PRESENTE

El ex-humano suspiró, pero convencido por las palabras del sensei mostró sin dudar la bandana de Donatelo que traía en sus manos, separada en dos partes por culpa del disparo y sintiéndose aún tibia por la sangre que la manchaba.

― ¿¡Por qué le quitó la bandana a mi hermano!? ― le reclamó Rafael, pero Splinter le impuso silencio abrazándolo más fuerte.

Como respuesta a la pregunta de Rafael, Rockwell le dio la vuelta a la prenda, el lado de la bandana que había tocado la piel de Donatelo no estaba hecha de tela sino estaba fabricada con una placa de diminutos circuitos tan flexible y suave que aparentaba sin problemas el movimiento natural de la tela original cuando se plegaba.

Al ver eso Rafael preguntó ― ¿Qué es eso? ¿Estaban controlando a mi hermano? ― terminó mirando con incredulidad al científico.

― Esa es la idea que vino a mi mente también ―, contestó con sinceridad Rockwell ―, ahora, es mi deber decirles que cuando Miguel Ángel murió, percibí los sentimientos y pensamientos de todos, menos los de Donatelo, eso me desconcertó en el momento, pero cuando… ― Rockwell se mordió los labios antes de seguir ―, pero cuando Donnie murió, estuve unos minutos junto a él y noté que de una de las orillas destrozadas de la bandana se desprendían pequeñas chispas. Al quitársela y ver el otro lado, de inmediato me di cuenta de que era una reproducción un poco más avanzada de la tecnología kraang. Muchos de sus armamentos y equipo tienen incluidos este tipo de circuitos que son apenas perceptibles para el ojo humano.

Aquel descubrimiento sembró un mar de temores y dudas en las mentes de todos, no podían creer que de alguna forma alguien hubiera estado controlando a Donnie sin que nadie se diera cuenta, eso sin contar la manera en que habían logrado colocarle de esa falsa prenda. El simio mutante también lo pensaba y llegó a la conclusión que todos podrían estar en peligro.

― Donatelo solía grabar todo lo que sucedía en su laboratorio y en la enfermería, ¿verdad? ― preguntó Rockwell, aunque estaba casi seguro de que la respuesta sería afirmativa.

― Así es Doctor, ¿cómo lo supo?

― Todos los que somos científicos compartimos muchas características, sobre todo el querer guardar un registro minucioso de todo lo que llevamos a cabo, es algo que hacemos por naturaleza. ¿Me permitirían acceder a la computadora de Donatelo? Temo que, si mis sospechas son correctas, alguien o algo ha estado vigilando este lugar y puede haber alguna imagen del culpable en la computadora; si es así me temo que todos podríamos estar en peligro.

― Adelante, Doctor ―, respondió Splinter.

SIETE MESES ANTES

Cuando llegó la hora de cambiar a Leo de domicilio, de la enfermería a su habitación para ser más precisos, Donatelo dio luz verde para que su hermano mayor comenzara a alimentarse con la deliciosa comida de su hermanito más joven.

― Justo lo que el doctor Donnie ordenó, Leo ―, esa mesita para comer sentado en la cama se había vuelto una extensión del cuerpo de Mikey tal como sus chacos que a capricho de su dueño cambiaban a kusarigamas.

Ayudado por Mikey, Leonardo se recargó a gusto contra el montón de almohadas que el más chico había colocado detrás de su caparazón para que pudiera permanecer sentado sin molestia alguna.

Mikey, siguiendo su costumbre destapó todos los platos para mostrarle con orgullo a su hermano mayor todo lo que había cocinado para él.

Después de toda la detallada descripción de la pecosa tortuga de los tentadores platillos, se sentó sobre una silla al lado de la cama de su hermano y colocó su cabeza sobre sus manos que había recargado sobre el respaldo de la silla para observar mientras Leo comía.

El mayor se sonrió, pero duró unos instantes sin llevarse nada a la boca. Eso comenzaba a intrigar a Miguel Ángel.

― Leo, si no te apetece nada de esto, puedo preparar lo que tú quieras, pero por favor, come algo, estás muy flaquito ―, Mikey le rogó pues el estado físico de Leo gritaba a los cuatro vientos que la debilidad estaba aún lejos de ser desterrada.

― Perdona, hermanito ―, le respondió Leo con débil voz, colocando con lentitud una de sus manos en la cabeza de Mikey, para acariciarlo con ternura después de escuchar su voz llena de congoja ―, no te sientas mal, todo lo que me has traído se ve delicioso, pero primero quiero darme el gusto de disfrutar del olor de tu comida, no sabes lo mucho que la extrañé ―, le explicó el mayor, acercando su rostro al vapor para aspirarlo y deleitarse con los aromas.

Mikey lo observó con alegría al verlo hacer aquello, pero de pronto su cara mostró una vez más la melancolía que no abandonada su corazón al recordar todo lo que sucedía en sus pesadillas que estaba seguro apenas y reflejaban la verdadera crueldad grabada en el cuerpo de Leo.

― Leo…

― ¿Si?

― Los… los malos… no te daban comida… ¿verdad? ― el límpido azul de los ojos de su hermanito se opacó un poco al preguntar eso casi tartamudeando al mismo tiempo que bajaba su mirada, no quería despertar malos recuerdos en su hermano mayor.

Leonardo, al ver a Mikey hacer eso, se sonrió con tristeza, pero para sosegar el dolor en el corazón de su hermanito contestó: ― No, Mikey, nunca me dieron nada, ¿pero sabes qué? Me alegro mucho de que no lo hayan hecho.

― ¿Por qué? ― el dolor en la voz de Mikey casi desapareció para ser desplazado por inocente curiosidad que llenó sus ojos.

Leonardo, sonriendo una vez más cuando Mikey levantó su cara para verlo, acercó sus labios a uno de los oídos del travieso para susurrarle: ― Porque todo lo que preparaban olía horrible.

La sonrisa divertida y la risita que la acompañaba proviniendo de su pequeño hermanito, le dieron a Leonardo una de esas ocasiones donde no sólo disfrutaba de la comida sino también de la compañía del más joven entre ellos.

Leonardo tomó una cuchara y la sumergió en el caldo de la sopa de pollo que Mikey le había llevado, poco a poco la cantidad de comida disminuyó con el pasar de los minutos, la felicidad que se desprendía del corazón de Leonardo era tan grande como la de Mikey al verlo disfrutar cada cucharada.

Al mismo tiempo que la deliciosa comida del más joven ejercía su prodigioso efecto en el tan necesitado organismo de su hermano mayor, Leonardo seguía haciéndole comentarios graciosos acerca de los kraangs a su pequeño consentido quien se divertía mientras se mecía en la silla, alegrándose cuando Leo le aseguraba que gracias a su comida se sentía mucho mejor.

Mikey, a pesar de adorar a Leonardo, contenía sus enormes ganas de ayudarlo porque no quería tratarlo como si fuera un bebé, sabía lo importante que era para su hermano mayor el recuperar lo más pronto posible su independencia, claro que aquello no implicaba que no estuviese ahí para él cada vez que las fuerzas de su hermano no estuviesen aún por completo restablecidas. Al igual que Donatelo o Rafael, la pecosa tortuga estaba siempre a disposición de su hermano mayor.

Al terminar de comer, Leonardo se sentía satisfecho; complacido no sólo físicamente por los alimentos preparados con cariño sino también emocionalmente porque estaba seguro que su hermanito dormiría mejor de ese día en adelante.

Rafael, ayudando a Donnie con la terapia física de su hermano, siempre estaba a su lado ayudando al de morado, cargando a Leonardo y ayudándolo a recuperar sus fuerzas y su flexibilidad manteniendo bien sus huesos, sus tendones y sus músculos con los movimientos apropiados.

Rafael había hablado mucho con los demás, pero casi nada con su hermano mayor desde que había vuelto a la conciencia. Ambos, durante las rehabilitaciones, se veían de reojo, cualquiera se habría dado cuenta que querían expresar algo, pero no encontraban las palabras adecuadas.

Había mucho contacto físico entre ellos porque la gruñona tortuga había practicado mucho todos los movimientos repetitivos que eran los adecuados para la recuperación de Leo y con ayuda de su increíble fuerza, era mucho mejor que Donatelo para llevar a Leo a la enfermería, al baño o a la sala.

Casi dos meses después de encontrarlo, Leonardo estaba listo para volver a su vida cotidiana, a pesar de todas sus protestas afirmando que ya se sentía mucho mejor desde un par de semanas antes. Las miradas fulminantes de Donatelo lo mantenían a raya, sin contar las órdenes de su padre y las amenazantes miradas del de rojo.

La última noche que Rafael lo llevaba en brazos de la sala a su cuarto, el gruñón entró con cuidado en la habitación de su hermano y suavemente lo dejó sobre su cama. Ambos se miraron por unos segundos y sin pronunciar palabra Rafael se dirigió a la puerta. Después de medio abrirla, bajó la cabeza y se detuvo por un momento, volvió a cerrarla de un golpe, apretó sus puños y sus dientes, se acercó de nuevo al lado de su hermano que lo miraba intrigado y se sentó al borde de la cama.

― Eres un maldito idiota, ¿lo sabías? ― comenzó Rafael aún sin mirar a Leonardo a los ojos.

Leonardo conocía la razón detrás de aquellas palabras.

― Lo siento, Rafa, de verdad…

― ¿¡Y crees que con sólo decir "lo siento" basta!? ― le reclamó el gruñón ―, en todo el tiempo que estuvimos buscándote nuestro padre, Donatelo y por supuesto Mikey se dieron el lujo de expresar su angustia, así que me vi forzado a mostrar serenidad… ¡Serenidad! ¡Algo que no sentía ni por casualidad, Bobonardo! ¿¡No te pusiste a pensar en lo que habría pasado con nosotros si te hubieran asesinado!?

― Yo sabía que estarían bien, Rafa.

― ¿¡Y cómo podías saberlo!? ¿¡Tienes una esfera de cristal en la que puedes ver el futuro!? ― preguntó Rafael gritando por primera vez mirando a su hermano mayor a los ojos ― ¡Nunca piensas en lo que los demás sienten!, ¿¡verdad!? ¡No te importa en lo más mínimo que tengamos el corazón malherido por tu culpa! ― En ese instante Rafael ya se había puesto de pie porque tenía miedo de darle un puñetazo a su hermano que mostraba una cara llena de culpa, algo que le desesperaba mucho más.

― ¿Sabes qué? ¡Al demonio contigo! ¡Yo me largo! ― En cuatro furiosas zancadas Rafael llegó a la puerta sin importarle en lo más mínimo lo que pensaba su hermano, pero la voz de Leonardo lo detuvo.

― ¿Puedo… pedirte un favor?

― ¿Qué quieres? ― el fastidio llenó la pregunta de Rafael que, a pesar de estar furioso, se detuvo.

― Me gustaría que te quedaras a hacerme compañía esta noche, hermano ―. Rafael regresó sobre sus pasos, se sentó de nuevo al borde de la cama y se cruzó de brazos, volviendo a esquivar la mirada de Leonardo.

Unos minutos después, mientras Rafael exhalaba gruñidos de disgusto mezclados con suspiros de aburrimiento, sintió como una de las manos de su hermano tocaba tímidamente su brazo. Al volver la vista Leo posaba sobre él una mirada suplicante. Rafael de inmediato se volteó y tomo la mano de su hermano entre las suyas.

― ¿Qué te pasa, Leo? ― Ahora la voz de Rafael en verdad sonaba preocupada por su hermano mayor. Nunca había visto esa mirada en los ojos de Leonardo quien era la encarnación del estoicismo. La ruda tortuga había desechado por completo toda su mala actitud.

― ¿Sabes? ― comenzó su hermano con timidez y algo de vergüenza ―, lo peor de estar ahí no eran los golpes, ni las heridas, ni siquiera el no comer nada… era… ― el mayor se detuvo, no quería expresar aquello que le atormentaba porque sentía que no era justo que su hermanito de rojo tuviera que volver a sentirse angustiado por lo que le había pasado.

― Leo, confía en mi ―, los ojos y la actitud de Rafael le indicaban que fuera lo que fuera, él esperaría todo el tiempo que fuese necesario para que su hermano se pudiera sincerar con él.

― Rafa, perdóname, no quería cargar este peso sobre ti, pero… no puedo soportarlo más, de verdad que no… ― Leonardo bajó su mirada y se mordió los labios intentando, con toda la fuerza de voluntad que le quedaba, el guardar silencio, pero ya era demasiado tarde, su mejor amigo ahora esperaría toda la vida para ayudarlo.

― Leo… no pienses que voy a quebrarme y tampoco voy a pensar menos de ti, sólo déjalo salir, ya veremos cómo resolverlo, te prometo que todo será mejor cuando te liberes ―. Una mirada llena de cariño se reflejó en los ojos de Rafael. Al verla, Leonardo comenzó dando un enorme suspiro y por fin habló.

― Lo peor era… no poder llorar ―, confesó el de azul al fin, inclinando su cabeza, pensando que no debía confesar semejante debilidad ―, los kraangs siempre vigilaban mi celda y no quería darles la satisfacción de verme hacerlo, pero el estar solo y escuchando siempre que no volvería a verlos nunca más… ―, la voz de Leo comenzaba a escucharse anegada en dolor ―, no podía decirle esto a Donnie porque él ya ha hecho mucho al tener que examinar los estragos en mi cuerpo y el daño implícito que él adivinó con solo verme, al igual que Mikey que ha sufrido por tener esas horribles pesadillas y nuestro padre a quien no quiero darle más tristezas. Por eso… quería decírtelo a ti, pero no encontraba el modo de suavizarlo… lo siento tanto…

Justo en ese momento Rafael lo abrazó con fuerza ―. No te reprimas más, Leo.

Leonardo se aferró al cuerpo de su hermanito como si la salvación de su alma dependiera de eso dejando salir el torrente que tanto había luchado por reprimir. Cada una de las lágrimas que humedecían el hombro de Rafael, hacían hervir su sangre. Cada sollozo que resonaba en sus oídos y hacía eco en su corazón, le hacía querer estar en presencia de los que habían hecho pasar a Leo por esa horrenda experiencia para aplastarlos sin misericordia, pero apaciguó cualquier indicio de la furia que lo invadía porque ese momento pertenecía por completo a su hermano que tanto lo necesitaba.

El corazón de Leonardo aprovechó al máximo esa vía de escape para todo el dolor que lo abrumaba. Rafael se sintió honrado de haber sido escogido por su hermano mayor para ser la roca que el joven líder usaría para apoyarse y resurgir una vez más con fuerzas restablecidas por completo. Esa sincera confesión afianzaba mucho más la promesa que Rafael se hacía a sí mismo de no abandonar nunca más a su mejor amigo. Estaría a su lado para que siempre que lo necesitara él lo ayudaría con su pesada carga, hasta su último día de vida.

Después de unos gloriosos minutos dedicados a desechar todo su dolor, Leonardo logró articular la palabra que por sí sola era la mejor recompensa para Rafael.

― Gracias… ― después de escucharla, la ruda tortuga colocó sus manos en los hombros de Leo quien lo miró con los ojos enrojecidos pero libres ya de esa angustia que los había ensombrecido.

― Te lo prometí, ¿verdad? Que todo mejoraría… ―, ahora era Rafael el que comenzaba a llorar a pesar de que intentaba evitarlo ―, no sabes… lo mu-mucho… que temí no… no volver a ve-verte… ― confesó el de rojo tartamudeando un poco.

― Oh, hermanito… ― una vez más ambos hermanos estuvieron envueltos en los brazos del otro ―. Perdóname por haberte preocupado, Rafa, lo único que pasaba por mi mente era mantenerlos a salvo ―, se disculpaba el mayor al notar que el llanto del de rojo comenzaba a aumentar.

― ¡TENÍA MIEDO!… el sólo imaginarme la vida sin mi hermano mayor… te sacrificaste por nosotros… sin importarte lo que pudiera ocurrirte… por eso te odio… ¡te odio con todas mis fuerzas! ― vociferó el de rojo escondiendo su rostro en el pecho de su hermano mayor.

― Lo sé… Rafa… lo sé… ― susurró Leonardo sonriéndose con ternura al escuchar esas palabras que revelaban que su pequeño Rafael estaba tan o más necesitado que Mikey o Donnie para contar siempre con su presencia y su amor incondicional.

Un tiempo más prolongado se consagró a disfrutar del lazo tan especial entre el joven líder y su gruñón hermanito mientas estaban acostados, pero sin romper su abrazo. Después que Rafael había, al igual que Leonardo, agotado todas sus lágrimas, no se atrevió a moverse porque se regocijaba al sentir las manos de su hermano pasar con suavidad sobre su caparazón además del ligero toque con cada tibio beso dado por su hermano en su frente.

― No le vayas a decir a los demás que me viste llorar, Rafa ―. Pidió en tono divertido el mayor a su hermanito.

― ¿Y arriesgarme a que tú también me delates? ¡Ni loco! Tengo una reputación que mantener ―, respondió Rafael igualando el tono al mismo tiempo que se sentaba ―. Además, si lo llegas a hacer, te daré tal paliza que te acordarás de mí el resto de tu tonta vida ―, le aseguró el menor a su hermano dándole un suave puñetazo en la mandíbula, algo que logró que Leonardo esbozara una sonrisa de cariñosa complicidad.

― ¿Regresas a tu habitación? ― preguntó Leo al ver que su hermanito se ponía de pie.

― No, Leo, sólo voy a sacar otra manta y otra almohada del ropero, ya sabes que me gusta dormir con doble cobija, además parece que olvidas que "alguien" me pidió quedarme esta noche ―, respondió el de rojo mirando con alegría a su hermano mayor.

De inmediato Leonardo le hizo más espacio a Rafael en la cama. Al acostarse Rafael volvió a acercarse a su hermano quien de inmediato lo abrazó.

― Nunca vuelvas a sacrificarte, Leo… por favor… ― suplicó Rafael mientras acomodaba su cabeza debajo de la barbilla de su hermano.

― No te preocupes hermanito ―, contestó el mayor, ¿pues qué más podía responderle a su mejor amigo? Leonardo jamás dejaría que algo malo le pasara a alguno de ellos.

En el punto justo entre la conciencia y el sueño Rafael murmuró ―: Te quiero, Leo.

― Yo también te quiero, Rafa.

Fuera del cuarto de Leonardo, muy quieto, sentado en el piso y con el oído pegado a la puerta estaba Mikey, al estar seguro de que sus hermanos se habían rendido ya al cansancio, dejó escapar un suspiro, el perfecto punto final a un cuantioso raudal de gotitas saladas, pero sin sollozos, gozando del cariño que rezumaba desde el interior del que fue el escenario de una de las mejores muestras de amor fraternal que podía existir en el mundo.

Miguel Ángel, después de escuchar los gritos de Rafael, salió de su habitación que era la más cercana a la de Leo pues la curiosidad nunca lo abandonaba. El pequeño hermano escuchó todo y se alegró en el alma que la rara conducta que los dos hermanos tenían al estar cerca uno del otro al fin se hubiera desvanecido. Un mes más fue el costo de la total recuperación de Leonardo.

Parecía ser que la mala suerte aumentaba gradualmente y el destino había decidido que una enfermedad, una pierna rota y un intento de homicidio no eran suficientes, serían Mikey y Donatelo los que tendrían que sufrir el peor escenario.

Continuará…