Descargo: Shingeki no Kyojin y sus personajes le pertenecen a Hajime Isayama, yo solo los he tomado prestados para esta historia.


CAPÍTULO 4:

RAPTO DE CORDURA


La razón es sólo una cosa creada, impuesta con la fe en el mundo. Las estrellas no prometen nada a nadie.

(Anne Rice).

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Manteniendo la fría calma que lo caracterizaba pese a sentir que bullía de rabia por dentro, Zeke, entrando a la espaciosa habitación que ocupaba como despacho en la segunda planta de la mansión, se dejó caer sentado sobre la negra butaca del escritorio, girándose en ella para poder mirar por el alto y amplio ventanal que se encontraba tras él y daba hacia los jardines.

La completa oscuridad nocturna que se apreciaba a través del cristal, había convertido los altos árboles y setos circundantes en meras sombras que bordeaban el camino. Una oscuridad de alta luna menguante que parecía absorberlo todo a su alrededor, volviendo el cielo un pesado manto de terciopelo negro con pequeñas estrellas incrustadas que apenas rompían su gobierno absoluto, y la cual, de cierta forma, le daba paz. Después de todo, se recordó Zeke, ellos eran seres que habían nacido por y para la noche.

Cerrando los ojos unos instantes, sintió como el cansancio lo embargaba de golpe, y no era algo de extrañar con lo muy poco que había descansado aquel último día. Tras ser informado de la desaparición de Eren, la noche anterior, todo su mundo se había vuelto un completo caos a causa de la rabia, el miedo y la angustia que la posibilidad de perder a su hermano menor le causó; ciertamente aquella desobediencia, por parte del chico, no era algo que él esperase.

Por supuesto que Yelena, práctica como siempre, había actuado de inmediato, indagando entre los miembros del clan para averiguar si alguno de ellos sabía algo de sus planes o su paradero; sin embargo, nadie parecía haber visto a Eren durante su huida, lo que no era raro si se tenía en cuenta la extraña capacidad que solía tener su hermano para pasar casi desapercibido. Ni siquiera Jean, que era su confidente y amigo más cercano, dio indicios de haber estado al tanto de los planes de este; ahora, no obstante, Zeke era consciente de que el chico le había mentido con todo descaro.

¿Cuántos años habían transcurrido desde la última vez que él experimentó ese tipo de angustiosa frustración por no poder conseguir lo que deseaba?, se preguntó.

Una parte suya, realmente había estado aterrada ante la perspectiva de que Eren hubiese huido de su lado para siempre; después de todo, Carla había hecho lo mismo en su momento al enterarse de que estaba embarazada de su padre, y, por desgracia, el temperamento de su querido hermano se parecía demasiado al de esta. Sí, Zeke realmente había sentido terror ante la idea de perder a Eren, y no solo por lo que eso podría representar para su posición y sus planes dentro del clan, sino que también por el hecho de que, si este llegase a dejarlo algún día, él se quedaría completamente solo en aquella vida tan larga y dolorosa, y no estaba seguro de poder soportarlo.

Y había sido debido a ese miedo y su propia debilidad, que la ira acabó despertando una vez más en él, sobre todo al sentir que el comportamiento de Eren era casi una afrenta personal hacia la autoridad que Zeke representaba. Por ese motivo, y antes siquiera de darse cuenta de lo que hacía, había enviado a casi todos los vampiros de su clan para que buscasen a su hermano menor, enfureciéndose más y más ante la llegada de cada nuevo informe, los cuales solo parecían hechos para desalentarlo y burlarse de su angustia. Eren se había esfumado en la nada, casi como si fuese un fantasma. Desaparecido sin dejar tras de sí el más mínimo rastro para que él pudiese buscarle y encontrarle, probablemente, porque no deseaba que lo hiciera.

Un día completo fue lo que su pequeño hermano le obligó a estar sumergido en aquella angustia constante; un día completo siendo devorado de la peor forma posible por aquel doloroso miedo, y, debido a ello, cuando un par de horas atrás Yelena finalmente le informó sobre su regreso, tras el inmenso alivio mezclado con infinito agradecimiento que sintió, la parte más amable de Zeke pareció ser consumida de inmediato por el hombre frío y controlado que su padre había hecho de él, haciendo que fuesen su orgullo y la rabia los que se impusieran sobre sus verdaderos deseos y sentimientos.

A pesar de lo mucho que ansiaba hacerlo —y de su instinto prácticamente ordenándole reclamar su posesión—, Zeke se había obligado a no ver a Eren de inmediato, comprendiendo que necesitaba darse un tiempo prudente para templar un poco sus tempestuosas emociones antes de acabar haciendo algo de lo que luego pudiera arrepentirse; además, sabía perfectamente bien que la desazón provocada por la espera, en muchas ocasiones resultaba ser un castigo en sí mismo, y era evidente que el chico necesitaba con urgencia un escarmiento a su rebeldía.

Aun así, y pese a toda su determinación autoimpuesta, Zeke igualmente acabó yendo al encuentro del otro mucho antes de lo planeado. Cuando de Eren se trataba, él no era más que un ser patético, y aquella dolorosa separación forzosa era algo que le resultaba insoportable, consumiéndolo por dentro.

El coro de risas provenientes desde los jardines —de seguro pertenecientes a los miembros de alguno de los grupos que acababan de regresar—, le resultó molesto, para nada acorde con su malhumor. Poniéndose de pie, Zeke se dirigió hacia una de las amplias estanterías de madera de ébano que cubrían una de las paredes del despacho, y, tras quitar un voluminoso libro en latín, dejó al descubierto la pequeña caja de seguridad donde solía guardar algunas cosas importantes.

Sacando con cuidado el pequeño frasco de cristal tallado que mantenía allí, lo apretó con suavidad en la palma de su mano, sintiendo bullir dentro suyo la euforia de la anticipación y la duda.

¿Qué debería hacer?, se cuestionó, notando el frío del cristal enterrarse en su piel cual si fuesen esquirlas. ¿Seguía aguardando pacientemente por la mayoría de edad de su hermano, como eran sus planes originales, o tomaba cartas en el asunto para solucionar las cosas con este de una buena vez?

Lamentablemente, la situación estaba tomando un rumbo por completo diferente del que él había previsto, destrozando en su totalidad sus elaborados planes. Faltaba poco más de medio año para que Eren cumpliese por fin la mayoría de edad y, con ello, ocupar su lugar en la dirección del clan como su padre siempre esperó; no obstante, al enfrentarlo esa noche, Zeke se había percatado, con horror, de que las cosas estaban cambiando, y no para mejor. De que el chico temperamental, pero obediente y un poco temeroso que era su hermano menor, estaba bastante cerca de llegar al punto de rebelarse contra todo y todos, especialmente él.

Aunque odiase admitirlo, Zeke había visto la verdad ocultándose tras los verdes ojos de este después de haberle hecho algunas cuantas preguntas sobre su huida. Eren, astuto como era, le había contado lo necesario, por supuesto; sin embargo, por primera vez en años, se había atrevido a esconderle cosas de forma premeditada, alterando la verdad con cuidadosas mentiras que sabía él podría creerse. Su manera de hablarle, un poco más segura y retadora, resultó ser la primera alarma que le indicó que algo estaba ocurriendo con el chico; aun así, no fue hasta contemplar la ferocidad de su mirada, apenas contenida en su rostro calculadamente inexpresivo, que Zeke comprendió que algo en verdad importante le había ocurrido a su hermano. Algo tan importante que lo estaba —tal vez de manera inconsciente— impulsando a ser otro hombre.

Y aquella revelación le había provocado un miedo absolutamente visceral, tanto que él terminó comportándose como un auténtico necio, arruinando las cosas por completo.

Comprendiendo lo cerca que estaba de perder a Eren, Zeke se había permitido, por al menos un momento, bajar la guardia frente a este, dejándole ver no solo su vulnerabilidad, sino que también sus verdaderos sentimientos, esperando, ingenuamente, que tal vez pudiese llegar a corresponderle. Pero el rechazo de su hermano había sido tan doloroso como directo, haciendo que se diese cuenta de que jamás sería así; de que Eren nunca podría amarlo de la misma forma que él lo hacía, y saber aquello tan solo acabó por hacer que perdiese la cabeza debido al sufrimiento, convirtiéndolo en un ser cruel y despiadado. Un abrumador rapto de cordura.

El recuerdo de aquella otra noche, años atrás, llenó su mente con la amargura de todos los pecados cometidos. La muerte de Grisha en verdad había sido un duro golpe para él, y no precisamente porque amase a su padre, sino por todo lo que esta cargó sobre sus hombros sin que Zeke estuviese aún preparado para ello. Eren, preocupado por su bienestar, había intentado hacerle entrar en razón, luchando por calmar su dolor y rabia; luchando, con toda la determinación de sus quince años, para que él no cometiese más errores de los que más adelante pudiera arrepentirse. No obstante, herido como se hallaba, Zeke acabó perdiendo la cabeza del todo en aquella horrible discusión que se les fue de las manos, provocándole a su hermano menor un daño irreparable.

Siendo honesto consigo mismo, lo cierto era que Zeke no recordaba con claridad todo lo ocurrido en aquellos días de locura sangrienta y posesiva; sin embargo, sí sabía que en algún momento terminó con Eren prisionero entre sus brazos, mordiéndolo y abriendo su mente para él a la fuerza al beberse los recuerdos de ambos, no con la íntima familiaridad y afecto que habían compartido otras veces antes, sino con toda la brutalidad y posesión de su especie, como si de aquella forma pudiese gobernarlo por completo y reclamarlo como suyo. Como si, de aquel modo bestial, finalmente pudiese dejarle claro a su hermano a quien pertenecía.

La dura recriminación de Yelena por su actuar, fue la violenta vuelta a la realidad para Zeke, llenándolo de amargo y profundo arrepentimiento en cuanto comprendió lo que había hecho. Por supuesto, disculparse con Eren fue una de las primeras cosas que hizo tras aquel acto de locura, prometiéndole a este jamás volver a agredirlo de ese modo; promesa que él había cumplido de manera inquebrantable hasta ese día, por mucho que su hermano lo enfadase o frustrase en algunas ocasiones con su mal comportamiento y rebeldía. Incluso, pasado un tiempo, Eren había vuelto a permitirle beber de su sangre en algunas oportunidades, aunque la cautela y el miedo nunca dejaron de estar presente entre ambos; un doloroso recordatorio de aquella fatídica noche de la que ninguno había deseado volver a hablar, pero la cual les era imposible olvidar.

Aun así, y pese a darle lo que él tanto deseaba, su hermano nunca más quiso probar su sangre por mucho que Zeke insistiera en ello. Una negación de la cual él conocía perfectamente el porqué, destrozando su corazón: su hermano había dejado de quererle.

Acercándose al ventanal para quedar de pie frente a este, levantó el pequeño frasco de cristal y observó como el traslúcido líquido tomaba una tonalidad casi plateada debido a la escasa luz lunar que se reflejaba sobre él. Era hermoso, pensó Zeke al mirarlo; tanto que, a simple vista, nadie podría suponer lo increíblemente terrorífico que ese líquido podría llegar a ser. Su última opción. Aquella que había esperado nunca tener que llegar a utilizar a menos que ya no tuviese nada más que perder ni a lo que aferrarse; sin embargo, tras lo ocurrido con Eren aquella noche, la tentación de usar aquella droga era enorme. Solo tendría que obligar a este a beberla, y luego…

El suave llamado a la puerta del despacho lo obligó a abandonar sus sombríos pensamientos, regresando a la realidad. Guardando nuevamente el frasco de cristal en la caja, Zeke, con su acostumbrado «adelante», autorizó a Yelena para que ingresara a la estancia.

—Ya se ha informado a los grupos de búsqueda de que Eren está de regreso en la mansión, y en perfecto estado, por lo que antes del amanecer todos deberían encontrarse nuevamente en casa —le informó esta, siendo, como de costumbre, una rubia y serena visión de completo control y eficacia; el gran motivo por el que él la mantenía a su lado—. ¿Has decidido ya lo que harás a continuación, Zeke?

Sintiendo la mirada de la vampira posada sobre él, volvió a tomar asiento frente al escritorio, acodando sus brazos sobre este y apoyando la barbilla en sus manos unidas. El tablero de ajedrez de blanco mármol y negro ónix que había dejado allí horas antes —con una partida inacabada— seguía tal cual; sin embargo, al contemplar las piezas con detenimiento crítico, Zeke se percató con desagrado de que en ellas se reflejaban a la perfección todo el caos emocional que habían sido sus pensamientos debido a Eren. Una auténtica pérdida de control.

—Quiero que me avises cuando todos estén de regreso, y pídeles que se reúnan en el salón antes de que puedan retirarse a descansar. Quiero agradecerles personalmente por el esfuerzo que han puesto en la búsqueda de mi hermano. —Aquella, se recordó, era una de las enseñanzas más importantes que le había dejado su padre. Así como se debía guiar con firmeza extrema a quienes estaban bajo su cuidado, en algunas ocasiones también era necesario ceder un poco y mostrarse amable frente a ellos—. Igualmente, tengo un favor que pedirte, Yelena, aunque es algo personal. Eren fue atacado por unos cuantos cambiantes durante su «salida», sin embargo, no cuento con más información al respecto sobre estos. Me gustaría que hicieras algunas averiguaciones para descubrir a los involucrados, de ser posible. Tengo curiosidad por saber si fue un ataque puramente casual o si tenían otras intenciones.

El pálido ceño de la joven vampira se frunció al oírlo, cargando sus negros ojos de genuina preocupación.

—¿Crees que alguien puede estar tras Eren? —le preguntó.

Tras mover una nueva pieza en el tablero y analizar la jugada, Zeke se recostó contra la butaca y cerró los ojos. Comenzaba a dolerle la cabeza, lo que resultaba un completo fastidio.

—Es una posibilidad que no podemos descartar. Por desgracia, los líderes de algunos clanes y manadas conocían a su madre y saben del amorío que esta tuvo con nuestro padre, por lo que la sospecha sobre la naturaleza mestiza de mi hermano siempre ha rondado como una sombra desagradable sobre nuestro clan. Por más que Eren sea un vampiro sangre pura y se le haya resguardado de todo, su seguridad siempre será una cosa delicada.

—En ese caso —comenzó a decir Yelena, y algo en el tono de su voz lo alertó de que aquello probablemente no iba a gustarle—, ¿no sería lo más apropiado prepararlo en vez de ocultarlo, Zeke? Eren pronto cumplirá la mayoría de edad y tendrá que asumir sus responsabilidades con el clan, actuando como tu representante e intermediario frente a los otros líderes. Quizá ha llegado el momento para que aprenda a defenderse por si algo así vuelve a sucederle. No podrás protegerlo por siempre.

La negación llegó a sus labios con la velocidad filosa de un latigazo, pero se calló al comprender que a la argumentación de su ayudante no le faltaba razón; sin embargo, ¿cómo le explicaba a Yelena que la perspectiva de enseñar a Eren a utilizar sus habilidades para defenderse le resultaba aterradora? Él mismo acababa de tener una pequeña muestra de ellas en su último encuentro, y aún no lograba salir de su asombro. Sin ninguna preparación previa, y a pura fuerza de voluntad, su pequeño hermanito le había impedido indagar en sus pensamientos, por más que Zeke lo había intentado. Pese a la diferencia de edad de ambos, a lo muy poderoso que él era y al completo control que tenía sobre sus habilidades, Eren terminó anulándolo casi por completo, permitiéndole tan solo obtener pequeños retazos de sus recuerdos; fragmentos tan vagos y difusos que al final le fue imposible conseguir de ellos las respuestas que deseaba.

Por ese motivo, Zeke todavía podía notar el nudo de rabia que había anidado dentro de su pecho tras aquella nueva afrenta; y era por eso mismo que, mientras estuviese en sus manos, él jamás permitiría que Eren tuviera control de sí mismo y sus habilidades hasta que le hubiese jurado una total sumisión y lealtad.

—Me lo pensaré —mintió a Yelena, para conformarla; negándose a explicarle sus verdaderos motivos y temores—. Sin embargo, ahora mismo debo ocuparme de otro asunto de suma importancia.

—¿Qué cosa? —preguntó esta extrañada, frunciendo sus delgadas cejas—. No recuerdo que hubiese nada previsto para hoy.

—Tráeme a Jean —pidió Zeke, interrumpiéndola. Al ver su oscura mirada llena de incertidumbre, tan solo sonrió lánguidamente—. Mi padre siempre decía que era necesario saldar las deudas, por pequeñas que estas fuesen. Y cuanto antes se hiciera, mucho mejor.


Lo primero que alertó a Levi de que algo iba mal, fue el casi imperceptible sonido de pasos fuera de su habitación alquilada. No era que el pasar constante —y nada discreto— de pasajeros dentro de las instalaciones del motel resultase algo raro, pero sí el hecho de que estos no fuesen para nada humanos.

Lo siguiente que alteró sus sentidos, fue el inconfundible olor a tierra salvaje que siempre asociaba a los lobos. Una esencia arrastrada que solía invadir cualquier lugar de forma desagradable y persistente, sobre todo cuando las intenciones de quienes se transformaban no eran las mejores.

Joder, iba a tener problemas.

Dejando a un lado el libro que estaba leyendo, se sentó en la cama para calzarse los botines y soltó un largo suspiro de fastidio, maldiciendo mentalmente a todas las putas especies y criaturas que no sabían respetar la intimidad y el descanso de otras personas. Las sombras en el exterior —visibles a través de la ventana y bajo la puerta— no parecían haber sufrido cambios en un rato, pero todavía así su instinto le advirtió que quien rondaba por el lugar seguía allí, por lo que no debía confiarse y bajar la guardia.

Tras abrir el cajón de la mesilla de noche, Levi extrajo un largo cuchillo de combate, el cual se hallaba cuidadosamente envuelto en su funda de desgastado cuero negro. Sopesándolo en su mano durante unos segundos, finalmente quitó la protección de este para contemplar el filoso y peligroso brillo de la plata que daba forma a la hoja, destellando con aire mortífero ante sus ojos; un brillo tan deslumbrante como la luna llena que siempre gobernaba a su especie y sacaba lo peor de ellos, y la cual aun así no podían dejar de adorar, como si le perteneciesen.

Al presionar la yema de su índice izquierdo contra la punta del arma, una ligera quemadura se hizo de inmediato visible sobre su pálida piel, provocando una corriente de profundo dolor que recorrió todo su brazo al completo, hasta casi acalambrarlo. Si para él, siendo un híbrido, la plata resultaba siempre el peor de los castigos posibles, para los cambiantes de pura sangre era una completa tortura. Levi realmente odiaba utilizar aquel rastrero método para defenderse de su propia especie, pero dado que los lobos no solían cazar solos, su desventaja al ser un marginado siempre era mayor. Además, a situaciones desfavorables, cualquier método de supervivencia era válido, o al menos aquello era lo que siempre había dicho Isabel para justificar su actuar como grupo; una justificación a la que, al menos por esa noche, él confiaba no tener que recurrir.

Intentando no hacer más ruido del necesario, se acercó hasta la ventana cerrada y descorrió un resquicio de la asquerosa cortina gris, atisbando el exterior por ella. La noche parecía tranquila, incluso más de lo habitual en aquel sitio, pero cuando sus ojos se dirigieron hacia la puerta, una sombra delgada y alargada se hizo visible en esta, solo un instante antes de que un ligero repiqueteo sobre la madera anunciara a su visitante.

El llamado se repitió dos veces más, tan sutil que era improbable que otros huéspedes siquiera lo hubiesen oído; no obstante, Levi no se dirigió a abrir de inmediato, dando antes un analítico vistazo a la habitación para sopesar sus posibilidades de lucha y escape.

Joder con él y su maldito corazón blando, se regañó con enfado, porque estaba completamente seguro de que toda aquella mierda tenía nombre y apellido: Eren Jaeger, el mocoso vampiro al que le había salvado la vida.

Durante las últimas horas, Levi se había preguntado una y otra vez por cómo le estarían yendo las cosas a este; si ya habría regresado a ese hogar, con el que no parecía muy satisfecho, y si habría tenido o no problemas durante su viaje de retorno.

Él sabía bien que aquello ni siquiera debería haberle importado ni mucho menos quitado el sueño, pero, de algún modo extraño, el mocoso había llamado su atención sin que pudiese evitarlo; tanto que ahora simplemente no lograba sacárselo de la cabeza, lo que lo irritaba todavía más.

Sin embargo, lo que Levi jamás esperó, fue que su buena acción se viese recompensada con un problema más grande todavía, porque no necesitaba ser un genio para comprender que lo que motivaba aquella visita nocturna no era la hospitalidad territorial precisamente; y, por primera vez en mucho tiempo, sintió un poco de miedo.

Nada más abrir la puerta, la alta y esbelta figura de su visitante se hizo visible, obsequiándole una sutil sonrisa que no bastó para ocultar el salvaje brillo depredador presente en sus ojos castaños.

Tal como él esperaba, el muchacho era un cambiante; un mocoso de no más de dieciocho o diecinueve años, con una despeinada mata de corto cabello pelirrojo que se asemejaba a un nido y una expresión petulante que parecía ser enfatizada por sus delgadas cejas. Este vestía completamente de negro, con rasgados vaqueros, cortas botas de combate y una camiseta que dejaba al descubierto sus antebrazos fibrosos. Al notar el tatuaje de complejas letras arabescas que lucía con orgullo cerca de la clavícula izquierda y rozaba parte de su cuello, Levi supo, sin lugar a duda, que era miembro de alguna importante manada de la zona.

Joder.

—¿No me invitarás a pasar? —le preguntó el joven cambiante, posando la puntera de su bota sobre la entrada de la habitación; una clara advertencia de que no esperaba un «no» por respuesta.

Cruzando los brazos sobre el pecho y apartando de un puntapié el pie invasor, él le sonrió de vuelta con letalidad.

—Largo de aquí, mocoso lobo. Eres menos que bienvenido.

—¿Lobo? —inquirió este, con una sonrisa más desagradable aun—. ¿Es que acaso tú no eres lo mismo, cambiante?

—No para ustedes y sus reglas de mierda —replicó Levi con fría rotundidad, dispuesto a cerrarle la puerta en las narices; no obstante, y quizá debido a su estúpida audacia juvenil o su enorme autoconfianza, el chico dio un paso más en su dirección; paso que se vio obligado a retroceder cuando se encontró con el cuchillo de plata a escasos centímetros de su yugular—. He dicho que te largues por donde has venido, bastardo. ¿O es que acaso necesitas que te lo tatúe para entenderlo? —preguntó, presionando la punta del arma contra uno de los negros bordes de la marca, haciendo que el otro se estremeciera.

Un nuevo paso atrás y las manos del chico alzadas frente a su pecho fueron una clarísima señal de rendición, pero el hecho de que no hubiese perdido su expresión arrogante —pese a su evidente temor de ser herido—, crispó los nervios de Levi de manera desagradable.

—Paz, compañero. No he venido a enfrentarme contigo si eso es lo que temes —comenzó este, tendiendo una mano en su dirección, la cual, por supuesto él no tomó, aunque al chico tampoco pareció importarle.

—Tch, paz mi culo. Si esta fuese una visita pacífica, no hubieras llegado rondándome como una puta plaga en primer lugar —espetó con desagrado—. Yo no me meto en el territorio de nadie, lobo, y solo espero que hagan lo mismo conmigo.

—Lamentablemente, yo solo sigo órdenes —se defendió el chico intentando parecer sincero, pero sin lograrlo del todo—. Mi líder es el responsable de esta zona de la ciudad, por lo que me pidió te diese la bienvenida y hablara contigo.

Alzando una de sus negras y delgadas cejas, Levi soltó una corta carcajada llena de ironía.

—Oh, ¿así que tu líder es un tipo amable? ¡Que conmovedor!

Tras encoger sus hombros con despreocupación, el mocoso lobo agitó la cabeza en un gesto de negación, el cual desordenó aún más su desastroso cabello pelirrojo.

—Para nada, pero sí es un hombre inteligente y has captado su atención; tanto como para desear ofrecerte un trato, Levi Ackerman. —Dando un nuevo paso en su dirección, el extraño chico sonrió una vez más y apoyó una mano abierta contra la puerta—. ¿Ahora si me dejas pasar?

La respuesta de Levi demoró unos minutos en llegar, pero cuando retrocedió para dar libre acceso a este dentro de la estancia, ninguna palabra más fue necesaria.

Había hecho su elección.


Llamando una vez a la puerta del cuarto para anunciar su visita, pero sin obtener respuesta alguna, Yelena, tras mirar a ambos lados del pasillo para cerciorarse de que se encontraba por completo a solas y lejos de ojos curiosos, sacó con cuidado la llave que tenía en el bolsillo del pantalón, haciéndola girar dentro de la cerradura hasta oír su inconfundible clic.

Con cuidado de no derramar el contenido que llevaba en la bandeja, entró a la estancia como si esta le perteneciese, sin importarle en absoluto que no la hubiesen invitado a pasar.

Tal como esperaba, sus ojos demoraron unos cuantos segundos en adaptarse a la escasa luz, la cual provenía de la lámpara sobre la mesilla de noche —que se hallaba ajustada para alumbrar al mínimo— y otorgaba un aire suavemente etéreo al ambiente, lo que resultaba agradable.

Tumbado de espalda sobre la amplia cama que ocupaba el centro de la habitación, Eren —todavía vestido con las mismas horribles ropas que llevaba a su llegada, como una especie de infantil desafío que, ella supuso, debía ser para Zeke— mantenía los ojos cerrados y una respiración lenta y pausada similar a la del sueño; no obstante, la tensión de sus manos morenas sobre su abdomen, apretadas en sendos puños, delataban y acusaban claramente su actuación.

—Te he traído algo de comer, así que levántate —ordenó Yelena al tiempo que depositaba la bandeja sobre la pequeña y redondeada mesa para dos personas que se ubicaba cerca de la ventana que daba a los jardines—. Sé que estás despierto, Eren. Deja de fingir y hacerme perder el tiempo.

De mala gana los verdes ojos del chico se abrieron, mirándola con cierto aire retador que se enfatizó aún más debido a sus pobladas cejas fruncidas. Al notar la intensa belicosidad de este, ella no pudo dejar de sorprenderse un poco por aquel cambio. Eren jamás había sido un chico fácil, tenía demasiado temperamento y rebeldía para ello, pero al menos sabía fingir una amabilidad educada acorde a su posición dentro del clan; sin embargo, el chico que en esos instantes la observaba, claramente deseaba guerra.

Sin pedirle permiso, Yelena comenzó a disponer la mesa para que el muchacho comiera, ya que de seguro debía morir de hambre tras haber sido herido y la gran pérdida de sangre que aquello tuvo que suponer; además, aunque Zeke no le había dicho nada al respecto, tras ver lo muy ansioso que este parecía minutos atrás, supuso que la discusión con Eren no había acabado siendo del todo pacífica. Suposición que comprobó al notar la horrible marca de colmillos que este tenía en el lado izquierdo del cuello.

Sintiendo su estómago contraerse ante el desagradable peso de aquella verdeazulada mirada sobre ella, Yelena sirvió dos copas de espeso líquido rojo y tendió una a Eren, quien la miró dudoso, sin hacer ademán de aceptarla.

—Pensé que hoy no estarías de humor para que trajese a alguien de quien pudieras alimentarte, y tampoco creí que tu hermano lo permitiera en realidad; así que supongo que esto es mejor que nada, ¿no?

Dando un sorbo a su propia copa, saboreó el tibio regusto de la sangre en su lengua, comprobando que las existencias almacenadas no eran tan desagradables como ella había temido en un comienzo; aun así, debía reconocer que estas no podían compararse para nada con la dulce sensación de beber directamente de una presa, algo que para ellos siempre era similar al éxtasis.

Tras una nueva mirada de cejas arqueadas de su parte, Eren aceptó al fin su copa de mala gana y se sentó recatadamente en la silla, contemplando desanimado el rojo contenido que llenaba esta y la jarra de cristal de donde había sido servida.

—Gracias, Yelena. Has sido en verdad muy amable —murmuró el chico con una sonrisa por completo insincera, acercando la copa a sus labios y vaciándola de un par de tragos. Cogiendo la servilleta, Eren limpió su boca manchada de rojo antes de volver a contemplarla con antipatía—. Y bien, ¿a qué se debe que fueses tú y no alguno de los sirvientes quien me trajese la comida? Es el procedimiento habitual, ¿no?

Comprendiendo de inmediato la pregunta implícita bajo aquel simple comentario inocente, ella sonrió apenas, contemplando con ojos ligeramente velados al chico frente suyo. Sin querer cuestionarla de manera directa, Eren estaba intentando averiguar si, debido a su «pequeña escapada», Zeke había decidido ponerlo bajo custodia estricta, lo que, para su desgracia, no era una suposición incorrecta.

—Zeke ha decidido que, de momento, solo él y yo podemos venir a visitarte. —Solícita, Yelena volvió a rellenarle la copa de sangre—. Ya sabes, una medida de precaución.

Una mueca de desagrado se dibujó en los labios de Eren al oír sus palabras, pero rápidamente volvió a su habitual expresión imperturbable, tomando la copa entre sus dedos para remover con suaves movimientos circulares el espeso líquido en su interior.

—Me está castigando —le dijo el chico con calculada frialdad, bebiendo lentamente de su copa—. Zeke todavía me trata como si fuese un niño. Cuando le conviene, claro.

Sin poder evitarlo, los ojos de Yelena una vez más recayeron en la marca de mordedura visible sobre el moreno cuello de Eren. No era el tipo de mordida limpia que solía quedar cuando un vampiro bebía de otro por consentimiento mutuo, sino que en esta se apreciaba toda la brutalidad y el salvajismo de quien lo había hecho. Era el mismo tipo de repulsiva laceración que ella había visto en el chico, dos años atrás.

Una pena inmensa la invadió al comprender lo que Zeke había vuelto a hacer aquella noche. Tristeza no solo por el dolor y la culpa que, seguramente, ahora este estaría sintiendo debido a su impulsivo actuar, sino que también por el joven muchacho vampiro que se hallaba sentado frente suyo, y quien no era más que una pobre víctima de las circunstancias, al igual que ella misma. Una condenada a saber que, pese a todos sus esfuerzos y anhelos, sus sentimientos nunca lograrían ser correspondidos por quien amaba.

—Ya te lo he dicho, Eren, no es un castigo, solo precaución —mintió en respuesta, con dura claridad—. Además, conoces bien a tu hermano. ¿Crees que tras lo sucedido se conformaría solo con algo así? ¿Qué te lo haría pagar tan fácil?

Yelena le oyó inspirar con fuerza, obviamente sorprendido y asustado de sus palabras; y no era para menos, sabiendo de primera mano lo cruel que muchas veces podía llegar a ser Zeke.

—Por favor, dime como va a castigarme. Porque tú lo sabes, ¿verdad? —le pidió el chico; sus verdes y aterrados ojos pareciendo enormes en su rostro todavía demasiado infantil.

Ella solo negó con un gesto.

—Sabes perfectamente con quien está mi lealtad, Eren.

—¡Dime! —le ordenó este en aquella ocasión, dejando la copa con tanta fuerza sobre la mesa que terminó hecha añicos, derramando restos de sangre por todas partes.

Pese a que era improbable que el enfadado chico se hubiese dado cuenta, por un instante, su enorme parecido con Zeke resultó innegable a ojos de Yelena. Dos gotas de agua procedentes de la misma fuente. Aquellos profundos lazos sanguíneos que ninguno de ellos podía negar, aunque los lastimasen.

Incapaz de seguir mirándolo a la cara, ella le dio la espalda y se dirigió hasta una de las estanterías de libros, observando sin ver realmente la gran colección de títulos que allí se encontraban. Tomos y tomos de libros que, seguramente, aquel pobre muchacho habría leído sin pausa alguna durante los últimos años, siendo esta su única forma de escape a la horrible realidad en la que estaba inmerso.

¿Por qué todo lo relacionado con Eren debía ser siempre tan complicado?, se preguntó Yelena. Lo que sentía por este siempre había sido algo difícil de sobrellevar y, por tal motivo, su relación constantemente se tambaleaba en una fina línea que rozaba tanto el respeto como el desprecio mutuo.

Desde la llegada de Eren a la mansión, siendo apenas un niño, ellos nunca habían logrado llevarse del todo bien; sin embargo, sus gustos no eran tan diferentes y, durante las pocas veces que habían mantenido alguna plática real, ella no pudo más que admirarse de lo muy inteligente y capaz que el muchacho era, y no solo porque lo hubiesen educado y preparado para ello debido a su estatus, sino porque era parte de su propia naturaleza. Aun así, Yelena no podía dejar de despreciar la parte de Eren que se negaba a aprovechar las oportunidades que la vida le había brindado. El muchacho no solo rechazaba abiertamente todo lo que su familia le ofrecía por derecho, sino que también rechazaba una y otra vez a Zeke, y lo que este sentía por él. Y aquel, tuvo que reconocer, era el verdadero motivo por el cual lo odiaba un poco. Eren tenía en sus manos lo que ella más deseaba en la vida, y, sin embargo, lo desechaba como algo que no tuviese la más mínima importancia.

No oyó para nada los pasos a sus espaldas, por lo que la mano de Eren rodeando su brazo para sujetarlo y obligarla a que se volviese a verlo, si la sorprendió; del mismo modo que lo hizo la intensa preocupación que embargaba su rostro, borrando cualquier rastro de su agitada furia anterior.

—Yelena, por favor, dime que es lo que planea hacer Zeke. Si es algo como lo que pasó con Armin y Mikasa, necesito saberlo para estar preparado.

A pesar de la determinación en su mirada, y a haber ocultado con bastante éxito el miedo y la desesperación que teñían su voz, el delator temblor de la mano con que Eren la sujetaba, fue suficiente indicio para que ella percibiera su terror. Bajo la tenue luz que iluminaba la estancia, el chico lucía terriblemente pálido, lo que no era nada habitual debido al tono más moreno y cálido de su piel; aun así, Yelena no pudo dilucidar si aquello se debía a lo ocurrido con Zeke, horas antes, o si era a consecuencia del miedo por lo que seguramente sabía vendría.

Pensando detenidamente en lo que debía o no hacer, en el enorme peso que tenía para ella su lealtad hacia la persona que amaba y la molestia que era su conciencia instándola a hacer lo correcto, retrocedió un par de pasos para poner algo de distancia con Eren, logrando que este la soltara. Su sola presencia le resultaba asfixiante debido a la terrible angustia que toda aquella situación le provocaba; una angustia que no hizo más que aumentar al sentirse ferozmente juzgada por aquella intensa mirada verdeazulada.

Si cedía a la petición del hermano pequeño de Zeke, las secuelas que sin duda su acto le acarrearía no serían menores. La traición era algo que el líder de su clan no perdonaba con facilidad, y aunque fuese solo poner al chico en alerta para que preparase su corazón, una traición era una traición a ojos de este, y Zeke la cobraría con la misma dureza que una afrenta al clan.

Aun así, por esa vez al menos, su conciencia prevaleció más que su lealtad. Después de todo, se recordó Yelena, lo que iba a suceder no era justicia, sino que simple ensañamiento y venganza. La ira de Zeke golpeando a otros por no poder desquitarse con quien amaba.

Permitiendo que el aire entrase y saliera lentamente de sus pulmones un par de veces, en un vano intento por tranquilizarse, Yelena cerró los ojos unos breves instantes, ansiosa por escapar de la inquisidora mirada que estaba clavada en ella. Aun así, cuando volvió a abrir estos para mirar nuevamente al muchacho, pudo percibir el evidente miedo que lo embargaba.

—Tiene a Jean —le dijo con absoluta solemnidad—. Zeke sabe que fue él quien te ayudó a salir de la mansión la pasada noche, por lo que ha decidido que debe existir un castigo que sirva de ejemplo para que esto no vuelva a repetirse.

La respiración de Eren, calmada hasta hacía unos segundos atrás, se volvió más rápida y pesada al oír sus palabras. El enorme miedo que, evidentemente, este sentía, siendo remplazado por completo terror al comprender lo que se avecinaba.

—¿Y eso significa…?

—Que le ha condenado a muerte por alta traición al clan —respondió con lentitud Yelena, notando que las palabras quemaban como si fuesen ácido en su boca—. Van a ejecutarlo mañana a medianoche.


Lo primero, como siempre, es agradecer a todos quienes hayan llegado hasta aquí. Espero de corazón que el capítulo fuese de su agrado y valiera la pena el tiempo invertido en él.

Por lo demás, lamento la pequeña tardanza en la actualización, pero este capítulo ha sido algo más complicado que los anteriores. Por un lado, está en su mayor parte escrito desde la perspectiva de dos personajes con los que no había trabajado antes de esta forma, Zeke y Yelena, lo que hizo toda la transformación del capítulo mucho más lenta para poder dar forma a sus personalidades; lo otro, es que este es el primer capítulo de la historia que tiene un cambio y ruptura importante con la idea original de la trama, añadiendo una escena extra que viene a abrir un nuevo e importante rumbo que se entremezclará con los que esta historia ya tenía.

Igualmente, y referente a lo mismo, espero que ese cambio entre escritura de escenas no se notara tanto. Esta historia en sus inicios comenzó a ser escrita hace unos cuantos años atrás, por lo que mi forma de hacerlo ha cambiado bastante con el tiempo, algo de lo que me he percatado enormemente durante la transformación de los capítulos. He intentado en lo posible emparejar mi estilo antiguo con el más actual, pero es difícil, así que cualquier cosa extraña que noten, es debido a ello. De todos modos, pido disculpas.

Y con esto ya sería todo. Espero estar trayendo ya el siguiente capítulo para la próxima semana, y que así el reencuentro de Eren y Levi (si es que lo hay, claro) no tarde tanto.

Una vez más muchas gracias a todos los que leen, comentan, envían mp's, votan y añaden a sus listas, favoritos, marcadores y alertas; siempre son el mejor incentivo para seguir esforzándome por aquí.

Un enorme abrazo a la distancia y mis mejores deseos para ustedes.

Tessa.