Día 4. Vida doméstica (Dormir)

—Leone. Lo oía con claridad, eran palabras de una voz olvidada, una tormentosa voz, que se aferraba a su ser con desespero. Las sombras sin forma, que reían y correteaban entre los pasillos de aquella casa que aún le arrebata el sueño. Todo ello resonaba con truenos, la lluvia caía y Abbacchio, se sentía pequeño, frágil, resonó una vez más el grito desgarrador del cielo y finalmente cayo, a un mar salvaje.

Que el agua antes tan pacífica de pronto le hizo temblar mientras inundaba sus pulmones, mientras era arrastrado a lo más hondo del océano. Despertó, tan agitado, tan tembloroso y trastornado. Bruno tampoco había tenido la mejor de las noches, no había podido descansar, pues cada que cerraba sus ojos veía un bulto a su lado entre sus sueños, se sentía despierto y solo dudaba de ello al destapar el bulto y hallar en él a su padre, quien se encontraba malherido, desangrado, acallando las palabras de Bruno.

Así lo que parecía un cadáver silencioso a su lado, de pronto lloraba y gemía, llenaba la habitación de lamentos, sacudiéndose a momentos de forma violenta, su primer reflejo era tratar de detenerlo y cada que eso sucedía detrás suyo aparecía la visión perfecta de Narancia, que lloraba y repetía hasta al hastío con una voz entrecortada que se había quedado ciego. Lo decía con su aura infantil entre gritos.

— ¡Bucellati!, ¡Bucellati! — La imagen perforaba el alma de Bruno que trataba de acercarse y consolarlo, envolviendolo en sus brazos, hasta que este se calmaba, entonces era demasiado pesado y al intentar hablarle veía a Mista atravesado en balas. Razón suficiente para que Bruno fuera directo a la cocina y en medio de la madrugada preparada un café.

Parpadeo un poco el foco, tal vez a razón del mal clima pensó a sus adentro Bucellati. Solo traía encima una alargada camisa blanca, con un pantalón de dormir gris y unas pantuflas bastante divertidas, su cabello estaba desarreglado, bostezo, con las ojeras amenazantes por salir y ya con más calma Bruno trato de reír por lo ridículo de su situación.

Tal vez en alguien como Narancia no era extraño que una simple pesadilla le arrebatara el sueño, incluso aunque ninguno lo admitiera resultaba algo más típico de Mista o Abba, pero no de él, porque era el capo, su jefe, no, no era así, fue porque era la balanza de todos ellos, un soporte, que trataba de permanecer siempre fuerte y sereno.

Podía lidiar con ello la mayor parte del tiempo, sin importar lo que costara, había encontrado a un montón de personas en extremo bellas pero tan rotas que su corazón siempre se había dividido para tratar de completarlos en lo que se fortalecen sus propios y destrozados corazones, al menos hasta que aprendieran a latir solos con ese peso extra que cargaban tras suyo.

Pero fue esa misma razón por la que el sueño resultó tan desgarrador, tan horripilante como para paralizarse, porque les vio en ese papel de muerte por el que tanto batalló a diario para alejarles de ese fatal destino. Y tenía miedo de cerrar los ojos, para verlos rotos, en pedazos, porque sabía que en cada ocasión él trataría de reparar lo irreparable en ellos, no quería saber que provocaría las lágrimas en el rostro de Fugo, ni que le arrebatará el brillo a Giorno, ¡era insoportable sin quiera pensar en Abbacchio! No quería ver cómo los perdía y no era capaz de hacer nada para evitarlo.

Tenía los codos recargados en la mesita, cubría su rostro con sus manos en un gesto frustrado. Más arriba Leone que se hizo un moño rápido se encontraba en el baño, lavando por impulso sus dientes y lengua, casi como si ello lograra desaparecer el regusto amargo que sentía. Después de 5 minutos intensos tratando de no hiperventilar comenzó a plantearse buscar otras formas de relajarse, descartando las más ruidosas creyó que bajar a robar algo de comida y ver la tv con el volumen bajó, envuelto en su mantita era una solución bastante viable.

Bajo así los escalones, cuando resonó otro trueno y su mente que no hacía nada más que jugarle malas pasadas le hizo ver por un instante a Giorno, este le observaba desde el cuarto de Mista, con un aura fría, a su alrededor, totalmente tenebrosa, que no hizo nada más que helar su sangre. Parpadeo con fuerza y este desaparece mientras volvía a chocar un rayo contra la tierra. Pálido y ansioso bajo para ver con sorpresa a Bruno tomando una taza café.

Bruno tenía una expresión contradictoria; casi lucia calma, relajada pero había algo allí que gritaba que el cansancio lo consumía, Leone no supo bien cómo reaccionar (especialmente cuando su plan era robar un filete caro), así que se limitó a llamar su atención. — Bucellati. Hablo con voz firme, Bruno que se había concentrado tanto en su taza de café para evitar caer en malos pensamientos se sobresaltó un poco, dejando escuchar su tos. — ¿Abbacchio?— dijo algo incrédulo, reviso por instinto su ropa para buscar un broche que no estaba.

Esto no pasó inadvertido para Leone. — ¿Acaso perdiste algo?, de inmediato al dejar las palabras salir movió su cabeza tratando de localizar algo entre la sala en penumbras. Bruno reaccionó rápido a la poca discreción en sus movimientos, recordándose a si mismo que el encargo que le hizo a Giorno de vigilar a Leone en las noches y ante cualquier movimiento sospechoso le avisara era un secreto del que Abba no podía descubrir nada. —No, es solo que... en realidad no perdí nada, me sorprendió un poco verte

Leone solo asintió. Buscando las palabras para explicar el porqué estaba despierto a esas horas sin sentirse agitado con el constante recuerdo de los suspiros pasados. — ¿Tenías problemas para dormir?, dedujo con demasiada facilidad Bucellati, cruzo sus piernas y recostó una mejilla en su mano, dándole una dulce sonrisa. Aunque esa ilusión de confort y serenidad lucia extraña Leone no quiso preguntarle por ahora y solo asintió reconociendo su propia condición. —Lo imaginaba. Le susurro el hombre en la mesa que volteo a ningún lugar en específico.

Abba se sentía algo nervioso, tomó la manta que arrastraba y la voto en un sillón cercano, dejando ver con mayor claridad el desorden en su cabello amarrado, las prominentes ojeras que aparecían por el fantasma siempre presente de un pasado lejano. Con una camisa gris floja y sus bermudas negras se acercó desganado a su capo, que salió de su ensoñación y se estiró. — ¿Quieres una taza de café? —ofreció servicial, levantándose y ofreciéndole su asiento al más alto. Lo tomó y mientras Bruno trataba de lucir impasible Abbacchio lo veía con gran interés tratando de desvelar algo en los movimientos del otro.

Bucellati sintió su mirar y sin muchos problemas se le confesó a Abba. —Yo tampoco he podido dormir muy bien. Expresó en un tono relajado. —Creo que la tormenta nos afecta a todos... Soltó así al aire y Leone concordó con las pasadas impresiones de Bruno de que esto parecía ciertamente inusual en el pero no imposible. Al fin y acabo era humano.

Uno mil veces más fuerte y resistente que todos ellos, a pesar de las negativas de Brubru sobre este hecho, y en el fondo todos sabían que era el pegamento, la unión de esta disfuncional familia y refugio que Bruno creó para ellos en el lugar más inhóspito para el amor. — ¿Quieres hablar de ello? —fue el primer intento de Leone para darle la señal verde a Bruno de que aunque tuviera sus propios fantasmas asfixiantes quería ayudarle y ser fuerte para él. Eso le provoco una sonrisa, señal del consuelo que sentía, así sin problemas, simple y sencillo trato de relatar algo que deseaba con todas sus fuerzas olvidar, para sacarlo de su sistema.

Su voz temblor al comenzar, las palabras fluían y aunque no exacto trato de dejar lo más importante, sin evitar desbordarse en por qué aquello era un terrible pesadilla. Leone en los primeros instantes tenía los ojos tan abiertos como un búho y conforme avanzaron estas no pudo levantarse para colocarse tras su capo y cuando la indignación se hizo notar no pudo evitar darle un abrazo. Las palabras no eran el fuerte de Leone, no sabía darlas bien ni sabía que se hacía, deseaba poder decir algo pero simplemente no se formularon palabras, cuanto quería que con unas palmadas Bruno estuviera bien y así Leone lo estaría también.

Como quisiera que hubiera una fórmula infalible para tragarse el ese dolor de su amado, como tantas veces hacia Bruno con su sufrimiento. Y no la había pero Bruno se volteo y se aferró al hombre, descansando en sus hombros, comprendía a Leone, lo hacía bien y sabía lo mucho que trataba de decir con esta acción; consiente de que no podía hallar las palabras. No porque no lo quisiera si no porque no sabía cómo decirlas.

Ambos en el tictac del reloj se tomaron de las manos y bebieron juntos una agridulce taza de café. Cada uno con su taza, después de un rato Leone se separaría y tomaría su manta, envolvió a Bruno con ella, abrazándolo así, la tormenta amainó y jugando subieron los escalones, hasta acabar en el cuarto de Bruno. Abba vio un deje de preocupación en la mirada de Brubru y con beso delicado trato de decirle que podían superarlo juntos, que él.

—Estoy aquí para ti. Inusual en sus labios violetas y tan anhelado por Bruno que sello la promesa con otro beso. Pronto terminaron sin sus pijamas pero nada ocurrió, solo se acurrucaron, juntos, con ternura, se vieron con gratitud mutua y pronto cayeron en el encanto de la noche.

Las pocas horas antes del amanecer fueron el cielo despejado, que tras un diluvio dejaba todo con un nuevo destello. Horas gloriosas que tomarían mucho rato en ser reclamadas por el desayuno, pues Giorno que más o menos supo todo gracias a su misión, decidió mentir un poco al chispeante de Narancia, engañar al dulce de Mista y hacer dudar al tan especial Fugo con su inesperada invitación a desayunar fuera de casa sin el capo y su fiel mano derecha.