Janet llevaba su mochila al hombro. Nunca le había gustado despedirse. Y tampoco le gustaba marcharse. Pero cuando se giró y vio la escena que había tras ella, no pudo evitar sonreír, una sonrisa tristona, pero una sonrisa, a fin de cuentas. Todo el pueblo había ido a despedirla. El coro cantaba, las guitarras se rasgaban rítmicamente. Todos, incluidos los niños, se habían puesto su ropa de los domingos para ir a decirle un simple "hasta luego". Jason consolaba a Faith, que se aferraba a su pierna, conteniendo sus sollozos.

Janet podía notar todo el afecto que manaba de aquellas personas, lo mucho que la querían, y cómo iban a echarla de menos. Era por esa felicidad por la que tanto estaba luchando. Sabía que ellos se reunirían, encenderían la parrilla y pasarían la tarde con sus canciones. Cómo le habría gustado quedarse allí con ellos, comerse alguno de los melocotones de la reciente cosecha y contarle un cuento a su hija antes de irse a dormir.

Pero se resignó a su destino y se subió a la camioneta. Arrancó el motor, encendió la radio para que la acompañase con los coros de las personas que dejaba atrás, y arrancó el motor. Aquella ranchera recorrió varios estados, y pasaron varios días hasta el momento en que Robert se encontraría con ella en la cocina de su casa.

Janet Jones era una mujer paciente, y en aquel momento se mostraba completamente tranquila, en calma. Robert, en cambio, se había puesto completamente pálido, como la cera. Podía jurar que nunca había estado tan asustado en toda su vida. Le requirió un grandísimo esfuerzo lograr sentarse en la silla.

Janet iba vestida con un traje pantalón de color blanco que resaltaba sobre su piel y el tono rojizo de su pelo. Era la viva imagen de la calma mientras daba un sorbo al café y se tomaba ese trozo de la tarta de cumpleaños de Lucy. Ella sabía que ese día sería su fiesta, él lo tenía muy claro, recordaba cada palabra que ella había dicho en su último encuentro. Jamás iba a olvidarlo.

_ Por favor… no le hagas nada a mi familia. Ellos no saben nada sobre ti, ni sobre la misión. _ Dijo, con lágrimas en los ojos.

_ Robert. Si quisiera hacerle algo a tu familia, se lo habría hecho antes. _ Le miró. _ No me gusta hacerle daño a la gente.

Robert se quedó congelado en el sitio, la imagen de su compañera, tirada en el suelo, el olor de sus sesos desparramados, volvía a su mente en aquel instante. No podía evitar relacionarlos con la mujer que tenía ante sí.

_ Cierto, lo olvidé. _ Dijo Janet, como si contestara a sus pensamientos. Sacó su móvil del bolsillo y revisó la agenda. _ Veamos. Rosa, Ramón… siempre miro de abajo hacia arriba, soy un caso. Aquí está, Rachel.

Janet se mantuvo serena mientras le tendía el móvil. Había una videollamada saliente. Robert tenía el corazón en un puño cuando respondieron al otro lado.

_ Oh, vaya… hola Robert. Esto es un poco incómodo.

Al otro lado, Rachel había respondido. No sólo parecía estar viva, si no que parecía estar sana y despierta… contando que tenía la cara y la camisa llena de pintura.

_ Rachel… Pero yo te vi… tu cabeza… no…

_ Viste lo que yo quería que vieras, Robert. _ Fue Janet la que le contestó.

Aquello le causó un escalofrío. Pero decidió no mirar a la pelirroja y centrarse en Rachel.

_ Rachel. ¿Estás bien? ¿Dónde te tienen retenida?

_ ¿Retenida? No, Robert. Yo estoy aquí porque quiero estar. Llevo mucho tiempo queriendo un cambio en mi vida. Estaba cansada de trabajar con SHIELD. Y Janet me dio la oportunidad de empezar de cero. _ Sonrió de oreja a oreja. _ Ahora soy profesora de educación física, Robert. ¡Imagínate! ¡Yo, nada más y nada menos!

Robert estaba mudo. Sí que encajaba con las cosas que Rachel le había dicho. A menudo decía que no le gustaba su trabajo, pero que no sabía hacer otra cosa.

_ ¿Y de dónde sale toda esa pintura? _ Inquirió.

_ Oh, eso… estamos pintando un cobertizo. Lo que me recuerda que tengo que colgar. Tengo que ayudar a sostener un andamio. Robert… no le cuentes a nadie que estoy aquí. Te lo pido por favor.

La llamada se cortó en el acto y Janet extendió la mano. Robert no se lo pensó y le entregó el teléfono directamente.

_ ¿Por qué tiene que ayudar a pintar el cobertizo?

_ En mi comunidad todo el mundo arrima el hombro con lo que puede. Hoy ella ayuda a pintar el cobertizo… mañana todos la ayudarán a construir su casa. Es bastante simple.

Janet seguía completamente relajada y comunicativa. Robert hubiera preferido que hubiera gritado. Que se sentase allí, con su traje impoluto, como si se tratara de una vieja amiga… le producía escalofríos.

_ No, antes de que me lo preguntes, no la he obligado a nada… como tampoco quiero obligarte a ti. _ Dijo, mirándole a los ojos. _ Lo que quiero es pedirte un favor.

_ ¿Un favor? _ Robert se tensó en la silla. _ ¿Qué podrías querer tú de mí?

_ Necesito saber qué saben de mí, y qué buscan. Sé quién te ha enviado, pero no sé por qué.

_ Yo no sé nada. _ Le dijo, apretando los puños, tenso.

_ Ya sé que no sabes nada. Pero tienes acceso a gente que sí. Y por eso necesito tus credenciales.

Robert le sostuvo la mirada. Tenía muy pocas cosas claras sobre Janet Jones. Pero de lo que estaba seguro por encima de todo, era del miedo que le daba. Morgan Stark podría presentarse en su casa, acompañada de un ejército de robots armados y no le daría ni la mitad de miedo que aquella mujer.

_ ¿Qué harás si me niego a ayudarte?

_ No voy a decírtelo. _ Janet sonrió de lado.

Y esa sonrisa le provocó verdadero pánico. Robert, sintiéndose derrotado, buscó en su cartera y recogió su tarjeta de personal. La deslizó por la mesa y la colocó delante de la mujer. Janet apuró la tarta y tomó la tarjeta de la mesa. Se aproximó y le puso la mano sobre la pierna.

_ Robert… _ Le miró a los ojos. _ Ahora voy a decirte qué te habría hecho si no me hubieras ayudado.

Robert podía notar cómo el pulso se le aceleraba. Durante un segundo tuvo la sensación de que iba a morir. Que todo su mundo iba a desaparecer en ese instante.

_ Nada, Robert. No te habría hecho nada. Pero me has ayudado. Así que yo haré algo por ti.

Se puso en pie y salió por la puerta. Robert, sintiendo una arcada, se puso en pie como un resorte. Ya no le dolía la pierna. Subió su pantalón y comprobó que su herida había desaparecido por completo. Aquella mujer le había curado a pesar de que no le había tocado directamente. Cuando salió, su mujer le estaba esperando. Instintivamente le dio un abrazo y agradeció que no le hubiera sucedido nada.

Janet Jones abandonaba la casa de Robert con un gran sentimiento de culpabilidad y acariciando aquella tarjeta con los dedos. No le gustaba usar el miedo, pero sabía lo útil que podía llegar a ser. Tenía que acabar con aquella persecución, y descubrir lo que sabían y lo que no.

Estaba en sus pensamientos cuando escuchó a una muchacha a su espalda. Por lo que sabía aquella joven estaba en la fiesta de cumpleaños de Lucy. No pudo evitar sonreír inconscientemente.

_ Eso que has hecho no ha estado bien. _ Le dijo la joven.

La muchacha la miraba con fijeza. Tenía unos ojos muy azules, el cabello rubio, casi blanco. Iba bien vestida, con ropa cara.

_ A veces para hacer cosas buenas, tienes que hacer cosas malas por el camino. Eso tú debes saberlo mejor que nadie. _ La miró a los ojos. _ A veces tienes que hacer cosas que la gente cree que están mal, cosas horribles y dolorosas… No te preocupes, Jenny. ¿Es así ahora, Jenny?

_ Sí, es Jennifer. _ Se mostró seria. _ Tampoco está bien que hurgues en la mente de la gente.

_ Lo sé, es un mal hábito, no puedo evitarlo cuando me siento tensa. Te pido disculpas. _ Janet la miró a los ojos. _ Pero si te consuela, yo creo que hiciste lo correcto.

Jennifer bajó la mirada un instante, sintiendo un repentino ataque de culpa y para cuando volvió a alzar la vista, Janet ya no estaba. Dio un salto, un gran salto, de hecho, y aterrizó en la azotea de un edificio contiguo. Su ropa cambió de color, tiñéndose de negro. El negro se extendió por toda la anatomía, adornado únicamente con el blanco de la araña que se encontraba en el pecho y los ojos. También había otras diferencias. Jennifer tenía el pecho más pequeño y una proporción más atlética que antes. Y, en cualquier caso, la larga melena de color platino no habría entrado en la máscara de Spider-Girl.

_ ¡Mierda! Se ha esfumado. _ Intervino la segunda voz.

_ Venom, se supone que tú tienes que estar atento a esas cosas. _ Bufó, hastiada.

_ Eres tú la que tiene un sentido innato del peligro. _ Se quejó él. _ Yo estaba ocupado siendo tu camiseta de diseño. No sería tan difícil concentrarme si te gustara ir en chándal, Jenny.

Jennifer se balanceó por los edificios hasta llegar ante la casa de Mary Jane Watson. Había guardias apostados en la entrada. Jennifer se preguntaba si estarían sólo por la bruja, o también por ella.

_ ¿Sabes? Nunca se lo conté… Quizá ella pudiera entenderlo. _ Juraría haberla visto por la ventana.

_ Mataste a Peter Parker… ¿Cómo iba a entender eso?

Jennifer bajó la mirada de nuevo, observando sus manos y finalmente asintió. Dudaba que MJ fuese a escuchar lo que ella tenía que decirle. Y por ello se balanceó hacia la torre Fisk. Se introdujo con cuidado en una de las plantas superiores. Y allí la esperaba su habitación. Cerró la ventana y se tumbó sobre la cama. Venom volvió a cambiar su anatomía, retocando de nuevo su aspecto, encogiendo los hombros y agrandando el pecho, dejando salida a la larga melena rubia.

Había pasado menos de un minuto cuando Spider-Girl volvió a aparecer una adolescente acomodada y sin demasiadas preocupaciones. Estuvo tirada en la cama un par de minutos hasta que alguien tocó en la puerta.

_ ¿Jenny, estás ahí? ¿Puedo pasar? _ Preguntó una voz de mujer.

_ Sí, pasa.

La puerta se abrió y una mujer muy parecida a Jennifer hizo acto de presencia. Debían quedarle pocos años para alcanzar la quinta década de su vida, pero se conservaba sorprendentemente bien. Tenía una buena figura, y las arrugas aún pugnaban por salir. En cuanto la vio entrar, Jenny la aferró por la cintura y la abrazó con fuerza.

_ ¿Qué te pasa, cariño? _ Le preguntó. _ Juraría que te habías quedado en la fiesta de Lucy.

_ Pues… me tropecé con alguien y… luego la cosa se complicó. _ Sollozó. _ He pasado a ver a MJ.

_ ¿Te has estado balanceando? ¿De día? _ La mayor la miró con fijeza. _ Creía que ya habíamos hablado sobre eso, es peligroso. Pueden verte.

_ Me tropecé con alguien… alguien extraño. Se me escapó. Quise encontrarla y no pude. _ Se sinceró. _ Me preocupaba que tuviese que ver con la bruja que perseguía a MJ.

_ Jennifer… es normal que quieras protegerla… pero no debes exponerte. _ Suspiró y la rodeó con los brazos. _ Anda, ven aquí. Esta noche Richard va a estar liado… quiero que te quedes en casa, ¿De acuerdo? Estaremos tú y yo solas. Quiero que te relajes, has estado muy tensa últimamente.

Jennifer asintió. Eran presiones muy grandes para una persona tan joven. La que no era tan joven y aún así tenía problemas para acostumbrarse a las presiones era Darcy. Que ante la negativa de Aisha se vio obligada a insistir.

_ Escucha. Sé que tú llevaste a Jane allí. Y necesito asegurarme de que realmente está muerta. Quiero traerla. Al menos para enterarla dignamente si es que no sigue con vida.

_ Darcy, si vas allí, lo más probable es que mueras. _ Le recordó Aisha. _ Así que dime… ¿De verdad merece la pena? Creo que a estas alturas es imposible que siga con vida y tú lo sabes.

_ Escucha, Aisha… es algo que necesito hacer. Y si no me ayudas tú, encontraré otra forma, una que seguramente sea menos segura. Así que, por favor… llévame allí.

Aisha pareció romper su estoica armadura por un instante y asintió. Darcy le gustaba más que Morgan, no es que eso dijese mucho, pero era algo. Al menos podía reconocer a la nueva que tenía valor.

_ Quizá quieras ponerte algo de abrigo. Donde vamos hace bastante frío.

_ Bien, me abrigaré. _ Rectificó Darcy. _ Salgamos lo antes posible.