La Rosa y La Daga
Esta historia no es mía; fue escrita por Renée Ahdieh. Esta es una adaptación de su trabajo con personajes del anime/manga Inuyasha, creados por Rumiko Takahashi. Al leerla no pude evitar pensar en estos personajes y en compartir con ustedes la historia de Las Mil y Una Noches re-imaginada.
Esta es la continuación de La ira y el amanecer (The Wrath and The Dawn), si es que no han leído la primera novela, les recomiendo leerla antes de continuar. Pueden encontrarla en mi perfil.
Espero que disfruten la historia tanto como yo y si es así, los invito a leer la novela (The Rose and The Dagger) en el idioma de su preferencia, inglés o español :3
3. HISTORIAS Y SECRETOS
Tsukiyomi se tapó la boca con las manos para ahogar un grito.
Observó atónita cómo su hermana hacía girar la alfombra raída por el centro de la tienda valiéndose únicamente de las puntas de los dedos.
La alfombra mágica daba vueltas por el aire con la lánguida gracia de una hoja caída. Entonces, con un suave golpe de muñeca, Kagome envió el felpudo de lana flotante de nuevo al suelo.
"¿Qué te parece? " le preguntó luego, mirándola con cara de preocupación.
"¡Por Dios bendito!" Tsukiyomi se dejó caer a su lado. " ¿Y dices que fue el mago del Templo de Fuego quien te lo enseñó?
Kagome sacudió la cabeza.
"Él sólo me la regaló y me dijo que baba me había trasmitido sus habilidades. Pero tengo que volver a hablar pronto con él al respecto. Tengo… preguntas muy importantes que hacerle a Myoga efendi.
"Entonces, ¿pretendes buscarlo?
"Sí. "Asintió con rotundidad. " En cuanto encuentre la mejor manera de viajar al Templo de Fuego sin que me vean.
"Tal vez…" Tsukiyomi vaciló", tal vez, cuando vayas, podrías hablarle de baba… Por si él… "Se interrumpió, incapaz de finalizar aquella idea que sabía que era la principal preocupación de ambas en ese momento.
La idea de que su padre no lograra despertarse debido a los efectos de cualquiera que fuera aquella maldad descabellada que había recaído sobre él la noche de la tormenta.
¿Qué sería de ellas si baba moría? ¿Qué sería de ella en particular?
Tsukiyomi cruzó las manos por encima de las rodillas y se reprendió a sí misma por albergar pensamientos tan egoístas en medio de aquel sufrimiento. No era ni el momento ni el lugar de preocuparse por sí misma. No cuando había tantos otros de los que preocuparse. Sobre todo de baba.
Cuando Kagome se echó hacia delante para guardar la alfombra mágica bajo sus pertenencias, el colgante del cuello quedó al descubierto.
El anillo permanecía escondido, a salvo, pero su historia aún pedía ser contada. Y Tsukiyomi no pudo evitar entrometerse.
"¿Cómo pudiste perdonarlo, Kag? " le preguntó en voz baja a su hermana. " ¿Después de lo que le hizo a Ayumi? ¿Después de… todo?"
Kagome contuvo el aliento. Se giró bruscamente hacia ella.
"¿Confías en mí, Jirjirak?
Cogió las manos de su hermana entre las suyas.
Grillo. Desde que era pequeña, Tsukiyomi odiaba aquel apodo. La retrotraía a un tiempo en el que había sido maldecida con unas piernas como palillos y una voz a juego. Kagome era la única que podía emplear aquel horrible mote sin provocar que se avergonzara o algo peor.
Por décima vez en aquel tiempo, Tsukiyomi examinó la cara de su hermana buscando una respuesta que llegara a comprender. Kagome estaba tan guapa como siempre, aunque sus rasgos habían cambiado en los pocos meses que había pasado en palacio. No mucho; la mayoría de la gente ni siquiera se daría cuenta. Sus mejillas habían perdido parte de su redondez y su piel broncínea lucía menos brillante. Por suerte, su barbilla seguía igual de obstinada y su nariz, igual de impertinente. Sin embargo, una sombra se cernía sobre su rostro; un tipo de peso que se negaba a compartir. Sus ojos avellana casi parecían cobrar luz con la lámpara cercana. Su color siempre había sido cambiante. Impredecible. Como su humor. Si en un momento dado estaba radiante y risueña, dispuesta a cualquier travesura, al instante se la veía sería y dura, preparada para pelear hasta la muerte.
Tsukiyomi nunca sabía qué esperar de ella.
Pero la confianza nunca había sido un problema. Por su parte, al menos.
"Claro que confío en ti " repuso. " Pero ¿no puedes contarme…?"
"No es mi secreto, así que no lo puedo contar, Tsukiyomi-jan."
Ella se mordió el labio inferior y apartó la mirada.
"Lo siento "añadió Kagome. " No quiero ocultarte nada de esto, pero, si alguien descubriera que sabes ciertas cosas, podría hacerte daño para averiguar la verdad y… no podría vivir con eso."
Tsukiyomi retrocedió.
"No soy tan débil como crees."
"Nunca he dicho que seas débil."
La sonrisa de Tsukiyomi fue pequeña y fugaz.
"Hay cosas que no hace falta decir. No has tenido que decirme que te habías enamorado de Inuyasha Taisho. Y yo tampoco he tenido que decirte que he llorado hasta la saciedad durante semanas desde que te marchaste. El amor habla por sí solo."
Kagome se llevó las rodillas al pecho y pestañeó en silencio. Suspiró para sí, cogió su bolsa de hojas de té y sacó una ramita de menta fresca.
"¿Vienes conmigo a ver a baba?
Kagome asintió con rotundidad y se puso de pie.
El seco viento del desierto circulaba por el campamento badawi, levantando remolinos de arena alrededor de aquel laberinto de tiendas ondeantes. Tsukiyomi se remetió la trenza por el qamis para evitar que le azotase la cara.
Kagome soltó un variopinto torrente de maldiciones cuando el extremo de la suya le chasqueó la mejilla y el pelo se le desbarató. Sus ondas negras se le enroscaron en la cabeza formando una endiablada maraña.
"Dios santo. " Tsukiyomi reprimió una risita ante el lenguaje de su hermana. " ¿Quién te ha enseñado esas cosas? ¿El califa?"
"¡Odio este sitio!"
Aunque la reticencia de Kagome a responder hasta la pregunta más inocua le molestaba, Tsukiyomi ignoró aquella punzada.
"Ten un poco de paciencia. Ya verás como no es tan horrible."
Entrelazó el brazo con el de su hermana y la atrajo hacia sí.
"De todos los sitios del mundo, ¿por qué estamos en este desierto perdido de la mano de Dios? ¿Por qué el viejo jeque nos ha dado refugio? " Kagome habló todo lo bajo que el viento le permitía.
"No conozco los detalles. Sólo sé que le ha vendido al tío Muso caballos y armas. Su tribu comercia con ambos. A lo mejor por eso nos permiten quedarnos." Hizo una pausa, pensativa. " O a lo mejor es sólo por su cercanía con Koga. El jeque lo trata como si fuera su hijo."
"Entonces, ¿no ha unido fuerzas con Koga y los otros soldados? ¿No está metido en lo de la guerra?"
Kagome puso cara de extrañeza.
"Creo que no" respondió Tsukiyomi. " Pero cuando asista al próximo consejo de guerra, me aseguraré de recopilarte más datos."
Kagome se remetió varios mechones de pelo por detrás de la oreja y puso los ojos en blanco.
Mientras continuaban cruzando la arena hacia la tienda de su padre, Tsukiyomi vio cómo su hermana oteaba lentamente los alrededores. Sus ojos siguieron a los de Kagome hasta que estos se posaron en una delgada figura en la distancia e imitaron su escrutinio.
Un codo huesudo le golpeó en el costado.
"¿Quién es ese chico?"
"¡Au! " Tsukiyomi le devolvió el golpe. " ¿Te refieres a Araña?"
"¿Quién?"
"Oh, yo lo llamo así por sus miembros larguiruchos y su tendencia a merodear por ahí. Llegó con el emir de Karaj. Creo que es un pariente lejano de este y que se llama Amari, Nobunaga o algo así " le aclaró, haciendo un gesto de indiferencia con la mano.
"Tiene una… pinta desconcertante."
Tsukiyomi arrugó la frente.
"Es un poco raro, pero es inofensivo, Kag."
Kagome apretó los labios y no dijo nada.
Tsukiyomi retiró la solapa y ambas entraron en la tienda de su padre. Con el árido calor de la tarde, la oscuridad del interior se había vuelto incluso más sofocante. Encendieron una lámpara de aceite y prepararon otro vaso de agua, menta fresca y té. Su padre se tragó la mezcla igual que aquella mañana, sin dejar de murmurar y de abrazar aquel ridículo libro.
Kagome se abanicó con las manos.
"Está empapado en sudor. Deberíamos cambiarle de ropa y lavarle la cara y el cuello."
Tsukiyomi vertió agua en un cuenco de barro y sacó unas tiras de lino limpias de su bolsa. Se agachó para enjuagar una de ellas en el agua fría.
"¿Le vas a contar a baba lo de la alfombra mágica? Se emocionaría al saber que te ha transmitido sus habilidades."
Tsukiyomi sonrió para sí y escurrió el paño.
"¿Ba…, baba? "empezó Kagome. Se inclinó sobre él con cara de perplejidad. Una sombra de algo pasó por su cara. ¿Alarma?
Tsukiyomi soltó el paño y acudió al lado de su padre.
"¿Qué pasa? "preguntó. " ¿Ha abierto los ojos?"
Kagome negó con la cabeza.
"Eh…, no. Creí que había oído algo fuera, pero me habré equivocado. "Las comisuras de sus labios se curvaron en una incipiente sonrisa. " Sé que el desierto le juega malas pasadas a una mente cansada. Si empiezas con la cara de baba, yo le lavo los brazos.
"¿Estás segura? "insistió la joven.
"Por supuesto. "Fue una réplica rotunda, de esas que no se ignoran.
Y aunque Tsukiyomi se puso a trabajar en silencio con Kagome limpiando el sudor y la mugre de la cara de su padre…
Sabía que su hermana estaba mintiendo.
"¿Qué pasa? "susurró en cuanto cerraron a su espalda la solapa de la tienda. " Dime la verdad, Kag, o…"
Kagome cogió a su hermana de la muñeca y la atrajo hacia sí.
"Creí que había oído algo fuera de la tienda "replicó en voz baja. " Y no quería que nadie nos oyera hablar de cosas importantes."
"¿Crees que alguien nos está espiando?"
Tsukiyomi no podía imaginarse por qué alguien querría escuchar su conversación.
"No lo sé. Es posible."
Tsukiyomi se ajustó el asa de la bolsa al cuerpo y aceleró el paso. Miró a ambos lados. Durante las pocas semanas que llevaba allí, nunca se había sentido desprotegida. Ni siquiera un momento. Pasaba la mayoría de las mañanas con Matsu y los niños, y por las tardes Hoshiyomi la enseñaba a montar mejor a caballo.
¿Quién amenazaría a dos jóvenes hermanas?
Mientras miraba de reojo a Kagome, se acordó de una cosa.
Su hermana ya no era la simple hija de un humilde guardián de libros.
Era la reina de Khorasan.
Un bien preciado para cualquier enemigo de Inuyasha Taisho.
Que no eran pocos.
En el mismo momento en que cayó en la cuenta, desechó el pensamiento.
Kagome sólo llevaba allí un día. Su hermana estaba siendo ridícula. Paranoica. Seguramente como resultado de haber vivido al lado de un monstruo y haber temido por su vida a diario.
Tsukiyomi se agachó para entrar en su tienda.
Una mano fría y húmeda la agarró del cuello y la echó a un lado.
Ella chilló.
Unos dedos largos la sujetaron por la nuca y un aliento tórrido le bañó la piel.
"Se suponía que no tenías que ser tú "le dijo una voz áspera al oído. " Lo siento."
Tsukiyomi pestañeó rápido y con fuerza, obligando a sus ojos a acostumbrarse a la penumbra.
¿Araña?
"¿Qué estás haciendo? "le gritó.
"Suéltala."
Kagome estaba en la entrada, con una mano en la daga enjoyada de su cintura. Sus rasgos se mostraban impasibles, pero algo salvaje se movía en lo más profundo de sus ojos. Como si se esperara esa amenaza.
Aquella idea heló a Tsukiyomi hasta el tuétano.
"¿Es una orden, mi señora? "espetó Araña en la dirección de Kagome.
"No. Es una promesa."
"¿Una promesa de qué?"
Kagome ladeó la cabeza muy ligeramente.
"Si dejas que mi hermana se vaya, me quedaré aquí contigo y atenderé tus quejas. Haré lo que pueda por enmendarlas. Te lo prometo."
Él soltó otra bocanada de aire caliente contra el cuello de Tsukiyomi.
"No te creo."
Kagome lo sintió temblar tras ella.
"Pues deberías. "Dio un paso adelante. " Porque no he terminado. También te prometo que, como no sueltes a mi hermana, serás tú quien atienda las mías. Y no son sólo palabras, sino puños y acero."
Araña rio con aspereza.
"Muy propio de la ramera de un monstruo sanguinario."
Kagome se estremeció y, en ese diminuto destello de dolor, Tsukiyomi vio todo el sufrimiento que ocultaba.
Indignada, empezó a forcejear con él. Araña le bloqueó el cuello y la cintura con los brazos. Empezó a ahogarse.
"¡Tsukiyomi! "Kagome alzó las manos en señal de rendición. " ¡Suéltala!"
"¡Dame la daga!"
"Suéltala y te la daré."
Kagome se sacó el puñal de la cintura.
"¡La daga primero! "exigió Araña, y sus dedos se clavaron en la tierna piel bajo la oreja de Tsukiyomi.
"¡Ka…, Kagome! "balbució esta.
Una gota de sudor bajó por la frente de su hermana.
"Te la daré. Pero suelta a Tsukiyomi. Tu lucha es conmigo."
"Deja el arma y podrá marcharse. Pero como vaya a buscar ayuda…, como oiga al Halcón Blanco fuera de la tienda, te mataré."
"No irá a buscar a Koga. "La daga cayó al suelo tintineando junto a los pies de su hermana. "No hará nada."
Tsukiyomi lo notó relajarse en el mismo instante en que su propio pecho se tensaba.
Kagome no la veía capaz de nada.
Completamente inútil.
Y, en verdad, ¿acaso había hecho algo para demostrar lo contrario?
Araña relajó la presión en su cuello.
"Acércamela con el pie y la soltaré."
Kagome le lanzó a Tsukiyomi una sonrisita tranquilizadora y luego acercó la daga en su dirección con la punta del pie.
El chico liberó a Tsukiyomi y la empujó hacia la entrada.
Cuando esta se volvió para mirar a Kagome, vacilando, su hermana la instó a continuar con una mirada de advertencia.
Tsukiyomi quería quedarse. Quería rogarle a Araña que entrara en razón.
Pero tenía miedo. Ya le había costado a Kagome su daga y no sabía qué ayuda podía prestar más allá de una súplica patética.
Así que salió de golpe al sol del desierto, con el corazón martilleándole el pecho y el orgullo por el suelo.
Y se puso a buscar ayuda como una loca. Los ojos con los que necesitaba toparse por encima de todo pertenecían a un chico alto de hombros anchos y la sonrisa agradable de una tarde estival. Un chico que estaba enamorado de su hermana desde que eran niños.
Un chico que golpearía primero y preguntaría después.
Koga sabría qué hacer. Koga le retorcería a Araña su flacucho cuello.
Tsukiyomi se dirigió dando tumbos hacia la tienda del joven; la sangre le zumbaba en los oídos.
"¿Tsukiyomi?"
Intentó ignorar aquella voz familiar. La voz del chico con el que quería toparse por encima de todo. Un chico cuya cara amable se había visto buscando últimamente una y otra vez. No. Tsukiyomi no necesitaba a Hoshiyomi. Necesitaba a Koga…, un chico de acción y resolutivo.
"¿Tsukiyomi? "Hoshiyomi se puso a su altura con paso firme. " ¿Por qué corres…?"
"¿Dónde está Koga? "preguntó jadeando.
"En una expedición en un emirato cercano. " Se interpuso en su camino entrecerrando los ojos. " ¿Por qué? ¿Pasa algo?"
Ella negó con la cabeza, aunque el miedo la atravesaba como un fogonazo caliente.
"No. Es sólo que… ¡necesito a Koga!"
Escrutaba frenética a su alrededor.
"¿Por qué?"
Una ráfaga de aire salió de sus labios.
"Porque tengo que hacer… algo. " Lo apartó de un empujón. " Tú no lo entiendes. Kag…"
Él la cogió por los hombros y fue como un extraño bálsamo. Fortalecedor.
"Dime lo que necesitas."
No. Ninguno de ellos era un líder. Siempre había sabido que Hoshiyomi era de los que seguían a los demás. Igual que ella era de las que salían corriendo. De las que eran incapaces de hacer nada, excepto salvar su propio pellejo.
Debería haber cogido la daga de Kagome. O haber hecho algo.
Una garra de culpa le aferró el estómago. Empezó a temblar, incluso debajo de aquel sol abrasador. Sintió que las manos de Hoshiyomi se tensaban sobre sus hombros.
Ofreciéndole más fuerza.
Tsukiyomi se enderezó y apretó los puños.
Kag no se rendiría. No cedería al miedo. Ni daría tumbos por la arena como una boba ridícula. Pasaría a la acción. Lucharía hasta la muerte. Y sería inteligente como sólo ella podía serlo.
Aunque Tsukiyomi seguía temblando, mantuvo la voz firme mientras pergeñaba el comienzo de un plan:
"¿Koga se ha llevado su halcón?"
"No. "Una sombra de desconcierto cruzó la cara de Hoshiyomi. " Tekkei ha inspeccionado el terreno por adelantado esta mañana, así que la ha dejado aquí para que descanse."
"Hoshiyomi. " Tsukiyomi tomó aliento. " ¿Harías algo por mí?"
Él no se molestó en contestar. Se limitó a tenderle la mano.
Y Tsukiyomi la cogió.
Dios, esto se ve mal
¿Creen que Kagome logre salir de eso sola? ¿O su hermana y Hoshiyomi intervendrán a tiempo?
