al momento aludiendo que sus padres solo cumplían órdenes. Rodolphus y Dolohov se miraron nerviosos. Podía ser verdad, pero…
-Imperio –murmuró Bellatrix con calma-. Jonson, abre esa ventana a cabezazos y cuando lo consigas, tírate.
El chico obedeció de inmediato.
-¡PERO QUÉ HACES MALDITA LOCA! –bramó Barbrow.
-¡TE EXPULSARAN POR ESTO, IRAS A AZKABAN! –secundó Dagger.
Ambos ravenclaw tuvieron que elegir entre atacar o salvar a su amigo. Cuando escucharon el primer cabezazo y vieron una brecha sangrante en la frente de Jonson, optaron por lo segundo. Intentaron frenarle, sujetarle entre los dos, pero la maldición imperio otorga la capacidad de cumplir lo ordenado aunque no se posean aptitudes. Así que les estaba costando muchísimo frenar su fuerza. Bellatrix se reía a carcajadas.
-Vuestro amigo es inocente en esto –apuntó Rodolphus nervioso-, decidnos la verdad y ya está. ¿De verdad creéis que vais a poder con un maleficio de Bella?
Al final, cuando el cristal de la ventana estaba a punto de ceder, Dagger se giró hacia ellos:
-¡Vale, sí! Nuestros padres nos contaron lo de las desapariciones y nosotros les dijimos que no sois trigo limpio, erais un buen lugar para empezar a investigar.
-¿Veis como no era tan difícil? –preguntó Bellatrix con tono infantil.
Retiró la maldición y Jonson recuperó el control de sus actos. Por supuesto el asunto no terminó ahí: los ravenclaw sacaron las varitas y les miraron amenazantes. Barbrow, era alto y fornido, sin duda el líder; Dagger también estaba en forma pero parecía más reticente al enfrentamiento y Jonson era el más enclenque pero también el más furioso por la agresión sufrida. Los tres eran muy buenos estudiantes, de los mejores de su clase. Fuera del campo de quidditch no habían tenido enfrentamientos, mientras que los Slytherin iban a uno por semana.
-¡Vamos a repartirnos! –exclamó Bellatrix emocionada como si aquello fuese su fiesta de cumpleaños- A ver, Rod, tú quédate a Jonson que no te durará nada… Tu Dol a Dagger, que…
-¡DESMAIUS! –bramó Barbrow interrumpiéndola.
Bellatrix desvió el conjuro y le miró con una sonrisa sádica:
-Has tenido mala suerte, asqueroso sangre sucia, pero te prometo que yo voy a disfrutar por los dos.
Lo siguiente fue una lluvia de hechizos cruzados. Rodolphus y Johnson se quedaron en un lateral, intercambiando hechizos ofensivos con más rabia que certeza. Dolohov y Dagger ya arrastraban disputas del campo de quidditch, así que pasaron de las varitas y empezaron directamente a puñetazos. Y Barbrow… Barbrow tuvo la dignidad de no suplicar piedad mientras se desgañitaba de dolor.
Bellatrix disfrutaba del duelo, pero de lo que más disfrutaba era del sufrimiento de sus víctimas. Se crecía con sus gritos, se excitaba al ver sus muecas de dolor y rozaba la euforia cuando veía en sus rostros la mezcla de desesperación y sangre. Lo echaba mucho de menos en los meses de colegio. Solía entrenar con compañeros de clase y con maniquíes en la Sala de los Menesteres, pero no era en absoluto lo mismo. Nada se podía comparar al sufrimiento de un ser humano.
Por supuesto Barbrow se intentó defender, fue un duelo justo y ella no le desarmó en ningún momento. Pero cuando dejó de respirar, en sus ojos solo había dementores y su cabeza se había convertido en un teatro de los horrores, la varita en su mano resultaba tan inútil como contar las olas del mar.
-¡Chicos, ya! –se escuchó una voz ahogada desde fuera del baño.
Era Rose, era la señal. Alguien se acercaba y debían huir. A esas horas ya no debería haber alumnos despiertos, habían elegido un sitio aislado y Rodolphus incluso lo había insonorizado. Pero era posible que las carcajadas de Bellatrix y los chillidos de dolor de su víctima hubiesen superado cualquier hechizo... Dolohov estaba sobre el lavabo intentando curar las magulladuras de su rostro mientras Dagger en el suelo se sujetaba las costillas. Rodolphus había recibido un encantamiento aturdidor que lo había hecho desmayarse pero no antes de petrificar a Jonson. Ninguno de los cuatro magos se vio con las fuerzas suficientes para salir y alejarse corriendo. Los que quedaban en pie incluso se acercaron a la ventana calculando si podrían saltar.
-¡Bella! –exclamó Dolohov con horror- ¡Nos van a pillar!
Si les pillaban muy posiblemente les expulsarían. Quizá no de forma permanente, sus influyentes familias algo podrían hacer… pero desde luego sería una humillación tremenda. Además la bronca sería legendaria y ninguno tenía ganas de eso, Bellatrix tampoco. Pero ya no era dueña de su sentido común. Una versión de ella que habría enorgullecido a su maestro seguía jugando con su agonizante rival (a quien se había asegurado de mantener consciente durante toda la sesión). Sabía que los iban a pillar y la cosa terminaría mal, a Voldemort tampoco le haría gracia que la descubrieran. Pero el placer era tal que era incapaz de detenerse. Siempre le sucedía: cuando empezaba a torturar, era incapaz de terminar.
-¿Qué sucede aquí? –preguntó una voz grave.
Los ojos vivaces del profesor de Defensa examinaron la escena. Dolohov y Dagger le miraban más pálidos que los azulejos de la pared, Rodolphus dormitaba en el suelo todavía desmayado y Jonson lucía en su rostro petrificado una expresión de alarma. Lo que sucedía en un rincón pegado a las cañerías le costó más desentrañarlo: Barbrow estaba apoyado contra la pared -si se mantenía de pie era porque algún hechizo lo obligaba-, de su boca salía una espuma blanca mezclada con vómitos, sus pupilas estaban extremadamente dilatadas, tenía dificultades para respirar y convulsionaba como pez fuera del agua. Grindelwald reconoció al momento los síntomas de un envenenamiento.
-Finite –murmuró acercándose al chico en un par de zancadas.
No sucedió nada. Junto a él, Bellatrix contemplaba su obra incapaz de disimular la sonrisa. El veneno solía curarse con pociones, no con conjuros, pero aún así el profesor murmuró algunos contrahechizos más. Pronto constató que todo era inútil.
-Señorita Black, deshaga el maleficio –le ordenó.
Bellatrix miró a su víctima ladeando la cabeza con lástima; con lástima por tener que cortar la diversión, por supuesto. Acarició su varita mientras lo contemplaba embelesada. Apenas escuchaba nada salvo las risas y los gritos en su propia cabeza.
-¡Señorita Black! –repitió Grindelwald.
La exclamación por fin sacó a Bellatrix de su trance. Ejecutó una serie de complicados movimientos de varita y recitó varios versos en latín bajo la atenta mirada de su profesor. Mientras lo hacía, los síntomas de Barbrow se fueron suavizando hasta que al final cayó desmayado, pero con un aspecto ligeramente menos enfermo.
"Bueno, si me van a encerrar en Azkaban al menos lo va a hacer el tío más bueno que he conocido" pensó Bellatrix observando a Grindelwald que comprobaba el pulso del ravenclaw. Todo aquello le resultaba divertido, no podía evitarlo, aunque también estaba el temor al castigo, desde luego no lo deseaba… Voldemort no permitiría que entrara en la cárcel… ¿o sí? Quizá la dejaba pudrirse ahí para darle una lección, acaso estaba demasiado trastornada incluso para él. "Quizá me encierren en San Mungo, mi cabeza no funciona del todo normal…" caviló. Cuando empezaba a replantearse si no se habría pasado, Grindelwald volvió a mirarla.
-Váyase.
Bellatrix abrió los ojos con sorpresa y le miró confundida.
-Váyase. ¡Ya!
No hizo falta una tercera vez. Bellatrix se giró y salió del baño. En el pasillo no había nadie, pero escuchó unos pasos acercarse por la escalera y la voz de McGonagall hablando agitadamente. Utilizó un hechizo para insonorizar sus pisadas y corrió en dirección contraria. Estaban en el primer piso, cerca de las mazmorras, por eso habían elegido ese lugar para la emboscada: siempre preparaban la huida. Agarró el chivatoscopio en su bolsillo que le advertía si se acercaba algún enemigo y así llegó a su sala común sin cruzarse con nadie. Aún temblando por la adrenalina, se duchó y después se encerró en su habitación.
Ella no era prefecta ni Premio Anual pese a que sus notas eran las mejores de su clase. Slughorn se lo ofreció (lo debatió antes con ella porque le parecía una apuesta arriesgada), pero Bellatrix declinó la oferta. No tenía tiempo para patrullar los pasillos y guiar a los alumnos como un vulgar conserje, que eligieran a otro imbécil. Pero eso no fue óbice para conseguir una habitación individual desde el primer curso.
La pusieron en un dormitorio con tres chicas más. A Bellatrix solo le hizo falta una noche y un par de maleficios para que sus compañeras se repartieran por las camas vacías de otras habitaciones. Durante las semanas siguientes redecoró: transformó las camas sobrantes en estanterías para sus libros y en un amplio escritorio con una cómoda silla para hacer sus deberes, se trajo de casa un armarito para guardar pociones y colocó posters de Morgana, de dragones asesinos y de las Banshees Malditas, su grupo de rock mágico favorito. Encantó la habitación para que nadie más pudiera entrar.
La única criatura a la que le permitió el acceso fue a Didi, su elfina de toda la vida, que pese a morar en la Mansión Black cada mañana acudía para limpiar su habitación. Lo hacía encantada, Bellatrix la trataba bien. Quizá porque fue quien la cuidó de pequeña, le consiguió sus primeras armas y la ayudaba a esconderse de sus padres. Por supuesto ninguna compañera se chivó y Slughorn jamás se enteró (aunque tampoco hubiese actuado, guardaba gran reverencia a los Black).
-Por Circe… Qué noche –murmuró tumbándose en la cama.
Le costaba procesar lo sucedido. El placer de experimentar con el maleficio envenenador se mezclaba con la sorpresa de la aparición de Grindelwald. ¿Cómo los había encontrado? ¿Por qué le había ordenado que se marchara? ¿La delataría ante el resto? Desde luego había demasiados testigos para encubrirla… Aún así había ganado tiempo para inventar una buena historia.
No se arrepentía de haber huido dejando a sus amigos, tenía que mirar por sí misma porque nadie más lo hacía. Por algo era una slytherin, cualquiera en su lugar hubiera actuado igual (Rose también había huido). Voldemort era el primero que desaparecía de una masacre si salía mal, había aprendido del mejor. Además, había sido una orden directa de un profesor, no iba a desobedecer…
-Mm… Gellert… No entiendo a qué estás jugando pero estoy encantada de formar parte de ello –murmuró cerrando los ojos con una sonrisa.
Cuando despertó al día siguiente no se sentía tan alegre: superada la euforia se dio cuenta de los riesgos innecesarios que había corrido. Y pese que nadie acudió para apresarla en medio de la noche, aún no estaba a salvo. Se levantó sabiendo que era el momento de enfrentarse a sus amigos. Rodolphus la esperaba para bajar a desayunar con expresión bastante más tensa de lo habitual.
