Problemas domésticos
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Yaten estaba agobiado. Había revuelto todos sus cajones sin éxito y ya sentía que ya se le estaba yendo la cabeza hasta otro planeta. Mañana tenía una junta importante para presentar una maqueta y quería ir lo más presentable posible al trabajo. Igual que en todo lo demás, no le gustaba improvisar sus atuendos. Todo debía estar limpio, planchado y ubicado para cuando se metiera a la ducha por la mañana.
Lo que ocurría era lo siguiente: juraba haber dejado sobre la cama ésa camisa, —su favorita y elegante camisa Harmond & Blaine— y mágicamente había desaparecido. Pero como él no era alguien que creyera en las experiencias sobrenaturales y seres míticos como duendes, gnomos y fantasmas, sólo había una persona que hacía que todo su mundo, sus cosas y su vida se volviera patas arriba de una vez. Era rubia y tenía nombre y apellidos, y uno de ellos era suyo.
Fue donde estaba sentada en el pequeño comedor. Miraba vídeos "graciosos" de gente que se caía estrepitosamente (a él le parecían bastante estúpidos, pero bueno, ¿quién era él para juzgar la diversión?) en su portátil y se relajaba muy tranquis bebiéndose una limonada. Era domingo por la tarde y cada uno andaba en lo suyo después de haber ido a hacer la compra. Yaten se acordó de emplear una voz neutral antes de desatar a la fiera que vivía en su interior cuando le pasaba algo a sus posesiones. Sus preciadas, ordenadas y pocas posesiones, por cierto, porque prefería tener contadas y buenas prendas que un montón de baratijas.
—Linda —le llamó poniéndose frente a ella y agitando una mano para que le notara. Minako siguió teniendo sus ataques de risa. Yaten puso los ojos en blanco —¡Minako!
Ella se quitó los audífonos, aun con una grande sonrisa en la cara que le ablandó un ápice su mal genio.
—¿Sí?
—¿Viste mi camisa?
Minako entornó los ojos y se rascó el puente de la nariz.
—Tu camisaaa…—repitió perdida.
—La que dejé en la mañana sobre la cama. No está.
La rubia elevó los ojos al cielo como si tratara de acordarse. Yaten empezó a sacudir los dedos de las manos, impaciente. Ya estaba augurando algo malo. Muy malo.
—¿Una blanca?
—Es color marfil. Pero sí, ésa —atajó, en un intento de que se le prendiera el foco más rápido.
—Aaah, ésa —respondió y viró el rostro poniendo la vista otra vez en la pantalla —. Sí. La eché a lavar. No te preocupes, estará lista muy pronto —agregó guiñándole un ojo, como si hubiera resuelto el mayor de sus problemas.
Él abrió los ojos con gran horror, y casi instantáneamente se esfumó. Minako parpadeó preocupada e inclinó la cabeza. No habría hecho algo mal, ¿o sí? Se encogió de hombros y pronto se distrajo con el video de un gato loco saltando a un árbol de Navidad y causando un gran caos. Volvió a reír y así se olvidó de su pobre y perturbado esposo.
Yaten pulsó fuerte el botón de pausa. Para su desgracia, ya estaba en los últimos minutos del centrifugado. Contuvo darle una patada a la lavadora o proferir una serie de maldiciones bastante desagradables, y rogó por una esperanza. Quizá el daño no sería tan grave. Quizá un planchado especial en la tintorería lograra el milagro...
Pero cuando abrió la tapa no fue buen aliciente ver algunas ropas variopintas echa bolas en el contenedor, entre la mayoría de la ropa blanca que él había separado para lavar ése día. Rechinó los dientes, cerró los ojos y volvió a maldecir, pero ahora sí explotó como un polvorín; justo cuando vio su preciosa camisa ahí, toda arrugada y exprimida como un trapo de cocina...
Pero eso era lo de menos.
Ahora era un pálido, disparejo y abominable color ROSA. Cortesía de las mallas rojas de yoga que Minako había echado allí también, cómo no.
Su vena comenzó a palpitar, la sangre caliente se le subió a la cabeza y gritó con todas sus fuerzas:
—¡MIIIINAAAAAKOOOOO!
Mina se cayó de la silla de nalgas. Se sobó un poco y se incorporó de un brinco. Mierda, ¿qué había pasado? Estaba asustada, juraría que se le acababa de quedar atrapada la mano en la lavadora y ahora había sufrido una mutilación horripilante o algo así para gritarle de ese modo, igual que en una película gore. Pero no. La intuición femenina y la experiencia le decía que ese alarido no era de agonía. Era furia, y ella tenía la culpa.
—Madre… —gimió y buscó sus llaves para largarse y fingir que había salido a un mandado, cuando Yaten se asomó por el pasillo y le acuchilló con los ojos. Minako dio un respingo.
—¡Ven acá!
—¿Qué…? ¿P-p-para qué? —balbuceó alejándose de él.
—Ven ahora o voy yo por ti —espetó, y se metió en la estrecha lavandería.
Minako tragó saliva dificultosamente y se mordió su carnoso labio inferior. Ay, ¿qué había hecho? Esta vez se había asegurado de poner la cantidad exacta de detergente y no lo confundió con el del baño. Tampoco dejó monedas o billetes en los bolsillos. Caminó diligente hasta el pequeño cuarto, que ahora mismo olía a flores. Eso no ayudó a apaciguar las chispas termonucleares que saltaban en todas direcciones desde el cuerpo de Yaten.
—¿Qué pasa, mi amor? —preguntó falsa y dulcemente, mostrando todos sus dientes.
A Yaten no se le movió ni un pelo. No ésta vez. Ya le había pasado que echara a perder la licuadora metiendo un tenedor, recipientes estrellados o quemados en el microondas y sal en vez de azúcar en su café. Pero esto no. Era el colmo. Su ropa era sagrada. Lo único que era realmente suyo y que no invadía su intenso y extenuante matrimonio.
—¿Qué mierda significa esto? —casi bramó, extendiendo la camisa frente a ella. Minako se tapó la boca con una mano al ver aquéllo y contuvo un grito ahogado.
—¿Esa es…?
—Sí. Respóndeme, ¿por qué mi fina, casi nueva y favorita camisa parece un puto uniforme de payaso hawaiiano?
La rubia contuvo las ganas de reír. Algo típico que pasaba con Yaten, era que incluso en sus momentos más coléricos o dramáticos, sacaba puntadas cómicas de modo natural. Era algo muy de su personalidad. Y le gustaba que fuera así, cuando se trataba de otros, pero en estos momentos temía seriamente por su vida. Así que se mordió la mejilla interior para evitar que su amorcito hiciese erupción como el Kilauea.
—Bueno, yo… no sé que pasó —titubeó, jugando con sus dedos índice.
—¿No crees que tuvo que ver con que la echaras primero, en un ciclo pesado siendo una prenda tan delicada, y segundo, con éstas chillantes, feas y corrientes mallas de deporte tuyas?
—¡No son corrientes! —se defendió—. Las compré en Puma, creo...
—¡Ese no es el punto! —gritó enfadado —. El punto es que todo lo que te digo te entra por una oreja y te sale por la otra. De nada sirve la cantidad de veces que te explique cómo funcionan las cosas, nunca me haces caso. ¡Siempre haces lo que te da la gana y ocasionas una puta catástrofe en toda la casa! ¡Estoy harto! ¡Aghr!
Minako sintió una punzada de dolor en el pecho, pero sabía que era sólo el coraje hablando por él. No quiso ponerse en su nivel, en vez de eso y sabiendo que estaba tentando a la suerte, igual se arriesgó. Habló con tonillo ligero y despreocupado a ver si así lo contagiaba:
—Tranquilo… yo creo que estás exagerando. Sólo es una camisa. Tienes más. Y si la miras bien, ni siquiera está tan mal. Todos los chicos hoy en día usan el rosa porque está de moda…
Yaten se puso fuera de sí.
—¡No quiero estar a la moda! ¿Qué no ves? ¡Está toda llena de manchas! ¡Eso no es lo que quiero…! ¡Yo sólo quisiera que…! —no completó la frase y se calló, mordiéndose la lengua.
Minako puso los brazos en jarras, como sospechando lo que le iba a decir.
—¿Qué cosa, Yaten? Dilo, no te cortes.
Él exhaló fuertemente. Sus aletas nasales se agitaron un poco y miró hacia donde estaban los detergentes y limpiadores un segundo, pero aun así se lo soltó sin tapujos.
—Quisiera que no fueras tan... inútil —confesó, aunque en tono culpable.
Minako arqueó ambas cejas.
—Ya veo—repuso en tono áspero —, Bueno, si lo que necesitabas era una ama de llaves, debiste conseguirte una en vez de pedirme que me casara contigo. Serías más feliz. Ya sabías de antemano que no se me dan bien estas cosas. Siempre lo supiste.
Yaten apretó la mandíbula. «No darse bien» era quedarse demasiado corto con la clase de catalicismos que sucedían dentro de aquellas paredes, tanto que hasta los vecinos ya se habían quejado de repente. Pero eso no era lo que le interesaba discutir. Porque de hecho, no era lo que le molestaba en realidad. Mientras Minako no incendiara el apartamento con ellos dentro o algo así, no le afectaban tanto sus problemas domésticos. Si no que odiaba que nada saliera como quería, por más que se esforzara.
—¡Eso no es, carajo! —le reclamó Yaten mirándola con reproche —. Nunca me escuchas, siempre quieres hacer todo a tu manera aun sabiendo que no resultará, y aunque te lo diga una y mil veces me tiras de a loco y me ignoras. Y no es justo que yo pague por eso. ¿Cómo te sentirías si hubiera sido yo quien estropeara un vestido tuyo, por ejemplo?
Minako sacó una sola carcajada y no contestó a eso. Claro que la armaría grande, pero no lo dijo.
—Yo no haría el dramón que tú estás haciendo. Pero bueno, si una camisa va a ocasionar la tercera guerra mundial te la pago. Al doble si quieres, así estamos a mano y volvemos a la normalidad.
Yaten sacudió la cabeza cabreado. Que no era la camisa, con una mierda…
Estaba mega ofendido de que hubiera dicho aquello, como si lo otro no significara nada.
—Otra vez, a eso me refiero. ¿No te das cuenta? ¡Ni siquiera te has disculpado por lo que hiciste! Ni por esto ni por las miles de veces anteriores que yo tuve que arreglar tus errores. Yo también vivo aquí ¿sabes? No quiero una sirvienta, pero tampoco quería adoptar a una cría torpe o con déficit de atención a la que tuviera que supervisar todo el tiempo hasta para las cosas más básicas de supervivencia.
Estampó la camisa mojada contra el piso y salió del cuarto de lavado, rozándole un poco el hombro. Luego se oyó como se cerró fuertemente la puerta de la otra habitación, la que utilizaban como estudio. Seguramente iba a encerrarse a trabajar por horas. Minako la levantó del suelo y suspiró. Ya sabía que Yaten y ella eran muy distintos, pero últimamente parecían chocar en casi todo… y eso la entristecía y la preocupaba. Apenas tenían meses viviendo juntos, ¿aguantarían toda una vida, así como se habían jurado frente al altar?
No lo vio en el resto del día. Sólo se lo topó en la cocina para hacerse un bocadillo y en el baño para lavarse los dientes. Le estaba aplicando la ley del hielo como en el jardín de niños, así que ella hizo lo mismo. Se puso a ver sus películas favoritas toda la tarde y él no salió del estudio. En la noche se hizo su rutina facial y estaba enviándose mensajes con Serena, cuando él entró en la habitación con el pijama puesto.
Minako le echó una ojeada furtiva.
—Ten cuidado de no pasarte de tu lado de la cama, podría posesionarme con mi infinita torpeza y estrangularte por accidente mientras duermes —le advirtió.
—¿Quién dice que voy a dormir aquí? —le desafió Yaten punzante.
Minako le miró contrariada. Él cogió su almohada, una manta de la parte más alta del armario y se largó a la sala sin decir más.
Minako puso los ojos en blanco y se encogió de hombros, diciéndose que no le importaba. Apagó la luz y se acomodó dándole la espalda a un lado vacío. Era su problema, por ella podía dormir en el parque si quería. No obstante, casi enseguida se sintió algo mal por ello. Todo iba incómodo en el día, sí, pero pensó que sólo bastaría que llegara la noche para que hicieran las pases con cualquier pretexto y listo. Nunca habían llegado a este grado de rechazo uno con el otro. Sabía que no debía haber soltado ése comentario tan ácido, pero ya era tarde, no se podía retractar.
Aunque resultara increíble, a partir de allí no se hablaron en casi una semana. Yaten tuvo que aguantarse el dolor de cuello y la espalda llena de nudos, y Minako la mala comida de su trabajo y tener que tomar el autobús atiborrado por las mañanas. Yaten tenía un sazón fantástico, y claro, no perdía la oportunidad de restregárselo en la cara cuando se preparaba sus propios y deliciosos almuerzos en porciones individuales, así como ella dormía plácidamente estirada en el colchón "matrimonial". Seguían cruzándose en la cocina y el baño sin decirse una palabra, pero ya no se miraban con resentimiento ni azotaban a propósito las puertas o los objetos en presencia del otro.
No obstante, con el paso de los días empezaron a resentir también el efecto de estar separados. Yaten echaba de menos sus mimos y sus chistes, y Minako sus consejos y sus cuidados protectores. A ambos se les acrecentaba la ansiedad por arreglar las cosas, pero ninguno había sido capaz de dejar de lado su orgullo y disculparse. Eran un par de necios.
El viernes Minako llegó temprano del trabajo, enojada por no tener con quien salir (todas sus compañeras de trabajo tenían planes) como si eso también fuera culpa de Yaten. Ese viernes además era "noche de juego", cuando solía juntarse con Seiya a mirar el basquetball y por lo regular volvía hasta la medianoche.
Llamó a Serena, pero no podía. Sólo consiguió concederle ir a desayunar con ella el sábado y luego irse juntas de compras. Minako quería comprarse ropa o algo lindo, como una especie de secreta venganza para la camisa rosa de la discordia. Se acostó sin la sensación cálida del abrazo como los días anteriores, y pronto se quedó dormida.
La despertaron truenos en la madrugada. Era la primer tormenta del verano y la sobresaltó. La temperatura había bajado drásticamente y eso hizo que se tapara hasta la nariz con las frazadas. Justo cuando empezaba a quedarse dormida de nuevo, pensó en Yaten. Él era friolento y estaba segura que el tonto no había previsto algo así, y sólo tendría la misma manta ligera que había usado los días anteriores. Si hubiera entrado al cuarto lo habría escuchado. Apretó los párpados y trató de ignorar ese detalle, pero no podía. Por muy enojada que estuviera eso no quitaba lo que sentía por él, que era mucho más fuerte. Gruñó para sí misma y salió de la cama, tomando una cobija más abrigadora y se dirigió a la sala donde él dormía profundamente.
Su sofá no era muy ancho, así que Yaten estaba acostado de lado, apoyado sobre uno de sus brazos con uno de los cojines decorativos. La poca luz amarilla de las farolas de afuera le alumbraban ligeramente el rostro, resaltando sus blancas y masculinas facciones. Minako no pudo evitar suspirar. Así, sin sus palabrotas ni el ceño fruncido, la boca ligeramente entreabierta y su tranquila respiración acompasada, sólo era como un niño triste, solo y extraviado. Le invadió la culpa instantáneamente. ¿Qué le había costado sólo decir lo siento? ¿O para variar, ser menos patosa con los quehaceres, y un poco más madura para resolver este tipo de diferencias? Ya estaba casada, y Yaten tenía razón en que a veces actuaba aun como una niña malcriada.
Sus ojos se acuaron, pero no se quedó mucho pensando en eso porque no quería que él se despertara y la viera. Sólo le arropó bien y luego volvió a su cama.
El primero en levantarse el sábado fue Yaten. Le pasó más o menos algo similar que a Minako al encontrarse bien tapado hasta el cuello con una cobija que no era la suya, y sintiendo arrepentimiento por haber armado tanto teatro, o no haber conversado con ella de otra forma más amena. A pesar de lo grosero que había sido, Mina seguía preocupándose por él.
Lo tenía claro, su mayor defecto era no saberle expresar sus emociones con las palabras adecuadas. No podía. O le costaba muchísimo. Cuando debatía, decía cosas sin filtro ni tacto, que en el fondo no quería decir tal cual y luego no podía frenarse. Incluso atacaba sin recibir antes el disparo. Se había equivocado y lo sabía, pero con las cosas más frías ahora, ése día estaba dispuesto a reflexionar y tratar de encontrar una solución. No iba a divorciarse por un jodido pedazo de tela de todos modos. Era algo absurdo.
Mientras el café goteaba se puso a hacer tostadas francesas, una de sus especialidades y las favoritas de Minako. Le sorprendió verla aparecer en la cocina tan temprano, recién duchada y arreglada, con unos jeans entubados azul marino y un top de tirantes con volados color naranja pastel. Tenía el pelo recogido con una coleta alta. Se veía preciosa.
—Buenos días —murmuró Minako rompiendo la ley del hielo por primera vez. Yaten le miró sorprendido apenas un instante, como si no hubiera oído bien, y luego volteó una de las tostadas en el sartén.
—Buenos días.
Mina no le dijo más y se sirvió un poco de jugo de naranja, recargada del lado opuesto de la encimera. Yaten supuso que era su turno de dar su brazo a torcer, aunque fuera un poco.
—¿Quieres una? —le ofreció.
A Minako se le hizo la boca agua. Después de toda la semana de comer sándwiches empacados un desayuno decente era tan tentador. Y era tan amable de su parte sugerirlo… que se mordió los labios, lamentando que ya tenía un compromiso.
—No, gracias —respondió. Yaten desvió los ojos hacia otro sitio, sintiéndose algo resentido.
—Como quieras.
Minako agregó:
—Es que voy a desayunar con Serena en el centro comercial. Ya no tarda en venir por mí.
Él ablandó su expresión.
—Ah —dijo sin más.
Vio como él se servía su propio desayuno, y estuvo a punto de sentarse en el otro taburete y preguntarle si podrían hablar más en la noche, cuando su celular sonó. ¡Qué mala suerte que su amiga, que siempre había sido tan impuntual se le ocurría ser madrugadora y oportuna ahora mismo!
—Bueno, ha llegado… Nos vemos luego —se despidió ella escueta dejando el vaso en el lavaplatos. Yaten no le dijo nada, pero se quedó mirando la puerta un buen rato cuando ella se fue.
Minako y Serena fueron a desayunar a una cafetería muy concurrida, pero estuvo distraída todo el tiempo hasta que su amiga le reclamó que no la estaba escuchando. Luego fueron a visitar las tiendas y los locales que a ambas les gustaban. En la librería, Minako sintió el impulso de irse a una tienda grande, allí donde tienen las buenas marcas. Serena estaba muy concentrada en elegir entre dos novelas románticas a las que era gran aficionada, así que no le importó.
Una vez que compró lo que necesitaba, pasearon otro rato y luego cada una se marchó a su casa. Serena estaba muy cansada por tanto trabajo y ansiaba echarse una siesta, y Minako se inventó que tenía también cosas que hacer. No supo por qué no le contó a su mejor amiga acerca de su primer pelea oficial con Yaten. Era algo extraño, que aun no lograba comprender. Había algo en su relación que a veces guardaba recelosamente, siendo distinto con los demás novios que había tenido y de los que Serena se sabía todas las anécdotas. No sabía exactamente la razón, si era por el matrimonio se lo tomaba más en serio o posiblemente porque Yaten era muy reservado con sus cosas, a ella no le parecía correcto andarle dando santo y seña a todo mundo de sus intimidades, ni siquiera a su mejor amiga.
Pero independientemente de eso, esta cuestión en particular más bien le daba vergüenza comentarlo. Se propuso que ya era lo bastante grandecita para lidiar con ello sin ir a quejarse con Serena, quien ya de por sí lidiaba con sus propios problemas como adaptarse a su nuevo roomie o soportar al horrendo de su jefe.
Apenas llegó, supo al momento que Yaten se mantenía encerrado en su estudio, porque la puerta estaba cerrada y se oía una bajita música de jazz adentro. Se auto-deseó suerte y tocó dos veces con los nudillos. Cuando le oyó decir un sutil "Pasa", abrió la puerta.
—¿Tienes un minuto? —le preguntó apenas asomando la cabeza.
Yaten bajó la pantalla de su portátil y se talló los ojos.
—Mmm sí, de hecho pensaba darme un descanso para hacerme un café. ¿Qué pasa?
Minako avanzó con las manos detrás. Yaten giró la silla en su dirección y aguardó. Había tenido todo el camino de regreso, que hizo a pie, para ordenar sus ideas. Sabía exactamente qué decir, pero de todos modos le daba algo de miedo volver a embarrarla o que él quisiera seguir discutiendo.
—Yo… siento muchísimo lo que hice con tu camisa. Tienes razón, soy muy pasota y descuidada, pero no es que no haga caso a propósito. Bueno, la mayoría de las veces. No quería arruinar tu ropa, ni hacerte enojar… sólo quería sorprenderte teniendo la ropa lista por una vez, pero me salió mal. Evidentemente. Me has explicado muchas veces como hacer las tareas y me he dejado consentir demasiado por ti. En parte porque me gusta, y porque soy algo holgazana todavía. Con Serena nunca tuve que esforzarme, las dos éramos tontorronas y a ninguna le molestaba que el apartamento se cayera a pedazos o llevar siempre la ropa a la lavandería. Nuestros padres siempre nos casi resolvían todo a pesar de vivir solas. Supongo que nos estancamos en la universidad. Pero me estoy adaptando a todo esto, y te prometo que la próxima vez pondré atención mil veces antes de ocasionar otro lío.
Y soltó el aire, ruborizada y expectante a su respuesta.
Yaten también soltó un largo suspiro. Sus ojos brillaron con alivio y alegría al mirarla hacia arriba.
—No, Mina… yo también fui muy rudo contigo. No sólo eso, de hecho fui realmente maleducado —admitió en tono suave —. No era para tanto de todos modos, y no me importaba la camisa ni tener la razón. Bueno, sí, un poco. Pero no vale más eso que el que estemos enfadados. Lo siento también.
Mina bajó los hombros relajada.
—De todos modos la tenías. Esto sería un manicomio sin ti.
—Pero de todas formas debí actuar con más paciencia… y no es del todo cierto lo que dije. Yo sabré usar los electrodomésticos o cocinar, pero eso no quiere decir que yo sea el único adulto aquí. Tú me has enseñado muchísimas cosas, cosas más importantes. Como saber escuchar, y comprender a las otras personas… antes de conocerte era una piedra prácticamente en cuanto a sentimientos se refiere. Y ya no quiero ser así, y menos contigo.
Minako sonrió dulcemente, sintiendo su pecho inflarse dentro de ella como un globo de helio.
—Me alegra oír eso. Bueno, aparte de que por fin estamos de acuerdo en algo, te traje esto —Minako le extendió el paquete que traía oculto en la espalda. Yaten pestañeó sorprendido.
—¿Y eso qué es?
—Ábrelo.
Yaten se asombró al ver la etiqueta. Era una camisa idéntica a la estropeada, pero ésta era de un color verde pastel muy claro y sutil.
Minako se aclaró la garganta:
—La vendedora dijo que esa era de la nueva colección, ya que la otra ya estaba fuera de temporada y no está disponible. Me pareció un bonito color.
Yaten sólo se quedó mirando la prenda con una diminuta sonrisa. A eso se refería cuando le habló sobre las cosas importantes. Y no era tema del regalo, no. Era el acto de generosidad que ella era capaz de hacer sin titubear, de dar la cara ante el otro con valentía primero cuando se equivocaba. Su candidez, su sinceridad y el animar a los demás siempre antes que a ella misma era de las cosas que más le admiraba. Es cierto que a veces le zafaba tornillos, pero le hacía feliz. Muy feliz.
—Si no te gusta puedo cambiarla —se apresuró a aclarar, dado que él no decía nada.
Yaten cogió suavemente su mano con imprevisto, lo que asustó un poco a Minako, pero la estrechó también.
—Claro que me gusta. Gracias, Mina.
—Qué bien. Te dejo trabajar entonces, iré a ver una película… —le avisó apartándose, y lanzándole una coqueta mirada inofensiva que por supuesto no pasaría desapercibida.
Yaten tiró de ella y la hizo sentarse en sus piernas, sonriéndose mutuamente y volviéndose algo infantiles. La distancia que separaba sus labios era demasiado tentadora, así que la acortaron y se besaron de modo dulce y ardiente a la vez. Luego sólo dejaron sus frentes apoyadas, mirándose de cerca con intensidad. Así, su pelea se había desvanecido como una ola al llegar a la orilla.
Yaten se enderezó.
—No quiero arruinar el momento pero… ¿de dónde sacaste el dinero? Esta marca no es para nada barata… —preguntó metiendo las manos debajo de su blusa, para llegar a su angosta espalda. Minako era muy gastalona y no creía que tuviera nada extra después de haber comido fuera toda la semana y menos al ser últimos días de mes.
—De nuestra cuenta de ahorro compartida, ¿de dónde más si no? —le tomó el pelo. Yaten se quedó blanco como un muerto. Minako se echó a reír y le dio un beso corto —. De mi tarjeta de crédito, tonto… no soy tan irresponsable como crees.
—No era necesario, Mina. Mejor devuélvela.
—Claro que no, y sí lo era. Ah, y también compré una libreta, ¿ves? —señaló otra bolsa más pequeña que había dejado por ahí —. Para allí anotar todo lo que me expliques y así nunca se me olvide.
Yaten dudaba que fuera a ocurrir eso con total certeza, pero no dijo nada. No ésta vez. Dejó el comentario sarcástico en la punta de su lengua y lo cambió por otro totalmente opuesto. Le dio un beso en el hombro cuando su tirante resbaló antes de decir:
—Anota lo mucho que te amo, entonces.
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Notas:
Ayñ, ya sé… son taaaan adorables uwu Quise mostrar esos pequeños pero inocentes tropiezos por los que pasan todos los matrimonios. Y también honrar la maravillosa habilidad de Mina de hacer un desmadre con todo XD.
Espero les haya gustado y si quieren, me lo hagan saber con un review. Son gratis y me hacen el día!
Hasta el otro!
