Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephanie Meyer y a la Saga Crepúsculo.

.

¡Hooooooooooola de nuevo!

Comenzamos el calendario de actualización con el primer miércoles con nuevo capitulo.

Antes de nada, muchas gracias a todas por vuestro apoyo. ¡Sois maravillosas! Sigo alucinando con vuestro soporte, muchas de vosotras en cada una de mis historias. Gracias de corazón.

Poco a poco vamos a ir descubriendo un poco más tanto de Bella como de Edward. Hoy entenderemos un poco más de la vida de Bella. ¿Estáis listas?

Sin más os dejo con Bella.

.

VOLVEMOS A PACTAR

BPOV

.

Eran las nueve de la mañana y gracias a la ayuda de Marisa me había dado una ducha y puesto un vestido amplio, que me había regalado desinteresadamente esta dulce mujer, y que tanto me recordaba al floreado que había llevado la mañana que mi vida cambió de golpe. No tenía a nadie que pudiera ir a mi casa a buscar una muda nueva y como mi ropa del día del accidente había quedado destrozada, Marisa había tenido el detalle de hacerme este favor.

Camuflé mis lágrimas por agradecimiento pero la realidad es que llevaba unos días sintiéndome muy sola y asustada por todo lo que había pasado.

Si no era capaz de darme una ducha sola, no tenía ni la menor idea de cómo iba a subir y bajar cada día seis pisos o trabajar todo de pie mientras me las ingeniaba para mantener reposo y pagar mis facturas. Desde que me fui de Forks nunca había necesitado de nadie y no quería hacerlo ahora, pero por mucho que lo intentaba no conseguía dar con una solución que no me ahogara en deudas. Era irónico que a pesar del dolor que sentía lo que realmente me estaba asfixiando era la soledad que tanto había defendido durante años.

-Veo que ya estás preparada. – Edward Cullen interrumpió mis catastrofistas pensamientos. Sentí vergüenza al tenerlo de nuevo delante de mí.

Me giré para comprobar que todos los analgésicos que me habían dado estos días no me estaban jugando una mala pasada. Efectivamente, el hombre que estuvo anoche en esta habitación fue él.

Era tan alto como lo recordaba y debajo de sus tejanos y camisa verde oscuro se intuía que a pesar de estar rondando los cuarenta se mantenía en forma. Su pelo seguía despeinado y de ese color tan extraño, más parecido al bronce que al rubio, que no compartía con ningún miembro de su familia. Al menos con nadie que yo conociera, no como el color de sus ojos. Ese verde capaz de hipnotizar que me traían tantos recuerdos… pero de la familia Cullen era algo sobre lo que no quería pensar.

Jamás pensé cuando pronuncié su nombre que Alice fuera a contactar con él, ni mucho menos que fuera a presentarse en el hospital o que me seguiría en este plan descabellado. Cualquier persona en su lugar pensaría que era una tarada que no merecía de su tiempo. Mi idea era distraer a Alice hasta salir del hospital, en ningún momento entraba en la ecuación Edward Cullen.

Edward y la familia Cullen eran casi una institución en esta ciudad. Debería haber estimado las altas probabilidades de que alguien lo conociera en un hospital, o si más no que no les costaría demasiado conseguir su teléfono, pero mi mente acorralada no había contemplado esa opción que ahora se revelaba tan clara. Subestimé la tenacidad de Alice. Creía que el día que consiguiera el alta médica, me limitaría a excusarme y marcharme en taxi sin más inconvenientes.

Ahora tenía que encontrar la manera de agradecerle a Edward Cullen este favor. Comenzaba a sentirme abrumada por todo lo que comenzaba a acumularse en mi lista de tareas pendientes.

-¡Sí! ¡Lista! – dije con demasiada intención y mis magulladas costillas presionaron mi costado robando un poco de mi aire.

-Deberás dejar los movimientos bruscos para más adelante. – me recordó Alice amable. – El golpe en tu costado fue fuerte aunque, por suerte, solo fue una costilla rota. – Asentí consciente, una vez más, de la suerte que había tenido.

Alice me entregó una carpeta explicándome todos los pasos de mi recuperación y las revisiones necesarias. Había una lista de fisioterapeutas bastante larga, de la que seguramente no podría pagar a ninguno. Quizás podría encontrar un tutorial en Youtube con algunos ejercicios.

-Me portaré bien. – prometí. Al menos eso lo podía hacer.

Edward y Alice me observaban con desconfianza y no les podía culpar porque yo misma me sentía como una autentica estafadora.

-¿Todo claro? – asentí. - Nos vamos, entonces. – declaró Edward rompiendo el silencio, acercándome las muletas que estaban apoyadas en la pared de la habitación.

-Tendrás que aprender a usarla pero ahora irás en silla de ruedas. – aclaró Alice y, como si estuvieran secretamente sincronizados, Marisa entró en la habitación empujando una.

-Puedo caminar. – apunté muerta de vergüenza por tener que atravesar el hospital en ese cacharro.

-Protocolo. – aclaró Edward negándose.

-No es tu hospital ni yo tu paciente. Puedo caminar… con muletas, al menos. – negué sin querer sonar muy desagradecida.

-Sigue siendo protocolo. – nos interrumpió Alice y su cara no admitía discusión.

Me senté resignada mientras mis tres acompañantes reían disimuladamente por mi derrota. Bajé mi vista para no ver las caras curiosas de las personas con las que nos cruzábamos durante nuestro camino hasta el parking.

-¡Espera! – grité viendo que salíamos del hospital.

-¿Qué pasa? – preguntó Edward con su voz grave que tanto me recordaba a la de su hermano.

-No he ido a administración. Me gustaría hablar con ellos sobre el pago aprovechando que estoy aquí… - dije buscando algo de intimidad para explicarle mis miserias al pobre trabajador al que le tocara atenderme.

-¡Oh, no te preocupes por eso! – exclamó Alice.

-¿Qué no me preocupe? – pregunté más mordaz de lo que pretendía sonar.

¡Era lo único que ocupaba mi mente ahora mismo!

Me preocupaba tanto que me iba a provocar jaqueca crónica.

-Tenemos un programa de investigación en cirugía… ya sabes…. Tu lesión era altamente beneficiosa de una nueva técnica que estamos implantando y bueno… Te apunté. El estudio paga los gastos. – Alice hablaba tan rápido que me costaba entender la mitad de las palabras.

-¿No se supone necesitáis mi autorización para esas cosas? – pregunté confundida. Mi conocimiento científico se limitaba a Anatomía de Grey.

-Estabas inconsciente. – expuso Alice. Tenía sentido, la verdad, aunque no podía sacudirme la sensación que había algo extraño en todo esto. Era un golpe de suerte y no solía tenerlos.

-¿Por qué no me dijiste nada antes? – continué indagando a pesar de parecer pesada.

-Me olvidé con tantas cosas que he tenido que preparar con tu alta acelerada. – restó importancia encogiéndose de hombros.

Seguía teniendo sentido.

-¿Pero no es todo muy caro para que lo cubra un estudio? – cuestioné sin rendirme.

-Varios hospitales de referencia participan y eso hace que los fondos sean mayores y los beneficios para los pacientes que colaboran también. – añadió Edward dando por concluida la ronda de preguntas obligándonos a continuar nuestro camino empujando de nuevo la silla de ruedas.

Subí al coche de Edward con algo de dificultad después de despedirme más afectada de lo que esperaba de Alice y Marisa. Mi vida colgaba de un hilo y éste había estado a punto de romperse y solo ellas habían estado a mi lado cuidando de mí.

Edward se incorporó a la carretera con solo el sonido de la música clásica envolviéndonos en su supersónico del coche. Edward Cullen había nacido en la cara buena de la vida. Algo tan simple como su coche era un mero recordatorio.

-Quiero darte las gracias por todo lo que has hecho. – agradecí aun sabiendo que mis palabras se quedaban cortas.

Conducía concertado y no me daba mucha confianza para poder hablar. No quería molestarlo. Ninguno de los dos habíamos estado especialmente habladores esta mañana. Lo agradecí temerosa que en cualquier momento pudiera querer hablar de su familia.

-Lo has dicho ya unas cien veces. – respondió con una sonrisa sin apartar la vista de la carretera. - Para. No es para tanto. Te han dado el alta y te llevo a tu casa no es como si fuera un superhéroe. – dijo quitándole importancia pero para mí la tenía. Y mucha.

-A la derecha. – le indiqué.

-¿Qué vas a hacer ahora? – preguntó desviando levemente su mirada hacía mí.

-De aquí a dos calles gira a la izquierda. Al final está mi apartamento. – guié ganando un poco de tiempo antes de responder. – No sé, supongo que llamaré a los fisioterapeutas que me ha pasado Alice, haré reposo y me recuperaré.

Edward aprovechó que paramos en un semáforo para observarme atentamente. Podía notar sus ojos verdes clavados en los míos como si así pudiera descubrir todo lo que le ocultaba.

-Ahora es cuando me cuentas la verdad. – intentó negociar con una sonrisa de lado dejándome claro que era una pésima mentirosa.

Me hice la sorprendida.

-Soy médico, Isabella. – contestó ante mi nada convincente actuación. - Aprendes a identificar cuando alguien te está mintiendo y tú lo estás haciendo. – replicó seguro.

Podía haber llegado a intimidarme con el poder que trasmitía su mirada pero no era la primera vez que me enfrentaba a ello. Había tenido un gran entrenamiento.

-Aún estoy asimilando todo lo que me ha pasado. Me tomaré unos días para saber qué voy a hacer. – confesé una parte de todo lo que me pasaba.

Divisé mi edificio al final de la calle. Era un lugar tranquilo. Sin lujos pero me permitía salir y entrar sin mirar atrás con miedo. Era un privilegio que no siempre había tenido.

-Es aquí. – señalé.

Mi obligado salvador miró el edificio a través del cristal del coche desconfiado.

-¿Tenéis ascensor? – se limitó a preguntar.

-Claro, ¿qué piensas? – respondí como una vil mentirosa. Había perdido la cuenta de cuantas mentiras había dicho en tan solo unos días.

Edward levantó sus manos en son de paz.

-Deja que te ayude. – ofreció bajándose del coche tan rápido que no pude negarme.

Con cuidado me ayudó a bajar de mi asiento y solo cuando se aseguró que me sostenía con la muleta se apartó para que probara a dar unos pasos con este nuevo artilugio.

Caminamos hasta la puerta. Busqué las llaves en la bolsa de plástico con mis pertenencias que me habían entregado en el hospital. Las habían recuperado del accidente.

-¿No me invitas a subir? – preguntó Edward al ver que no le decía nada.

Era lo que cualquier persona hubiera hecho, como gesto de agradecimiento por todo lo que había hecho por mí pero si le dejaba entrar tardaría tan solo unos segundos en descubrir mis mentiras, así que aunque una estúpida desagradecida no podía dejarlo cruzar la puerta.

-No quiero hacerte perder más el tiempo. – me excusé. Edward cabeceó comprensivo. – Gracias de nuevo… Ya sé que lo he dicho mucho pero es la verdad. Las ciento y una veces.

Reímos juntos por mi apunte aunque mis doloridos huesos se quejaron por mis inesperados actos.

Me había sentido muy extraña ante su presencia.

Era una calma tensa.

Como cuando sostienes una copa con los puntas de tus dedos que esperas que en cualquier momento se caiga y se rompa en mil pedazos.

-Cuídate. – pidió en tono solemne. - He anotado mi número al lado del Alice. Si lo necesitas llámame. – asentí aun sabiendo que no lo haría. Ya le había perturbado su vida bastante. No quería deberle más favores. Era un error en el que no solía caer.

-Adiós Edward y…

-Gracias por todo, lo sé. –me interrumpió con una sonrisa deslumbrante. – Adiós, Isabella. – se despidió dando media vuelta para marcharse.

Agradecí que no insistiera más.

Me aseguré que no estaba cerca antes de abrir la puerta del portal.

Era un edificio viejo pero se conservaba en buen estado.

Miré las escaleras amenazantes.

Eran un auténtico lastre ahora, pero era lo que hacía el alquiler más asequible. No todo el mundo veía el subir a un sexto piso sin ascensor como una oportunidad de ahorrarte el abono al gimnasio.

Intenté reunir el valor para subir el primer escalón. Por alguno tenía que comenzar. Al tercero me comenzó a faltar el aire y tuve que sentarme, lo que me agotó aun más y me dejó más dolorida de lo que necesitaba.

Quizás era el momento de comenzar a asumir que toda esta situación me superaba tanto como me asustaba y amenazaba mi precaria vida independiente.

Hace siete años me prometí ser fuerte pero mi mundo estaba hecho un desastre y era incapaz de llegar a mí casa, así que me permití llorar. En la soledad de esta escalera comunitaria me permití derribar mis autoimpuestos muros y llorar como hacía años no hacía.

Quizás cuando drenara todo el miedo y el dolor que sentía en mi interior encontraría una solución.

-Isabella… ¿Estás bien? – alcé la cabeza cuando las manos de Edward se posaron en mi cara con suavidad levantando mi rostro.

-¿Cómo has entrado? – pregunté confundida entre sollozos.

-Un vecino me ha abierto. – su respuesta era tan simple que solo consiguió incrementar mi llanto.

-No puedo subir a casa. – confesé aunque era bastante fácil de deducir. Mi cerebro parecía atascado en obviedades.

-Ya. – se limitó a decir. – Supongo que el ascensor habrá desaparecido estos días que has estado ingresada. – y aunque era un claro reproche, su voz sonó tranquila, incluso algo divertida.

Asentí encogiéndome de hombros.

-Volví por si necesitabas que fuera a recoger tu medicación. – explicó. – Pero creo que es necesario que volvamos a hacer un trato. – propuso en un claro intento de levantarme el ánimo.

-Vivo en un sexto piso. – advertí.

-¿Quieres ahuyentarme de que te suba en brazos? – bromeó. Dejé que mi carcajada dolorida hablara por mí. – Te tomaré la palabra porque a mis treinta y siete no acabaríamos bien ninguno de los dos. – añadió volviendo a robarme una risa.

-¿Qué vamos a pactar? – pregunté más animada.

-¿Tienes algún amigo, novio, familiar escondido con un piso más accesible con el que quedarte? – inquirió tranquilo.

Medité unos segundos en la posibilidad de engañarle de nuevo pero, probablemente, no serviría de nada. Seguramente esta vez se quedaría conmigo hasta que ese ser misterioso llegara para comprobar que no mentía, como llevaba haciendo toda la mañana. O días para más inri.

Negué en silencio.

Edward no me soltó ni apartó su mirada dándome la tranquilidad que necesitaba para calmar mi llanto.

Sus ojos me recordaban tanto a Rose.

-Me vas a dar la llave de tu casa, voy a subir a recoger algunas de tus cosas y vendrás a mi casa, como mínimo hasta que Alice te quite esa escayola. – dijo para mi asombro apartándome de mis recuerdos.

-No, no, no… no puedo abusar más de ti. – me negué efusivamente al entender lo que estaba diciéndome.

-Me estoy ofreciendo yo. – discutió. – Venga, esa rodilla debe estar doliéndote. Necesitamos tu medicación y ponerla en alto. – acabó estirando las manos para que le diera las llaves.

Quizás fuera el agotamiento mezclado con el dolor y la desesperanza que sentía lo que me hizo claudicar.

En cuanto las tuvo, subió rápido impidiendo que pudiera arrepentirme.

¿Qué estaba haciendo?

¿Me había vuelto loca? Seguramente, sí. Definitivamente. No había otra explicación para que estuviera dejando que un desconocido entrara así en mi vida.

Veinticuatro horas más.

Eso era lo único que iba a concederle a esta extraña debilidad que me había poseído. Una vez volviera a salir el sol estaría más fuerte e idearía un plan. Como siempre había hecho.

Edward volvió con una bolsa bastante llena. Estaba a punto dereventar. Podría llevar prácticamente toda mi ropa ahí dentro.

Estaba serio.

-Te ayudo. – se prestó cogiéndome con cuidado de un brazo mientras me apoyaba en la escalera con el otro para levantarme.

-Edward puedo encontrar una solución. Antes me has pillado en un mal momento… - intenté excusarme.

Edward parecía enfadado y no lo podía culpar, finalmente se había dado cuenta que esto era una locura en la que no quería verse envuelto.

-Tu compañero de piso me ha dicho que nos llamará si alguien pregunta por ti pero los dos sabemos que no pasará porque dudo que alguien tenga tu número o dirección. Ese tipo no sabía ni tu nombre. – explicó enfadado.

-En su defensa diré que yo tampoco sé el suyo. – repliqué molesta por lo para mí había sido un claro ataque a mi forma de vida.

Edward cogió aire antes de hablar.

-No sé qué te ha pasado durante estos años. – finalmente habíamos dejado de evitar el tema. - Has perdido tu esencia. Tengo la sensación que estás sola y no entiendo por qué. Solías estar rodeada de gente. – comentó envuelto en esa aura gris que no tenía al subir.

Edward me dejó tiempo para responder pero no estaba preparada para compartir mi historia con él. Ya había descubierto bastantes debilidades para añadirle más. Además, estaba segura que si alguna palabra salía de mi boca sobre la razón por la que perdí esa dichosa esencia de la que hablaba no le caería demasiado bien.

Había visto a Edward varias veces al largo de mi vida. Era el tío de mi mejor amiga y yo solía pasar buena parte de mi vida en la casa de Carlise y Esme. El trabajo de mis padres no les dejaba demasiado tiempo para mí, así que era fácil coincidir con él o sus padres cuando iban de visita a Forks. Incluso esos meses que estuvo viviendo con su hermano poco antes que todo estallara.

-Te ayudaré y tomaré las decisiones sobre esa pierna y solo cuando considere que estás curada te marcharás. – declaró firme sacándome de mis ensoñaciones.

Me apoyé en la baranda liberando mi mente del pasado y volviéndome a centrar en lo que realmente importaba. El presente. Mi vida real. La que había construido sin ayuda de nadie. Algo que tendría que volver a hacer a partir de hoy.

-No puedes hacer eso. Es mi vida. – me opuse con convicción renovadas por mis recuerdos, pero mi rodilla eligió ese momento para dar un fuerte pinchazo y no pude evitar la mueca de dolor.

Mis dedos apretaron fuertemente el pasamanos de la escalera intentando soportar el latigazo doloroso que mi cuerpo me enviaba recordándome mi triste estado.

-Puedo y lo haré. Será tu vida pero de esa rodilla y del brazo me ocuparé yo. – añadió. - Ahora vamos. – ordenó mientras me obligaba a apoyarme en él para caminar.

Edward conducía seguro y tranquilo, algo no muy común en esta ciudad. Pero a pesar de sus habilidades, el viaje en coche fue tenso. Bastante más que el anterior. La breve referencia de Edward a mi pasado había dejado un mal ambiente entre nosotros.

El humor de Edward seguía destilando tensión y yo estaba enfadada con él por imponerse de esa manera, pero mucho más conmigo misma por dejar que alguien al quien no conocía acabara teniendo tanto poder sobre mí.

Pasamos por delante del gran complejo hospitalario en el que Edward había mencionado trabajaba.

-¿Vives al lado de tu trabajo? – pregunté asombrada y un poco celosa porque lo tuviera tan fácil para llegar a trabajar cada día.

-Es conveniente para las guardias o llamadas urgentes. – explicó quitándole importancia.

-Eres afortunado en eso también. – mis palabras salieron demasiado duras.

-Supongo… ¿A qué te dedicas Bella? – preguntó ignorando mi pésimo humor.

Giramos a una calle llena de árboles y casas adosadas preciosas. Obviamente, Edward Cullen vivía en una calle de ensueño. Rodeamos la manzana para llegar a la parte trasera de esa hilera de casas para encontrar sus parkings.

Notaba un remolino de rabia irracional crecer en mi vientre.

-En el Moma. – respondí brevemente.

-¿Venías de allí la noche que te atropellaron? – preguntó cruzando la puerta de su estacionamiento privado. Era un lugar amplio, con sitio para varios coches. Una moto perfectamente cuidada aguardaba en un rincón.

-No. Iba a trabajar a un bar. – respondí sin ganas de hablar de mí.

Edward cabeceó sin añadir nada más.

Repetimos el procedimiento que habíamos hecho en mi casa para bajar del coche pero esta vez fue más sencillo porque todo parecía asquerosamente perfecto en la vida de Edward, hasta su parking.

Caminé lentamente excusándome en mi poco dominio de la muleta y mi dolorido cuerpo pero la verdad era que no quería entrar en la casa. Tenía la sensación de estar traicionándome. Traicionando todo lo que me había prometido que no haría.

Edward me siguió con paciencia cargando mi bolsa. No me había pasado inadvertido que guardaba mis pasos a la vez que bloqueaba sutilmente cualquier huida.

Tan solo se adelantó para abrir con un código la puerta interna de la casa.

-Bienvenida a mi morada. – dijo prendiendo la luz.

La entrada era tan amplia que podía permitirse el lujo de tener una mesa enorme y redonda en medio de la sala y no una diminuta, en la que apenas cabía un cesto para las llaves, contra la pared como la teníamos el resto de mortales.

-Esto es un armario para los abrigos, eso de allí es mi despacho y la otra puerta un aseo. – dijo señalando las puertas blancas a ambos lados de la puerta que quedaban camufladas con el color de las paredes. – Por aquí. – apuntó volviendo a ayudarme a caminar.

Cruzamos un amplio arco que daba a un enorme comedor que, a su vez, comunicaba con una cocina abierta. Había otra puerta más en el otro extremo. Algo apartada.

Todo estaba decorado en madera de tonos naturales y colores grises y blancos. Era bonito como puede ser cualquier casa sin vida.

Edward me ayudó a sentarme en uno de los dos enormes sofás. En cuanto descansé sobre ellos me sentí en el cielo. ¡Al fin un lugar cómodo! Tenía la sensación que hacía mil años que había salido del hospital.

-Te prepararé la medicación. – escuché comentar a Edward. De camino a su casa habíamos parado a recoger mis recetas.

Cerré los ojos y apoyé la cabeza intentando olvidar la realidad de los últimos días. Sólo tendría que sobrevivir unas horas más y recuperaría mi antigua vida. Dejaría este dolor y a Edward Cullen atrás.

-Aquí tienes. Es un analgésico para el dolor. Te irá bien. – me entregó una pastilla y un vaso de agua obligándome a abrir los ojos.

Las tomé en silencio.

Ni Edward ni yo hicimos ningún intento de romperlo.

Desvié la vista por la estancia hasta que reparé en una foto encima de la chimenea. Una foto de ella.

-Rose está bien. Está estudiando medicina en Dartmouth. – explicó Edward cuando adivinó dónde estaban mis pensamientos.

Sonreí. Por supuesto que había conseguido lo que siempre quiso. Rosalie Cullen siempre lo hacía.

-¿Cuánto hace que no hablas con ella? – preguntó sentándose a mi lado.

-Siete años. – me limité a responder. Ambos sabíamos que era algo sobre lo que no quería hablar.– Me gustaría descansar un poco. – pedí bruscamente. No tenía ninguna intención de volver a hablar de mi pasado con un desconocido que, además, era claramente partidario.

-Te acompañaré a tu habitación. – dispuso ayudándome. Lo habíamos hecho tantas veces durante esta mañana que instintivamente habíamos aprendido a ser lo más efectivos posibles, sincronizando nuestros movimientos.

Nos dirigimos a la puerta que quedaba a un lado del salón.

Tenía una gran cama en el centro de la habitación. Un armario tan grande que dudaba que todas mis posesiones ocuparan ni un diez por ciento de su capacidad y una pequeña mesa con una butaca que podía servir para todo un poco. Los tonos seguían siendo igual de aburridos que el resto de la casa que había visto.

-Creo que te irá mejor no subir y bajar escaleras del piso de arriba. Además, tiene lavabo propio. – señaló la puerta que quedaba en la pared izquierda de la habitación.

Me permití un segundo para respirar y liberar la rabia que estaba sintiendo. Me había comportado como una niñata injusta y malcriada. Edward no tenía la culpa ni de mi accidente, ni de mi lamentable situación y mucho menos de mi pasado.

-Edward… - estaba cansada de sentirme como llevaba sintiéndome los últimos días. Supongo que en el fondo de todo estaba conmovida por todo lo que estaba haciendo por mí. No era algo a lo que estuviera acostumbrada y eso me asustaba aún más.

-Gracias, lo sé. – acabó por mí. – Ahora descansa y si tienes fiebre me llamas inmediatamente.

Me limité a asentir agradeciendo internamente la tregua que Edward me había concedido. No tenía ni idea como iba a pagarle todo lo que estaba haciendo por mí.

Me tumbé en cuanto Edward desapareció.

Supongo que de momento las respuestas a mis preocupaciones podían esperar un poco más.

Estaba agotada.

No podía más, así que me dejé llevar por la facilidad que me permitía esta casa y su dueño. Aunque fuera un sueño efímero.

·

[**]

.

NA:

Ahora sí sabéis los motivos por los que Bella mencionó el nombre de Edward. La muy ilusa pensaba que no se iba a presentar en el hospital…. Pobre Bella que parece que la suerte no está de su parte… o quizás sí ;)

Sabemos un poco más de Bella y Edward y oh la la parecen que están viviendo en la misma casa. ¿Será temporal? ¿Se marchará Bella o huirá?

Subiré el próximo capítulo el fin de semana. Intentaré no alargarlo mucho. Voy corrigiendo a cada hueco que tengo.

Nos leemos ;)