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Capítulo 4.

—Por suerte no.

Kagome rio, mientras se llevaba una cucharada de frutas a la boca. Sus padres también rieron. Kikyō seguía en silencio, distante, ausente del universo.

—Te he visto en esos cuadernos todo el día, Kagome —le dijo Suikotsu, mientras comía también. Su hija asintió.

—Escuché que su tutor le dejó treinta y dos ejercicios de tarea —agregó Naomi, tomando ensalada—. Es muchísimo, pero creo que ha estado avanzando.

El señor Higurashi asintió, esperando que así fuera realmente.

—Mmm —Kagome se tapó la boca mientras tragaba rápido—, es un exagerado. El tema me ha quedado claro ya.

—¿Cuántos llevas, K? —Intervino por fin Kikyō y todos pusieron sus ojos sobre ella, interesados en que al fin haya dicho algo—. ¿Sucede algo? —Se asombró, aunque su rostro aún pareciera trascender lentamente de expresión.

Kagome negó automáticamente.

—Veintidós ya —le respondió, bebiendo jugo— para esta noche, espero poder avanzar al menos los cinco más cortos que me queden y dejar el resto para su tutoría.

—Hija… —pronunció Naomi, con una calma inesperada. Su esposo asintió, dándole la palabra—, ¿estás bien? Te notamos rara desde el viernes.

Todos se quedaron en silencio algunos segundos, intentando no hacer más incómoda la cena. Kagome se secó la boca con la servilleta y esperó seria, a que su hermana respondiera. Los padres temieron que se tratara de algo parecido a aquel último extraño novio que le había roto el corazón a su hija hacía más de dos años.

La aludida se mordió los labios, inquieta. Su familia debía saberlo tarde o temprano. Tomó aire y se preparó mentalmente para la ola de preguntas que se avecinaban.

—Terminé con InuYasha —las expresiones se congelaron al instante— y es para siempre. —Agachó la vista y su semblante decía «no más preguntas, por favor».

Kagome, bastante asombrada y casi preocupada, agachó la cabeza, procesando aquello. Las cosas hicieron clic en su cerebro y ese nerviosismo de Kikyō el día de la boda de Sango, su ansiedad, su manera desesperada de beber, su desaparición el sábado y su cita extraña con InuYasha el día domingo. Cada recuerdo de su hermana no siendo su hermana le pegaron en la mente, haciéndola llegar a un conclusión que rezó, a todos los dioses existentes, no fuera real: Naraku. Aquel desgraciado infeliz. Si había algo que compartiría con Kikyō toda la vida, sería el odio por aquel imbécil.

El día en que Kikyō llegó llorando a su habitación contándole que Naraku se había ido y que en verdad era un Big Boss de los negocios turbios, ella se quedó de piedra, pero la peor parte fue cuando ella le confesó que estaba embarazada… Kikyō se había embarazado de ese criminal que nunca llegó a saber de su futura descendencia y se fue. Su hermana decidió abortar clandestinamente, teniendo apenas dos meses de gestación, intentado dejar atrás todo de aquel malnacido. Y desde ese infernal día, no se supo más de él, ni se habló más del fallido embarazo.

Nada.

No podía ser que en ese momento… no, ella le hubiera dicho ya, ¿por qué callaría algo como eso? La miró incrédula, con los ojos bien abiertos, buscando una respuesta. La mujer parecía apagada, como cerrada. La menor quiso convencerse de lo contrario y atribuirle el ánimo a la ruptura. Ruptura que no tenía ni pies ni cabeza. Miró de nuevo para sus papás, que se estaban viendo unos segundos, con expresiones preocupadas. Sabía que estaban dudando en qué decir. Tragó duro, intentando llevar su mano al hombro de Kikyō, para tratar de consolarla.

—Respetamos tu decisión, hija —dijo por fin el señor Higurashi, tomando la mano de su mujer. Kikyō era una adulta responsable y madura que siempre los había respetado y que tenía total libertad de elegir quiénes se quedaban o no en su vida y aunque ellos pudieran opinar, no se sentían en el derecho de recriminarle en lo absoluto— gracias por contarnos.

La muchacha los miró detenidamente, pestañeando y sin poder creer que no estuviera siendo cuestionada después de aquello tan grande que acababa de soltar. Bueno, entendía que InuYasha era su primer novio más «serio» que había llevado a casa, y por eso mismo esperaba algún reclamo o pregunta. Su hermana estaba ahí, dándole fuerzas. No se lo diría, no le diría a nadie sobre eso. No tenía sentido.

—Gracias… —respondió, intentando reponerse por el espacio que le habían brindado—. No sé si siga dándote clases, K —miró para ella, preocupada—. L-lo siento por eso. Prometo que buscaré un…

—No te preocupes, Kikyō —le dedicó una sincera sonrisa— haré lo que pueda.

—Él deberá venir para arreglar lo del contrato —siguió Naomi, con su voz conciliadora— todo va a estar bien.

Todos asintieron.


Se golpeó la barbilla con el lápiz, preguntándose internamente qué pasaba con su cerebro, que parecía estar completamente en blanco. No podía pasar de la mitad del primer ejercicio y creía que estaba mal. Movió los pies, con un tic nervioso. Desde que Kikyō había dicho eso en la mesa, la noche anterior, no podía concentrarse muy bien. Ella parecía impasible en la mañana, aunque volvió a ver a una Kikyō fría que hacía mucho que no tenía la oportunidad de revivir. Y como su hermana no había mostrado más señales de haber estado contactándose con Naraku, pensó que todo se debía a la repentina ruptura.

Una ruptura con InuYasha.

Miró para la silla vacía a su lado y suspiró… Inconsciente, el día miércoles, antes de las 15:00 había buscado su lugar en la mesa de estudios de la antesala, sola —su hermana y sus padres en el trabajo—, mirando directamente a su puerta y esperando a que alguien la abriera y…

—No puede ser… —susurró bajito, advirtiendo, por las vidrieras de la puerta, que un hombre de las características de su tutor estaba a punto de entrar a su casa—. ¿InuYasha…?

Ahí estaba, parado con un semblante serio, viéndola directamente como si la fuera a matar con los ojos. Tenía mala cara, estaba molesto y eso le secó la garganta, no supo muy bien por qué. Él cerró la puerta tras de sí y avanzó hacia ella, con su folio.

—¿Cuántos ejercicios te hacen falta? —Preguntó estoico, dejando sus cosas sobre la mesa, sin saludar siquiera.

—¡Cinco, señor! —Respondió inmediatamente, como si se tratara del cuartel. Se sintió muy estúpida y no notó la burla que se ahogó con el mal humor de su tutor—. Ci-cinco.

—Bien —asintió, arreglando el semblante—, parece que has sido una niña responsable —tomó aire—. Estuve pensando mucho estos tres días, incluso esta mañana. —Le dijo, haciendo alusión también a la razón por la que nunca le brindó la ayuda que ella le había pedido el sábado. Razones había de sobra para no haber podido extenderle la mano.

—Yo… —se quedó callada al instante. Se sentía muy incómoda con todo eso.

—A ninguno de los dos nos conviene dejar esto —sacó su libro de matemáticas y otro par de documentos—, así que seguiré dándote clases mientras sea necesario.

Kagome suspiró con alivio, como si un peso se le hubiera salido de encima.

—Gracias.

—No voy a darte ningún detalle sobre mi ruptura con tu hermana —se adelantó, por si ella quería saber su versión.

Ella puso los ojos en blanco, sin poder soportar su tono hosco.

—No me interesa —volvió a sus cuadernos, con el ceño bien fruncido y escuchándolo correr la silla a su lado para sentarse—. Kikyō tampoco me ha dicho nada y no estoy preguntando acerca de esto, no seas insolente.

Mientras su mente conectada con el cuerpo, no se dio cuenta de en qué momento cayó en la realidad de lo que le había dicho a su tutor, a quien se suponía, debía respeto. Le había dicho «insolente». Al segundo, sintió una mano apresarle el mentón y moverla ágilmente hacia su derecha.

—Óyeme bien —no entendió por qué hizo aquello, pero a mitad del contacto no podía irse para atrás. Kagome sintió el corazón aceleradísimo, ¿era miedo? Le tenía miedo a InuYasha—, respétame, Kagome, soy tu maestro. —La soltó por fin, abrumado por aquel reflejo extraño. No estaba acostumbrado a perder así la paciencia y menos con ella—. Es la última vez que voy a pedirte esto, ¿entendiste?

Ella asintió lentamente, con una expresión de angustia y asombro mezcladas. Volvió de inmediato con sus asuntos.

—Lo lamento. —Susurró bajito.

InuYasha frunció los labios y soltó un suspiro, calmándose para dirigirse a ella: no había querido asustarla o algo por el estilo, eso sí que no.

—Escucha, Kagome…

—¿Estoy avanzando bien con este ejercicio? —Lo interrumpió, dando por terminado el tema. InuYasha entendió y asintió en silencio—. ¿Sí? Bien.


La tarea era grande, así que tuvo que ocupar la mesa redonda para poder trazar las líneas en la cartulina blanca. Su novio la tenía para que no se enrollara. Ella hizo sonar el lápiz sobre el papel, guiado por una regla de metal y la línea quedó perfecta.

—Entonces, definitivamente han terminado —comentó el joven, después de varios minutos de silencio y semblante pensativo—. Cool. —Bromeó.

—No digas eso —respondió, sin dejar de trabajar— no importa qué pase, no podría desearle el mal a mi primo.

—Yo no le estoy deseando el mal, Ayame —movió la cartulina a como ella le pedía—. Nadie nunca estuvo de acuerdo con que dejara de lado a K para enamorarse de su hermana, eso ni siquiera tiene sentido. —Alzó una ceja, haciendo una mueca de desagrado. Él quería mucho a Kikyō, era una de sus grandes amigas, pero, al principio, no había sido muy fan de esa relación, sin embargo, con lo serios que iban, le caía como balde de agua fría la reciente noticia—. Admito que esta ruptura tampoco tiene sentido.

Ayame suspiró, dejando el lápiz a un lado. Kōga tenía toda la razón del mundo, pero ella no diría que era así. Cuando InuYasha y Kagome se conocieron, todos notaron el clic instantáneo que habían hecho, uno que nunca se había visto por parte de alguno de ellos, fue genuino. Su amistad era más especial que el resto, más tensa y, en ocasiones, más íntima… InuYasha parecía estar interesado en ella y Kagome, vuelta loca de cariño por él, increíblemente deslumbrada por Taishō, casi con corazones en vez de ojos… ¿A dónde había ido todo eso? Después de que conoció a Kikyō, cambió tan drásticamente que ya no lo reconocieron, pero, claro, nadie pudo decir mucho ya que él y Kagome nunca fueron algo, en realidad, así que era absurdo que alguien objetara sobre su nuevo encantamiento con la Higurashi mayor.

Ocho meses habían pasado desde que habían iniciado oficialmente la relación y, con ese tiempo y seriedad con que la tomaron, todos se habían hecho a la idea de que InuYasha y Kikyō se casarían en algún momento. Y todos estaban bien con eso, incluso Kagome. Se suponía que ese asunto se había superado como los adultos que ya eran.

—Me preocupa InuYasha, estaba bastante decaído —fue lo único que dijo y soltó un suspiro—, espero que el viaje a Yokohama le ayude.

Kōga seguía con aquella expresión pensativa, mirando sin fijarse a la cara de su novia. Era verdad que, quizás, InuYasha y Kikyō estarían destruidos con aquello —aunque, si era verdad lo que decía Taishō, la muchacha debía tener ya a otra persona o algo así—. Como fuere, la situación era un poco complicada y no se inmiscuirían realmente en eso.

—¿Cuándo es el cumpleaños de Kagome? ¿Me lo recuerdas, por favor? —Ladeó el rostro.

—Mmm —ella buscó la información rápidamente en su cerebro—. Creo que es el jueves próximo —hizo cuentas— sí.

Kōga sonrió.


Casi podía sentir el cuerpo tenso de InuYasha a su lado. Kagome agachó la cabeza y recogió sus cosas en silencio, ante la frívola y casi molesta mirada de Kikyō, que desde que había arribado, no había dicho una sola palabra. Taishō la miraba igual, con el ceño fruncido, retándola, odiándola, no sabía muy bien. Kagome sentía miedo de ese duelo.

—¿Puedes dejarnos solos? —Lo escuchó decir de pronto, con una voz suave pero firme. Le estaba pidiendo eso de una forma camuflada amable.

Ella asintió rápido, apretando sus cosas entre los brazos.

—No, Kagome. —Su hermana la detuvo al instante, sin dejar de clavar sus orbes sobre Taishō—. No te muevas de ahí.

Parecía que estallaría una bomba. InuYasha dejó escapar aire por sus fosas nasales y fue muy sonoro.

—Será para hablar sobre tus horarios, Kagome. —Por fin la miró de soslayo. La chica asintió rápidamente y se retiró sin más, sin querer soportar aquel mal momento un solo segundo. Kikyō la vio irse y se puso pálida, aunque su rostro se mantenía imperturbable—. Últimamente puedo estar teniendo mucho trabajo, así que me veo en la obligación de mover mis horarios.

—Los martes y jueves, Kagome tiene clases de natación, eso lo hablas con ella —le dijo estoica, volviendo a verlo.

—No moveré los días, también son estratégicos para mí —le informó. Era cierto que eso debía hablarlo con Kagome y no con Kikyō, pero es que tenía tanta rabia… quería descubrir si era capaz de verlo a la cara luego de eso—. Dile a tus padres que podré pasar algunas clases a la noche. —Alzó la mano en señal de alto, antes de que ella abriera la boca para refutar—. No está a discusión. Siempre puedes prescindir de mis servicios —tomó su portafolio y se arregló para salir—. Esta vez no fui severo con tu hermana. —No supo por qué lo dijo, pero le salió naturalmente.

—Bien. —Kikyō tragó duro, tragándose la mala gana.

Lo vio atravesar la antesala pasando cerca de ella y le envió descargas de malas vibras con ese gesto.

—Y, Kikyō… —tomó la manija de la puerta y la abrió, mirando para atrás. Ella no reaccionó—. No voy a descansar hasta saber «por qué». —Fue lo único que le dijo y se marchó, dejando a la aludida con una frustración más grande que el mismo universo.

Ella entendió perfectamente a qué «por qué» se había referido su ex.


Llegó a su habitación y tiró las cosas por la mierda. Bueno, sobre la cama. Cerró la puerta rápidamente y se recostó en ella, cerrando los ojos para tratar de disipar el reciente miedo e incomodidad que había sentido. Se llevó la mano al pecho y comprobó que su corazón latía aceleradísimo. Tenía la garganta seca y respiraba muy hondo, nerviosa.

Aquello había sido lo peor que había podido vivir: nunca se había sentido tan temerosa y fuera de lugar. Su hermana la había puesto en una encrucijada al intentar dejarla en medio de su guerra con InuYasha y él, de la misma forma, pidiéndole privacidad. Abrió los ojos por fin y miró hacia el techo, ordenando sus pensamientos. Se incorporó y caminó hasta su gran espejo en la puerta de su clóset y se vio, toda pálida y asustadiza, como una pequeña niña.

Se tocó el mentón instintivamente, con delicadeza… los dedos de su tutor se habían quedado tatuados en su piel y no estaba segura si era de buena manera. Cuando él se había atrevido a tomarla de esa forma —no brusca, pero sí severa—, no pudo hacer más que exaltarse por la repentina cercanía y la vista de sus ojos dorados tan inquietos, que bailaban por lo fijo que la miraban. Eso la hizo temblar, la hizo tener miedo… InuYasha parecía un león herido que estaba muy exasperado y no tomaba las cosas con calma, que parecía tener muy poca paciencia y que emanaba un rol dominante muy difícil de pasar por alto. Ella se sintió muy incómoda, muy pequeña y muy sumisa ante aquello… sintió miedo, pero no era miedo de InuYasha.

Era miedo de ella, de lo fácil que había perdido el autocontrol. Ellos ya no eran los mismos de hacía tres años, aquellos que se conocieron en la universidad por sus amigos en común: Sango y Miroku por un lado y su mejor amiga, Ayame, por el otro… InuYasha había cambiado mucho y en esos momentos, no quedaba casi nada del hombre que ella había conocido.

Negó rápidamente, frunciendo las cejas y dándose valor: ella no era ninguna estúpida y podía manejar perfectamente esas situaciones. La próxima vez que él le pusiera un dedo encima de esa forma tan sorpresiva y manipuladora, le pondría las cartas sobre la mesa.

Volvió su vista al celular que vibraba sobre el escritorio y corrió hacia él para chequear los mensajes. Se mordió los labios cuando notó de quién era el más reciente. No supo por qué, pero una inesperada excitación subió por sus muslos hasta darle un ligero cólico placentero en el vientre bajo y la obligó a cerrar las piernas y tragar duro.

Jadeó, sin entender cómo funcionaba su cuerpo y las extrañas necesidades sexuales que tenía, sin precedentes, de la nada.

"Quisiera verte…"

Le había puesto el muchacho y Kagome notó el tono sugerente en el mensaje. Él era muy tímido como para decirle algo de forma y ella adoraba eso… lo hacía tan atractivo y deseable. El cólico la volvió a desestabilizar. Se sentó en la cama lo más rápido que pudo.

"¿Solo quieres verme?"

Su piel comenzaba a quemar y la necesidad se hacía cada vez más urgente.

"También tocarte, si se puede… quiero decir, mientras te saludo"

Ella rio ligeramente por el tonto mensaje. Le dio escalofríos su deseo y llevó su mano a la nuca, como liberando tensiones.

"Ven a recogerme y estudiamos en tu habitación, como la última vez"

"Suena tentador… estoy a una cuadra de tu casa. Pasaba por aquí casualmente, Higurashi"

Kagome se mordió los labios, dibujando una sonrisa sensual… no caía mal un buen final de tarde con Hōjō y el término de sus deberes académicos. Se levantó y tomó sus cosas para meterlas a su bolsa.

"Llamaré a un taxi para que podamos llegar más rápido… me urges…"

Bloqueó la pantalla de su celular y soltó aire, con el corazón acelerado… necesitaba algo de placer para olvidar el mal rato que acaba de vivir gracias a InuYasha.

Continuará…


He notado que ustedes están conformes con que Kagome tenga una pareja y no sea la inexperta para InuYasha y eso me gusta, porque es algo que suelo hacer siempre, aunque de forma más sutil que acá.

Amor eterno a: Invitado 1, Gabriela Cordón [saludos, dice Kikyō], Invitado 2, Gaby O, RoZambrano, Invitado 3, Dubbhe, Lis-Sama, Camilo Navas [bienvenido, no suelo tener lectores hombres].

Gracias a todos por comentar, espero poder seguir agradeciéndoles de forma personal.