Day 4 - Hurt / Comfort

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Megumi y Sukuna siempre han querido ser padres. Tener entre sus brazos a un pequeño niño o niña con sus características les animaba a intentar concebir uno.

Sin embargo, no todo es color de rosa, y nada en la vida es fácil, mucho menos como uno quiere.

— No es culpa suya — el médico trataba de animar al azabache que se encontraba sobre una de las camillas del hospital sollozando en silencio — Un aborto espontáneo es muy común durante los primeros meses de embarazo.

Megumi escuchaba al doctor mientras seguía llorando desconsoladamente al haber perdido a su tan ansiado bebé. Acariciando a su ahora vacío vientre respiró profundo para intentar calmarse y hablar con el doctor.

— Recomiendo que su esposo esté a su lado por el resto de la semana de igual manera que lo acompañe a las terapias a las que le voy asignar para la depresión.

— Mi esposo no puede saberlo. — interrumpió el azabache cuyos hermosos ojos azules se encontraban apagados.

— Per-

— Por favor. — pidió con pesar.

Es el segundo aborto en un año... si a él le dolía, a Sukuna le destruiría.

La primera vez que sucedió, golpeó fuertemente su matrimonio que Megumi se sentía insuficiente para su pareja, ignorando el hecho que Sukuna siempre lo amaría a él por sobre todo.

La inseguridad y la depresión llevó al azabache separarse cada día de su amado, rompiendo ambos corazones al ya no poder verse a los ojos. Megumi por desprecio a si mismo por no poder darle a ese ser que tanto anhelaban, y Sukuna al creer que estaba molesto con él por condenarlo a tener una familia que claramente no podían.

Duele.

Cuando volvió a embarcarse, decidió mantenerlo oculto hasta que realmente estuviera seguro de concebir. Lo que llevó a mentirle a Sukuna con respecto que sus náuseas mañaneras y el resto de los síntomas. Pero aún así, no fue hasta ayer por la mañana que tomaba un baño aprovechando que el pelirosa estaba trabajando, cuando sintió la sangre correrse por sus piernas que llamó a una ambulancia con miedo al sentir que su pequeño se le iba.

Y efectivamente, se fue.

Lo que nos lleva al momento de ahora; Megumi en el hospital, llorando, solo, a punto de tener un colapso mental.

— Joven Ryomen... — llamó el doctor utilizando su apellido de casado — Si tan solo usted-

— Ya he dado mi palabra final, doctor.

El hombre de tercera edad suspiró con pesar, sabía lo duro que era para los omegas perder una cría, había visto con sus propios ojos como esas jóvenes almas se destruían poco a poco sumergidos en la tristeza. Era su deber salvarlos.

— Le daré el alta mañana por la tarde, trate de descansar mientras tanto, por favor. — muy a su pesar, supo que el muchacho necesitaba estar a solas para pensar, por lo que abandonó la habitación no sin antes avisar a una de las enfermeras para llevarle algo de comer.

Una vez solo, Megumi se dejó caer sobre las almohadas suspirando viendo hacia la ventana con fuertes lágrimas resbalando por sus mejillas. Sus bellos ojos azules como el mar estaban sumergidos en un rojizo provocado por la irritación de tanto llorar.

"Dios, si hice algo que te haya molestado..."

El corazón del azabache poco a poco iba rompiéndose en miles de pedacitos. Sukuna seguramente lo va a odiar si se llegara a enterar. De tan solo pensarlo lo agobiaba mucho.

Enredandose entre las sabanas, dándole la espalda a la ventana, decidió dormir en los brazos de morfeo, sumergiéndose en los sueños; el único lugar en donde no podía sufrir.

Era de noche cuando llegó al apartamento que compartía con Sukuna. Al llegar un gran silencio dominaba las habitaciones, lo que le dio a entender que su pareja no estaba en casa.

Mejor para él, mientras más lo podía evitar, mejor.

— ¿Dónde estuviste? — la profunda y rasposa voz de su esposo lo sobresaltó asustandolo en el acto. A pesar de la oscuridad del hogar, distinguió la silueta del hombre sentado afuera en el balcón, el olor a nicotina golpeó su nariz.

— Eso no te incumbe. — contestó de forma tosca decidido en seguir su camino hasta su habitación.

Por un momento pensó que Sukuna lo detendría para intentar hablar, sin embargo su desilusión fue notoria cuando llegó al cuarto sin ninguna intervención. Él no fue a buscarlo. Si tan solo se hubiera acercado, se hubiera dado cuenta de las pesadas lágrimas en las mejillas del pelirosa que veía con nostalgia el cielo estrellado.

~•~

Sukuna no fue a su lado a dormir hasta cuando casi amanecía. Su brazo rodeando su cintura sintiendo su rostro arrimado a su nuca. Suspiró nostálgico, ¿Cuánto tiempo había pasado desde que lo abrazaba así? Varios meses.

— Sukuna... — llamó el azabache al hombre a sus espaldas — despierta.

El mencionado se aferró más a el cuando sintió movimiento, apretando más el agarre en su cintura, como si temiera que lo fuera abandonar para siempre. Megumi giró entre su brazo hasta quedar finalmente cara a cara con el hombre; fue ahí que se dio cuenta de las marcas de ojeras bajo sus ojos, sus pestañas pegadas por lo que dedujo era de lágrimas secas. Llevó una de sus manos hasta el rostro de su esposo, acariciando con ternura su mejilla. Duele.

Sukuna fue abriendo los ojos poco a poco al sentir el suave y delicado tacto en su mejilla, como si estuviera soñando, se topó con su esposo viéndolo fijamente a los ojos con su mano en su mejilla. Inconscientemente elevo la mano propia hasta dejarla sobre la de su azabache que aún se mantenía sobre su mejilla.

Desearía que ese momento fuera para siempre.

— Debes ir a trabajar — informó el ojiazul desviando de la atractiva mirada del hombre frente suyo.

— ¿Podemos hablar? — fue casi un suplico lo que Sukuna preguntó, con la esperanza de volver a encender la llamada de ese matrimonio que alguna vez fue feliz...

— No hay nada de qué hablar.

Y ahí estaba otra vez queriendo huir de la situación, no podía, duele seguir. Megumi intentó levantarse de la cama para encerrarse en el baño y evitar nuevamente a Sukuna. Sin embargo, el pelirosa consiguió sujetar su muñeca tirando de el para acercarlo.

— Sé del aborto que tuviste hace unos días. — confesó el mayor bajando su mirada a las sabanas, Megumi abrió los ojos de la impresión.

— ¿Qué dijiste?

— Que sé del maldito aborto y trataste de ocultarmelo. El mismo doctor me llamó preocupado cuando estabas inconsistente — Sukuna se escuchaba dolido, lo que provocó que el corazón de Megumi se encogiera. — Aun así, me pidió que no fuera por ti, porque primero quería convencerte de que estabas mal, al mismo tiempo que debiste decírmelo. — dzta vez, levantó su cabeza en busca de la mirada del amor de su vida, siendo totalmente en vano al verlo cabizbajo — Megumi, mi amor... — esas dulces palabras solo hacia que agujas se enteraran en su pecho — ¿Por qué me ocultaste algo así? ¿Por qué ahora te separas de mi? ¿Es que hice algo mal? Lo único que hice fue amarte.

Las lágrimas vivieron acumularse en sus ojos, no quería volver a llorar, pero el sentimiento estaba a flor de piel, y cuando menos se dio cuenta, las lágrimas descendían de los ojos de Megumi. Sukuna tomó su rostro, y con sus pulgares limpio las lágrimas que rompía su bello rostro — Guarda esas lágrimas.

Megumi no lo soportó más, lanzándose a los brazos de aquel a quien ama tanto.

— ¡Perdóname, Sukuna! – la voz quebradiza del azabache mirando a su esposo con dolor — Perdona no darte la familia que tanto deseas. Estoy condenado a perder cada criatura que esté en mi vientre, no estoy hecho para concebir.

Sollozando Megumi ocultó su rostro en el pecho del alfa, sintiendo su agradable olor que le decía estar bien siempre y cuando esté a su lado.

— No digas estupideces — regañó el más alto — Te amo a más que nada en mi vida, eres todo mi mundo, mi otra mitad, lo que más amo... — Sukuna acarició el hombro del azabache acurrucado sobre él — Eres lo mejor que pudo sucederme, concebir a un mocoso es solo parte de.

El azabache rió suavemente al escucharlo, ahí estaba nuevamente el hombre del que se había enamorado. Levantó su cabeza para verlo finalmente después de mucho tiempo a los ojos... ambos pares estaban apagados.

— Está bien no estar bien. — terminó de concluir el de ojos rubíes.

Megumi volvió a sentir ese nudo en su pecho, y sin pensarlo dos veces; unió sus labios con los de él.

¿Cuándo fue la última vez que se besaron? Hace un buen tiempo, había olvidado lo bien que se sentía el sabor de los labios del otro.

— Siempre sabes que decir en el momento oportuno. — mencionó el azabache cuando se separó un poco su esposo, volviendo a sonreír calentando el corazón del alfa. — Te amo.

Sukuna volvió a unir sus labios en un beso más profundo en donde tuvieron que volver a separarse por la falta de aire. — También te amo, mi melocotón.

Y ahí estaba el Sukuna cursi otra vez.

Megumi volvió a sonreír lanzándose de nuevo a su boca tumbandolo en la cama quedando encima suyo.

Sí, tal vez lo que necesitaban era sacar ese dolor que se tenían guardado. Tal vez aún no era tiempo para una familia, o tal vez era otra cosa.

Pero mientras estén juntos, nada más debe importar.

— Yo siempre voy a sostenerte.