Disclamer: Lo reconocible a su dueño, Horikoshi.

Beta: Milenrrama.

TW: Dolor, Tristeza, Depresión y relacionados...


Todoroki se quedó a solas con los dos tazones de soba, aún un poco caliente, a medio comer. Se le fue el hambre por el ardor que sentía en la boca del estómago. «¿Por qué hice eso?». Se dio con los palillos en la frente hasta que empezó a dolerle. «Siempre tengo que ir arruinándolo todo».

Salió lo más rápido que pudo e intentó pasar desapercibido hasta llegar a las escaleras. Corrió hasta su habitación cuando dejó de estar en el campo de visión de los chicos que estaban en la sala; no le apetecía hablar con nadie. «¿Por qué soy así?». Abrió la puerta y la cerró más fuerte de lo que hubiese querido. «Argh». Y, como si eso fuese una buena idea, sobó la madera suavemente. «¿Qué estoy haciendo?».

Necesitaba soledad para despejar la mente. Caminó hasta la cama y empezó a alisar las sábanas. «Casi ni nos movimos, ¿cómo se arrugaron tanto?». Cerró los ojos con fuerza para reprimir los recuerdos que empezaban a pasarle, como una película, por la mente. Se fue con pasos enérgicos hasta la cortina del balcón, la corrió hasta quedar totalmente a oscuras y regresó tanteando el camino hasta la cama.

Se acostó boca abajo sobre la manta azul claro que cubría el colchón y escondió el rostro entre sus brazos. «Siempre termino haciéndole daño a los que me rodean». Agarró una de las almohadas, la abrazó con rabia cuando empezó a sentir las lágrimas caer por sus mejillas, y no pudo evitar imaginar, por un momento, que esa suavidad era Midoriya, razón por la que no quiso sacar de su mente las imágenes que empezaban a reproducirse:

El sol entraba por la ventana transmitiéndole su suave calor. Él se volteó y descubrió a un chico a su lado, sonrió dulcemente al darse cuenta de quién era. Se giró hasta apoyarse sobre su lado izquierdo y se acercó más a él, rodeándolo por la cintura con el brazo, y los tapó bien a ambos con la manta. No quería ver la hora pero estaba seguro de que era muy temprano para levantarse:

—Buenos días —musitó el muchacho pegándose más a su pecho desnudo.

—¿Qué tal dormiste? —preguntó Todoroki dándole un beso en la frente.

—Perfectamente. —Midoriya le respondió repartiendo suaves roces sobre su piel.

—Me alegra oír eso —susurró volviendo a cerrar los ojos.

—¿Y tú? —dijo disfrutando del calor que lo rodeaba—. ¿Algún sueño?

—Sí —Todoroki le guiño un ojo antes de seguir hablando—. Tú estabas ahí… Como siempre.

Midoriya estiró los brazos para desperezarse y empujó débilmente a Todoroki.

—Me alejo si quieres —dijo este separándose.

—No, no. —Midoriya lo abrazó con fuerza, tumbándolo con la espalda contra el colchón.

Enseguida sintió al chico colocar la cabeza sobre su pecho. Él, sin pensarlo, llevó una mano a su cabello y empezó a jugar divertido con las hebras, jalándolas con suavidad al enredar distraídamente los dedos. Respiraba pausadamente y se dio cuenta de cómo su pareja también lo hacía. Sin poder evitarlo, se rio muy bajito.

—Me estás haciendo cosquillas. —La voz le salió más grave de lo que esperaba.

Midoriya aspiró su aroma profundamente, llenándose los pulmones del suave olor que desprendía su piel:

—Me encanta el jabón que utilizas. —No parecía ser la primera vez que se lo decía—. El chocolate es perfecto para ti.

—Estás invitado a usarlo —murmuró acariciándole el brazo, bajando hasta entrelazar sus dedos con los de Midoriya.

Apretó fuerte su mano, transmitiéndole el calor que emanaba de su piel, y le rozó el dorso con el pulgar. No dejaría de hacer lo mismo hasta sentir que las heridas hubiesen desaparecido.

—Un día lo haré. —Disimuló una corta risa—. Sólo si estás conmigo.

—Siempre. —Colocó su mano disponible en la barbilla de su pareja y lo atrajo hasta probar sus labios—. Siempre estaré contigo.

Todoroki no supo en qué momento se había quedado dormido pero se despertó sudando y con un dolor en el pecho: el corazón le latía a mil por hora. Se removió bostezando y sintió la almohada mojada. Se limpió la mejilla con el dorso de la sudadera y terminó por sentarse sobre la cama.

No supo cuánto tiempo había dormido hasta que agarró su teléfono de la mesita y vio que eran casi las dos de la tarde. «¿Cómo dormí tanto?». Tenía tres llamadas perdidas y diez mensajes. «Ojalá que no sean de mamá o Fuyumi». En secreto deseaba que alguna de esas llamadas fuese de Midoriya. Quería oír su voz y saber que no estaba tan molesto con él como para aplicarle la ley del hielo.

Todoroki decidió que estaría bien ponerse a estudiar aunque sea un rato y se quiso mover hasta la silla pero sus neuronas parecían no querer hacerle caso. «¿Cómo puede alguien sentir tanto y transmitir tan poco a la vez?». Había pensado que podría despejar la mente durmiendo pero, a decir verdad, no había logrado descansar ni un segundo. «¿Qué es esto que siento?». Era consciente de lo rojos que debían estar sus ojos porque sentía cómo le ardían. Además, estaba seguro del horrible aspecto que tendría su rostro y su cabello revuelto.

Pasó un rato viendo la pared sin moverse. Oía a su estómago reclamarle, consciente de que no había terminado de cenar la noche anterior ni había comido bien ese día. «¿Cómo se habrá enterado de que los fideos me gustan más cuando se deshacen solos en la boca?». Sacudió la cabeza y volvió a ver la hora, ya eran un poco más de las dos y media de la tarde cuando dejó de estar perdido en sus pensamientos.

Abrió la cortina con un poco de dificultad y cerró los ojos por los molestos rayos del sol que entraban en la habitación, poco a poco pudo volver a abrirlos y empezó a admirar el movimiento de las nubes en el cielo. La luz que irradiaba el sol le dio la energía que necesitaba.

Se desperezó y entendió que tenía las piernas entumecidas, tuvo que mantenerse apoyado contra la puerta del balcón para no caerse. «¿Cuánto tiempo estuve en la misma posición?». Sacudió las piernas hasta que pudo estar en pie sin que le doliera y caminó hasta el baño.

No pudo contener el grito que salió de su garganta al ver su reflejo en el espejo. «Se lo dije a Midoriya… Se me nota demasiado si no duermo bien». Se llevó las manos a la cara para secarse las lágrimas que aún cubrían sus mejillas, luego las subió hasta su cabello y se lo acomodó hacia atrás con una banda.

Se enjuagó la cara antes de tomar el cepillo y colocarle un poco de pasta encima, se lavó los dientes lentamente. Sabía que, si no fuese por el hambre que tenía, si cerraba los ojos se volvería a quedar dormido. Escupió los restos de pasta dental y se limpió la comisura de los labios con un poco de agua.

Fue hasta el closet y sacó un conjunto de ropa limpia. «Primero vamos a intentar lucir presentables». Se llevó el pantalón y la camisa en ganchos hasta el baño y cerró la puerta detrás de él, guindando las prendas en la barra de metal.

Se sacó la banda del cabello y la dejó sobre el lavamanos, donde la ponía siempre. Pasó la camiseta por encima de su cabeza y la lanzó a la pila de ropa sucia que ya empezaba a acumularse en una esquina. Se quitó las medias, tambaleándose un poco en el proceso, antes de desatarse el nudo del pantalón y deshacerse el él también. Ambas prendas fueron a parar al mismo montón.

Abrió el grifo, sin prestarle atención a la temperatura del agua, y observó cómo comenzaba a salir el agua de la regadera. Se colocó debajo después de quitarse los calzoncillos y dejarlos a un lado. «Esto es lo que necesitaba». La corriente de agua lo recorría de la cabeza a los pies, haciendo que se le pegara el cabello en la frente y relajándole los músculos.

Pasó unos minutos sin moverse, disfrutando de la tranquilidad que le impartía el agua tibia bajando por su cuerpo. Agarró la botella del champú cuando dejó de sentir el débil dolor en su cuello y colocó un poco del líquido transparente en su palma antes de cerrar la tapa nuevamente.

Como si de un ritual se tratase subió las manos hasta su pelo para distribuir el producto. Con las yemas masajeó todo el cuero cabelludo, suave al principio, relajándose, y con presión después, desquitándose. Se colocó de nuevo bajo el agua con los ojos cerrados hasta que estuvo seguro que ya no quedaba más champú en su cabello.

Cogió el pote de acondicionador de la repisa y repitió el proceso anterior. Pasó los dedos por cada hebra con tantísima delicadeza, casi acariciándolas; sentía cómo su cabello recobraba su sedosidad. Tomó el jabón con ambas manos y se restregó la piel con él, con mucha fuerza, intentando borrar cualquier recuerdo con ese acto; poco después sintió como empezaba a hacerse daño en la espalda. «No puedo permitir que eso suceda otra vez». No se detuvo hasta que sus dedos comenzaron a dolerle y la piel a arderle.

De nuevo se colocó bajo la regadera y sobó su piel hasta estar seguro de haber quitado todo el jabón. Se había rasguñado en varias partes pero no le prestó atención. «No es importante… Me lo merezco». No abrió los ojos hasta que dejó de sentir los restos del enjuague en su cabello.

Se quedó unos minutos más disfrutando de la tranquilidad del agua recorriendo sus músculos. «Esto es lo más relajante que he hecho en la vida». Pensó pasándose las manos por los brazos, subiendo hasta los hombros y presionando con fuerza.

—Te estás engañando a ti mismo —susurró una voz en su cabeza.

Abrió los ojos enseguida sin querer aceptar que tenía razón, él prefería ignorar todo lo que había sucedido la noche anterior. Cerró el grifo de golpe y sintió cómo el frío le erizaba la piel por un momento.

Agarró la toalla y se secó las gotas de agua una a una antes de comenzar a vestirse. Se colocó el pantalón y la sudadera azul que había elegido antes de ducharse. Lentamente recogió la ropa sucia del suelo y la metió en una mochila. «Más tarde voy a la lavandería».

Volvió a ver su reflejo en el espejo y, aunque no había cambiado casi nada, se sentía mejor luego de haberse bañado. «Quizás sólo necesitaba un momento de calma». Tomó un pequeño tubo del bolsito que le había preparado su hermana. «Ella sabía que me haría falta aunque yo me negué a ponerlo en mi equipaje».

Untó la crema casi blanca debajo de los ojos y vio como las bolsas azules empezaban a aclararse hasta casi desaparecer. «Este es nuestro secreto… Gracias, Fuyumi». Guardó el producto y se limpió lo que le quedó en los dedos.

Abrió la puerta del baño y fue hasta su mesita de noche, donde estaba su teléfono. Vio la hora y soltó un suspiro, dejándolo de nuevo en el mismo sitio.

—Iré a ver si puedo comer algo ahora. —Tomó el vaso de agua vacío de la mesita.

«Debería ir a disculparme». Las dos voces en su mente comenzaban a pelear. La grave decía que no había hecho algo tan malo y la aguda lo intentaba convencer para que fuera directo a la habitación de Midoriya en ese momento. Hizo oídos sordos a ambas cuando vio la mochila donde había colocado toda su ropa sucia y decidió que mejor la ponía a lavar antes de que se hiciera más tarde. Se colgó el bolso al hombro y salió de su cuarto caminando lentamente.

No quiso esperar a que el ascensor llegara así que bajó por las escaleras, saltó los escalones de dos en dos hasta llegar al segundo piso. No pudo evitar girar al rostro a la izquierda y fijar la vista en la segunda puerta. «¿Estará despierto?». Su mente lo traicionó pero logró apartar la mirada rápidamente y seguir su camino.

No había tanta gente en el primer piso. «Muchos deben estar dormidos, aprovechando el día libre». Saludó a los cuatro chicos que estaban sentados en el sofá. «Midoriya no está aquí». Les quiso preguntar por él pero prefería no levantar sospechas, así que siguió su camino hasta la lavandería.

Empujó la puerta con ambas manos y la humedad le hizo saber que alguien había tenido la misma idea que él. Asintió a modo de saludo cuando vio a Sato de pie frente a una de las máquinas y le agradeció la deliciosa torta que había horneado en la mañana.

Se agachó en medio de dos lavadoras, separó la ropa en dos montones antes de meterlas en cada tambor, les puso un poco de detergente y suavizante, cerró ambas puertas y presionó los botones para que empezara a dar vueltas.

Sabía que tendría que esperar un poco más de una hora así que salió del cuarto de lavado pensando en qué hacer. Kirishima, Kaminari, Shoji e Ida gritaron su nombre cuando lo volvieron a ver. «Me haría bien pasar un rato con los muchachos». Caminó hacia ellos observando entretenidamente las baldosas del suelo. «Haré eso mientras se lava la ropa».

Todoroki se acomodó en el asiento libre a un lado de Kirishima, en la esquina de uno de los sofás, y se unió a su conversación sobre la razón por la que les habían cancelado las clases. «No he hablado de eso con Midoriya… Tengo que preguntarle qué le sucede, está mucho más nervioso desde antes de que viniera el profesor Aizawa».

La hora pasó volando y él no se había dado cuenta que sus lavadoras ya habían terminado. Fue a sacar la ropa húmeda y la puso en las secadoras. Programó las máquinas y volvió a salir de la lavandería.

Podía escuchar a su estómago gruñir, reclamándole la comida que no le había dado en todo el día. Se llevó una mano a la cabeza, justo donde empezaba a sentir cómo la sangre bombeaba con fuerza. «Debo tener tanta hambre que hasta me duele la cabeza».

Regresó a la sala y se volvió a sentar con los chicos. «Se sintió bien pensar en otras cosas». Unos minutos después llegó Yaoyorozu con una bandeja con varias tazas de té, le dio una a cada uno y se les unió. Empezó a explicarles qué té había preparado y por qué. «A ella le encanta hablar de estas cosas, se ve tan apasionada como cuando está en batalla».

Todoroki se quedó ahí otro rato más, los escuchó atentamente hasta que tuvo que ir de nuevo a la lavandería para doblar su ropa. Colocó todas las prendas, con mucho cuidado, en la mochila para evitar que se arrugaran mucho y volvió sobre sus pasos por el pasillo con una amplia sonrisa en el rostro. «Al fin terminé con esto por hoy».

Pasó por la sala con el bolso colgado al hombro y vio que ya estaban casi todos sus compañeros ahí. Saludó a los que no había visto antes y se excusó para ir a acomodar sus cosas. Se fue a paso lento hasta llegar a su habitación y, rápidamente, metió toda la ropa en el closet.

Agarró su chaqueta favorita y se la puso antes de salir y cerrar la puerta detrás de él. Se subió el cierre sonriendo al acordarse de lo que le había dicho su madre cuando le regaló la prenda. «Era de Toya pero nunca llegó a usarla». El valor sentimental que tenía para él era enorme pero también era muy cómoda y suavecita; terminaba poniéndosela siempre que podía.

Volvió a reunirse con sus compañeros en el primer piso y los convenció para que comieran algo; ya había aguantado suficiente. Las chicas le pidieron que fuera a buscar a los pocos que no estaban en el área común y, luego de observar detenidamente a su alrededor, se dio cuenta que también debía ir a la habitación de Midoriya.

A él lo dejó el último y, cuando llegó el momento, no le pudo dar más vueltas al asunto. No le quedó de otra que tocar la puerta y empujarla un poquito para decirle que estaban preparando algo para cenar y que bajara tan pronto como le fuese posible aunque la comida estaría lista en cualquier momento. Cerró la puerta con la misma suavidad luego de oír a Midoriya decirle que bajaba enseguida. «¿Me tendría que haber disculpado de una vez?».

Subió a su habitación de nuevo para buscar su teléfono, lo había dejado antes de ir a lavar la ropa. Se detuvo frente al ascensor. «Ya me cansé de las escaleras por hoy». Y esperó mientras revisaba las notificaciones, dio un par de pasos entrando al cubículo cuando se abrió la puerta y le dio al botón del primer piso. «Me alegra que al final vayamos a comer. ¡Muero de hambre!».

La puerta se volvió a abrir antes de llegar a su destino y el chico de cabello verde que él llevaba un rato evitando entró, quedándose de pie a su lado. Ambos respiraban más pesado de lo que les gustaría pero no podían evitarlo. Sentían cómo se les secaba la garganta, impidiéndoles decir cualquier cosa. «No sé qué hacer». Pensó Todoroki mientras se llevaba una mano a la garganta y carraspeaba intentando pasar lo más desapercibido posible.

Salieron del ascensor y caminaron en silencio. Se podía sentir la tensión entre ellos, era casi visible por la sonrojada expresión en sus rostros cuando llegaron a la cocina. Parecía que incluso el destino se empeñaba en ponerlos juntos porque sólo quedaban dos puestos en la mesa; se tendrían que sentar uno al lado del otro.

Ocuparon las sillas vacías rápidamente y empezaron a comer enseguida. Ahí fue cuando casi todos se dieron cuenta que él se estaba muriendo de hambre, comía casi atragantándose porque quería terminar lo más pronto posible. Le empezó a doler la mandíbula al no estar acostumbrado a comer con tanta velocidad.

Vio a su alrededor y se dio cuenta que no había sido el primero en terminar pero sí sería el primero en levantarse. Sin querer le dio un golpe al chico a su lado cuando arrastró la silla hacia atrás, se disculpó torpemente con él antes de recoger y lavar sus platos, se secó las manos con un trozo de papel y se despidió de sus compañeros. Sin pensar, le dedicó una mirada de reojo a Midoriya antes de desaparecer por la puerta.


¡El cuarto capítulo ya está aquí!

La tensión entre Shouto e Izuku me duele muchísimo pero es necesaria.

¿Qué les está pareciendo la historia? Quedan dos capítulos para terminar.

Los leo en la cajita de comentarios, espero no haber sido tan mala.