Hola Invitado que no dejaste tu nombre pero que supongo eres Gloria-Corsa, si es así ¡Hola Gloria!, si no es así, hola invitado. No, me mantengo firme, ellos no compartirán habitación... aun.

Disclamer.- Todo pertenece a Sir Arthur Conan Doyle, a la BBC, a Moffat a Gattis y a un montón de personas de las cuales ninguna soy yo. Mía solo es la historia y escribo sin ánimo de lucro.

Para Violette Moore, porque ella lo pidió!


La Ecuación De Dirac

por

Adrel Black


IV

Días después John despertó antes de que amaneciera, tomó el móvil de la mesilla al lado de su cama y miró la hora, eran las cinco de la mañana, ya no había posibilidades de que volviera a dormir, de modo que, aún deseando quedarse en la cama se levantó y fue al baño a ducharse.

Luego se concentró en la ropa que Mycroft le había hecho llegar, se vistió y se miró al espejo. Era él, pero no parecía él, no era como si él se hubiera puesto un traje caro, era más bien como si el traje caro se hubiera puesto su rostro. Sus facciones que solía encontrar toscas, parecían más suaves y su vientre, que se volvía prominente conforme los años pasaban, parecía más liso bajo el saco.

Fue así como bajó las escaleras rumbo a la cocina, había ruido en el baño, Sherlock duchándose.

Preparó café y un par de tostadas, sería el primero en salir del departamento hacia Somerset, no podían llegar juntos ya que no querían levantar sospechas y, pasarían por dos desconocidos a los que la casualidad había reunido en el mismo lugar al mismo tiempo.

Al final de cuentas, había sido así realmente, pensó John, ellos fueron dos desconocidos a los que la providencia había puesto aquel mismo día en el camino de Mike Stamford.

Le habría gustado ver a Sherlock antes de irse, pero el detective seguía encerrado en su habitación cuando John dio cuenta del café, las tostadas y tomó el auto negro, exactamente igual a cualquier taxi de Londres, pero que John sabía, era uno de los autos de Mycroft.

Abandonó Baker Street acompañado de la valija que el mayor de los Holmes había enviado para él, se sentía incómodo por la ropa ajustada y de colores tan opacos, sentía que no era él, llevaba además un termo con café y la sensación de que dejaba atrás algo que ya no estaría ahí cuando volviera a casa.

Los pensamientos ominosos no mejoraron a lo largo del camino, el clima, acorde con los pensamientos de John, tampoco lo hizo. Era un día soleado y al avanzar hacia el Oriente llevaban el Sol de frente, sin embargo, densas nubes se levantaron antes de que abandonaran Londres, a la altura de Basingstoke ya era un día nublado en toda regla, para cuando la carretera anunció que a su izquierda estaba Winchester aquello parecía más un atardecer que una mañana, en Salisbury ya llovía y cuando por fin llegaron a Somerset, tres horas después, el cielo lanzaba sonidos amenazantes y la lluvia caía a cántaros sin ninguna contemplación.

Aun así, a pesar de la lluvia aplastante, el clima frío y la niebla que parecía hacer difícil la visión, John no esperaba ver aquello, el lugar al que le llevaron era una enorme casa de tipo gótico, de tres plantas.

Está consciente, luego de haber visto las fotos en internet que es un lugar grande, pero aquello supera cualquier expectativa, cómo diablos viven sólo treinta y dos personas durante los ciclos escolares, en ese gigantesco lugar en el que parece haber suficientes habitaciones como para que sea un hotel.

El lugar está rodeado por una barda no muy alta, densos matojos de flores se enredan entre las bardas y en las verjas que coronan el frente del lugar.

El frente es una explanada grande y cuadrada de césped perfectamente cuidado y sobre el lado derecho puede verse una fuente hecha de la misma roca que la casa.

En la fachada ventanas y más ventanas saludan desde los tres pisos. Figuras de gárgolas y caballeros andantes desenvainando sus espadas o a punto de cargar contra un enemigo que no está ahí coronan el techo y diversos nichos excavados en las paredes aquí y allá.

John puede contar cuando menos seis chimeneas antes de que el "taxi" siga su camino y dé la vuelta a la propiedad, hacia la parte de atrás, por un camino de tierra apisonada y bordeado por setos.

La parte de atrás es justo igual al frente, salvo que faltan las grandes puertas, ahí un par de puertas pequeñas, normales, dan salida a los habitantes hacia el mismo cuadrado de césped y al final, en la esquina izquierda, casi como si la hubieran dejado ahí por equivocación está la Iglesia de Nuestra Señora de La Soledad.

Se mira pequeña, en comparación con la gran casa, y oscura, pues está en los límites de la propiedad, más allá de ella lo único que hay es el bosque.

En caso de una emergencia, piensa John, la policía, los bomberos, ambulancia, lo que fuera, tardarán al menos media hora en llegar, así de aislados están.

Un hombre de traje gris impoluto, está de pie frente a la casa, junto a él, otro hombre vestido de negro con ropas de estilo militar tiene los brazos cruzados y cara de pocos amigos. El de gris lleva un gigantesco paraguas y una sonrisa grande y fingida que John asocia a la sonrisa de un político, el de negro le habla con gesto serio, luego camina hasta una pequeña techumbre que resguarda la puerta y espera ahí en posición de descanso, John no necesita el cerebro de Sherlock para reconocer a un militar.

El "taxista" pregunta a John si necesita ayuda a lo que John niega. Ve cómo el hombre del paraguas se acerca al taxi, para cubrirlo de la lluvia, John que ha llevado la valija de Mycroft junto a él todo el camino, tira de ella y baja al embarrado suelo de los terrenos de Nuestra Señora de la Soledad.

Apenas han llegado a la puerta, John entiende que su imaginación, aunque es buena, no ha hecho justicia ni de lejos al lugar, aquel parece el recibidor y es del tamaño del salón de la Calle Baker, hay un enorme tapete donde sacudir tus zapatos, muchos paraguas, para uso comunitario, supone, y varios impermeables colgando de perchas adosadas a la pared.

—Soy el director Barclay, —dice el hombre de gris luego de colgar el paraguas en su lugar, aún sonríe.

—Watson, —responde John tomando la mano que el hombre le ofrece. Debió presentarse como Hamish Watson pero de alguna manera suena extraño. —Capitán Watson.

—Lo sé Capitán, recibimos excelentes recomendaciones suyas, —John que no sabe cuáles pueden ser esas recomendaciones solo asiente.

—Escuché que es un gran tirador, Capitán, —dice el hombre de negro que se acerca desde un rincón, lleva aun las manos en posición de descanso, el cabello con el corte reglamentario y un arma en la riñonera, que no había divisado cuando llegó.

—Le presento, —dice el director Barclay —al Teniente Bryant, es el encargado de la seguridad de nuestra escuela.

—Es un gusto, —responde John ante la presentación, por un segundo cree que el hombre no responderá a su saludo, pero al final estrecha su mano en un apretón fuerte que John siente en los nudillos, aunque se asegura de no hacer ninguna mueca. —Siempre fui el mejor tirador de mi regimiento, —aclara al hombre, —aunque las veintidós, —mira la riñonera con intención, —siempre me han parecido demasiado pequeñas.

El hombre no dice más, aunque en su cara se ve el desagrado manifiesto que parece sentir hacia John sin ninguna razón aparente.

—Le mostraré su habitación, Capitán Watson —el director hace una seña con la mano para pedirle a John que camine, el Teniente Bryant no los sigue. —Toda la planta baja está ocupada por el servicio —empieza a hablar el hombre, —las habitaciones del cocinero, el jardinero, y la del Teniente Bryant están en esta planta, también el comedor, las despensas, la cocina y los cuartos de lavado

—¿Dónde está todo el mundo ahora? —pregunta John mientras mira hacia todas partes, aquí y allá se abren puertas y pasillos, ellos andan por lo que parece un pasillo principal, distinguible de los demás por la alfombra que corre a todo lo largo,

—En sus habitaciones, supongo, tenga en cuenta que en esta época, en vacaciones, solo somos unos pocos ocupantes —responde el director, —además, en un día como este no hay mucho que se pueda hacer fuera. —Luego como si la interrupción no se hubiera producido sigue diciendo: —también está el Salón para las recepciones, aunque no lo usamos habitualmente, —las paredes están desnudas, pintadas de un color crudo en contraste con las alfombra de color granate, llegan a lo que parece el final del pasillo y la alfombra asciende por la escalera pegada a la pared Oeste de la casa.

—Es muy grande —dice John, lleva la valija, que por suerte no es muy pesada en su mano izquierda y con la derecha toma el pasamanos para ir hacia la segunda planta.

—En la segunda planta —sigue el director —están los salones de clase.

La escalera desemboca en algo totalmente distinto, ya no hay un pequeño pasillo con puertas alrededor sin arreglos, sino un pasillo amplio de paredes revestidas de madera hay cuadros aquí y allá, con retratos de personas de aspecto recargado y con imágenes de grandes cacerías con muchos perros de presa. Las puertas están cerradas, pero tienen un gusto recargado, con muchas figuras de flores y enredaderas talladas y grandes números de latón pintado de dorado marcan cada una, la misma alfombra granate abarca todo lo ancho del pasillo. No se detienen a mirar, siguen subiendo hasta el tercer piso.

—Y al final está la tercera planta, que es a dónde vamos, —John se pregunta si el director Barclay deja de sonreír alguna vez. —Espero que esté cómodo.

Lo lleva hasta la cuarta puerta a la izquierda, abre la habitación y deja pasar a John, luego entra detrás de él y enciende las lámparas. Es una habitación bastante grande, hay un cuarto de baño privado, una cama individual con dosel, un closet y un biombo. Pero lo que realmente llama la atención de John es la ventana, se abre hacia la parte trasera del edificio y le da la vista de la iglesia oscura, el prado verde, el bosque y más allá las montañas, John se queda sin respiración.

—Espero que se sienta cómodo, —John asiente, —además de usted tenemos otra nueva incorporación.

—¿En verdad?, —pregunta sin saber qué más decir.

—Supongo que escuchó del desafortunado accidente que ocurrió en nuestro campanario.

—Si, lo escuché.

—Tendremos un nuevo diácono, tal vez quiera conocerlo, —el hombre hace un ademán —puede ser bueno no ser el único nuevo.

—Claro, —asiente John.

Es así, que luego de dejar su equipaje, baja junto con el director a esperar la llegada de Sherlock.

El detective llega en un auto muy parecido al que llevó a John. La recepción que recibe es la misma, el director Barclay se acerca con su enorme paraguas a recibirlo y luego le llevan a donde John permanece mirando por la puerta abierta, esperando.

El guardia de seguridad Bryant entra en aquel momento, con la ropa húmeda y escurriendo agua desde un impermeable.

John sabe que Sherlock no es un padre y que el alzacuellos que lleva dando color a su traje negro es solo parte del disfraz, pero de alguna manera, su cabello húmedo por la lluvia, y la forma en que sus ojos contrastan contra el negro de su ropa hace que a John le falte el aliento y que se sienta un poco degenerado. Si los padres deben cumplir con el voto del celibato, ninguno debería verse como Sherlock en aquel momento.

Bryant se acerca hacia Sherlock y extiende la mano.

—Teniente Evan Bryant, —dice y a John no le gusta ni un poco la forma en que sonríe, —soy el encargado de la seguridad del colegio.

—Soy el Padre William, —responde Sherlock y sonríe, a John se le quedan los pulmones sin aire, sabe que Sherlock puede ser encantador cuando se lo propone, pero eso no evita que sus rasgos cálidos, aunque sean fingidos, le sofoquen.. Sherlock mira a John con interés, John solo puede esperar estar a la altura de la forma en que Sherlock finge.

—Este es el Capitán Watson, —presenta Barclay, Sherlock extiende la mano y John la toma.

Recuerda aquella vez en St. Barts, hace lo que parece una vida, entonces, aunque Sherlock le pareció intrigante y atrayente, no sintió una descarga eléctrica ni un cosquilleo que le dijera súbitamente lo que sucedería, que ellos se convertirían en lo que son ahora, sea lo que sea.

Pero esta vez es distinto, hay algo extraño e inexplicable en este momento, es casi como un reinicio, esta vez, John sabe lo que son y el potencial de su relación, sabe además la profundidad de su sentimiento por éste, su compañero y eso le hace las piernas temblar y sonreír de manera súbita.

—Es un placer Padre William.

—El gusto es mío, —suena la voz de Sherlock.

—Sus habitaciones están en la sacristía, ¿lo acompaño?

—Si, por favor —responde Sherlock.

—Me encantaría ver la Iglesia, —interrumpe John, —si no los molesto.

El director mira a Sherlock, como pidiendo su aprobación y este responde.

—Agradecería su compañía, Capitán.

El director Barclay, Sherlock y John salen pues hacia la lluvia y los terrenos embarrados, dejando atrás al Teniente Bryant que les mira con ojos de halcón desde el dintel del recibidor.


Es todo por hoy, recuerden que estamos aquí —o bueno ellos están —tratando de resolver un asesinato.

¿Ya tienen un sospechoso?

Adrel Black