Capítulo 4: Pena.
Como en muchas otras ocasiones, Ginny no pudo evitar pensar que cualquier ropa con la que Harry se vistiera, siempre le quedaba espectacular; así fuera un puñetero pijama o un traje informal de vaqueros, camisa y americana como el que se había puesto para la ocasión. No se había puesto corbata y llevaba el cuello de la camisa desabrochado, como a él tanto le gustaba. Y ella adoraba su cuello desnudo. Por adorar, lo adoraba todo de él…
—Menos mal que hemos podido compartir un rato los cuatro a solas, antes de tener que asistir al fiestón que mi madre ha preparado para esta tarde —escuchó que Ron afirmó, con fastidio—. Está tan ilusionada con la llegada del bebé que, mientras espera, aprovecha para convertir cualquier celebración familiar en todo un evento.
Sentada a su lado a una mesa de Las Tres Escobas, Hermione le dio un apretón cariñoso en el brazo. Y después siguió saboreando su refresco de jarabe de cereza y gaseosa con hielo.
Harry rió, divertido.
—Así fue, también, con la llegada de Victoire —le recordó—. Por Merlín… Cuando nazca, voy a consentir a mi pequeño sobrino todo lo que quiera y más —aseguró, entre risas.
—Te lo prohíbo. Ya serán mis padres suficientes para hacerlo.
—Entonces, no me nombres su padrino.
—Eso es imposible, Harry. Sabes que eres nuestro hermano. Te adoramos —Hermione aseguró, mirándolo con ternura.
—Pues entonces, lo malcriaré tanto como me de la gana. Y si no, también —afirmó, mirando a Ron con malicia.
—Teddy es un niño maravilloso. No debes estar malcriándolo tanto, cuando se muestra tan educado, respetuoso y adorable —Hermione opinó, tratando de poner paz.
—Hay muchas formas de 'malcriar' a un niño. Y no todas tienen porqué ser perjudiciales para él, si se sabe cómo hacerlo —se defendió. De pronto, su mirada se había ensombrecido por la tristeza—. No sé si pedir otra cerveza de mantequilla. Creo que al final será un whiskey de fuego. —Se levantó y caminó hacia los aseos.
Relajados, Ron y Hermione continuaron charlando sobre la llegada del bebé, mientras Ginny continuaba abstraída en sus pensamientos.
Un camarero se acercó a la mesa portando una bandeja con una cerveza de mantequilla. Ginny lo vio llegar y, sin más, cogió el vaso.
—Harry ya pedirá otra cerveza. Yo tengo muchísima sed —se excusó.
Se llevó la cerveza a los labios mas, de pronto, una fuerte mano le arrebató el vaso con tanto ímpetu, que este estalló.
—¡No! —escuchó a Harry gritar como un desesperado.
Por un instante no pudo reaccionar, paralizada por la sorpresa. Buscó a Harry, que debía estar junto a ella. Y ahogó un grito de angustia. Su mano derecha chorreaba sangre, y en el pecho de su camisa estaba comenzando a formarse una mancha carmesí.
—¿Pero quéééééé….? —Ron preguntó, pensando que su mejor amigo había perdido la cordura.
—No sé qué demonios era eso; pero no era una cerveza de mantequilla —Harry aseguró—. Desde el pasillo, la he visto con un color raro, demasiadas burbujas. Ha sido un pálpito —intentó explicar.
—Dios mío… —Hermione se lamentó.
—¿Pero qué estás diciendo? —Ron observaba la escena, aún alucinado.
—Voy a curarte esas heridas. —Hermione, más práctica y centrada que su marido, se puso en pie, tomó la mano de Harry con la suya, y con la otra agitó la varita y pronunció:
—'Episkey'.
La sangre no sólo no se coaguló, sino que pareció gotear más rápido de su mano.
—Oh… —musitó, comenzando a asustarse. Se concentró totalmente, agitó su varita frente a la mano de Harry y pronunció —: 'Vulnera sanentur'.
—Dios mío, Harry… Sigue sangrando… Sigue sangrando… Y tu pecho… —Ginny lo alertó, más y más preocupada por momentos.
Su mano no sólo seguía sangrando; sino que ahora la sangre parecía estar siendo bombeada adrede desde el interior de su cuerpo. Y la mancha de la camisa se estaba extendiendo a una velocidad vertiginosa.
—Eso parece —él asintió con voz tranquilizadora—. Vayamos a San Mungo.
El dueño del bar, quien no había perdido ni un detalle de todo lo que estaba sucediendo, les ofreció sus propios polvos Flu y su chimenea, entre lamentos, intentando disculparse. Se hacía cruces sobre cómo podía haber pasado algo semejante. Siguió pidiendo perdón a Harry, entre gruesos lagrimones, hasta que él desapareció en la chimenea, seguido por Ginny. Ron y Hermione habían llegado a Hogsmeade en el viejo Ford Anglia volador de la familia Weasley. Y acordaron con Harry que ambos llegarían a San Mungo por este medio.
Una hora después, Hipócrates Smethwyck, un reputado sanador especializado en venenos, explicó a los cuatro:
—Era veneno de serpiente. El señor Potter podría haber estado sangrando hasta morir en poco más de una hora, ya que el veneno estaba impidiendo la coagulación de su sangre; aún más, la estaba haciendo más líquida —afirmó, mirando a Harry como si hubiera renacido—. Y no digamos si el veneno hubiera sido ingerido. Quien lo hubiese bebido se hubiera licuado por dentro literalmente, órganos incluidos. No quiero imaginar siquiera los terribles dolores entre los que habría muerto.
—Ha sido por mi culpa, Harry. N-no, no sé qué decir… —Ginny se lamentó, deshecha de los nervios.
—Di que no estás preocupada —en cambio él le pidió, acariciando su mejilla suavemente—. Hazlo por mí. Estoy bien, te lo aseguro.
Ginny se abrazó a él con todas sus fuerzas y él besó su cabello.
—Esto no ha sido culpa tuya, Ginny —Ron dijo a su hermana, con voz severa—. Quien sea que es capaz de odiarte tanto como para intentar hacerte una cosa así, va a pagar por esto. Te lo aseguro.
—Hará algo más que pagar por esto —Harry afirmó, vehemente—. Cuando me haga con él, o con ella, deseará no haber nacido.
—Harry… —Ginny le suplicó, asustada.
—Tranquila. No será a ti, a quien salpique su sangre. Ni siquiera tendrás porqué enterarte —él le aseguró.
—Harry, por favor… —insistió.
Él la miró con dureza. Era tanta la furia que acumulaba, que no estaba dispuesto a escucharla.
Ron se sentía tan airado como él. Pero logró controlarse, al menos por el momento. Ya habría tiempo para obtener justicia.
—Harry, ve a casa a descansar —le dijo, tajante—. Has perdido mucha sangre. Esta tarde, te disculparé ante mis padres. Tranquilo, nadie se enterará de lo que ha pasado. No hoy, al menos —aseguró.
—No —negó del mismo modo—. Esta tarde asistiré a tu fiesta como habíamos planeado. Nadie va a amargarnos la vida. Nadie —juró.
—¿Puedo acompañarte? —Ginny se ofreció. Aún temía dejarlo a solas, a pesar de que el sanador había asegurado que el peligro ya había pasado por completo.
—No es necesario. —Buscó la mirada de Ron y ambos se entendieron sin palabras—. Os veo en la fiesta —dijo a todos. Estrechó la mano de Smethwyck, inmensamente agradecido, y se marchó.
—Yo… —Ginny intentó hablar.
—Tú vendrás con nosotros a comer, como habíamos quedado —Ron ordenó—. Harry da por hecho que yo estaré protegiéndote hasta que él acuda esta tarde a La Madriguera. Y yo no voy a permitir que te quedes sola ni por un segundo, después de lo que ha pasado hoy. Se te ve deshecha. Come en nuestra casa y esta tarde acudiremos juntos allí —insistió—. Además, si papá y mamá te ven en este estado de ansiedad, enseguida sabrán que algo va mal.
Ella asintió, rendida. Tras despedirse de Smethwyck dándole las gracias de nuevo, los tres se marcharon.
OO00oo hp oo00OO
Aquella tarde, Harry llegó a La Madriguera con una amplísima sonrisa en el rostro y un par de cajas envueltas con papel de llamativos colores, no para Ron, sino para Teddy y Victoire, quienes estaban correteando entre los invitados, en el jardín.
Al verlo, Ron lo alcanzó y ambos se dieron un fuerte abrazo y un apretón de manos.
—Felicidades, chaval.
—Gracias. ¿Lo has hecho? —Ron le preguntó de un modo enigmático, en voz tan baja que sólo Harry pudo escuchar sus palabras.
Harry asintió, discreto.
—¿El 'informador' de siempre?
—Sí.
—¿Cuánto va a pagar el Ministerio de Magia a ese tunante, esta vez?
—Tranquilo. Esta vez, sus 'honorarios' saldrán de mi bolsillo.
Ron lo miró, preocupado.
—Está bien, si es lo que quieres. Diviértete, Harry, por favor —le rogó.
Harry volvió a mostrar aquella encantadora sonrisa y, sin responder, caminó en pos de los niños.
Apoyada en la pared, Ginny contemplaba cómo Harry hacía las delicias de los dos pequeños, correteando con ellos y dejándose hacer las mil perrerías. Al llegar, Harry la había saludado brevemente; tan sólo le había dicho que Nate había rechazado su invitación con amabilidad, argumentando que ya tenía otros compromisos previos. Ella suspiró, aliviada, apenas sin darse cuenta. Ahora contemplaba la escena que transcurría frente a sí, embelesada.
—Cuando sea mayor, voy a casarme contigo —Victoire dijo a Harry, de pronto, seria y decidida.
—Cuando tú seas mayor, te aseguro que no querrás casarte con un vejestorio como yo —él respondió, riendo—. Preferirás casarte con Teddy.
Victoire miró a Teddy con ojos soñadores. Pero inmediatamente volvió a mirar a Harry y aseveró, convencida:
—Me casaré con los dos.
Divertido, Harry soltó una carcajada, la alzó entre sus brazos y le dio un abrazo de oso.
—Eres sencillamente adorable. —Victoire le devolvió el abrazo, complacida—. Anda, ve a jugar con Teddy. —La depositó en el suelo, le dio un beso en la mejilla y, aún sonriente, le indicó que se marchara.
La niña asintió con la cabeza, haciéndose la importante, y corrió en pos del niño.
Desde el porche, Ginny suspiró una vez más, soñadora.
Ron, quien no había perdido de vista a ambos durante toda la tarde, sintió la misma rabia sorda que llevaba años corroyéndolo por dentro. Así que, decidido, caminó hasta alcanzar a su hermana, se colocó a su lado y como quien no quiere la cosa, preguntó:
—¿En serio crees que, si él muriese, tú sufrirías menos por el simple hecho de no haberle permitido que forme parte de tu vida?
Ginny se giró, sorprendida. Por un instante lo miró con tristeza. Mas luego se empeñó en asegurar:
—No sé de qué me estás hablando.
—Siento decírtelo, pero me das pena, hermana; mucha pena. —Dio un apretón cariñoso en su hombro y se marchó en busca de Hermione.
Aquellas lágrimas que, durante todo el día, se habían negado a escapar de sus ojos, en aquel instante se derramaron en torrentes desbordados; frustrada, ella las expulsó de un manotazo. Sin embargo, dejándose llevar, caminó hasta alcanzar a Harry, lo cogió por un brazo, logrando llamar su atención, hizo que se inclinara para poder escucharla entre tanta algarabía y le pidió:
—Vayámonos de aquí.
Harry observó sus ojos enrojecidos, preocupado.
—¿Qué sucede? —la interrogó con alarma.
—Acompáñame a casa, por favor. A la tuya, a la mía; me da igual.
—No hay problema. Dame un segundo para despedirme y enseguida estoy contigo.
—Gracias —respondió con el corazón en la mano.
Por un instante, Harry la observó de nuevo, suspicaz. Y se marchó para agradecer a Ron, a Hermione y a los Weasley en general aquella maravillosa fiesta. También se despidió de Andrómeda y de los niños, quienes mostraron tristeza por un efímero instante; mas, como niños, inmediatamente volvieron a corretear por el jardín.
—¿Nos vamos?
—Sí.
—Cógete de mi brazo con fuerza.
Segundos después, cualquier vestigio de la presencia de ambos hubo desaparecido.
NOTAS DE LA AUTORA
Hola a todos.
Este capítulo lo dedico a carlos29 y a patriciamartin151197, las dos maravillosas personas que, con sus comentarios, han logrado que este capítulo vea la luz tan rápidamente. También lo dedico a Bnja, quien me ha alegrado tanto al añadir este fic a sus favoritos y a sus alertas.
En principio, yo había imaginado este capítulo como uno de relleno, de transición, en el que la trama avanzaría más bien poco. Y al final, al escribir me ha salido muy intenso, más parecido a un bombazo que a una caricia. No sé si me explico. Avanzar, no es que hayamos avanzado mucho (en unas direcciones hemos avanzado más que en otras, todo sea dicho).
El próximo capítulo lo publicaré ya la semana que viene. Esta semana me va a resultar imposible hacerlo.
Un abrazo a todos y buen fin de semana.
Rose.
