Bienvenidos a la DabiHawks Week del 2021. Desde el año pasado que no escribo de este pairing. Pero este año tengo dos oneshots que publicaré, de nueva cuenta, en esta recopilación.
Día 1: vampiros.
Advertencia: spoilers del war arc del manga.
Keigo, Touya
And if they get me and the sun goes down into the ground
And if they get me, take this spike to my heart and
And if they get me and the sun goes down
And if they get me, take this spike and
You put the spike in my heart!
Vampires Will Never Hurt You, My Chemical Romance
Tiene algo de irónico, realmente.
Seguramente a algún vampiro le causó gracia tenerlo allí encerrado. Pájaro enjaulado tras los barrotes.
En perspectiva, al menos tiene espacio para moverse, aunque no pueda volar. Se aseguraron de cortarle las plumas y de atar sus manos con grilletes para que no pudiera el jalarlas y arrancárselas, esperando que salieran nuevas. Supone que es el precio a pagar después de haber matado a Jin con ellas. (El cadáver era poético, en cierto modo, con las plumas clavados en sus omóplatos, como si fueran sus propias alas sangrientas). Hubiera huido de no ser por Dabi, el vampiro que podía controlar el fuego. Era difícil matar a un vampiro con aquel poder, incluso aunque tuviera que pagar un precio muy alto por usarlo (las cicatrices y la piel podrida por todo su cuerpo era el testimonio de que el fuego lo consumía también). Era más difícil matar a un vampiro que no tenía nada que perder.
En la jaula los días se hacen largos. A veces los oye o los ve pasar, pero ellos lo ignoran. Shigaraki camina, dueño de todo, ondeando un abrigo rojo detrás de él. Toga siempre le enseña los colmillos y a veces describe, con detalle, todas las formas en que lo mataría, le sacaría las entrañas y se bañaría en su sangre.
Keigo nunca responde, no tiene sentido.
Estaba allí con una misión y la misión falló, a todas luces. Pero al menos mató a Jin. Creyó que tenía redención, que podía ayudarlo. Que, llegado el momento, no se quedaría en aquel coven de vampiros. Había errado el cálculo.
Dabi le pulverizó las alas y luego lo encerró en la jaula y lo ató. Se sentó a ver como crecían y, en cuanto pudo usarlas para volar, las cortó para que dejarán de crecer.
Luego se encargó del asunto de las plumas. Keigo supone que mezcla algo con la comida que lo hace incapaz de concentrarse para usarlas y de todos modos tiene las alas atadas a la espalda con una cadena. Es imposible moverse.
La traición, acaba por descubrirlo, se paga muy cara.
Pasan días hasta que Dabi se digna a aparecer.
Aparece con el abrigo negro, la piel quemada, el cabello oscuro pintado con un tinte barato que se pegaba en las manos y que Keigo nunca había cuestionado.
—¿Disfrutas de tu jaula?
Keigo no responde. No tiene caso.
Todo lo que fueron ya no existe, ni puede volver a existir. Se murió cuando Keigo mató a Jin o quizá ya nació muerto, la primera vez que besó a Dabi, agarrándolo por el cuello del abrigo, atrayéndolo hacia sí. Nació muerto porque no puede florecer nada en campos tan podridos como esos y ligar con el enemigo no estaba en el plan. Funcionó para conseguir confianza y quizá eso crea Dabi: que Keigo sólo lo usó para su propio beneficio. Pero Keigo Takami no tiende a mentir con los afectos, ni con los besos, ni con todas las beses que, debajo de él, Dabi gimió su nombre y los colmillos del vampiro, sin querer rozaron su cuello, sin llegar a morderlo.
—Pensé que era adecuado. No teníamos una mascota —sigue Dabi, tirando veneno y acidez. Keigo recuerda que, entre beso y beso, a veces, se asoma en su voz acaso un rasgo gentil y vulnerable que esconde el resto del tiempo—. Ahora tenemos un pájaro.
En realidad es un siren. Una criatura más vieja y más antigua que los vampiros, pero prácticamente olvidada. Están en decadencia. Detrás quedaron los tiempos de los cantos en las playas, atrayendo a los marineros. Cuando Keigo nació, los siren estaban prácticamente extintos y no asustaban a nadie.
A eso tampoco responde.
Dabi escupe su desprecio y él no lo culpa. Sospecha que muy dentro es capaz de querer de una manera retorcida, aunque sea sólo para sus intereses. Esconde, aunque sea, la capacidad de preocuparse detrás de toda esa locura. Así, pues, Keigo deja que le escupa el desprecio porque antes, cuando estaba jugando al traidor, jurándoles que era leal a su grupo de vampiros. Cuando besaba a Dabi bajo la luz de la luna y las estrellas y lo convencía de que creía en su visión del mundo destruido y en llamas.
Podría decirle que nunca jugó con sus sentimientos, pero quizá lo hizo un poco. Mintió lo suficiente para ganarse su confianza, pero nunca mintió en un beso.
—Te pudrirás aquí, Keigo.
Y entonces se ríe.
Lleva días y días pudriéndose en aquella jaula, sin muchas esperanzas. Tiene que esperar a que los suyos ataquen, los cazadores liderador por el Endeavor, Enji Todoroki. No sabe cuándo será. No sabe si ocurrirá. No sabe si la información que les hizo llegar es suficiente.
—Efectivamente —responde, al final de una carcajada seca—. Me pudriré aquí.
O no. Quien sabe. El tiempo y la vida dan vueltas.
El silencio se queda con los dos y Keigo sólo lo ve a través de los barrotes amplios —pero no lo suficiente para que él pueda escapar— de su jaula. Los ojos azules claros de Dabi lo atraviesan.
Y durante un rato ninguno de los dos dice nada, ni nada cambia. Keigo simplemente se enfrenta al rostro del traicionado, sin arrepentirse demasiado de lo que hizo. Jin hubiera sido un peligro. Los hubiera llevado a la ruina. Si no hay redención posible, se dice, la siguiente redención es la muerte. Quizá no vale la pena darle vueltas, pero hay algo en él que lamenta haber perdido lo que nunca existió con Dabi. O quizá sí.
—Debiste poner tus ojos en mí.
Dabi se acerca hasta los barrotes.
—Los tenía en ti —dice Keigo y todavía suelta una carcajada amarga. Los tenía. Tenía los labios, la lengua, el cuerpo.
—No lo suficiente. —Dabi chasquea la lengua—. Definitivamente no lo suficiente.
Keigo se acerca, con curiosidad, hasta los barrotes. Quizá hay algo que todavía lo une a Dabi.
—Más que en cualquier otro, más que en Tomura, más que en Jin, debiste poner tus ojos en mí, Keigo Takami.
Aquello lo toma por sorpresa.
—Mi nombre…
Dabi se ríe.
—¿Sorprendido de que lo sepa, Hawks? —pregunta, usando su nombre el clave, con el que lo conocen los cazadores y los vampiros—. Aun cuando es un secreto, porque tu padre fue un siren que aterrorizó a todos los pueblos durante años. ¿Sorprendido? Quizá es hora de que sepas el mío, también.
Están demasiado cerca.
—¿Quién eres, Dabi?
—¿Realmente te enamoraste? ¿O sólo fue tu táctica para infiltrarte?
Keigo traga saliva.
—¿Llamas enamorarse a lo que hicimos?
Dabi se ríe y se encoge de hombros.
—Quien sabe. Quizá. ¿Fue sólo una táctica?
—Como táctica, sería muy mala —dice Keigo y no puede evitar cortar la distancia entre los dos—. Siempre sospechaste de mí, Dabi. ¿Hubiera servido de algo?
Eso es, quizá, lo más cerca de aceptar que fue real. Que Dabi lo cautivó más de lo que nunca debió de haberse dejado embrujar.
—No, quizá no… —murmura Dabi y en un solo gesto rápido, toma su barbilla—. Pero caí en el engaño. Un poco, sólo un poco.
Keigo no respira.
—Si sospechaste todo el tiempo, ¿en realidad crees que mis besos fueron un engaño?
Y entonces Dabi lo está besando y Keigo todavía no sabe cuál es su nombre o por qué debió de haberle puesto más atención. Y quizá lo hubiera hecho, de no haber estado besándolo todo el tiempo, perdido en sus ojos, jugando un juego donde la única salida posible era perder y quemarlo todo. Dabi besa como si el mundo fuera a terminarse y no hubiera otra oportunidad; tiene sentido, porque Keigo lo traicionó y está enjaulado y eso sí se acabó. Se estrelló con el suelo una relación inexistente, un mito, tan solo una leyenda. No hay beso, no hay nada. No queda.
Se separan y Dabi muestra su sonrisa a medias, de lado, una mueca.
—Debiste mirarme a mí. —Lo jala y Keigo está a punto de golpearse el rostro con los barrotes de la jaula—. Mi nombre es Touya Todoroki.
Un mes después
—¿Estás bien?
Enji Todoroki se sienta a su lado. Hawks mira al vacío. No sabe qué hacer de sus sentimientos y de lo que ocurrió.
Lo rescataron poco después de que Dabi —o Touya Todoroki, como todavía se resiste a llamarlo— confesará su verdadera identidad. Fue un rescate desastroso. Dabi se encargó de acabar con la confianza que los cazadores tenían en el Endeavor, quien los había liderado todos esos años. O más bien, Dabi sembró la duda, y cuando los cazadores confrontaron a Enji Todoroki, dijo que todo era cierto. Los hijos creados, uno tras de otro, para convertirse en los cazadores perfectos, el hecho de que «Dabi» fuera su culpa, con su complexión débil, heredada de su madre. Y había más. Los golpes a Shouto. El entrenamiento brutal. El haberse vuelto loco de poder mientras estuvo en la cúpula de poder de los cazadores de vampiros, sin llegar nunca a la cima. Después, los cazadores le preguntaron a Shouto y él apretó los labios y no respondió nada durante un buen rato. Hasta que finalmente, pronunció unas palabras deliberadamente lentas y cuidadosas. «No hay oído mentiras». Así, Enji cayó en desgracia. Los cazadores lo habían creído un hombre de familia; se habían apiadado de él cuando habían quemado a su hijo mayor; lo habían seguido tanto tiempo, construyendo una imagen lejana, aunque curiosa de él, y otra todo se les había estrellado en el suelo.
Keigo también vivía con aquel rompimiento. Enji Todoroki lo había salvado del mismo destino que su padre, que se había erigido monstruo sólo porque no había otro papel para en el mundo.
—Bien.
—No mientras, Hawks.
«Hawks». Nadie entre los cazadores usa su nombre. Muchos lo retienen, pero Keigo lleva años alejándolo de sí mismo. Keigo Takami es otra persona, diferente al cazador. Keigo Takami es un ser vulnerable, también.
—Normal —dice entonces—. No me torturaron —y allí no miente, aunque no comprende por qué Shigaraki lo dejó entero—, así que… Normal.
No hablan mucho.
Enji es hermético, no pregunta. Keigo lo agradece porque no sabía como responder. No sabe si debería odiarlo por no haber mirado a su hijo cuando aún era tiempo de salvarlo. No sabe si compadecerlo o tenerle lástima —y piensa que eso es rastrero, porque es Enji Todoroki y no necesita su lástima.
—Era una jaula, Hawks —dice Enji—, dudo que eso sea normal.
—Les parecía divertido.
No lo piensa mucho. Quiere aparcarlo de su mente tan pronto como sea posible, igual que el último beso de Dabi y los barrotes. Nada surgirá ya de ningún beso ni ningún anhelo que todavía pueda albergar por alguien quien siempre desconfió de él y al que Keigo iba a traicionar de todas maneras. Keigo sólo se queda allí sentado, al lado de Enji Todoroki, que en otro tiempo fue su ídolo y ahora es sólo un humano derrumbándose bajo el peso de sus errores. Debería doler, piensa, pero no duele, no realmente. No cree que haya podido ser de ninguna otra manera, no se imagina un mundo diferente.
Quizá esa es la tragedia de todo.
—Lo siento por lo de… —Enji señala su rostro, donde se esconde la cicatriz de una quemadura.
—No necesitas disculparte por eso —replica Keigo.
—Es mi hijo —dice Enji y le cuesta pronunciar las palabras, como si la sola admisión del hecho doliera más que ninguna otra cosa.
—No creo que Dabi te agradezca que pienses en él como un hijo. —No dice «Touya» porque se resiste a la verdadera identidad, como si fuera más sencillo mantenerlo a parte—. De todos modos.
—Keigo…
Pero se pone en pie; quiere dejar eso atrás.
Todos tienen asuntos pendientes.
Keigo no tiene ni idea de cómo conciliar los de Enji y los suyos. Duda poder. Cómo confesar que besó al hijo que desea matarlo y que, de todos modos, lo haría de nuevo.
El hogar de los Todoroki —si es que a una casa donde los miembros de la familia tienen problemas para comunicarse con el resto— sirve de refugio tras el último ataque. Los cazadores están de capa caída y necesitan reagruparse. Hay más heridos que sanos y mucho están a punto de desertar. Keigo se mantiene al margen después de su última plática con Enji Todoroki. No quiere estar en la posición de tener que analizar y reanalizar su relación con Touya una y otra y otra vez. Pero entiende que Enji debe de haber dicho algo —hecho algo— cuando Shouto se acerca un día, con su usual rostro inexpresivo.
—Tenemos un santuario familiar, ¿sabes? —le dice y se da la vuelta. Camina, esperando que Keigo lo siga y, al final, va tras los pasos del joven cazador.
Shouto es el hijo mejor del Endeavor, con el cabello de dos colores. Vástago de dos poderosas familias de cazadores. Unos seis años menor que él y, sin embargo, ya se ha enfrentado al horror de los vampiros; ahora está cubierto de vendas gracias al ataque de los no-muertos.
El santuario al que lo lleva es pequeño. Honran allí a sus muertos. La fotografía al centro muestra a un chico muy joven de cabello blanco y mirada perdida en la distancia. No se parece en nada a Dabi —Touya, recuerda Keigo— pero él sabe que es él.
—No recuerdo mucho —dice Shouto, desde atrás de él y por primera vez Keigo nota cómo se ha acercado—. Natsuo culpa a mi padre. Mi madre también se culpa un poco, ella misma. Yo no recuerdo qué ocurrió.
Keigo asiente, se queda mirando la fotografía.
—¿Por qué me trajiste? —pregunta.
—Me pareció que tenías asuntos pendientes. Parecías saber quién era, entonces. Antes qué nosotros. —Hay una pausa y Shouto se dirige a la puerta. Keigo voltea y nota que aquel lugar lo incomoda, quizá más que antes. Nadie se ha atrevido a quitar la fotografía del joven Touya Todoroki de allí. Es como si siquiera muerto y quizá eso es más fácil que cualquier alternativa—. Puedes venir aquí cuando quieras.
Rei Todoroki lo encuentra allí, días más tarde. Lleva una bandeja con un poco de comida para dejar ante el altar.
—Lo siento —dice Keigo—, puedo marcharme.
—No, no, quédate —dice ella—. Aun no me he disculpado por…
—No es necesario —replica Keigo. ¿Qué diría Dabi si viera a sus padres, a quienes tanto odia, todavía dispuestos a disculparse por él ante los horrores que causa?
—Quizá pienses que esto es absurdo —dice Rei—. Traer comida y ofrendas para alguien que aun está vivo. Antes pensar en su muerte… me volví loca. Antes de eso, ya…, pero entonces… Siempre sentí que había fallado en algo más que en sólo lo evidente. —Rei carraspea—. Antes era Enji quien traía la cena, todos los días. A veces lo hacía a regañadientes, porque Touya siempre fue un dolor de cabeza. Cometimos muchos errores intentando mantener a Touya a salvo y tan sólo olvidamos que era un niño. No sabíamos como mirarlo. Fue cruel. —Y aquella insistencia de hablar de una primera persona plural, en lugar de limitarse a culpar a Enji, como hace el hijo mayor que le queda, sorprende a Keigo. Después de todo no hay manera de buscar porcentajes exactos de responsabilidad en una tragedia familiar y aunque él duda que Rei tenga tanta como Enji Todoroki, que parece un fantasma viviente, entiende aquella culpa sin cuestionarla—. Ahora resulta tentador —continua Rei— mirarlo y decir que ese no es Touya. Pero Dabi es nuestro hijo, Hawks. Nosotros lo hicimos. No ha muerto. Y sin embargo, aún traemos ofrendas a lo que deseamos que hubiera sido.
Keigo se queda en silencio, a un lado de ella. La acompaña en el duelo de los vivos, que duele más que cualquier otro.
El duelo del pretérito pluscuamperfecto, aquello que nunca existió.
Seis meses después
Ahora tiene el cabello completamente blanco, sin ninguna señal del negro que lo pobló antes. Keigo lo mira sin esperar nada, porque ni si quiera esperaba encontrarlo en aquello refugio: lo creían abandonado.
—Hawks.
—Sabes que ese no es mi nombre, Dabi.
—¿Todavía quieres que te llame Keigo?
Traga saliva. Dabi alza una ceja y dice aquello con una voz que hace que Keigo recuerde todo el pasado y cómo estaba pintado de desenfreno y otras cosas. Alcanza a ver los colmillos de Dabi acercarse entre su boca y teme todavía ser demasiado débil para sucumbir ante ellos.
—Además, sabes que mi nombre no es Dabi.
—Touya.
Y Touya Todoroki —Dabi no, Dabi ya nunca más— asiente, finalmente, con la sombra de una sonrisa en sus labios. Aquella es, quizá, la primera vez que se miran cara a cara, frente a frente, como no lo han hecho antes, demasiado temerosos de encontrar los horrores. Pero ahora que se han herido, traicionado y que han estado a punto de morir ante las manos del otro, ya no importa nada y por fin pueden mirarse tal cual son.
Hay un breve silencio hasta que Touya reacciona.
—Se suponía que vendría alguien más.
«Shouto», piensa Keigo. El hijo menor del Endeavor era quien se suponía que atendería aquel llamado de emergencia. Pero lo habían herido y, aunque estaba estable, no podía arriesgarse. Más tarde habían pensado que quizá Rei podría hacerse cargo, o los dos «amigos» de Shouto —Keigo sospechaba que Bakugo y Midoriya eran algo más de Shouto que tan sólo amigos, por la manera en la que se mantenían a su lado—. Pero cada vez parecía más una trampa. No se habían equivocado.
—¿Esperabas matar a tu hermano? —pregunta Keigo. No puede evitar sonar incrédulo ante la crueldad que Dabi deja ver. No sabe si en realidad odia tanto a Shouto como parece o lo que odia es tan sólo su existencia, la idea de que un hijo al que Enji Todoroki le prestó más atención exista—. Lamento decepcionarte, Touya, sólo soy yo.
Y en su rostro se pinta una mirada triste.
Touya clava en él su mirada. En el silencio, Keigo nota que partes de su piel están más quemadas que antes. Los vampiros se regeneran, pero el fuego que usa Touya es increíblemente peligroso para ellos.
—Quiero hacer un trato —dice finalmente.
Da un par de pasos intentando acercarse hasta Touya, pero manteniendo las alas alerta, por si intenta algo.
—¡No me entregaré! —espeta Touya.
—No te lo estoy pidiendo.
Keigo sabe que no se puede encerrar a Touya. Detenerlo significa la muerte y Shouto no está listo para ello. Enji quizá lo esté más pronto, pero será un duro golpe, la admisión de una falla.
—Te dejaré ir esta vez —dice Keigo—. La última vez te traicioné. Esta vez es justo.
En realidad, es por qué no es capaz de apresarlo por sí mismo. Porque verlo hace que le tiemblen las piernas y le duela el corazón.
—¿No pedirás nada a cambio?
Keigo niega con la cabeza.
—¿No vendrás conmigo?
—No voy a traicionar a los cazadores, Touya.
—¿Pero a mí sí me traicionaste?
Keigo se encoge de hombros. La vida es complicada. Los afectos son complicados. El suyo por Touya es peligroso y no debería existir, pero existe. Por eso esa vez se contante con alejar el peligro con un simple trato. Se acerca hasta Touya y extiende sus alas. El vampiro queda contra la pared. Espera que entienda que no tiene otra alternativa más que claudicar esa vez. ¿Es posible una expiación cuando hay tanta sangre en las manos de alguien? ¿Es posible el perdón y la redención? Keigo no quiere saberlo. No lo está perdonando por encerrarlo en una jaula o por lo que le hizo. No puede.
—No es lo mismo, Touya —dice Keigo.
Están cerca, muy cerca.
—Nunca fui tu aliado. —Suelta su aliento directo sobre Touya.
—Pero sí mi amante.
Y Touya lo besa. Keigo no se resiste; al contrario, lo rodea con sus brazos. No puede hacer nada cuando los labios de Touya se dirigen a su cuello y sus colmillos se detienen allí.
—Una probada —dice—, para el camino.
Keigo traga saliva.
—Está bien.
Los colmillos de Touya se clavan en su cuello. Por esa vez, tienen un trato. ¿Cuánto tiempo más seguirán danzando uno alrededor del otro?
Notas de este oneshot:
1) Lo más difícil de escribir fueron todas las escenas super super breves de la familia Todoroki, pero me interesaba que Keigo viera su conflicto con Dabi/Touya. Desde los capítulos donde vemos su pasado todo se antoja taaan pero taaaan complicado que creo que nos siguen faltando piezas.
2) Espero que disfruten mi super tardísima participación en la DabiHawks Weel 2021.
Andrea Poulain
