Al final de un día vacío, todos están ocupados yendo hacia algún lugar. Luciendo caras cansadas, de expresiones tensas y sombrías; caras agotadas por el exceso de realidad que se precipitaba sobre ellos en aquel cálido atardecer; todos aún parecían tener un poco de fuerza para esbozar mínimas sonrisas a aquellos con quienes compartían la suave brisa que removía delicadamente las hojas de los árboles.

Las luces de las casas comenzaban a encenderse y el tranquilo atardecer se llenaba de conversaciones vagas, banales, llenas de risas distantes y diálogos entremezclados.

Todos parecían tener un lugar a dónde ir y una persona a quién ver.

Todos, menos él.

En atardeceres como estos, a Obito le gustaba sentarse a observar la puesta del sol y las estrellas que aparecían en el firmamento. Le gustaba observar la aldea y a sus habitantes. Todos siendo iluminados por luces brillantes mientras él se encuentra desapareciendo en la oscuridad que trae la noche en ese inmundo hotel. Le gustaba perderse en las frías sombras, como si jamás hubiera existido en este mundo, olvidándose de sí mismo, tal y como todos estarían haciendo en estos momentos, cada quién con alguien más importante que él en quién concentrarse o alegrarse de ver.

En noches como estas, Obito se sentía solo.

Era un sentimiento que le hacía arder los ojos y le oprimía el pecho, lo abrazaba heladamente y lo estremecía. Era un vacío que también, paradójicamente, le impedía sentir intensamente.

Dolía, pero a la vez no.

Quizás era el sólo pensamiento fugaz y automático que pasaba en su cabeza de querer tener, también, un lugar cálido al cual llegar y una sonrisa que lo estuviera esperando con anhelo, justo con la misma intensidad con la que él la anhelaba.

O quizás era su propio sentimiento de no pertenecer lo que le robaba el aliento.

O la forma en la que él observaba a los demás con tanta fascinación, preguntándose qué se sentiría sentir lo que ellos. Aquel sentimiento de felicidad auténtica que prevalece incluso luego de llegar a casa e irse a dormir; aquella emoción que no se pierde al despertar y que no se debe forzar sentir; aquella sensación de estar bien y en paz consigo mismo, aunque el mundo estuviera cayéndose a pedazos.

La soledad era un sentimiento complejo. Bastante recurrente también. Obito lo sabía mejor que nadie, pero no por ello, era menos fácil de manejar.

Había pasado ya ocho meses, casi nueve, desde que no estaba con Kakashi y, durante todo ese tiempo, había tenido varias catarsis.

Una de ellas, y la más importante, es que, incluso cuando aún ambos estaban juntos, Obito jamás dejó de sentir la soledad. Era amargo recordar un momento feliz y que le dejara un vacío en el estómago.

Es triste evocar un recuerdo cálido y que te deje completamente helado.

De alguna manera, inconscientemente, él sabía que iba a terminar solo.

Quizás conscientemente también lo supo. Que lo suyo con Kakashi no duraría.

Quizás sí, quizás no.

Nunca se esperó, realmente, que las cosas terminaran tan abruptamente.

Las preguntas en su cabeza con respecto a su ruptura siguen rondando su subconsciente, cada una sintiéndose cada vez más pesada, especialmente cuando nuevas inquietudes surgían en su mente.

¿Habrá sido mi culpa?, piensa, de nuevo, siendo esa pregunta la más recurrente.

Era imposible que no lo fuera.

Obito estaba convencido de que algo tuvo que haber hecho como para que Kakashi dejara de amarlo.

Quizás nunca me amó realmente.

¿Nunca me amó?

Agacha la cabeza, observando la botella de sake en sus manos y sintiéndose asqueado consigo mismo por estar ahogando su mar de penas, en un mar de alcohol.

De todas formas, no se detiene cuando decide tomar otro sorbo.

¿Entonces por qué estuvo conmigo?

Suspira, sintiendo las lágrimas acumulándose de nuevo en sus ojos. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces había llorado ese día por lo mismo; pero bueno… llevaba meses llorando por lo mismo.

¿Qué importaba una vez más?

—¿Obito? —pero una voz lo detiene. Una voz femenina y extrañamente familiar.

Obito tiene que buscar a la persona que le habló sólo para darle un rostro a la voz, porque sabía que no sería capaz de recordarlo por su cuenta.

Era Rin.

Lucía bellísima, como siempre. Radiante y sonriente.

Una sonrisa que murió lentamente mientras más se acercaba al piso en el que él estaba, y mientras más analizaba el estado en el que se encontraba.

—Rin —le es imposible no llamarla de vuelta, lleno de sorpresa, suprimiendo sus ansias por desmoronarse ante todos sus pensamientos y, ahora, sumándole, ante todos los recuerdos con la castaña que comenzaron a invadir su memoria.

Obito se siente pequeño ante su escrutadora mirada.

No recordaba tenerles miedo a las personas.

Así de bajo he caído, piensa.

—Estaba pasando por aquí y de casualidad te vi —la explica la morena. Su sonrisa no desapareció del todo, pero ahora es conservada y prudente—. ¿Qué haces en un lugar así?

La mujer le da una mirada rápida a la habitación y Obito, de la nada, siente mucha vergüenza. No quiere que ella lo vea en ese estado tan mediocre. De nuevo tiene ganas de largarse a llorar y maldice lo sensible que es.

—No importa —responde, escondiendo inútilmente la botella de alcohol tras su espalda. Rin sigue sus acciones con sus ojos y, a pesar de que lo vio todo, decide no preguntar al respecto.

Aun así, siente que debería.

Pero de todas formas, no lo hace.

—Yo… —comienza ella a decir, su tono de voz bajó dos decibeles y, sin siquiera pensárselo mucho, el Uchiha cree saber qué le dirá—… escuché lo que sucedió con Kakashi.

Hay un silencio muy pesado que se crea entre los dos y Obito no puede evitar pensar en que Rin pudo haber elegido un mejor tema del cual hablar, considerando su propia apariencia física y el desorden en la habitación del hotel que obviamente no se puede ignorar.

La pregunta no lo toma por sorpresa, pero sí lo hace sentir muy mal.

Rin parece no notarlo.

—Sí…

Obito no quiere hablar al respecto, no quiere arruinar lo que podría ser un encuentro amistoso entre dos personas que antes habían sido mejores amigos, y que ahora no se habían visto por más de un año.

La castaña se nota incómoda.

—¿Sabes que comenzó a salir con Iruka?, me sorprendí cuando me enteré. ¡Esa sí no me la esperaba!

No tuvo que pasar mucho tiempo para que la Kunoichi se diese cuenta del error que había cometido al mencionar eso. El pelinegro la observa directamente a los ojos y no dice nada. Sí, era obvio que él ya lo sabía. Por él Kakashi le había terminado.

Rin se siente morir. Siempre decía cosas estúpidas cuando estaba incómoda. Su mecanismo de defensa era vomitar cualquier cosa que se le viniera a la mente para evitar silencios incómodos y tensos.

Sin embargo, en ese momento fue, quizás, lo peor que pudo haber hecho.

Obito lucía cansado y triste. Su expresión era apagada y no tenía que esforzarse para poder ver sus profundas ojeras y ojos rojos e hinchados. La habitación en la que se encontraba estaba hecha un desastre, con botellas de alcohol por todas partes, cajetillas de cigarrillos acabadas y envolturas de comida para nada saludable encima de la cama.

¿Y ella había dicho severa estupidez frente a un hombre que obviamente no superaba la ruptura?

Vaya que era estúpida.

—Obito… —quiere arreglar lo que dijo, pero el pelinegro niega con la cabeza, observando hacia abajo. No está llorando, pero parece que lo hará pronto.

Rin se muerde el labio inferior.

—Fue bueno volver a verte, Rin. Pero ahora… —su voz se corta un poco, la aludida se lleva una mano a la boca, consternada por el estado de su ex compañero de equipo—… ahora no quiero hablar. Con nadie.

Rin asiente con la cabeza a pesar de que el hombre no la observa y, además, cierra la ventana en toda su cara.

Se escucha un sollozo comprimido, enmudecido por las paredes y la mujer estira su mano con intención de tocar la ventana y asegurarse de que el Uchiha se encontrara bien.

Pero se detiene.

Sus ojos inquietos se mueven dubitativamente por todo el lugar y decide, simplemente, que lo mejor sería no molestarlo.

Se notaba que él no quería hablar con nadie y, aunque ella estuviera preocupada por el estado en el que lo encontró, dejaría que él se hiciera cargo de su propio desdichado corazón.

Odiaba admitírselo, pero ambos ya no eran tan cercanos como antes y se sentía incómoda por haber dicho algo que no debió, momentos antes. Llevaban más de un año sin verse y, seguramente, más de tres sin hablar realmente de algo importante.

¿Qué la había hecho pensar en que quizás él quería verla?

Quizás su expresión serena y vacía al observar las calles de Konoha le hizo creer, por algún estúpido motivo, que podría entablar una conversación como antes solían hacerlo.

Lástima, Rin se da la vuelta, dispuesta a irse. Y pensar que antes era un niño muy alegre, que hacía brillar cualquier lugar.

Ahora Obito, al verlo, sólo daba eso, lástima.

Detiene su andar.

No le gustaba pensar eso del Uchiha… o de cualquier persona en general. Pero especialmente de quién antes fue su mejor amigo.

Lo había visto deambular por la aldea sin rumbo fijo los últimos meses y, si no se había acercado, era porque este parecía estar en su propio mundo. Un mundo de pensamientos que ella no quería interrumpir porque bueno…, ya ni siquiera sabía por qué.

Lo más seguro es que, sencillamente, no le había nacido hablarle.

Suspira, sintiendo la culpa apoderarse de su pecho y haciéndole difícil el respirar.

Si él también hubiese querido hablarme, lo hubiese hecho. No es un pensamiento muy alentador, pero ayuda a disminuir su sensación de culpa.

Mientras saltaba por los tejados de las casas de la aldea, Rin tiene un pensamiento que se instala fuertemente en su consciencia y que amenaza con no abandonarla.

¿Estaré ignorando su sufrimiento por mi propia comodidad?

Al menos debió insistir en preguntarle si estaba bien.

Era obvio que no, pero… ¿habría hecho alguna diferencia?