Se quedó con Eren un rato, tal vez veinte minutos, antes de decidir levantarse y regresar a su casa. Depositó un suave beso en la lápida y se despidió.

—Te prometo que voy a volver. Si puedes acompañarme eres bienvenido. Si no, vendré a visitarte en cuanto pueda.

Cuando regresó a su hogar encontró a la mayoría de sus amigos ya despiertos, aunque no necesariamente activos. Pieck y Connie estaban dormidos, Jean estaba recostado contra una pared sujetándose la cabeza y con los ojos inflamados y Reiner lo vigilaba de cerca mientras dedicaba miradas despistadas hacia la reina. El cabello demasiado largo de Jean se torcía de formas extrañas hacia todas las direcciones.

—Las resacas se ponen peor con los años —le dijo el grandulón a la mujer cuando pasó a su lado.

Historia estaba sentada en la silla trenzándose el cabello y por último, estaba Annie recargando la cabeza en el hombro del despeinado Armin, obviamente sufriendo del mismo mal que Jean.

—Hola Mikasa —saludó Historia.

—Chicas, pueden ir por agua al pozo y asearse si quieren —comunicó Mikasa.

Pieck se removió en su manta y abrió los ojos, para luego levantarse pesadamente y seguir a Annie e Historia que estaban saliendo ya.

—Armin y Reiner, ayúdenme a cortar la comida, mientras Jean y Connie pueden doblar las mantas —les indicó Mikasa.

—No quiero estarme agachando y sacudiendo. Le cambio el lugar a uno de ustedes —se quejó Jean.

Jean se dirigió a la pequeña cocina y junto con Armin cortaron en pedazos pequeños los restos del estofado que habían cenado, Mikasa salió de la casa de nuevo por suficientes huevos para todo el equipo. Preparó una tortilla revuelta con el estofado que cortaron al tiempo que las chicas iban volviendo y los chicos comenzaban a salir para asearse también.

En poco tiempo todos habían desayunado. La comida y el baño habían mejorado el aspecto de Jean y Annie, quienes se encargaron de lavar los trastes mientras Mikasa preparaba un par de cambios de ropa para el viaje.

Los carros de motor llegaron justo a tiempo, demasiado pronto para el gusto de Mikasa. Al escucharlos la señora Luder salió con un pequeño bolso y miró a su alrededor algo extrañada por la presencia de soldados de la guardia real.

—No sé en qué andes, niña, pero ten muchísimo cuidado —Le pidió la vieja empuñando el cuello de su blusa.

—No se preocupe, me he metido en peores situaciones. Volveré antes de que se dé cuenta.

—No te confíes de los militares. Sé que eres fuerte, si alguien intenta lastimarte defiéndete, muerde dedos, patea partes blandas y apuñala siempre que tengas la oportunidad —insistió Luder.

—No se preocupe, puedo con cada uno de estos tipos, así me ataquen de tres en tres —respondió Mikasa tratando de calmar a la mujer y tomando el bolso que ofrecía—. Usted cuídese mucho y cuiden a mis animales. Ya sabe en dónde está mi escopeta, por cualquier cosa.

La señora luder cedió poco convencida y Mikasa abordó al mismo carro que Historia, Jean y Connie. Tomó el lugar junto a Connie, de espaldas al camino, en gran parte para poder ver su casa y el árbol de la colina el mayor tiempo posible.

El motor de los carros gruñó más fuerte y casi de repente comenzaron a moverse, a alejarla del hogar cómodo que había tenido tantos años.

—Qué tierna mujer —declaró Connie.

—Se nota que se preocupa mucho por ti, Mikasa —convino Historia.

—Me pidió que les arrancara los dedos y les sacara las tripas si me molestaban —respondió ella mirando el contenido del paquete que la señora le dio.

—Es lo justo, estoy seguro de que pensarías hacerlo incluso si no te lo hubiera sugerido —dijo Jean con una media sonrisa—. ¿No tiene idea de quién eres?

—Mis padres y ella eran amigos. Vivía más cerca de mi pueblo, pero nos vinimos a encontrar aquí. Pero si ha escuchado rumores sobre mí no pienso que se los crea, y tampoco he hablado con ella sobre mi tiempo en el ejército. Miren lo que me dio.

Dentro del bolso había dos patatas hervidas y calientitas envueltas en una toalla, un paquete envuelto en tela que contenía una aguja e hilos de diferentes colores y hasta abajo un pequeño cuchillo desollador que cabía perfecto entre su blusa y la pretina de su falda.

—¿Sabes usar eso? —Preguntó Historia refiriéndose al cuchillo.

—No mucho —admitió Mikasa—, mi mamá practicaba hacer bordados conmigo, pero no soy muy diestra, y hace un par de meses que la señora Luder intenta enseñarme. Seguro mandó esto para que practique en el viaje.

Historia parpadeó pensando en la respuesta recibida, pero Jean no tardó en decir:

—Yo sí sé bordar.

—Segúramente —se mofó Connie.

Mikasa partió las papas a la mitad y las ofreció a sus amigos. Creyó ver que los ojos de Connie y Jean se llenaron de lágrimas por un segundo, pero luego éstas se disiparon.

—¿Saben qué? En algo puedo estar de acuerdo con la chica patata —dijo Jean, su voz quebrándose en la última palabra, así que aclaró la garganta antes de continuar—: sí es mejor comerlas recién hechas.

Los carros siguieron avanzando y no pasó mucho para que el árbol de la colina desapareciera en el horizonte. El camino siguió silencioso por algún tiempo hasta que Jean habló una vez más.

—Mikasa —habló Jean un par de minutos después de que se acabara su patata—. ¿No has pensado en recibir un par de los niños de Historia?

—No son mis niños —lo cortó la reina.

—Tienes bastante espacio y tu granja parece un sitio sano para que los chicos jueguen.

—Me va bien pagando impuestos, me sobra suficiente comida como para llevar a las granjas que acogen niños —explicó Mikasa—. Y el trabajo en la granja consume bastante tiempo, ¿quién les echaría un ojo a los críos cuando esté trabajando?

—Si solicitas empleados podría hacerlo yo.

—No lo creo —dijo Historia cubriéndose la sonrisa con una mano.

—¿Ah?

—Sí, Jean —rió Connie—. ¿Cuándo fue la última vez que hiciste tu cama?

—¿Y cuándo has cuidado a otra persona? —Intervino de nuevo Historia.

—De hecho cuando tenía once…

—Y no eres exactamente buena influencia tampoco.

—¡Bueno, basta!

El par estalló en risas e incluso Mikasa volteó hacia afuera en la ventanilla tratando de ocultar una sonrisa demasiado grande.

El camino siguió hacia el norte, y como cada vez que pasaba por ese lugar, se quedó sin respiración. Acababan de pasar la montaña en donde se encontraba su antiguo hogar, donde se despidió de su primera familia.

—Historia —dijo lentamente—, ¿crees que pueda pedir un pago por participar en esto?

—Pues, sí. ¿Qué es lo que quieres?

—Me gustaría saber en dónde están enterrados mis padres. O qué hizo la policía militar con sus cuerpos.

Cuando dijo eso Connie cruzó sus piernas y Jean carraspeó. Historia mantuvo la cara seria que tantos años de hacer política le permitían mostrar. Estaba segura de que todos conocían al menos algunos detalles sobre lo que había pasado. Eren dejó de contarle a las personas después de ver la reacción de Mikasa cuando Armin se enteró, pero cuando el comandante de la policía militar habló sobre el hecho en el juicio de Eren, casi siete años atrás, los rumores se extendieron. Quizá fuera lo mejor que no recibiera demasiada compasión de quienes se enteraron, la mayoría del cambio le mostró temor. En el caso de sus amigos, no se veía que le tuvieran más miedo del normal, pero sí una incomodidad terrible a partir de entonces cuando hablaba de su pasado antes de llegar con los Jaeger.

—Claro que puedo hacerlo, Mikasa, sin problemas.

—Y en caso de que estén en propiedad de algún militar me gustaría poder visitarlos.

—Veré lo que puedo hacer —le aseguró la reina.

—Mikasa… —Comenzó Connie. La mujer volteó a verlo—. ¿No has visitado a tus padres ni una vez?

Mikasa bajó la cabeza. Tenía muchas excusas: era muy pequeña cuando pasó, no tuvo tiempo cuando sirvió como soldado, le incomodaban las tumbas cuando recuperaron el muro Rose, no se quería arriesgar a anunciar su identidad al preguntar por ellos cuando empezó a pasar meses y años cuidando la tumba de Eren. Le dolía que probablemente fuera verdad la que más le apenaba, la razón por la que sentía que su amigo la juzgaba: no quería revivir esos momentos de miedo, quería olvidar y seguir hacia adelante, pero no tenía mucho éxito con ello.

Connie apretó su mano suavemente y cuando Mikasa volteó a verlo le sonrió, tenía los ojos vidriosos de nuevo.

—Es difícil, lo entiendo.

Mikasa se relajó, la cabeza le dolía un poco y notó que había estado conteniendo la respiración. Miró a su alrededor y notó que Historia y Jean portaban suaves sonrisas también. Sin duda se sentían incómodos, pero a pesar de eso estaban ahí para ella, al igual que lo estaba Armin que era el único que estaba segura de que conocía los peores detalles.

El viaje continuó en silencio, Mikasa veía por la ventanilla los asentamientos nuevos y los pueblos convertidos en ciudades. Historia les comentó que viajarían hasta la zona Rose.