Adrien expresa sus emociones gracias a las notas de su piano y encuentra consuelo en la compañía de Plagg. Es cuando se entera de la llegada de su abuelo a la mansión, lo que le agría aún más el ánimo a Gabriel. Por su parte, Félix también tiene la oportunidad de desahogarse. ¡GRACIAS POR LEER!
DISCLAIMER: Los personajes son propiedad de Thomas Astruc, Zag Toons y quienes hayan comprado las respectivas licencias. No estoy ganando dinero con esta historia, sin mencionar que no tengo ni donde caerme muerta: si me demandan, no van a sacar nada.
ADVERTENCIAS
La plaga todavía no ha sido purgada de estas tierras. Cuídense y cuiden de otros. Mantengan la distancia, lávense las manos y a resistir como mejor podamos.
Puede haber spoilers de la cuarta temporada.
"CONOCERSE DE NUEVO"
CAPÍTULO 3: Abuelo Agreste
Mansión Agreste. Habitación de Adrien.
Lunes 28 de diciembre de 2015. 10:32 hrs.
Beethoven. Sonata Claro de Luna. Su padre detestaba a Beethoven con pasión y él no se explicaba por qué. Era el compositor favorito de su madre, pero sobre todo el suyo. Disfrutaba sus piezas tanto como las de Bach. Esta melodía en específico lo ayudaba a calmarse, que bastante estrés había pasado desde la navidad y todo indicaba que las cosas no se iban a calmar por lo pronto.
Por momentos le daba la impresión de que Gabriel no toleraba que los demás a su alrededor fueran felices, ni que intentaran seguir con sus vidas. En específico, parecía irritarse sobre manera cuando lo veía feliz, como si no le diera permiso. Entendía que el hombre todavía sufría el abandono de su madre, que no aceptaba la ausencia de la mujer, pero eso no era excusa para hacer sufrir al resto. ¿Acaso solo por el hecho que él sufría miserias, todos a su alrededor debían seguirle el amén? Hasta él, con todo lo que adoraba y echaba de menos a su maman, había aceptado el hecho que Emilie jamás volvería a sus vidas. Sí le gustaría saber qué pasó con ella, pero de momento no era posible y no se iba a quedar estancado en eso. Era hora de seguir adelante.
—No entiendo por qué no empieza algo con Nathalie… —pensó Adrien mientras tocaba el piano—. Se nota que se gustan…
Gabriel no había tenido una buena navidad y se había encargado personalmente que nadie en la mansión disfrutara de las fiestas. Había estado más insufrible que nunca, lo que quizás se debía a que el proceso judicial en su contra había tenido avances más notorios y enfrentaba un escenario complicado. Eso lo había orillado a ponerse arisco y a tratar de aislarlo a toda costa, como si quisiera castigarlo por el mero hecho de existir.
¡Gabriel No lo quería! Estaba convencido de eso desde hacía años. Toda su vida no había sufrido sino menosprecios y abusos de parte suya. NI siquiera cuando su madre estaba con ellos había sido capaz de ser un padre o alguien medianamente decente con él. ¡Más bien nunca había querido serlo! Adrien siempre había sido un estorbo, nunca digno de su cariño ni aceptación, por más que lo intentase… Gabriel solo hacía como que lo toleraba cuando pudo lucrar con él desde comenzó a modelar para la marca Agreste. Adrien, contra todo pronóstico, se había convertido en uno de los modelos adolescentes más cotizados de su generación. ¡El chico dorado de París!
Antes de poder sacarle ese provecho, Gabriel podía pasar meses sin hablarle. Tonto, ingenuo, estorbo y otras palabras se unían al coro de adjetivos con lo que Gabriel llamaba a su hijo y se notaba que tomaba especial gusto en perseguirlo solo para atormentarlo y hacerlo sentir la peor mugre de París. ¡Un matón de patio cualquiera! Subestimaba su intelecto y sus logros, nunca hacía nada bien, todo lo arruinaba, era un incapaz que tenía que hacer todo perfecto.
¡¿Quién lo entiende?! ¡Adrien no era nada de eso! Era un esgrimista talentoso, ganador de premios y muy bien rankeado en el circuito. Pero Gabriel se avergonzaba de lo chapucero que era (según él) y se negaba a ir a sus competencias para evitar la humillación, sin perder oportunidad de hacerle saber por qué no iba. ¡Tenía talento para el piano!, y de pequeñito había demostrado tener un don especial, pero Gabriel se burlaba diciendo que más parecía que estaba ahorcando a una gaviota y que nunca osara ser escuchado en público para no pasar vergüenzas. ¡Sabía tres idiomas a su edad! Inglés, chino y francés, pero a ojos de su progenitor era un ridículo y no perdía oportunidad para decírselo. ¿Y acaso no veía sus logros académicos? Pues era un mediocre entre tantos.
¡Pero Ay de él si osaba bajar el rendimiento! ¡Ay de él!
Adrien detuvo su práctica de piano unos instantes y suspiró lastimosamente. Plagg se posó sobre su cabeza y comenzó a ronronear, notando el estrés del muchacho. Ese fin de semana había sido muy intenso para todos.
Flashback
—¡No recuerdo haber autorizado ninguna cena de navidad!
—Pero Père, es solo…
—¡Silencio! ¿Es que no te das cuenta de que no estamos para fiestas? ¿Quién va a ordenar este desastre…?
—Disculpe monsieur. Me encargaré de todo, ¡Fue solo una pequeña…!
—¡Silencio Nathalie! No pedí tu opinión. ¡Levanten esto en seguida! Pero primero tú y yo tenemos una conversación, muchacho. ¡A mi despacho!
—¡Pero…!
—¡NADA de peros!
Fin del Flashback
Adrien cerró los ojos con fuerza al recordar eso. Todo se había agravado después en el despacho, pues después de tener que soportar un regaño inmerecido por faltarle el respeto haciendo fiestas ridículas con el servicio, le soltaron la bomba de que modelaría en paños menores. El efecto fue instantáneo y por primera vez se vio a sí mismo plantando los pies y negándose rotundamente a modelar ropa interior. ¡NO quería! Eso lo ponía muy incómodo, no quería y punto. ¿Qué tan difícil era entender eso?
¿Y cuál era el problema de celebrar? Esa navidad era tan desoladora sin Emilie ahí… como no había cena especial en su casa, quiso hacer algo especial y por ello organizó una pequeña velada a la que invitó a Nathalie y al Gorila (idea de Marinette) para al menos pasar un buen rato… No digamos que le habían faltado invitaciones, ¡todo lo contrario! Su tía Amelie lo había invitado a pasar las navidades con ellos en Londres, pero Gabriel no lo dejó ir. Su tío Félix también lo quiso sacar de la mansión, pero de nuevo su padre se negó rotundamente, pese a que lo amenazaron con un acciones legales.
No, Gabriel era un amarguetas que no quería que nadie fuera feliz.
¡Si no fuera por su tío hacía mucho que habría perdido la cordura! Y eso que Félix Agreste era veinte veces más arisco. El hombre era como un gato mayor, lleno de cuentos, pero que velaba por él, lo cuidaba y aconsejaba, convirtiéndose sin querer en la figura paterna que necesitaba. Era su tío quien lo acompañaba a sus clases y competencias de esgrima, quien lo había incitado a estudiar idiomas, su verdadero guía en la vida. Su madre hizo esfuerzos notables para que Gabriel y él tuvieran alguna relación padre – hijo, pero nunca fue posible y no por falta de intentos. Simplemente el diseñador no estaba interesado en ser padre, pese al dolor que eso provocaba en la mujer. Pese a lo anterior, Emilie nunca, nunca impidió que Adrien tuviera una relación con su tío.
Emilie no era tonta y si bien no lograba que Gabriel quisiera a su hijo, no iba a impedir que Adrien tuviera un modelo a seguir y su tío cumplía a cabalidad con la misión.
Es que Félix, sin proponérselo, había cumplido ahí donde Gabriel había fallado y seguía ejerciendo ese rol paterno en la vida de su sobrino. Desde la desaparición de Emilie, las torturas psicológicas por parte de Gabriel hacia su hijo se habían incrementado y desde entonces que Félix luchaba en tribunales para obtener su custodia definitiva.
Gabriel había plantado pelea más bien por capricho y por no querer perder a su mejor modelo, pero el final estaba cerca. Al menos, en ese respecto, Adrien comenzaba a ver luz al final del túnel. Estaban cada vez más cerca de una sentencia y ya no podía esperar a que se concretase de una buena vez. ¡Ansiaba el día en que le permitieran irse a vivir para siempre con su tío y nunca volver a la mansión! Hasta tenía una maleta lista oculta en casa de Nino, por si acaso no lo dejaban sacar sus cosas.
—Marinette me dice que tenga paciencia. —dijo Adrien de pronto.
—La coccinelle suele tener buenas ideas. ¿Estás mejor, cachorro?
—No. Pero ya se me pasará. —respondió el muchacho encogiéndose de hombros— ¿Salimos de nuevo esta noche, Plagg?
—Pero te abrigas, que soy sensible al frío.
—Lo tendré en mente. —Adrien alzó los ojos como queriendo mirar a Plagg— Te tendré queso extra… aunque si tenemos suerte, puede que Marinette tenga esa tarta de queso brie del otro día. ¿Vamos a visitarla?
—Aaaah. Un manjar de dioses… ¡Llámala y dile que me tenga una tarta para mi solito!
Adrien sonrió con cariño. El fin de semana había estado muy intenso en cuanto a las emociones, pero una vez más había sido contenido primero por su tío y luego por su princesse. Comenzó a tocar una melodía más alegre en el piano, que le hacía recordar la sonrisa de Marinette, su alegría y ternura. También su astucia y en sus originales ideas. Esa chica era la mujer perfecta: las dosis adecuadas de torpeza, de valentía, de dulzura y de rabia. ¡La amaba con toda su alma! Justo cuando creía que nunca otra mujer lo deslumbraría como lo había hecho Ladybug, ahí iba Marinette y le probaba lo contrario. Y no, esa luz que irradiaba y que tanto lo atraía no tenía que ver con el hecho que fuera Ladybug. Muy por el contrario, al principio, cuando descubrieron sus identidades, Adrien temió que la atracción que sentía por la heroína se evaporase y que Marinette nunca le creyese sus sentimientos, pero…
… la vida funciona de forma muy especial. Conforme pasaron los días y las aventuras, más se acostumbraron a que el otro era un portador de kwami, Adrien se olvidó de Ladybug, a quien vio opacada bajo la sombra de Marinette. Era ahora su compañera la dueña de su corazón y sus suspiros…
… Errr…
… bueno, siempre lo había sido, pero ahora que sabía que Ladybug y Marinette eran la misma persona, definitivamente se inclinaba más por la segunda que por la primera. Su problema era que… bueno. Marinette estaba enamorada de alguien más, eso se lo había dicho desde siempre, y seguro no le iba a creer que un buen gato como él guardaba genuinos sentimientos de amor hacia ella.
Marinette era su princesse, su lady. Él siempre sería su gato, pero… todavía tenía que decirle que la amaba. Y convencerla de ello.
¿Quién sería el misterioso amor de Marinette? O sea, le gustaría saber a qué se enfrentaba, ver cómo podía competirle, pero… ¿sería capaz de enamorar a la chica? Cambió de pronto la melodía y volvió a tocar Claro de Luna.
—Deberías decirle lo que sientes por ella. —opinó Plagg a la pasada— No pierdes nada.
—¿Cómo sabes que estaba pensando en Marinette?
—Porque cambiaste de una melodía que te la recuerda a la que siempre tocas cuando te deprimes. ¡Venga ya, cachorro! Beethoven también tiene cosas más alegres y románticas.
—¿Tan evidente soy?
—Y yo más viejo que el hilo negro. En serio, Adrien. ¿Qué es lo peor que te puede decir? Al menos ustedes dos ya saben sus identidades.
Eso lo hizo soltar una risita nerviosa, como siempre le pasaba cada vez que se lo recordaban. El secreto mejor guardado de París no era la identidad secreta de sus héroes, sino que éstos sabían la identidad del otro. Y había sido por un desafortunado e inesperado accidente el que…
TOC, TOC.
—¿Adrien?
La voz de Nathalie lo sacó de su tren de pensamiento y le hizo voltearse a la puerta. No alcanzó a darle permiso a la mujer para entrar, sino que esta tomó la iniciativa y simplemente cruzó la puerta. Adrien frunció el ceño: eso solo lo hacía en contadas ocasiones, generalmente emergencias. Plagg alcanzó a esconderse con las justas.
—¿Qué pasó, Nathalie?
—Es tu abuelo. Marcel.
—¿Le pasó algo?
—¿A él? Sí… más o menos. Lo volvieron a echar de la residencia en la que estaba.
—Oh.
Adrien solo levantó las cejas. No conocía mucho a su abuelo: desde que había nacido solo lo había visto en contadas ocasiones, por lo que no tenía mayor relación con él. Félix gruñía cada vez que se lo mencionaban y Gabriel rodaba los ojos como pidiendo paciencia a los astros del cielo. Sabía que era un hombre de personalidad fuerte y que se llevaba horrible con sus hijos, sobre todo con su tío, pero mucho más allá de eso, no tenía mayores antecedentes.
De las pocas cosas que sabía, quizás lo más relevante era que la mansión seguía a nombre de su abuelo. Gabriel, único heredero de la fortuna Agreste (su tío había sido desheredado y aparatosamente echado a la calle hacía quince años), nunca se molestó en traspasar la casa a su nombre, pues como eventualmente la iba a heredar, ¿para qué molestarse?, por lo que legalmente seguía perteneciendo a Marcel…
… así como Marcel seguía en control de la farmacéutica Agreste, pese a vivir de residencia en residencia. ¿Por qué había salido de la mansión más o menos en la época en que él nació? Pues… ni idea. Solo lo había hecho y dejado a sus padres en control de la propiedad. Hasta ese día, nunca creyó verlo ahí.
… no digamos que lo emocionaba. Simplemente no conocía a su abuelo.
—¿Vino a pedirle ayuda a Père para volver?
—No exactamente. —Nathalie tomó aire— Vino… a tomar control de la mansión.
—¿Cómo? —preguntó Adrien perplejo— ¿Viene a echarnos?
—No lo creo. Ahora él y tu padre están en el hall discutiendo. Adrien: Marcel Agreste todavía es dueño de la mansión, ¿sabías?
—¡Claro que sí? Pero… estoy confundido.
—No viene a echarlos, pero se viene a instalar de nuevo en su casa. Está discutiendo con tu padre diciendo que él y tu son solo allegados, él es el dueño.
Adrien hizo un gesto como quien ve algo doloroso. No era para menos: Gabriel, con lo territorial e insufrible que era, debía estar teniendo un ataque de colon nivel exorcismo intestinal con la inesperada llegada de Marcel a la mansión. Poco le importaba si su padre se sentía mal o no, pero esto seguro iba a traer consecuencias para él. Cuando Gabriel estaba molesto, él lo pasaba muy mal.
—En la escala Vesubio, ¿Qué tanto se irritó Père?
—… digamos que está destruyendo Pompeya. —en ese momento Nathalie le regresó su celular— procura ser más invisible de lo normal, no provoques a esos dos o saldrás mal parado: ten tu celular. Lo vas a necesitar.
—¿Nathalie?
—La dinámica de la mansión va a cambiar con tu abuelo aquí. Más de lo que crees. Será difícil. —Adrien tuvo que reprimir un gemido. Las cosas ya estaban feas para él, no podría soportar que se pusieran peores. Nathalie le acarició la cabeza— Sé fuerte, solecito. ¡Vas a poder superar esto!
Adrien asintió asustado… aunque no sabía si porque iban a cambiar las condiciones en la mansión o porque Nathalie había tenido este súbito arranque de cariño para con él.
¡Quizás nunca lo sabría!
Mansión Agreste.
Hall de ingreso. En esos momentos.
—Te Guste O No, Muchacho, La Mansión Sigue De Mi Propiedad Y Si Quiero, Puedo Hacer Que Te Echen De Aquí. ¡Es Mi Casa Y Tengo El Derecho De Habitarla!
—¡Llevas Años Sin Vivir Aquí! No Puedes Llegar Y Venir A Instalarte Como Se Te Antoje. ¡Me Hubieras Avisado! —Gabriel estaba descompuesto y muy enojado— ¡Esto Tiene Que Ser Ilegal!
Es que de todas las cosas que imaginó que pudieran pasarle ese día, la llegada de su padre y sus intenciones era lo menos esperado de todo. Estaba por entrar a su despacho y adentrarse en las profundidades de su guarida para akumatizar a alguien cuando Marcel Agreste, de casi 70 años, había hecho acto de presencia, entrando a la casa como el dueño que era y montón de maletas, dispuesto a quedarse.
Esto no le había hecho ni pizca de gracia a Gabriel. ¿Por qué osaba entrar así a su santuario?
—¡No Puedes Quedarte!
—¡Claro Que Puedo!
—¡Yo Soy El Dueño De Esta Casa!
—¡Claro Que No! Te dejé quedarte lo suficiente. Es hora de que te hagas a un lado. Yo soy el verdadero dueño de la propiedad y lo sabes. ¡Y no estoy interdicto como intentas hacerme quedar!
Gabriel apretó los dientes e intentó impedir que su padre siguiera avanzando. Legal y técnicamente el anciano tenía razón. Estaba en su derecho de hacer uso de su propiedad como le antojase y Gabriel no podía hacer nada para evitarlo. Aun con todo su dinero e influencias, la casa seguía estando a nombre de su padre: nunca se había molestado en hacer la transferencia de su propiedad, pues ni bien Marcel se fue de casa a un asilo, se desentendió del anciano e hizo su vida como si nada, esperando que el hombre por fin colgara los tenis y ya.
Evidentemente se equivocó. Marcel se fue de la mansión porque no podía soportar el hecho de estar en la misma propiedad en donde construyó su imperio de terror y en donde se le había despojado de sus poderes. Pasó de residencia en residencia los últimos 15 años, al menos unas siete, y de todas lo habían echado por mala convivencia. Se había convertido en un anciano ruin y mañoso, pero todavía era un rival temible.
—¿Por qué regresaste? ¡Hay montón de otras residencias…!
—Porque me da la gana. ¡Agradece que todavía te dejo vivir aquí!
—¡ES MI CASA!
—No mientras viva. —Marcel rodó los ojos como si toda la situación lo aburriese— Y no me gustan los arreglos que hiciste. ¡Sigues teniendo un gusto trágico y sin personalidad! ¿En serio? ¿mariposas?
Marcel rodó los ojos y siguió caminando. Dos empleados llevaban sus cosas y Gabriel no sabía ni como pararlos. Si bien estaba viejo y había estado viviendo en residencias, su padre no estaba ni de lejos senil. De hecho, seguía a cargo de la farmacéutica Agreste, que seguía facturando varios millones de euros al año. Ciertamente Gabriel había construido su propia fortuna, que se acercaba bastante y por mérito propio a la de su padre, pero eso a ojos de Marcel no era nada.
—¡¿Es que tiene que ser justo aquí?! ¿No podías haberte largado a otro sitio? Al menos me hubieras avisado que venías.
—¿Y qué es lo divertido de eso? Verte la cara de idiota fue bastante satisfactorio, Gabito.
— Père, ¡esta es mi casa! ¡Y mi nombre es Gabriel!
—Un nombre de poco carácter, digno de un pelele, ¡le dije a tu maman que te pusiéramos otro con más personalidad! Solo eres un debilucho que dibuja mariposas y cree que eso es diseño. —Marcel se detuvo junto a una maceta en la que podía distinguirse fácilmente el patrón de la mariposa de cuatro alas— Mañana llamaré a un decorador. No me gusta.
—¡No te atrevas a hacer cambios en mi casa!
—Ya pasamos por esto, Gabito. No tienes nada que opinar: deja que el adulto se encargue.
—¡Père! ¡No harás nada de eso! ¡Y mi nombre es Gabriel!
—Ya me lo dijiste, muchacho. Iré a mi cuarto y me quiero reunir con el servicio para discutir las nuevas condiciones.
—… ¡No harás nada de eso! Al servicio…
—Les doblaré el sueldo si renuncian y comienzan a trabajar para mí. —Marcel se detuvo a media escala, apoyándose en su bastón y apenas giró la cabeza en dirección de su hijo— Tienes dos opciones, Gabito. O aceptas callado que soy el amo de esta mansión y tomas el lugar que te corresponde, o tomas a tu crío y te vas a la calle. ¡Sabes que soy capaz!
— Père…
—Tuviste la oportunidad de ser un maldito y quitarme la propiedad, pero… ni en eso pensaste. Y si lo hiciste, no tuviste las agallas. ¡Ahora te aguantas!
Marcel le dio la espalda a su hijo y siguió escalones arriba, seguido de quienes llevaban sus maletas. Brevemente se cruzó con Adrien, quien estaba asomado al pasillo y había escuchado gran parte del intercambio, muy perplejo. Se detuvo unos instantes frente a él y le palmeó la cabeza al cabo de unos segundos.
—¡Menos mal que saliste igual a tu madre! Como si ser hijo de Gabito no fuera ya suficiente castigo —dijo mientras reiniciaba la marcha— Otro debió ser tu padre.
Adrien no supo ni qué decir. ¿Qué miércoles acababa de pasar en su casa?
En el hall, el tic nervioso en el ojo de Gabriel no se detendría con nada y por primera vez en años se sentía vulnerable ante otra persona. ¡Eso no podía ser! Era ÉL, GABRIEL AGRESTE, QUIEN daba miedo. ¡Nadie lo hacía sentir así! ¡Ni siquiera su padre! ¡Mucho menos él, que en la vida lo había respetado!
—Nathalie. Llama a mis abogados: ¡La mansión debe pasar a mi nombre!
—¿Quiere que llame a la policía a que saquen a su padre por la fuerza?
—No. Déjalo que se quede. De momento. ¡Quiero echarlo de su casa de la forma más humillante posible!
—Como usted diga señor.
Île Saint-Louis, Departamento de Félix.
Esa tarde. 19:37 hrs.
Félix entró a su departamento con ensayada gracia. Dejó sus cosas, apenas prendió una lucecita cercana a la puerta y como el hombre de costumbres mañosas que era, se dirigió a su sillón favorito, en donde se dejó caer con todo el peso del estrés. Ahí quedó aparentemente muerto por varios minutos, disfrutando la comodidad y familiaridad de su sillón favorito como un gato de chalet, hasta que por fin abrió los ojos y miró al techo.
Notó que había otras luces encendidas por la casa. Suficientes como para darle el aspecto de ser un lugar habitado y acogedor. Él no las había encendido, pero sabía bien quién lo hacía y por ello ni siquiera se mosqueó. En su fuero interno hasta lo agradecía. Félix disfrutó del ambiente, sereno, calmo, familiar algunos momentos más… hasta que la angustia volvió a atenazarle el corazón.
—Hoy no fui a verla... —dijo al aire, a nadie en específico, solo para sus oídos— ¡Por supuesto que necesita tiempo!
Desde el accidente, habían sido muy contadas las ocasiones en que Félix no había ido a ver a Bridgette. No la había dejado sola, pese a la incomprensión de todos quienes le rodeaban. Muchos incluso le habían dicho que siguiera con su vida, pero él había tomado una decisión y se apegaría a ella para bien o para mal, con todo el gusto y libertad. Y hasta ese momento le había servido, era solo que ya llevaba desde el sábado sin verla y eso lo tenía hasta con reflujo de la angustia. Era un gato de costumbres después de todo.
Tenía que darle espacio, Bridgette estaba muy abrumada. Quienes la rodeaban, él incluido, habían tenido 15 años para procesar ese nefasto accidente. Ella apenas comenzaba a lidiar con las consecuencias, y encima tenía que ponerse al día con el mundo, que no había parado de girar solo porque ella estaba en coma. ¡Argh! ¡Si hasta se había convertido en tía y ella ni enterada!
—Habrías consentido como nunca a Marinette… ¡Hasta parece que te veo en ese plan! —la mirada de Félix se suavizó, como siempre le pasaba cada vez que pensaba en eso. En seguida tuvo que forzarse a tragar saliva, cuando una ola de emociones se le atoró en la garganta.
De todas las personas en el mundo, Bridgette era quien menos se merecía que la aplastara un camión. Debió ser él. ¡Mucho más porque había sido su culpa! Bridgette estaba huyendo de él. ¡Debió darle espacio, dejarla en paz para que pudiera procesar tranquila lo que acababa de pasar!
Ladybug había deshecho su maldición y ¡La había besado! Pensando que a lo mejor se trataba de otra persona. ¡Con una pasión que incluso lo sorprendió a él! Se volcó en ese beso con su alma entera y por eso Ladybug entró en pánico. ¡Estaba enamorada de otro hombre! En algún momento la heroína le había confesado casi entre lágrimas que ese sujeto la odiaba, pero que no podía evitar amarlo… y él iba y le robaba ese beso.
¿Por qué la había besado? Por agradecimiento, por amor, por pasión. Vio su oportunidad y la tomó, apostó todas sus cartas… pero Ladybug no lo amaba a él y seguro debió sentirse horrible. Tanto que salió corriendo, tanto que eligió el primer escondite para llorar y de la angustia deshizo su transformación… revelando a Bridgette.
La torpe Bridgette.
No, en aquél entonces no odiaba a Bridgette, sí la encontraba molesta, pero la chica había logrado que él la echara de menos. En algún momento del Lycée dejó de perseguirlo y comenzó a mantener su distancia, cosa que se hizo más fácil una vez que cada uno partió a la universidad siguiendo vocaciones distintas. ¡Pero la echó de menos! Como ese algo que debía estar ahí y faltaba. Nunca le cuadró eso, y se había sorprendido a sí mismo echándola de menos… e incluso buscándola. Y de pronto la veía ahí, llorando angustiadísima porque él, como Chat Noir, había cruzado una barrera solo reservada para Félix… y pensó que si a lo mejor le revelaba quien era él en verdad, se calmaría y podrían conversar.
El problema es que Bridgette entró en pánico y salió corriendo.
Y pasó lo que pasó.
—Culpable. —se dijo Félix a sí mismo—. Pero que conste que no me quedé con ella ni por culpable ni por lástima…
Tras suspirar profundo, cerró los ojos y se permitió unos momentos más de descalabro emocional, antes de fruncir el ceño y levantarse de golpe. Hora en pensar en sus casos del día, de su jornada en tribunales y de lidiar con sus clientes. Caminó hacia la cocina, haciendo caso omiso al ruido característico de alguien más entrando en su departamento. Félix se quedó mirando el mesón de la cocina, en donde solía comer, encontrando un plato y sus cubiertos listos para ser servidos.
—Creí que ibas a llegar más tarde, hombre por Dios. —esa voz femenina le hizo rodar sus ojos— ¡Mírate nada más! Estás hecho un desastre, ¡Feliciano! Se supone que tienes más garbo que eso. ¿Qué pasó en planeta tribunales hoy que te tiene así, corazón?
—Hola Teresa.
Teresa Eugenia Do Santos era su vecina, y de paso, su mejor amiga, contra todo pronóstico. La había conocido el mismo día que había ido a ver ese departamento por primera vez. Sus abuelos maternos lo habían acogido cuando Marcel lo desheredó y echó de la casa, dándole todo el apoyo y contención que pudieron, cosa de la que hasta el día de hoy agradecía. Además terminaron de pagar sus estudios y le dieron la herencia que habría correspondido a su madre, si esta no hubiera fallecido años antes.
Ciertamente los abuelos también legaron un poco a Gabriel, pero considerando que Félix estaba mucho más desvalido y que el entonces menor de los Agreste nunca había sido amable con ellos, su parte fue más bien honorífica. Se prefirió asegurar el bienestar de Félix ante todo, legándole aquél departamento dúplex en donde vivía ahora y dos propiedades más para que administrase como quisiera. Solo una vez que falleció su abuela, en 2007, Félix había tenido acceso a su departamento… en donde había conocido a Teresa.
No, nunca estuvieron involucrados románticamente, pese a los reclamos del entonces marido de Teresa, Pierre. Félix estaba inspeccionando el lugar, todavía vacío de muebles, cuando de pronto la mujer entró corriendo aterrada a su casa (encontró la puerta abierta y arrastraba con ella a sus tres hijos, el menor de la edad de su sobrino) y bastó que cruzaran miradas para que Félix supiera que la mujer necesitaba ayuda. El marido de esta, enceguecido de celos y otras inseguridades, la buscaba para darle una lección. Teresa se escondió en el segundo piso del dúplex y Félix lidió con el hombre, salvando quizás la vida de la mujer y sus hijos. Fue así como se convirtió en su abogado y atendió su divorcio, pidiendo todas las medidas cautelares posibles y asegurando el bienestar de la pequeña familia. Incluso consiguió que conservasen el departamento, que quedaba al final del pasillo.
Como fuera una cuestión pro-bono, Teresa decidió pagarle a Félix con su eterna amistad y lealtad… aunque Félix no estuviera muy de acuerdo con eso. ¡Ni modo! Años después Teresa seguía viviendo con sus hijos en el mismo edificio, como su mejor amiga.
También le preparaba comida que le dejaba en tuppers, pues por lo visto, el Agreste era incapaz de cocinar para salvar su vida. En palabras de Fabián, el hijo mayor de Teresa, hervía agua y le quedaba cruda.
—Uy. ¡Esa cara, Feliciano! Cualquiera diría que te dieron una paliza en tribunales o que no fuiste a ver a tu garota.
—¡Ni me digas, Teresa! Fue un día largo.
—Es rarísimo que pierdas un caso… y que no vayas con tu chica —Teresa se puso las manos en las caderas y entrecerró los ojos— Tú no estás bien. ¡Ni reclamaste por cómo te llamé!
—No, la verdad no. —Félix se fue al refri en busca de algo dulce— He tenido días mejores y…
—En serio no fuiste con Bridgette hoy, ¿verdad?
Félix no respondió. Bajó la mirada y rebuscó en su refri a ver si le quedaban postres. ¡Juraría que había un flan en algún sitio! Teresa le dio palmadas en la espalda.
—Estoy bien Teresa, es solo que…
—¿Qué pasó en la residencia el sábado exactamente? Feliciano… Me has evadido desde entonces y te conozco… ¿Talvez você queira um cafezhino y que conversemos?
—Tere: el cuento es largo…
—… Entonces usaremos las tazas grandes. —Teresa tomó a Félix y lo sentó a la mesa— De aquí no te levantas hasta que te desahogues.
Félix trató de recuperar algo de su altivez, pero el peso del estrés le ganó. Finalmente bajó los hombros y se refregó la cara, agobiado, pero permitiéndose a sí mismo en confiar en Teresa, que no en balde le estaba ofreciendo la oportunidad de desahogarse en confianza.
—Pues verás…
Continuará.
Por
Misao–CG
Publicado el viernes 14 de mayo de 2021
Próximo capítulo: El Alquimista
… Bridgette solo asintió con timidez y notó como Lucille puso velocidad a sus pasos. En serio todo el ejercicio que había hecho en la terapia esa mañana la había predispuesto a tener un mejor ánimo. Estaba por comentarlo cuando de pronto se activó una alarma que hizo que Lucille parara en seco… al igual que el resto de quienes estaban en el pasillo.
—¡¿La alarma de incendios?! —preguntó Bridgette, aunque pronto se alarmó mucho más— ¿O es una alerta de quimera?
—Ni lo uno ni lo otro… ¡Es una alerta de akuma!
—¿Qué cosa es eso?
Lucille no le respondió. Pronto el piso activó su plan de emergencia.
Notas finales: Félix sobrevivió al infarto y ahora al estrés. Al menos tiene a Teresa de su lado, lo cual ya es bastante. Sobre la llegada del viejo Agreste a la casa yo me cuidaría: Adrien va a tener que andar como pisando huevos a partir de ahora. ¡tengo planes malévolos! ¡Gracias por darme una oportunidad!
Por favor, cualquier error, gramatical o de ortografía, me lo dicen para poder arreglarlo si corresponde. ¡MUCHAS GRACIAS POR LEER!
BRÚJULA CULTURAL:
Traída a ustedes gracias a la magia de Google, Wikipedia y otros sitios afines.
Île Saint-Louis: (Isla de San Luis) Es una de las tres islas que se encuentran al paso del río Sena dentro del actual límite municipal de la ciudad de París. Las otras dos islas parisinas son la Isla de la Cité y la Isla de los Cisnes. Situada en el IV Distrito de París, la Isla de San Luis fue así bautizada, en 1725, en honor al rey Luis IX de Francia (1214-1270), también llamado San Luis o, en francés, Saint Louis, por ser uno de los seis santos con ese nombre de pila en haber sido canonizados por la Iglesia católica.
La isla comunica con el resto de París por puentes en ambas orillas del río y con la Isla de la Cité por el Puente Saint-Louis. Desde la Antigüedad hasta el siglo XVII, esta isla era agreste: se la destinaba al pasto de ganado y al almacenamiento de madera. Uno de los primeros ejemplos de planificación urbana, se dibujaron planos y se construyó en toda la isla durante los reinados de Enrique IV y Luis XIII, en el siglo XVII. Hoy en día un oasis de calma en el bullicioso centro de París, esta isla sólo tiene calles de sentido único, dos paradas de autobús y ninguna estación de metro. La mayor parte de la isla se dedica a fines residenciales, y bastante exclusivo, pero hay varios restaurantes, tiendas, cafeterías y heladerías a pie de calle, así como la Iglesia de Saint-Louis-en-l'Île.
Interdicto: o interdicción por demencia es el estado jurídico en que se encuentra una persona adulta que ha sido declarada legalmente demente por un juez, y que trae consigo la privación de la administración de sus bienes. También se denomina interdicción por demencia al procedimiento que el solicitante promueve para obtener judicialmente dicha declaración.
